Capítulo 28: Te amo, más que a ganar
Destruí todas mis fotografías de niña como una fuerte y clara declaración de que no me importaba si a Belinda le gustaban, a mí no me agradaba que me separara de papá sin preguntar si estaba de acuerdo. Pero tenía unos meses de nacida; si lo preguntó, ¿quién se acuerda?
Luego, en mi arrepentimiento, dibujé un retrato suyo de lo que pude recordar: más joven, subida a un árbol y sonriendo feliz, como nunca vi que era, o es. Mamá jamás sonríe si no tiene porqué. Se guarda esas expresiones de gusto si de verdad gusta de ver, oír o hablar, y goza de sacar lo pros y costras de la vida ajena. Papá es su contra completamente: vivaracho, hablador, cuenta chistes malos, payaso nato y a quien le confías tu mas obscuro secreto que nunca lo revelará. Y por encima, él consiguió la felicidad en su trabajo y en cuidarnos a Owen y a mí.
¿Era o no justa por querer que Belinda pare de llamarme? Si traigo a colación a mis recuerdos la destrucción de fotos irreemplazables, podía ser. Pero de eso pasaron doce años. ¿Por qué ser distinta si ella no lo será? Tal vez por la mejilla que le comenté a Leitan. Y sin embargo, en este caso también se distorsiona lo que marca el perdón sin esperar recompensa.
Ser sincera, conmigo y con quienes me rodean, es una lección que aprendí en la espera que supone guardar silencio. Este, pesa mucho si no lo compartes.
No guardaré mas silencio.
No guardaré mis sentimientos.
—Disculpe, señorita.
Le di una ojeada al señor que me refería. Sonreía como quien tiene un chiste en la punta de la lengua. Uniformado como el guardián de la puerta que es, hasta de sombrero y guantes. Me recordó a un cascanueces.
—¿Espera a una persona? —pregunta, mirando atrás de mí y de vuelta—. Está empezando a llover, no se moje usted.
—Tengo puesto un impermeable —le muestro. Incluso la capucha está sobre mi cabeza.
—Lo veo, pero no será suficiente. Va a mojarse.
Me ganaba su preocupación. Si en verdad esperara, le diría que sí, pero Leitan no ha llegado.
—No pretendo molestarla. —Su rostro, ensombrecido por la oscuridad de la noche y la vicera de su sombrero, logra verse enrojecido—. ¿Es usted novia del señor Manriqueña?
—Sí.
Su pena se transforma en emoción y mi aprehensión lo ve con recelo.
—La felicito —dice afanoso. Mi sonrisa delata que no entiendo porqué soy el caudal de su alegría—. Y es mas hermosa en persona que en los diarios.
—¿Diarios? —pregunto mas recelosa que antes. Saco mi móvil y busco nombres de diarios populares con la etiqueta del nombre de Leitan completo. Mi alma se cae a mis pies—. No puede ser...
—¿No lo sabía?
En algún punto se iba a hacer público. Estéfano era su abuelo, si estoy entre un solo de ellos, es claro que seré conocida pero no creí que sería tan pronto. No, al menos hasta que pudiese hablar a calzón quitao con Leitan.
—No, no lo sabía.
—Mis sinceras disculpas —presuroso, se quita el gorro y soy víctima de su vergüenza—. Yo hablando y usted seguramente vino a verle.
—No... O mas bien, sí. —Reí. Últimamente no me pongo de acuerdo conmigo—. Quería —rectifico—, pero no vendrá hasta unos días más...
—Está en su apartamento —me corrige. Sonríe de forma pícara—. Tal vez quiera sorprenderla. ¿Le indico el piso? —Camina abriendo las puertas del edificio, indicándome que tome el ascensor privado después del hall..
—¿No se supone que anuncian si puedo tomarlo? Ya sabe —juego a los secretos—, por los ladrones.
Ríe comiquisimo con mi resolutiva de un complot.
—Pero usted no es ninguna ladrona. —Toca uno de los tantos botones que acompañan a las puertas y ellas se abren para mi. Entro, ahora sí nerviosa, y veo a Vinchenso, como indica su gafete—. Tenga buenas noches.
—Igualmente.
No venía con la indumentaria, como dice Presley, que se necesita para recibir a un novio que no veo hace una semana y que no me avisó que llegó. Un pantalón de licra negra, blusa de botones frontales de poliéster naranja, botines caramelo de unos centímetros de tacón alto y mi impermeable negro. Bajo la capucha y atizo mi cabellera, que requiere un corte. Y es mi mejor trabajo en unos minutos.
Las puertas se abren y me veo envuelta en oscuridad. No se ve si quiera el suelo. Tengo que esperar a que mis ojos se acostumbren para salir mas confiada. Recuerdo unos escalones y los tengo presente, no vaya a ser que caiga al suelo.
—¿Hola? —llamo, bajando los tres peldaños que dan seguros al sillón en ele que solo recuerdo ser como el vino—. ¡¿Hola?!
—¿A quién le grita?
Me volteo y por fin las luces son encendidas. Le sonrío a un hombre, como mi padre con muchas canas y de baja estatura, tipo nomo de jardín. Ve a mi impermeable y estira el brazo.
—¿Quiere que se lo guarde? —ofrece. Pero no parece ofrecimiento—. Si moja el suelo el señor se enfadará.
Entonces sí está aquí, ¡y no me dijo!
—Sí... —lo saco de mi cuerpo y se lo entrego. Él lo dobla cual sábana de exhibición e inspecciona el resto de mi conjunto. Poco paciente, pregunto—. ¿Ahora qué? Mire... No me gusta ser grosera, pero está extralimitándose.
—Le aseguro que si conociera los gustos del señor, me daría la razón.
Aqui viene la segunda cámara escondida, para que me habitúe al hecho de que siempre van a gastarme bromas que no tendrán un buen final. En cuanto a la primera, es lógico que esté al pendiente de si Leitan promulgaría nuestra relación, aunque a Belinda no le calló en gracia; odia las bromas, y si tienen que ver conmigo, las aborrece. Pero me gustaría lo de la cámara. En una broma no te planteas si es verdad o mentira, la verdad o la mentira.
—¿Cuáles gustos? —digo, ganándome la curiosidad.
—Los del orden.
Válgame Dios. Mi corazón va a envejecer si lo sigo tratando tan mal.
El señor que tiene mi impermeable se gira, pues soy quien está enfrentando las escaleras en forma de caracol de plataforma oscura y barandilla transparente. Imaginar limpiarla me evidencia lo que ya sé: no me gusta tanto espacio para así no limpiar de más. Leitan está de pie en la cima, apoyando los antebrazos en la baranda que no continúa con los escalones.
—¿Ya tuve el placer de presentartela, Guille? —pregunta, sin lugar a dudas, para molestarnos. Al señor y a mí.
—No que recuerde, señor.
—Es Monilley, mi novia. —Leo entre líneas. Sonrío, aguardando el primer golpe—. Que no fue invitada.
—La que debería de estar molesta, soy yo —dejo en claro con toda mi irritabilidad—. ¿Por qué no me avisaste que estabas aquí...? ¿Sabes acaso porque vine?
—No tenías que ser impaciente.
—¡¿Impaciente?! —solté una risotada—. Pero... ¿Es que tú te has visto esta mañana al espejo? ¡Somos una cuerda de impacientes!
—Pudimos vernos mañana.
—¡Yo quería verte hoy, no sabía que llegaste hasta que un portero me lo dijo! —Y el simple hecho de enterarme por terceros de lo que él pudo decirme libremente, me cabrea más—. ¿Vas a echarme acaso? Mejor me avisas —respiré hondo—. Avísame para irme por propia voluntad.
Sonríe cómico y le dice al tal Guille:
—Si está lista la cena, sírvanos por favor —le demanda.
—No voy a comer —le digo a Guille, en una mueca de disculpas—. No se preocupe usted, que como he llegado, me marcho. —Atrapo mi impermeable y camino presurosa al ascensor. Estoy tocando varias veces el piso, pero no entiendo los números. Hay dos pares junto a una A y una B.
—Es porque este edificio fue construido para que no solo un inquilino disfrute del Panthouse. —Por su flexión en voz, supongo que se está mofando de mí inutilidad para salir de su casa con un gran drama.
—Con lo mucho que te gusta compartir —sarcástica, hice lo enteramente posible por no ponerme a gritar y vernos, como gentes que hablan, que se entienden y ponen de acuerdo. Yo puedo hacer eso—. Voy a imaginar que harías una de esas cosas tuyas que tanto te gustan.
—¿Cosas mías? —se frota el cuello, en un gesto que pretende ser casual.
—¡Sí! Te fascinan los juegos, sorprender al otro pero no ser sorprendido. Actúas como si esperabas mi visita pero ni siquiera tú, con tu inteligencia, pudiste saberlo. —Le di una repasada a su atuendo de mezclilla y camisa, como quien no se ha cambiado aun—. Así que sigo imaginando que irías a verme pronto y que me ahorrarías la pena de extrañarte con desespero que supuse que venir a tu edificio satisfacería mi desembocada imaginación.
—¿Y lo hizo?
Abrí mis brazos, para que me vea bien.
—¿Tu qué crees?
De sus labios brotó una ancha sonrisa y apresó mi rostro para darme un beso, de esos que extrañé tanto para soñar con ellos. Oí la prenda contra el agua caer al suelo al levantar mis brazos y asirlos por los hombros y cuello de Leitan, abrazándolo a mi cuerpo con ahinco y seguridad. De pronto, en pleno beso, mi peso fue alzado y al abrir mis ojos, alejando nuestros labios, me vi en sus brazos dando vueltas. Su risa me puso en modo sensible, sin saber la razón.
—Busca pleitos —dice meloso, rozando sus labios en mi barbilla—. Iba a verte ahora mismo. Extrañarte, si fuese un pasatiempo, sería el mío a tiempo completo.
Lo callé con mi arrebatado beso, queriendo que este dure lo suficiente hasta que sienta en mis entrañas que sí, es suficiente.
—¿Juegas Scrabble? —pregunta al dejarme con los pies en el suelo, sujetando mi mano mientras da el recorrido largo al comedor. En él está una caja con el juego, sin abrir—. Guille sería mi contrincante pero contigo aquí puedo hacer una excepción.
—Me honra —dije pizpireta, abriendo una de las sillas—. Y sí, sé jugar.
Le dejé que esparciera las letras y así veía cómo es su casa. De ventanales altos y cortinas claras que cubren la vista. Colores neutros, pocos vivos y de suelo oscuro. Cuero y hormigón; no alfombras, no fotografías, no pinturas. Mesas con floreros en las esquinas y plantas artificiales. La cocina está bien, de granito y equipada, con doble horno, nevera dos puertas, cocina a gas, y una pared interesante con botellas en sus hendiduras. ¿Vinos? Podría ser.
—¿Por qué tienes tanto espacio si eres tu solo?
Pone una mueca, como si no le gusta hablar del tema.
—Mis hermanos venían a quedarse con sus parejas e hijos. Quería que estuviesen cómodos.
—Es decir... —trago saliva, consciente de lo que pretende explicar—. Ya no lo hacen.
Niega, sonriéndome y mostrando la mesa puesta para jugar.
—Si ganas, cocinamos —ofrece.
Suponiendo que la conversación se acabó, le respondo—. No quiero ser responsable de tu muerte.
Hace oídos sordos y, ahora sí, empezamos el juego.
*
—Mis gemelos vendrán una temporada —le cuento a Leitan habiendo servido la carne asada con ensalada de aguacate, tomate y una vinagreta que aun no pruebo. Yo gané. Cocinaremos después de comer, para que luego consigan nuestros restos y no se diga que no comimos como es debido.
—¿Tus gemelos? —dice ronco, cortando la carne en un trozo que quepa en su boca.
—Te he contado de ellos. Tienen una agencia de seguridad y se han hecho populares; cubrirán las espaldas de... El político que me quitó el lugar. Ya sé —concuerdo con sus cejas arqueadas como si voy por la vida inventando cuentos chinos. Si supiera mi sorpresa al enterarme—. Una casualidad muy causal.
—Tal vez sea bueno contratarlos. —Bebe de una copa con agua—. Si sigues saliendo en los periódicos, querrán apabullarte diariamente.
Francamente no me interesaba lo que hicieran las personas o los periodistas por llamar mi atención. Había olvidado que uno de mis impulsos al venir -además de extrañar- era ser sincera. Abrirme a la verdad, de mis miedos y mis fortalezas, y que todo ello lo quiero dar porque me hacen lo que soy.
—Leitan... ¿recuerdas que te comenté de mis muchos empleos? —Vi a mi plato, intacto y sin revolver—. Hice tantas travesuras para enfadar a mamá, tonterías mías —le miré de refilón. Él apartó su plato, para oírme—. Una de ellas fue trabajar de mesera en un club siendo menor de edad. A mi jefe no le interesaba, ¡ser bonita te da todo en este medio! Me decía. Luego fui bartender, una de las buenas con excelentes propinas —Sonreí, jactanciosa—. Lavé autos, barrí suelos ajenos, extorsioné a mi profesor de química por acostarse con una de mis compañeras y acosar a las de primer año. Y con todo el dinero que reuní, viajé a muchas partes.
—Aprendí en la escuela de la vida, y a mis dieciocho años pagué los semestres completos en la universidad. ¡No sabes lo feliz que fui! —En una risa, aspiré conforme—. No tenía que preguntarle a Belinda si le gustaba la carrera que elegí ni si la costearía. Trabajé de asistente para diferentes modistas emergentes y me gradúe a los veintiún años. Fracasé varias veces —admito, amarga y dulcemente—, fui muy crédula de que en unos meses me asentaría. Pero uno de mis anteriores jefes vio potencial en mí en el sector de las novias, y yo jamás había diseñado nada parecido. La técnica, de por sí, es diferente a lo que estaba acostumbrada.
Uniendo mis manos para aplacar los nervios y con un fuerte nudo en la garganta, le seguí relatando.
—Inicié de a pasos de bebé, y... —sorbí, manchando mis mejillas de lágrimas que me costaba mucho dejar ver—. Me enamoré. Todo lo que veía era un vestido; todo cuanto imaginaba, soñaba, era eso. Logré tener mi tienda, Leitan, ¿sabes lo que significaba? ¡Fue un maravilloso sueño hecho realidad! Pero... —A lo lejos, en mis recuerdos, se encobrecía lo bello—, perdí tanto en un día que cuando quise volver, no pude hacerlo.
—No eras la misma.
—No —asentí, muy de acuerdo—. Regalé mi tienda, no sé que será ahora. Me deshice de lo que me ataba, lo que no me dejaba respirar y preferí empezar de nuevo, ¿qué importaba? Empezar no es difícil... —Leitan me interrumpe.
—Lo es continuar hasta el final —dice, concluyendo por mi.
Afirmé, limpiando mi cara ya no contaba qué vez; he llorado evocando el recuerdo, pero ahora he sabido controlar y no ahogarme en el llanto. Se sintió bien y correcto. Nunca se ha sentido de esa forma, así que me tranquiliza haberlo hecho.
—Te quiero en mi vida —digo, quebrando el silencio en que nos quedamos sumidos tras mi historia. Leitan, estoico, me oye—. Y para que estés, te conté esto que es tan delicado para que lo compartamos porque lo vamos a compartir todo. Estoy plenamente segura de que se filtrará lo que pasé, y eres el único que me importa que lo sepa por mí.
Desliza su mano camino a las mías unidas. Las aprieta, trayendo consuelo a mi alma una vez contraria y que está feliz.
—Gracias —dice lentamente, cautivando a mis sentidos—. ¿Ya te dije que te amo, verdad?
Me deleité en ser querida con mas que palabras. En ser una mujer amada, complacida, escuchada y cuidada.
—Y gracias a ti —saqué una de mis manos y la puse sobre la suya—. Me encantó la aplicación.
Sonríe divertido y sale de su puesto para besar mi frente—. Un placer. Entonces, ¿te he dicho que te amo?
—¿Mas que a ganar? —le reto.
—Indudablemente.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top