Capítulo 26: Cuando te aman
—Eres realmente testaruda —me habla disconforme, aunque no molesto. Irritado, como si le quitaron lo que quería y le dieron lo que no. Caprichoso, un poco. Irónico, desde que salimos de su casa a la de Presley.
Me siento en la obligación moral de darme a entender:
—Te he explicado que...
—Que lo expliques mil veces no hace que me encante.
Presley le da la razón con un gesto y la mando callar con otro mío. Su manera de complotarse no es de mi incumbencia.
—No dramatizen —pide ella, apuntando a mi poco equipaje en su suelo con una chupeta de color rojo, como sus labios—. Lo peor, ya pasó.
—¿Y qué es lo peor? —pregunta Leitan, cruzando los brazos, divertido siempre que ella sale con una de sus ocurrencias.
—¡La lluvia torrencial! ¿Es que no sabes nada de mujeres, guapo Leitan? —golpea su cien con el extremo contrario de la chuchería—. Lo peor que nos puede pasar es arruinar nuestro cabello y maquillaje. Eso, si la mujer en cuestión se maquilla. He leído que el setenta por ciento...
—Pres —niego, para que no siga por ahí—. No.
—Tu fuiste la que quisiste mudarte —echa en cara, cual verdugo—. Pues —sonríe socarrona—. Atente a las consecuencias.
Fatigada, solté el cordón que ata mi cabello y masajeé mi cuero cabelludo. Después de esta noche he batido, si no tenía uno, el record de situaciones en un día y en serio que prefería evitar añadir. Presley ofrece preparar café, pero Leitan declina alegando que sale de viaje mañana temprano.
De viaje. ¿Por qué me da pánico?
—¿Y yo cuándo iba a enterarme de eso? —dije sintiendo una incomodidad extraña, pero molesta.
—Cuando tuvieses techo en qué dormir —defiende Presley.
—Serán un par de días —prosigue escueto, como si ninguna se pronunció disconforme—. José Ángel estará para lo que necesites.
—¿Y por qué él? —bufa mi amiga con una carantoña digna de una niña que no tiene lo que quiere, sino todo lo contrario. Comienzo a preguntarme quién de las dos está más irritada—. ¿No tienes un amigo? Porque tenerlo cerca va a provocarme un tremendo dolor de riñones. ¿Sabes lo que son esos malestares? Terroríficos y muy dolorosos. No me provoques, Leitan.
—Ah —repone, fingiendo asombro—, ¿ya no soy guapo? —duda sarcástico, regresando el puñal.
—No. Bajas escalas como el hombre de mis sueños.
Él ríe sinvergüenza y le da una sacudida a la cabellera de Presley como se la darías a un perrito peludo. Me toca turno, recibiendo un beso en mi barbilla y labios.
—Ten encendido tu celular —aconseja, volviendo a besarme—. Llamaré seguido.
—Llama cuando llegues —digo exigente, oyendo el eco de mi voz demandar sin opción a réplica. Leitan expresa la impresión que con muecas no puedo.
—¿Acabas de ordenarme? —Su entretenimiento causaba un efecto colateral: en plena molestia de que se mofe de mí, encuentro gracioso y agradable hacerlo reír. Darle alegría.
—Sí —asiento, no permitiendo los titubeos. Sonríe anchamente y hace una señal de que ha captado—. Te ordeno que me llames y te cuides, no tengo un Leitan de reemplazo.
Su beso de despedida me pone los pelos de punta, a la par de presurosa para tener malos presentimientos, como el de aun sentir que algo no termina de encajar. Nunca había estado agradecida por callar ciertas partes de mí, pero ahora lo hago. Leitan es intuitivo de manera diferente a la mía, no menos eficiente, y va a terminar entendiendo que si estoy dejando que se vaya pese a mi resistencia poco obvia, es porque probaré una teoría poco elaborada.
—Presley...
—No voy a tener la audiencia que saca la verdad —dice y prosigue a marcharse.
Bien. Por hoy podía darle un margen de reposo, pero como una buena amiga, en algún momento voy a entrometerme y nadie va a impedirlo.
*
—Invito los tragos —dice Melina, entrando como quien se hace dueña de un lugar.
Presley y yo nos dirigimos una mirada espectante. Soy quien pregunta:
—¿Hay un motivo para celebrar?
—Lo hay —toma asiento en una de las sillas que acompañan a la parte frontal de la mesa de Pres—. Lo hay —redunda, sonriendo.
—Dilo, Melina —refunfuña Presley—. No estoy para suspensos.
—Haces de la vida un desperdicio, niña —dice Melina, aunque no nos lleva mas de dos años. Cruza sus manos y ve a ambas, de a una por una—. Quieren la colección, completa y es un muy buen trato. Lo ha revisado Bustamante y está seguro que es un negocio fructífero para cada par.
El chillido de Presley le siguió a mis risas, mis carcajadas, feliz de la reciprocidad de este trabajo difícil que decidimos hacer y que por fin, por fin nos está devolviendo lo que merecemos. Abrazo a Melina y le doy infinitas gracias por unírsenos, por tener tanta fe y no nos conocía; vi su carácter y su modo de solucionar lo imposible, que no tengo mas que decir que gracias constantemente.
—¿No quieres ser mi otra mejor amiga? —le ofrece Presley como un dos por uno tentador. La abraza al otro costado que no ocupo y asiento, de acuerdo con la pedida de amistad. Melina ríe devolviendo los abrazos.
—No tengo amigas, así que...
—¡No se diga mas! —la chita, corriendo a por su bolso y sacando el celular—. Pediremos pizza y comeremos. Y pediremos otras cosas...
Melina miraba a Presley temerosa, y no exagera. Si iba a unir a esta pobre mujer como nuestra amiga, hay un ritual que bien, se hace. De no hacerlo, declaramos abiertamente —entre nosotras— que quedas vetada por siempre de intentarlo.
Muchas de mis aventuras las he compartido con ella. Entre nuestras favoritas, está haber probado cualquier platillo con insectos. Y como vivimos en un lugar donde conseguir lo que quieras solo necesita de una cantidad de dinero, Presley es capaz de invertir lo que obtuvo de sus ventas en bautizar a Melina, una señora coqueta y delicada con lo que come.
Veremos de qué está hecha.
Nos embarcamos en una travesía que consistía en quién come más bichos vertidos en rebanadas de pizza hawaiana, de peperoni, de champiñones y berenjenas con jamón. Lo puedes pasar con agua, pero sin dudas, hay que masticar. En un comienzo da repulsa intentarlo, pero luego percibes que el sabor no es penetrante y solo es un crujir que incluso ser agradable no está alejado de la verdad.
No quisimos provocar a vomito a Melina, pero si fuésemos en solitario Presley y yo, los comeríamos sin agua y sin pizza. Como auténticas temerarias y quien no le tiene miedo a lo que no te mata.
La comparación en sí de lo que no te mata aparentemente y lo que te debilita no es justa, y no obstante, me es inevitable ponerlos en un paralelo. Juraría que no tener a Miguel me estaba consumiendo el ánimo de despertar cada mañana. Fue tan hermoso lo nuestro y tan horrendo el desprecio que sentí hacia mí, que no recuerdo un resquicio de tranquilidad o aprecio por mis sentires; por lo que era, lo que significó abandonar mi mas preciado anhelo ya que se fue mi siguiente anhelo.
—Yo... yo siempre creí que este cabello sería negro —moduló Presley con dificultad gracias al alcohol en sus venas, tocando las puntas de su pelo—. Pero resulta que, ¡sigue siendo castaño, ja, ja, ja, ja!
Melina le siguió en risas, mas sobria de lo que aparenta. Le sonrío a mi mejor amiga y doy un suspiro que le sigue un trago leve. La idea es caer redondas, pero pese a mi felicidad, solo quiero que Leitan me llame de nuevo. Avisó su llegada, también que no llamaría ni recibiría llamadas en sus reuniones hasta la noche. Es de noche; lo extraño tantísimo.
—No se volverá negro solo —dilucida Melina, comiendo unos sándwiches que nos dieron en nuestra mesa—. ¿Por qué no lo tintas?
—Porque es un suicidio para él, y para su dueña —da un chasquido a sus dientes—. Solo soy avariciosa chica, nunca lo tintaría.
Asomo mi cara a mi móvil en la mesa y cerciorándome de que este hombre no se ha comunicado, doy un chupón extendido de un limón, dejando que baje por mi garganta su acidez.
Melina tiene gustos exquisitos en cuanto a donde ir a beber. En mis andadas, un bar decente era suficiente para conversar y que tenga buena música preferiblemente en vivo, en cambio ella nos invitó a un bar/restaurante con mucho blanco, meseros corteses, música en vivo y espacio para bailar, con luces blancas y cómodos sillones.
—¿Esperas a alguien? —me pregunta, dándome una mirada curiosa por mi modo de espabilar.
—A Leitan.
Abre sus ojos y suelta una risa.
—Y lo dices así, sin pensártelo un ratito —dice y parece contenta con mi respuesta. No tenía motivos para mentir o hacerme la desentendida.
—¿Por qué pensaría si lo extraña? —replica Pres, comiendo uno de los pica pica junto a las bebidas—. Su obviedad abruma mis retinas.
—Llámalo para que lo sepa —me aconseja, alcahuete como Presley.
—Me dijo que...
Las tres nos detuvimos en el tiempo a ver mi móvil. Lo elevé a la altura de mis ojos —y los suyos— para que mi pecho se expandiera a causa de los escandalosos latidos y mis labios formaran tamaña sonrisa, sin propósito.
—Dios, solo... Vuelve ya —dije recién respondí.
—Buenas noches, Monilley.
Pres y Melina sonreían aguardando mi emoción, pero la confusión de una voz femenina me daba centenares de ideas.
—¿Con quién tengo el gusto de hablar? —pregunto.
—Con Almerine, la hermana de Leitan. —Su inclinación para comunicarse daba a entender que ese conocimiento es popular y el que no lo tenga me baja de rango, senior a junior—. Si me recuerdas, ¿cierto? —dudó antipática.
—Mi memoria no es de corto plazo —digo, igualando su antipatía—. ¿Pasa algo con Leitan?
—Está perfecto, pero pidió que te llamara y lo buscaron antes de que respondieras. Tu disculparás no... He escuchado, Leitan... Sí, sigue ahí.
Cambié el oído en que escucho y les dije con señas que ahora sí, me hablaría él.
—Hola mi Sofie.
Necesité recostarme en el espaldar del sillón y apretar mis labios para no sonreír por su saludo, simple y tan mío. Tan nuestro.
—Vuelve —repetí, aunque no fuese quien lo escuchara primero—. Te extraño tanto que no disfruto el que se está vendiendo nuestra línea.
—¿Oigo bien? ¿la vendieron? —Imagino que sonríe. Y oigo un golpe, como si palmeara en una mesa—. Pero si es una noticia tremenda, Sofie —dice eufórico. Mas alegre de lo que he estado en el día—. ¡Felicidades! ¡Tenemos que celebrar!
—Estas mas feliz que yo —me quejo—, no es justo.
Ríe presuntuoso y baja su voz:—También te extraño. Lo celebraremos a mi regreso, ¿está bien para ti?
No lo estaba. No lo estaba para nada. De haberlo pedido, él iría a un avión ya mismo para regresar; lo sabía. Empero hay cosas que quiero y cosas que necesito, cosas que Leitan quiere y necesita, y quiere y necesita a su familia. Me he topado dos veces con Almerine, hablado escasas con José Ángel, y no tengo una reputación intachable de familia modelo, pero entiendo lo que es pertenecer y no lo obligaré a estar conmigo pisando su tiempo de calidad con los suyos.
Aunque lo sienta como mío.
—Lo está —afirmo conservando mi voz neutra—. Avísame cuando vuelvas, ¿sí?
—Lo prometo —rinde esa opción ante mí. Una que no soy capaz de volver a usar, pero que está usando para que sea importante—. No vayas con desconocidos, porque voy a enterarme.
—Tu informante te lo dirá todo
—hablo por ella y le pido por último que lo pase bien con sus padres, hermanos y sobrinos. Al colgar, doy un chupón fuerte de limón y trago sin pausas ni respiraciones—. Buenísimo.
—Ha salido malísimo, querrás decir —corrige Pres. Sobria o no, continúa siendo la mas cuerda—. No suframos, ¡es noche de celebración! —canta súper alto—. ¡Noche de celebración, noche de celebración, noche de celebración...!
Melina sigue el canto de Presley, montándose un karaoke ellas solitas, disfrutando de la buena comida y bebida. Me hago de la agenda en mi móvil y reviso mi itinerario. Coincido con que he contribuido a ser una persona ordenada y cero lamentable, pero una curiosidad me causa entre mis aplicaciones. Un ícono poco común entre ellas.
—Durazno —le digo a Presley. Ella ríe con el apodo que empleo nunca en la vida; lo uso si su presencia en la tierra es vital—. ¿Le instalaste apps? —muestro el menú con las aplicaciones.
—¿Acaso es mío? Fresita... —quejica, oscila su rostro a un lado, como si se fuese a recostar en la mesa—, ¿tengo cara de niña que juega con aplicaciones ajenas?
—La tienes.
Se muestra ofendida con mi honesta y llana respuesta afirmativa. Asiente, mas agraviada y da un trago largo, a mi salud.
—Por las amigas que no te creen —dramatizando, come del sándwich miniatura de jamón con queso y una aceituna de abalorio.
Accediendo a un antivirus, abro la aplicación y ver de qué se trata. Muestra un anuncio que te sugiere conocer a un tal Pablo que quiere ser mi amiga; es seguro que quien lo instaló no quitó los anuncios estorbosos. A una raya de proponerme eliminarla, se extiende completa y hay un listado, con horas del día, como una agenda. La primera fila dice «al despertar» con un botón verde.
—Es rara.
Me separo de Presley cerca cual entrometida, desprendiendo su hedor a comida mezclada en mi cara. Pongo mi mano en todo su rostro y la alejo. Con lo bebida que está, no se queja como en su naturalidad.
Mi dedo toca la opción y muestra una bocina a la izquierda, la palabra Desayuno a su derecha y en la parte inferior central algunas fotos de platillos diferentes. Selecciono la bocina y parpadeo confundida, asombrada de que la voz de Leitan esté en mi teléfono.
—El desayuno es importante. Da energía el motor del resto de tu día, si lo acompañas con buenas cantidades de lo esencial para el cuerpo humano en buenas proporciones. Ten un rico y nutritivo desayuno, aunque si quieres, puedes incluirme en él. No pongo objeciones. Buen provecho.
—Vengan —les digo a las dos almas inocentes a mis costados, subiendo el nivel de volumen de la aplicación. Escuchan inmóviles, torciendo gestos divertidos. Avanzo a un efectivo almuerzo, cena, meriendas y batidos energizantes que son <<sus favoritos>>. Aun me costaba creerlo.
—¡Te hizo una app! —vocifera Presley con una carcajada cargada de ganas—. El hombre de mis sueños está con mi mejor amiga, ¡es que no puedo pedir más!
—¿Cuándo lo hizo? —pregunta Melina y tengo la misma duda—. A ese hombre no se le escapa nada. ¡Hasta tiene un lado tierno!
Ignoro las hipótesis de cómo lo consiguió y escucho hasta el final de sus mensajes personales.
—El día tiene veinticuatro horas, de las cuales duermes ocho si eres afortunada, trabajas por lo mínimo diez, aun tienes seis horas para preparar buena comida o pedirle a alguien que te facilite tus comidas, todas, listas. Lo único que te hace falta es emprenderlo y esta aplicación te ayudará a recordar lo que es importante: tu salud.
—Comer bien es vivir bien, ¡y me encanta verte hacerlo!
—No olvides que una pequeña diferencia ahora, en un futuro será enorme. Te amo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top