Capítulo 23: El lugar que te corresponde
Por un momento pensé que a papá se le había olvidado algo de vital importancia ahora que se iba a casa, pero él no olvida.
Y por supuesto, él no era.
—Lo siento, sé que es tarde...
En otra ocasión, me habría reído. Pero en esta difícilmente pueda burlarme de alguien con un aspecto tan deplorable tomando en cuenta a lo que estoy acostumbrada.
El cabello de Leitan está tan alborotado, como él mismo, que lucho contra mis ganas de tocarlo y darle tranquilidad. Tocó como quién tiene prisa, y cuando le abrí, se bajaron su hombros siempre rectos y llevados atrás; dijo un <<Hola, mi Sofie>> y terminó en disculpas que no tienen razón de ser.
Me impide acercarme el que esté en mi apartamento a la medianoche, sin previo aviso, como si lo atravesó un tranvía.
—¿Puedo pasar? —Sé que es una pregunta, pero lo que él hace es avanzar aunque no le haya dado permiso. Así que me interpongo en su camino. Me da una mirada exageradamente tortuosa—. Deja que entre —ruega descendiendo su voz.
—Primero dime si murió alguien.
—No ha muerto nadie —dice arrugando su frente—. ¿Por qué supones que alguien murió?
—Porque solo eso explicaría tu aspecto. ¿Te has visto?
Lo hace, abriendo el saco azul claro, mostrando la camisa negra ajustada a su torso.
—Estoy vestido.
Ruedo mis ojos y abro mi puerta, permitiendo que pase. Camina correctamente, así que asumo por ello que no ha bebido y no percibí hedor a licor. Se desparramó sobre mi sofá, en toda su extensión, con el rostro a un costado y ojos cerrados. No sabiendo qué hacer, tomo sitio en uno de los sillones individuales, donde estaba antes, y continuo tomando de mi té.
—No quiero que lo veas, Monilley.
A punto estuvo de atravesarse el té de limón, si no es porque lo trago rápido y siento el calor pasar por mi garganta y esófago.
—Ni que lo escuches —prosigue, mandón como nunca lo he escuchado ser. Con su gente, mas nunca dirigido a mí especialmente—. He cambiado de opinión.
Bufé, apartando la taza y yendo frente a él. Como no se ha movido de lugar, me agacho hasta estar sentada y aparto, bien lejos, lo tierno que se ve y las ansias porque me abrace.
—Eres un idiota.
Sus ojos se abren y parpadea, adecuado al panorama conmigo en él. Le muestro mi rostro hablando en serio.
—Tal vez lo sea —responde, dejando de lado el improperio como de poca relevancia—. Pero no quiero que lo hagas, Sofia.
Me exasperó que fuese tan ambiguo para prácticamente usar la extorsión y haga exacto lo que él quiere. No es que no lo comprenda, pero no hay nada que se parezca a mi situación.
—No sé qué esperas que te diga.
—Que no le darás oportunidad de explicarse —dice, naturalmente—. Me gustaría mucho oírlo.
—Tampoco sé qué responder a eso, Leitan. ¿Sabes lo que es procesar la muerte y vida de una persona? —pregunté queriendo esquematizar y ser comprendida—. Porque justo es lo que me sucede.
Hace de una mirada una eternidad, hasta que decide que estar acostado y hablarme no le acomoda. Utiliza sus manos para subir la parte de su cuerpo que constituyen el abdomen, pecho y extremidades superiores, junto a la cabeza. Da un medio giro y se sienta, de golpe y con tanta agilidad que me echo atrás, procurando no ser tocada.
—Entonces te hago la misma pregunta de ayer. —Amenazante, se inclina—: ¿qué quieres de mí?
—No quiero nada —dije a la defensiva, poniéndome en pie. Le muestro mi puerta con un dedo—. Es más, de ser posible no quiero verte si vas a presionarme a cada segundo por no complacerte.
—¿Y cómo me ubica, Monilley? —Se levanta a la misma altura que yo—. ¿Cómo tolero que consideres el minúsculo pensamiento de él? ¡Es que es tan fácil, verdad!
—Te ubica justo donde vas —me acerqué y con la punta de mi dedo que apuntaba a la salida, señalé su pecho—. Eres mi novio y mi futuro esposo, ¿o es que eso no basta para ti? Perfecto —Aplaudí, dando cortorno a la habitación y deteniéndome en él, con su rostro inexpresivo—. Felicitaciones, Leitan Manriqueña. Acabas de hacerme perder la paciencia. Haz el favor de irte.
—No voy a ninguna parte sin que me digas algo que me satisfaga —refuta en un gruñido—. Egoísta o no, somos tu y yo y quiero tener a qué sostenerme si no puede ser a una promesa tuya de no verlo. —Deliberado, toca mi brazo con el dorso de sus dedos y susurró—. ¿No puedes darme eso?
Me entró la risa nerviosa y miré arriba, a sus bellos ojos que no quieren dejarme salirme con la mía de guardarse todo para sí. Porque así es más sencillo quererlo; el miedo de tener y perder, es tan espantoso que la intención de repetirlo me pone muy mal.
No quiero volver a pasar por ello.
—¿Qué esperas de mí? —envié la duda a la inversa, analizado su mirar que no suele mentir.
—Normalmente no espero —admite, reflexionando en un desvío de miradas corto—. Tu paciencia y la mía se miden iguales, pero no puedes ser impaciente y yo serlo también. Me has pedido paciencia y trabajo en ella cada día. ¿Y tú? ¿en qué trabajas?
Pensé en ese plan de dar y recibir y no tuve dudas en decirle.
—Trabajo en mi valentía. —Mi boca explotó en un resoplido—. Un día me restregabas lo gallina que soy, pues mira bien —le señalé mi rostro—. Nunca había hecho algo tan intrépido como el estar contigo.
Sonríe sin mostrar sus dientes, de ese modo que simula ser un triunfador acomedido. Un fanfarrón de lo peor, pero que no te lo restriega sino que solo lo disfruta. Y ese gesto minúsculo me impulsaba a encantarme más de lo que lo hace, siendo él mismo.
—¿Ha valido la pena?
—¿Y me haces esa pregunta? —Negué, dando por sentado que solo me queda la sinceridad para salir viva de esto—. Sé honesto, Leitan. ¿Qué esperas de mí?
Ríe para admitir—. Que me ames. ¿No es obvio?
—Pero es que no se espera por lo que ya se tiene —le pedí sus manos con un gesto de las mías. Al tenerlas, lo acerqué—. Tu me tienes, tonto. ¿O apostarías por un número errado? Personalmente, no lo haría.
Me soltó de las manos, fue a acariciar mi rostro y besarme, poniendo todo el empeño en la labor. Afirmé mi equilibrio en sus hombros, rodeando su cuello. Descansé de lo fatigoso de pensar demasiado en terceros, de enloquecer y sucumbir al estrés. No sabía lo que pasaría mañana, pero hoy Leitan está presente y de esa afirmación, me sujeté.
*
No sabía lo que pesa el brazo de Leitan hasta que lo quité encima de mi cintura. La posición en que dormimos fue la peor y el sitio, aun peor. Los sofás, si no son sofás camas, distan de ser ideales para el confortable y reparador sueño.
Revisé que fuese de día y, viendo que sí, acepté que puedo abrir la puerta aunque no haya lavado mis dientes. Bostecé a medio camino y escuché ruidos, pero era Leitan diciendo que es muy temprano para recibir visitas.
Seguro es Presley, que finge olvidar para venir a visitarme. No lo dice, pero se le nota a leguas que me extraña.
Quité los seguros y di un vistazo. Me tardé en registrar de quien se trataba. Lo que no duró lo que me habría gustado, por lo que cerré a medias y me interpuse en el espacio restante.
—Buenos días —dijo Miguel, usando la amabilidad que no me caía nada bien.
Seguía siendo extraordinario tenerlo en frente, en carne y hueso, respirando, nervioso como recuerdo que es y continua comportándose, y que sea yo quien lo ponga en aquella disyuntiva no me hace vanagloriarme, pero tampoco colindo con la idea de abrir los brazos y olvidar. Olvidar, a esta instancia, no tiene sitio al qué ubicarse.
—Lo son —Concordé y quise ser directa—. ¿Cómo conseguiste mi dirección?
—Me la dio Presley. —Había cierta reticencia en él. En mi también—. Espero no te moleste.
—Me molesta —dejé ver—. Pero qué puedes hacer tu con mi molestia mas que tolerarla, ¿no?
Asiente, recibiendo mis agravios. No me hacen sentir bien, pero sorprendentemente, no me interesaba hacérselo pasar cómodo.
—Si me permitieras pasar...
—Sofie.
Volteé hacia Leitan, a un lado de mí y silencioso que no lo sentí desde antes. Con un ademán se hizo de la puerta, no me negué a entregarla, y la abrió por completo, mostrando su ancho y alto, su total presencia.
—Buenos días —le dijo a Miguel, arrimándose a mí para que quede espacio libre. Simpático, le insta—. Pasa adelante.
Miguel le tomó la palabra y pasó adelante.
Hace un tiempo, yo sería una lectora excepcional de sus expresiones. Con este rostro, quizá me veo invadida por la novedad y no lo descifro. Ingresó aparentemente tranquilo pero inquieto como supe, siguiendo las indicaciones de mi visita a otra visita de dónde sentarse, curioso de mi vivienda y de lo que la adorna. Repasaba en lo que viste Leitan y en mi vestimenta de leggins de licra mostazas, suéter poliéster negro de capucha y mis pantuflas, como estoy: una recién levantada.
Él no difiere de lo que recuerdo que usaba, y su onda casual/sport, constantemente limpia, planchada y simétrica. Cuesta darle ubicación, como es probable que no consiga tener una.
—Sofie me ha hablado de ti y de tu regreso —dijo Leitan empleando una inclinación de voz que suena casual y amigable, que invita a responder por su cortesía—. ¿Quisieras hablarle a solas?
—No te vayas —dije rápidamente, aun a un lado de la puerta—. Bueno... Si es lo que tu decides, lo respeto; pero yo no.
Me sonríe y guiña, por lo que suprimo mis demostraciones de afecto y tomo sitio junto a él, frente a Miguel.
Y continúo sin ver.
—Primero, quisiera presentarme... —Miguel hace lo justo, levantarse y ofrecer su mano. Leitan le copia—. Miguel Villa Real, un placer.
—Leitan Manriqueña —se devuelven las manos pasado el apretón—. El mío.
No soporto sentirme en la dimensión de la cordialidad y los buenos tratos que simplemente no voy a dar.
—Y yo soy Monilley, quien está considerando si en verdad está dispuesta a oír. Y no quiero —añado, para conocimiento de quien hace fraternidad—, que me recuerdes que necesito escuchar.
—Sofie —dice cerca y bajando en tono a un murmullo. Pone su mano en mi espalda, dando caricias—. Sea bueno o malo, oye y presta atención.
—¿Ahora regresa tu lado racional? —le digo en el mismo tono. Soplo fuerte y hago una mueca similar a una sonrisa—. No me gusta, Miguel, que vinieses de esta manera y ni siquiera esperaras a que me habitúe a que estás cerca cuando he vivido tres años creyéndote un muerto.
—Pensé en que es mejor hacer los mandados rápido. ¿Vas a dejar que te cuente?
Por supuesto que quiero saber lo que sucedió, pero no exime el costo a pagar.
¿Qué quería? ¿Oír o no? Leitan tiene razón en afirmar lo que mi consciencia y hasta mi corazón quiere. Y si le hice caso a los dos para marcharme por salud, por ella la supuesta dignidad no debe ser empleada para mi conveniencia, aquella que se resiste.
Miguel había ido, puntual, a nuestra boda. Tal y como dijo, me esperaría por mi tardanza, pero un fatídico acontecimiento le impidió llegar. Tuvo un accidente automovilístico y permaneció por meses en un estado de inconsciencia que no le permitió comunicarse; su única compañía fue también su ayuda. Le cuentan que quien propició el accidente salió huyendo y lo consiguió una señora ya entrada en años que se compadeció de su lamentable casi fin. Le cuidó y ayudó en lo imposible: en recuperarse y en volver a tener un rostro, pues el accidente lo transformó por completo, de afuera hacia adentro.
Pasaron dos años y él estuvo casi por completo recuperado, pero supo que me hizo daño su ausencia y que no soporté permanecer donde recordarlo era fácil. Se comunicó con su familia y, a fin de cuentas, no los mantuve en mi vida; no tuve cómo enterarme de él. Nadie me culpó, y no me sentí mal por separarme.
Pero al saberme cerca, quiso sanar esa etapa que ninguno pudimos. Me buscó, halló mi sitio de trabajo, sin embargo aparecer de pronto cuando estaba reahaciendo mil cosas, sin conocer realmente qué fue de mi vida, no deseó interrumpir. Hasta saber de la muestra el linea con la buena publicidad que hizo Melina.
—Me alegra que siguieras diseñando —dijo él, con ojos acuosos. Yo ya había empezado a llorar desde saber su destino—. Aunque... No lo que más amabas.
Por supuesto. Los vestidos de novia siempre fueron de mis sueños mas personales, que hice realidad con muchísimo trabajo, más del que nos ha costado a Presley y a mí levantar este. Me llenaba de modos que no se explican, sino que se experimentan.
—No podía —dije con mi voz enronquecida—. Tenía crisis si trataba.
—Lo siento —contuvo una lágrima que casi cae—. Solo he contribuido a quitarte cosas.
—No Miguel. —Cerré mis ojos. Era difícil poner el orden de los culpables o no culpables. Ponerme a mí en orden, pero es justo y necesario—. Me diste algo muy hermoso, a nosotros. Yo te amé mucho y el resto no ha tenido que ver con ninguno. No sabes cómo me alivia saber que no me habías dejado.
—¿Dejarte? ¿Cómo dejar a la mujer que amo? —niega en medio de una risa—. Ese día te habría hecho mi esposa, Mony.
Lo sabía, y yo lo habría hecho mi esposo. Pero el habría, no existe.
Me limpié como mejor pude el rostro y le vi diferente. No solo por su rostro notablemente cambiado, era la forma en la que me sentía. Me vi, diferente. Como quien tiene un cambio de look.
Y hablamos unos horas, simplemente.
—Gracias —dije, verdaderamente afectada para bien—. Seguro Presley está mas contenta que yo, había perdido a su mejor amigo.
—Y yo a mi amiga. Su personalidad me saca una sonrisa.
Esa es Presley, contribuyendo a hacer tu vida mas emocionante, honesta y sin repremir. Usualmente la comparo con Leitan por ello; el efecto es tan cercano que me estoy haciendo adicta.
—Perdona, creo que he hecho todo mal —dije, y enseguida me hice de la mano de Leitan, que por cierto, está fría. No ha dicho sílaba alguna, respetando un espacio que no le pedí; me animo y anuncio, feliz—. Él es Leitan, mi prometido. —Sonreí. Le tomé por sopresa, y lo evidencié al mirarme—, y quien me insistió en que te hablara. Si no fuera por él, esta conversación no sería real. Gracias, por venir.
Parecía decirme miles de cosas tan solo con la forma de verme. Mi sonrisa se ensanchó y asentí, pues su lugar, nadie lo va a ocupar.
Miguel asiente y da por hecho su trabajo al levantarse. Lo hago también y Leitan, después.
—Mis sinceras felicitaciones —le dice a él—. Aunque te confieso que no me hace feliz, pero creo en los tiempos perfectos. Este, es el tuyo.
—Es bueno ver que lo tomes así, no me obligas a tomar medidas drásticas —responde Leitan.
Guardaría las formas por ahora, pero luego Leitan y yo tendremos una conversación de lo que es bueno hacer y lo que no, si me molesto. Y él aun no me ve molesta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top