Capítulo 21: Vestido de novia

Seamos como los que aspiran y respiran por más.
Como los que surgen y no solo flotan, sino que nadan.

Paula ha aceptado mi invitación al desfile. No sin antes, hacer la pregunta (o una de tantas) que temía que hiciera.

¿Por qué no has vuelto a diseñar vestidos de novia?

Son varias las razones. Y la principal, es que verme con aquel vestido que creé con amor y esmero destinado al día mas espléndido de mi vida, es peligroso para mí. Porque ese vestido, no es mío. No es de mi talla. No se adecúa a mis principios de supervivencia; lo rechazan y deciden que ese vestido, no me queda.

O cualquier vestido. Igualmente a imaginar que lo usa una novia.

Es un shock como el de recibir un buen susto y que las sensaciones no se vayan; tiemblo, mi cuerpo no obedece, y lo que fue bello se transforma en un blanco total. Una cartulina borrosa, en que no distingo qué es qué. ¿Por qué, ahora, haría lo que me hace sufrir?

Ver el recinto decorado, a Presley y Melina ultimar detalles y respirar este sueño, es lo que me hace feliz.

—No, está en los ganchos que trajimos Mony y yo —respondió Pres a Melina, que preguntó por los vestuarios. Los zapatos, el maquillaje, la bisutería, los artículos de belleza, y demás van en cajas en Vans, a parte.

—Las modelos, ¿las contaste?

—Yo lo hice —dije, mostrándoles mis listados. Me lo arrebatan y sonríen mas tranquilas. Qué sorpresa no sentirme estresada.

El escenario es de un azul cielo precioso. Incluso la pasarela es azul. Las sillas rodeando blancas con lazos rojos en las espaldas y tarjetas sobre la superficie que indican a quién le pertenecen, mas otras para la prensa que Melina y su veloz eficacia ha invitado. Es un salón grande, dividido por nosotras en una maqueta que creamos, por habitaciones que cumplen un rol.

—¿Sueñas despierta? —es Presley, a mi derecha.

—Tiene cara de soñar —Melina, a mi izquierda. Me salí de esa pequeña encerrona y las vi cara a caras, sonriendo como una verdadera soñadora.

—Las veo en un rato.

—¡Monilley...!

Les mostré mis índices negándome a oír cualquier cosita que arruine mi buen ver del mundo que me rodea.

Creí que lo haría mi charla con Paula y desde ese día a este me cercioré de que no; estoy entera, y si saber alguna entrepidez hará que esta noche no sea nuestra, entonces prefería vivir en la ignominia.

Fui al noveno piso, donde está la habitación que designaron para mi uso personal hasta mañana en que despejemos. Conté los números de cada puerta y di con la mía, accediendo con una tarjeta que me suministró Melina recién llegamos. Vi bien que entrase luz exterior, pero no deberían estar abiertas las cortinas.

Sofie.

En un sillón junto a una lámpara de lectura, sentado muy cómodamente, está Leitan desentonando por completo con la decoración. Por el simple hecho de haberme asustado y no avisar antes.

—Melina es mi celestina —dice anticipadamente—.No grites, por favor.

Doy una ojeada al pasillo y cierro la puerta con seguro. Leitan se levanta, aunque no está excesivamente cerca. Va ataviado en un traje negro con camisa blanca y corbata púrpura. Le sienta, pero ese no es el centro aquí. Crucé mis manos, no muy alegre por la desfachatez de entrar sin invitación. Si lo descubrían pudieron llamar a las autoridades. Ni el ser mas rico se salva.

—Quería verte —enuncia, caminando; midiéndome; pero no es como si lo hiciera sin alevosía. Cuanto menos de mi parte, me percato—. ¿Tu no?

Me frustré, soplando con mi boca.

—Vas de chiste —Rasqué en mi ceja, dándome que hacer—. Es la única forma en que entienda que me preguntes si quiero verte, Leitan. ¡No llamaste, no confirmaste si vendrías!

—Lo siento —finge culpabilidad que no le queda—. Cuando no se comunican conmigo asumo que no quieren mi presencia.

Le sonreí cínica, diluyendo mis ganas de formar un pleito que se ve ridículo tomando en cuenta que los dos supusimos y decidimos por suerte.

Una semana entera sin saber del otro. Una semana de no recibir aquellas llamadas preguntando si comí bien, si estoy por salir, si dormí como es debido, si sigo siendo yo. Extrañezas que extrañé. ¿Él me extrañó?

—Te equivocaste. —Cerré mis ojos un momento, cayendo en la teatralidad—. Y yo también. ¿Cómo lo solucionamos?

Era justo y preciso que lo solucionáramos. No lo supe, porque la distracción es útil si no quieres echar de menos; pero en mi caso es cansado pretender no hacer lo que, inevitablemente, haces.

—Podrías abrazarme —dice, mirando arriba en un gesto inocente—. ¿O vestir formal no ayuda?

Antes de exclamar una risotada, pasé mis brazos por sus hombros y recosté mi barbilla en uno de ellos. Él asió mi cintura, levantándome del piso tanto o más alto de lo que suele elevar mi alma y los latidos de mi corazón.

—Ayuda.

Dan dos toques a la puerta y gritan:

—Soy Presley. Tienes media hora, cuanto mucho. ¡Así que sal de ahí, guapo Leitan!

Mi risa se quedó en su hombro y me aparté, atrayendo mis manos a sus mejillas.

—Vuelve a estar picoso —digo referente a sus mejillas y barbilla.

—¿Me afeito?

—Sí, por favor. —Toma mis manos y besa una a una—. Ella regresará, mejor sal y nos veremos pronto.

—Creeré en ese pronto. —Se apropia de mi rostro y besa mi mentón, logrando que ría y que continúe riendo aun con su partida por los regaños que le lanza Presley.

Arreglarme tomó menos tiempo del que planeé, sobretodo por el peinado: un recogido que dejaba un pequeño fleco a los costados de mi rostro hasta tocar mis oídos. El vestido de escote corazón, corpiño anudado al frente y una falda en A cayendo en mis piernas como una pluma suave, en color esmeralda en degradé de abajo hacia arriba, con mangas adornando mis brazos en cinco tiras finas. Mi calzado, sandalias plateadas de plataforma con ilusiones de pétalos alrededor de mi tobillo.

No me sorprendí de que me buscaran en la puerta. Presley se complotó para ser lo más fastidiosa posible y tener puntualidad. Y se lo agradecía. Solo vi mi atuendo completo una última vez y caminé rápido a atenderla.

Salvo, que Presley no llamó.

—¿Usted es...? Más bien, no puede estar aquí. —Cierro con disimulo e insto al señor, como un abuelito mucho mas bajo que yo, a ir conmigo al ascensor—. ¿Sabe que el desfile está por empezar?

—Lo sé, y es por lo que vine. Me enviaron por usted, señorita Denver.

—¿Y quién? Si se puede saber.

—Prefiere mantenerlo en secreto —dice. Y ve a mis ojos, penoso— Espero no la ofenda.

Sonreí a gusto. Si tiene que ver con Leitan, no me ofende seguir sus indicaciones. En otro momento.

—Lo siento, pero deberá ser después del desfile.

No se notaba seguro, mas bien, como si realmente no tengo opción. No quería sucumbir al pánico, pero me ha pasado un poco de todo; ser precavida, vale el esfuerzo.

Las puertas del ascensor se abrieron y Presley me miró como al señor junto. Le dio un repaso discreto y me tomó del brazo, dándome un jalón que me introdujera con ella. Le dio al botón que cierra las puertas y el hombre quedó con la boca abierta en media palabra.

—No sé qué disparate se le habrá ocurrido a Leitan —digo—. Gracias, sentí que me salvaste.

—También lo sentí —arrugó su nariz, respirando tan profundo que se abrieron sus fosas—. Me olía mal. —Le di un toque con mi codo, riendo—. Lo sé —ríe igual—, no sucumbir.

En cuanto tuvimos un pie en el salón nos dirigimos a la parte de atrás, en donde sucede lo bello y lo feo.

Como ponernos de acuerdo, pero para ello está el cronograma y el listado. Melina, Presley y yo recurrimos al divide y unirás. Las modelos vestidas, maquilladas, peinadas, con buen aliento, estómagos y gargantas satisfechas. Con orden en el desorden por el espacio para los cambios de ropa y zapatos; las personas en constante movimiento y lo que va en un lugar, en ese lugar.

—Vas tu, Fresita.

Sonreí forzosa y le fui sincera.

—Estoy en blanco, Pres.

Da un recorrido al alboroto y nos encamina a una esquina que pretende ser silenciosa sin conseguirlo. Con sus tacones llega su frente a la par de mis ojos. Los sube, confiada en ella y en mí.

—Esto es por ti, Monilley. Tu nunca has dejado de soñar, de enforzarte y cumplir cada meta. Esta, en mi opinión, es tu mas grande logro porque son logros sobre otros, ¿o me dirás que no? —Sonríe cómplice y guiña su ojo—. Sé tu y di lo que quieras, no tiene que ser perfecto solo no debe ser falso. Y si no tienes para decir, da las gracias.

Con todo mi amor por ella, le di un beso en la frente y limpié el brillo que esparcí sin querer.

—También es por ti, Presley.

Reacomodo el escote con su ayuda. No lo pienso para pasar a uno de los costados y darme a conocer, subiendo a un pequeño podio con un micrófono en él. Tendría que felicitar a Melina por un trabajo que no tiene ni una queja mía.

—Buenas noches —dije, haciendo que las cabezas que giraban al revés, me enfocaran—. Hace poco no sabía qué decir y justo ahora tampoco sé qué añadir a ese nada, pero he descubierto experimentalmente que la única manera de saber si eres bueno en una dificultad es improvisando. Así que... Disfruten, y gracias.

*

Presley no paraba de llorar. Y de reír. Mi miedo mas grande es que se tirara en el suelo y no hallemos cómo despertarla. Su emoción luce natural; fue, sin pecar de confiada, un éxito y ella lo expresa de ese modo. Es su primera vez y lo comparto, pero necesité que le diese el aire y poner de cara al público a Melina. Su semblante de querer abrazarme y contenerse porque el show debe continuar, fue suficiente para mí y mi inseguridad.

Nos escabullimos hasta dar con la piscina del hotel; nos senté en un tumbona y pedí agua y un pañuelo para ella.

—El guapo se va a preocupar si no te ve —dijo, mas calmada. Le sonreí. Solamente ella se ve horrenda y bella en una sola.

—Lo siento por interrumpir.

Con Presley nos ponemos en pie y vemos al mismo hombre que iba a llevarme a no sé dónde antes de la presentación.

—¿Quién es usted y qué quiere? —dije arrebatada.

—No se alarme. —Su calma para hablar me daba infinitas ideas, todas, macabras—. Vine por un encargo, necesito que me acompañe.

—Dígale a Leitan que no me hizo gracia y déjenos solas, por favor.

—Comprendo que le sea difícil confiar en mí, pero no quiero hacerles daño a ninguna. Si usted...

—No insistas, Thiago.

Si antes no estaba asustada, ahora sostenía a mi mejor amiga como si en cualquier momento no tendré otro chance. De las sombras, de la parte que no cubre las luces nocturnas y rodea plantas y flores que hagan juego con la fantasía de isla paradisíaca, caminaba a nosotras una silueta perteneciente a un hombre. Presley me regresaba el apretón con fuerzas, tan inquieta como yo.

El hombre dio sus primeros pasos a la lumbre, mostrando unos mocasines casuales de piel roja; pantalones caqui de corte bajo; una camisa de solo tres botones, como de jugador de golf, y lleva en su mano una carpeta.

—No puede ser —exclama Pres, cubriendo sus labios.

No lo entendía. No distinguía su cara. Aunque su voz, si volviera a hablar, podría tratar de imaginar que le pertenece a un conocido. No estaba mal, pero no cabe en mi mente apreciar bellezas si me amedrentan.

—¿Qué no puede ser? —le pregunta a ella. Y sí, hay un matiz profundo y memorable en aquella voz.

Presley hace negaciones. Lo bueno es que no me ha soltado.

—No estás aquí... —murmura, así que soy quien la escucha. Me ve, con el rostro enrojecido, peor que antes—. Monilley, mira bien. ¡Abre los ojos!

—¿Cómo quieres que los abra si mas abiertos no pueden estar?

El susodicho ríe, como si le parecemos entretenidas. O entretenida la situación.

—No es sorpresa —dice, conocedor—. Las dos observan la vida de distintas maneras.

—Si no se lo dices, se lo diré —lo amenaza Pres y esa sí es mi impresión mas grande.

—¿Es que lo conoces?

—¡Por Dios, Monilley! —Me zarandea; los ojos inyectados de rojo—. ¿Es que no lo ves o no quieres verlo? ¡Te pido que lo hagas, por mí!

Giro mi cuello a esa persona y lo detallo como me es posible dadas las circunstancias. Es muy aseado, y sin arrugas en su vestimenta. El cabello bien cortado, simétrico en ambos lados, negro completamente. Barba y bigote cortos, como una pequeña sombra. Alto, de quizá uno ochenta y cinco; no como Owen y mis gemelos, pero sí lo suficiente. Sus ojos caramelo, muy similares a los de...

A esos ojos.

Presley amarró mis manos, cuando la miré, preguntándome en silencio si lo he reconocido.

Pero no lograba verle el rostro. Parpadeé, limpiando mi vista empañada y volvía a oscurecerse. Vi a su boca, creyendo que la escucho chillar como el día que perdió a su padre; sin embargo, quien lo hace, soy yo.

De malestar, de pena, de pérdida.

—¡... Monilley! —gritaron, y mis oídos se abrieron. Suspiré, respirando agitadamente y sintiendo que mis piernas permanecen derechas. La sensibilidad en mis mejillas percibió un toque en ellas—. Respira, niña bonita.

Y desperté.

Un buen chaparrón de agua helada, desde mi cabeza a mis pies. Se reveló lo que estaba velado; vi, enteramente, lo que se escondía frente a mí. Una cara con sutiles parecidos y estratosféricas diferencias a quien conocí, a quien amé y con quien iba a pasar el resto de mis días.

—¿Pero quién eres tú, ah? —prolifera Presley, acongojada pero muy enojada, haciendo que se aparte de mi—. Después de tres años te dignas a aparecer y dices simplemente: ¿respira, niña bonita? ¡Eras muchas cosas pero jamás un cínico!

—No es necesario que grites.

—¡Es el desfile de mi línea, de mi vida, puedo gritar cuanto...! —inhaló en medio de un quejido y le dio un empujón a Miguel que él no detuvo—. ¡... cuanto quiera, intruso! —esto lo dijo llorando, empujando tres veces, dos mas, hasta quedarse sin fuerza y recostar la frente en su hombro. Él pasó sus brazo alrededor—. Estúpido, eres un estúpido...

—Lo siento, Lee —dijo susurrando, y me miró un segundo que no pude no notar—. Lo siento mucho.

—No es suficiente, Miguel —dice, apartándose del abrazo. De un manotazo borró rastro de lágrimas y le urgió—: mas vale que la explicación sea buena. Dejamos el desfile de mi vida, no sé si lo mencioné, a medias.

Simplemente era inaudito que lo tenga frente a mí y que, además, quien se desquitara fuese Presley cuando a quien dejaron sola no fue a ella.

Fue a mí.

Froto mi cara, cansada físicamente y cansada de llorar; de llorar por él, ya no más. El cansancio es tan grande que decido no seguirlo mirando. Vienen de repente, sin darme chance a respirar todas las demostraciones de afecto; lo veces en que nos juramos te amo; la llamada, la última llamada y mi desilusión, no odio por todo cuanto adoraba descubrir, mi repulsa a diseñar, detestar celebraciones porque no estaba conmigo.

Es demasiado para mí.

—No sé qué es lo que ocurre y tampoco si quiero escuchar —dije, entera como no creí poder estar—. La cabeza va a reventarme —confieso con un jaqueca que solo aumenta.

Miguel da unos pasos y enseguida Presley le detiene atravesando su brazo.

—¿A dónde vas?

—Con ella.

Pres sonríe, como si él va de guasa.

—Las condiciones en las que te encuentras son desfavorables, Miguel Villa Real. ¿Le has preguntado, o a las dos, si queremos tus explicaciones? Yo sí, pero ella no ha dicho que te oirá, dijo que no sabe si quiere. Indecisión, Miguelito.

—Pero tienen que oírme, Presley —dijo angustiado, viendo de a una por vez—. Tienen que escucharme, se los suplico. Se los suplico por favor. Por favor, mi niña —se aproximó y a sus manos a mi cara. Pero me aparté, reacia. Él bajó sus hombros, alicaído—. Por favor.

—Tenemos personas esperando —Lamí mis labios secos, como mi garganta. Al constatar que podía caminar, rodeé inverosímil a Miguel a las puertas por donde salimos, diciendo antes de entrar—. A ti también te esperan, Pres.

Busqué desesperada un punto de referencia para regresar y al tenerla, la seguí, entrando a mi propia muestra. Automáticamente me invadió Melina, y le fui lo mas honesta posible con mi jaqueca.

Ingerí una aspirina, recostada en el tras bastidores junto a un tocador repleto de maquillaje y cursilerías por doquier. Luchando contra mi mente, en blanco y al mismo tempo, llenándose, llenándose y no poder vaciar, no tener cómo.

No podía quedarme acostada. No puedo.

—Sofie.

Quité el brazo que cubría mis ojos de la emisión de la lámpara. Leitan se sentó en un rincón del sillón, silencioso.

—Hola, empresaria —inclinó su cara para estar a mi altura—. ¿Te das a desear? Me han preguntado por ti y no he sabido qué decirles. Melina dijo que no te sientes bien, ¿quieres irte?

El horror de ese hecho me obligó a sentarme.

—No —dije presurosa, acomodando mi cabello sobre mi hombro. Es tan largo que en una cola alta aun así lo puedo ver—. Necesitaba descansar, pero estoy lista.

—Lo estás —dijo coqueto, sonriendo. Reí, acercando mi frente a la suya. No sabía cómo es, pero me calmaba el hecho de tenerlo acompañándome—. ¿Y Presley?

—¿Quién la llama? —respondió ella.

No queriendo actuar como desentendida, me aferré al acontecimiento. Es nuestro día, nuestro trabajo duro puesto al ojo público para ser juzgado y no me lo perdería.

Aunque mi mente que estaba extraviada.

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