Capítulo 18: Quemar el dolor
—¿Me pides que no me meta cuando está involucrada mi mejor amiga? —Solté una carcajada seca—. Maravilloso. Lo último que me faltaba.
Leitan afloja la corbata, recostado en la puerta del baño ejecutivo. Hay tres cubículos y un lavamanos dividido en cuatro lavabos. Le volteo mis ojos y saco mi brillo labial, pasándolo por mis labios sin que haga falta.
—No es asunto nuestro —dice.
Muerdo mis labios y siento como el brillo desaparece. Gruño, extendiendo mi brazo al rollo de servilletas. A volver a empezar, aunque es inútil. En primer lugar, ¿por qué lo saqué?
—Sé porque lo digo —agrega. Como si fuese a dejarme tranquila ese hecho—. Sofie, Presley es perfectamente capaz de defenderse.
No dudo de la capacidad de ella para tomar al toro por los cuernos; me ha enseñado a hacerlo cuando no quiero. Me ha enseñado lecciones que ninguno de mis padres, aun con su crianza en medio de sus posibilidades, ha podido. A eso me debo.
Y a mi gran amor por ella.
Le echo un ojo al reflejo de Leitan en la misma posición, esperando por mí. Porque primeramente entramos para mi tranquilidad, por una explicación y retocar el maquillaje que pasó al olvido. Ahora, varias de mis ocupaciones, el listado de ellas, se esfumaron y la posición encabezada, la tiene él.
—¿Quieres regresar? —ofrece, mas que pregunta. Mi mirar va de mi bolso de mano a mis uñas pintadas de rojo.
—Quiero que me beses, siendo sincera.
Adiós a mi maquillaje sobrevalorado.
Y a mi bonito peinado.
Unos buenos quince minutos me entretuvieron hasta tener el cabello en el recogido que me esforcé en tener para esta, la gran noche de Leitan. Lo obligué a sujetarlo en alto mientras cerraba el broche, verificando que siguiera siendo vertiginoso. Besé su mejilla por su bella paciencia y salimos a reunirnos con sus invitados.
Melina se mostraba interesadísima en el desfile, que se efectuaría en un par de semanas junto a la odiosa conferencia. Presley no pululaba cerca, así que me centré en ser una yo más parlanchina y buena oradora de mi propio trabajo, embajadora prácticamente.
—Me gustaría verlo, y verlas diseñando —dijo como un comentario casual que sentí indirecta; una que no pretende ser invasiva—. Si están de acuerdo.
—Eres bienvenida, pero si pudieses mantenerlo en secreto, te lo agradecería.
—No tienes ni que pedirlo, Monilley —asevera, sonriente—. En mi, tendrán una tumba.
—Mira a quién me encontré —dijo Michael a su esposa, hablando detrás de ambas.
Nos volteamos y reconozco a la hermana mayor de Leitan, Almerine, del brazo de Michael. Las señoras se saludan y yo entro en escena como típico paracaidista novato: no sabiendo cómo aterrizar.
—Gusto en verte —dice Almerine, mostrando mas su cadera izquierda al poner un puño apoyado en la contra—. Leitan mencionó que no estabas segura de aceptar mi trato y, si eres tan amable, quiero conocer el motivo.
—No mezclo negocios con familia —dilucido, práctica—. No eres la mía pero sí suya.
—En nuestra familia es imposible no mezclar, querida —alega confianzuda. Me es dificultoso no remembrarme en panoramas tales a este y mi repudio en ello—. Si vas a pertenecer, debes acostumbrarte.
—No sabía que debo —hago comillas con mis dedos—. Los malos entendidos se pueden resolver, las relaciones que incluyen sangre, no tan a prisa.
—¿Me rechazas?
Le mostré una expresión que no da lugar a otra respuesta, mas que la afirmativa. Es cierto que aun no tenemos un sitio fijo donde se dispondrá el desfile, pero confiaba en que Presley y yo lo resolveremos.
—He oído suficiente —se ofendió y, como vino, se fue.
Melina y Michael junto a mi la vimos meterse entre las personas y no ver rastro suyo.
—No lo tomes personal —dice Michael, abogando por ella—. Tiene buenas intenciones y poco tacto.
—Sé de poco tacto y ese no lo es. Mas bien, una rabieta.
—¿Tienes problemas? —pregunta el caballero. Les sonrío como una disculpa y pienso si cambiar de tema hará que Leitan me salve.
—Dinos si te podemos asistir, Monilley —persistió Melina, sonriendo aunque no está mirando a mí directamente—. Si eres parte de Leitan, también lo eres de nosotros.
Siento una presencia en mi espalda y al tener los brazos rodeando mi cintura, sonreí y me arrimé para abrazar su cintura también.
—¿Hablaban de problemas? —les pregunta Presley, chocando nuestras caderas—. Porque soy su chica.
—Si no estoy mal, les hace falta un buen lugar en que presentar su línea —deduce, acertadamente, Melina. Presley le responde que sí—. Fantástico. Tengo el indicado, ¿cierto, cielo?
—Si llevar siete años casados me ha hecho un experto en leer sus pensamientos, lo tenemos.
Los cuatro reímos y por fin, después de unas horas, consolidé en mí y recibí con los brazos abiertos —también mis expectativas e ilusiones— mi nuevo estado: el de una Monilley que no sentía conmigo, la que está contenta y no puede esperar a ver lo que sigue.
Sin embargo revisé bien el lugar y no estaban todos los hermanos de Leitan, ni sus padres.
Él no simulaba esperarlos; disfrutó de atender, de invitarme a bailar —y ser rechazado; pies izquierdos, no van con pies derechos—, de bailar con Presley, Melina y reír cuando era momento de reír. Al irnos, confié en que fue un éxito. Pero no se lo pude preguntar.
Movieron mi hombro. Entreabrí un ojo y lo que vi fue a Leitan inclinarse en mi asiento, con una cara de querer soltar un chascarrillo. Toqué mis labios, por si a caso había babeado.
Me desperancé, llevando mis hombros atrás y rotando el cuello de forma lenta. Me dolía la espalda, pero lo atribuía a estar tanto tiempo de pie. Con un buen sueño, me recuperaría.
—Mis padres tenían un viaje pendiente y no lo pudieron posponer —dijo. Observé su obscuro rostro, aguardando—. Y mis dos hermanos mayores regresaron a sus casas. No viven cerca.
—Tener un viaje y no poder posponerlo por ti, su hijo, no suena bien. —Niega, sin mediar palabra. Toco su aun rasposa mejilla—. Felicidades por lograr tus propósitos, Lei —me río, emocionada.
Giró su cara para tener los labios en mi palma, darle un beso y decir—: aun tengo muchos otros. ¿Quisieras estar en ellos?
Es abundantemente agradable esta sensación dentro, que no la comparo; es sin igual, cosquillosa y decadente. Come un poco de mis nervios, de mis sentidos y mis pensamientos. Buena y temeraria.
—Quiero.
Me inclino a besar su mejilla.
—Conduce con cuidado, y aféitate.
Su risa siguió la estela de mi camino a un profundo sueño.
Uno que no había tenido en mucho tiempo.
En los meses en que planeé mi boda me convertí en una mujer que no descansaba. No sabía en lo que me metía; organizar una boda es para tener orden, meticulosidad y mucha templanza. Era de ese tipo de persona que consigue tener sus pertenencias calculadas en un sitio, pero no significa automáticamente que era capaz de ser una organizadora cuyo fin va a conseguir perfectamente. En mis sueños, por supuesto.
Así que contraté un organizador y el hombre hizo un trabajo, pero del que vi poco. Miguel frecuentaba a muchas, muchas personas y siguió sus consejos, estos se amoldaron a los del organizador y montaron un atractivo modelo de boda de ensueño (o es lo que juró Presley. Ahora recapacito en que nuestros gustos no son afines) al que, gravemente, ignoré. No me interesaba cómo se viera; mi meta, mi enfoque era ser esposa de Miguel.
Sin embargo, soñé con un lugar decorado; con las personas mirando la corona de flores en que estábamos nosotros y el cura. Mis primeros sueños no tienen a ciertas gentes, pero este tuvo a los que recuerdo, los que pertenecen a mi presente. Soñar que estamos en plena ceremonia no me entristece, pero el que Leitan esté allí, cerca, me pone en modo alerta.
Además, usando mi vestido. El vestido que yo misma diseñé.
Cubrí mi rostro, recostándome de la silla, reclinando hasta su límite.
—Uy, no vayas a contagiarme tus ganas de trabajar —dijo Presley.
Tardé en destaparme, y en cuanto lo hice, palpé entre mis hojas, mis bocetos para que viese uno de ellos. Se sentó en orilla de mesa.
—¿Lo recuerdas?
Ella se enfrasca en ver con detenimiento y pronto expresa con sus ojos y boca su impresión.
—Inconfundible, Fresita. —Baja la hoja, portando un suspiro—. ¿Me debo preocupar por los efectos secundarios de que esté viendo una replica de ese vestido?
—Lo soñé. Soñé que sí nos casamos, todos estaban allí; incluido Leitan. ¡Dios Presley! —Agité mi cabello, desarreglando—. Demasiado vivo, demasiado real.
—Me debo preocupar —afirma, torciendo sus labios—. Mony, ¿si te convido a una locura, me dirías que sí?
Asentí sin detenerme a considerar. Ella sonrío con gusto y me pidió que confiara, la siguiera y no preguntara.
No fuimos lejos. Tan solo a unas cuadras, en un callejón con varios envases de basura y cajas vacías, desperdicios. Alzó mi vestido en un boceto y de su mano restante, un yesquero.
—Haremos esto. No como un rito que busque traer a los muertos ni darle pleitesía a un supuesto ídolo —habla con sus justas separaciones, dando una clase—. Lo haremos como modo de terapia. Ya va siendo hora de que convivamos con los recuerdos, ellos nunca van a irse. El recuerdo del amor que le tuve a papá no desaparecerá, pero puedo estar con él y llevarnos bien. El recuerdo del amor que le tuviste a Miguel no desapareció, Monilley, pero puedes decidir afrontar que ese dolor no es tuyo, lo que te pertenece es el amor. —Encendió el yesquero y lo acercó a una de las puntas. La miré a los ojos y me emocioné por lo que trasmiten—. En este acto, quemamos el dolor, quemamos el rencor y quemamos la soledad de ese recuerdo —la mecha tocó el papel y lo fue desintegrando—. Lo hacemos... —sorbe su nariz, mirando las cenizas que volaron, manchando el aire con su tono grisáceo—. Lo hacemos por nosotras, no por él. Porque seguimos vivas, pero este, está muerto.
En el último trozo aventó la hoja y cayó al suelo, quedando una pequeña uña. La miramos largo rato, como si pudiese volver a materializarse.
No volveré a ser quien fui. Aunque Presley lo intente creer y me de múltiples evidencias de esa retrospección de mis actitudes pasadas, es imposible que sea la misma. Imposible que tome las mismas decisiones y eso suponga ser de mi yo de antes. Pero, como estas cenizas, creía en que se puede ser un nuevo tu, con todo lo bueno que tenías y lo bueno que no sabías que tienes, como también lo malo y lo que no es perfecto.
Acerqué mi cabeza a la suya, un poco mas baja, y las afirmé juntas.
—Está muerto —dije, recordando la ultima frase del acto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top