Capítulo 17: Es mi novia
—Me gustó.
—¿Seguro? ¿ni una parte de ti quiere cambiarlo?
—La parte del cartero.
Presley silbó, viendo una revista de modas de la década pasada. Según sus métodos, la ayudan a pensar con claridad en lo que no se debe repetir y lo que sí, si lo hacen con buen ingenio, combinación y el ojo de un diseñador nacido para serlo.
—No pudo resolver ese aspecto, guapo Leitan —le responde ella, pasando la siguiente página—. Necesitaba su firma y a su presencia para la decoración. Nuestros gustos respecto a, todo en general difieren, y a fin de cuentas en su colección.
—Nuestra colección —corrijo por catorceava vez—. ¿Lo tengo que estar repitiendo constantemente?
—No —sonríe, y me guiña—. No hoy.
—No las entretengo mas —dice Leitan—. Nos vemos en la noche.
—¿Va también para mí? —duda Presley, cerrando de un golpe la revista y hablándole a mi móvil como si fuese el propio Leitan—. Esas cosas de ser chaperón no se usa, eh.
—También va para ti —le especifica—. Y no serás chaperona. Tengan buena tarde.
Acaba la llamada y soy invadida —mi espacio de trabajo— por Presley, sentada en el escritorio.
—¿No te pareció que su despedida fue muy informal? No lo sé, si me gustara alguien tanto, no dudaría en hacérselo saber.
—Estábamos hablando en altavoz. ¿Esperabas que desparramara su alma en una despedida?
—Como mínimo. Yo estaría saliendo con el susodicho, ¿no? —Afirmo como buena oyente—. ¡Me lo merezco!
—¿A fin de cuentas nunca hubo esa cita, cierto?
Se bajó de un brinco de la mesa y agitó sus anchas caderas por el piso, hasta sentarse en su silla. Con las manos enlazadas y los codos en los brazos.
—No. Según su contestador está en un <<viaje>> —engrosa su voz, similar a la de José Ángel—, y me vale cacaguates, Mony. Tengo planes presentes.
—Quieres decir que le dijiste que te gustaba y él está de viaje.
—Le hablé para aceptar la cita que me pidió, ¡y al imbécil se le ocurre irse, irse bien lejos cuando me decidí! —ofendida, cruza sus brazos—. O sea, no hay derecho.
—Pres. —Decidí no burlarme, aunque está difícil—. Tardaste semanas.
—¿Y? Si le intereso, pudo esperar.
Reacomodé mis hojas y lápices que ella removió, ordenando en el lugar de inicio. No pelearía contra su lógica. No porque acabaré perdiendo, sino porque Presley no se ofende por mucho tiempo y, si sigue ofendida, es que le dolió.
El rechazo es útil, para aprender de él. No recuerdo que alguna vez la rechazaran, pero recuerdo perfecto las veces en que lo ha hecho. Las cucharadas de medicina vienen en envases de diferentes tamaños y sabores. Como su amiga que no quiere ver que sufra, me compenetro con su irritación e incógnita, sin embargo como la amiga que prefiere que crezca, lo veo como una mezcla justa para el molde correcto.
O como diríamos: una talla para tu medida.
**
Había leído el papel tres veces. No creía lo que en él estipulaba. Simplemente, porque es increíble.
Todo, cuanto me convenía, está perfectamente redactado y revisado posteriormente por un abogado. También tengo el derecho, si no se cumplen una de mis exigencias, tomar este como nulo. Dispondré, como allí dice, el tiempo estimado y si no cumplo con este, seré denunciada por incumplimiento y pagar un multa hoy día es un suicidio financiero. Entre otros muy buenos y justos enlaces con mi socio y yo.
—No puedo. —Empiezo a guardar cada hoja en la carpeta donde vino. Pero Leitan los arrebató de mis manos y puso tras su espalda.
—¿Cómo no puedes? ¿te falta una extremidad?
—No es broma, Leitan. Es tu hermana de quien hablamos, ya me es lo suficientemente trabajoso concebir que me hicieras un préstamo, ella sería mi colmo.
—Son negocios, no te estoy haciendo ningún favor —dijo despectivo, advirtiendo con su mirada que no tocara—. La publicidad dio sus frutos, a ella le interesó y te está ofreciendo un trato conjunto. Si no lo quieres, bien, pero no poder no es tu estilo.
Apoyé mis codos en la mesa, afincando mi barbilla entre mis dedos. Recorrió mi mirar su camisa ajustada negra cuello tortuga con una estampa roja de un rayo tocando el costado, cruzando el pecho y llegando al hombro; la barba que está comenzado a crecer y que no tuve anteriormente oportunidad de ver; sus labios, nariz...
—¿Y cuál es ese? —instigué, sonriendo.
Copia mi gesto —el de acercarse a la mesa y por ende, a mí—, doblado su cabeza y dando largas miradas a mi rostro.
—Uno que combina con el color de tus ojos: obscuros como un día nublado, y sobrepasando entre las nubes tu intrepidez, como un relámpago.
No luché con mis ansias. Las dejé ser y hacerse de mi control. Besé a Leitan como me apetecía: suave, prolongando el momento en que mis labios se unían con los suyos, sin aparentes connotaciones, pero ese sabor ácido en mi paladar no es mentiroso. Si pretende, lo hace; yo no pretendía un añadido que no abarcara disfrutar de ese pretencioso y sinuoso beso, como los previos y los que, gratamente, espero que vengan.
—Quiero algo diferente —dijo él, solo juntando frentes y las puntas de nuestras narices. La mesa estorbaba; no alcanzaba a tocar su barbilla sin estar incómoda—. Estás coqueteando... ¿qué han hecho contigo?
—No me han alimentado, por ejemplo. —Estiré el brazo por el menú—. ¿Qué quieres? Presley me recomendó probar una Cesta CocoBanana, ¿quisieras compartirla?
—Quiero presentarte como mi novia. Esta noche.
Una emoción con espanto se posicionó en mi pecho, acelerando mis ritmos cardíacos. Coloqué el menú junto al contrato y apreté mis labios.
—Irán mis amigos, conocidos, personas con las que frecuento en mi trabajo y mi familia —ilustra, en una voz que no reconocí muy cercana al entusiasmo apasionado—. Todos festejarán conmigo media década de haber emprendido mi propio negocio y que tenga tanto éxito. Me gustaría que conozcan el más grande.
Sonreí, y le asentí varias veces. ¿Cómo decir no así me produzca un molestar estomacal?
—Lo único que me preocupa es si compartiremos la cesta CocoBanana.
*
Como era de esperarse, a Presley no le fascinó enterarse de que en menos de media hora tendrá en su campo de visión a José Ángel Manriqueña.
Se puso un modelo similar a un camisón de pana, mangas descubiertas y de falda corta. Sandalias altas y el cabello, su largo cabello, en una cola de lado cayendo sobre el hombro. A mi me tocaba ir por un vestido ajustado azul obscuro con franjas de un gris escarchado cada cinco centímetros, horizontales, hasta los tobillos. Abierto desde la altura de las rodillas, a cada lado. Tacones amarillos sin plataforma y descubriendo mis uñas en un esmalte transparente.
—Te quejas de más —le digo, comiéndome los nervios en una galleta—. Tu no eres a quien van a presentar. A veces... siento que Leitan espera mas de lo que soy capaz de ofrecer.
—Habló la todo terreno —protestó irónica—. Linda, contigo he subido montañas a pie, he conducido en tierra y detesto ensuciarme, ¡me he aventado en paracaídas! Fresita —Me quita la galleta, comiendo de un mordisco el resto y aun masticando me animó—, tu puedes.
Sus palabras de ánimo, por mucho, me alentaban, sí, pero no son una varita mágica y podré contra todo y todos. Realmente me encuentro asustada.
—Supongo que lo peor que podría pasar es que me caiga.
Presley ríe, estando de acuerdo conmigo.
Leitan nos esperó, jocoso con la especial situación. Él y mi amiga intercambiaban opiniones sobre las etapas que atraviesa todo emprendimiento y que la solidez poco se puede presumir; él, incluso, no debería estar festejando pues los bajones están a la vuelta de la esquina. Se tratan tan bien que Presley le dice guapo a cada oportunidad y Leitan también la llama guapa; por Dios.
—¿Dónde está? —pregunta Pres, volteando a los lados de los autos en el estacionamiento subterráneo del edificio que le pertenece a él—. ¿Crees que no sé que venir fue una treta tuya?
—Ya estás aquí, es lo que importa.
—Mira, guapo Leitan. —Adivierte con sus ojos e inclinando la mitad de su cuerpo cerca del asiento de conductor—. Puedo irme cuando me plazca.
Pero no se iría. Los tres, lo sabemos.
Presley salió de primera y se nos adelantó. Yo me miraba de nuevo al espejo de mano y reacomodaba mi cabello sostenido en una peineta redonda, brillante, muy de los ochentas.
—¿Viste mi aliento? —dijo Leitan, haciendo que lo vea. Sonrío sin entender—. Mi respiración, Sofie, que se va cuando estás cerca.
—Cielo Santo, guarda silencio —ruego, con la lengua seca—. El corazón va a romperme los tímpanos.
En un acto espontáneo, besa mi mejilla y mis latidos descienden su velocidad a una que puedo controlar.
—A ellos no tienes que ganártelos. A mí ya me tienes.
—En realidad te tuve desde que firmé por ti —le recuerdo. Logro que sonría; me saco el cinturón, dando un soplido—. Vamos, Lei.
No he estado en una celebración desde mis días de juergas con Presley, poco antes del día de mi boda. A donde quiera que iba, mi amuleto ha sido ella. Hoy no es diferente, aunque se está escabullendo de verse frente a frente con José Ángel. Sencillamente, no lleva bien el afrontar si no lo desea.
Es fácil saludar a desconocidos y que digan lo bella que estoy; con los que vienen acompañados, regreso el elogio. Uno que otro trataba de indagar a lo que me dedico, pero Leitan es muy bueno desviando la atención y haciendo bromas, casi indirectas, que me sacan de líos.
El último con el que nos topamos fue con Michael Rain, un socio cercano que no para de hacerse el listillo aunque estamos con su mujer. Hace gracia, hasta cierto punto.
—¿Me dices que la tienes allí, y aun no la haces tu esposa? —Me lanza una mirada bastante coqueta. Guardo el gesto que quiero exteriorizar; si esta fuese mi fiesta...
—Es mi novia, todo a su tiempo —responde Leitan.
Y este se detiene, no solo para mi sino para los que veo. He oído a Presley gritar.
—No te muevas —me pide Leitan, y no sé porque pide algo así. Estoy por refutarle—. Te la encargo —dice a Michael, dejándonos a los tres solos.
Paso de mano a mano mi copa de agua gasificada, decidiendo que su contenido me vendrá bien para pasar el trago. Parcialmente, sigo la charla con Melina Rain, que me ha elogiado el vestido con constancia. Le admito que mi amiga fue quien lo diseñó, buscó la tela, cortó y coció para mí.
Su sorpresa aumentó mi orgullo por Presley.
—¿Puedo tener uno? —preguntó, y por su tono comprendí que va en serio.
Ella es una mujer de silueta curvilínea, como la que se popularizó a finales de los noventas. Y también alta, tanto como lo es Leitan y su esposo. Rubia caramelizada, con un moño a mitad de la nuca. La rodea un vestido acampanado dorado, cuello recto siguiendo la línea de las mangas. Su piel trigueña, muy a fin con el color del vestido, aunque la hace ver un poco pálida. Unas sandalias altas de tacón grueso, color blanco y de material brilloso. Y si no era bella, sus ojos tienen un fondo gris y matices azules. Como un felino.
Además, estudia a las personas. Me inspiraba una inteligencia distinta, cercana a mis instintos respecto a las mentiras; extrasensorial, como dice Presley.
—Claro que sí, Melina —dije queriendo satisfacerla, sin saber bien porqué. Michael sólo bromeaba por Leitan, pero cuando se fue, estableció una separación entre nosotros y mantuvo a Melina cerca.
—¿Cuando? —Suena urgida.
—Todavía estamos ocupadas con el lanzamiento de la línea y...
—¿Vas a lanzar una línea? —me interrumpe, tomando de pronto mi copa y dando un trago. Su esposo ríe, y yo le sigo—. Pero si eres tan joven.
—Las apariencias engañan —dicen por mí.
Presley y su singular encanto eclipsa mi preocupación. Leitan viene tras ella, y junto, su hermano. Le sugiero a Leitan que se explique con mi movimiento de ojos; él eleva un dedo a sus labios. ¿Me manda callar? ¿Guarda un secreto? ¿qué rayos, qué rayos?
—Presley Aguilera —se presenta con la pareja—. Su socia, en el trabajo y en la vida.
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