Capítulo 15: El principio

Hasta el viernes no hubo descanso. Ni uno.

Presley no quería usar sus buenos hilos ahora que es una rica heredera; es como si el término le molestara tanto que no lo menciona como algo real. Para sí, quien heredó fue su madre (y está haciendo lo posible porque el abogado de la familia le transfiera en totalidad a ella). Lo que su padre le dio en vida, fue suficiente para sentir que puede y debe ser una persona integral, solo porque así lo decidió.

Respetaba lo que decidió para vivir, aunque en ocasiones contadas me vienen pensamientos de utilizar una nimiedad de ese dinero en nuestra meta, ayudarnos y luego regresarlo. Pero volvía en mí y guardaba esos pensamientos.

No recordaba cuándo fue la última vez que cosí a mano, o en una máquina. Ahora que estamos simbólicamente de manos atadas, no podíamos contratar mano de obra y tuvimos que usar las nuestras mientras seguimos de manos atadas respecto al lugar. Solamente la influencia, el dinero y la eficacia honrosa nos harían las ganadoras de una demanda.

Me pullé algunas veces, pero todavía tenía lo mío. Como andar en bicicleta, no se olvida así trates.

Para mi, fue un día de provecho.

—Estoy yendo al semáforo —digo, sosteniendo demasiadas cosas para tener dos manos y arqueando el cuello evitando que el móvil vaya al suelo. Caminaba al cruce junto al semáforo.

—No te veo. ¿Estás mintiendo?

Por poco se cae el estuche donde guardo los bocetos.

—Púdrete Leitan, por supuesto que no miento.

Hubo una pausa prolongada y, de pronto causándome un buen susto, oigo sus carcajadas resonar en el auricular. Carcajadas pegajosas, lamentablemente. Ay, pero estaba tan estresada que no lograba ni mandarlo callar ni reírme con él.

—Aquí estaré —dijo al colgar.

Permití que cayera el móvil entre mi cuello y clavícula para sostenerlo con mis muñecas, hacer malabares y meterlo dentro de una bolsa. No es bueno llevarse el trabajo a casa, pero situaciones desesperadas...

En el cambio de luz, caminé con pocas personas al otro lado de la calle. De lejos vi el deportivo; fui directa al asiento de acompañante, entré como me fue posible y cerré la puerta como me fue posible. Dentro, con la calefacción a su justa medida, solté un suspiro y una que otra carga.

—Buenas noches para ti también —rompió mi silencio, encendiendo el motor y cruzando a un lado de forma muy hábil al auto estacionado en frente, uniéndose a los que conducen—. Puedes deshacerte del peso y dejarlo atrás; hay espacio. —No me muevo pues no me gusta causarle ninguna molestia. Supongo que lo sabe porque toma, aun conduciendo, las asas de las bolsas y las pone atrás—. ¿Y tu día? Nunca me habías respondido así antes.

—Lo siento —digo con tanta vergüenza que prefiero ni verlo—, estoy atareada.

—Me lo has dicho —concuerda, armonizando su voz a una consideración que no estaba lista para interpretar—, solo que obvias en qué, exactamente.

—Si puedes ver, llevo trabajo a casa. Nunca se deberían juntar ambas.

Asintió dándome la razón.

Aprovechando que no parecía querer anexar otro punto, abrí mi bolso y saqué mi pequeña agenda/block de notas.

Recortamos presupuesto; mucho de lo que ya se previno, nos cayó encima como losa. Con el presupuesto está añadido los ayudantes, el vehículo, el extra que siempre está por emergencias, nuestro sustento en ese período, y si seguía escribiendo mi agobio no me permitirá dormir.

—Sofie, ¿cuándo vas a pedirme que te ayude?

Mis ojos descansaron en la agenda, inertes. Necesité aclarar mi garganta; la obstrucción era enorme.

—Es que no quiero que lo hagas, Leitan.

—Pero yo sí —rebate dulcificando su modo de hablar y entonación—. ¿Recuerdas lo de compartir?

—Creo que utilizas situaciones complejas para ganar.

—Claro que sí. —No hace el mínimo esfuerzo de simularlo—. ¿Por qué no quieres mi ayuda? Si consideras no poder devolverme el favor, Sofie, lo estás haciendo. Serás mi esposa.

El término, como un ladrón, hurtó mi aliento y esta vez sí lo miré.

—¿Y qué significa? —pregunté.

—A grandes rasgos, que lo mío es tuyo y viceversa. —Sonríe alegre, aminorando la velocidad en un semáforo—. Para aprender a convivir con una idea que no te agrada, debes practicar.

—Voy a responderte el porque no quiero que me ayudes y es simple. Porque en lo que se refiere a mi trabajo, no compartimento. No estoy cómoda.

—Regresamos a que si estás luchando por aprender a compartir, es obvio que no estarás cómodo pero no que debes dejar de intentarlo. Tu ni siquiera lo intentas.

Si supiera...

Es por él que estoy sentada en este auto sin haberme puesto altanera y haber recurrido a un taxi en primer lugar. Es por lo que me despierta que he desechado mi regla no tácita de no permitirme estar con ningún hombre, pues no era apta. Mis esfuerzos tal vez no se comparan a los suyos, pero no estoy dejando de intentarlo.

—Estás siendo injusto.

—Tu también.—Ve hacia mí, apartando su expresión de buen rato—. Hay que ponerle remedio, hoy.

Como me es costumbre, le fruncí el ceño.

Él reclinó su cabeza a un costado, acercándose. Mi entrecejo descansó del empeño en fruncirlo, observando a Leitan despegarse de su asiento e invadir mi espacio con el suyo. Di un recorrido por sus facciones realmente bonitas y varoniles, y como el día de mi mudanza, lisonjee de la forma de sus labios. Tanteé mi asiento hasta dar con el botón que quitaba el cinturón de mí, consiguiendo mi meta y poder cortar el espacio que no puede hacerlo él sin mi ayuda.

Así que era eso.

Me embebí del azul y dorado de sus ojos, como no he tomado la oportunidad de hacer. Después, mas segura, cerré mis ojos y sabiendo en qué posición estoy, besé su mentón. Al segundo beso en el mismo, Leitan metió una mano en la parte baja de mi cabeza y cerca de mi oído, ajustándome y dando un beso ligero a mis labios.

Por Dios.

Apoyé una rodilla en el asiento y pasé mis manos por su pecho, rumbo a los hombros. Los besos eran simples toques que, en otro punto, me parecerían dulces. Pero me estaban emocionando demasiado; incluso creía sentir que me escuecen los ojos y si no me separo, voy a llorar. Y Leitan no estaba en condiciones de alejarse, aunque había interpuesto mis manos.

La lluvia de claxons resonaron dentro del automóvil. Pude apartar las labios de Leitan luchando sin esfuerzo en tener los míos. Los miré, un poco ida y fui a sus ojos. Le habia dicho que nos tenemos que mover, pero poco le importaba darse prisa.

—Leitan —le insistí. ¿Pero era mejor que él fingiendo que sus besos no producen reacciones en mí? No lo soy.

Se relamió y en un movimiento —similar a un niño regañado— se puso en marcha.

Condujo a un restaurante, aparcando en el estacionamiento interno. Me sonaba de algo; si tan solo pudiese dejar de pensar en los besos, seguro lo recordaría.

No puede ser un restaurante con estacionamiento, tienen que tener mucho espacio y demanda. Entonces, es el de un hotel. Un muy buen hotel.

No se detuvo a mirarme. Bajó y dio el recorrido a mi lado, ofreciendo su mano para ayudarme a salir.

—No estoy vestida adecuadamente —digo junto a él, de camino a los ascensores.

—Bromeas —adivina, adivinador.

Veo una de las columnas que dividen tres conjuntos de autos, unos de otros, y lo recuerdo. Acaba de pasar el vigilante de esa vez, que me trató groseramente.

—¿Pretendes que me disculpe por besarte?

—No deberías —dije al descuido, sin dejar de ver el caminar del hombre—. Te besé primero.

Leitan me detuvo del brazo y se volteó parcial, buscando el origen.

—¿Qué ves? —regresa a verme, como perdido—, ¿qué es?

—Es el vigilante de turno. —Expulsé un suspiro—. Teníamos un acuerdo de presentar la línea en este hotel, incluso hay un contrato pero nos desecharon por la conferencia de un político en ascenso. Luego... Renunciaron las modelos, no tenemos costureras. —Encogí mis hombros y estrujé mis manos entre ellas—. Va todo mal, salvo mi determinación que flaquea por la preocupación.

Leitan de pronto sostiene mi cara, acariciando mis mejillas con tanta delicadeza que ahora sí voy a llorar.

—Deja que te ayude, por favor. No quiero que estés triste, y —se acerca, hablando bajo—, no quiero que tengas excusas para irte.

Cierro mis párpados, permitiendo que se derramen las lágrimas que he estado conteniendo. Dios, es tan difícil decirle que sí, pero también lo es negarme a un obsequio que no pensé en todos estos años que me mereciera.

—No voy a irme.

Sonrió vencedor y me dio un casto beso en los labios; lleno hasta mas no poder de insatisfacción.

—Bien. ¿Crees poder comer aquí? Hay buenos cortes.

—Tengo hambre, sí que puedo.

En el ascensor le pedí que sostuviera mi bolso y empecé por lo mas práctico: recoger mi cabello a media cola, dejándolo lo mas alto posible para darme la altura que las zapatillas de bailarina no me dan y un aspecto elegante con ninguna hebra suelta. El maquillaje corrió con fuerte, pero pasé con toquen leves un pañuelo desechable por mis mejillas. El resto, el vestido de corte alto, ajustado y sin mangas color durazno bajo un bleiser negro, casual e inapropiado, ¿pero quién convence a Leitan? Ha saber quién.

—Nunca había presenciado nada parecido —dijo al devolverme el bolso. De imaginar entrar a ese restaurante con el montón de bolsas me entra la risa.

Al recibirnos el piso correcto, nos saludaron dos hombres en uniforme de botones. A la izquierda dirige a la salida y a la derecha, cercado por una amplia cinta dorada, está dividido el restaurante con un hombre tras un podio que recibe a quienes lleguen. Leitan saluda y pide una mesa para dos.

Como supe desde siempre, habían damas vestidas para comer en un sitio como este, que lo requiere y exige. Mi mirada reprobatoria para con Leitan era justa y necesaria.

—No te fijes en ellas. —Apartó la silla para mí. Y en vez de sentarse frente a mi, lo hizo a un lado. El maestresala nos brindó el menú. Leitan fue quien respondió que deseaba un vino de un nombre que reconocí pero deseché; está bien con la carne pero no me apetecía unirlos. Finalizando nuestra orden, se va el hombre y él continuó—: puedo recibir la cancelacion de la deuda en especie.

—¿Especie? —cuestioné dibujando una sonrisa.

—Sí. Tendrás que darme algo a cambio, pero esperaremos a que pase el desfile.

—Estás dando por sentado...

—Lo harás. —No negativas, no pesimismo—. Confío, Sofie. ¿Puedes tu confiar?

Rodeé mi ojos. Siempre buscando y encontrando la forma y manera de ponernos en un asador, a ambos, en circunstancias diferentes y muy compenetradas.

—No me gusta la indecisión —me dejó en claro. Sus hombros se movieron parcialmente, acomodándose en la silla—. Ella me dice infinidad de carácteres de una persona.

—Tu intensidad abruma. Lo quieres todo en un disparo y... Y yo necesito tiempo. Te lo he dicho, Leitan, entiéndelo.

—Pongamos un ejemplo —enuncia, propio como un profesor—. Si estuvieses enamorada, querrías pasar toda tu vida con esa persona, no lo dudarías un segundo. ¿Cuál es la diferencia en este caso? ¿que no estamos enamorados? He visto cerca de mi como, si dos personas se ponen de acuerdo, pueden enamorarse, pueden amarse. ¿Tu y yo somos distintos, Sofia?

—Míranos, hombre necio. ¿Cómo es que decidiste que somos como los demás?

—Porque para decidir solo hace falta hacerlo. Pero lastimosamente estoy frente a una gallina.

La ira me revolvió el estómago, asustándome que la descompensación me cause vomito. Respiré profundo por la nariz e inhalé por la boca, además mi corazón late rápido, y lo puedo sentir en mi garganta.

—Sí, es cierto —hablo, con dificultad—. Tengo un miedo bárbaro que tu nunca podrás comprender. Yo no pedí un romance, yo solo quería poder vivir... Vivir, sabiendo que iba a estar sola, porque me dejaron sola. ¿A ti te han dejado? Espero que no —le dije con mis sentires muy afines con el recuerdo—, porque es horrible. No quise esto, no te quise y aun hace poco no quería tener en cuenta la idea de casarme. —Hice un esfuerzo por reacomodar mi expresion para no volver a llorar; el corazón seguía latiendo aprisa, pero no me frené de tomar su mano—. No obstante, ya no. No estoy indecisa respecto a ti y a mí.

Imperturbable, me miraba con cautela —una que se fue a volar cuando me llamó gallina—, devolviendo el apretón en nuestras manos enlazadas.

—¿Quién te abandonó?

Reí y pasé mis dedos bajo los párpados, secando lo que no se derramaba todavía. Obviamente, esa es la duda mas grande.

¿Y qué? Decirlo en voz alta no hará que pierda mas de lo que perdí.

—Mi novio. Estuvimos a punto de casarnos, Lei.

—¿Y por qué no lo hicieron?

—Él nunca llegó —chasqueé los dientes—. Qué se le va a hacer.

—No tiene lógica —concluye él—. No me mal entiendas. —Mueve su mano con la mía para tenerme mas cerca. La sutileza en ese caso, no va con él—. Fue triste y lo siento, pero estamos aquí y te conozco cada vez más, Sofie. Él no pudo haberte abandonado porque sí o porque no te quisiera.

—Paula dice que no fue mi culpa, pero es costoso no verme como la directa culpable.

—¿Quién es Paula? —frunció el entrecejo, cada vez mas confuso.  

Definitivamente, debía empezar desde el principio.

Con sus pequeñas excepciones.

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