Capítulo 14: Te apoyo

—Está bastante bien —dijo Leitan, generalizando su opinión de mi nuevo hogar. Fue a inspeccionar y regresó, a mi nueva habitación, para decirlo bien alto—. Un poco lejos de donde resido, pero bien.

Reí, agachándome por otro par de zapatos y ubicarlos.

—Está cerca de mi trabajo —puse el par y fui a por los que siguen—, así que no puede ser mejor.

—Tengo varias quejas que harían de esa ventaja una tontería.

—Puedo lavar mi ropa y hacer el aseo. ¿Van por ahí? —Su silencio me corresponde. Me sigo riendo—. Si gustas, un día vives aquí y yo en tu casa; veras lo bueno que es.

—Declino.

Se oyeron guitarras haciendo un estupendo solo antes de que la batería se les uniera. Sonreí, pues es el repique que caracteriza las llamadas de Presley.

¡¿Te mudaste, tarada, y no me dijiste adiós!? —gritó con su voz chillona de estar muy molesta—. Debimos hacer una de esas limpiezas que sacan lo malo y atraen lo bueno, ahora que te ibas.

—¿Estabas muy ocupada? —pregunté, terminando con el par restante—. Leitan te llamó, estuvo dos horas en la entrada y no fuiste capaz de decirle que tardaría.

La línea se congeló. Verifiqué si no me colgó, pero la llamada continuaba en curso.

—¿Pres...?

Estás defendiendo al chico guapo.

Por inercia le miré; él sonreía como si pudiera idealizar lo que está diciendo. Ah pero no tiene porqué.

—Sí, lo estoy defendiendo. Fueron dos horas, ¿te parece poco?

Lo defiendes, sobre mí —sigue hablando, sin creerlo.

—No tuviste compasión, Presley —la regañé con justa razón—. ¿Cuándo haces eso? Con lo mucho que él te encanta.

Me encanta, sí, pero estaba hasta el techo de trabajo. Que no se queje tanto y sea cabal. Y que me perdone.

Hablamos un poco mas de lo que nos viene mañana y siguientes días. Colgó asegurándose de que seré puntual.

—Ofrece perdón, si quieres aceptarlo.

—Si le encanto como ella a mi, seguro que sí.

A punto de responderle, mi boca se abrió involuntaria gracias a un bostezo y de este, sus secuelas: sentirme agarrotada, que los ojos se humedezcan y solo pensar en dormir.

—Tomaré eso como un no —dijo, sin emitir pregunta alguna. Tallé mis párpados—. Pensaba que fuésemos a comer, como recompensa.

—No creo poder cambiarme para salir ahora, pero —me acerqué a la puerta del armario, donde él está apoyado—, salimos el fin de semana. ¿Te interesa?

—Me interesa. —Salió de debajo del marco, dando pasos cortos hasta mí—. ¿Vas conmigo a la puerta?

Mis ojos se dirigieron de sus ojos a su nariz (que Presley dice ser recta y genial); bajo un poco más y llego a sus labios, la curva de ellos al sonreír.

Suspiro y me rindo.

—Te acompaño. —Doy un paso a su costado y camino deprisa a la puerta, no muy lejana.

*

—Mamá, no es que no quiera verte...

Presley modula un «mentirosa». Le hago ojos de huevo frito; ella, graciosa, se ríe.

¿Y cómo es eso que te comprometiste? —irrumpe mi intento de dialogo con su voz impositiva—. Dios mío Santo, Monilley, ¿volviste a tus locuras? Tenías ideas muy bizarras para crear tus diseños.

—Estoy hasta el cuello —le digo mis achaques. Los que me produce—. Ni papá, que está lejos, me pregunta tanto como tu.

No te veía hace tres años. ¡Perdóname por preocuparme!

En mi garganta se atoran las reprensiones que Owen nunca dice pero que existen y están muy metidas en su corazón, en su rencor para con ella; un rencor que se me está contagiando con cada minuto que escucho que ose regañarme.

—Saluda al abuelo de mi parte —dije previo a colgarle.

Recuesto mi frente en el escritorio y respiro profundo varias veces.

—Fresita, no me gusta esto.

Salgo del encierro de la auto compasión y me pongo junto a ella, mirando la pantalla de su móvil. Tiene abierta una página del Hotel Galápagos, con su diseño blanco, durazno y de letras cursivas, grandes y despampanantes por las fotografías que exhiben dando a conocer el prestigio y las grandiosidad. Han hecho una publicación reciente, lo sé porque en el encabezado está la fecha de subida.

Leo con detenimiento el título «Conferencia» junto al nombre de la persona que la hará, el mismo día y a una hora cercana a la que sería nuestro desfile.

—Hay que hacer algo —dice Presley moviendo el pulgar en la pantalla—. Los llamaré.

Le permití que lo hiciera para que constatara por sí misma lo que está claro: les importó poco o nada lo que les dije cuando me sugirieron forzosamente cambiar las fechas a sus conveniencias.

Cuántas ganas de dar un puñetazo.

—No hagamos nada —le digo, recuperando mi puesto.

—No podemos no hacer nada, nena. Sería como rendirnos y hemos... Dios, hemos invertido todo lo que somos, lo que tenemos. No —Niega, con una sonrisa resolutiva. Da una vuelta en el camino a su bolso y lo cuelga en su antebrazo—. Iré a decirles un par de mis especialidades. Y no trates de detenerme.

—No pensaba hacerlo.

Dijo un «Perfecto» antes de cruzar por la puerta.

Vi a ella, queriendo salir y exteriorizar mi frustración. Vi mis manos, sosteniendo el celular, rogando que no suene.

Que no llame.

Que no llame.

Que no llame.

Las vibraciones me ponían en otro grado de frustración. No debo considerar responder. Lo voy a empeorar, pero no hacerlo tampoco es justo; no para él.

—Hola —dije, yendo por la vía de lo neutral.

Hola, ¿comiste?

—Sí, Leitan. Comí hace media hora con la niñera Presley a tus órdenes.

Debería darle una compensación —dice, como una gran idea que recién se le ocurrió—. Pásamela para saber lo que quiere, aunque lo puedo imaginar.

—No está aquí —dije presurosa—. Fue a hacer un pendiente.

La puerta de entrada se abrió y Presley tenía el rostro enrojecido. Me levanté a toda prisa, preocupada de que ni siquiera estuvo a mitad de camino.

—No lo comprendo, Fresita —soltó su bolso en el suelo, sin ganas—. ¿Qué fue lo que hicimos tan malo que nos pasa cada desastre?

—¿Hay algo más?

—¡Sí! Las modelos... —sonó su nariz, haciendo pucheros—. Todas renunciaron. ¡Mi cabeza no soporta la presión! —Vocifera, regresando a su naturaleza—. ¡Es que va a salirme una úlcera, una gigantesca!

No me encontraba en mejor condición. Pero tal vez habíamos hecho todo mal desde el inicio y las cosas que mal empiezan es difícil acomodarlas para que no acaben de igual manera.

O tal vez las habíamos hecho bien y las molestias e inconvenientes que se nos han venido encima son la consecuencia normal en situaciones así. Sin embargo no lo sabemos y las alternativas se cierran a dos: continuar llueve, truene o relampaguee; o desistir, darnos por vencidas y conseguir empleos antes de que nos ahorquen las deudas.

—¿Qué quieres hacer? —pregunté, aunque tomé una decisión sin consultarle.

Se permitió salir unos segundos de su cámara de quejas y compasión para nosotras; miró la puerta, a mí y de nuevo a la puerta. Enderezó su espalda, viéndose lo alta que puede ser con su metro sesenta y buenos tacones; lo atrevida, con sus cejas elevadas; lo valiente, con su pose de barbilla alzada y encogimiento de hombros. Y por sobretodo, mi mejor amiga, siendo ella misma.

—Iré a reclamar y a ir por la vía legal, Mony. No somos unas pordioseras y quiero que lo entiendan, como se tenga que entender. ¿Tu me apoyas? —Sus cejas suben otro tanto, retándome como bien sabe hacerlo: poniendo en tela de juicio, uno muy chico, mi lealtad hacia ella.

—Te apoyo.      

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top