Capítulo 13: El mismo equipo
Papá y su preocupación me obligaron a tomar en cuenta un consejo suyo, del que vengo huyendo por un poco mas de tres años.
Hablar de mis problemas con un profesional.
También fui de aquellas personas que poco entienden del tema y creen que ir con un psicólogo va inducido por la locura o demencia. Subestimando o desestimando lo que un psicólogo puede hacer por ti, en diferentes escenarios. Ellos se especializan en áreas diferentes, en personas diferentes y en diferentes mentes. No sé todo esto porque me encante indagar; que sí, dependiendo. Pero no he sido valiente para enfrentar que hay partes de mí que todavía están heridas.
Fue difícil mudarme a otro entorno, pero bueno para mi mente que no dejaba de achacarse culpas que no son suyas. Lo aparté todo, porque nada era mas importante que Miguel y yo, yo y Miguel, juntos para siempre como uno solo. Y cuando no lo tuve, cuando ese no era mi todo, entonces perdí el interés en lo que mas amaba: en mi oficio, en mis hobbies, en tener experiencias varias con mi mejor amiga, en hacer felices a las futuras novias. ¿Qué importaba si el que se volvió mi motor, mi enchufe de energías, había desaparecido sin dejar rastro?
Y me preguntaba qué pasó. Qué no pasó.
El espacio de por medio funcionó para tener una sanación aparentemente fuerte y entera. Aprendí a conocer a mi papá como nunca, a ver en Owen un hermano mayor que no tenía, a valorar la amistad entre un chico y una chica en un dos por uno con mis gemelos, y a notar lo grandiosa que es Presley por viajar tantas veces a verme, sabiendo que si no era por una causa mayor a mi, no volvería.
¿Y qué hice? Me refugié en un trabajo que me gustaba, mas no me llenaba. Añadía ceros a mi cuenta, eso calmaba mis ansias por las deudas, y ocupaba mi mente en algo. Mucho fruto que no disfrutaba; no como antes.
Creo que no quería arriesgarme más, en ningún aspecto. Con los únicos que me arriesgué fueron con los gemelos porque, ¿cómo es un riesgo querer a un padre que esperó tener una relación cercana? ¿y con mi hermano? Fue sencillo, tan sencillo quererlos; los necesitaba tantísimo.
—¿Y con Miguel?
Resistía a la mirada café de la doctora Paula. Ella miraba fijamente, sin ser invasiva ni imponente. Hablarle es como hablar con una amiga que no ves hace años y que no sabías que extrañabas. Trae calma, como trae tornados.
—¿Quisieras charlar de él y su noviazgo? Se nota que lo querías mucho y, por tus descripciones, él también a ti.
—Sí —Sonreí. De ello, no sé porque, no tengo dudas—. Me quería.
—Cuéntame, ¿a qué se dedicaba?
Atraje un suspiro desde mi pecho, expandiéndolo y dándome ánimos que buena falta me hacen.
—Ayudaba a emprendedores a empezar sus propios negocios y a los que ya están consolidados a permanecer y renovarse, de ser necesario. Iba con él; le gustaba tener orden.
—Suena a un hombre que tomaba decisiones constantemente.
—Decía que tuvo miedo de conocerme —dije provocando una sonrisa. Una propia y una de la doctora—. Los dos éramos opuestos.
—Un miedo común —concilió Paula, divertida en el asunto—. Pero decidió hacerlo.
—Lo hizo. Nos conocimos en una fiesta, de una novia a la que le encantó el vestido que le diseñé y me pidió encarecidamente que fuese, que podía llevar a quien quisiera. Presley fue conmigo y siempre que estábamos juntas éramos un show que presenciar.
—¿Ah sí? —abre ella sus ojos, sonriendo.
—Jugamos a lo que se nos atravesara y bailábamos juntas, siempre, era nuestro modo de divertirnos.
—¿Piensas que se necesitaban? —La vi extraviada. Ella asintió, para reacomodarse—. Su ocupación principal fue trabajar y hacerse de buenas amistades que le diesen distinción. Todo milímetros, todo en su lugar y no daba permiso a lo espontáneo. Se complementaron de modo que tu le dabas de ti y él de sí.
Oyendo aquella síntesis, daba en el clavo con el cómo fuimos. Me gustaba idealizar en nosotros y en la convivencia matrimonial, antes del día de nuestra boda. Incluso juntos lo hacíamos.
—Tal parece —dije concordando.
—Escucha, Monilley —cruza sus piernas enfundadas en un pantalón de gabardina gris. Encima de la parte superior tiene una blusa blanca de chifón en los brazos y parte del cuello, con flecos en éste. Zapatos altos y negros, como su cabello en un corte a los hombros. No usa lentes. Y tiene su libreta en mano, escribiendo de cuando en vez—. Tu no eres culpable. No hiciste nada malo, y no creo que Miguel lo hiciese tampoco. No sabemos lo que le ocurrió, pero sí lo que a ti te pasó, hay que trabajar en base a ello. Dejaste mucho de quien eras y no es justo. No vamos a permitir que continúes perdiendo, eres joven y con tanto por hacer. ¿Entiendes, verdad?
No quería que me costara contestarle, pero sí costaba.
—Lo entiendo.
—Ahora que lo entiendes, tomemos cartas en el asunto.
Agendamos la siguiente sesión para una semana. Me hizo bien hablar de esto, decirlo en voz alta, aunque no abarcamos los detalles que más me dolían pero Paula lo ve como un gran avance el que me atreviera a venir a verla.
Yo no lo siento así; sentir y oír, difieren bastante.
Confiada en las palabras de Presley de tener bajo control lo que se presente, me dirigí a su apartamento y comenzar a hacer maletas. No pospondría mi mudanza un día más y, a parte, necesitaba mi espacio con desespero. En casa de papá no me ocurría este malestar, pero Pres es invasiva de manera cariñosa; quiere sacar en mí a una ella que no tiene lugar de ser.
Introduje la mano en mi bolsa, moviendo lo que hay hasta tener las llaves en mis manos. Debía comprar un llavero, así será mas fácil conseguirlas.
Volviendo la vista a la esquina que separa los ascensores de la puerta, me sorprendo de ver a Leitan ahí, sentando en el suelo. Va en zapatillas deportivas grises, pantalón de mezclilla y franela manga corta del mismo color que su calzado. A un lado, hay dos cajas. Una no la logro distinguir y la restante es para cargar vasos o frappés.
Me acerco cuidadosa y, por lo visto, está dormido. Derecho, pero rendido. Me pongo en cuclillas e inclino mi cabeza para ver su cara.
—Leitan —lo llamo, preocupada porque estuviese aquí tanto tiempo como mi cita. Se quejó, arrugando el rostro. Puse los antebrazos en mis piernas—. Buenos días. Supongo que te dejaron agotado.
Abrió los ojos, sonriendo de modo perezoso.
—Buenos días, Sofie.
—¿Cuánto tiempo llevas esperando? ¿Por qué no llamaste a Presley?
—La llamé y me colgó. —Bostezó, estirándose hacia arriba—. Y dos horas.
—¿Qué? Dios Leitan, lo siento mucho —respiré hondo, colocándome en pie y yendo por la puerta. Él no tardó en levantarse también y recoger las cajas—. Espero tuvieras buen sueño y no tenga que compensártelo. Estoy en puntos rojos. —Doy un paso dentro y busco el interruptor hasta dar lumbre a la estancia—. Ponte a gusto.
—¿A qué te refieres con puntos rojos? —se acercó a la mesa de centro y puso las cajas, una a un lado de otra. La que no leía de lejos es una caja con donas.
—¿Sobregirado es un término que utilices? —digo burlona, apartando todo lo que llevo en mano y sacándome los aretes, el collar y las pulseras.
—No. —Ve, sin disimulo, a lo que adorna la estancia y el comedor—. Desde la universidad.
No sé lo que está buscando. No hay nada aquí que le pertenezca.
—¿Y buscas...?
—Tus cosas. —Me mira, curioso—. Creí que estarían empaquetadas.
Él no conoce mucho lo que es no tener tiempo ni para prepararte una buena comida que tenga todos los nutrientes que necesitas para rendir en el día. Pero yo se lo ilustraría con mis acciones.
—¿Quieres que te explique porqué no lo están mientras empaqueto?
Es simple, si lo ponía en retrospectiva de mis primeros años en mi primer negocio propio. Cuando tienes un proyecto al que le estás inyectando bastante capital y eres un novato cometes errores, como el de no saber administrar; lo que viene, gastarlo; no tener ingresos extras; creer que va a surtir efecto al primer arrancón, y que no pase. No a todos o sino muchos serían exitosos empresarios y sobretodo ricos.
Esta es mi quinta vez emprendiendo algo nuevo y estoy en ceros por el hecho de haber cometido uno de los errores mas comunes: querer dar un buen pie derecho que dispare absolutamente todo, y en el proceso, me quedé sin nada. Eso, sumando a que me mudaré y está el costo del condominio, el de la renta, el de los servicios propios y los que añade el mismo apartamento y las necesidades de un ser humano como lo son el aseo personal, los implementos de baño, de cocina, añadiendo y añadiendo a la lista.
Más bien no sé cómo no es visible que llevo puesta ropa que compré hace siete años.
—Lo olvidé —dije, apartando uno de los ganchos y yendo al baño.
Otra vez Presley olvidó sacar la ropa de la secadora. ¡Otra vez!
Necesito vivir sola.
—No hablas en serio —dice Leitan observando como saco las prendas y las pongo en un cesto lo mejor dobladas que puedo—. ¿Por qué no contratas...? —Enmudeció, pasando la punta de su lengua por en interior de la mejilla siendo esto notorio en el exterior—. Discúlpame, no estoy acostumbrado a esto.
—Disculpado. —Acabé con la última prenda y lo cargué contra mi cadera.
—Hay cosas que no tienen sentido, Sofie. ¿Por qué no aceptabas el dinero de tu padre?
—Vi durante trece años cómo vivía mi mamá, a costillas de mi abuelo y nunca hizo nada de provecho, nada para sentirse bien consigo.—Lo aparté a un lado, frente al retrete para tener espacio y salir, dejando el cesto en la cama—. No quería ser así.
—No eres así.
—Gracias a Dios. ¿Me pasas la maleta atrás de ti?
Da un giro un poco cómico donde primero movió el cuello y luego el resto de su cuerpo. Puso la maleta junto a la otra que ya tiene la mayoría de la ropa del armario. Lo único que tengo que hacer es meter lo del cesto, mi ropa interior y creo estar lista.
—Tuviste un negocio propio —tanteó Leitan, entregándome las prendas de las gavetas—. ¿Cuál era?
—Si te lo digo no vivirás para contarlo. —Recibo y guardo. Recibo, guardo y cierro —. Esto ya está.
—¿Cuál era? —persiste. Yo me siento sobre la maleta, con las manos a los lados, también sobre ella—. ¿Te fue tan mal que no quieres recordarlo y solo te lo guardas para ti, buscando ser interesante?
Encogí mis hombros, dejándole la opción de imaginar lo que guste.
—No, Monilley —da un paso acercándose, logrando que incline mi cuello para ajustarme a sus ojos—. No voy a jugar a las adivinanzas. ¿No te parece un juego de niños lo que haces, lo mucho que me apartas? —lamió sus labios, y tragó. Tan lento que lo vi perfectamente—. ¿Te gusta compartir?
Cuando abrí la boca para hablar no sabía realmente qué decir. Sentía mucha vergüenza por mi y también pena por él.
—Te pregunté si te gusta compartir, Sofie —dijo en un tono bajo, contraproducente a lo que esperé. Necesité bajar la vista para aclararme y volver a verle—. A mí no, si me preguntas. Pero he aprendido que en una relación real compartes; que no tienes alternativa y decidí, cuando leyeron las palabras de mi abuelo, que podía hacerlo si estaba seguro. Estuve muy indeciso y pensé en que no importaba si te ibas, pero me interrumpías cada vez que trataba de decirte mi nombre —dijo ese última frase, sonriendo—, y lo peor es que lo hacías con educación.
—Leitan, escucha...
—¿Sabes de las normas del buen hablante y del buen oyente? —pegó esta cuestión, como una idea fortuita—. Suelen oírme si hablo, debe ser porque digo algo interesante u ocurrente, pero no sé... No sé porque contigo tengo que pelear para tener una poca atención, una pizca de la tuya. —Chasqueó los dientes, poniendo las manos en sus caderas—. ¿Es eso justo? ¿no lo es? Aun no tengo las respuestas. —Apreté mis ojos, queriendo que se fuese el escozor. Pero se puso peor al mirar de nueva cuenta—. Ahora dime, ¿te gusta compartir?
El aire helado que pasó por mis brazos y elevó los vellos propiciaron una respuesta que heló mi interior y, al mismo compás, lo caldeó.
—No.
Cambió su posición y me tendió una mano. La vi, vacilante. Como si ella fuese un espejismo que pronto desaparecerá.
Pero Leitan permanecía ofreciéndola, con esa actitud muy suya de confort y simpatía.
—Entonces si estamos en el mismo equipo, trabajemos como equipo. —Movió los dedos, en un juego que sí me provocaba sonreír —. No te ha de costar, Sofie.
La acepté por dos razones que eran suficientes y fuertes para existir.
Una es, que quería ser mejor que quien fui y quien soy. Quería salir adelante como Presley, como mi familia y como yo misma quiero; en serio.
La otra, que Leitan conseguía de mí lo que busca, así sea de a poco. Quita las costras, el sucio, lo que está instalado por años para sacar lo hermoso. Y no quiero que se rinda, nunca.
Porque rendirse es muy fácil.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top