Capítulo 11: Quien fuiste antes

—Estoy...

—¡No digas que estás bien! —irrumpe, obstinado. Le sonrío; es que es tan exagerado, igual que lo es Presley—. Veo las manchas... Dios —pasa las manos sobre la parte superior de su cabello hacia abajo y las deja en la nuca, realmente frustrado; molesto; apenado—. Soy un imbécil.

—No podías saber de mis alergias, Leitan. Simplemente... —encogí mis hombros—, pasó.

—A mí no simplemente me pasa —dice en un tono pedante—. Todo en esta vida tiene un porque.

—Lo que digas. ¿Puedes tranquilizarte, por favor? ¿no quieres un vaso con agua? —Me doy vuelta y camino tras el desayunador al grifo, tomando uno de los vasos de las gavetas superiores—. El agua ayuda a pensar. —Lleno el vaso y fácilmente se lo entrego ya que se sentó en los taburetes junto a la encimera.

Él lo mira a profundidad y da un trago largo que lo acaba vaciando. Como creo que lo merece, palpo su brazo en un gesto amistoso.

—Anda, compañero —digo confortándolo—. La vida sigue.

Sostiene mi mano aun extendida, diluyendo mi intento de camaradería. Estoy por afirmarle una vez más que me encuentro bien, pero entiendo a la vez que no es suficiente. Se siente culpable, y el que acaricie una pequeña mancha en la parte superior de mi brazo lo pone peor.

—Lo siento mucho, Sofie —susurra, rodeando la marca con su pulgar—. No lo volveré a hacer.

—Yo sé que no.

Se encuentran nuestros ojos y dice—. Dime ahora mismo a qué eres alérgica, qué no te gusta... Habla conmigo o me volveré loco. —Me sorprende su exigencia unida con un fuerte desespero. Rodeo mi mano con la suya, para apartarla.

—Solo a las rosas —informo y trago saliva; que no aparte la vista me incomoda de maneras que no me son familiares—. Como ves, estoy entera. Vete tranquilo.

—¿Me estás echando?

—No diría que te echo, pero... Sí.

Leitan ríe, extendiendo sus piernas y abrazando sus manos bajo los brazos cruzados.

—Vamos a cenar, Sofie. —Le frunzo el ceño y él continúa riéndose—. Aprovéchate un poco de este pobre hombre que necesita resarcirse, porque en serio lo necesita.

Le doy vueltas al contorno de sus ojos, varias veces y varias veces, definiendo mi decisión a tomar. Visualizo debajo, en las pequeñas ojeras. Prosigo a sus pómulos, a su barbilla, sus labios y subo por la nariz y el entrecejo. Un rostro lindo y que no es solo lindo. Un rostro que tiene remordimiento, ha ofrecido algo y soy incapaz de negármele.

—Si me esperas unos minutos... —No he acabado de hablar cuando él se desprende del asiento y sonríe. Bah, de esas sonrisas de haberse ganado una bolsa de canicas, como un niño.

—Te espero afuera.

Lo vi salir y decidí no preocuparme por hoy. Ya mañana podré hacerlo con naturalidad, suponiendo que mi nuevo espacio no esté con olor a rosas; sería un día insoportable.

Traté de vestirme casual/elegante con unos botines de tacón cuadrado color del vino, de cuero; una falda campana, corta y de chifon morada y una blusa rosa de botones. Guardé lo esencial en un sobre blanco con un pequeño lanzo donde sujetarlo; hice a mi cabello tener altura con un moño y verifiqué que mi piel estuviese bien, sin maquillaje.

Presley se fue a una reunión con los conocidos que nos ayudarán en la creación de nuestra colección. Le dejé una nota pegada al refrigerador, con el número de Leitan, por alguna emergencia.

En cuanto salí al exterior del apartamento, busqué a Leitan con la mirada y me llevé una extraña sorpresa. Claro que estaba allí, pero se había cambiado. Antes iba casual, casi deportivo, y ahora está vestido para impresionar: en unos pantalones de buen corte, negros; mocasines beige sin medias visibles; camisa violeta con franjas verticales de un violeta mas obscuro y un cardigan de pana, azul cobalto.

—¿Cuándo te cambiaste? —pregunté, siguiendo con mi escrutinio. Al menos, si él va a hacerlo conmigo, yo también.

—Cuando tu lo hiciste —dijo él, sacando unas llaves de uno de los bolsillos del cardigan—. Espero que tengas hambre.

—No he comido desde el desayuno.

Veo la hora, contando el tiempo que tardaremos en comer, el que dormiré y...

—Eres increíble. ¿Cómo es que no comes desde el desayuno? ¿tu cuerpo no te lo exige? Has estado al límite y no te permites reponer fuerzas. —Se ríe una vez, cerrando su boca y manteniendo la expresión de sonrisa de payaso—. Puedo entender el olvido, pero no el descuido.

—Estás exagerando.

—¿Tu crees? —responde cínico—. Pues yo no.

—¿Me estás regañando? —pregunté incrédula, agudizando mi voz—. Está bien, vale, lo he olvidado un montón de veces y es probable que lo olvide un montón de veces más, porque soy un ser humano que no tiene una vida perfecta y si la tuya lo es, dime el secreto.

—Tienes una imagen extraña de lo que es una vida perfecta —dilucida, afectando su manera de dirigirse conmigo. Da un respiro y me ofrece su brazo—. Hablemos, Sofie. Puedes insultar, si te hace sentir bien, pero vayamos a que comas.

Él es un ser muy extraño. No obstante, sus buenas atenciones hasta hoy imposibilitan que sea capaz de rechazarlo.

¿Por qué habría de, en tal caso?

Puedo ser libre, y decidir lo quiero. Y justo ahora decido que quiero estar con Leitan, verlo y que me vea comer. Uno aprende mucho al ver a una persona comer contigo; no perdería esta chance.

—Eres bueno persuadiendo —le digo, aceptando su brazo que me viene bien con estos zapatos altos. Una puede ser muy buena cominando en tacones, pero los incidentes van y vienen.

—No siempre —contesta saltándose la presunción.

No hablamos, hasta que dimos un paso fuera del edificio y Leitan caminaba lejos de su vehículo.

—¿Qué haces? ¿iremos andando? Te advierto que en estos zapatos no llegaremos hoy.

—No importa a qué hora lleguemos. —Nos encontramos con varias personas caminando en dirección opuesta, cubriendo casi toda la banqueta. Leitan me tomó de la cintura para acercarme y que no chocara con los que se apartaron tardíamente. Me sorprendí por el acto—. Quiero caminar un rato —dijo cerca, separándonos a como estábamos al principio.

—Una guía turística —dije, recobrando la calma que trasciende tener mi espacio—. Pude venir en tenis.

—Así te ves preciosa —como dar la hora, agrega—: Hay algo especial en una mujer con tacones.

—Que es más sencillo besarla con tu altura —alegué, audaz—. ¿Le atiné, verdad?

Ríe con humor y ganas.

—En parte. Pero me refería a cómo los lucen; si usaras tenis, no cambia que sigas siendo preciosa.

Aclaré mi garganta, empezando esa incomodidad de la que es difícil desprenderse si Leitan está próximo.—. Tu querías que comiera. ¿Esta guía tardará mucho?

—No, preguntona —me señala adelante, a un letrero con un fondo de un plato abundante de pasta con albongidas—. Es ahí.

—El Buen Comer —leí, sonriendo—. Me gusta.

Nos hace detener en un cruce peatonal, a pocos metros del restaurante. Ve sobre mi cabeza y luego, sin esforzarse, ve a mis ojos.

—Y a mí.

*

Fraccesco, el que nos recibió y se hizo cargo de nuestro menú, es un amigo muy querido en la familia de Leitan. Cuenta en cada servicio que Estéfano venía regularmente y no desaprovechaba el probar alguna de sus recetas mas antiguas. Una de las últimas veces que vino, le habló de mí y de lo mucho que quería a su nieta por elección.

Justo en el postre, del que no lograba pronunciar ni una sílaba, nos permitió unos minutos a solas y prometió despedirse personalmente.

—¿Me dices el secreto? —cuestiona Leitan a medio camino de una cucharada del postre innombrable.

—¿Cuál secreto? —respondo susurrando, como si existe tal.

—El tuyo. El de cómo eres como eres.

Con esta alegría contagiosa y el ambiente de tranquilidad, armonía familiar y sincero cariño, podía ser así. O intentarlo y arrepentirme de no haberlo hecho antes.

—Antes era diferente —confieso, visualizando la vela en medio de la mesa que no se extingue. Yo, no lo noto—. Fui muy rebelde. Detesté a mi mamá por apartarme de papá, luego comprendí que ella no lo quería y que yo debía lidiar con mi propia vida sin meterme en la suya. Tuve muchos, muchos trabajos. —Estaba loca, de hecho—. Descubrí mi vocación y me aferré a ella todo lo que pude. Presley y yo vivíamos para meternos en líos, pero líos adultos en que viajábamos a donde sea, comíamos cualquier cosa, tomábamos decisiones impulsivas por diversión y por contar con la otra y... —Sonreí, desechando la congoja de los recuerdos que le siguen, felices, muy felices; tristes, muy tristes—. Y aquí acabé.

—Suena a que te cortaste en la mejor parte —habla, instigador.

La yo de ese entonces, no es la misma que está ahora. Pero bien podía agarrarme de ella, un poquito.

—No, Leitan —dije con calma, tomando las líneas de tiempo que requieren mis siguientes palabras—: esta, es la mejor parte.

Bajo la luz de la vela, Leitan tiene un aire sombrío y misterioso que lo hacen sin duda mas atractivo de lo que lo es a la luz del sol, o la de los faroles en la calle. Se esconde una parte de su rostro, pues la lumbre no cubre todos los espacios y tengo que imaginar que su sonrisa es una sonrisa completa, y no me molesta.

—¿Quieres que le llevemos uno a Presley? —dice, refiriendo al postre—. Si no lo hacemos, nos agredirá.

—Comienzas a conocerla bien. ¿Y tu secreto?

—No tengo ninguno. —Demasiado rápido. Demasiado despierto.

—Estás mintiendo —digo, moviendo mi silla mas cerca—. U omitiendo, que viene siendo lo mismo.

—No son lo mismo.

—La mentira es a grandes rasgos un hecho y la omicion siempre trae con ella una mentira. Si omites, corres el riesgo de confundirlo y que se haga mentira si otro sabe que omitiste. Es, una, mentira.

—Buena con la palabra —me elogia—, pero no tienes validez para afirmar que miento.

Sonrío, ya que lo he sentido como un reto.

—Eres un ser muy extraño —digo como vengo pensando hace horas—. Pero entiende algo: sin que me lo proponga acabo descubriendo las mentiras u omisiones. Resiste lo que gustes, no tienes escapatoria.  

Tampoco yo la tengo.

Miguel sigue siendo parte de mí, aunque no del presente. Tarde, temprano, en años, en minutos, se sabrá y yo lo único que quiero hacer es esperar a que el recuerdo sea más llevadero y tal vez ser valiente.

—¿Me estás retando?

Sufrí un pequeño bajón de tensión. Lector de mentes, no es. Y tampoco es el hijo de Patrick Jane, así que la sola coincidencia de ideas, era suficiente para tenerme mas que interesada.

—No. —Bajo un recuerdo, afirmé—: Los retos no suelen salir bien.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top