A veces, el vestido no es para ti
Siempre lo supe.
Supe a lo que quería dedicarme.
O bien, no tan exacto, pero desde que empecé a diseñar vestidos de novia fue claro como lo sería ver a través de un tul o gasa.
Tengo una clienta que se ha convertido en una de mis clientas favoritas. Una muchacha de piel canela, cabello rubio, ojos mieles, delgada y de caderas pequeñas. Sencilla, elegante y con una timidez que costó semanas disolver para lograr que mi trabajo fuese el que ella se merece. Porque la única opción viable para mí a la hora de una creación es que la novia se sienta ella misma. A fin de cuentas será la poseedora y modelo de prenda. Marie, es su nombre.
Es maravilloso ver el rostro de una mujer usando su vestido de novia. La luz que desprenden si es el indicado (puede no serlo, ocurre con frecuencia cuando se usan aquellos ya confeccionados). Su andar, postura y ademanes cambian con él, casi, casi tanto como con el novio. Si es el indicado. Y no hay dos personas que se merezcan como lo hacen Marie y Cristóbal. No se dejaban llevar por las supersticiones. Desde el principio la acompañó a sus citas conmigo, animándola a que use lo que quiera, con lo que se sienta una mejor versión de sí, y hoy vio los toques finales. No vi hombre mas fascinado salvo...
Satén en la falda, moldeando su cuerpo sin ajustarse del todo, de corpiño más justo a la cintura y pechos, mangas cortas corrugadas y cuello corazón. Su espalda se ajusta por botones, mas de veinte que van desde el cuello hasta finales de la misma. Para nuestros días podría estar pasado de moda, pero para Marie es el vestido que la hace sentir y verse como la reina del piso que toca. Además, color marfil. Será un espectáculo.
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó el impaciente de Cristobal. Ansioso todo el tiempo.
Las risitas de Marie y las mías fueron evidencias de que estábamos listas, solo apreciamos el resultado.
—¿Le mostramos? —Más bien era una doble pregunta. Deseaba que dijera que su bien es proporcional al que debe tener en su día. Que el trabajo dio sus frutos.
—Le mostramos —accedió con una sonrisa.
Recompuse mi expresión e hice señas para que abrieran la cortina. Detrás de la novia, acomodé la falda cuando se mostró ante el novio.
El instante por poco me saca lágrimas. Los dos disfrutando de lo bella que está, de lo felices que son sin aun estar casados, de darse abrazos y besos, prediciendo lo que vendrá. Diciéndose que se aman, que nada opacará lo que es suyo.
En otra ocasión no me habría permitido tener una relación con una clienta, pero después de esto no me arrepentiré nunca de hacerlo.
Tengo el mejor trabajo del mundo.
—Gracias —dijo Cristóbal, un castaño claro ojos pardos, de estatura promedio a los uno sesenta, uno sesenta y cinco; siempre pulcro y fanático de las camisas a cuadros. Asentí, pues no fue para tanto—. Se ve preciosa, y te lo debo.
—Ella siempre fue preciosa, señor no tengo tacto.
Marie achica sus ojos y me guiña.
—Siempre ha sido así. Pero reitero el agradecimiento —desprevenida, tengo sus manos sosteniendo las mías—. Muchas gracias, Mony.
Le devolví sus manos un tanto incómoda y fui rápidamente a por mi tarjeta, que la tenía ya en su mano mi fiel asistente Gerardo.
—Si tienes algún inconveniente —tiendo mi tarjeta de presentación—, llama.
—Ehm... ¿me disculpan? —interrumpe Gerardo. Los tres le vemos—. Es importante. —Asiento y se acerca a hablarme al oído—. Llamó su madre. Se supone que esté peinándose hace una hora.
—Dile que iré pronto, ¿sí? —Al perderlo atrás de la cortina, que está corrida, vuelvo a mis clientes—. Fue un placer, está de más decir.
—Estuvimos hablando y nos gustaría que nos acompañes.
—Lo siento —digo sentida, revisando la hora en mi muñeca—. Para esa fecha estaré en mi luna de miel, sino con gusto...
—Pero —arruga Cristóbal su frente, viéndose una vez sí y otra no con su novia—, quiere decir que te casas.
—Hoy, precisamente.
Abrieron sus ojos y Marie se carcajeó, alegando que no podía ser cierto.
Pero lo es.
Era tarde para pedirles que vinieran. Mi prometido es un controlador del orden y si algún invitado no traía consigo lo que constate que efectivamente fue invitado, no puede acceder. No les haría tal grosería de devolverlos, aunque pude haberlos hecho entrar conmigo. En fin, ya no había salida y sólo les despedí, deseando su felicidad y ver las fotos del gran evento.
—No puedo aceptarlo.
—Gerardo —gruño y agito mi mano en su rostro. Qué difícil es convencer a la gente testaruda—, no tengo tiempo para que te comportes dignamente. Pasa unas glamurosas vacaciones por mí y deja que me vaya.
Se negaba en redondo, lo que es frustrante.
—Es demasiado.
—Y es mi boda, adivina quién gana. Oh sí, ¡yo! —Ajusté sus brazos en mis manos y lo giré hacia su vehículo estacionado detrás del mío. Lo empujé—. Largo, largo, largo.
No le permití regresar. Subí y arranqué, sin darle tiempo tampoco al auto de calentarse. En una distancia en que sabía que no me encontraría, estacioné y llamé a mi dulce futuro esposo.
—¿Monilley? —fue su modo de responder.
—No me digas así, suena muy serio.
Su risa, mi risa preferida, vino a ser su nueva respuesta.
—Lo siento, mi amor. Cortan mi cabello y no me agrada.
—¿Lo cortan ahora mismo? —Llevaba meses pidiéndole que le diera algo de cariño a su melena. Es lisa, azabache y linda, pero larga como un roquero.
—Sí. Te doy el gusto.
Reí dando un suspiro emocionante.
—Se le agradece, señor Villa Real —dije teatrera—. Yo..., no vayas a enojarte, ni a ponerte nervioso.
—No ponerme nervioso es imposible, mi amor —dijo en un canto gracioso.
—No estoy ni cercanamente arreglada. De hecho, voy camino a peinarme. No canceles la boda —le ruego en última instancia.
—Niña tonta y bonita —Suena a que no tengo remedio. Y es verdad—. Seguro estabas con una novia amiga tuya. No cancelaré, pero más te vale llegar, así tardes cuatro horas.
No tenía que decirlo dos veces. Di marcha a el destino del GPS, le prometí estar allí, y convertirme en su esposa.
Alcancé mi marca límite de velocidad para llegar a casa de mi madre y empezar con un cambio de look a toda máquina. Pero en serio, a marcha de leopardo. Conseguí salir lista con veinte minutos de retraso y sabía que a Miguel Villa Real no le gustaba asegurar que algo será a tiempo y que no lo sea, mucho menos su propia boda; la ansiedad no ha de poder con él y apelo a que Dario, su padrino, lo tenga bien amarrado en un lugar.
La boda sería al aire libre, en los jardines de un club campestre al que asisten la mayoría de los amigos de Miguel y, con insistencia y reticencia, dimos el ok. No he tenido el tiempo suficiente para ver cómo quedó la decoración final pero nos aseguramos de que fuese a nuestro gusto con el organizador. Las bodas suelen ser para los invitados y familiares, no obstante quiénes dirán que sí, seremos nosotros. Esperaba sorprenderme.
Mi mamá me acompañaba sentada de copiloto. El vestido es de una falda amplia, tan amplia que cubre los tres espacios. Los cortes princesa eran una obsesión mía desde muy joven; la idealización y la realidad compaginadas en una sola, había sido mi elección.
Es probable que Miguel no pueda sentarse junto a mí, pero lo valdría.
Soy la mujer mas dichosa.
—¿Estás nerviosa?
Mi risa histriónica debió decirle lo que con palabras entendibles no pude. Extendió su mano sobre el asiento y nos sostuvimos a la otra hasta estacionarnos frente a mi abuelo, quien me entregará en el altar.
Ayudaron a acomodar la cola y el velo; las sonrisas con mamá, el ambiente, el camino en forma de túnel con lazos y flores, como un sueño del que el fin, es ver el rostro de Miguel diciendo lo que ya sé: que me ama, tanto o más de lo que lo amo. Casi no creía lo que mis ojos veían.
—Hija —pronunció mi abuelo y al verme, enseguida esquivó y se centró en mi madre, a quien se dirigió al principio—. Belinda, ¿podemos hablar?
—Papá, ¿qué pasa?
Él me sonrió con humor.
—¿Te importaría, mi cielito? —me dijo.
Lo único que se me ocurrió para darles espacio fue adentrarme al auto nuevamente. Con cuidado y esfuerzo lo conseguí, pero no me gustaba el matiz que se asoma a lo lejos. Entonces, tomé la decisión de no quedarme al margen.
Oí su conversación, por completo.
Y no me contuve.
Salí como mejor pude y corrí. Corrí y corrí, haciéndome tantas y tantas preguntas con cero contestaciones. Pero sí que corrían por mí, ¿verdad? Porque parezco una mujer desesperada, y es lo que soy. Desesperada, aterrada, decepcionada, frustrada, golpeada, triste. ¿Cómo vivir sintiendo y solo sintiendo lo peor? No vives. Buscas respuestas y no las consigues. Buscas al amor de tu vida, y no lo hallas. Una pérdida; sin retorno.
Me miran. Sienten lástima. «La abandonaron», «Una novia vestida y alborotada», «¿Qué será de ella?». Ni una carta, ni una explicación.
Daba vueltas mi cabeza.
—¿Te podrías tranquilizar? —dijo Presley arrastrándome hasta tenerme sentada, lejos de todo y todos, en la que sería mi habitación de...—. ¡Escúchame, Monilley Denver! —exigió y su señal de mamá ordena embrollos no hacía lo que normalmente causa en mí.
—No oigo —musité abrazando mis rodillas con todo y falda—. No quiero oír más.
—Él debe estar cerca —dice como si se auto-convenciera, dando vueltas de aquí para allá. Lo afirma con un golpe de cabeza—. Sí, lo está. Por supuesto.
Reír en esta altura no es de cuerdos, pero cuerda, no estoy.
En una de sus andadas se dio media vuelta y su mirada para conmigo fue de poco entendimiento, de no reconocer a quien le habla.
Yo tampoco podía reconocerme. No podía.
Era irrefrenable. Se extiende, consumiendo mi aire. Me contrae los pulmones y se hace de ellos ahogando lo que entra; no deja que salga nada en lo absoluto. Ni aire y menos ideas de si lo que pasa es o no, verdad.
—¿Y si tuvo un accidente? —preguntó aun así, recogiendo la falda de su largo vestido fucsia y sosteniendo a parte su móvil—. Tenemos que llamar, tenemos que buscarlo. ¿Me oíste? ¿O te echarás encima la autocompasión?
Escondí mi rostro en la gran falda y dejé de sostener mis lágrimas antes de explotar.
Claro que no encontraron a Miguel. Y claro que quise creer que él vendría, lo soñé; a medianoche, diciendo que ocurrió un imprevisto, que nos casemos, no importa que estemos solos o acompañados, y que me ama.
Fue lindo...
Un lindo sueño.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top