Capítulo 6
El almuerzo se llevó a cabo en un restaurante elegido por mis padres, lo cual resultó ser una decisión muy acertada pues la comida que se servía a parte de ser abundante y tener un bajo coste, estaba deliciosa. Pedimos varias raciones de revuelto campero, una tortilla de patatas, un plato con jamón y queso y solomillo al whisky. Sin lugar a dudas, mi padre fue el que probablemente más zampó de todos nosotros. Aún sigo intentando averiguar cuál es su truco para no engordar. Yo, por el contrario, me limité a comerme un bocadillo de tortilla con mayonesa y he de admitir que me quedé tan llena que incluso llegué a sentir un terrible dolor de tripa.
Tras el festín decidimos dar una vuelta por la plaza de España, con tal de que nuestros familiares más lejanos apreciaran uno de los lugares más llamativos de Sevilla. Esta guía turística no hubiese sido necesaria si nuestros parientes no viviesen en la otra punta del país. Finalmente, todos quedaron muy encantados con la visita a este lugar tan característico de la ciudad y como agradecimiento decidieron invitarnos a merendar en una de las cafeterías más cercanas.
—Aquí tienes, una palmera de chocolate.
Mi padre deposita un plato delante mía, el cual contiene un dulce en forma de corazón, cubierto por una cobertura de chocolate y sobre él un cuchillo y un tenedor. Tiene que ser coña, ¿quién en su sano juicio se come la palmera de una forma tan refinada? Joder, ni que estuviésemos en un restaurante de alto postín.
—Papá, no recuerdo haberte pedido que me comprases nada.
Agita la mano, indicando que no tiene importancia.
—He visto como mirabas esas vitrinas.
Enarco ambas cejas a modo de pregunta.
—Realmente, el que las miraba fascinado eras tú. Es más, casi se te caía la baba al ver la gran variedad de pasteles.
—¿Vas a comerte esa palmera?—mira con deseo el dulce que descansa sobre el plato que yace delante mía. Lo cierto es que no tengo mucha hambre, así que no me importaría en absoluto que se la zampara.
—Toda tuya—acerco el plato hacia el extremo de la mesa más próximo a su persona. Mi progenitor toma asiento todo lo rápido que puede y se aferra a la palmera con ambas manos, dejándola prisionera. Cualquiera se la quita...
—¿Tienes pensado salir esta noche?
—Sí. He quedado con Andrés para ir a una discoteca—acaricio mi nuca, alborotando mi corta melena castaña.
—Está bien eso de ir a mover el esqueleto y emborracharse—dice con la boca llena—. Mmm, está buenísima, ¿de verdad que no quieres?
Niego con la cabeza.
—Cómo extraño ir de fiesta por ahí y recogerme a las tantas. Dichosos aquellos años. Ojalá volviera a vividlos. Oye, hija, ¿puedo ir con vosotros a la discoteca?
—¡Ni hablar!
Permanece inmóvil observando la palmera con tristeza, luego vuelve a llevársela a la boca para seguir devorándola.
—¿Por qué no?
—Porque tú tienes ya una edad, papá. Además, ¿desde cuando salir de fiesta implica llevarse a tu padre?
—Que sepas que puedo llegar a ser muy enrollado con los colegas. Ana, ¿tienes alguna otra razón por la que no quieres que vaya?
Vuelvo a negar con la cabeza.
—Hija, ¿estás metida en el mundo de las drogas?, ¿fumas porros con tus amigos? Puedes confiar en mí. Todos hemos pasado por eso, cielo.
Contraigo el rostro.
—¿Qué? ¡No! Sabes que a mi no me van esas cosas, papá, Yo soy una chica light, ya sabes, libre de drogas— hago una pausa—. ¿Acabas de confesar que te drogabas en tu juventud?
—A ver, drogarme drogarme, no. Pero si es verdad que he probado un poco de todo, ya sabes, las locuras que se hacen en la juventud.
No acabo de creerme que mi padre fuese una especie de yonki en su juventud, o sea, esa idea es inconcebible.
—Creo que los vas a necesitar hoy—del bolsillo de su chaqueta saca una caja azul en la que se puede leer preservativos durex transparente. Inmediatamente, le doy un manotazo con tal de que vuelva a guardar aquel envoltorio.
—¿Se puedo saber qué narices haces? Que vaya a una discoteca no quiere decir que me vaya a empotrar al primer tío que conozca.
—Nunca se sabe. Tal vez termines acostándote con tu amigo Andrés, quien sabe.
—Andrés es homosexual, papá.
—Por la noche todos los gatos son pardos—me guiña un ojo.
Me pongo en pie una vez me he asegurado de que ha guardado de nuevo la caja de preservativos. Luego, recojo el bolso que he traído y me lo echo al hombro, saco de este las llaves de mi coche y me despido de todos los miembros de mi familia, dejando a mi padre en último lugar.
—Me voy ya—deposito un beso en una de sus mejillas, luego me separo de él y le doy un bocado a la palmera, robando un pequeño trozo—Me arrepiento de no haberme comido esa palmera. Nos vemos otro día. Adiós, papá.
Toda la estancia se encuentra en penumbra a causa de la llegada de un nuevo anochecer. A través de la ventana penetran leves rayos de luz blanca, los cuales se proyectan en la madera del suelo, dibujando las sombras de todos aquellos objetos de su alrededor. A través del vidrio se puede apreciar un manto lleno de estrellas, cada cual más luminosa que la anterior, y en un extremo del firmamento descansa una perfecta y solitaria luna llena.
Enciendo una de las lámparas y observo como aquella penumbra abandona parte del salón. Luego, decido ir hacia mi habitación para elegir qué ponerme esta noche.
Mi dormitorio se encuentra sumido en una penumbra mucho mayor que la del salón, aunque al ser una estancia más pequeña, al encender la única lámpara que hay basta para iluminar todo cuanto hay en la habitación. La repentina luminosidad me coge tan desprevenida que consigo asustarme al ver mi reflejo en un espejo que descansa justo a mi derecha. Nunca me ha dado muy buena espina tener uno en mi cuarto, siempre he creído que por las noches alguna figura fantasmal se vería reflejada en el vidrio del espejo.
Abro la cómoda y me topo con una gran variedad de pantalones, camisetas, vestidos y alguna que otra falda. Todos y cada unos de los artículos tienen un color diferente, no hay ninguna prende del mismo color y diseño. Mi ropa suele ser algo llamativa, bien por los tonos o bien por las figuras que adornan la tela. Tan sólo basta con echarle un vistazo al jersey de lana de color amarillo chillón repleto de margaritas o a mis leotardos a rayas de todos los colores del arco iris. Lo sé. Nunca he sido muy normal, aunque no creo que eso esa malo.
Bien. Tengo exactamente una hora para darme una ducha, arreglarme e intentar hacer algo con mi pelo alborotado, de lo contrario pensaré seriamente en pelarme al cero. Ahora que sé cuáles son las tareas que tengo que llevar a cabo, será mejor que comience por elegir qué ponerme para esta ocasión. Dios, aún no puedo creerme que vaya a ir a una fiesta repleta de niñatos de 17 años, o sea, ¿en qué estaba pensando cuando acepté? Este plan no tiene ni pies ni cabeza. Aunque claro, si decido rajarme ahora, Andrés se pasará toda la semana recordándome lo cobarde que he sido. No, no pienso dejarme humillar por él.
Finalmente decido optar por un vestido morado ajustado y unos tacones negros. Tal vez con esta vestimenta consiga aparentar tener cinco años menos. A ver, tampoco me conservo tan mal. Es verdad que tengo alguna que otra arruga en el entrecejo y que cuando sonrío se me forman unos hoyuelos cerca de las comisuras.
Tras una larga hora llena de incesantes observaciones ante el espejo, cientos de dudas con respecto a mi aspecto y dolor de pies como consecuencia del elevado tacón, logro estar totalmente lista para irme a esa fiesta con Andrés. Me encuentro colocándome unas tiritas en los tobillos cuando escucho el leve sonido del timbre de la puerta. Inmediatamente dejo de llevar a cabo mi acción anterior y me limito a ir a abrirle a la persona que espero desde hace unos minutos.
—¿Estás lista para ir a mover ese esqueleto?
Andrés lleva puesta una camisa de color azul junto con unos vaqueros grises. Para sus pies ha utilizado unos náuticos de un tono negro brillante. En una de sus manos lleva una chaqueta de cuero de un tono oscuro, la cual hace juego con sus zapatos.
—Sí, y para partirme la crisma también—elevo una de mis piernas con tal de que pueda apreciar el elevado tacón que calzo.
—Por favor, Ana, mi abuela se pone tacones mucho más altos.
Le fulmino con la mirada durante unos segundos.
—Pues tendré que pedirle a tu abuela que me enseñe a caminar con estos condenados zapatos.
Salgo y cierro la puerta detrás de mí. Andrés se apresura a cogerme por el antebrazo, con tal de proporcionarme una ayuda para llegar hasta el ascensor. Una vez dentro de él, me toma la mano y me hace girar con tal de apreciar mi vestimenta. Por suerte, logro mantener el equilibrio el tiempo necesario para encontrarme de nuevo con su apoyo.
—Vas a tener a cientos de tíos queriéndote echar un polvo esta noche.
—Joder, ojalá sea cierto. Llevo demasiado tiempo a dos velas y se empieza a notar.
Contrae el rostro.
—¿Insinúas que no te has depilado?
—Eres un cerdo.
—¿Eso quiere decir que estás preparado para la ocasión?
—Puede.
Salgo del ascensor, esta vez sin ayudarme de el brazo de Andrés. Mientras avanzo en dirección a la salida puedo notar como los ojos de mi mejor amigo se clavan en mi espalda. Escasos pasos me separan del coche de mi acompañante, quien al parecer tiene bastante claro utilizar su vehículo en vez del mío. Pues él se pierde un viaje de los más glamuroso, porque nada es más increíble que mi Volkswagen Beetle rosa.
—He oído que va a haber un dj muy famoso pinchando discos.
Me abrocho el cinturón mientras él habla.
—Pues ya sabes, sí es un buen partido, tirátelo.
—Sí, me lo tiraré al igual que me trinqué a Mauricio en tu asiento.
Miro el asiento con repulsión y me limito a apartar mis manos de él.
—Joder, Andrés, qué asco.
—Lo cierto es que fue un polvo de lo más sucio. A Mauricio le gusta mucho jugar con su lengua... te sorprendería de lo que es capaz de hacer con ella.
—Cómo sigas hablando del tema pienso irme andando a la fiesta.
Me saca la lengua en señal de burla y yo, me limito a poner los ojos en blanco y a apartar mi mirada de su persona y centrarla en el paisaje de mi derecha.
Llegamos a la fiesta unos quince minutos después. Al parecer, se celebra en una discoteca que tiene como nombre New Theatre y se encuentra en la calle Economía, 19. La fachada es de un color blanco impoluto y sobre ella descansan unas vallas grisáceas, las cuales impiden ver más allá. La acera se encuentra repleta de filas de árboles, los cuales han perdido sus hojas como consecuencia de la llegada del invierno.
Camino en dirección a la entrada principal con Andrés justo a mi lado, quien no deja de dedicarle miradas seductoras a todo aquel tío que se cruza en su camino, independientemente de que sea o no homosexual. Una vez alcanzamos la puerta, decido adentrarme antes que él con tal de averiguar de una vez por todas el aspecto que tiene el interior.
Las luces, de tonos fuertes y eléctricos, iluminan las rostros de todos aquellos que yacen allí. La multitud permanece aglomerada en torno al escenario, en el cual de encuentra un dj pinchando discos. La música está tan alta que apenas puedo escuchar lo que me está diciendo mi acompañante, el cual desaparece de mi lado unos segundos después tras recibir un asentimiento por mi parte. Así que decido abrirme paso entre la multitud con tal de buscar a Andrés. ¿Se puede saber dónde leches se ha metido? ¿a caso ha encontrado ya a un bombón al que hincarle el diente? Al no dar con él decido incorporarme al baile que se han marcado los jóvenes de allí. La mayoría aparenta tener de 17 para arriba, aunque tampoco te puedes confiar, hoy en día aparentan tener mayor edad de la que realmente tienen.
Una mano se deposita en mi hombro, y causa que me sobresalte.
—Te he pedido algo.
Me tiende una copa de alcohol mezclada con coca cola.
—¿Qué es?—grito en su oído con tal de que pueda oírme.
—Sólo bébetela, te va a gustar.
Le doy un gran sorbo y echo hacia atrás la cabeza para que dicha sustancia arrase con mi garganta. Su sabor es excesivamente fuerte, imagino porque le han echado demasiada cantidad de alcohol, lo típico de las discotecas. Aunque teniendo en cuenta que una copa te cuesta un pastón, no me extraña nada que te la carguen tanto, así te quedas listo de una sola vez.
La cabeza me empieza a dar vueltas pasados unos diez minutos. No tengo ni puta idea de qué me han echado en la copa pero me estoy empezando a marear y no sólo eso sino que además he empezado a hacer tonterías, como a bailar descontroladamente en la pista de baile. Tal es mi ritmo que todos los presentes se han detenido a observarme, y por si fuese poco, algún que otro joven ha decidido bailar pegado conmigo.
—Me gusta como te mueves.
Un chico de unos 18 años examina de arriba a abajo con una sonrisa. Yo, sin embargo, decido seguir bailando como una posesa, sin prestarle mucho atención. El chico, ha vuelto a pegar su cintura a mi trasero. Joder, no me puedo creer que esté haciendo esto con un chaval.
—¿Quieres que continuemos con la fiesta en mi casa? Podrás hacerme un baile privado, si te apetece—susurra cerca de mi cuello.
Me aparto inmediatamente y me alejo de su posición con expresión de desconcierto. Esta vez me encamino a la barra, lugar en el que me abro paso como puedo con tal de pedir. Por suerte, hay un taburete vacío, en el cual siento mi trasero.
—Trae para acá esa botella de tequila.
El camarero duda entre si entregármela o no pero en cuanto ve el billete de veinte euros en mi mano decide optar por la primera opción, de forma que tengo una botella de tequila entera para mí. Me apresuro a quitarle el tapón y a beber a palo seco. Hecho que llama la atención de un chico que permanece de pie a mi derecha.
—No deberías beber así.
—Y tú no deberías hablar con alguien tan mayor.
—No me creo que seas tan mayor.
Vuelvo a beber un trago.
—A ver, ¿cuánto años tienes tú?
—Tengo 22 y apuesto a que tú debes tener unos dos años más.
Vaya, debe ser el típico celebrito de la clase. No se le da nada mal averiguar la edad de las personas, aunque tal vez dé en el clavo porque ha estado con chicas mayores que él.
—Dime, ¿cómo te llamas?
Una sonrisa extremadamente tierna asoma en sus labios.
—Ana.
—Encantado, Ana. Mi nombre es Carlos y estoy aquí para animarte la noche.
—Oh, no, nada de eso. Puedo animarme la noche yo sola, no me hace falta un chico—balbuceo.
No soy apenas consciente de lo que estoy diciendo por culpa del alcohol, aunque tampoco me importa mucho, un día es un día y yo pienso disfrutarlo al máximo.
—¿No has venido con tu novio?
—No tengo novio. Los tíos me tienen miedo porque siempre acaban huyendo de mí.
Comienza a reírse. ¿Es que a caso he dicho algo gracioso?
—Quizás no te hayas topado con el chico adecuado.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Qué haces aquí en vez de estar divirtiéndote con tus colegas?
Se encoge de hombros. Oh, vamos ¿no tiene nada que aportar? No me lo creo.
—Digamos que me has llamado la atención y cuando algo me gusta, quiero tenerlo.
—Oye, chaval, no tienes edad de estar persiguiendo a chicas como yo sino a tías como esas—señalo un grupo de chicas que, además de ser mucho más jóvenes que yo, están bailando de forma provocativa.
—Ellas no me llaman la atención. Al menos, no como lo haces tú.
A mis espaldas aparece Andrés, quien está cogido de la mano del que, si no recuerdo mal, había sido el dj esta noche.
—Ana, ¿te importaría pillarte un taxis para volver a casa? David y yo tenemos un asunto pendiente por resolver.
Genial. Mi mejor amigo me deja tirada por irse a copular con un tío. Y yo sin un duro para llamar a un taxis. La vida me sonríe tanto que voy a considerar seriamente lo de echar la lotería, lo mismo hasta me toca.
—Joder, Andrés, no desaprovechas ni una oportunidad. Pues, ala, que os divirtáis y no os hagáis daño.
Me aferro a la botella y me pierdo entre la multitud, como no, con aquel chico detrás de mí. Camino un poco más deprisa con tal de librarme de él antes de llegar a la salida de la discoteca. Creo que lo mejor será que me vaya a casa lo antes posible, puesto que el mareo va en aumento y las náuseas vienen acompañadas de él, además, tengo los pies súper reventados y todavía me queda un buen paseo hasta llegar a casa, así que...
Vuelvo a darle un sorbo a la botella y cuando lo hago me doy cuenta de que queda menos de la mitad. Joder, soy una alcohólica. Por una vez que salgo y me descontrolo de una forma descomunal. Si es que yo ya no estoy para estas cosas...
—¿Te vas ya?—pregunta una voz a mis espaldas.
Me giro en redondo y me encuentro con la persona de aquel chico nuevamente. Por desgracia, mi estómago ha decidido expulsar toda aquella gran cantidad de alcohol ingerida, de manera que no me da tiempo a reaccionar siquiera cuando me percato de que le he vomitado en sus zapatos y además he manchado parte de su camiseta.
—No era la respuesta que esperaba en absoluto.
—Perdona, no suelo beber alcohol y está claro que hoy me he pasado de la raya.
—¿Tienes a alguien que te lleve a casa?
—Sí, a estos dos—señalo mis pies, los cuales yacen descalzos. Los zapatos cuelgan de una de mis manos. Debo de estar muy mal porque ni siquiera recuerdo habérmelos quitado.
Hasta ahora no me he dado cuenta de que una brisa gélida está asolando la ciudad de Sevilla y que por consiguiente estoy siendo congelada lentamente. ¿Cómo he podido olvidar traerme una chaqueta?
Me apresuro a abrazarme a mi misma con tal de hacer desaparecer aquella sensación de ausencia de calor, cuando de repente recibo una chaqueta a cambio.
—Ya veo por donde vas. Eres el típico chico que le deja su chaqueta a la chica que le gusta con tal de agradarle. Pues que sepas que conmigo eso no funciona.
—¿Alguna vez te han dicho lo cabezota que eres?
—Montones de veces.
—Anda, voy a llevarte a tu casa.
—¡No!
Frunce el ceño ante mi inesperada respuesta.
—No quiero que mi hermana me vea llegar en estas condiciones. ¿Puedo quedarme en tu casa hasta que amanezca?
—Creía que no querías nada con tíos como yo.
—Se llama conveniencia—me tambaleo a causa del mareo y por poco pierdo el equilibrio si no fuese porque Carlos me ha sujetado justo a tiempo.
—Se llama atracción.
Por primera vez me fijo en el color de sus ojos, son de un tono azul claro, los cuales harían juegos con la camisa que lleva puesta Andrés. Joder, tiene un rostro angelical y una sonrisa tan tierna que dan ganas de comérsela a besos. Y de cuerpo no está nada mal.
—Vamos, subamos a mi moto.
Me sitúo justo detrás de él y me apresuro a aferrarme a su cintura con ayuda de mis manos. Nunca he montado en una moto y no me agrada nada la idea de hacerlo estando borracha. Cierro los ojos y comienzo a gritar cosas como una histérica.
—Vas a llamar la atención de todo el vecindario.
—Pues que se jodan—grito mucho más fuerte.
La moto se pone en movimiento de forma muy brusca y yo, al no recibir ningún tipo de aviso por parte de mi acompañante, grito con todas mis fuerzas. La brisa gélida azota mi rostro sin compasión y hace ondear mi corta melena. Aunque no me resulta cómodo el asiento ni recibir los latigazos del viento en mi cara, me gusta mucho sentir la sensación de ser libre, como un pájaro. Espero, ¿acabo de compararme con un pájaro? Vale, tal vez me parezca mucho más a esta ave en el sentido en el que no me callo ni bajo agua.
No soy consciente del tiempo que transcurre pero apuesto a que han pasado más de veinte minutos. Por fin, detiene la moto junto a la acera, lugar desde el cual se visualiza una casa con la fachada verde claro y las ventanas marrones. El tejado está compuesto de tejas exactamente del mismo tono que las ventanas, así pues le da un aspecto muy bonito.
Se apodera de una de mis manos y tira de ella en dirección a su hogar.
—Un momento, no puedo entrar ahí.
Carlos se gira y me observa con sus enormes ojos azules.
—¿Por qué no?
—¿Qué pensarán tus padres al verte entrar con una chica dos años mayor que su hijo?
—En primer lugar, creo que estás obsesionada con tu edad y en segundo lugar, no vivo con mis padres desde hace unos meses.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
Abre la puerta y me cede el paso.
El interior permanece sumido en la más completa penumbra, así que es todo un desafío ir moviéndose por allí sin tropezar con algún objeto. Al estar todo tan oscuro no puedo distinguir bien la decoración de la casa así que no puedo dar mi opinión sobre ella. Aunque apuesto a que su dormitorio estará totalmente desordenado y lleno de póster de tías en pelotas.
—Sé que independizarse es difícil pero eso es una cosa y otra es no tener dinero para pagar las facturas de la luz.
—Creo que no estás muy enterada del apagón que se ha producido por esta zona.
Le doy la espalda y me dirijo escaleras arriba con el propósito de localizar su dormitorio y echarle un vistazo. Carlos se encuentra detrás de mí, limitándose a seguir mis pasos allá donde se dirijan. Lo cierto es que me pone nerviosa que se convierta en mi sombra pero tampoco puedo recriminárselo, estoy en su casa..
Empujo una puerta y doy con su habitación, la cual sorprendentemente, está ordenada de pies a cabeza, y por extraño que parezca, no hay ningún póster desagradable por ningún lado. De acuerdo. Este es buena señal. Dice mucho de su persona. Me alegra saber que no es el típico chaval pervertido que se pasa el día masturbándose delante de un ordenador.
Me detengo justo a los pies de la cama y, al no saber muy bien que decir, decido permanecer inmóvil observando la superficie de esta. Siento como unos pies descalzos avanzan en dirección a mi persona, deteniéndose a escasos centímetros de mí. Una mano gruesa y cálida aparta parte de mi cabello de la zona del cuello con tal de acercar a este sus labios y depositar sendos besos en él. Cierro los ojos y entreabro los labios con tal de apreciar mejor ese momento.
Unas manos se apoderan de mi cintura y me hacen girar, de manera que esta vez me sitúo a escasos centímetros de su cuerpo. Carlos acaricia mi mejilla con dulzura y luego desplaza lentamente su mano en dirección a mi nuca y, ejerciendo presión sobre ella logra acercar mi rostro mucho más al suyo, de manera que nuestros labios quedan separados por escasos centímetros. Y me besa con una pasión descomunal, impidiéndome respirar con normalidad.
Se quita la camiseta y deja al descubierto su torno trabajado junto con su vello corporal inferior. Los músculos de sus brazos se extienden y contraen por cada movimiento que hace, lo cual le da un aspecto extremadamente irresistible. Joder, para tener 22 años tiene un cuerpo de escándalo. Así cualquiera caería rendida a sus pies. Además, es tan mono.
A continuación se deshace de los vaqueros, dejando ver así su ropa interior grisácea, la cual tiene en la cinturilla el nombre de la marca "Calvin Klein". A juzgar por el bulto de sus calzoncillos, apuesto a que lo que esconde debe ser semejante a una anaconda. Vale, mi miedo acaba de aumentar considerablemente. No sólo voy a perder la virginidad estando borracha sino que además voy a tener que experimentarlo con una especie de monstruosidad.
Se acerca a mí con paso vacilante. Con ambas manos logra bajar la cremallera de mi vestido, dejando mi espalda al descubierto. Desliza lentamente mi vestimenta hacia abajo, descubriendo así mi ropa interior de encaje negro. Se detiene junto a mi ombligo y comienza a besar la zona del vientre, haciéndome estremecer. Tira el vestido hacia un rincón de la habitación, luego rodea con sus manos mis muslos y me coloca a la altura de sus caderas. A medida que eliminamos la distancia que nos separa de la cama, nuestros labios permanecen unidos y nuestras respiraciones siguen estando agitadas. Me deposita sobre la cama y él se coloca encima mía, de manera que no tengo más remedio que encontrarme con su penetrante mirada y su sonrisa pícara.
Esta vez soy yo la que me deshago del sujetador. Al mismo tiempo, Carlos, quien acaba de dejar al descubierto su sexo, se esmera en colocarse un preservativo. Vuelvo a recostarme en la cama con el propósito de servirme en bandeja. Escasos segundos después se ha colocado de nuevo sobre mí y tiene ambas manos en cada extremo de mi ropa interior inferior. Tira de ella hacia abajo con rapidez, descubriendo así mi sexo.
Cinco minutos después está dentro de mí una. Los músculos de mi vientre se contraen por cada penetración que recibo, mientras que siento al mismo tiempo un placer inmenso, aquel que nunca antes había experimentado. Su miembro entra y sale con una agilidad y precisión sobrehumanas, lo cual me provoca un sentimiento de pánico al imaginar que podría estar desgarrándome por dentro. Aún así, no quiero que pare de hacerlo. Me gusta demasiado. No me puedo creer que me haya estado perdiendo esto durante tanto tiempo.
Enredo mis dedos en su pelo y tiro de él hacia atrás, obligándole a mirarme. Al hacerlo, las gotas de sudor que bañan su frente caen en torno a mi clavícula, humedeciéndola por un breve período.
Juro que esta noche va a ser inolvidable, tanto para él como para mí.
Pasada una hora, Carlos y yo logramos llegar al clímax, de manera que él me deja liberada de su cuerpo con tal de ocupar el lado de la cama que yace vacío. Mientras Carlos se acuesta boca arriba en la cama, yo decido girarme hacia el lado izquierdo, dándole así la espalda. Dios, qué vergüenza. Me he acostado con un chico dos años menor que yo y por si fuese poco, no le conozco de nada. Aunque, debo admitir que después de este polvo, creo que le conozco mejor, al menos, en lo que al sexo se refiere. Joder, vaya forma de copular. Me pregunto cuántas relaciones sexuales habrán hecho falta para tener ese control sobre la cama.
Carlos me abraza por la espalda, de forma que adoptamos la pose de la cucharita. Y tanto él como yo, agotados por el esfuerzo ejercido, nos quedamos dormidos abrazados, como dos tortolitos.
El sol penetra a través de los cristales de la ventana e indicen en mis párpados, obligándome a abrirlos con tal de eliminar la molestia de la luz solar. Al descubrir mis párpados, me encuentro en una habitación totalmente ordenada. Es como si alguien se hubiese esmerado en colocar cada cosa en su correspondiente lugar. Tal vez esté demasiado ordenada para mi gusto, así da la impresión de que la persona que vive allí es extremadamente perfeccionista.
Me siento en el borde de la cama y, al hacerlo, siento una fuerte punzada en la cabeza. Al parecer, la resaca acaba de decidir joderme el día por completo. Genial. Mi atención la capta la mesita que hay junto a la cama, dónde además de haber una lámpara, hay una vaso lleno de agua y una pastilla sobre un trozo de papel. En este último hay grabado un mensaje ; tómatela, te sentará bien. Sin pensarlo siquiera me llevo a la boca esa aspirina y la hago descender por mi garganta con ayuda del vaso de agua.
Recojo la ropa interior que hay sobre el colchón de la cama y me la pongo nuevamente. Luego, realizo la misma acción con el vestido que llevé puesto la noche anterior.
Una vez me he visto, bajo descalza hasta la planta abajo con tal de no llamar la atención de ningún miembro que se encuentre allí. Estoy a punto de abrir la puerta que me llevará al exterior cuando comienzo a sentirme como una idiota por decidir marcharme sin dar una explicación. Así pues decido escribir a las apuradas una nota en el mismo trozo de papel en el que se me surgiría tomarme la aspirina.
Para Carlos:
Lo de anoche no debería haber pasado, aún así sucedió, y ambos somos responsables de ello. Al no saber qué es lo que piensas al respecto, he decidido darte mi punto de vista. Es verdad que lo de anoche fue maravilloso y que lo disfruté a cada segundo pero, tú y yo sabemos que lo nuestro no puede ser. Lo que intento decir es que deberíamos olvidar todo lo sucedido entre nosotros la noche anterior. Hazte un favor y vive la vida que te corresponde o lo lamentarás.
Me gustaría pedirte que no me llamases, ni me buscases, ni te hicieses el encontradizo conmigo en las discotecas. Y si por algún casual me encuentras borracha por la calle, no te ofrezcas a llevarme a casa. Sólo olvídame, es lo único que te pido.
Ana.
Tras dejar la nota sobre una encimera de la cocina, vuelvo a hacia la puerta, pero esta vez no me detengo a meditar qué debo hacer sino que directamente abro la puerta y salgo al exterior. Tras cerrar a puerta detrás de mí, recuerdo que acabo de dejar allí dentro uno de mis recuerdos.
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