Capítulo 29
Por fin, ocho meses más tarde llega el día más esperado de mi vida, el más soñado y el que más ataques de histeria tengo.
Hoy, 23 de octubre está previsto que se celebre mi boda con mi amor platónico de la secundaria, ¿quién me lo iba a decir a mí? Ahora pegaría poner de fondo la cancioncita que dice "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Sí, la verdad es que me ha dado una sorpresa de las buenas, de esas que te dejan sin respiración. Aún no consigo creerme que esto sea real, o sea, ¡tiene toda la pinta de ser un sueño!. A día de hoy, le sigo pidiendo de vez en cuando a Andrés que me pellizque para comprobar si continúa formando parte de la realidad. Y sí, todas ellas han dado positivo. Así que tengo vía libre para disfrutar del momento todo el tiempo del mundo, que espero que sea eterno.
—¿Quieres quedarte quieta? !Vas a estropear el peinado que te he hecho!—Clara, que parece que se ha comido una ballena, sostiene un peine entre ambas manos.
—Es que no puedo evitarlo, estoy de los nervios.
—¿Cómo está mi chica favorita?—me pregunta Andrés, quien acaba de entrar en la habitación—. Mira lo que te traigo, una liga para que tu futuro marido te la quite con los dientes.
—¿Es obligatorio ponérmela?
—Claro que sí, nena, ser una novia implica hacer este tipo de sacrificios—añade mi mejor amigo.
—Oye, ¿cómo crees que será Álvaro en la cama?
—Clara, eso es probablemente lo que ahora menos me preocupa.
La puerta vuelve a abrirse y entra mi padre con el móvil entre las manos. Antes de que pueda darme cuenta, me hace una foto con el flash incluído.
—#Hastagmihijasecasa #preparadaparalamovida #tienealmejorpadredelmundo.
—Papá, no hace falta que todo el mundo se entere de que voy a casarme.
—Claro que sí. Es un momento único en la vida—se le saltan las lágrimas—. Pero hazme un favor y no te quedes embarazada tan pronto.
—Joder, qué hambre, voy a comer algo—aporta mi hermana.
—Se está poniendo como una foca, la pobre—confiesa Manuel una vez Clara ha cerrado la puerta detrás de ella.
—¡Te he escuchado, papá!—grita ella desde el otro lado.
—Vaya, parece que también se le están desarrollando los sentidos.
—Andrés, ayúdame a ponerme de pie, este traje pesa un huevo.
Mi vestido novia es aquel que vi en la boutique cuando fui a acompañar a Claudia a comprarse el suyo. Andrés se aferra a mis manos y tira de ellas con fuerza. Una vez me incorporo lo primero que hago es observar mi aspecto en el espejo. A pesar de que este atuendo no es propio en mí, siento que soy Ana. Lo único inusual en mí es el accesorio en forma de flor, cubierto de pequeñas piedrecitas plateadas que recoge parte de los mechones sueltos que en ocasiones se aproximan a mi rostro.
—Es hora de que nos pongamos rumbo a la playa.
Álvaro y yo elegimos celebrar nuestro enlace matrimonial en el Portil. ¿La razón? Consideramos que es un lugar bastante acertado para casarnos, ya que el contraste entre el atardecer, el romper de las olas y los pinos con mi vestido blanco y su esmoquin negro debe ser brutal. Así que la idea es casarnos allí bajo un arco nupcial, ofreciéndoles a nuestros invitados la maravillosa sensación de sentir la arena y ver un atardecer. Además, la celebración se va a celebrar en la playa, pues hemos solicitado un escenario para que se puedan dar espectáculos. Contamos con una hora para llegar a Huelva. Espero que el Karma no esté planeando hacer de las suyas.
—Necesito ir al servicio—anuncia Clara cuando llevamos una media hora de trayecto.
—¿No puedes esperar a que lleguemos?
—Diles a tus nietos que no ocupen tanto espacio—mi padre hace una parada al alcanzar una gasolinera y aprovecha para llenar el depósito del coche. Clara se baja del vehículo a toda velocidad y me pide que la acompañe al servicio. Desde que está embarazada quiere ir acompañada a todos lados, probablemente tenga miedo de caerse. Así que, me bajo del vehículo y cierro la puerta detrás de mí, olvidando completamente la extensión del vestido. Cuando echo a andar se oye una tela desgarrarse, así que inmediatamente me giro y me encuentro con que parte del traje de novia está aprisionado con la puerta. Y eso no es lo peor de todo. Ambas partes van cada una por su lado, es decir, que me he quedado con menos de la mitad del vestido y encima está uniforme.
—Hostia—exclama mi hermana.
Doy tal grito que llamo la atención de todas las personas del alrededor.
—¡Mi vestido!, ¿qué hago ahora?, papá, júrame por Manolo que tienes esa grapadora.
—La he dejado en casa junto con mis gafas de sol.
—Vale, no pasa nada, sólo estoy a punto de desmayarme.
Pierdo el equilibrio y justo cuando estoy a punto de caerme, Andrés me sujeta y me ofrece una botella de agua.
—Toma, corazón, bebe un poco, te sentará bien.
Le arrebato la botella y le doy un gran sorbo. Luego, escupo el contenido del interior de mi boca, el cual va a parar a la cara de mi padre, quien se apresura a sacar un pañuelo de su chaqueta y a secarse la frente.
—Joder, que asco—se queja.
—¿Se puede saber que coño es esto?—le pregunto a Andrés.
—Un poco de ginebra para animar el cuerpo.
—¡Pero, que me voy a casar dentro de poco!, ¡no puedo llegar borracha a mi boda!
—Anda que tu también, pimpollo, darle un poco de alcohol. ¿En qué cabeza cabe?—le pregunta mi hermana.
Andrés se encoge de hombros.
—Anda, vamos al servicio, Ana, que me voy a orinar encima.
El servicio está en un lateral de la gasolinera. Este es bastante pequeño pero cuenta con un váter, un lavabo y un espejo. También posee un color asqueroso y una pinta bastante desagradable pero a fin de cuentas, no esperaba encontrar algo mejor. Clara se sube el vestido hasta la altura de su barriga y procede a orinar, mientras que yo me dedico a observar boquiabierta el desgarro de mi traje de novia.
Pronto, escucho la cisterna del inodoro y mi hermana aparece a mi lado, se descuelga el bolso y busca desesperadamente algo en el interior. Al fin da con ese algo y resulta ser unas tijeras.
—Voy a intentar arreglar tu vestido—se arrodilla, no sin esfuerzos, y comienza a hacer cortes alrededor del traje. A juzgar por su expresión, parece saber lo que hace, aunque, tratándose de Clara me espero cualquier cosa—. Bueno, al menos, ha quedado mejor.
Observo el arreglo que le ha hecho mi hermana a mi vestido y me percato de que está más corto que antes, tanto que cubre poco más de mis rodillas. La parte mala es que existen unos notables desniveles, pero aún así, está mucho mejor que antes. Clara guarda las tijeras en su bolso y se incorpora con ayuda del lavabo.
—Qué desastre.
—Ana, no te preocupes, ninguna boda es perfecta. Además, conociendo a nuestra familia, ¿de verdad creías que iba a salir todo bien?
Su comentario me saca una sonrisa.
—Anda, volvamos al coche, tenemos que ir a una boda.
En el momento en el que entramos nuevamente en el campo de visión de nuestros acompañantes, estos se quedan embobados con el cambio que ha sufrido el vestido que llevo puesto. Mi padre asiente tímidamente, como si no tuviese otro remedio que aceptarlo. Andrés se lleva ambas manos a la boca para reprimir un grito. Marcos, quien parece avergonzado por las insinuaciones de mi padre, se limita a aplaudir el cambio.
—Póngamosno en marcha—le digo a mi padre, quien rápidamente ocupa el lugar del conductor. Andrés a su vera, Marcos, Clara y yo nos sentados en los asientos traseros. Por suerte, me toca la ventana así que me puedo entretener observando el paisaje.
—Tenemos un poco menos de media hora para llegar—anuncia Andrés.
—Vamos bien de tiempo—aporta mi padre.
Durante los quince minutos no ocurre nada que nos retrase. Sin embargo, pasados estos, sucede que mi hermana comienza a sentirse incómoda, con dolores en la pelvis. Mi padre intenta tranquilizarla diciéndole que esos niños van a ser el día de mañana unos buenos boxeadores, lo que surte en mi hermana el efecto contrario.
—Chicos, hay un problema—advierte Marcos, quien está acariciando la enorme barriga de Clara. Manuel se vale del retrovisor central para mirar la zona de atrás.
—¿Qué pasa ahora?—pregunta.
—¡Estoy de parto!—dice a voz en grito Clara.
Me llevo ambas manos a la cara, ocultando mi rostro momentáneamente.
—¡Voy a ser abuelo!
—¡Manuel, el volante!—alerta Andrés en el momento en el que el coche se desvía hacia el arcén. Mi padre reacciona rápidamente, volviendo a estabilizar el vehículo.
—La primera contracción —dice Clara, quien se aferra con fuerza a la mano de Marcos y suelta un grito—. Duele mucho.
—En tu caso, el dolor se duplica.
—¡Gracias por el recordatorio, papá!
Clara vuelve a tener otra contracción y nuevamente escapa de su boca un grito, pero este es ahogado, puesto que muerde con fuerza la manga de la camisa de Marcos.
—El hospital más cercano está a cinco minutos.
—Andrés, cállate de una vez—le pide Clara—. Perdóname, no quería decir eso pero es que este dolor me hace estar de mal humor.
—No te disculpes, corazón.
Mi padre aparca de malas formas en la puerta del hospital y entra corriendo para pedir una silla de ruedas. Marcos y yo nos encargamos de ayudar a mi hermana a caminar hasta la entrada del centro hospitalario, mientras Andrés se dedica a llamar a Álvaro para avisarle que puede que nos retracemos un poco. Una enfermera atiende a Clara de inmediato y la conduce al paritorio, donde examina su grado de dilatación. Al parecer, está bastante avanzada, lo que significa que va a dar a luz en breve. Así que, le ayudan a sustituir su elegante vestido por una túnica de color verde, la típica que cubre de todo salvo el trasero. Vuelven a recostarla sobre una camilla y le miden las pulsaciones. Marcos se sitúa a su lado, toma su mano y le susurra que está ahí con ella. Mi padre no hace otra cosa que un directo en instagram. Al parecer, las personas que se unen a este para verlo son abundantes, muchas de ellas escriben mensajes de ánimo. Andrés está mirando su teléfono móvil preocupado. Yo estoy absorta mirando un enorme reloj que hay en la pared de la sala de paritorio, que marca la hora. Son las doce menos cuarto, quedan quince minutos para la celebración de mi boda.
—¡Ya viene el bebé!—anuncia la partera.
Nos acercamos a la camilla en el momento en el que escuchamos el llanto de un recién nacido. Clara, tiene en sus brazos a un niño, de cabello moreno. Sus ojos están cerrados como consecuencia de la luz de la habitación, la cual le es tan desconocida. Sus manitas se aferran a los dedos de la mano de mi hermana, a quien se le acaban de saltar las lágrimas. Una enfermera se hace con el bebé para pesarlo y medirlo. Nuevamente, Clara se ve en la obligación de pujar para tener al gemelo. El segundo viene mucho más rápido que el primero, pues ya tenía vía libre. Este es una niña, así que mi hermana ha conseguido la parejita. Esta es castaña y, a diferencia del niño, abre sus ojos y observa a la mujer que tiene más cerca, su madre.
—¿Cómo los vas a llamar?—le pregunta Andrés.
—Aitor y Ana.
En ese instante, la mirada de mi hermana y la mía se cruzan. La enfermera me tiende a la niña para cogerla. Una vez la tengo en mis brazos tengo la sensación de que es muy frágil. Además, siento que tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para ser la tía que se merece.
La pequeña Ana extiende su manita y me acaricia la mejilla.
—Hola pequeña, yo soy tu tita—las lágrimas escapan de mis ojos—.Te prometo que voy a hacer todo lo posible por ser la mejor tía del mundo.
Andrés se coloca detrás de mí y me abraza. A continuación palpa el labio inferior de la niña al mismo tiempo que su dedo índice es encerrado en la mano de la pequeña Ana.
—Se parece a ti, Clara. Felicidades.
Mi padre, que tiene al niño en brazos, le está susurrando que está muy orgulloso de tenerle. Por supuesto, mi hermana muere de amor con los gestos cariñosos que estamos teniendo con sus bebés. Marcos, a quien la euforia le puede, le planta un beso a su novia y le dice lo guapa que está.
—Ana, deberías irte, la boda está a punto de empezar—me aconseja Clara.
El novio de mi hermana recibe a la niña de mi parte y lo primero que hace es darle un beso en la frente. Mi padre le hace entrega a Clara del pequeño y le hace saber lo orgulloso que está de aumentar la familia.
—Andrés, no te olvides de conectarte a Skype, quiero estar presente en la boda.
—Eso está hecho, Clara.
Nos marchamos del hospital, dejando atrás a una pareja viviendo el mejor momento de sus vidas. Lo cierto es que ahora que he conocido a mis sobrinos, mi vida ha cambiado y siento que estoy preparada para afrontar esta situación. Manuel, al que tanto le preocupaba ser abuelo, parece haber dejado atrás sus miedos. Andrés, se siente como un segundo abuelo, por lo que deduzco que está igual o más feliz que mi padre. Al llegar al lugar en el que se supone que debe estar el coche, nos percatamos de que este ha desaparecido.
—¿Dónde está mi coche?—pregunta mi progenitor.
—Allí va—Andrés señala con el dedo índice el final de la carretera, donde una grúa se lleva consigo nuestro medio de transporte.
—No vamos a llegar a tiempo—lamento.
—Claro que sí, hija. Yo por ti haría cualquier cosa. Es más, ¿ves esas bicicletas de allí? Vamos a utilizarlas para ir a la playa.
—¿Cómo las vamos a pagar?
—No creo que pase nada por tomarlas prestadas—responde Manuel a la pregunta de Andrés.
—O sea, que queréis robar—aclaro.
—Hombre, robar robar, tomar prestado.
—Hagámoslo—propongo.
Nos acercamos a un puente de bicicletas y esperamos a que el dueño vuelva a adentrarse en el interior de su negocio. Cuando lo hace, nos apropiamos de una y nos marchamos de allí a toda pastilla, ignorando por completo las quejas del señor que trabaja ahí.
—¡Es una emergencia, se la devolveremos!—grito.
Pedaleamos lo más rápido que podemos a pesar de estar agotados por el esfuerzo ejercido tras robar las bicicletas. Sin embargo, nuestras ganas de lograr nuestro objetivo son más grandes que el cansancio que nos invade.
Durante el trayecto tenemos que vernosla con los coches que se ven en la obligación de frenar en seco para evitar atropellarnos, con las personas que se cruzan sin previo aviso y con el uniforme terreno. Finalmente, logramos alcanzar el tableado que conduce a la playa. Nos despojamos de las bicicletas y emprendemos una marcha en dirección a la costa, lugar en el que hay una cantidad considerable de invitados.
Álvaro esboza una amplia sonrisa al vernos desde lejos. Sin embargo, el resto de los presentes nos observan con confusión, probablemente se estén preguntando porqué mi vestido está desgarrado, mi pelo despeinado, la camisa de mi padre apestando a alcohol, etc. Andrés se une al grupo de invitados, mientras que mi padre se aferra a mi brazo y me conduce hacia el altar.
—Lo vas a hacer, Ana.
—Sí.
—Sabes que siempre existe el divorcio, ¿no?
—Papá, no pienso recurrir a esa opción.
—Bueno, pues prométeme que vas a estar pendiente de las gomitas.
—Te quiero, papá—deposito un beso en su mejilla antes de aceptar la mano de Álvaro.
—Y tú, muchacho, encárgate de quitarle esa palidez a mi hija.
Álvaro le dedica una amplia sonrisa.
—Estás preciosa—me dice tras tomar mi mano y depositar un beso sobre mis nudillos. Sus ojos verdes se fijan en mi persona, provocando que me ruborice casi al instante.
—Ten cuidado de no distraerte.
—Va a ser difícl—confiesa.
—Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a Álvaro Márquez y a Ana González. Así pues ya que quieren establecer entre ustedes la alianza santa del matrimonio, unan sus manos y expresen su consentimiento delante de Dios y de su Iglesia.
Álvaro me toma de las manos y me escruta con su penetrante mirada.
—Yo, Álvaro Márquez, te pido a ti, Ana González, que seas mi esposa porque te amo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Por un momento me quedo sin habla debido a sus palabras. Estas llegan a calarme tan hondo que olvido por completo respirar pero, pasados unos segundos, mis pulmones se encargan de recordármelo. Todo está suciendo de la misma forma que en mi sueño. ¿Sería este una predicción del futuro?
—Yo, Ana González, te acepto a ti, Álvaro Márquez, como mi esposo porque te amo y prometo serte fiel en lo próspero y adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
—Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Álvaro acaricia mi mejilla con dulzura y se aproxima a mi rostro lentamente. Yo, incapaz de controlar mis ansías de fundir mis labios con los suyos, me aferro a su nuca, ejerzo presión en ella y le beso.
Mi marido me rodea la cintura y me atrae a él para continuar besándome. Entonces, siento como si todo a mi alrededor desapareciera, únicamente existimos él y yo. Inmersa en el nuevo mundo que he creado, me permito el lujo de continuar moviendo mis labios con los suyos.
Si por mi fuera, seguiría así eternamente pero, lamentablemente, una oleada de aplausos me hace volver a la realidad.
—¡Relaja la pelvis en tu noche de bodas!—exclama mi hermana desde Skype. Andrés, quien sostiene entre sus manos una tablet, me dedica una amplia sonrisa.
—Oficialmente soy tía.
—Lo que me convierte a mí en tío de esos pequeños—dice Álvaro a escasos centímetros de mis labios—. Vamos a ser unos tíos horribles—deposita un beso en mis labios.
—¡Qué empiece la fiesta!—dice mi padre, quien está subido al escenario junto a una banda de música. No sé qué es peor, que Manuel llame la atención o que esté cantando Aserejé.
—Siempre supe que acabaríais juntos—a juzgar por su acento no es de aquí. Ladeo la cabeza entorno a la proveniencia de esa voz y descubro que se trata de Ed Sheeran.
Álvaro y yo intercambiamos una mirada de complicidad.
—Ana, hace tiempo que quiero hacer una cosa.
—¿Qué cosa?
—Ahora verás.
Álvaro me da la espalda y emprende una carrera en dirección al escenario. Los invitados, quienes están bailando, aplauden a mi marido al verle tomar el micrófono.
—Voy a deleitaros con una de mis canciones. Va por ti, Ana—se aclara la garganta en el instante en el que comienza a sonar la melodía—. Estar contigo, es como tocar el cielo con las manos, como el sol de un primer día de verano, como en un cuento, estar contigo desvelando uno por uno tus secretos, descubriendo todo lo que llevas dentro, lo dejo todo por un momento de estar contigo. Yo siento que tu compañía, es el mejor regalo que me dio la vida, la fuerza que me empuja a seguir adelante, de todo lo que tengo es lo más importante.
Subo al escenario y tomo otro micrófono para acompañarle cantando.
—Estar contigo es como un sueño... del que no quiero despertar si abro los ojos y no estás. Vivir contigo, es mi deseo, es todo lo que quiero hacer porque a tu lado puedo ser solo yo misma, tan solo yo misma—cantamos al unísono. Cuando termina el estribillo, me preparo para hacer un solo— Estar contigo es que cada día sea diferente, siempre hay algo que consigue sorprenderme.
—Es como un juego que me divierte, estar contigo—hace una pausa y me indica que cante ahora con él—. Y siento que tu compañía es el mejor regalo que me dio la vida. La fuerza que me empuja a seguir adelante y todo lo que tengo es lo más importante. Estar contigo es como un sueño del que no quiero despertar si abro los ojos y no estás. Vivir contigo, es mi deseo, es todo lo que quiero hacer porque a tu lado puedo ser solo yo mismo, tan solo yo mismo.
Apartamos los micrófonos y nos besamos bajo un prolongado aplauso.
Bajamos del escenario y caminamos hacia la orilla, lugar en el que nos ponemos a bailar una lenta en honor a una canción que acaba de empezar. A nuestras espaldas, el sol va cayendo poco a poco, dejando un cielo anaranjado a su paso. Las olas rompen con fuerza y dejan tras sí un rastro de una espuma blanca. Mis pies se hunden en la arena mojada en cuanto una ola me alcanza, logrando mojarme parte del vestido. Álvaro me coge en brazos y corre conmigo hacia mar adentro. A pesar de mis intentos por liberarme de sus manos, este sigue adelante. Finalmente, se lanza a la parte profunda aún sosteniéndome. Mi pelo parece estar suspendido en el vacío mientras me encuentro bajo el agua y la escasa luz hace brillar el tocado que llevo en el cabello. Cuando vuelvo a la superficie, me aferro a los hombros de Álvaro e intento hundirle pero tan solo logro que ambos nos sumerjamos de nuevo.
—Chicos, vuestra barca está lista—anuncia una voz masculina proveniente de la orilla.
—¿Alonso?—pregunto.
—El mismo. No íbamos a perdernos vuestra boda por nada del mundo.
A su lado hay una chica con cuerpo de Barbie que reconozco inmediatamente. Me propongo alcanzar su posición, aunque el vestido, a pesar de ser corto, sigue pesando bastante. Por suerte, ella me ofrece una de sus manos para ayudarme a incorporarme.
—Claudia, yo quería disculparme. No estuvo bien que hiciese eso en tu boda...
—Ana, está más que perdonado. Además, me hiciste ver que estaba enamorada de Alonso en vez de Álvaro. Ahora, gracias a toda esta movida, estoy en el lugar en el que siempre he querido estar. Quizá no haya estado muy cercana contigo estos meses pero, me gustaría agradecerte todo el trabajo que has hecho.
Me abalanzo a sus brazos sin pensármelo siquiera. Claudia me da unas leves palmaditas en la espalda y me anima a seguir disfrutando de la noche.
—¿Nos vamos?
—¿Adónde?
—Qué más da el destino, lo importante es estar juntos.
Álvaro me ayuda a subir a una barca que hay atada a un soporte de metal. Suelta la cuerda y empuja la barca con todas sus fuerzas. Pronto, la embarcación abandona la orilla y se propone ir mar adentro. Mi chico emprende una carrera, se sumerje en el agua y nada hasta la barca. Se sube, toma asiento a mi lado y se aferra al timón.
—Mira.
Me señale el horizonte, donde el sol está a punto de ocultarse. Entonces, cuando nuestra estrella se pierde de vista, se divisa a lo lejos durante unos segundos un rayo verde.
—¿Has visto eso?—le pregunto boquiabierta.
—Sí. Hay un dicho que dice que si observas este fenómeno con otra persona, ambas quedaréis enamoradas automáticamente.
—Yo ya estaba enamorada de ti antes de verlo.
—Y yo de ti.
La barca continúa con su viaje hacia el horizonte, surcando las olas que se le presentan. Y es ahí cuando me doy cuenta de que no me importa lo más mínimo el destino, pues hoy, después de mucho tiempo de búsqueda, me siento en casa.
Bajo el purpúreo tono del cielo, yacemos nosotros dos, mirándonos como dos tontos enamorados, profesándonos nuestro amor sin decir una sola palabra.
Si algo he aprendido en mi vida es que esta te puede sorprender de la manera que menos te imaginas.
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