Capítulo 27

El despertador suena por la mañana al día siguiente y, por primera vez, me alegro de oírlo, pues me recuerda que estoy en casa.
Entreabro un ojo y miro la hora que marca éste, son las once en punto, cuento con una hora para prepararme antes de quedar con Álvaro, Claudia y Alonso en la Hacienda Azahares.
Le doy un manotazo al despertador para desactivar la alarma. Luego, me destapo y me siento en el borde de la cama para desperezarme antes de ponerme en pie. La habitación se encuentra sumida en un silencio sepulcral, el cual me permite escuchar el piar de los pájaros procedente del exterior.
Ladeo la cabeza hacia el lugar en el que se encuentra la ventana y observo como los rayos de sol se extienden lentamente por el suelo, cubriendo una mayor extensión a medida que transcurren los segundos.

El cristal que yace encima del lavabo del servicio está empañado a consecuencia del vapor de agua que invade la habitación debido a la ducha que me he dado. Para hacerlo desaparecer, paso mi mano por la superficie de éste y, al hacerlo, descubro a una chica que se refleja en él. Lleva puesta una sudadera blanca con un diseño de un unicornio con el contorno rosa que escupe una ráfaga de arco iris por la boca, unos vaqueros grisáceos y unas vans negras. Su pelo vuelve a estar alborotado a pesar de sus intentos por domarlo.

Al llegar a la cocina me encuentro a mi padre de espaldas junto a la vitrocerámica, con una sartén en la mano y una espátula en la otra. A juzgar por su aspecto, deduzco que está concentrado en la comida que está preparando.

-¿Qué estás cocinando?

-Tu desayuno. Huevos revueltos con bacon.

-Suena bien.

Vierto zumo de naranja en una vaso y me lo llevo a los labios para darle un sorbo mientras mi progenitor premia a mi plato con una cantidad generosa de comida. Sigo a Manuel hasta la mesa del salón, lugar en el que tomo asiento en una de las sillas que la rodea para tomar mi desayuno. Él, se coloca a mi vera para leer tranquilamente el periódico, al mismo tiempo que se toma su taza de café diaria.

-¿Adónde tienes que ir hoy?

-A la Hacienda Azahares para continuar con la decoración de la boda.

-Quedan dos días para la celebración.

-Sí. Dos días- digo con cierto desánimo. Fijo mi mirar en el plato que tengo enfrente y averiguo que está casi vacío.

-Será mejor que vaya a comprarme un traje antes de que se agoten.

Asiento.

-Oye, papá, voy a irme ya.

-¿Ya? Pero si son sólo y media.

-Lo sé. Así evito llegar tarde por culpa de algún percance.

-Entiendo. Tienes el Karma en negativo.

-¿Y cuándo no?

Me pongo en pie y deposito un beso en la frente de mi padre, quien me da unas palmaditas en el hombro a cambio. A continuación camino hacia la puerta principal y justo antes de salir me echo al hombro mi bolso pequeño de lana de colores, el cual fue tejido por mi abuela hace años. Abro la puerta y cierro detrás de mí. Me detengo un segundo a decidir si escoger las escaleras o el ascensor. Termino por optar por la primera opción, ya que es más saludable y rápida.
Al traspasar la puerta de entrada al edificio siento como una brisa fresca me acaricia el rostro y los rayos de sol se proyectan en mi piel, transmitiéndome su calidez. He echado tanto de menos el clima de Sevilla.
Hasta ahora no me percato de que tengo los ojos cerrados. Lentamente abro mis párpados y al enfocar la vista descubro un Volkswagen Beetle rosa aparcado junto a la acera, reluciente bajo la intensa luz solar. Una sonrisa se apodera de mis labios en el instante en el que lo veo ahí. Si algo he añorado en mi estancia en Nueva York ha sido mi querido coche. Me subo a él y alcanzo a apreciar un aroma a margaritas, proveniente del ambientador. Aferro mis manos al volante y realizo el cambio de marcha. Como de costumbre, me incorporo a la carretera realizando un giro de 180º, acto que llama la atención de algunos habitantes, quienes no tardan en mostrar su descontento. Sin embargo, sus quejas pasan inadvertidas, puesto que todos mis esfuerzos están centrados en alimentar la felicidad que siento de volver a retomar mi vida.
Mi euforia aumenta en el momento en el que comienza a sonar por la radio la canción Perfect de Ed Sheeran.

-Baby, I'm dancing in the dark with you between my arms, barefoot on the grass, listening our favourite son-canto a plena voz. El conductor del coche de al lado me observa con desconcierto a través de la ventanilla. Su mueca me fastidia bastante, de modo que bajo el cristal y le grito-. ¡Está usted muy paliducho, le vendría muy bien un polvo!-el semáforo se pone en verde, aprieto el acelerador y abandono mi posición anterior a toda velocidad, sin esperar una respuesta por parte de ese hombre.

Aparco en un hueco libre que hay enfrente de la entrada a la Hacienda Azahares. Me bajo del coche y procedo a buscar en el bolso la libreta roja en la que tengo tomados todos los apuntes relacionados con la organización de la boda. Cuando la encuentro, localizo en ella la página en la que se hace referencia al lugar de celebración de la ceremonia y con ayuda de un bolígrafo tacho la línea que informa de que debo visitar este sitio. Una vez hecho esto, vuelvo a guardar todos los materiales en el fondo del bolso y me lo echo al hombro.
Al elevar la vista descubro un edificio de fachada burdeo, en cuyos pies yacen unas enormes macetas con pequeñas palmeras, y ventanas semicirculares blancas que tienen a cada lado farolas oscuras. El tejado es anaranjado y posee ciertas áreas en el que se turnan el tono blanco y azul. En un extremo hay una puerta abierta del mismo tono que los ventanales, desde la que se observa parte del interior.

-Buenos días-saludo a una mujer que lleva consigo un jarrón de rosas-. Soy Ana González, la organizadora de la boda de Álvaro Márquez y Claudia Rodriguez.

-Ha venido con antelación.

-Sí. Me gustaría empezar con la decoración cuanto antes.

-Bien. En ese caso, sígame.

La mujer de pelo corto y castaño me indica que la siga hacia la parte trasera del patio.
Bajamos por una escalera blanca que desemboca en una fuente que se oculta tras dos árboles, los cuales tienen a sus pies enormes rosales. En el lateral izquierdo yace unas sucesión de columnas a cada extremo, cuyo techo se fundamenta en una serie de tablas, de las que cuelgan enredaderas compuestas por flores rosadas. El suelo, recubierto de lozas geométricas de rombos, que alternan tonos blancos y caobas.

-Tome-me tiende una caja blanca, en cuyo interior hay una cantidad considerable de lazos rosas que esperan a ser usados-. Debe colocar cada uno de ellos en el lateral izquierdo de las sillas. ¿Entendido?

-Sí, parece fácil.

Le doy la espalda y comienzo a caminar en dirección al altar, caminando sobre las lozas del suelo, las cuales siguen el mismo modelo que las anteriores salvo por un detalle, se turnan los colores blanco y rosa.
A cada extremo hay un conjunto de filas de sillas, todas ellas mirando hacia el frente, donde descansan unas escaleras de tres peldaños que dan a una plataforma sobre la que hay un arco nupcial formado por rosas. Me detengo al alcanzar la primera fila de asientos y me arrodillo, meto la mano en la caja y extraigo de ella un lazo rosa. A continuación, lo anulo en un lateral de esta. Me sitúo frente a la silla de su lado y realizo la misma acción.
Entre una cosa y otra, consigo adornar unas cincuenta sillas en un poco más de media hora. El sol comienza a caldear mi espalda, de manera que empiezo a sentirme acalorada? y las primeras gotas de sudor aparecen en mi frente. Con ayuda de una de mis manos las hago desaparecer.
En ese instante, detrás de mí, escucho unos pasos. Me giro de inmediato y me percato de que una alfombra roja se desliza hacia abajo, extendiéndose, ocultando parte de las lozas del suelo. A los pies de la escalera se encuentra Alonso, con una sonrisa de oreja a oreja, observando el recorrido de la moqueta con una mano colocada en su frente a modo de visera. Hago ademán de incorporarme cuando Alonso me indica con una seña que permanezca en mi sitio.
A continuación, se arrodilla a mi lado, toma un lazo y juguetea con él.

-¿Puedo ayudarte?

-Me harías un favor muy grande.

Coloca un lazo en una de las sillas y vuelve a sumergir sus enormes manos en el interior de la caja para hacerse con otro.

-¿Hace mucho que estás aquí?

-Un poco más de media hora.

-Nosotros acabamos de llegar, hemos tenido que hacer una parada en una gasolinera.

-Imagino que el coche de Álvaro debe gastar una cantidad considerable de gasolina.

-Sí, emplea una pasta en llenarlo.

Le dedico una sonrisa y a continuación me pongo en pie y me coloco una fila más atrás con tal de seguir con mi propósito.

-Quedan dos días para la boda.

Asiento.

-¿Cómo estás?

-Estoy bastante jodido pero se me da bien ocultarlo.

Alonso suelta el lazo que tiene en las manos en la caja y se toma la libertad de sentarse en uno de los peldaños de la escalera. A continuación, flexiona las piernas y deposita sus brazos entrecruzados sobre ellas.
A pesar de poseer una sonrisa en sus labios sé que nunca ha estado peor. Es duro fingir que una persona no te importa cuando en realidad es todo. Alonso y yo hemos cometido el error de enamorarnos de la chica y el chico equivocados. Para mí también es complicado aparentar que este compromiso no me afecta lo más mínimo, cuando en realidad puede que me rompa el corazón en mil pedazos.
Me pongo en pie y me encamino hacia las escaleras para tomar asiento a su vera.

-Me jode verles ahí, paseando tomados de la mano como si nada, cuando yo estoy aquí deseando que las cosas cambien y que los ojos de Claudia vuelvan a pertenecerme.

A lo lejos se divisa una pareja que pasea por los jardines cogida de la mano, haciendo breves pausas para contemplar el decorado.

-¿Tú no sientes nada?

-Escuese un poco-le respondo.

-¿Por qué no le dices lo que sientes?

-Porque estoy segura de que él no siente lo mismo que yo.

Suelta un suspiro.

-No sé si voy a poder verla en el altar, casándose con un chico que no soy yo. Supongo que, en cierto modo, me he ganado a pulso esta situación. Fui un imbécil al marcharme y dejarla atrás, aún sabiendo que ella era todo cuanto yo quería. Ahora, sin embargo, se le ve feliz y sé que no tengo ningún derecho a intervenir en su vida pero, no puedo evitarlo, la quiero demasiado para dejarla ir.

-Sé como te sientes.

La pareja se disuelve. Él toma el camino de la derecha, mientras que ella retrocede hacia atrás para terminar entrando en la Hacienda. A medida que el chico se aproxima a nosotros, Alonso se pone tenso, lo sé por la línea que forman sus hombros. Al fin, Álvaro avanza en dirección al altar, observando el decorado de las sillas al mismo tiempo que asiente.

-Hola.

-Tengo que irme-anuncia Alonso, poniéndose de pie lo más rápido posible.

Antes de marcharse, Álvaro le da una palmada en el hombro a su hermano y este último responde con un asentimiento.

-Será mejor que me ponga manos a la obra-me incorporo y hago ademán de apresurarme a situarme junto a las sillas cuando mi acompañante me toma del brazo.

-Ana, espera...

-¿Sí?

-Te mentí ayer.

Enarco una ceja a modo de pregunta.

-No me equivoqué al marcar. Quería llamarte.

-¿Qué querías?

-Pedirte que volvieras, las cosas sin ti no eran lo mismo. Te necesitaba. Te necesito.

Álvaro acaba de confesarme que me necesita pero, ¿qué quiere decir eso?, ¿Que quiere que organice su boda o desea transmitir algo más? No sé cómo lo hace pero siempre consigue confundirme por completo. Tal vez sea lo suficientemente idiota como para no captar bien las indirectas. Mi instinto se equivoca constantemente, no puedo fiarme de él.

-Pues, aquí estoy.

-A tiempo.

-Sí, justo a tiempo-aseguro.

En ese instante me percato de que Álvaro está mirando hacia arriba, de manera que decido seguir su mirar para comprobar qué llama su atención de esa forma. Y entonces soy consciente de que estamos en el altar, enfrentados el uno al otro, contemplando la decoración. Cambio el rumbo de mi mirar hacia las sillas y me imagino todas ellas ocupadas por los invitados. Álvaro mira en la misma dirección que yo. Probablemente, en su cabeza se estén formando pequeñas imágenes de la que será su futura boda.
Entonces, sin previo aviso, nuestras miradas se cruzan y mis mejillas se sonrojan como consecuencia de su intimidante forma de mirarme.

-Aún no concibo la idea de que dentro de dos días vaya a ocupar este lugar.

-Te voy a dar un consejo pero te advierto que a mí no me valen-mi comentario le saca una amplia sonrisa-. Tus miedos se calmarán en cuanto veas a esa persona que quieres. Tus ideas se aclararán y entonces sabrás que es lo que siempre has querido.

-Pareces que conoces esa sensación.

-No sabes cuanto.

Álvaro da un paso al frente y se sitúa a escasos centímetros de mí. Mis ojos se encuentran con los suyos en una milésima de segundo y luego se fijan en sus labios carnosos y carmesís. Me sorprendo a mí misma mordiendo levemente mi labio inferior.
Él eleva una de sus manos y acaricia con dulzura una de mis mejillas. Ante el contacto, cierro los ojos y me dejo llevar por ese gesto cariñoso. Sin embargo, pronto nace en mi interior un sentimiento de culpa y me veo en la obligación de apartarme de él lo antes posible.

-Tengo que ir a por más lazos.

Recojo la caja del suelo y me marcho, dejándole plantado en el altar. Una vez desaparezco de su campo de visión, emprendo una carrera hacia el interior de la Hacienda y no me detengo hasta alcanzar uno de los pasillos. Le echo una ojeada a la caja y averiguo que contiene una cantidad considerable de lazos.
Soy tan idiota que no he sido capaz de proporcionar una buena excusa para quitarme del medio. Lo cierto es que esa era la primera cosa que se me ha ocurrido. Además, qué más da cual haya sido mi método para escapar de esa incómoda situación, lo importante es que he conseguido mi propósito. No logro entender el porqué ha reaccionado Álvaro de esa forma. Mi instinto no hace más que repetirme que siente algo por mí pero eso es imposible. Si es así, cancelaría su boda o me lo haría saber. Sin embargo, la ceremonia sigue adelante y él no parece tener intención de decir nada. Así que supongo que todo forma parte de mi imaginación.

A escasos pasos hay una puerta abierta de par en par, la cual conduce al comedor según el letrero que hay junto al marco de esta. Avanzo más rápido y cuando estoy a escasos centímetros de ella escucho unas voces provenientes del interior, así que me detengo justo antes de entrar y me adhiero a la pared para poder escuchar.

-Claudia no te cases con él, por favor, te quiero. He vuelto para hacer las cosas bien contigo, no me hagas esto ahora.

-No puedes presentarte aquí y pretender cambiar el rumbo de las cosas.

-Eso es justo lo que quiero. Claudia, escuchame, sé que sientes algo por mí, noto lo que te hago sentir, te pongo nerviosa.

-Nuestra historia forma parte del pasado.

-Te equivocas. Nuestra historia no ha hecho más que empezar.

Me asomo por un hueco de la puerta y visualizo a Claudia junto a una mesa y a Alonso separado de ella por unos pasos. Este último se aproxima a la chica con paso decidido, le toma el rostro entre sus manos y le besa sin más. Ella, al principio cede pero luego le aparta de un empujón y le propicia una bofetada en la cara.

-Aún me sigues queriendo. No pienso marcharme sin más de tu vida. Pienso luchar por ti hasta el último segundo porque te quiero.

-¿Te crees que con decir unas palabras basta?, ¿te haces una idea de cómo me sentí cuando te fuiste y me dejaste atrás?, ¿o siquiera eres consciente de cuántas noches me quedé dormida llorando?, ¿sabes todo el dolor que tuve que soportar?, ¿te haces una idea de cuánto tiempo te esperé? No. Tú no sabes nada. ¿Y sabes por qué? Porque siempre te importaron más esos estúpidos viajes que yo.

-Yo... lo siento.

-¡No! Tu disculpa viene demasiado tarde.

Claudia le da la espalda a Alonso y camina en dirección a la puerta, de manera que me veo en la obligación de retroceder unos pasos y simular que acabo de llegar. Al salir, ella me dedica una tímida sonrisa y a continuación se pierde en el pasillo. Una vez estoy a salvo, echo un vistazo al interior del comedor y visualizo a Alonso sentado en el suelo, con las piernas flexionadas y los brazos depositados sobre ellas. La cabeza la mantiene gacha y las lágrimas brotan de sus ojos con una rapidez descomunal. Deseo acudir en su ayuda pero sé que en este caso lo preferible es estar solo para pensar las cosas. Así que, me marcho por el mismo corredor por el que se fue Claudia con anterioridad, guardando silencio. 

El resto de la tarde se basa en continuar colocando esos dichosos lazos rosas a las sillas, rastrillar las hojas de los árboles que se depositan en el césped, regar las plantas, colocar jarrones junto al altar con las flores que pidió Álvaro aquel día en la floristería, preparar enormes cestas con pétalos que van a ser usados con la llegada de la novia, distribuir las mesas del comedor y cubrirlas con un mantel blanco con los contornos rosados, dotar de un número limitado de sillas a las mesas, comprobar la iluminación, etc.
Acabo tan agotada que sin percatarme siquiera me quedo dormida en el comedor, con la cabeza apoyada sobre mis brazos. Alguien me zarandea los hombros con dulzura, haciéndome despertar de mi profundo sueño. Me vuelvo y me encuentro con Claudia, quien me indica la hora que marca su reloj. Son las diez de la noche.

-Ha sido un día duro. Es hora de irse a casa a descansar.

Me pongo en pie y utilizo una de mis manos para disimular mi bostezo. Por detrás de la chica aparece Álvaro, cuyo mirar se centra en las ojeras que nacen bajo mis ojos.

-Será mejor que te lleve a casa, pareces cansada.

-No hace falta.

-Insisto-cambio el rumbo de mi mirada hacia Claudia-. No me gustaría que la organizadora de mi boda no pudiese asistir a la celebración por estar accidentada.

-Está bien.

-Yo acompañaré a Claudia a casa-se ofrece Alonso. La chica se sonroja ante el ofrecimiento de el chico que había sido su ex.

-Muy amable por tu parte, Alonso.

Este asiente ante las palabras de su hermano.

Me subo al coche de Álvaro y me limito a observar por la ventanilla a la otra pareja que se aleja en un todoterreno azul marino. Me imagino la situación tan incómoda que deben de estar viviendo en el trayecto de la Hacienda Azahares a casa.
Espero que Alonso no aproveche esta oportunidad para complicar aún más las cosas. Ahora que caigo, Álvaro no está al tanto del beso que se han dado Alonso y Claudia. Esta información me convierte en cómplice de ellos dos. No quiero traicionarle pero tampoco quiero arruinarle la boda. ¿Qué es lo que debo hacer?, ¿decírselo o ocultárselo? No entiendo porqué siempre soy yo la que se tiene que ver comprometida en estos asuntos. Lo mejor será dejarlo pasar. A fin de cuentas, sólo ha sido un beso. Este no va a cambiar el curso de las cosas por mucho que se lo proponga, ¿no?

-Estás haciendo un buen trabajo con el decorado. Está quedando genial.

-Gracias a ti. Fuiste quien me orientó, ¿recuerdas?

-Sí, lo recuerdo.

Le dedico una sonrisa y apoyo la cabeza en el cristal de la ventana. A medida que transcurren los segundos, mi cansancio va en aumento y comienzo a dar cabezadas como consecuencia de este. A pesar de mis intentos por mantener los ojos abiertos, estos se cierran y me sumen en una oscuridad. Poco a poco voy cediendo y termino por caer en los brazos de Morfeo.

-He vuelto a mentirte. En realidad, aquel día te llamé para decirte que te quiero, Ana.

En mi cabeza se graban esas palabras, las cuales parecen no guardar ninguna relación con el sueño que estoy teniendo, puesto que este se fundamenta en que estoy viajando en un velero por el Mar Mediterráneo. Desde mi posición visualizo en la orilla a un chico que grita esa frase con todas sus fuerzas. Utilizo mis prismáticos para averiguar de quién se trata. Al parecer, es Álvaro, el chico que afirma quererme. Llevo el velero hasta la orilla y me bajo de él de un salto. Un joven corre en mi dirección al mismo tiempo que yo lo hago en la suya. Esto tiene como resultado que al encontrarnos, Álvaro me eleve del suelo y me haga girar en volandas. Una vez vuelvo a tener los pies en tierra firme, me aferro a sus hombros con ambas manos y le planto un beso.

Abro los ojos y para mi sorpresa, estoy acostada en mi cama, con la ropa puesta y un montón de mantas sobre mí. Observo la hora que marca el despertador y descubro que son las dos de la madrugada. Me doy media vuelta y me tapo con la almohada la cabeza en un intento de volver a retomar el sueño que tenía para averiguar cómo acaba. Nada. Mis intentos por recuperarlo son en vano. Ahora queda aceptar que ya se fue y que, con seguridad, vendrán otros mejores.

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