Capítulo 25

Las ruedas se deslizan por la pista que tiene bajo ellas y la fricción provoca que estas vayan perdiendo velocidad hasta terminar por detenerse completamente junto a otros dos aviones, uno de ellos está en proceso de emprender el vuelo. Una voz femenina nos anuncia por la megafonía que hemos llegado a nuestro destino y nos desea unas felices vacaciones. Los pasajeros se apresuran a abandonar sus asientos para incorporarse al corredor que conduce hacia la salida, la cual desemboca en la pista. Yo, por el contrario, me tomo la libertad de permanecer en mi sitio unos segundos de más, contemplando las vistas a través del cristal de la ventanilla. Carlos, quien está de pie en el corredor, se esmera en ajustar la correa que sella su equipaje.

-Vamos, no querrás quedarte ahí todo el día, ¿no?

Le dedico una sonrisa cerrada.

-He pedido un taxi para que nos lleve a nuestro apartamento.

-¿Queda muy lejos?

-Está a quince minutos desde nuestra posición.

-Vale. Será mejor que nos pongamos manos a la obra -me incorporo y me sitúo a su vera, haciéndome con mi equipaje. Emprendo una marcha en dirección a la salida del avión, llevando la maleta a rastras debido a su elevado peso.

Nos detenemos junto a la entrada al aeropuerto, lugar en el que varios taxis se detienen para recoger a los turistas y llevarlos a sus respectivos destinos. Nosotros, concretamente, nos situamos junto a un enorme macetero que contiene un ficus. Tomo asiento en el borde de este y me apresuro a apartar las hojas que caen sobre mi rostro.

-Ahí está el taxi. Voy a guardar los equipajes en él. Ahora vuelvo.

Carlos se marcha en dirección a un vehículo amarillo y negro, cuyo conductor acaba de bajarse para ofrecerle ayuda al chico. Mientras ambos se esmeran en cargar las maletas, me permito realizar una visita a mi baúl de los recuerdos, lugar en el que se ocultan momentos en los que fui verdaderamente feliz en Sevilla junto a mi familia, Andrés, Carlos y sobre todo, Álvaro. Acabo de marcharme y ya quiero volver. Nunca se me ha dado bien extrañar y sin embargo ahora tengo que comportarme como una experta en esta materia. Me pongo en pie y comienzo a caminar hacia el taxi que me espera a escasos metros. Mi chico mantiene la puerta de atrás abierta con tal de cederme el paso hacia el interior. Una vez me acomodo en el asiento que hay junto a la ventanilla, me entretengo contemplando el paisaje.

-A la calle Bleecker, gracias.

El cielo está tornado de un tono grisáceo que se apodera de la vivacidad que transmite la ciudad. Sin embargo, los habitantes no parecen perjudicados por el tiempo. Supongo que me resultará difícil hacerme al clima de esta ciudad, pues estoy acostumbrada a tener días soleados y cálidos que no tienen comparación con los de aquí. Es extraño. Cuando te marchas de un lugar en el que has estado mucho tiempo echas de menos algo tan insignificante como el tiempo. A los pocos minutos, unas gruesas gotas de agua impactan contra el cristal y se deslizan a gran velocidad, hecho que me transporta a mi niñez, etapa en la que creía que estas hacían carreras, recuerdo que incluso las animaba a llegar la primera a la meta.

Una enorme estancia aparece tras la puerta principal, de paredes grisáceas y suelo color carbón que combinan con el tono blanquecino de los muebles. En el centro de la habitación hay dos sofás, uno en perpendicular y otro en horizontal, que están enfrentados a una pequeña mesa de cristal, sobre la que descansa un cuenco con bolas oscuras con destellos de color marfil. En un extremo de la sala hay un escritorio castaño oscuro sobre el que se alza un ordenador de mesa de color azabache. A lo lejos hay una ventana circular que posee una superficie en la que es posible tomar asiento. A través del enorme cristal se puede visualizar gran parte de la avenida y de los edificios de la zona.

-¿Qué te parece la cocina?

Giro sobre mis talones y descubro en la lejanía una cocina, cuyo mobiliario posee el mismo tono que el empleado para las paredes y el suelo. El frigorífico, en cuya superficie hay un calendario que marca el día al que estamos con un cuadradito rojo, posee dos puertas, de manera que ocupa un mayor espacio. Una cafetera se abre paso bajo la campana de la vitrocerámica, la cual está enchufada mediante un cable negro. Esta, en sí, es grisácea y posee un sensor que indica qué cantidad de café se desea tomar y si se quiere tomar frío o caliente.

Abro uno de los muebles y descubro una sucesión de platos llanos y hondos que poseen un diseño de flores que abarca los bordes. En la tabla de abajo hay un serie de vasos y copas boca abajo que dan la impresión de estar formando una escalera como consecuencia de la diferencia de tamaños.

-Es muy ... ¿útil?-respondo al fin.
Pero, por desgracia, Carlos ya no se encuentra conmigo, de manera que me veo en la obligación de ir en su búsqueda. Para ello, visito el servicio, lugar en el que permanezco unos segundos de más observando la ducha de chorros que hay en un extremo. Inmediatamente, rememoro la conversación que mantuvo mi cuñado con mi padre, en la cual se hacía incapié en esta increíble invención. Abandono el baño para incorporarme a la última estancia del apartamento.
La puerta está encajada, así que tengo que ejercer presión sobre ella para abrirla y descubrir qué hay más allá. Lo primero que llama mi atención es la cama rectangular que yace en el centro de la estancia, sobre la que está sentado Carlos, hablando por su teléfono móvil. En sí, el dormitorio no es nada de otro mundo; incluye un conjunto de armarios que contienen un espejo en el centro, una peinadora y una ventana cubierta por una cortina anaranjada-. No sabía que estabas aquí.

Carlos finaliza la llamada y deja su teléfono sobre la cama.

-Me han llamado desde la universidad y me han dicho que quiere que empiece mañana mismo. ¿No es genial?

No puedo creerme que acabemos de llegar y ya vaya a alejarse de mí. Creía que empezaría más tarde sus estudios pero, al parecer, no va a poder ser así. Debo admitir que el hecho de estar sola en casa durante horas no me entusiasma pero supongo que es exactamente eso lo que me espera de ahora en adelante. A fin de cuentas, cuando acepté venir aquí accedí a lidiar con las consecuencias que ello traería. De modo que, bajo mi punto de vista, está situación está muy lejos de ser genial.

-Sí-miento, añadiendo cierta emoción a mi voz. Carlos me toma de una de las manos y se la lleva a los labios para depositar un beso sobre mis nudillos.

-Me alegro de tenerte aquí conmigo.

Pero, ¿qué hay de mí?, ¿por qué no soy capaz de alegrarme por comenzar una nueva vida? Sé que estas cosas llevan su tiempo pero sólo espero lograr adaptarme cuanto antes, mejor.

Carlos acaricia con su mano libre mi mejilla y a continuación deposita un beso casto en mis labios, seguido de un beso esquimal.

-Voy a deshacer las maletas.

-Yo aprovecharé para hacer una llamada-añado al mismo tiempo que agito el teléfono. Carlos asiente y se marcha de la habitación, encajando la puerta tras él. Rápidamente marco el número de Andrés con tal de telefonearle. Sin embargo, mi intención de hablar con él no va a poder hacerse realidad, ya que salta el buzón de voz.

Lanzo el móvil a la cama, cabreada. No hace ni un día que me he ido y ya ni siquiera se acuerdan de mí. ¿Cómo es que soy tan reemplazable? O quizá todo el mundo esté lo suficientemente ocupado siendo feliz que no tienen tiempo de hablar con la inmadura Ana. Me sitúo tras la ventana oculta y con ayuda de mis manos retiro las cortinas con tal de descubrir las vistas que esconden. Permanezco observando el paisaje hasta que el cielo se torna de un tono azul marino que destaca los establecimientos de ambiente, cuyas luces iluminan parte de las fachadas de los edificios de alrededor. Las calles se llenan de una aglomerada multitud joven que tiene un único propósito en mente; disfrutar de todo aquello que pueda proporcionarles la noche.

-¿Estás bien?

Asiento.

-Vale-deposita varios besos a lo largo de mi cuello y después se dispone a quitarme el jersey que llevo puesto. Yo, en un intento de huir de los problemas que comienzan a aparecer, me dejo llevar. Así que enredo mis dedos en su cabello y le beso apasionadamente. Carlos me eleva del suelo y me coloca alrededor de su cintura momentáneamente. Me acuesta sobre la cama con dulzura y se propone desnudarme por completo al mismo tiempo que premia a mi piel con un cálido roce de sus labios. Cuando nos despojamos de nuestras prendas, nos apresuramos a unir nuestros sudorosos y frágiles cuerpos en uno solo, bajo la intimidante mirada de la luna y la gran nube de recuerdos presentándose en mi mente a merced.

Un prolongado pitido proveniente de la bocina de un coche es el causante de mi despertar brusco. Lo primero que hago es taparme la cabeza con la almohada en un intento de eliminar ese sonido tan molesto. Sin embargo, en vez de conseguir mi objetivo, gano a cambio una sucesión indefinida de bocinas que se alternan. Lo segundo que llevo a cabo es estirar uno de mis brazos con el propósito de localizar el cuerpo cálido de Carlos a mi lado. Pero, en vez de hallarle a él a mi vera me encuentro con una nota escrita a las apuradas.

Estabas tan guapa dormida que no me he atrevido a despertarte para avisarte de que debía irme a la universidad. He dejado café hecho y en el microondas tienes unos deliciosos gofres con chocolate. Aún no me he ido y ya te echo de menos, qué locura, ¿verdad?. Siento mucho no hacerte compañía, espero estar allí lo antes posible. Te quiero.

Carlos.

Lo peor de todo es que esta va a ser nuestra rutina de ahora en adelante. La verdad es que me gustaría que las cosas fuesen distintas pero esta es la realidad y debo adaptarme. Hoy es un buen día para hacer las cosas bien y no estoy dispuesta a desperdiciarlo. Así pues, me pongo en pie de un salto y me acerco a uno de los armarios, abro la puerta y elijo como atuendo mi inseparable jersey amarillo chillón de margaritas y unos pantalones vaqueros azulados. Luego, en el servicio, hago mis necesidades, me arreglo el pelo con los dedos y un poco de agua y me lavo la cara. Por un momento me debato entre maquillarme o no, pero finalmente opto por la segunda opción. Como bien dice el dicho, la belleza está en el interior.

Tomo asiento en uno de los taburetes que hay alrededor de una encimera y me sirvo café en una taza con diseño de flores. A continuación, empleo la nueva cubertería para trocear el gofre que tengo por delante. Con ayuda de un cuchillo transporto un pequeño trozo de mi desayuno del plato al tenedor, para terminar por llevarme este último a la boca. No hay duda de que Carlos se ganaría la vida siendo cocinero, tiene talento. Cuando termino de desayunar, friego el plato y el vaso con cuidado de no romperlos.

Tras ajustarme el bolso en el hombro, salgo a la calle con una sonrisa de oreja a oreja, dispuesta a comerme el mundo con ella. A pesar del tono grisáceo del cielo mi humor no decae, es más, no hace otra cosa que aumentar. Los habitantes me observan perplejos cuando paso junto a ellos. Aunque, no estoy segura de si se debe a mi alegría o a mi extravagante atuendo. Como me he propuesto verle el lado positivo a todo, voy a pensar que se sorprenden por mi felicidad. O tal vez sea porque envidian mi ropa. Sea como sea, no voy a comerme la cabeza con tonterías. Las calles son tan amplias que estas contienen abundantes y variados negocios, cuyos dueños se disponen a llamar la atención de sus posibles clientes con promociones que anotan en un letrero de superficie verde. Una tienda de golosinas llama mi atención, así que me adentro en ella. El interior resulta acogedor, ya que el espacio es muy reducido y las escasas personas que están en su interior aportan una calidez sobrehumana.

-Hola.

Nadie me saluda, es más, muchos de ellos dejan ver una expresión de confusión, dando a entender que no han entendido nada. Ahora que caigo, estoy en otra ciudad distinta, por lo que el idioma es diferente. Por desgracia, el inglés es la lengua oficial de Nueva York. ¿El incoveniente? Mi inglés es un completo desastre, ni siquiera sé defenderme. Quizá sea hora de barajar la oportunidad de apuntarme a una academia de idiomas.

-Do you have pipes?

El señor que hay tras el mostrador me escruta con la mirada y luego saca de la parte de abajo una caja de cartón, introduce la mano en su interior y obtiene un objeto de madera que consiste en una pequeña cámara para la combustión y un tubo que termina en la boquilla. Segundos después me proporciona el tabaco adecuado para poder fumar con ella.

-No, no.

El dueño de la tienda me da una mayor cantidad de tabaco. Joder, ¿cómo le explico a este hombre que no quiero fumar en pipa?, ¿por qué narices no nos enseñan en el colegio a decir algo tan simple como que quiero un paquete de pipas en inglés? Suerte que hoy día existe el traductor de google y puedes echar mano de él en cualquier situación. Saco el teléfono móvil del bolso y con unos clics me meto en el traductor y busco lo que me propongo. Sin embargo, este muestra como respuesta la pregunta que le he formulado con anterioridad.

-I want pipas, ¿me entiendes?-simulo que me estoy comiendo un paquete de pipas-. Pipas de las de sunflower. Joder, esto va a ser más difícil de lo que creía.

-Spanish?

-Si, digo yes. Bueno, yo ahora... new yorker.

-She seems to be talking to Ana Botella.

¿Qué coño acaba de decir? No me ha dado tiempo escribirlo en el traductor y claro, como se me ocurra pedirle que me lo repite voy a parecer tonta. No puedo permitir que pase eso. Tengo que demostrar que sé algo de inglés gracias a los conocimientos obtenidos en el colegio y en la eso.

-I'm not Ana Botella. Can you give me a package of seed?

-Oh, yes of course-me tiende un paquete rojo de pipas sin sal y me indica cuanto es. Saco la cartera y le hago entrega del dinero-. This girl is so funny.

-Goodbye.

Nada más salir de la tienda de golosinas, abro una parte del paquete y me echo un poco del contenido en una mano. A medida que camino por la calle, deboro las pipas y me limito a servirme un poco más cada vez que se acaban. Me tomo la libertad de rememorar mi conversación en inglés con el señor de la tienda. Lo cierto es que no ha estado tan mal para ser la primera vez que me enfrento a una situación así, ¿no? Aunque debo admitir que me he perdido un poco con lo de Ana Botella, no sé que ha querido decir. Un momento. ¿Ha querido compararme con ella y su mítica frase de "relaxing cup of café con leche"? Esto es indigante. Yo no me parezco en nada a ella. Bueno, nos llamamos igual pero, por lo demás, no nos asemejamos. Ella se limita a inventarse las cosas mientras que yo utilizo el traductor.

Tomo asiento en uno de los bancos de madera de un parque y continúo comiéndome las pipas a la par que contemplo como las personas van de un lado a otro, con aspecto elegante e imponente. Luego, mi atención la capta unos niños que están jugando en los columpios con una notable emoción. Sin saber porqué, en mi intento de visualizarles en el futuro y me sorprendo a mí misma rememorando mis años de adolescencia, los cuales pasé intentando llamar la atención del chico más popular de la secundaria, del que estaba perdidamente enamorada. Pero, mis recuerdos se centran en el momento en el que su mirar se depositó en mí aquel día que estaba cantando en una de las celebraciones del instituto. Ese, probablemente, fue uno de los mejores día de mi vida, sin contar los que pasé en su compañía a lo largo de la organización de su boda.

En ese instante comienza a sonar mi teléfono, obligándome a volver a la realidad.

-¿Sí?

-Ana, ¿qué tal?

-Estaba deseando hablar contigo, Andrés.

-Pues soy todo oídos.

Cuánto me gustaría tenerle al lado mientras le cuento con todo lujo de detalles mi nueva vida para poder observar sus facciones o poder recibir uno de esos abrazos que me animan en los momentos difíciles.

-Se me hace tan extraño estar en una ciudad nueva. Aquí no conozco a nadie y por si fuese poco, Carlos se ve en la obligación de estar casi todo el día fuera. Además, no entiendo ni papa del inglés y aquí es el idioma oficial. Y el clima no me gusta.

-¿Qué tiene que ver el clima?

-Pues mucho, Andrés, mucho. A mí un cielo despejado con su solecito no me lo quita nadie. Aquí lo único interesante son las luces de los edificios.

-No te preocupes, es cuestión de adaptarse.

-Sí, supongo que sí.

Hago una pausa para reprimir un sollozo.

-Te echo mucho de menos.

-Yo también a ti, Ana. Bueno, tengo que dejarte, tu padre y yo vamos a ir a cenar a un restaurante del centro. Ya hablamos. Adiós.

-Adiós.

Andrés finaliza la llamada justo antes de que pueda hacerlo yo. A pesar de haber hablado con él, tengo la sensación de no haberlo hecho. Quizá este maldito sentimiento de añoranza me hace querer más y más hasta límites insospechados. Aún así,me alegra saber que él puede seguir con su vida con total facilidad, mientras que yo, estando a kilómetros, no puedo simplemente olvidarme de una persona en concreto, ni destruir un sentimiento.

Me pongo en pie y me marcho del parque, dejando atrás un paquete de pipas y varios recuerdos.

Al llegar a casa no encuentro por ningún lado a Carlos por lo que deduzco que aún sigue estudiando en la universidad y que probablemente llegará tarde. Su ausencia me hace sentirme mas vulnerable que nunca, puesto que así mis recuerdos tienen rienda suelta para manifestarse con mayor intensidad y torturarme lentamente. Con tal de evitarlo, me dedico a hacer unos sandwiches de jamón de york y queso. En total hago cuatro, dos de ellos me los como y el resto los guardo para Carlos. Luego, me tomo la libertad de darme una ducha, ponerme el pijama y volver de nuevo al salón, lugar en el que me acomodo en la superficie que hay junto a la ventana para contemplar el juego de luces de los edificios. Van transcurriendo las horas y el cansacio cede. Al ver que mi chico no vuelve, decido acostarme.

A cada extremo del corredor hay cientos de invitados que me observan con una amplia sonrisa. En el centro se encuentra una alfombra roja que, poco a poco, recorro con lentitud, puesto que los tacones que llevo puestos me impiden aumentar el ritmo. Mantengo la cabeza gacha, observando el vestido de encaje ajustado y blanco que llevo puesto y el ramo de rosas que sostengo con una de mis manos. Ladeo la cabeza hacia la izquierda y descubro a mi padre, quien tiene su brazo entrelazado con el mío, que me anima dándome suaves golpecitos en los nudillos con su mano libre. Entonces, comienza a sonar el canon de Pachelbel, cuya melodía proviene de la zona alta de la iglesia, donde hay unos músicos tocando en directo. Cierro los ojos en un intento de hacer desaparecer los nervios que me invaden pero, al no lograrlo, decido abrirlos y mirar al frente. Entonces, a lo lejos visualizo a un chico con un esmoquin negro y una flor roja en uno de los bolsillos de su chaqueta. Una enorme sonrisa se apodera de sus labios al mismo tiempo que unas lágrimas se escapan de sus ojos, distorsionando el color verde de estos. Entonces, al verle allí, en el altar, esperándome, todos mis nervios se disipan y nace de mí una ansía incontrolable de estar a su lado para siempre.

Mi padre le tiende mi mano a mi futuro marido, quien me recibe con una sonrisa en los labios. Manuel deposita un beso en mi mejilla a modo de despedida y a continuación toma asiento en la primera fila, junto a Andrés, quien tiene ambos pulgares levantados, transmitiéndome sus más sinceros ánimos. Nuevamente ladeo la cabeza hacia la derecha, donde está Álvaro.

-Estás preciosa.

Estoy a punto de dejarme llevar por mis ganas de besarle cuando el cura hace uso de presencia, anunciando nuestro enlace matrimonial y recitando el contenido de la Biblia. Lo cierto es que mis intentos por atenderle son fallidos, puestos que toda mi atención recae sobre el chico que se sitúa a mi vera.

-Así pues ya que quieren establecer entre ustedes la alianza santa del matrimonio, unan sus manos y expresen su consentimiento delante de Dios y de su Iglesia.

Álvaro me toma de las manos y me escruta con su penetrante mirada.

-Yo, Álvaro Márquez, te pido a ti, Ana González, que seas mi esposa porque te amo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Por un momento me quedo sin habla debido a sus palabras. Estas llegan a calarme tan hondo que olvido por completo respirar pero, pasados unos segundos, mis pulmones se encargan de recordármelo.

-Yo, Ana González, te acepto a ti, Álvaro Márquez, como mi esposo porque te amo y también prometo serte fiel en lo próspero y adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.

-Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Álvaro me suelta las manos con el propósito de echarme hacia atrás el velo que cubre mi rostro. Sus ojos se pierden en mis facciones y deja ver una expresión de fascinación, como si se tratase de la primera vez que me observa. Toma mi rostro entre sus manos con ternura y procede a aproximarse a mí lentamente. Cuando se encuentra lo suficientemente cerca de mí, me dedica una última mirada antes de fundir sus labios con los míos y yo, hechizada por sus enormes ojos verdes, me dejo enbriagar por la felicidad del momento.

-Te quiero.

Tras oír esas palabras siento como si me sumiese en la más remota oscuridad, la cual me arrastra con ella a pesar de mis intentos por permanecer junto a Álvaro unos segundos de más. A medida que me alejo contemplo la decepción reflejada en su rostro, quien tiende su mano en mi dirección con el propósito de aferrarse a mí. Sin embargo, la distancia me impide sostenerla y me veo en la obligación de dejarme llevar por la negrura.

Despierto sobresaltada a causa del sueño. Para mi sorpresa, Carlos está durmiendo como un tronco a mi lado. Al verle me siento algo decepcionada, puesto que esperaba encontrarme a mi lado a otra persona totalmente distinta. Quizá, ese sueño hubiese estado bien si cuando despertase tuviese relación con la realidad. Me bajo de la cama de un salto y camino en dirección a la ventana que con anterioridad estaba cubierta por las cortinas y me dejo llevar por el sonido de las gotas de agua repiquetear en el alféizar. El cristal, empañado y mojado distorsiona el paisaje que hay más allá, así que es casi imposible distinguir los edificios. Aún así, sé perfectamente dónde se sitúan y qué aspecto tienen, así que me valgo de mis recuerdos para crear una escena. Al cabo de un par de minutos siento como si me invadiese un sentimiento de añoranza que hace referencia a la vida de la que intento desprenderme. En mi cabeza se muestran todas las personas que forman parte de ella y qué papel juega cada una. También aparece una imagen de la floristería Malibú, en la que he sido tan feliz durante todo este tiempo. Y entonces, sin saber el porqué, me pregunto si vale la pena dejarlo todo atrás. De momento, no sé la respuesta pero estoy segura de que pronto lo sabré.

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