Capítulo 24
Transcurren un máximo de tres días desde mi poca acertada decisión de ir a confesarle mis sentimientos a Álvaro. Como es lógico, las noches se me han hecho eternas puesto que han estado acompañadas de un prolongado insomnio que sabe a él. Los días, aunque más llevaderos como consecuencia de los intentos de mi padre por animarme, se han basado en acordarme de algún recuerdo vivido con Álvaro cada vez que paso por zonas estratégicas de la ciudad. Áreas en las que dejé una parte de mi alma y felicidad. También cabe destacar mi obsesión por encontrarle de imprevisto para poder volver a ver esos enormes ojos verdes que tantas veces me han intimidado. Sin embargo, no le he vuelto a ver desde aquel día.
-Ana, tenemos que ir a recoger a tu hermana al aeropuerto.
Asiento sin prestarle atención a sus palabras.
-¿Me has escuchado?
-Sí.
Apoya sus manos en cada uno de mis hombros y ejerce una leve presión sobre ellos. A continuación deposita un beso en mi coronilla. Y sin previo aviso me toma de la mano y me conduce a la ventana desde donde tantas veces he contemplado el cielo.
-Hija, sé que no estás bien pero quiero que sepas que me tienes aquí para lo que sea. Vas a poder contar conmigo para desahogarte.
Quizá mi vida necesite sufrir un cambio drástico. Tal vez así me descubra a mí misma y me deshaga de todos los recuerdos que me atan al pasado. Quiero tomar el control de mi destino y hacer cosas de las que esté orgullosa. Pero, sobre todo quiero atrapar la felicidad y no soltarla jamás. Y entonces, en medio de toda mi desesperación por cambiar de aires, se muestra a mi mente una idea.
-Papá, me voy a Nueva York.
-Si hombre, y yo a China, no te digo.
-Carlos va a estudiar allí y me ha pedido que me vaya con él.
-Pero, hija, Nueva York está a kilómetros de España, eso significa que no voy a poder verte a menudo.
El sol acaba de salir del edificio que hay justo enfrente y comienza a deleitarnos con sus rayos cálidos y luminosos.
-Lo sé pero, ¿qué hago sino?, ¿quedarme aquí?, ¿viendo cómo todos a mi alrededor se casan, tienen hijos y comen perdices? No quiero eso. Quiero saber qué hacer con mi vida, quiero tomar el control del timón.
-¿Qué timón ni timón? Lo que tienes que hacer es reflexionar sobre tu decisión. No puedes dejarlo todo sin más cada vez que tengas un berrinche.
-No tengo que reflexionar nada.
-Ana, vas a irte de aquí porque estás enamorada de un chico al que no puedes tener y estás intentado escapar de esta situación pero marchándote no vas a conseguirlo. Además, aquí tienes la floristería y a tu familia.
-No tengo otra opción.
-Siempre hay una alternativa, sólo tienes que dar con ella.
Mis ojos se inudan casi de inmediato y alguna que otra lágrima escapa de ellos.
-Lo necesito. Créeme. Ahora será mejor que vayamos a recoger a Clara o de lo contrario va a darnos una reprimenda.
-Cualquiera aguanta una.
Al bajar al aparcamiento nos encontramos con Andrés, quien está apoyado en su coche consultando el reloj de su muñeca. Al percatarse de nuestra presencia, corre a darme un fuerte abrazo, de esos que te dejan sin aliento. Con respecto a mi padre, deposita un beso casto en sus labios, acto que me inunda de una dicha temporal. Es agradable ver como hay personas que aún no han perdido la esperanza en el amor, quienes aman a alguien con todo su ser. Siempre es bonito ver como una pareja se declara su amor día a día y demuestra que la magia existe. Lo cierto es que me hace muy dichosa el hecho de ver a dos de las personas más importantes de mi vida siendo felices. Andrés ha sufrido mucho en el pasado y él más que nadie se merece ser feliz de una vez por todas. Tal vez, la vida nos tenga preparados a todos un período de felicidad extenso que sólo se alcanza tras librar más de una batalla a lo largo del camino. Si es así, aún tengo esperanzas. Y, por lo que está tardando, deduzco que me tiene algo gordo preparado.
-Tenemos que darnos prisa, Clara está a nada de llegar al aeropuerto.
-¿Por qué tenemos que darnos tanta prisa?-le pregunto.
-Porque tenemos que estar allí antes que ella para lucir nuestras pancartas.
-Creo que necesito ver esas pancartas.
Mi padre me tiende una de ellas con dificultad debido a lo grande que es y al poco espacio que hay en el interior del coche.
-¿Te fuiste siendo Clara y volviste siendo un colador?
-Ya sabes-Andrés hace con sus manos un gesto obseno.
-Vale, vale. No quiero saber nada de este asunto.
-Siempre puedes agitar la pancarta que dice que va a necesitar una prótesis para la cadera después de menearlas tanto.
-Creo que me quedo con la primera.
-Excelente elección-apunta mi padre-. Yo voy a utilizar la que dice que se nota que has hecho cardio estos meses.
Suspiro.
-¿Por qué todo tiene que ver con el sexo?
-Porque tu hermana está en esa edad-añade Manuel.
-¿Qué edad?
-La de comer, ya sabes qué, a montones-concluye Andrés con una sonrisa pícara en los labios.
-Es la primera vez que escucho hablar de esa edad.
-Claro, eso es porque no la has experimentado, ¿o sí?-pregunta mi progenitor. Pongo los ojos en blanco y como respuesta se lleva las manos a la cara-. Ese pimpollo está más estabilado de lo que creía. Dime, ¿cómo es la mercancía?
-¿Se puede saber por qué estamos hablando de la cosita de mi novio?
-Curiosidad, hija. Recuerdo que cuando estaba en el colegio, en los intercambos nos íbamos al servicio con una regla, ya imaginas para qué. Una vez gané.
-Vaya, eres la envidia de todos-añado en un intento de mostrar interés en la conversación. Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo desviar el tema.
Andrés aparca junto a una coche azul que reluce bajo la luz del sol. Mi padre, saca de una funda las gafas de sol y se las pone.
-Gané en la categoría de quien la tenía más pequeña. Pero bueno, eso es pasado. Ya con el tiempo inventaron instrumentos que ayudan a aumentar el tamaño de...-le interrumpo haciendo un gesto con la mano-. Qué poco te gusta saber sobre los temas de familia.
-Ya. Es que resulta que esos temas incluye de todo menos a la familia.
-¿Qué no la incluye dices? Entonces, ¿cómo es que crees que estás hoy aquí? Si no hubiese sido por ese aparato tu madre me hubiese dejado hace mucho.
-¿Podemos entrar de una vez?
-Toma, tu pancarta.
Oculto el mensaje que contiene con ayuda de mis brazos. No es necesario que todo el mundo lea lo que pone hasta que llegue el momento que espero que no se de nunca. Entretanto me debato en encontrar la forma de deshacerme de la pancarta antes de ver a mi hermana, Andrés le pone bien el cuello de la camisa a mi padre, quien le dedica una sonrisa. Una vez termina, nos unimos y emprendemos una marcha hacia el interior del aeropuerto. Este se encuentra abarrotado de un grupo de turistas chinos que llevan una mochila en la espalda, un mapa entre las manos y una gorra sobre sus cabezas. Uno de ellos, que porta un diccionario, traduce mi pancarta rápidamente y se echa a reír como un poseso. Al parecer, mi plan de ocultar el mensaje no está saliendo como esperaba. Aunque, ahora que lo pienso, nada sale nunca como quiero, así que qué más da que unos chinos lean un mensaje obseno. Para ellos no es nada nuevo. Por algo es el país más poblado. Nos detenemos junto a una columna que contiene un cartel que reza no fumar. Mi padre se coloca las gafas de sol en el cuello de la camisa y se limita sujetar la pancarta.
-Clara dice que su avión ya ha aterrizado, así que debe estar al caer.
-Vale. ¡Chicos, pancartas arriba!. Me siento como en la mili. Qué tiempos aquellos.
Andrés eleva el lienzo por encima de su cabeza sin ningún pudor. Mientras lo subo intento hacer una examinación rápida de la posición de las cámaras. Lo último que quiero es que salga en el centro de control el mensaje de mi pancarta. Escasos segundos más tarde, aparece una chica a lo lejos acompañada de un modelo que llama la atención del resto de pasajeros. Su marcha lenta se vuelve apresurada de repente, de manera que se planta ante nosotros antes de lo previsto.
-¿Pero qué hacéis?-coge las pancartas y las tira a una papelera cercana. Luego, vuelve con nosotros dedicándonos la mejor de sus sonrisas.
-¿Sabes cuánto he tardado en hacer esa mierda?-pregunta mi padre.
-Pero sí la hemos comprado en una tienda-añade Andrés en un intento de aclarar la situación. Manuel se vuelve hacia él y le fulmina con la mirada.
-Pero, cállate. Ya has chafado la sorpresa.
-Uy, sí, qué sorpresa más, ¿pornográfica?-ironiza Clara. Su novio, Marcos, se ríe de la ocurrencia que ha tenido su suegro.
-Tienes que admitir que ha tenido su punto.
-Este chico va a ser mi cuñado favorito. Anda, ven, hijo, cuéntame cómo ha ido el viaje-le pasa el brazo por encima a Marcos y lo conduce hacia la salida-. ¿Habéis gastado mucho en preservativos o ya llevábais de repuesto? Apuesto a que teníais una maleta llena.
-Te he echado tanto de menos.
Clara me acoge entre sus brazos con dulzura. Coloco mis brazos alrededor de su cintura y ejerzo presión en su zona lumbar para sentirla más cerca.
-Yo también a ti, Ana. Es más, no he podido dejar de pensar en ti después de nuestra conversación del otro día.
-Oh.
-¿De verdad que no puedes hacer una excepción?
-La haría si se diese otra situación.
-Oye, Clara, ¿cuánto hace que no te veo?, ¿una eternidad?-pregunta Andrés.
-Hombre, el nuevo novio de mi padre, ¿qué tal?
-Veo que las noticias vuelan.
-Sí. Pero no te preocupes, estoy muy feliz por ti.
El chico le dedica una amplia sonrisa y a continuación le da un beso en la mejilla. Nos marchamos del aeropuerto abrazados, felices por el regreso de Clara y tristes por la pérdida de libertad con respecto a la casa.
-He pensado que podríamos ir a comer a un bar, ¿qué os parece?
La propuesta de mi padre es acogida de buena gana. Además, siempre resulta más rentable que mi padre gaste dinero a que acabemos con todos los alimentos de casa.
Nos subimos en el coche como podemos puesto que este es pequeño y no hay espacio suficiente para guardar las maletas, así que hemos tenido que dejar el maletero abierto y colocar otra sobre nuestras piernas. Así que el trayecto del aeropuerto al bar no resulta ser nada agradable. Aunque debo admitir que el calor humano ayuda a combatir el frío. Andrés aparca justo enfrente del bar, así que no tenemos que andar mucho. Tomamos asiento en una mesa rectangular compuesta por cinco sillas. Un camarero no tarda en acercarse a nosotros para tomarnos nota.
-Nos pode dos cervezas con alcohol, una fanta de naranja, una coca cola y un tinto con blanca. Que yo estoy más seco que una mojama-mi padre es el único que se ríe de su propio chiste. Su fuerte nunca ha sido contar chistes-. Y cinco platos de paella. Bueno, y parael también-esta vez la camarera se ríe por cortesía-. Qué poco sentido del humor tenéis.
-¿Qué tal la Fashion week?
-Menos mal que Andrés se interesa por mi trabajo. Pues, muy bien la verdad. Ha salido todo según lo previsto. O sea, que ha sido un éxito rotundo. Han quedado tan encantados conmigo que me han pedido que vuelva otro año. ¿No es increíble?
-El trabajo bien hecho tiene su recompensa-dice mi padre.
-Y qué deciros del hotel en el que hemos estado alojados. Era una auténtica pasada. Tenía una piscina enorme, un gimnasio de dos plantas, una sauna, un bufet, una sala de concierto. La habitación era muy amplia y tenía grandes ventanales desde donde se podía observar la ciudad. La cama era de agua, así que imagínate la experiencia. Y teníamos un mueble bar repleto de licores para nosotros solos...
-Para mí lo mejor ha sido la ducha con chorros incorporados...
-¡Marcos!
-Es la verdad.
-Ui, que pillines-Manuel oculta su rostro tras sus manos, las cuales va deslizando hacia abajo hasta descubrirlo de nuevo-. Ahora entiendo porqué no cogías el teléfono. La culpa la tiene la ducha...
-Ana, ¿podemos ir al servicio un momento?
-No tengo ganas.
Me fulmina ligeramente con la mirada.
-Ya, pero no me gusta ir sola.
A pesar de mi intento por negarme a ir al servicio, no tengo otra opción que acceder a tu petición. Seguramente quiera hablar conmigo sobre la dichosa boda de Álvaro y Claudia y pedirme por favor que vuelva a organizarla. Pero lo que ella no sabe es que yo ya estoy haciendo planes y que cada vez tengo más claro que irme a Nueva York va a ser lo mejor, sin duda. Clara se mete en uno de los pequeños cuartitos y me arrastra con ella. Cierra la puerta con pestillo con tal de impedir que me marche o alguien tenga la ocurrencia de interrumpir.
-No quiero seguir organizando esa boda, es una cuestión de espíritu.
-¿Qué?
-No vas a convencerme. Además, me voy a Nueva York.
-¿A Nueva York?, ¿qué se te ha perdido allí?
-Carlos, mi novio, se va a estudiar allí y me ha pedido que me vaya con él y le he estado dando vueltas y creo que es lo mejor.
-Ana, tu vida está aquí. No puedes dejarlo todo sin más y marcharte. Además, es una decisión muy precipitada y creo que deberías tomártela con calma. Me da la impresión que más que un viaje parece una huída.
-Qué más da. El caso es que me voy y quería que lo supieras.
Clara suelta su bolso sobre la tapadera del váter y a continuación se desabrocha el abrigo rojo que lleva puesto, dejando a la vista un vestido de color crema.
-No iba a intentar convencerte de volver a organizar esa boda. Has tomado una decisión y la respeto. Lo que voy a contarte ahora es muy fuerte así que agárrate porque vas a flipar en colores.
-No creo que sea para tanto.
-Estoy embarazada de cuatro semanas.
Abro la boca tanto que temo que haya alcanzado el sucio suelo del servicio. Mi hermana toma una de mis manos y la coloca en su vientre abombado a causa de una nueva vida. En ese instante siento como si un brusco movimiento proveniente del interior intentase chocarme los cinco.
-¿Cómo ha pasado?
-No tuvimos el suficiente cuidado.
-¿Y qué vas a hacer?
-Pues tenerle. ¿Qué voy a hacer? Antes habría renunciado a ser madre pero ahora lo veo todo desde otra perspectiva y siento que estoy preparada para esto. Ana, quiero a este bebé con todas mis fuerzas.
-Pero, ¿Marcos lo sabe?
-Sí y está fascinado con la idea de ser padre. No para de hacer planes para un futuro. Incluso está pensando en alquilar un apartamento en Sevilla para nosotros. Así podrás tener libertad.
-¿Se lo vas a contar a papá y mamá?
-Mamá ya lo sabe y está encantada. El problema es papá. Se le ve tan radiante ahora que está saliendo con Andrés que temo su reacción cuando se entere que va a ser abuelo.
-Clara, me alegro mucho por ti. Es genial. Voy a ser tía, ¿quién me lo iba a decir a mí?
-Vas a ser la mejor tía del mundo.
Clara me envuelve con sus brazos. Apoyo la cabeza en su hombro y me dejo llevar por el aroma que desprende su cabello. Mi intención es intensificar la duración de ese abrazo si puede ser durante una media hora pero, por desgracia, Clara se aparta de mí con brusquedad y se limita a coger mi mano y colocarla sobre su vientre.
-¿Lo has notado?
-Sí.
-Le gustas, Ana.
Cuando volvemos de nuevo a la mesa, mi hermana deja ver su felicidad a través de su amplia sonrisa. Sin embargo, yo me limito a pensar en la noticia que acaba de darme Clara. Va a ser madre, lo que me convierte a mi en tía Ana. No sé qué va a ser ese pobre crío conmigo. Voy a ser un completo desastre como tía.
-¡Vamos a ser papás!
Mi padre escupe en su vaso casi de inmediato.
-¿Qué?
-Vas a ser abuelo, papá. Estoy embarazada de cuatro semanas.
-¡Es la mejor noticia que me han dado en mi vida!
Se pone en pie y le planta un beso en los labios a mi hermana, quien se queda sorprendida ante el inesperado acto. A continuación se pone de rodillas y pone la oreja sobre su abombado vientre para oír al bebé.
-Hola pequeño, soy tu abuelo Manuel. ¿Qué?, ¿estás cómodo ahí dentro? Bueno, pues no te acostumbres que luego te va a costar dejarlo atrás. Felicidades.
-Gracias, papá.
-Muchas gracias, señor.
Tras el almuerzo nos vamos a casa a preparar mi equipaje para irme. Hace media hora llamé a Carlos para comunicarle la noticia, quien estaba tan eufórico que no cabía en sí. Una vez en mi humilde morada, hago la maleta, la cual está abierta de par en par sobre la cama. Andrés, está cogiendo de mi armario la ropa, dobándola y guardándola en el interior del equipaje. La escena me trae recuerdos de aquella vez que él me lo preparó para ir al campamento. Como le odié cuando vi la clase de ropa que había metido.
-Ana, ¿estás segura de esto?
-Sí.
-Pero no tienes que irte por haber perdido a Álvaro.
-No es solo por él. También lo hago por mí. Necesito alejarme un tiempo para poder pensar las cosas con claridad.
-Te entiendo. Es sólo que no me hago a la idea de estar sin ti.
Echo a correr en dirección a Andrés. Cuando estoy lo suficientemente cerca de él salto y le rodeo la cadera con mis piernas. Él se aferra con fuerza a mi espalda con tal de impedirme alejarme de su persona. La verdad es que no quiero marcharme y dejar atrás a Andrés, es mi mejor amigo, el que siempre ha estado ahí y el concibir una vida sin él me es imposible. Unas gruesas lágrimas escapan de mis ojos y corren por mis mejillas.
-Voy a llamarte siempre que pueda, te lo prometo.
-Estaré pendiente.
-Eres mi mejor amigo y ...
-Esto no es un adiós, Ana, es un hasta luego. Ahora, sécate esas lágrimas o me vas a hacer llorar a mí y no todos estamos igual de guapos como tú cuando lloramos.
El camino al aeropuerto se me antoja eterno, no sólo por el hecho de estar dejando atrás una vida que me gusta sino también por el miedo que me da el porvenir. No estoy preparada para tomar una decisión tan importante pero ya no puedo dar marcha atrás. A medida que avanzamos por la carretera, vamos dejando atrás cientos de árboles. Con tal de entretenerme le regalo a cada uno de ellos un recuerdo y juro que me faltan árboles. Se me va a ser un mundo comenzar de cero en una ciudad que no conozco pero es necesario, necesito encontrarme a mí misma. Una vez leí una cita en instagram que decía que la persona que necesitas en tu vida es aquella que cuando te marchas en solitario quieres tener contigo. Tal vez averigüe de una vez por todas qué es lo que quiero en la vida.
Andrés se toma cinco minutos para aparcar a pesar de que con dos hubiera bastado.
-Yo te llevaré el equipaje.
A medida que avanzo por el aeropuerto siento como si los nervios me estuviesen comiendo por dentro y mi cabeza no para de darle vueltas al mismo asunto de siempre; Álvaro. Me pregunto una y otra vez el porqué no puedo ser lo suficientemente valiente para decirle que le quiero y que me gustaría que dejase a su histérica novia para estar conmigo. Pero a veces, el amor y el deseo no van juntos. Hay ocasiones en las que cada uno de ellos se encuentran en una persona distinta. Quizá ese sea mi problema.
-Bueno, ya hemos llegado.
Carlos, quien está a unos metros, abandona su equipaje para echar a correr en mi dirección. Lo primero que hace al tenerme cerca es dar una vuelta conmigo en volandas y luego plantarme un beso en los labios.
-No te haces una idea de lo feliz que estoy.
-Se te nota.
-El avión está a punto de despegar. Será mejor que nos demos prisa.
Carlos se despide de mi familia y se propone ir a por su equipaje. Yo, mientras tanto, permanezco inmóvil, incapaz de aceptar que ha llegado la hora del adiós. Mi padre, sin embargo, acaba de tomar la iniciativa de despedirse.
-Bueno, hija, sólo quiero decirte que espero que cuando vuelvas no traigas un bombo como tu hermana-me susurra en el oído-. Si necesitas dinero para preservativos dame un toque y te los mandaré por correo.
-No creo que sea necesario que hagas eso.
-Mejor prevenir que curar.
Mi padre se hace a un lado y mi hermana se acerca para hablar conmigo. Aunque, lo primero que hace es darme un abrazo seguido de un beso en la mejilla.
-No zorrees mucho por ahí, que te conozco.
-Y tú intenta coger el teléfono de vez en cuando. No viene mal desconectar un poco.
Sonríe abiertamente.
-Vamos, Ana, que no llegamos.
Le doy un beso en la mejilla a Andrés y vuelvo con Carlos, quien me espera en la puerta de embarque. Una chica nos indica que le mostremos los billetes de avión y el pasaporte al llegar a la entrada al avión. Tras dejárselos ver, nos desea cordialmente un buen viaje. Mi chico, quien parece saber adónde se dirige, me toma de la mano y me conduce a unos asientos que hay a la mitad. Por suerte, me toca el lado de la ventanilla, así tengo con qué entretenerme. Aunque, la parte mala es que aún no he superado mi fobia a los aviones así que dudo que tarde en marearme y sudar como un pollito.
-Abrochence los cinturones, el avión está a punto de despegar.
Me pongo el cinturón y tras escuchar un leve clic rememoro aquel viaje en avión con Álvaro, quien se molestó en recordarme que me pusiese el cinturón y estuvo calmando mis miedos cuando el avión se propuso despegar.
En el momento en el que las ruedas comienzan a deslizarse por la pista a gran velocidad me empiezan a sudar las manos y a caer goterones de la frente. Me aferro con tal fuerza al asiento que temo que las uñas se me vayan a quedar clavadas en él. La cabeza me da vueltas en el momento en el que nos encontramos en ascenso. Además, la vista se me nubla y me invade una sensación de vértigo provocada por estar mis órganos suspendidos en el vacío por un breve período de tiempo. Cuando el avión logra estabilizarse, Carlos me pregunta si me encuentro bien y yo, sin fuerzas ni ganas de explicar mi situación, me limito a mentirle. El viaje tiene previsto durar unas horas así que me propongo echarme una siesta mientras tanto. En los sueños encuentro una escapatoria a la desastrosa realidad.
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