Capítulo 22

El mes de enero de marchó con una rapidez vertiginosa y tras él vino febrero cargado de nuevas ilusiones y proyectos por realizar. Durante el transcurso de este tiempo, llevé a cabo todas las tareas relacionados con la boda que se me encomendaron como proseguir con las clases de baile. Gracias a estas pude estar más cerca que nunca de Álvaro, quien ha mejorado muchísimo. Por otro lado, su hermano, Alonso, parecía seguir en el punto inicial. Por suerte, Claudia intentaba enseñarle algunos pasos a su cuñado. Otro hecho que cabe destacar es que la floristería pasó por una mala racha y tuvimos que cerrarla temporalmente. Sin embargo, el cierre se prolongó por un par de semanas, ya que Clara se ofreció a pagar las deudas. Al parecer, en Londres no le iba nada mal. Con respecto a mis padres; mi madre siguió manteniendo su relación de noviazgo con el hombre que conoció e incluso realizaron un viaje a Canarias. Por otro lado, mi padre, Manuel, continuó chateando con su ligue y se atrevió a quedar más de una vez con él. Por suerte, su aspecto no se ha visto modificado. Tal vez se haya dado cuenta de que el tener un novio joven no es sinónimo de cambiar su forma física y mental. Y por último, Carlos y yo habíamos arreglado las cosas. Aún así, siguió manifestando sus celos, algo más simulados, cada vez que pasaba más tiempo del debido con el que según él es mi jefe.

—Ana, hija, tengo que darte una noticia.

Elevo la cafetera y la inclino un poco con tal de servirle café a mi padre. Este tiene una de sus manos junto a la taza y la otra sosteniendo una magdalena.

—He invitado a mi novio a cenar hoy en casa.

Sin darme cuenta siquiera le derramo el contenido del interior de la cafetera a mi padre en el brazo, quien lo aparta rápidamente y comienza a secárselo con una servilleta.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—Pues que quedan dos semanas para la boda, papá. Y tengo muchas cosas que organizar todavía y no sé si me va a dar tiempo.

—¿Ese es el único motivo?

No, no es la única razón por la que estoy de los nervios. Pero esa información no tiene por qué ser conocida por mi padre.

—Sí. Claro. ¿Qué otro motivo puede haber?

—Cariño, ¿tú sientes algo por ese chico, Álvaro?

No sé cómo lo hace pero siempre consigue llegar al quid de la cuestión. Lo cierto es que a lo largo de todo este tiempo he descubierto una verdad indubitable. Una realidad que me da miedo asumir completamente y dejar salir a la luz.

—¿Por qué lo dices?

—No sé. Pasáis mucho tiempo juntos y se te ve muy feliz cuando vuelves de trabajar. Pero, hija, eres consciente de que se va a casar dentro de poco ¿no?.

Créeme que lo sé desde hace mucho y no hay día en el que no me percate del escaso tiempo que me queda para perderle completamente.

—Tengo que irme.

Le doy la espalda y comienzo a caminar en dirección a la salida, aún repasando en mi cabeza la conversación mantenida con mi padre. Por más que intento llevarle la contraria a mi padre no lo consigo. Me conoce demasiado bien y sabe perfectamente cuando algo me reconcome. Aún así, no puedo afirmar en su presencia sus suposiciones. No sólo es por vergüenza sino porque sé que me destruiría en segundos. Y lo cierto es que no tengo últimamente el estado de ánimo por las nubes, es más, creo que se encuentra en el subsuelo.

Aparco el coche junto a un negocio cuyo nombre es Malibú. Me bajo de este y me apresuro a entrar en el interior. Un par de personas se marchan en el momento en el que yo entro, así que no tengo la oportunidad de enterarme de qué han pedido. En el fondo hay un mostrador, tras el cual se encuentra Andrés contando el dinero de la caja registradora y haciendo anotaciones en una agenda. Al percatarse de la presencia de alguien más, eleva la vista y la centra en mi persona. Inmediatamente suelta el bolígrafo sobre la hoja en la que había escrito anteriormente y corre hacia mi posición para darme un fuerte abrazo.

—Santo cielo, ¿cuánto hace que no nos vemos?

—Demasiado.

—Sí, debería estar prohibido vernos tan poco. Me alegro mucho de que estés aquí, hacía mucho que no te pasabas.

—Lo sé. Lo he echado de menos.

Andrés me dedica una amplia sonrisa. Es extraño pero no recuerdo haberle visto tan feliz desde que ligó con aquel dj. Hecho que me lleva a pensar que tal vez no sea mi vida la única que está sufriendo un giro inesperado. Estoy completamente segura de que me oculta algo y pienso averiguarlo sea como sea.

—Dime, ¿qué te ha traído por estos barrios?

—Simplemente quería verte y charlar contigo, si puede ser.

—¿Ha pasado algo?—frunce el ceño y, al hacerlo, se forman unas leves arrugas en él. A pesar de ellas, sigue poseyendo su atractivo.

—¿Qué no me pasa a mí?—me doy media vuelta y comienzo a caminar junto a unos estantes en los que yacen jarrones. Me detengo frente a uno de ellos y extiendo la mano con tal de palpar los pétalos de una rosa—. Tengo la sensación de que todo está cambiando conmigo.

Andrés, quien se acaba de situar a mi lado, se aferra a mi mano, impidiéndome que pueda seguir apreciando la textura de la flor, y se la lleva a los labios, terminando por depositar un beso en mis nudillos.

—¿Qué es exactamente lo que sucede?

Suelto el aire que contienen mis pulmones, produciendo un pronunciado suspiro. Cierro los ojos con fuerza y me concentro en inspirar y espirar.

—Creo que sigo enamorada de Álvaro.

Andrés se lleva ambas manos a la boca y deja ver una expresión de sorpresa.

—Pero, Ana, creía que ese asunto estaba zanjado.

—Sí, y lo estaba. O al menos lo estaba antes de formar parte de todo este rollo nupcial. Créeme que he intentado mantener las distancias para evitar esto mismo pero es lo que el corazón quiere.

—Pero, ¿qué pasa con Carlos?

—Yo quiero a Carlos.

—Ana, no puedes querer a dos personas al mismo tiempo. Además, ten presente ese dicho que dice "si alguna vez dudas entre dos personas, elige siempre a la segunda, pues si de verdad quisieras a la primera no existiría una segunda".

—A menos que se vaya a casar dentro de dos semanas. Estar con Álvaro está tan lejos de mi alcance como que me toque la lotería.

—¿Y qué vas a hacer?, ¿se lo vas a decir?

—¿Decírselo?—pregunto a voz de grito—¡No!, ¿cómo voy a decirle que le quiero?, ¿a caso tu plan es que llegue y le diga "hola, Álvaro. ¿Sabes? Te voy a decir una pequeña cosa sin importancia; me gustas desde la secundaria. Adiós".

Andrés me toma de la mano y me conduce hacia unas sillas de madera que hay junto a una pared y me indica que nos sentemos.

—Bueno, una cosa es cierta y es que no tienes que emplear ese modo. Además, tendrás que decírselo en algún momento, ¿no crees? De lo contrario, los silencios te harán ruido toda la vida.

Quizá tenga razón y deba confesar mis sentimientos pero el simple hecho de pensarlo me produce un terror absoluto. Además, decir lo que siento no va a cambiar nada—tal vez pierda mi dignidad en el intento—, Álvaro va a seguir adelante con su compromiso y yo voy a ser Ana, la idiota que pensó que podía cambiar el destino. Como máximo, lograré desahogarme y así sentirme mejor. Algo que no me vendría nada mal.

Cuando vuelvo a la realidad sorprendo a Andrés mirando la pantalla de su teléfono móvil con una sonrisa de oreja a oreja. Ahora que lo pienso, he olvidado averiguar el porqué de su euforia actual. Va siendo hora de sonsacarle información.

—¿A qué se debe esa felicidad?

—He conocido a alguien.

—Quiero saberlo todo de ese chico—le pido, haciendo un gesto de súplica con las manos. Andrés ríe con ganas y luego me pasa su brazo por encima de los hombros.

—Sólo te puedo decir que es diferente al resto y me gusta mucho. Muchísimo.

Acto seguido mis labios se expanden dando lugar a una sonrisa.

—Me alegro tanto por ti—esta vez parte de mí la idea de envolverle con mis brazos—. Mereces ser feliz.

—Después de ti.

—¿Sabes? Creo que tienes razón, debería confesarle a Álvaro mis sentimientos. Además, ¿qué puedo perder?

—¡Así se habla!—muestra la palma de una de sus manos y me pide que choque esos cinco—. Llámame, ¿vale?

Deposito un beso en su mejilla y emprendo una marcha en dirección a la salida del negocio. A medida que avanzo por la acera siento que tengo todo bajo control y que puedo con esto y con más. Además, intento convencerme una y otra vez de que debo enfrentar la situación. De manera que me subo al coche y lo pongo en funcionamiento cuestionándome cómo decirle a alguien que le quieres. Quizá me estoy precipitando un poco con todo esto, es decir, no sé si está bien hacerlo teniendo en cuenta que estoy organizando su boda. También cabe destacar que antes de confesarle mis sentimientos sé cuál va a ser su respuesta; un "no " como la copa de un pino. Y tengo bastante asumido que va a ser un golpe duro pero aún así merezco saber la verdad. Además, Andrés tiene razón, si no se lo digo, los silencios me harán ruido toda la vida. Y no estoy dispuesta a pasar el resto de mi existencia preguntándome que hubiera sido si...

El tiempo cambia con facilidad. Hay ratos en los que se observa un cielo despejado y celeste que transmite vida. Del mismo modo, hay otros en los que las nubes se hacen con el control y nos priva de la intensa y cálida luz solar. Es una lástima que esta última situación sea la más duradera, me hubiera gustado disfrutar de nuestra estrella más tiempo. Inexplicablemente mi estado de humor va cayendo en picado poco a poco. Hecho que probablemente se le atribuya al día que hace. No quiero ni pensar siquiera cómo me sentiré más adelante.

Vale, Ana, tienes que ser valiente. Lo único que tienes que hacer es entrar ahí, dar con Álvaro, confesarle tus sentimientos y retirarte. Es bastante fácil, ¿no? Ni de coña. Este asunto es de todo menos sencillo. Además, si fuese así no me estaría comiendo la cabeza ahora mismo con el tema de cómo empezar con todo este rollo sentimental. No puedo simplemente llegar y soltar todo de golpe. No. Necesito hallar la forma acertada de comenzar. La verdad es que nada de esto tiene sentido. No entiendo por qué estoy escondida tras el marco de la puerta debatiéndome entre si entrar o no. Es una locura. No puedo hacerlo. No estoy preparada. Además, puede que lo que sienta sea sólo atracción, ¿no? Pero, ¿tanto tiempo?. Otra cosa que no logro comprender es porqué narices mis piernas han decidido ordenarse así mismas. De manera que me encuentro bajo el marco de la puerta, inmóvil, observando la escena que se presenta ante mis ojos. Junto a la ventana yacen dos personas, una de ellas es Álvaro, quien rodea la cintura de una chica que tiene aspecto de muñeca. Esta tiene ambas manos aferradas al rostro de él. A juzgar por la intensidad del beso apuesto a que tienen algo en común y es el amor que sienten el uno por otro. Está claro que no tengo cabida en él. Es más, he sido una idiota al pensar que podría haber una remota posibilidad de que sintiera lo mismo que yo. Una vez más me he equivocado. En mi intento de huir de allí me percato de que Álvaro acaba de darse cuenta de que estoy ahí. De manera que me veo en la obligación de emprender una carrera en dirección a la salida de esta dichosa academia. Al mismo tiempo que llevo a cabo mi cometido me esfuerzo en contener las lágrimas. Los lagrimales me escuecen y me piden a gritos dejar escapar todo el malestar emocional. Alcanzo la salida y cuando voy a tirar del picaporte, una mano se aferra con fuerza a mi antebrazo y me impide seguir adelante con mi propósito.

—Ana, ¿ocurre algo?

Me giro en redondo y en ese instante mis ojos se desbordan y un río de lágrimas recorre mis mejillas en dirección a mis labios, lugar en el que mueren.

—¿Sabes qué es lo que pasa? No estoy hecha para este trabajo y mucho menos para soportar las quejas de una novia histérica. No quiero rechazar a ser la persona en la que me he convertido por este maldito empleo. Y lo peor de todo es que mi vida ha cambiado en cuestión de meses y estoy frustrada. No quiero seguir con esto.

—Ana, ve a casa y reflexiona sobre este asunto y mañana me das una respuesta. Sé que todo esto te supera pero créeme, vale la pena.

—Tú no sabes nada. Tengo que irme.

—No puedes irte ahora.

En mi ademán de irme vuelve a aferrarse a mi antebrazo.

—Espera, por favor...

—¡No!—me deshago de su mano gracias a un movimiento brusco—. ¡Lo dejo!, ¿me oyes?, ¡se acabó!

—Ana, ¿podemos hablarlo con calma?

—Adiós.

Abro la puerta y salgo por ella, dejando a mis espaldas a un Álvaro confuso y preocupado por el porvenir. Nuevamente, le dejo atrás como hice hace años sin éxito. Tal vez las cosas no hayan salido como esperaba pero una cosa está clara y es que me he quitado la venda de los ojos. Qué ingenua fui al pensar que me estaba mandando señales. Suerte que no me gano la vida como vidente, sería un completo fracaso.

Me acomodo en el asiento de mi Volkswagen Beetle rosa y cierro la puerta de un portazo. A continuación, me aferro con ambas manos al volante. Mi estado de ánimo se asimila al tiempo que hace. Puedo afirmar con total seguridad que no me siento tan mal desde la secundaria. Una sentimiento de desengaño y decepción me invade por completo, provocándome la sensación de tener un nudo en el estómago. A consecuencia de mi impotencia comienzan a escapar de mis lagrimales unas gruesas lágrimas que se deslizan por mis mejillas apresuradamente.

—¡Joder!—golpeo el volante con todas mis fuerza—. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?, ¿por qué no puedo simplemente pasar página?, ¿por qué me cuesta tanto enterrarle en el pasado?

Y entonces, la respuesta aparece en mi cabeza como un anuncio publicitario; porque estás perdidamente enamorada de él. Desearía tener ahora mismo un mecanismo instalado en mi interior que me permitiese borrar los recuerdos, los sentimientos y las personas. Sería tan fácil pulsar el botón de eliminar... olvidaría todo en segundos y podría comenzar de nuevo. Pero la realidad es esta; tengo el corazón hecho pedazos por mi culpa, por haber sido lo suficientemente gilipollas como para pensar que Álvaro me correspondería. Además, no entiendo porqué teniendo a un chico maravilloso a mi lado no puedo sentir exactamente lo mismo que siento con mi amor de la secundaria. Tampoco sé porqué no puedo centrarme en vivir mi vida, en vez de la de los demás. Hay tantas cosas que no entiendo que resulta frustrante.

Subo los peldaños de la escalera con lentitud como si me costase caminar, apoyándome de vez en cuando en las paredes del pasillo para destruirme con los recuerdos. Yo, que he experimentado el dolor y la pérdida, el desengaño y la infelicidad, me atrevo a decir que me encuentro en una encrucijada, en la que todas las posibilidades tienen como consecuencia el daño. Lo peor de todo es que no quiero lastimar a nadie pero ello supone hacerme daño a mí misma y tampoco quiero autodestruirme. Decisiones, decisiones.

—Ana, te estaba esperando—mi padre tira de mí hacia el interior con tal fuerza que por unos segundos pierdo el equilibrio.
Está tan inquieto y animado que me llega a preocupar bastante. Ahora que mantiene contacto con un chico joven puede que le de por probar ciertas cosas.

—Papá, ¿estás drogado?

—Qué cosas tienes, hija. Estoy de los nervios, eso sí pero no es por haberme metido una raya. Se debe a que mi novio va a venir a comer a casa.

—Pero, ¿así?, ¿de repente?

—¿Qué tiene de malo? Todo está en orden.

Lo que menos me apetece ahora en una cena con el novio de mi padre. No sólo por mi estado de ánimo, que continúa cayendo en picado, sino por el hecho de tener que ver como mi padre grita a los cuatro vientos su amor mientras yo intento, sin éxito, huir de él. Lo único que quiero es estar tirada en la cama, tomándome una taza de chocolate al mismo tiempo que veo mis series preferidas en el ordenador. Pero, lamentablemente, mis deseos están lejos de convertirse en realidad.

—Es sólo que no me apetece.

—Sabía que te pasaba algo, se te nota en la cara.

—¿Qué le pasa a mi cara?

—Pues que está paliducha e inexpresiva. Además, tus ojos tienden a brillar cuando estás feliz y hoy no hay rastro de ese brillo. Te conozco mejor de lo que crees, Ana. Ahora, dime, ¿qué ha pasado?

Suelto el bolso sobre la encimera de la cocina y a continuación levanto la tapadera de la cacerola para ver el contenido; espaguetis.

—Lo he dejado.

—¿A Carlos? Oh, gracias a Dios, ya no voy a tener que sentirme incómodo cada vez que le veo por aquí. Aún no he conseguido olvidarme de aquella escena. Qué vergüenza—se cubre los ojos con ambas manos.

—El trabajo que me encargó Clara.

—Pero, ¿lo has consultado con ella?

—No entiendo por qué tengo que consultar a Clara, me influye directamente a mí, ni siquiera sé porqué acepté este puesto.

—Pero, hija, ¿te lo has pensado bien? Hay en juego mucho dinero. ¿Qué tal si esta noche lo hablas con la almohada?

—Ese es el problema, el dinero, todo gira entorno a él. Pero, ¿qué hay de mí?,¿a caso no importan mis sentimientos? No hay nada que consultar, está ya decidido.

En ese instante suena el timbre de la puerta y mi padre se sobresalta. Emprendo una marcha en dirección a la entrada, lugar en el que espera la nueva pareja de mi progenitor. Lo único que espero es que no sea un cani ni un rockero, ni un pijo de esos que van presumiendo allá donde van.

—Ana, ¿qué tal si hablamos de esto más tarde?

—No quiero hablar más del tema, papá.

Cuando voy a abrir la puerta, mi padre se aferra a mi antebrazo, acto que me hace volver la cabeza para mirarle y pedirle una explicación. Al no recibir una respuesta por su parte, me deshago de su mano y abro la puerta, descubriendo a la persona que está detrás.

—¿Andrés?

—¡Sorpresa!—exclama.

Miro a mi padre y luego al chico que tengo delante.

—¿Él es tu cita?

—No sabía como decírtelo, Ana.

—¡Tengo que admitir que cuando me dijiste que tenías un novio no me planteé siquiera que fuese mi mejor amigo!

—No somos dueños de nuestros sentimientos—añade Andrés.

—¿Y ahora qué?, ¿se supone que voy a tener que tratarte como a mi mejor amigo o como a mi padrastro?

—Seguiré siendo tu mejor amigo. Nada va a cambiar entre nosotros.

—Te equivocas. Todo está cambiando.

Me doy media media y me propongo irme a mi dormitorio, no sin antes darle un golpe con el hombro a mi padre, quien deja escapar un profundo suspiro. Al llegar al salón tiro al suelo el marco de una fotografía que, curiosamente, contiene una foto de mi familia. Alcanzo mi habitación antes de lo previsto debido al incremento de los pasos que doy por segundo. Antes de cerrar la puerta escucho a mi padre disculparse ante Andrés argumentando que estoy teniendo un mal día. Esto es el colmo. Cierro de un portazo y cojo el portátil, con la marca Toshiba, y me siento sobre la cama, con este sobre los muslos. El reflejo azul proveniente de la ventana de Skype se proyecta sobre mi piel, tornándola de un tono azulado.

Lo primero es lo primero. Voy a hacerle una videollamada a Clara para explicarle la razón por la que he decidido abandonar su encargo. Cuánto antes lo sepa, mejor. No quiero sorpresas de última hora. Además, tiene derecho a saberlo más que nadie. Sólo espero que me comprenda como yo llegué a comprender su viaje a Londres. En la pantalla aparece una imagen de un chico, desnudo, de espaldas, que camina en dirección al servicio. De repente, la cámara se vuelve borrosa temporalmente y luego vuelve a estabilizarse, mostrando esta vez a una chica vestida con una camiseta blanca y un pantalón corto de color negro.

—Ana, qué alegría me da verte. ¿Qué tal estás?

Realmente no sé como me siento. Es como si fuese incapaz de distinguir la felicidad de la tristeza, la soledad de la compañía, el amor de la atracción...

—Yo... bien. ¿Y tú?

—Pues estoy viviendo un sueño. Londres es increíble, en serio, deberías venir aquí alguna vez.

Clara se acerca a una ventana sosteniendo el ordenador entre las manos con el fin de mostrarme las vistas desde su hotel.

—Es muy bonito.

—Bueno, y por allí, ¿qué tal todo?

—Han cambiado tantas cosas desde que no estás...

—Desembucha.

—Nuestros padres se han separado y resulta que ambos tienen pareja. Pero eso no es todo, papá ha descubierto que es gay y tiene como novio a Andrés.

—¿Qué?, ¿me lo dices en serio?, ¿cómo puede ser papá gay si se ha casado con una mujer y tenido dos hijas?

—No tengo la menor idea.

Me cubro con una manta de color amarilla y pellizco lentamente el labio inferior. Clara, mientras, observa unos apuntes en una libreta.

—Oye, Clara, tengo que contarte algo.

—Espero que no tenga que ver con que eres lesbiana.

—No. Nada de eso. Simplemente, he decidido dejar de ser la organizadora de la boda.

—¡¿Qué!?, ¡¿por qué?! Creía que habías acordado que me harías ese favor.

—Lo sé pero no puedo más con toda esta situación. El trabajo diario me sobrepasa. Además, no estoy hecha para organizar eventos.

—Ana, no puedes abandonar ahora, no puedes dejar plantada a esa pareja dos semanas antes de su boda. Te necesitan.

—Pero es que no solo se trata del trabajo.

—¿A qué te refieres?

—Los sentimientos también juegan un papel importante.

En ese instante mis ojos se inundan y amenazan con desbordarse. Cambio el rumbo de mi mirar hacia el despertador de la mesita de noche y averiguo que son las cuatro.

—Oh, Dios... ¿estás enamorada de Álvaro?

Le dedico una mirada a la pantalla e inmediatamente pulso el botón de apagar. La pantalla no tarda en tornarse de un tono carbón, en la que me veo reflejada. Dejo el portátil en un extremo de la cama, de manera que no pueda interceder en mi espacio. Luego, me acuesto y me cubro la cabeza con la manta en un intento de huir de todo.

Tal vez Clara tenga razón y esté mal marcharme así sin más. Pero lo cierto es que no me veo con el valor suficiente de tomar las riendas de la situación, de ignorar por completo el amor que se profesan en mis narices. Soy incapaz de dejar a un lado mis sentimientos. No se puede dejar de querer a una persona de la noche a la mañana y más difícil aún es hacerlo cuando llevas enamorada de la misma persona desde la secundaria. Se podría decir que mi mundo empieza y termina con ese chico. ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?, ¿por qué no puedo simplemente pasar de todo?. Hay tantas cosas que no sé. Pero hay una verdad indubitable y es que mi vida está completamente acabada. 

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