Capítulo 21

-Ana, hija, ¿qué haces ahí tirada?, ¿te has vuelvo a emborrachar como en tu dieciocho cumpleaños?

Entreabro los ojos e intento enfocar el rostro de mi padre, el cual está a escasos centímetros de mí, sosteniendo entre ambas manos una bufanda del Athletic.

-¿Dónde te habías metido?

-Fui con unos colegas al bar a ver el partido. Y tú, ¿cómo has ido a parar al suelo?

-La grúa se ha llevado mi coche.

-Tanto tú como yo sabíamos que iba a suceder algún día. Ala, otra multa más para el historial, no sé como es que sigues teniendo el permiso de conducir- se lleva las manos a la cara y las vas deslizando de arriba hacia abajo-. Y ahora, ¿por qué lloras?

-Porque quiero mi Volkswagen, aquí y ahora.

-Ya, y yo quiero tener la melena que tenía hace veinte años. Anda, vamos a subir antes de que cojas un resfriado.

Manuel se asigna cada una de sus manos a uno de mis antebrazos y tira de ellos con fuerza, atrayéndome hacia su persona. A continuación pasa su brazo por mis hombros y mantiene la mano suspendida en el vacío. Por suerte, el ascensor está arreglado, así que no me veo en la obligación de subir dos puñeteras escaleras. Además, noto el cuerpo tan hecho polvo que dudo que pueda subir siquiera un mísero peldaño. Mientras mi padre abre la puerta, yo me abrazo a mi misma en un intento de dejar de tiritar.

-Voy a estar en el dormitorio de tu hermana, por si me necesitas.

-Vale. Buenas noches, papá.

Me cuelo por la puerta entreabierta del servicio y la cierro detrás de mí. Me apresuro a quitarme la ropa mojada y a depositarla en el interior de un bombo. Luego, me meto en la ducha y abro el grifo de agua caliente, ajustándolo casi al máximo. Un grueso chorro de agua impacta con fuerza contra mi clavícula, provocando que esta zona se enrojezca. Mantengo la cabeza agachada, posibilitando que el agua alborote mi corta melena a su merced. Varios mechones se desplazan hacia mi frente, impulsados por la fuerza del agua. El cálido vapor que inunda la estancia me invita a quedarme en ella unos minutos de más...

La cama me recibe con los brazos abiertos como si se tratase de una vieja amiga y yo, en mi afán de complacer, acepto su invitación con mucho gusto. Aunque, al sentir la frescura que desprende la almohada no estoy tan segura de haber tomado la decisión más sensata para entrar en calor. Por suerte, el gran montón de mantas que yace sobre mí contribuye a mantener firme mi postura. Me giro hacia el lado izquierdo y me encuentro con una pared de textura rugosa, la cual le hace cosquillas a las yemas de mis dedos. Poco a poco, el cansancio se va apoderando de mí y me va debilitando por momentos. Todos mis esfuerzos por permanecer despierta resultan fallidos y no tardo en caer en los brazos de Morfeo.

El tiempo transcurre tan rápido que me invade la sensación de haber mantenido los ojos cerrados tan sólo unos segundos. Sin embargo, la realidad no es esa ni mucho menos. Lo único real y evidente es el sonido de un timbre que no se da por vencido. Otra verdad es el hecho de que estoy hecha una mierda físicamente; estoy más pálida de lo normal, con los ojos hundidos, con un dolor de garganta impresionante y unos escalofríos constantes. Al parecer, mis defensas han decidido abandonar la batalla y darse por vencidas. Valientes cobardes.

-¡Papá!, ¡la puerta!-exclamo a voz de grito. La única respuesta que recibo a cambio es un silencio prolongado. Por desgracia, el timbre vuelve a hacer uso de presencia, acabando con mi momento de paz-. Joder...

Me pongo en pie como puedo y comienzo a caminar dando tumbos en dirección a la puerta principal. En ocasiones, realizo alguna que otra pausa para mirar en las estancias que encuentro a mi paso para comprobar si mi padre está en algunas de ellas. Sin embargo, no le hallo en ninguna, de manera que doy por hecho que ha salido. Entre una cosa y otra me sitúo delante de la puerta, con la mano aferrada al picaporte a punto de tirar de él. Lo único que espero es que mi visita no tenga que ver con el Karma.

-Carlos.

-Ana, ¿podemos hablar?

En una mano sostiene un ramo de rosas que desprende un dulce aroma. Me aproximo a su persona y le arrebato el envoltorio con las flores. Luego, me doy media vuelta y dejo la puerta abierta con el fin de darle a entender que puede entrar. Mientras Carlos cierra tras sí, me dirijo a la cocina con tal de echar en agua las flores.

-Bien, tú dirás.

-Ana, lo siento mucho. No debí haberme comportado así. He sido un completo gilipollas contigo. Por favor, perdóname.

-No tenías motivo para reaccionar así. Tienes que comprender que le estoy haciendo un favor a Clara ocupándome de este trabajo. Sé que para ella es importante. Además, con ese dinero podríamos saldar alguna que otra deuda.

Aunque, tal vez no sea mi hermana la única persona a la que le esté haciendo el favor. Quizá, también me lo este haciendo a mi misma de algún modo.

-Lo entiendo. Es sólo que estoy un poco celoso de que estés tanto tiempo con ese chico porque tengo miedo de perderte.

Avanzo en dirección a su persona con paso rápido y en cuanto le tengo lo suficientemente cerca rodeo con mis brazos su cuello y le beso. Las manos de Carlos viajan desde mi cintura hasta mi trasero y al llegar a ellos ejerce presión y consigue levantarme del suelo y colocarme alrededor de sus caderas. Nuestros besos son tan húmedos y largos que nos cuesta respirar con normalidad. Además, nuestro deseo es tan grande que no podemos esperar a quitarnos la ropa mientras avanzamos por el pasillo.

Una vez bajo las sábanas, desnudos, unimos nuestros cuerpos en uno sólo y nos dejamos llevar por el placer que nos invade. Carlos tiene una mano colocada en la almohada, mientras que la otra está acariciando mi mejilla. Todo parece marchar viento en popa hasta que la puerta de la habitación se abre de repente y detrás de ella aparece mi padre.

-¡Ay!-se lleva ambas manos a la cara con tal de ocultar su vergüenza-. ¡Qué mal momento he elegido para venir!

-Joder...-Carlos se baja de la cama, colocándose un cojín en su sexo, con tal de aliviar la tensión acumulada-. Ana, dime que no es tu padre.

-¿Qué pasaría si por un casual lo fuese?

-Estupendo- se acerca a mi padre, quien todavía está bajo el marco de la puerta con las manos en la cara, aunque ahora tiene los dedos extendidos, de manera que puede ver a través de los pequeños huecos-. Yo soy Carlos.

Le tiende la mano con la que está sujetando el cojín, de forma que este se cae al suelo, dejando al descubierto su sexo. Manuel, quien ya tiene las manos a cada lado de sus caderas, da un grito ante el inesperado incidente. Carlos se agacha rápidamente para recoger nuevamente el cojín y volver a utilizarlo.

-Y de apellido anaconda-dice por lo bajo.

-¿Cómo dice?

-Que he ido a hacer la compra

-Muy bien. Bueno, yo me tengo que ir. Ya nos vemos, Ana.

Carlos recoge su ropa y sale de la habitación con una sonrisa en los labios. Yo, por el contrario, permanezco en la cama, tapándome la cabeza con la sábana.

-Cuando has dicho que te sentías mal físicamente, creía que te referías a que querías estar en la cama todo el día, pero no esperaba que fuese en este sentido.

-Sorpresas que da la vida.

-Sorpresas las que tengo que darte.

-¿A qué te refieres?

-Pues a que tengo dos noticias, una buena y otra mala. ¿Cuál de las dos prefieres primero? Te aconsejo la mala, así la buena te alegra.

-Qué más da el orden. Dispara de una vez.

-Qué exigente estás hoy, cómo se nota que te he cortado el rollo. Bueno, allá va la mala noticia, el depósito de vehículos está cerrado, lo que significa que hasta el lunes no vas a poder recoger tu coche-me dedica una sonrisa forzada con tal de animarme

-¡¿Qué?!, ¡no!, necesito mi coche. ¿Dónde está ese depósito? Le voy a decir unas cuantas cosas al encargado de turno.

-De eso nada. Tú lo que necesitas es descansar.

-Yo estoy bien. Mira-me pongo en pie, tapándome con la sábana, y me mareo al llevar a cabo mi propósito.

-Pero si pareces un pato mareado. Anda, vuelve a la cama, voy a hacerte una sopa de cebolla que te vas a chupar los dedos.

Manuel hace ademán de irse cuando le llamo, atrayendo su atención, de manera que este asoma la cabeza por el hueco de la puerta.

-No me has dicho cuál es la buena noticia.

-Esta mañana, he conocido al chico con el que chateo.

-Y, ¿qué?, ¿te ha gustado?

-Sí. Tanto físicamente como personalmente. Aunque, tengo que admitir que al principio me ha sorprendido un poco. Pero, cómo tú dices, la vida te da sorpresas.

-Pero,¿habíais quedado o ha sido un encuentro casual?

-Qué cosas tienes, hija. Ninguno de los dos tenemos foto en nuestros perfiles. Somos de los que queremos citas a ciegas. Ayer estuvimos debatiendo qué día nos vendría bien vernos y quedamos en que nos conoceríamos esta mañana.

Es extraño ver tan feliz e ilusionado a mi padre. Es como si volviese a ser un niño. Quizá eso es lo que hace el amor, recuperar la ilusión y emoción perdida con el paso del tiempo. El amor es incomprensible en muchos sentidos, tanto que cualquiera en su sano juicio se volvería loco. Tal vez por eso perdemos la cabeza, pues el corazón no hay quien lo entienda.

Vuelvo a quedarme a solas en la habitación. Pero, esta vez, mi tiempo libre lo dedico a ponerme mi pijama de algodón de color negro y blanco, cuya camiseta posee el diseño de la cara de un oso panda. Nada más ponérmelo vuelvo a meterme en la cama y a cubrirme con el montón de mantas. Por suerte, la almohada aún conserva la calidez de mi breve encuentro sexual con Carlos, el cuál podría haberse alargado si no hubiese sido por la interrupción de mi padre. Tal vez sea hora de ir planteándome ponerle un pestillo a la puerta de mi dormitorio... sin duda, podría llegar a ser una idea con éxito si no fuese por el inconveniente que existe; con las prisas no creo que esté pendiente de echar el cerrojo.

Gran parte de la tarde la empleo en tomarme los constantes medicamentos e infusiones que me va trayendo mi padre. Y como consecuencia de mi excesiva hidratación, debo acudir varias veces al cuarto de baño- en más de una ocasión he tenido que ir corriendo porque estaba a punto de hacerme pis encima-. También cabe señalar que aprovecho mi malestar para ver series y escuchar música, todo ello acompañado de una taza de chocolate caliente. Digamos que hago de mi cuarto un santuario, un lugar únicamente mío. Por último, debo hacer referencia a la paliza que le di a la cama. Jamás pensé que pudiese dormir diez horas seguidas entre semana. O sea, estar enferma, dentro de lo que cabe, tiene sus beneficios y yo pienso aprovecharme de ellos el tiempo que haga falta. Incluso puede que más.

Me giro hacia el lateral derecho y fijo la mirada en el despertador de la mesita, el cual acaba de marcar las doce de la noche. Es oficial, mi resfriado está remitiendo y este hecho me fastidia en cierto sentido. Tan sólo el hecho de pensar que mañana debo levantarme temprano para ir a trabajar, con el frío que hace fuera comparado con lo calentita que estoy en la cama, me echa para atrás. Debo reconocer que soy la persona más perezosa que existe. ¿Me estaré perdiendo algo increíble por mi vagancia?, ¿y sí estoy desperdiciando mi tiempo?. Cientos de preguntas filosóficas se muestran a mi mente atenta y me obligan a recapacitar sobre la situación actual. Sin saber siquiera cómo, acabo preguntándome incluso cómo es que fui el espermatozoide más rápido, o sea, no tiene sentido. El solo hecho de pensarlo me da pereza. Una imagen es creada por mi imaginación, la cual hace referencia a la cuestión anterior. Pero, entonces, antes de llegar al momento clave, en el que se debería producir la fecundación, escucho unos leves golpecitos en la puerta que da al pasillo del edificio. Rápidamente me pongo en pie y camino hacia el armario, cojo una sudadera negra y me la pongo. Luego, me calzo unas vans y dejo las zapatillas junto a la cama. Me incorporo al corredor que me conduce hacia la puerta principal, el cual está tan oscuro que apenas puedo distinguir los diferentes muebles con los que me voy encontrando. Me sitúo junto a esta y con ayuda de una de mis dedos miro por la mirilla y me topo con unos ojos verdes que se pierden en la alfombra del suelo. Esa en la que pone "Si vienes a verme, ¡trae cerveza!". Giro el picaporte y abro la puerta, descubriendo la figura de un chico vestido con una sudadera azul marino y un pantalón vaquero negro.

-¿Álvaro?, ¿qué... qué haces aquí?

-No he traído cerveza pero tengo un plan mejor.

-¿A las doce de la noche?, ¿vas a proponerme atracar un banco?

-Algo por el estilo. Ven conmigo, te lo explicaré por el camino.

Doy un paso al frente, pisando la alfombra, y me giro para cerrar la puerta. Mientras llevo a cabo mi cometido intento hacerme una idea de cuál será la descabella ocurrencia de Álvaro. Solo espero que, sea lo que sea, no implique correr el riesgo de ser arrestada. De lo contrario,moriría en la cárcel -puesto que la situación económica de mis padres no es muy buena y menos ahora que se han separado y mi padre vive conmigo-, más sola que la una, rodeada de criminales y sin mi estilo de ropa exótico. Sin duda, sería una vida muy deprimente. Al girar sobre mis talones logro situarme a escasos centímetros de Álvaro, quien me saca una cabeza. Inmediatamente me aparto un poco y señalo con el dedo índice las escaleras, como si él no supiese la salida del edificio. Qué idiota soy.

-Oye, Álvaro, ¿podrías decirme qué es lo que vamos a hacer?

-Te lo diré en cuanto lleguemos.

-Al menos dime si es ilegal. Quiero saber si voy a pasarme veinte años en prisión.

Álvaro se echa a reír. No sé si le han resultado graciosas mis palabras o si esa risa es nerviosa e intenta transmitirme algún mensaje. No lo sé. La cuestión es que me acomodo en el asiento del acompañante y me apresuro a poner la calefacción.

-Digamos que no es técnicamente legal.

-¿Qué significa eso?

-Significa que no es legal pero tampoco llegaría a ser un delito si se tienen en cuenta una serie de cosas. No te preocupes, lo tengo todo planeado.

-¿Lo dices en serio?

-No- su carcajada se apodera del interior del coche y resuena una y otra vez en mis oídos-. Pero vamos a hacerlo.

Apoyo la mejilla en el cristal al mismo tiempo que intento sin éxito apartar todos los pensamientos negativos que abundan en mi cabeza y provocan miedo e inseguridad. Cuando llevamos escasos minutos de viaje, unas pequeñas pero abundantes gotas se depositan en el vidrio de la ventanilla. A consecuencia de ello, las vistas que se pueden contemplar a través de él se distorsionan. Ademas, la velocidad a la que vamos contribuye a esta causa. Por otro lado, la bajada de las temperaturas ocasiona un vaho que impide ver más allá. Me sorprendo a mí misma dibujando con mi dedo índice una flor sobre el cristal. De esta manera, no sólo logro dejar mis huellas en él sino que ademas posibilito el poder ver una escasa parte del exterior.

-Bien. Es justo aquí-aparca el coche junto a una cancela que conduce a un garaje que se encuentra al aire libre-. ¿Preparada para descubrir el por qué estamos aquí?

-Dispara de una vez, me estás poniendo nerviosa.

-Vamos a recuperar tu coche. Dijiste que querías recuperarlo cuanto antes y eso es exactamente lo que vamos a hacer.

-Pero, Álvaro, ¿cómo vamos a entrar ahí?

-Qué más da eso. Lo importante es que vas a recuperar tu querido Volkswagen Beetle rosa-un incómodo silencio se apodera del interior del coche. Lo cierto es que no sé que decir, me he quedado sin palabras-. Quiero que sepas que no tienes que hacerlo si no quieres. Lo entenderé.

-No, quiero hacerlo. Dime, ¿por dónde empezamos?

Una amplia sonrisa se apodera de los labios de Álvaro, quien por primera vez no intenta reprimirla casi de inmediato.

-¿Que te parece por una carrera?

Ambos nos bajamos al mismo tiempo del vehículo, al cerrar la puerta detrás de nosotros se escucha un golpe sordo, y comenzamos a correr en dirección a la cancela grisácea que yace junto a un puesto de vigilancia en el que no hay nadie, es más, todo el recinto está en la más absoluta penumbra. Al llegar a nuestro destino, Álvaro da un salto y se aferra a los barrotes, de los que se vale para escalar hacia la cima. Sin embargo, cuando se sitúa arriba da un salto en dirección al vacío. Esta vez, soy yo la que se sube a la cancela pero, por alguna razón que desconozco, parezco estar imitando a un mono. Lo mío no es la escalada. Es más, en los campamentos a los que asistía con el colegio me veía en la obligación de esconderme con tal de evitar participar en este tipo de actividad. Aunque la potra no me duró mucho, pues me descubrieron y tuve que hacer escalada el último día. Día en el cual me caí del muro, haciéndome un esguince de muñeca. Aquel fue, sin lugar a duda, el peor verano de mi vida.

Cuando vuelvo a la realidad me percato de que estamos en el interior de una pequeña oficina registrando cajones en busca del documento el cuál reza la información pertinente de mi coche. Álvaro está de pie junto a una mesa, descartando con los dedos algunos de los informes que contiene uno de los cajones. Yo, por el contrario, me encuentro sentada en una silla, junto a un escritorio, revisando un cuaderno que recoge información sobre los vehículos retirados por la grúa.

-¡Lo tengo!-exclama al mismo tiempo que eleva un documento y lo agita en el aire. Retiro la silla para poder levantarme y entonces, una luz del pasillo se enciende y se oyen pasos. Álvaro cierra el cajón y se apresura a mi posición, me sujeta por el brazo y me obliga a agacharme. Ambos nos encondemos debajo del escritorio. Álvaro se lleva el dedo índice a los labios para pedirme que no haga ruido.

La puerta de la sala se abre y por ella entra un señor que está hablando por el teléfono. A juzgar por su reacción, parece estar algo cansado.

-Ya lo sé, Richard. Pero tengo que trabajar, de lo contrario van a despedirme y con la crisis que hay no creo que vuelvan a contratarme. Eso no te lo discuto, este trabajo es una mierda y encima mi superior es un tiquismiquis. ¿Sabes qué te digo? Que cuentes conmigo para tomarnos esas cervezas. Nos vemos en la estación de metro dentro de quince minutos.

El empleado apaga la luz y sale de la habitación murmurando algo así  como; Ay, Richard, Richard, cómo me engatusas. Ni Álvaro ni yo realizamos ningún tipo de movimiento hasta estar seguros de haber oído el motor del coche de aquel hombre desvanecerse en la distancia. Cuando esto ocurre, ambos intercambios una mirada de alivio.

-Hemos tenido suerte.

Asiento sin poder creerme todavía que no nos hayan pillado en plena faena. Álvaro se pone en pie y coloca el documento sobre la mesa. Con ayuda de tinta roja sella en el final de la hoja, bajo un pequeño párrafo que habla de algo así como que se debe revisar que todo los datos del conductor están en orden. En el sello pone escrito con letras rojas; visto bueno.

-Es hora de recuperar tu querido coche.

Álvaro se pone la capucha de su sudadera y me pide que haga lo mismo. A continuación, se pone en cabeza, de manera que me veo relevada al segundo puesto. Abre la puerta de la sala y se introduce en un pasillo sumido en la penumbra, en el cual se proyectan de vez en cuando varios rayos rojos, los cuales  esquivamos pegándonos a la pared como si fuésemos a traspasarla. Cuando creemos que no corremos peligro continuamos con nuestra marcha. Esta vez, nos adentramos en un corredor iluminado por los cuadrantes de salida de emergencia que descansan sobre los marcos de las puertas. Algunos de ellos son verdes fluorescentes mientras que otros son anaranjados. Pero todos ellos poseen el dibujo de un monigote escapando por una puerta. Finalmente, dejamos atrás todo ese panorama para sumergirnos en uno nuevo que trae consigo una cantidad considerable de coches alineados, divididos por filas, separadas la una de la otra por un par de pasos. Cada vehículo es de un diseño y pintura distinta. Algunos son rojos, otros negros, grises, azules, verdes... pero entre todos ellos destaca uno, el cual, sin duda, llama mi atención. Este es rosa y hace alusión al típico coche de la Barbie. En el cristal frontal localizo una nota celeste en la que se recoge información sobre la retirada del vehículo y el propietario.

-No puedo creer que hayan retirado tantos coches-añade Álvaro, quien se acaba de situar a mi vera y observa la multitud de automóviles que se alzan a lo lejos-. Veo que has encontrado el tuyo.

Abrazo el capó de mi auto con toda la emoción que me invade en esos momentos.

-Te he echado de menos.

-¿Perdona?

-Estaba hablando con el coche...

-Sé que es un momento muy emotivo para ti pero tenemos que irnos de aquí.

Me hago con la nota celeste, la hago una bola y la tiro al suelo. Luego, abro la puerta de mi coche y ocupo el lugar del conductor. Álvaro, en cambio, se apresura a situarse junto a la entrada del garaje, donde pulsa un botón para que la lámina de metal se recoja y pueda permitirme el paso. Cuando esta se detiene en el punto más alto, una blanca luz penetra el depósito en el que nos encontramos y se proyecta en los capós de los coches, transmitiéndoles un brillo inusual que al mismo tiempo les embellece.

-Cuando quieras.

Aprieto el acelerador y el motor emite un rugido. Las ruedas comienzan a deslizarse por el suelo con una velocidad sobrehumana. La distancia recorrida me vale para salir del recinto por la misma puerta que escalé anteriormente y situarme a una distancia considerable de aquel establecimiento. A medida que avanzo miro el retrovisor constantemente con tal de comprobar que el coche de Álvaro me sigue a una corta distancia. Lo cierto es que estoy tan feliz que no quepo en mi misma. Y no sé a qué se debe mi euforia. El hecho de robar un coche y estafar a las personas debería hacerme sentir mal. Sin embargo, me siento más viva que nunca. Tal vez sea el efecto de la adrenalina. Qué sé yo.

Aparco junto al edificio en el que vivo. Álvaro deja su coche justo detrás del mío junto a un grueso y esbelto árbol, cuyas hojas comienzan a tornarse de un tono verdoso. En cuanto me bajo de mi querido Volkswagen Beetle rosa emprendo una carrera en dirección a Álvaro, quien está separado de su porche por escasos centímetros. Al encontrarme lo suficientemente cerca de su persona, me abalanzo sobre sus brazos con tal de mostrarle mi eterno agradecimiento. Al principio, mi acto le coge por sorpresa y no sabe cómo reaccionar pero a medida que transcurren los segundos sus ideas se aclaran y termina por rodear mi cintura con sus fuertes brazos.

-¡Lo hemos conseguido!-exclamo cerca de su cuello. Álvaro ejerce mayor presión en mi zona lumbar, atrayéndome más hacia él.

-Sí, lo hemos hecho.

-¡Tal vez deberíamos plantearnos eso de atracar un banco!

Suelta una carcajada como respuesta.

-¡Oh, Dios mío!, ¡tengo mi coche!

-¡Sí, es genial! Ahora podrás seguir alardeando de tu extravagante Volkswagen.

-¡Eh! No te metas con mi coche-le propicio un codazo entre las costillas. Como consecuencia de este, Álvaro contrae el torso y a continuación se echa a reír-. ¿Qué te hace tanta gracia?

-Tu reacción tras cometer un acto ilegal.

-Me estoy corrompiendo por tu culpa. Eres una mala influencia.

-Si fuese tú llamaría a la policía.

-Lo haré-añado rápidamente.

Álvaro se apoya en la puerta de su coche y se cruza de brazos. Su mirada se pierde en mis ojos, es como si quisiera ver más allá de ellos, y me sonrojo casi de inmediato. Permanecemos en silencio observándonos el uno al otro. No entiendo cómo puede simplemente quedarse ahí, inmóvil y verse tan perfecto.

-¿Sabes? Cuando estoy contigo tengo la sensación de volver a tener dieciséis años.

-Ah,¿sí?

-Sí. Es como si volviera a revivir la secundaria. Incluso tengo la sensación de estar viviéndolo todo por primera vez. No sé, la emoción de las primeras experiencias, como cantar en un escenario, ir a un campamento, dar un paseo en bicicleta, robar un coche... bueno, eso último lo he hecho hoy por vez primera así que resulta ser más emocionante. Hacía mucho que no me sentía así.

¿Se está declarando? No, no puede ser ¿no?

-Te parecerá una tontería todo esto...

-No, no lo es.

Sus ojos verdes se pierden en los míos y yo, incapaz de enfrentarme a su penetrante mirada, cambio el rumbo de mi mirar hacia mis manos.

-Yo también me siento así.

Se separa del coche y camina en dirección a mi persona con paso decidido. Termina por situarse a escasos centímetros de mí.

-Ana, yo...

-¿Si?-pregunto esperanzada.

-Tengo que irme.

No sé a qué se debe exactamente pero un sentimiento de decepción unido a uno de tristeza se apodera de mi ser casi por completo. Tal vez se deba a que estaba esperando otra respuesta totalmente distinta a la recibida. ¿Cómo he podido ser lo suficientemente idiota como para pensar siquiera que Álvaro iba a decirme que me quiere? Quizá me he dejado llevar por el momento y he fantaseado con una realidad ficticia. Cabe la posibilidad de que una parte de mí ansíe por escuchar salir esas palabras de su boca. Y lo peor de todo es que desconozco cuán grande es esta. ¿Y si todo mi caos se resume en que nunca he dejado de estar enamorada de Álvaro? No. No puede ser, ¿no?, ¿cómo voy a seguir enamorada de él después de tantos años? Es prácticamente imposible... aunque, teniendo en cuenta mi desastrosa vida, todo puede ser posible.

Me sumerjo bajo el montón de sábanas y continúo con la línea de mis pensamientos hasta que el cansancio me puede y caigo rendida en los brazos de Morfeo.

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