Capítulo 20

Pronto acaba el período de felicidad, ese que tanto me gusta. Y en su lugar viene uno cargado de dudas e incertidumbre y, tal vez, de remordimientos. Todo parecía ir bien entre Álvaro y yo hasta esta mañana, cuando Claudia le llamó para anunciarle que iba a volver a Sevilla esta misma tarde. La noticia no me agradó nada porque fue como si me despertaran de un sueño y me trajeran de golpe a la realidad. Pero, tampoco entiendo el porqué de mi decepción, sabía desde el principio que este momento iba a llegar algún día.

Y aquí estoy yo, subida en un avión de vuelta a Sevilla, mirando por la ventanilla, recordando los buenos momentos vividos en el campamento y contrastándolos con los últimos, en los que apenas intercambiamos palabras y miradas. En definitiva, lo peor ha sido el viaje en autobús, no sólo porque el resto de pasajeros cantaban y reían, y tampoco porque el conductor era fan de Lady Gaga y puso todo el álbum, sino porque Álvaro y yo apenas hablamos, era como si fuésemos desconocidos con recuerdos en común.

-Quedan diez minutos para aterrizar.

Asiento sin mirarle.

Tal y como dijo Álvaro, el avión aterriza en el aeropuerto de Sevilla a las dos de la tarde. Me pongo en pie, saco mi equipaje de su departamento sin solicitar la ayuda de Álvaro y me dirijo a la salida. Álvaro, quien se echa la maleta al hombro, se apresura a alcanzar mi posición. Continuamos caminando por el corredor en silencio hasta llegar a la sala de espera, dónde nos detenemos.

-Ana, yo...

-¡Mi amor!-grita una chica desde la lejanía. Tanto él como yo cambiamos el rumbo de nuestras miradas hacia el lugar de procedencia de la voz y hallamos a Claudia, corriendo hacia nosotros, casi arrastrando su equipaje rosado. Al llegar hasta nosotros, suelta la maleta a sus pies y da un salto, rodeando con sus piernas las caderas de Álvaro. Este está tan sorprendido y a la vez avergonzado que en un principio no la abraza-. Te he echado de menos.

-Creía que tu vuelo estaba previsto para aterrizar a las cinco.

-Sí, así era pero decidí adelantarlo para estar contigo cuanto antes.

La chica le da un apasionado beso en los labios y yo mantengo la cabeza agachada. Estoy tanto tiempo mirando el suelo que las cervicales me empiezan a doler, así que decido acabar con esto. Con tal de llamar la atención, me aclaro la garganta.

-Perdona, Ana, con la emoción no te había visto.

Finjo una sonrisa.

-Tengo que irme.

-Nosotros podemos dejarte en casa-se apresura a añadir Álvaro.

-No, no hace falta. Un amigo me está esperando en la puerta-miento.

Nadie me está esperando fuera. Lo único que quiero es impedir que me lleven a casa. No quiero pasarme todo el viaje viendo como se morrean cada vez que el semáforo está en rojo.

Me doy media vuelta y comienzo a caminar en dirección a la salida. Cuando estoy a mitad de camino, me giro y miro a Álvaro, quien ya está mirándome.

-Gracias por todo.

Y me marcho sin añadir nada más, dejando atrás unos días maravillosos, en los que no existió la preocupación o la tristeza, tan sólo la euforia, y una pareja de enamorados que acaba de reencontrarse después de unos días. Al salir al exterior, me siento en un banco y me llevo las manos a la cara en un intento de volver a vivir aquel sueño.

Finalmente, saco el teléfono móvil y marco el número de teléfono de Andrés, quien no lo coge. Ante este hecho, me pongo en pie nuevamente y comienzo a caminar por la acera, arrastrando el equipaje. Si no me queda de otra tendré que ir a casa andando. Por suerte, Andrés me llama pasados cinco minutos y tras intercambiar unas palabras con él, se ofrece a recogerme.

-Estaba cerrando la floristería, no he podido venir antes-anuncia en cuanto tomo asiento a su vera. Me abrocho el cinturón al mismo tiempo que él se incorpora de nuevo a la carretera-. Por cierto, feliz año.

-Feliz año, Andrés.

Se produce un silencio incómodo que Andrés se atreve a romper.

-¿Qué tal el campamento?

-Muy bien. Todo ha sido perfecto-al pronunciar esas palabras una lágrima escapa por mi lagrimal y se desliza por mi mejilla.

-Eh, eh, ¿qué pasa?

-Que soy una idiota por creer cosas que no son.

-Entiendo...

Aparca el coche junto a el portal del edifico en el que vivo. Aún siendo conscientes de que hemos llegado a nuestro destino, no nos inmutamos, permanecemos sentados en nuestros asientos, sin intercambiar palabras.

-Debería subir a deshacer el equipaje. Muchas gracias por traerme-le doy un beso en la mejilla a Andrés pero este me corresponde con un fuerte abrazo.

-No dudes en llamarme si me necesitas.

Asiento un par de veces y me bajo del coche, cerrando la puerta detrás de mí. Luego, me deshago de las cuerdas que rodean la maleta y guardo estas y el soporte en los asientos traseros del coche. Me aparto de él y permanezco inmóvil observado como el vehículo de Andrés se pierde entre la multitud de autos que hay en la carretera.

El ascensor está averiado, así que tengo que subir por las escaleras, deteniéndome en cada peldaño para tirar del equipaje en sentido ascendente. Entre una cosa y otra me llevo quince minutos para alcanzar la segunda planta. Para mi sorpresa, mi padre, Manuel, está de pie junto a mi puerta y mantiene el timbre pulsado indefinidamente.

-¿Papá?, ¿qué haces aquí?

-¡Ay, qué susto me has dado!-se lleva la mano derecha al pecho y se encorva un poco-. ¿De dónde vienes?

-De un viaje.

-¿De un viaje?, ¿te permite el sueldo de la floristería costearte un viaje? Vas a tener que contratarme allí porque vendiendo seguros gano una mierda.

Dejo el equipaje junto a la puerta y me propongo meter la llave en la cerradura.

-Aún no me has dicho porqué estás aquí.

-Me he ido de casa.

-¿Qué?-al abrir la puerta con excesiva fuerza, esta golpea la pared -, ¿por qué te has ido de casa?

Mi padre se adentra en el interior llevando a rastras mi equipaje. Me sigue hasta el dormitorio, lugar en el que coloco la maleta sobre la cama, la abro y la empiezo a deshacer, guardando cada prenda en su correspondiente sitio.

-No sé porqué después de tantos años de matrimonio os tenéis que separar ahora. ¿Por qué no lo hicisteis cuando erais jóvenes?, ¿por qué ahora que sois maduros?

-Las cosas cambian.

-Ya, papá, cambia una actitud, una acción, un sentimiento, pero vosotros estáis tirando un matrimonio por la borda Es que a caso no os queréis, ¿es eso?

-Ana, déjame explicarte...

-¿Qué quieres explicarme?, ¿qué vas a divorciarte porque has conocido a alguien por internet?

-Soy gay.

Me giro en redondo y doy un grito.

-Pero, ¿que dices?, ¿cómo vas a ser gay si te has casado con mamá y has tenido dos hijas con ella? Papá, ¿qué te has fumado?

-He conocido a alguien.

-¿Cómo que has conocido a alguien?

-Por la web de citas eDarling.

-Pero, ¿cuánto tiempo lleváis conociéndoos?

-Hace unas semanas-saca una camiseta de la maleta, la dobla y la guarda en un cajón-. Es de Sevilla y tiene veinticinco años.

-¡Papá!-me quejo a voz de grito-. ¿Por qué no buscas a alguien de tu edad?

-Ay, hija, porque los maduritos sólo quieren sexo.

-Y tú, ¿qué buscas?

-Una relación estable. No tengo edad para estar mareando la perdiz.

-Tenias una relación estable-replico.

-Ya, pero no había chispa.

-Pero, ¿qué chispa ni chispa? Papá, creo que lo mejor que puedes hacer es olvidarte de ese chico y volver a casa con mamá.

Mi padre se entretiene mirando a través del cristal empañado de la ventana a las personas que pasean por la acera. Su rostro se ensombrece y un profundo suspiro escapa por entre sus labios. Nunca antes le he visto tan afectado. Tal vez no esté siendo comprensiva. Pero es que me es imposible serlo después del asqueroso dia que llevo.

-No lo entiendes. Esto está fuera de tu alcance. Es un asunto del corazón.

-Papá, ¿qué vas a hacer ahora?

-Tenía pensado quedarme aquí pero entiendo que no quieras tenerme en casa después de todo.

Manuel se aparta de la ventana y comienza a caminar hacia la puerta de la habitación. Antes de salir por ella me mira por última vez y me dedica una sonrisa. Mientras mi padre se aleja caminando por el pasillo en dirección a la salida, me entretengo doblando un jersey. Quizá no esté siendo justa con él pero es que no sé como reaccionar ante esta situación. No me esperaba para nada encontrarme a mi padre en la puerta de mi casa esperando para decirme que es gay y quiere irse a vivir conmigo. Es un poco chocante. Necesito tiempo para asimilarlo. Y eso es precisamente lo que no tengo. Mientras estoy aquí dándole vueltas a la tabarra, mi padre está alejándose de mí. Y tampoco quiero eso, no quiero perderle por todo este rollo amoroso.

Salgo corriendo en dirección a la puerta principal, lugar en el que encuentro a mi padre girando el picaporte para abrirla.

-Papá, no hace falta que te vayas, puedes quedarte.

Manuel hace un gesto de triunfo con el brazo y se apresura a abrazarme. Al fundirme en un cálido y cariñoso abrazo lo veo todo claro, acabo de tomar la mejor decisión. Quizá funcione así. Tal vez necesite encontrarme en el borde del precipicio para reaccionar.

-Sabía que ibas a decir que sí.

-Vaya, parece que soy muy previsible.

-Bueno, dime, ¿qué hay de comer?

-Latas de conserva.

-¿Latas de conserva? Ahora entiendo porqué estás tan flacucha. Bueno, no importa, hoy vamos a pedir comida a domicilio para celebrar mi renacimiento.

Mis suposiciones acaban de confirmarse. Mi padre está como una regadera. Es más, temo el día que me diga que va a traer a su chico a cenar, aún más temo el cambio que puede dar. Rezo porque no comience a usar pantalones ajustados o empiece a fumar porros.

-Voy a entrar en el servicio. Los macarrones con tomate no me han sentado bien.

Mi teléfono móvil comienza a sonar. Al parecer, tengo una llamada entrante de Claudia. Genial. ¿Puede irme peor el día?

-¿Dígame?

-Hola, soy Claudia.

-¿Qué querías?

-Quería informarte de que mañana tienes que acudir a la academia de baile para ayudarnos a bailar correctamente. Además, a Alonso no le vendrían mal unas clases. Nos vemos mañana a las once. Adiós.

-Adiós.

Claudia finaliza la llamada antes de que pueda preguntar cualquier duda. Así que mañana tengo que volver a esa academia y ejercer de profesora de baile. Creo que ya es pasarse un poco de la raya. Me colocan de organizadora de eventos y además quieren convertirme en profesora de baile. Ya de paso porqué no soy también el cura y mato tres pájaros de un tiro. Joder. Cualquiera que me vea va a pensar que soy la Barbie, que trabaja en cientos de trabajos.

-Será mejor que no entres ahí en un buen rato.

Asiento, dejando ver una expresión de repulsión.

El resto de la tarde la pasa mi padre chateando con su teléfono móvil. A juzgar por su expresión, deduzco que es feliz y que probablemente esté en una nube. Y me doy cuenta de que no soy nadie para privarle de la felicidad. Porque, ¿qué más da lo que quiera yo? Lo que importa es lo que él quiere. Además, cada uno es libre para hacer lo que quiera con su vida. Yo, por el contrario, aprovecho las horas para darme una ducha y ponerme el pijama, continuar deshaciendo el equipaje y destruirme una y otra vez comprobando si Carlos me ha llamado. Va a ser verdad el dicho de que cada uno se mata a su manera.

Dan las diez de la noche y tanto mi padre como yo estamos sentados en el sofá, con la comida que hemos pedido en la mesa que tenemos delante. Mi padre ha pedido una hamburguesa y yo he optado por un bocadillo de pollo con mayonesa. Al mismo tiempo que comemos, estamos viendo en la televisión el programa de Ahora Caigo. Mi padre está como loco intentando adivinar las palabras que hacen referencia a la definición que dan.

-Pero sí es lo que yo he dicho-le da un bocado a su hamburguesa y hace un gesto de aprobación-. Está buenísima esta hamburguesa. No sabes lo que te pierdes.

-No tengo mucha hambre. Oye, papá, me voy a la cama.

-¿Ya? Pero si son las diez y media.

-Ya, pero estoy muy cansada del viaje. Buenas noches, que descanses-deposito un beso en su mejilla antes de marcharme.

Cierro la puerta de la habitación detrás de mí y me apoyo sobre la superficie de esta, con los brazos cruzados a la altura de la zona lumbar. Mi mirada se pierde en las sábanas blancas que brillan con la intensa luz de la luna que penetra por los cristales de la ventana y se proyectan sobre estas. Su aspecto es frío y al mismo tiempo solitario. Hay áreas en las que el dormitorio está sumido en la más completa penumbra, mientras que hay otras que relucen gracias a la acción del satélite. Todo cuanto me rodea parece carecer de vida. Tal vez, nuestra forma de ver el mundo depende de nuestro estado anímico y puedo asegurar que el mío está cayendo en picado por momentos.

Salgo corriendo en dirección a la cama y me acuesto sobre ella, aferrándome con todas mis fuerzas a la almohada más cercana, depositando mi barbilla en la terminación de esta. A pesar de mi intento por reprimir los recuerdos, estos se manifiestan con gran vivacidad, arrebatándome el sueño y regalándome una noche de insomnio. Y es que no entiendo por qué no acierto a dar en el centro de la diana si he jugado todos dardos lo mejor que he sabido.

El despertador suena a las diez de la mañana, despertándome del profundo sueño en el que estoy sumida. La alarma me coge tan desprevenida que al escucharla me sobresalto y me caigo de la cama, impactando fuertemente con el frío suelo.

-Auh-me quejo en voz alta. A continuación me pongo en pie y camino en dirección al armario dando tumbos. Abro las puertas de par en par y permanezco inmóvil, observando la gran variedad de prendas que cuelgan de las perchas-. Esta no- descarto un jersey de color marrón con lazitos negros-. Demasiado llamativo- aparto con ayuda de mis manos una sudadera blanca con diseños de fresas-. Humm, quizá sea un poco de suerte-descuelgo de una percha una camiseta de mangas largas amarilla con margaritas y me la pongo tras deshacerme del pijama. Para las piernas opto por un vaquero azulado y para los pies mis queridas vans blancas.

En cuanto salgo del dormitorio me adentro en el servicio para lavarme la cara y hacer algo con mi alborotado cabello. Con hacer algo me refiero a echarme abundante agua y a peinarme hasta el punto de no hallar ningún pelo fuera de su sitio. Mientras llevo a cabo esta acción me percato de la presencia de unos pendientes circulares que penden de mis orejas y que centellean con la luz que hay en la parte superior del espejo. Con ayuda de mis dedos me los quito, depositándolos en un joyero.

A medida que avanzo en dirección al salón voy metiendo en el bolso la cartera, unas gafas de sol moradas, un paquete de pañuelos, las llaves de casa y del coche, el carnet de conducir. Me detengo junto a la mesa que hay en el salón, donde normalmente suelo tomar el desayuno, y deposito en ella mi teléfono móvil. En ese instante, mi padre sale por la puerta de la cocina portando una cafetera y un plato de galletas con forma de muñeco.

-Buenos días.

-Papá, ¿qué es esto?-señalo el plato de galletas con el dedo índice.

-Eran tus galletas favoritas de cuando eras niña.

-Ya.

-He estado tan preocupado por la aparición de una calva en mi cuero cabelludo que no me he dado cuenta siquiera de que has crecido.

Mi padre se sienta en una silla y yo le imito. Mientras él llena dos tazas de café, yo me tomo la libertad de arrebatar una galleta del plato y llevármela a la boca.

-Oye, hija, ¿tu crees que se me ve muy calvo de espaldas?

Lo cierto es que a mi padre le falta bastante pelo en la zona de la coronilla y es bastante visible desde atrás, teniendo en cuenta que él siempre ha tenido una abundante melena morena.

-No me había fijado.

-Es que he visto un anuncio en internet sobre un injerto capilar y me ha llamado la atención. Tu madre siempre decía que me empecé a quedar calvo muy pronto. Aunque, ella tiene parte de la culpa, no te imaginas los tirones que me metía cuando estábamos en la cama.

-Papá, papá-insisto con tal de llamar su atención-. No necesito tener esa información archivada en mi cabeza.

-Eso por no hablar de los gritos que daba-se lleva ambas manos a cada extremos de su cabeza y pone los ojos en blanco-. Tres denuncias por parte de los vecinos.

-No puedo creer que estés contándome esto. Y, ¿acabas de decir tres denuncias?

-Sí, tres denuncias por ruido. Tu madre se empeñó en que probáramos varias poses del Kamasutra ...-le interrumpo antes de que continúe con su anécdota.

-Papá, no quiero saber cómo te tirabas a mamá.

-¡Ay, hija, qué tonta te pones a veces!

En ese instante comienza a vibrar mi teléfono, provocando que la mesa se sacuda con la vibración. Le echo un vistazo a la pantalla y visualizo una llamada entrante de Carlos. Inmediatamente, cambio el rumbo de mi mirar hacia el plato de galletas, dejandolo proseguir con sus incesantes vibraciones.

-Cielo, ¿qué te ha pasado con ese chico?

-Nada. Estamos bien.

Cuando deja de vibrar todas mis esperanzas de no volver a recibir otra llamada se apoderan de mí pero, en el momento en el que otra vez el teléfono comienza a deslizarse por la superficie de la mesa, estas se disipan.

-Yo no soy el más indicado en lo equivalente al amor pero sé que cuando alguien te importa de verdad hace lo imposible por arreglar las cosas con esa persona.

-Y también se supone que si quieres a alguien no le cortas las alas.

Me pongo en pie, guardo el teléfono móvil en el bolso, y tras darle un beso en la mejilla a mi padre me marcho con paso decidido.

Los cristales del Volkswagen están empañados a causa del descenso de las temperaturas. Cogido con el parabrisas hay un anuncio de una imprenta que no tardo en coger, hacer una bola y tirarlo al suelo. Luego, me meto en el coche y cierro la puerta detrás de mí. Sin embargo, no lo pongo en funcionamiento al instante sino que me quedo más recta que una regla, con las manos aferradas al volante y la mirada perdida en el empañado cristal frontal.

-Joder-golpeo sucesivamente el volante-. ¿Por qué todo me tiene que pasar a mí?, ¿por qué soy siempre la que tiene pagar el pato?

Pongo en funcionamiento el motor del coche y con ello los parabrisas, los cuales se encargan de hacer desaparecer el vapor de agua. Y, entonces a lo lejos visualizo la figura de Carlos, quien se percata de mi presencia en el interior del Volkswagen Beetle rosa y echa a correr hacia él. Aprieto el embrague y realizo el cambio de marcha a una velocidad sobrenatural. A continuación me hundo en el asiento y me incorporo a la carretera con rapidez. Carlos da un suave manotazo en la ventanilla con tal de llamar mi atención. En vez de detener el coche y enfrentarme a la situación, acelero y no tardo en dejarle atrás. El recuerdo de un chico intentando detener el coche al mismo tiempo que me llama una y otra vez por mi nombre no será fácil de olvidar.

Ahora sé que Carlos está dispuesto a hablar conmigo para arreglar las cosas pero, ¿estoy yo preparada para perdonar? Es verdad que estos días no he tenido apenas tiempo para pensar en nuestra discusión pero lo cierto es que sigo estando dolida por su comportamiento y no pienso ponérselo fácil. Tiene que demostrarme que de verdad quiere estar conmigo y si así es hará todo lo posible por contactar conmigo. Al menos, creo que eso es lo correcto, ¿no? Bueno, qué más da, será lo que tenga que ser. Yo no voy a comerme más la cabeza con estas cosas. Rectifico, puede que sí me la coma un poquito. Pero eso no es malo, ¿o sí?

Aparco junto a una señal que reza "no aparcar". Sí, lo sé, me la estoy jugando pero la verdad es que no tengo tiempo ni ganas de buscar un aparcamiento libre. Me bajo del coche y cierro la puerta detrás de mí. Emprendo una marcha en dirección a la entrada de la academia pero, cuando nada más llevo caminado unos pasos me detengo, elevo la mano, con el mando a distancia del coche y pulso un botón. Se escucha un leve clic y las luces delanteras se encienden momentáneamente. Cuando me encuentro en la puerta principal saco el teléfono móvil y me percato de la existencia de varias notificaciones de WhatsApp. Al parecer, Carlos ha tomado la iniciativa de hablarme por otros medios para pedirme que hablemos. Apago el teléfono y lo vuelvo a guardar en el bolso.

Al situarme bajo el marco de la puerta soy consciente de la presencia de tres personas, quienes me observan desde la distancia, cada cual con una expresión distinta. Alonso, me sonríe desde la izquierda de Claudia, esta última está aplaudiendo con energía. A la derecha de la chica se encuentra Álvaro, cuya cara es de póquer. O al menos eso es lo que pensaba hasta que me doy cuenta de que evita mirarme y no sé la razón.

-Se me ha hecho tarde-me disculpo.

-Que va. Nosotros acabamos de llegar-Alonso me dedica una amplia sonrisa con tal de tranquilizarme-. Es más, creo que debería echar a correr antes de que a alguien se le ocurra la espantosa idea de sacarme a bailar.

Sonrío ante su comentario.

-De eso nada. Tú te quedas-Claudia le agarra del antebrazo en un intento de retenerle. El chico retrocede hasta situarse en su posición anterior y a continuación se concentra en observar la mano de la chica aferrada a su brazo.

-No prometo nada.

-Bueno, ¿a qué esperamos? -con ayuda de un mando a distancia enciende la radio que hay en un extremo de la estancia y de esta comienza a sonar la canción Estar contigo de Alex Ubago-. Ana, ¿te importaría darle clases a Alonso?

Alonso camina hacia mi intentando no chocar con la pareja que ha comenzado a desplazarse por toda la estancia bailando. Al situarse frente a mi, extiende uno de sus brazos y me rodea la cintura, y con el otro encierra mi mano. Yo, a mi vez, deposito una de mis manos sobre su hombro, mientras que la otra la mantengo en alto, entrelazada con la de mi acompañante de baile.

-Vas a arrepentirte de tenerme de acompañante.

-No puedes hacerlo tan mal.

-Peor aún. En cualquier caso, perdóname si te piso más de una vez.

-Disculpas aceptadas.

Frunce el ceño ante mi comentario. Luego, abre la boca, dejando ver una expresión de sorpresa.

-Perdona, en serio, no me he dado cuenta.

-No pasa nada.

A medida que nos desplazamos bailando tenemos varios encuentros con la otra pareja. Aunque esta parece estar tan ocupada disfrutando el momento que ni siquiera se han percatado de que nosotros estamos bailando a nuestra merced.

-Alguien me dijo que mantuviste una relación con Claudia.

Alonso se muerde el labio con tanta fuerza que comienzo a temer que un leve sangrado se origine en él en breve.

-Sí. Fue hace unos años.

-¿Cómo lo llevas?-hago una pausa para tomar una bocanada de aire-. ¿Cómo te sientes al verla con alguien más?

-La herida escuece un poco. Es irónico, han pasado años y aún no he conseguido que la herida cicatrice por completo.

-Te sigue importando todavía.

-Sí, supongo que sí.

Miro por encima de su hombro y descubro más allá a Álvaro observandome detenidamente. Por primera vez me sostiene la mirada.

-¿Cuál es el verdadero motivo por el que has vuelto, Alonso?

-Cuando recibí la invitación de boda me di cuenta...-hace una breve pausa-. Me di cuenta de que aún la seguía queriendo y que aún tenía una última oportunidad para cambiar el curso de las cosas.

-Y qué vas a hacer si...

-Me marcharé y no volveré jamás.

En ese instante la canción finaliza y Alonso y yo nos detenemos en medio de la pista.

-Chicos, voy a ir a la cafetería, ¿os apuntáis?

-Yo ya voy servida-añado.

-Pues yo me apunto.

Claudia da un paso hacia el frente e indica con la mirada la puerta que conduce hacia los extensos corredores que forman parte de la academia.

-¿Y tú, hermanito?

-Creo que seguiré practicando.

-Tú te lo pierdes.

Escasos minutos más tarde nos encontramos solos en una amplia sala. Ninguno de los dos nos atrevemos a articular palabra, así que la situación se vuelve un poco incómoda. Aún así resulta tranquilizador saber que la atención de Álvaro la capta el paisaje que se abre paso a través de los cristales de la ventana.

-Me gustaría hablar contigo.

Gira sobre sus talones y emprende una marcha, cuyo objetivo soy yo. Mientras él va eliminando la distancia que nos separa, yo me limito a pensar la manera de escapar de esa situación. Tal vez pueda tirarme por la ventana o salir corriendo por la puerta de atrás. O siempre puedo valerme de la típica excusa de ir al baño o la llamada falsa. Sin embargo, me indecisión me juega una mala pasada puesto que Álvaro acaba de traspasar los límites y yo todavía no he dado con la mejor forma de huir de allí. Sus movimientos son tan rápidos que apenas me da tiempo a reaccionar. Sólo sé que su brazo izquierdo rodea mi cintura y ejerce presión sobre ella para mantenerme cerca. Mi mano está encerrada por la suya a la altura de nuestros hombros. La melodía de la canción Addicted de Morgan Page y Greg Laswell comienza a escapar de los altavoces que contiene el equipo de música que esta situado en un extremo de la estancia.

-¿Por qué da la impresión de que somos unos extraños? Hasta hace tan sólo unos días las cosas eran muy diferentes entre nosotros. Si he hecho algo mal contigo, dímelo y asumiré las consecuencias.

-No has hecho nada. Es sólo que el Karma está volviendo a hacer de las suyas.

-Me alegra saber que las cosas están bien entre nosotros.

-Y yo.

Otra mentira más que añadir a la lista. Las cosas entre él y yo no están bien desde nuestro regreso a Sevilla y lo peor de todo es que no sé el por qué. La única verdad universal es que tengo un cacao mental que me consume y estoy segura de que algún día voy a explotar como un globo. Me fastidia sentirme excluida de este asunto porque sé que soy yo la única responsable de todo.

Varias gotas se agua repiquetean al impactar contra el cristal de la ventana, el cual yace empañado a causa del frío. El cielo se torna de un tono grisáceo, apagado, que impide disfrutar del espléndido sol que esta mañana nos regalaba su luminosidad y calidez. Una brisa se levanta y agita las copas de los árboles provocando que las últimas hojas de estos se precipiten al vacío. El reloj de muñeca de Álvaro informa de que son las seis de la tarde. El tiempo se ha esfumado con tal rapidez que ambos tenemos la extraña sensación de que apenas han transcurrido unos minutos de más desde que empezamos a bailar la canción You found me.

-Tengo que irme.

-Yo también debería irme.

Permanecemos en silencio, mirándonos el uno al otro e intercambiando alguna que otra sonrisa de complicidad. Aunque, las mías son más nerviosas que otra cosa.

-Espera un momento-se acerca al equipo de música y pulsa un botón. La última melodía que está sonando, perteneciente a la canción All I ever wanted, se disipa por completo-. Ya podemos irnos.

Echamos a andar por el primer pasillo de la academia, el que quizá sea el más extenso. Pero, por irónico que parezca, se me hace excesivamente breve. Ni si quiera soy consciente de que nos encontramos junto a la puerta de cristal que conduce al exterior, desde donde se puede ver una espesa manta de agua distorsionando el paisaje.

-Es una suerte que tengamos el coche justo aquí.

-Sí-coincido casi de inmediato-. Bueno...-decimos ambos al unísono. Qué vergüenza. Esta es una de esas situaciones que intento evitar a toda costa. Es como si esperase dos besos y me das solo uno-. Yo tengo que irme por allí.

-Sí, yo tengo que ir por ahí-señala con su pulgar la avenida de la derecha sin dejar de escrutarme con su penetrante mirada-. Nos vemos.

Asiento y me doy media vuelta con tal de seguir con mi camino pero entonces...

-¡Ahh!-doy un grito que alarma a Álvaro, quien vuelve a mi posición. Su cabello está mojado y un río de agua baja por su nariz, cruza sus labios y muere en su barbilla-. ¿Dónde está mi coche? Lo había dejado justo aquí.

-¿Estás segura de que fue justo aquí?

-Completamente segura-varias gotas se apoderan de ms pestañas, enturbiando mi visión-. ¡No!, ¡no puede ser verdad!

-¿Qué es lo que ocurre?

-Lo que ocurre es que soy una gilipollas. Aparqué el coche en una zona prohibida y la grúa se lo ha llevado. Sí es que lo sabía. Esto me pasa por inmadura, por irrespetuosa, por gilipollas. Y lo peor de todo es que voy a acumular otra multa más. Me va a dar algo.

La cabeza me da vueltas. Y al parecer, no es lo único que gira sin parar. Todo cuanto me rodea está desplazándose de un lado a otro. Pierdo el equilibrio y mi cuerpo se deja caer hacia atrás, obedeciendo a la gravedad. Por suerte, unos fuertes brazos me sujetan justo a tiempo, manteniéndome a salvo de cualquier amenaza. Poco a poco, la cabeza vuelve a su sitio y todo cuanto me rodea retoma su posición de origen.

-¿Te encuentras bien?

-No. Mi vida es una mierda.

-Te llevaré a casa, ¿vale?

Álvaro me abre la puerta de su coche y me cede el paso. Cierra la puerta una vez se asegura de que tengo puesto el cinturón de seguridad. Luego, rodea la parte delantera de su porche y se adentra en el interior, ocupando el lugar de conductor. Mientras él se dedica a poner en funcionamiento el motor, yo me apresuro a sacar del bolso un pañuelo con el que enjugar mis lágrimas.

-¿Qué será de mi querido Volkswagen ahora que no me tiene? Tú no lo entiendes pero ese coche es muy importante para mí.

-No te preocupes, mañana podrás recogerlo sin problemas.

-¿Cómo que mañana? No puedo esperar tanto tiempo.

-Todos los depósitos están cerrados.

-Sí es que todo me sale mal-me sueno la nariz con abundante papel-, y encima he dejado el bolso dentro del coche. O sea que no tengo ni la cartera, ni el móvil, ni el carnet de conducir ni las llaves de casa. La buena noticia es que, con suerte, mi padre no habrá salido de casa y podrá abrirme.

-Sino siempre puedes forzar la cerradura.

-¿Con qué?, ¿con el dedo?-el coche se detiene junto a la puerta de un edificio-. Gracias por traerme.

Me bajo del auto e inmediatamente soy víctima de una abundante lluvia. Salgo corriendo en dirección al portal, cubriéndome la cabeza con ambos brazos, pero todo intento es inútil, cuando logro alcanzar la entrada estoy empapada y no sólo eso sino que además me topo con la puerta cerrada. Me doy media vuelta con tal de solicitar la ayuda de Álvaro pero, por desgracia, ya se ha ido. Así que recurro a mi segunda y última opción, sentarme en el poyete del suelo y esperar a que alguien decida salir o entrar por la puerta. El porterillo no está dentro de mis planes, ya que este se encuentra en el interior del portal, junto a la puerta. En esta hay una pequeña ventanilla de cristal,que suele estar abierta, desde donde puedes introducir la mano para llamar. Pero hoy tiene el cerrojo echado. A pesar del frío que me cala los huesos, la lluvia que me hace tiritar como consecuencia del estado húmedo de mi ropa y el sentimiento de fastidio que corre por mis venas, me quedo dormida.

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