Capítulo 17

A las nueve de la mañana se presenta en casa Andrés, con una sonrisa de oreja a oreja. Está tan feliz que da la impresión de que el que se va de viaje es él. Cualquiera diría que soy yo quien se marcha, pues tengo un aspecto de mil demonios, ya que no he dormido nada por la noche debido a la emoción y a los nervios. Por si fuese poco, estoy tan histérica que no dejo de caminar de un extremo a otro del salón, murmurando una y otra vez "¿Qué narices se supone que debo llevarme?" llevo toda la mañana intentando preparar mi equipaje sin éxito puesto que no tengo ni la menor idea de cuánta ropa ni qué clase de conjuntos debo llevar.

-Ana, hazme el favor de dejar de pensar y actúa.

-¿Y si le digo que estoy mala con gripe?

-Ni hablar.

-Si es que no sé que tengo que llevarme. Ni siquiera sé dónde nos vamos a alojar ni por cuánto tiempo.

-Ven, te voy a ayudar a preparar el equipaje.

Andrés me coge de la mano y me conduce hacia la habitación, lugar en el que me pide que me siente en la cama a observar cómo prepara la maleta. Abre el armario y comienza a descartar varias prendas que cuelgan de las perchas. Las que le llegan a convencer las deposita sobre la cama para más tarde doblarlas y guardarlas en el interior de la maleta de color rosa.

-¿Qué me dices de esto?

Andrés me muestra un conjunto de lencería de color morado muy atractivo. La verdad es que no tengo ni la menor idea de qué hace eso en mi armario. Ni siquiera le doy uso y dudo que se lo dé.

-Andrés, voy a pasear por Madrid, no a hacerle un baile privado a Álvaro.

-Ana, ¿es que no te das cuenta? Álvaro quiere que vayas con él por otro motivo totalmente distinto.

-No me comas la cabeza.

-Sólo digo que cabe la posibilidad de que te declare su amor secreto.

Me tapo con ambas manos los oídos y comienzo a tararear una melodía cualquiera con tal de ignorar la voz de Andrés. Dejo de hacerlo en cuanto me percato de que está en silencio, doblando y guardando la ropa.

-¿Te vas a poner esto?-alza una camiseta de color verde con un amplio escote. No dudaría en utilizarla si tuviese una buena personalidad...

-Ni por asomo. Es más, creo que voy a tirar eso ahora mismo.

Me pongo en pie con tal de ir hacia la posición de Andrés. Al alcanzarle, me propongo arrebatarle la camiseta de las manos pero este, al ser más alto que yo, me lo impide y me obliga a volver a sentarme en el colchón.

-¿Has hablado con Carlos?

Carlos, ¿cómo he podido olvidar comentarle mi viaje? No puedo creer que se me haya pasado decírselo. La verdad es que tengo lo cabeza en otro lado...

-Se me ha pasado.

-¿Qué piensas hacer entonces?

-Llamarle.

Saco el teléfono móvil del bolsillo de mis pantalones y comienzo a marcar su número.

-Déjalo, anda. Fíjate si te conozco tan bien que supuse que no habías hablado con él, así que decidí llamarle para pedirle que viniese a verte- en ese instante comienza a sonar el timbre de la puerta, cuyo sonido retumba en todas las habitaciones-.Hablando del rey de Roma, que por la puerta asoma.

Nunca mejor dicho...

Camino descalza hacia la entrada a mi humilde morada, dejando a Andrés en el dormitorio, preparando el equipaje que debería estar haciendo yo. Al alcanzar mi destino, me tomo unos segundos para abrir la puerta, puesto que no sé con qué reacción me voy a encontrar. Cuando por fin me armo del valor suficiente para hacerle frente a la situación, agarro el picaporte y tiro de él con fuerza. Al otro lado se alza Carlos, con sus típicos vaqueros ceñidos, una camisa de cuadros azules y blancos y su inconfundible sonrisa.

-¡Qué sorpresa!

Sorpresa la que se va a llevar cuando sepa que me voy de viaje a Madrid.

-Andrés me dijo que querías verme. Así que aquí estoy.

Carlos se deshace de la distancia que nos separe y deposita un beso en mis labios.

-He pensado que podríamos ir al cine-comenta al mismo tiempo que se dirige hacia el salón. Mientras él sigue proponiéndome un plan, yo permanezco junto a la puerta, dudando entre si cerrarla o salir corriendo. Finalmente opto por la primera opción-. O si lo prefieres podríamos pasar una tarde en el centro comercial.

Me sitúo a su vera pero no intercambio palabra. Únicamente me limito a escuchar sus planes y a asentir como si se me fuera la vida en ello. Aún sabiendo que no voy a poder realizar esos planes con él, no hago nada por hacerle saber que no va poder ser. Deseo darle la noticia pero al mismo tiempo me echo atrás, no quiero discutir con él.

-No creo que pueda-murmura Andrés desde el pasillo. Carlos se lleva una sorpresa al verle allí pero, aún así, intenta ocultar dicha emoción.

-¿A qué te refieres?

-Creo que lo mejor será que te lo diga Ana.

Carlos cambia el rumbo de su mirada hacia mi persona y parece no tener pensado apartarla de mí hasta recibir una respuesta.

-Álvaro me ha pedido que le acompañe en su viaje a Madrid.

-¿Estás de coña?

Andrés, que se había marchado, vuelve a hacer uso de presencia en el pasillo pero, esta vez, portando mi equipaje.

-Ana, ¿me estás diciendo en serio que te vas a ir con tu jefe a Madrid?

-Es por trabajo, Carlos. Álvaro quiere que le ayude a elegir-Carlos me interrumpe antes de que pueda terminar.

-¿No te das cuenta de que ese tío intenta separarnos?

-Creo que eso está completamente fuera de lugar.

-Pasas más tiempo trabajando que conmigo, ¿cómo debo tomarme eso? Dímelo porque yo no tengo ni la menor idea.

-Organizar una boda no es tarea fácil. Todo esto lo estoy haciendo por conservar el trabajo de mi hermana. Para tomar una decisión siempre me he puesto en el lugar de Clara y he decidido como ella lo habría hecho.

Carlos guarda silencio unos segundos, luego vuelve a articular palabra.

-Espero que el viaje sea de tu agrado.

Y sin decir nada más se marcha de casa, dando un portazo antes de salir. Entiendo perfectamente su reacción pero creo que su acusación está totalmente fuera de lugar.

Andrés deja el equipaje junto al sofá y se apresura a acogerme entre sus brazos. Desde un principio no le abrazo, sino que intento liberarme con todas mis fuerzas pero la perseverancia de Andrés me obliga a ceder. Entonces, rodeo su cintura con mis brazos y deposito mi cabeza en su pecho, lugar en el que derramo alguna que otra lágrima.

-No tienes la culpa de que no logre entenderlo.

-¿Crees que tenía razón cuando dijo que el trabajo es lo primero?

-Ana, no te martirices pensando en eso. Estás haciéndole un gran favor a tu hermana y eso no es capaz de verlo Carlos. Ahora, quiero verte sonreír como una posesa porque ¡te vas a Madrid!

A las diez y media salimos de casa y nos proponemos como objetivo llegar al aparcamiento en el que Andrés tiene aparcado el coche. Todo parece ir sobre ruedas. El único inconveniente que hemos tenido hasta ahora es la inapropiada reacción de Carlos. Así que se puede decir que todo está saliendo perfecto y que no hay de qué preocuparse.

-No cabe.

-¿Qué?-pregunto histérica.

-El equipaje no cabe en el maletero. No tengo la culpa de que este coche sea una completa mierda. Y lo peor de todo es que con el mísero sueldo que gano en la floristería dudo mucho que vaya a tener otro coche mejor.

-Muy bien. Si no te importa, ¿me puedes decir que narices hacemos ahora?

-En primer lugar, deberías relajarte.

-Me relajaré cuando esté subida a ese vuelo de camino a Madrid.

-Pasamos al plan b entonces. Podemos poner el equipaje en los asientos de atrás, aunque esa decisión depende de ti.

Enarco una ceja.

-¿Piensas meter mi equipaje en ese banco de semen?

-¿Qué otra opción propones?

A las diez menos cuarto nos encontramos de camino al aeropuerto. Quedan escasos minutos para que el avión que debo coger esté totalmente disponible para los pasajeros que esperan en una de las salas del aeropuerto. Tenemos tiempo más que suficiente para llegar, así que de momento no debo preocuparme porque todo vuelve a ir sobre ruedas. Con respecto al problema del equipaje, este quedó solucionado, ¿cómo? Con mi maravillosa idea de utilizar un soporte de madera con cuatro ruedas, en el que colocamos la maleta y atamos con una correa. Técnicamente, este soporte va sujeto a la parte trasera del coche mediante una cuerda, así que se va deslizando a su gusto por la carretera.

-Aún no puedo creer que hayamos hecho eso con el equipaje.

Ladeo mi cabeza hacia la izquierda y le fulmino con la mirada.

-No hubiésemos tenido que recurrir a ese extremo si hubiese sido lo suficientemente inteligente como para donar semen en el hospital en vez de en los asientos traseros de tu coche.

-Eres muy escrupulosa.

-Y tú demasiado generoso-añado a la misma vez que le echo un vistazo a la parte trasera del coche.

-¿Sabes si Álvaro está allí?

-No lo sé. Voy a llamarle.

Marco su número en la pantalla e inmediatamente me coloco el teléfono en la oreja. El buzón de voz salta casi al instante. Genial. Estoy a punto de llegar al aeropuerto y la persona con la que voy a viajar no responde a mis llamadas.

-No lo coge.

-Bueno, no te preocupes, Álvaro es tan previsible que no me extrañaría nada que llevase esperándote una hora.

-¿Una hora? Es mucho tiempo. ¿Por qué no has sacado esta conclusión antes? Hazme un favor y aprieta ese acelerador.

-Sí, claro, para que salga volando el equipaje y tengamos que dar media vuelta para ir a buscarlo. Ana, por si no lo recuerdas, ¡va cogido de una cuerda!

Entre una cosa y otra, Andrés se ve en la obligación de aumentar la velocidad, más que nada porque el tiempo que tenemos para llegar es muy justo. Así que Andrés tiene que soportar mi enorme satisfacción y yo tengo que demostrar mi dicha. Nos plantamos en el aeropuerto a menos cinco, de manera que tenemos cinco minutos para llegar a la puerta de embarque. Andrés arranca de un tirón las correas del soporte de madera, liberando así a mi equipaje. Luego, emplea una mano para tirar del asa de este y la otra para llevarme a mí. Suena absurdo, lo sé pero por alguna extraña razón mis músculos se niegan a hacer el más mínimo movimiento. Debe ser, en esencia, uno de los inconvenientes de tener los nervios desatados.

-¡Quieres aligerar!

-No tengo la culpa de que mis músculos hayan decidido dejar de trabajar.

-No puedo continuar más allá-Andrés se detiene junto a la puerta de embarque y me tiende el asa del equipaje. Sin embargo, no la acepto, es más, la cambio por darle un fuerte abrazo a mi mejor amigo. Andrés rodea con sus enormes y fuertes brazos mi cintura y termina por depositar un beso en mi frente-. Espero que te diviertas y no olvides telefonearme. Quiero estar al día de todo cuanto sucede por allí- me limito a asentir aún sin despegarme de su pecho. Elevo la cabeza tras oír por la megafonía la advertencia de que todos los pasajeros deben embarcar en el vuelo con destino a Madrid, y cuando lo hago puedo ver más allá del hombro de Andrés y, para mi sorpresa, localizo a Álvaro a escasos metros de nosotros.

-Álvaro.

Andrés se deshace del abrazo e inmediatamente se da media vuelta para recibirle. Álvaro le tiende la mano para que se la estreche justo después de saludarnos. Luego, toma el asa de mi equipaje y se ofrece a llevarlo hacia el interior del avión. Así que en cuanto Álvaro inicia una marcha en dirección a la puerta de embarque, me incorporo a él, despidiéndome con la mano al mismo tiempo de mi mejor amigo.

-¡Llámame!

Asiento una última vez antes de desaparecer a través del extenso pasillo que conduce al interior del avión. Continuamos caminando hasta llegar al final del corredor, lugar en el que una mujer recoge los billetes de avión y nos desea un feliz viaje.

-Deben entrar por la puerta de la izquierda.

Álvaro le da las gracias y continúa con su marcha.

-¿Por qué tenemos que ir por la puerta de la izquierda?

-Porque es el compartimento de las personas que deciden viajar en primera clase.

No sólo me ha pedido que me vaya con él a Madrid sino que además se ha gastado un pastón en los billetes de avión. No soy capaz de entender esa impulsividad por gastar dinero.

-No hacía falta que te molestaras.

-Créeme que vas a cambiar de opinión en cuanto pruebes los bombones que ofrecen.

Nos adentramos en un compartimento que está prácticamente vacío. Lo cual no me sorprende nada, ya que nos encontramos en un lugar privilegiado. Aún así, no lamento la falta de multitud, es más, incluso lo agradezco. No me atrae la idea de viajar rodeada de personas que no dejan de hacer ruido, ya sea porque se están comiendo un paquete de patatas fritas o porque están escuchando música a todo volumen. Mientras Álvaro se encarga de guardar el equipaje, me entretengo mirando por la ventana a través de la que puede observar el aeropuerto.

-¿Alguna vez has montado en avión?-me pregunta Álvaro en cuanto toma asiento junto a mí. A continuación se abrocha el cinturón y me pide que haga lo mismo.

-No. Siempre solía viajar en el coche de mis padres o como máximo en un autobús.

-No te preocupes, apenas se nota.

Admito que las palabras de Álvaro logran relajarme momentáneamente pero, en cuanto anuncian que se va a producir el despegue, comienza a invadirme una sensación de miedo y vértigo. Y como consecuencia de mi temor, me aferro con fuerza a los bordes del asiento. Con tal de ocultar mi escasa valentía, cambio el rumbo de mi mirada hacia el paisaje que se entrevé a través del cristal de la ventana e intento pensar en otra cosa, como en el día tan bonito que hace, con un sol tan radiante y un cielo tan despejado. El avión comienza a inclinarse hacia atrás y a causa de ello, mi cabeza recae sobre el cabecero del asiento. Una sensación extraña se apodera de mi cuerpo, es como si mis órganos flotaran temporalmente. Cierro los ojos e intento controlar mi agitada respiración, acto que resulta no tener mucho éxito. Estoy a punto de perder la calma pero, entonces, sucede que una mano cálida y gruesa se aferra a la mía con fuerza. Cuando vuelvo a abrir los ojos descubro que es Álvaro mi salvador, quien se ha tomado la molestia de tranquilizarme con un gesto tan simple. Y parece que funciona, puesto que mi respiración se ralentiza y los latidos de mi corazón se estabilizan.

-¿Te puedes creer que de camino al aeropuerto he olvidado el equipaje en un taxi? Ha sido bochornoso. He tenido que ir a la estación de taxis para buscarlo.

Álvaro está intentando mantener una conversación conmigo con tal de hacerme olvidar el hecho de que estamos a cientos de metros del suelo. Significa mucho para mí lo que está haciendo. Me hace ver que es una persona considerada y atenta, que se preocupa por el bienestar de los demás.

-Creo que te gano. Cuando me proponía venir al aeropuerto me surgió un pequeño inconveniente, mi equipaje no cabía en el maletero del coche de Andrés, así que hemos tenido que atar una cuerda a un soporte de madera, y sobre este hemos colocado la maleta. Técnicamente, el soporte iba deslizándose a su merced por la carretera.

-¿Por qué no lo pusisteis en los asientos de atrás?

-Porque mi amigo es un poco descuidado a la hora de mantener relaciones sexuales.

-Entonces, debo suponer que la descabellada idea de llevar un equipaje en un soporte de madera adherido al coche por una simple cuerda ha debido de ser tuya, ¿no?

-Sí.

-La guardia civil estará alucinando contigo.

-Probablemente.

Álvaro comienza a reírse a carcajadas. Su risa resulta ser tan tentadora que no tarda en contagiármela.

-Aún no me has dicho cuánto tiempo vamos a estar en Madrid.

-Unos días.

-Me acabas de dar una gran alegría.

-¿Por qué?

-Creía que había traído un equipaje demasiado pesado.

-¿Incluye ese equipaje tu camiseta de la suerte?

Asiento varias veces.

-¿Van a querer los señores algo del carrito?

Una azafata se detiene a nuestro lado con un carro de color gris, cubierto por un fino mantel blanco. En la superficie de este descansan una botella de champagne, un cuenco con caramelos de todos los sabores, varias cajas rojas de bombones, una bolsa de trufas, etc. Álvaro le pide una caja de bombones y una bolsa de trufas.

-Aquí tiene-Álvaro le hace entrega de un billete de veinte euros. La azafata le devuelve el cambio y después se marcha por el pasillo. El chico de mi izquierda me tiende la caja de bombones y me da a elegir-.Vas a alucinar en cuanto los pruebes.

-¿Cuál me aconsejas?

-Te aconsejo probar este-Álvaro me indica con su dedo índice uno de ellos. Utilizando el dedo índice y pulgar me hago con el bombón y me lo llevo a la boca-. La cubierta es de chocolate negro y el interior contiene extracto de naranja.

Tiene razón, la combinación de chocolate y naranja resulta ser todo un manjar. El sabor resulta ser tan adictivo que no puedo evitar probar más de uno, con el propósito de encontrar una combinación que se acerque a la perfección. Pero por más que pruebo, más confusa estoy con respecto a cual de ellos debo otorgarle el primer puesto. Todos y cada uno de ellos están tan conseguidos que resulta tarea difícil decidirse. Pero creo que me quedo con el de cubierta de chocolate con leche e interior de crema de avellanas.

-Estos bombones están buenísimos.

-Eso es porque no has probado estas trufas-Álvaro saca una de ellas de la bolsa y me la da a probar.

-Mmm...creo que voy a quedarme a vivir aquí.

-No es una mala idea.

Nuestra conversación continúa hasta pasada una hora, tras la cual me quedo dormida, con la cabeza apoyada en el cabecero del asiento, las piernas entrecruzadas y los brazos cruzadas a causa del aire acondicionado.

Una venda me cubre los ojos, así que me es totalmente imposible ver todo cuanto me rodea. Lo único que sé a ciencia cierta es que estoy caminando por un terreno algo irregular y arenoso y que estoy acompañada de Álvaro, lo sé por el aroma de su perfume. Continúo caminando unos metros más y, de repente, la venda deja de ejercer presión sobre mis párpados, de manera que puedo abrir los ojos y descubrir donde estoy.

-Ya puedes abrirlos-susurra a escasos centímetros de mi oreja.

Hago lo que me pide y descubro así un paisaje deseado y a la vez inesperado. A lo lejos descansa un escenario lo suficientemente alto como para llamar la atención, cuyas luces de colores iluminan el centro del escenario. De los altavoces de los extremos escapa una dulce melodía, la cual corresponde a la canción de Photographs de uno de mis cantantes favoritos. Bajo el escenario yace aglomerada una abundante multitud que canta el estribillo de la canción y baila a su merced. Algunas personas portan carteles en los que se puede leer "I love Ed Sheeran", mientras que otras llevan luces fluorescentes que agitan por lo alto de sus cabezas alegremente. Esta vez, mi atención recae en el centro del escenario, lugar en el que está Ed Sheeran sentado en una silla, cantando a la misma vez que toca su guitarra. Por si fuese poco, todas las cámaras me empiezan a grabar debido a que el cantante me ha pedido salir a la pista a cantar con él. Así que subo al escenario y me uno a él cantando a pesar de mi desastrosa y desafinada voz.

Unos dedos dan suaves golpecitos en mi hombro, logrando despertarme bruscamente de mi profundo sueño. Es tan inesperado el contacto que consigo sobresaltarme y despertar cantando parte de la canción.

-¿Ya hemos llegado?

-Acabamos de aterrizar. Será mejor que nos demos prisa, de lo contrario vamos a perder el autobús.

-¿Autobús? Creía que a los empresarios reconocidos les venía a recoger una limusina o al menos un taxi.

-Creo que ves muchas películas americanas.

Álvaro se pone en pie y se dirige hacia el lugar en el que guardó con anterioridad nuestros equipajes y los saca uno a uno, depositándolos en el suelo. Yo también me incorporo una vez me termino de desperezar y me propongo situarme a su vera.

-Por cierto, antes te llamé.

-Ah, ¿sí? Tenía el teléfono apagado. ¿Qué es lo que necesitabas?

-Quería saber si estabas en el aeropuerto. Deberías encenderlo, podrían llamarte del trabajo.

-Creo que voy sobrevivir sin el teléfono unos días.

Me dedica una sonrisa tímida.

Agarro el asa de mi equipaje al mismo tiempo que él se echa al hombro el macuto que ha traído para estos días y emprendemos una marcha en dirección al exterior.

-¿Qué soñabas?

Su pregunta me coge por sorpresa y desde un principio no sé responderle. Me avergüenza decirle que he estado soñando con el concierto al que deseo ir y probablemente nunca llegue a ir por culpa de mi situación económica. Todo se resume al maldito dinero.

-He soñado que cantaba una canción con Ed Sheeran-respondo, suprimiendo la mayoría de los detalles del sueño.

-Parecías feliz.

-Eso es porque lo era.

Las puertas del autobús se abren de par en par, escapando del interior una brisa cálida con olor a cerrado. Álvaro es el primero en subir, puesto que se propone comprar los billetes del bus, así que una vez los compra puedo acceder al interior. La mayoría de los asientos están ocupados por personas de todo tipo; niños, jóvenes, adultos, ancianos, y cada una de ellas parece tener algo en mente. Un joven está mirando por el cristal de le ventana al mismo tiempo que escucha música, probablemente esté lamentando algunas de las decisiones que tomó. En uno de los asientos delanteros hay una mujer acompañada de un niño que no cesa de levantarse del asiento. La expresión de la mujer expresa que está cansada. En uno de los asientos del final hay un anciano que mira una fotografía que tiene en la mano, deduzco que añora una parte de su pasado. Álvaro y yo tomamos asiento en la zona intermedia.

-¿Queda muy lejos el hotel?

-No es exactamente un hotel. Queda a una media hora.

-Vale.

El autobús se pone en movimiento y al hacerlo nuestros cuerpos se contonean. A través de la ventana se puede ver el aeropuerto hacerse cada vez más pequeño por cada metro que dejamos atrás, hasta que llega un momento en el que ya no es visible. El nuevo paisaje que se aprecia incluye a la carretera y a los cientos de edificios comunitarios que se van distorsionando con el aumento de la velocidad. Durante el trayecto me fijo en los carteles que anuncian los lugares más emblemáticos de Madrid, los restaurantes, los hoteles, etc. Pero, para mi sorpresa, el tiempo continúa avanzando y no nos hemos desviado hacia ninguna de las carreteras que conducen hacia el hotel más cercano, es más, los hemos ignorado. Lo mismo ocurre con los paradores y los bungalow. Mi desesperación no comienza a manifestarse hasta que nos encontramos en una carretera totalmente solitaria, la cual se encuentra en medio de la nada, puesto que a nuestro alrededor solo hay arena y arbustos. Un poste que hay junto al arcén reza "Albergue del Valle de Los Abedules"

-Álvaro, creo que el conductor se ha equivocado de camino.

-Lo dudo, le di la dirección exacta.

El resto del trayecto lo paso preguntándome una y otra vez si Álvaro está en lo cierto, puesto que cuanto más avanzamos, mayor es mi sensación de desorientación. Aún así, no le hago saber a Álvaro mis sospechas sino que permanezco en silencio, mirando el paisaje que se abre paso a través de la ventana. El autobús se detiene en una plaza de aparcamiento que está ajustada a su medida y el conductor utiliza una palanca para abrir las puertas. La multitud comienza a bajar emocionada, como si hubiese llegado al paraíso. Algunas personas incluso portan pancartas enormes en las que hay algo escrito. Sin embargo, no alcanzo a ver lo que pone, ya que un autobús se sitúa junto al nuestro, impidiéndome ver más allá de una fachada azul con un anuncio de un nuevo dentífrico.

-Vamos.

Álvaro se echa al hombro su macuto y tira de mi equipaje mediante el asa hacia el exterior. Al ir él delante no puedo ser ver el paisaje que se abre paso a través del cristal frontal del autobús, ya que Álvaro me saca una cabeza y su ancha espalda impide cualquier intento de entrever por los laterales. Así que no puedo ver nada, ni siquiera cuando estoy junto al cristal frontal, puesto que un nuevo autobús se detiene justo enfrente. Una vez tengo los pies en el suelo, averiguo que el terreno es irregular debido a las abundantes piedras que se ocultan bajo una capa de arena. Los rayos de sol no resultan ser tan cálidos como en Sevilla, es más, una brisa gélida se apodera del ambiente. Álvaro deposita los equipajes en el suelo y luego se coloca detrás de mí, desliza su mano por mi rostro y la detiene sobre mis párpados.

-Álvaro, ¿dónde estamos?

-¿Confías en mí?

-Sí, claro.

Camino a trompicones debido al miedo a caer. Sin embargo, sé que estoy en buenas manos y sé que Álvaro no permitiría que me cayese delante de tantas personas. Aún así mi temor sigue latente y continúa creciendo a medida que avanzamos. Al no poder ver nada, me sirvo del resto de mis sentidos para averiguar algo más sobre el lugar en el que estoy. Por ejemplo, capto una brisa con olor a vegetación y arena húmeda. Gracias a mis oídos me percato de la presencia de agua, de pájaros y de una gran multitud de personas. El tacto me sirve para llegar a la conclusión de que estoy en un campo, lo sé por las ramas que acarician las yemas de mis dedos y por el suelo irregular bajo las suelas de mis zapatos.

Álvaro aparta las manos de mis ojos.

En la entrada hay un amplio póster de madera, con una tela blanca en la que se puede leer "Concierto Ed Sheeran". Cambio el rumbo de mi mirar hacia mi derecha y descubro un puesto de madera tras el que descansa un hombre mayor que reparte llaves. Un amplia fila de personas esperan ser atendidas. Sin embargo, cuando miro hacia la izquierda, me encuentro con una alineación de casas de madera de una única planta. A medida que voy avanzando hacia el interior, hallo nuevos lugares como una amplia casa en cuya pared hay un cartel en el que se puede leer "Comedor". En otra de ellas, algo más pequeña, hay un papel que reza "Academia de Música". En un extremo, algo apartado, hay una sucesión de baños portátiles, de tonos variados; rosados, azulados, anaranjados, verdosos. A lo lejos se alza un escenario grisáceo, de cuyo techo cuelgan focos de luces de todos los colores, y en sus laterales se abren paso unos voluminosos altavoces. En el centro del escenario hay un palo de micrófono y detrás de este, una silla. Todo cuando veo es como si formase parte de uno de mis sueños, de esos que rara vez se cumplen.

-¿Y bien? No has dicho una sola palabra.

-Es que no me lo creo-me doy la vuelta y me enfrento a su penetrante mirada-. No creía que fuese a vivir nunca este momento y mira, aquí estoy.

Las lágrimas comienzan a escapar de mis ojos. Por suerte, Álvaro acude a mí antes de que un llanto de felicidad se desate.

-Vas a cumplir tu mayor sueño.

-Todo esto es genial pero no logro entender por qué lo has hecho.

-Qué más da. Lo importante es que estás aquí y vas a cumplir tu sueño.

Asiento.

-Voy al servicio.

-Nos vemos en la casa número 4.

Le doy la espalda a Álvaro y comienzo a andar hacia la sucesión de baños portátiles. Cuando me encuentro lo suficientemente alejada de la persona de Álvaro, echo a correr en dirección a mi destino. En cuanto lo alcanzo, abro uno de los baños portátiles, concretamente el de color naranja, y me adentro en él, cerrando la puerta con cerrojo detrás de mí. Saco el teléfono móvil del bolsillo trasero de mis pantalones y marco el número de Andrés.

-Ana, cuando te dije que me llamaras, sinceramente no esperaba que lo hicieses dos horas y media más tarde.

-Andrés, escúchame, esto es importante. No estoy en Madrid, o sea, sí lo estoy pero no exactamente en la ciudad de Madrid.

-No te entiendo. ¿Podrías decírmelo más claro?

-¡Estoy en el lugar donde se va a celebrar el concierto de Ed Sheeran!-grito con tanta fuerza que no me extrañaría nada que se haya enterado todo el mundo.

-Creía que ibais por motivos de trabajo.

-¡Yo también! Figúrate mi cara al enterarme. No sé, Andrés, creo que está mal aceptar esta consideración que ha tenido conmigo.

-Tienes razón, quizá este siendo demasiado considerado pero...¡Joder, tía!, ¡vas a asistir al puñetero concierto de Ed Sheeran!.

-¡Sí!-exclamo emocionada-. Es increíble, llevo fantaseando con este momento desde que era pequeña. Y cuando por fin logro estar a escasas horas de cumplir mi sueño, no sé si estoy haciendo lo correcto.

-Ana, escúchame, olvídate de tus remordimientos y de todo aquello que te impide decir que sí. Simplemente acéptalo y disfruta esos días de campamento, ¿vale?. Ahora quiero que grites "Voy a asistir al concierto de Ed Sheeran" al mismo tiempo que das saltitos de alegría.

Andrés comienza a gritar como un poseso y yo, siguiendo su consejo, empiezo a gritar con todas mis fuerzas "Voy a asistir al concierto de Ed Sheeran" y a dar saltitos de alegría. Pero, por desgracia, resbalo con el agua del suelo y me apoyo con violencia en la pared de detrás. No me he recuperado del incidente cuando la cabina del baño portátil se inclina hacia la derecha, dejándose caer en esta dirección. Lo siguiente que recuerdo es un fuerte golpe en la cabeza que me deja algo ida por unos segundos. Por suerte, me encuentro en perfecto estado, bueno, casi en perfecto, la cabeza me duele, creo que me he hecho un buen chichón. Cuando intento incorporarme me percato de que la cabina está recostada de forma vertical en el césped, así que el pánico comienza a invadirme. Me aferro al picaporte de la puerta y tiro de él hacia afuera pero este no se inmuta. Así que recurro a darle fuertes patadas a la superficie con tal de conseguir derrumbarla o, al menos, llamar la atención.

-Ana, ¿estás ahí?

Vuelvo a coger el teléfono. Al parecer he olvidado finalizar la llamada con Andrés. Quizá mi olvido no sea tan malo, tal vez Andrés pueda ayudarme o, al menos, tranquilizarme.

-Sí, estoy aquí. Andrés, me he quedado encerrada en un baño portátil y no sé como salir. Nadie acude en mi ayuda y estoy desesperada-hago una pausa para sollozar-. No quiero morir en un baño portátil.

-Está bien. Lo primero, cálmate, ¿vale? Inspira profundamente y retén el aire en tus pulmones. Luego, espira lentamente, siente como tus pulmones se vacían.

-No puedo-vuelvo a sollozar, pero esta vez, más pronunciadamente-. Quiero salir de aquí y no me estás ayudando.

-¿Has probado a patalear la puerta?

-¡Si!-respondo con un fuerte bufido.

-No sé, Ana, podrías emplear el teléfono para llamar a Álvaro en vez de estar pidiéndome ayuda a mí que estoy a kilómetros de distancia.

En ese instante caigo en la cuenta de que el cerrojo está echado y que esta es la razón por la que no consigo salir de la dichosa cabina.

-Creo que he dado con la clave. Luego te llamo.

Tras finalizar la llamada, vuelvo a guardar mi teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones. Una vez hecho esto, me armo de valor y quito el cerrojo. Inmediatamente, la puerta se abre de par en par, mostrándome tras ella a una abundante multitud aglomerada en torno a los servicios, la cual me observa con desconcierto. Salgo de la cabina arrastrándome por la tierra como un gusano, intentando ante todo aparentar normalidad. Me incorporo en cuanto vuelvo a estar al aire libre y me encargo de deshacerme de la tierra que cubre mi ropa.

-¿Qué estáis mirando?

Me abro paso entre la multitud aglomerada y cuando por fin logro encontrar vía libre, camino a paso rápido, dejando atrás todo ese desastre que he causado. A medida que avanzo por el campamento propicio suaves caricias a la zona inflamada de mi frente que no me sorprendería nada que estuviese colorada. Solo espero que el chichón no sea muy grande, no quiero que la gente piense que tengo una deformación facial. Estoy tan sumida en mis pensamientos que esquivo la calle en la que se encuentra la casa en la que me está esperando Álvaro y me adentro por la que hay justo al lado suya. Aunque, no tardo en darme cuenta de que me he equivocado, puesto que la numeración de las casas sobrepasa el número 10. Así que, en cuanto me hallo en el final del camino, giro hacia la izquierda y tras pasar por detrás de una casa, me adentro en el sendero de arena que conduce a mi destino. Esta vez, no me sumo en una nube sino que estoy con todos los sentidos activados, pendiente de cualquier incidente.

La casa número 4, con aspecto antiguo y hecha de madera, se alza ante mi persona. Debo admitir que al verla desde lejos parecía ser algo más pero ahora que la tengo a escasos metros me pregunto si habrá espacio suficiente dentro o si por el contrario Álvaro y yo vamos a estar más apretados que en una lata de sardinas. Mis ansías por descubrir de una vez qué me ofrece el bungalow me llevan a apresurarme a llamar a la puerta. Bastan escasos segundos para ser atendida por un chico de enormes ojos verdes, cabello negro y atractiva sonrisa. Para mi sorpresa, Álvaro se ha cambiado de ropa, ya no lleva puesto su traje de chaqueta sino que esta vez ha optado por una camisa verde de mangas semi largas y un vaquero marrón.

-Ana, ¿qué te ha pasado?

-Me he resbalado en el servicio y me he dado una buena torta-Álvaro se echa a un lado y me cede el paso.
En cuanto entro en el interior localizo el salón, una sala amplia y cuadrada, que contiene un sofá de tela de color naranja y un televisor pequeño situado junto a una pequeña mesa rectangular, sobre la que descansa el mando de la televisión. En la zona frontal hay un pequeño cuartito en el que hay una pequeña nevera, un par de encimeras, una de ellas contiene un fregadero, una pequeña papelera de color gris y un amplio termo. Retrocedo mis pasos y tras volver a la posición inicial me encamino hacia otra puerta, la abro y descubro un servicio bastante corriente, con un váter, una bañera y un lavabo, además de los complementos como espejo, toallas, un mueble blanco de pared y dos pequeñas lámparas en forma de flor
-Es una casa muy bonita.
Mientras Álvaro busca desesperadamente algo en la cocina, aprovecho para echarle un vistazo a la habitación que hay justo enfrente del baño, descubriendo así que se trata del dormitorio, en el que hay una ventana cuadrada, una cómoda, una lámpara esférica de luz amarilla, dos mesitas de noche y una única cama vestida con ropajes azulados. Al escuchar la madera crujir, me apresuro a cerrar la puerta del dormitorio tras salir por ella y me propongo simular que estoy observando el techo.

-Será mejor que hagamos algo con ese chichón.

Le dedico una media sonrisa.

Álvaro toma de una de mis manos y me conduce hacia el sofá de tela, me ayuda a tomar asiento en él y me pide permanecer erguida. A continuación, se arrodilla frente a mí y con cuidado acerca a mi cabeza un hielo envuelto en un pañuelo blanco. El roce de la tela con mi chichón no hace otra cosa que fastidiarme. Además, la sensación gélida que transmite me provoca un enorme dolor de cabeza, semejante al que siento cuando bebo un vaso con agua muy fría.

-¡Auh!-me quejo al mismo tiempo que elevo mi mano para colocarla sobre la de Álvaro.

-¿Te he hecho daño?

Sus ojos parecen reflejar una gran preocupación.

-No, es sólo que el frío me produce jaquecas.

-Quizás debería parar-sugiere encogiéndose de hombros y apartando el pañuelo de mi cabeza. Inmediatamente me apresuro a detener su acto y devolver su mano a la posición anterior.

-¡No!-exclamo alarmada-. No quiero que te detengas.

Una sonrisa tímida asoma en sus labios, haciendo notar los hoyuelos de sus comisuras. Sus ojos verdes están fijos en mi rostro pero, por alguna razón que desconozco, no logro sentirme intimidada, así que no me veo en la obligación de apartar la mirada.

-Vale.

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