Capítulo 16

La boutique queda cerca del centro de Sevilla así que una vez más tenemos que utilizar el porshe de Álvaro para desplazarnos hasta allí. Debido al abundante tráfico que encontramos en la carretera, nos vemos en la obligación de retrasar la llegada a nuestro destino. No me fastidia la idea de permanecer en el asiento más tiempo del esperado. Además, estoy disfrutando de la mejor compañía, no puedo quejarme.

-Vamos.

Al principio me cuesta entender a qué se refiere exactamente con ese "vamos" pero en cuanto le veo bajarse del coche me percato de cual es su plan. Así que bajo del vehículo y cierro la puerta detrás de mí. A continuación, Álvaro se sitúa a mi vera y sin previo aviso me toma de la mano.

-¿Confías en mí?

-Sí-admito con firmeza.

Álvaro sale corriendo y al hacerlo tira de mi mano con tal velocidad que pierdo el equilibrio momentáneamente. Por suerte, logro recuperar la compostura y adaptarme a su ritmo antes de perderle de vista. Quién iba a decirme a mí que un día como hoy iba a estar corriendo por las calles de Sevilla, esquivando a la multitud, agarrada de la mano de un empresario reconocido bajo un cielo cubierto de nubes.

De vez en cuando, mi acompañante mira hacia atrás a pesar de que nuestras manos siguen entrelazadas, con tal de comprobar que sigo ahí. Y yo no puedo evitar sonrojarme y dedicarle una amplia sonrisa por cada mirada que recibo por su parte. Todo parece ir sobre ruedas, salvo por un pequeño detalle, me está empezando a doler el costado y eso sólo puede indicar que me estoy quedando sin fuerzas para seguir corriendo.

-Ya hemos llegado.

-Gracias a Dios-susurro en un tono de voz apenas audible al mismo tiempo que coloco ambas manos en mis costados y me concentro en respirar.

-Ha sido divertido.

-Sí.

A pesar de haber finalizo nuestra carrera, Álvaro vuelve a tomarse la libertad de cogerme de la mano para conducirme hacia el interior de la boutique. Y mientras él se encarga de darme a conocer cada uno de los rincones de la tienda, permanezco anonadada observando nuestros dedos entrelazados como las piezas de un puzzle.

-Buenos días, señor Márquez-le saluda una chica rubia, de enormes ojos saltones que amenazan con escapar de sus cuencas, que se detiene justo a nuestro lado.

-Buenos días, Alicia.

La chica le sonríe abiertamente y su rostro deja ver una expresión de una completa idiota. Sí, es tan idiota e incompetente que dudo que se haya dado cuenta de que estoy ahí, junto a Álvaro. Aunque no le juzgo, cualquiera en su sano juicio se quedaría atrapada en su mirada.

Me resulta tan incómoda esta situación que decido escapar de ella y para ello opto por observar detenidamente el decorado de la estancia en la que nos encontramos y, para mi sorpresa, descubro que nos hallamos en una sala repleta de estanterías amuebladas con zapatos de tacones de varios estilos y tonos y barras y barras de las que cuelgan cientos de perchas con vestidos de todo tipo, cada cual más bonito que el anterior.

-Álvaro-murmuro en cuanto me encuentro lo suficientemente cerca de él-. Nos hemos confundido, estamos en la parte de chicas.

-Nos encontramos en el lugar idóneo-los ojos de la chica se abren como platos y dejan ver un brillo inusual en ellos-. Alicia, ¿Puedes acompañar a la señorita a las galerías?

Por primera vez, la chica rubia me mira e incluso se sorprende de mi presencia.

-Por supuesto-la chica emprende una marcha y al pasar por mi lado me indica con la mano que me una a ella-. Acompáñeme, por favor.

Antes de cumplir con mi deber me concedo el deseo de mirar por última vez a Álvaro, quien ahora se encuentra junto a una señora mayor, que deduzco que debe ser la dueña de la boutique, sosteniendo entre ambas manos una prenda cubierta por una funda azul marino. Le dedico una media sonrisa antes de marcharme y este me la devuelve.

No tardo en unirme a la chica que me acompaña pero debo admitir que me cuesta un poco adaptarme a su ritmo. No entiendo cómo puede caminar tan deprisa llevando esos tacones de aguja, según las estadísticas debería haberse caído ya o al menos tropezado pero, sin embargo, parece que esto no está previsto que suceda. Al parecer está más que acostumbrada a caminar con esos zapatos.

Tras girar hacia la izquierda un par de veces y continuar todo recto por varios pasillos, logramos alcanzar una puerta metálica que está sellada y cuya única forma de entrar es utilizando una tarjeta.

-Cualquiera se atrevería a robaros.

La chica me observa frunciendo el ceño y luego aparta la mirada sin mostrar ningún tipo de diversión por mi comentario. Vale, creo que va a ser mejor que me quede callada. Tras pasar la tarjeta por una pequeña pantalla la puerta se abre, descubriendo así una sala extensa, de forma rectangular, iluminada por cientos de luces, cuyos rayos recaen sobre los numerosos maniquís que yacen sobre pequeñas plataformas sobre el suelo, los cuales visten trajes elegantes y coloridos.

-Los probadores están allí-señala con su dedo índice un arco de color caoba-. Si necesita ayuda solo tiene que llamarme. Estaré justo ahí-indica un mostrador exactamente del mismo tono que el arco.

-Gracias.

Gracias a Dios que me deja tranquila, no para de ponerme de los nervios con esa sonrisa forzada y esa carencia de humor.

En cuanto toma asiento detrás del mostrador, decido introducirme por uno de los corredores de la estancia con tal de desaparecer de su campo de visión. Cuando logro estar lo suficientemente lejana de su persona me permito el lujo de observar los vestidos que cuelgan de las perchas, esos que son idénticos a los de los maniquís. Con ayuda de ambas manos voy pasando los trajes, uno tras otro, y únicamente me detengo cuando alguno de ellos llama mi atención. La verdad es que no tengo ni la menor idea de qué hago aquí, mirando vestidos en una boutique de prestigio. Tal vez, Álvaro pretende entretenerme por alguna razón o quizá solo quiera deshacerse de mí por un rato.

-¿Qué tal todo?-me sobresalto en el momento en el que veo aparecer a la chica rubia con esa forzada sonrisa.

-Genial.

Esta vez soy yo quien fuerza la sonrisa.

-¿Te ha llamado la atención alguno?

-Sí, creo que voy a probarme este-extiendo la mano en dirección a la barra y me hago con una percha al azar, sin mirar siquiera el resultado de mi descabellada elección.

-¡Perfecto!-exclama con escaso entusiasmo-. Se rumorea que los tonos blancos se van a llevar mucho esta temporada.

-Me gusta ir a la moda-miento. La verdad es que no tengo ni la menor idea de si los calcetines de rayas multicolor que llevo puesto han pasado de moda. No soy la típica chica que está pendiente de las últimas tendencias, más bien, creo mi propio estilo.

Abandono la posición en la que me encuentro con el objetivo de alcanzar el arco que conduce hacia los probadores. Lo único que quiero ahora mismo es meterme en uno de los probadores y cerrar la cortina detrás de mí, dejando atrás a esa dichosa empleada. Y eso es justamente lo que hago tras adentrarme en la nueva estancia de forma octogonal, elijo un probador y me meto en él, corriendo la cortina burdeos detrás de mí. Coloco la percha en uno de los soportes de metal a continuación me propongo deshacerme de la ropa. No lamento ni por asomo quitármela de encima, ya que la calefacción está puesta y el probador más que un vestidor parece una sauna.

Antes de proceder a ponerme el vestido de palabra de honor que he elegido al azar, observo el diseño y la textura de este. Es corto, ya que no cubre más allá de las rodillas, de un blanco impoluto y posee pedrería blanca con pequeñas incrustaciones negras en la parte central. La zona superior e inferior están cubiertas de pequeños puntitos de color carbón.

Me dispongo a ponérmelo cuando me topo con la etiqueta que cuelga de la parte trasera, en la que se puede distinguir la talla y el precio.

-¡La hostia!-exclamo en cuanto averiguo el precio del vestido, el cual asciende a dos mil euros. Está claro que los vestidos están muy sobre valorados, de eso no me cabe la menor duda.

-¿Ocurre algo?

-He olvidado coger unos zapatos.

-No se preocupe, vuelvo enseguida.

¿Cómo narices le puedo decir que no me interesa comprar nada? Podría empezar con un "no se preocupe, no he encontrado lo que estaba buscando" o quizá "cuando haya rebajas, me llamas" o también puedo recurrir a "estoy más seca que una mojada así que, por favor, déjame irme con dignidad". O siempre puedo ir en busca de Álvaro, sí, será una idea estupenda. De esta manera, la atención de la empleada no recaerá en mí. Sí, eso es justo lo que haré.

Descorro las cortinas y en cuanto salgo me topo con unos tacones negros que hay junto a un espejo. Me aproximo a ellos y me los coloco en los pies y finjo evaluar mi aspecto ante el espejo por si a la rubia le da por aparecer de la nada. Por suerte ella no aparece y yo no tengo porqué seguir con mi numerito, así que una vez me aseguro de que estoy sola, me descalzo y echo a andar hacia un arco completamente diferente por el que entré. De manera que desemboco en una sala cuadrada, de paredes rojas y suelo de madera, en cuyo centro descansa una plataforma circular iluminada por luces amarillas. La pared central contiene un enorme espejo, desde el que se puede tener ángulo de toda la habitación. En un extremo de la sala hay una mesa, en la que descansan alfileres, tijeras, un cuenco con botones, distintos tipos de corbatas y pajaritas. Una mujer mayor aparece bajo el marco de una puerta con un patrón de medidas entre ambas manos.

Me doy media vuelta con tal volver sobre mis pasos cuando me percato de que una figura masculina se encuentra bajo el arco que comunica con los probadores masculinos. El chico lleva una chaqueta negra abotonada por dos botones, bajo la que descansa una impoluta camisa blanca de lino, perfectamente planchada, y unos pantalones exactamente del mismo tono que la chaqueta. Los zapatos son de punta, con una escasa plataforma y muy brillantes.

Está tan absorto observando y palpando una de sus muñecas que no se percata siquiera de mi presencia hasta que se encuentra a escasos metros de mí. Cuando lo hace, la manga de su chaqueta parece dejar de tener importancia, puesto que sus ojos verdes me pertenecen. Su observación resulta ser tan detenida que comienza a ponerme algo nerviosa. Además, nunca se me ha dado bien lidiar con la intimidante mirada de Álvaro.

-¿Por qué me miras así?

-Estás preciosa.

Siento como mis mejillas se sonrojan.

-Gracias-mantengo la cabeza agachada con tal de ocultar mi amplia sonrisa, más tarde vuelvo a elevarla y fijo mi mirar en él-. ¿Qué te pasa en la muñeca?

-Algún que otro pinchazo sin importancia.

-Las modistas no tienen sentimiento.

Álvaro esboza una amplia sonrisa y luego abandona su posición. Por cada paso que da, resta la distancia que nos separa y yo, incapaz de apartar mi mirada de él, permanezco inmóvil en mi posición. Cuando se encuentra a escasos centímetros de mí, toma una de mis manos y con un ágil movimiento me hace girar sobre mí misma.

-Te falta un pequeño pero importante detalle.

Aún sosteniendo mi mano me conduce hacia unos asientos de piel que ha junto a la pared y me ayuda a sentarme sobre uno de ellos. Luego, desaparece de mi campo de visión por unos segundos, tras los cuales vuelve con los zapatos de tacón negro que me trajo con anterioridad la empleada, se arrodilla ante mí y se propone calzarme.

-Ahora pareces una princesa.

-La princesa Ana, como la de Frozen.

Álvaro se ríe con ganas y sin saber por qué, termino uniéndome a él.

-La diferencia es que tú eres real y ella no.

Estoy tan absorta que ni siquiera soy capaz de controlar mis movimientos, de manera que me sorprendo a mi misma poniéndome de pie, una pésima idea teniendo en cuenta el escaso uso que le doy a los zapatos de tacón. El Karma tampoco ayuda mucho, es más, su propósito es hacerme la vida imposible. Como veía venir, tropiezo con un sobresaliente de la alfombra del suelo e inmediatamente mi cuerpo se abalanza hacia el frente. Por suerte o tal vez por desgracia, según como se vea (por suerte por haber evitado mi bochornosa caída y por desgracia por parecer patética y tener que lidiar con su intimidante mirada) Álvaro frena mi caída justo a tiempo, acogiéndome entre sus brazos.

Elevo la mirada y me encuentro con sus enormes ojos verdes y además con una expresión de dolor que no se muy bien a qué se debe.

-¡Oh, Dios mío!, ¿qué... qué he hecho?

-Los alfileres de la chaqueta acaban de acribillarme el pecho.

-Lo siento...soy un monstruo sin compasión-mi confesión le arrebata una sonrisa a Álvaro. Lo que el encuentra como una broma, yo hallo como una verdad. -Lo solucionaré, ¿vale?

Con ayuda de mis temblorosos dedos desabotono el par de botones, con cuidado de no toparme con un amenazante alfiler. De esta manera descubro su inmaculada camisa de lino, la cual marca notablemente sus músculos trabajados. Varias cabezas de alfileres han atravesado la fina tela de la camisa, punzando su piel. Con cuidado, voy pellizcando las cabezas de las agujas y las voy extrayendo poco a poco.

-Creo que te será más fácil así.

Álvaro comienza a desbotonarse los primeros botones de su camisa, descubriendo así parte de su pecho desnudo y cálido. Tiene razón, así es más fácil localizar los alfileres y extraerlos pero, por otro lado, es mucho más difícil concentrarse.

-Hmmm...

-¿Te hago daño?

-No te preocupes, no duele. Es sólo que tienes las manos congeladas.

-Mi hermana es la princesa Elsa, ¿recuerdas?

-¿Debo temer ser congelado por hacerte llevar esos tacones?

-Ya lo creo.

En ese instante nuestras miradas se entrelazan y ambos permanecemos en silencio, examinando nuestras muecas con detenimiento. Mientras Álvaro se dedica a regalarme una y otra sonrisa, yo me limito a reprimir una carcajada.

-¡Mamma mía!

-La dueña es italiana-susurra Álvaro por lo bajo. No sé si la señora mayor se ha enterado o no de la información que me ha proporcionado mi acompañante, el caso es que parece algo molesta.

-Che disastro!

-Mi dispiace-en ese instante, la chica rubia se deja ver a través del arco y Álvaro llama su atención-. Anote el vestido y los zapatos a mi nombre.

Enarco ambas cejas.

-Ni hablar. No vas a comprarme un vestido que cuesta dos mil euros y mucho menos unos zapatos que salen por mil euros más.

-Ana, considéralo un regalo como agradecimiento por tu trabajo.

-¿Un regalo de tres mil euros? Que va, no te molestes.

-Acéptalo, por favor.

Asiento a regañadientes. No me hace ninguna gracia acceder a su petición, es demasiado dinero y está claro que yo nunca podré devolverle el favor.

-Nos vemos luego.

Álvaro se aleja de allí en compañía de la dueña de la boutique, dejándome atrás con un vestido de dos mil euros, unos zapatos de mil y un sentimiento de soledad y culpa.

-Acompáñeme, por favor.

Esta vez, la chica rubia me conduce hasta la planta superior, concretamente hacia el mostrador, lugar en el que anota la cantidad que debe cobrarle a Álvaro y envuelve y sella la bolsa en la que introduce el vestido y los tacones. Más tarde, me hace entrega de ella y me desea un buen día con esa sonrisa forzada y esa expresión de idiota. Salgo al exterior y lo primero que llama mi atención es la aparición de un magnífico y radiante sol, cuya claridad logra cegarme momentáneamente. Lo segundo que capta mi atención son las expresiones de incredulidad de todas las personas que me ven salir de la boutique con una gran bolsa en la mano. Sin embargo, deduzco que la segunda opción es errónea, es más, estoy completamente segura de que todo el mundo me observa con detenimiento ya que el famoso y millonario empresario Álvaro Márquez se encuentra a mi vera.

-¿Qué tal una carrera?

Cambio el rumbo de mi mirada hacia su rostro y le descubro sonriendo.

-Tengo una idea mejor.

Esta vez soy yo quien me tomo la libertad de aferrarme a una de las manos de Álvaro. Quién me diría que esta iniciativa saldría de mí. Cada día me sorprendo más a mi misma. Caray. El caso es que le conduzco hacia un puesto de bicicletas, en el que un hombre se esmera en sacarle brillo a los manillares de una de ellas.

-Perdone, me gustaría alquilar una bicicleta tándem.

El hombre mayor, que se está fumando una pipa, se limita a asentir un par de veces. Su cuello es tan delgado que temo que se le vaya a descolgar. Una idea absurda, lo sé. Pero es esa la impresión que tengo por cada vez que le veo asentir.

-Debe ser una broma-murmura Álvaro por lo bajo. Me enfrento a su persona y averiguo así que tiene el ceño fruncido y ambas cejas enarcadas.

-No, no lo es.

El dueño del puesto nos hace entrega de una bicicleta tándem de color roja y además nos ofrece una guía turística. La cual dudo que utilicemos pero aún así pienso dejarla en la cesta, por si a caso. Álvaro saca la cartera de uno de los bolsillos de su pantalón, proponiéndose así hacer frente al coste que suponen las bicicletas. Sin embargo, no dejo que sea él quien pague, no tiene ningún sentido que lo haga cuando la idea ha sido mía, así que sin más dilación le entrego un billete al señor que nos atiende.

-¿Preparado para la aventura?

Álvaro se realiza a sí mismo una breve examinación.

-He olvidado el chándal en casa.

-Bueno, siempre hay una primera vez para montar en bicicleta llevando un traje de chaqueta.

-Supongo. Por cierto, ¿que sillín prefieres?

Medito la respuesta durante unos segundos. Si elijo el primer sillín tendré que guiar a mi acompañante, es decir, tendré el mando. Sin embargo, si opto por el segundo, podré ocultar mi rubor como consecuencia del esfuerzo y además tendré unas buenas vistas de Álvaro...

-Iré delante.

-Como quieras.

Álvaro sujeta la bicicleta mientras me propongo subir a mi sillín, el cual está tan alto que me impide acceder a él con facilidad. Por suerte, me ayudo de los pedales para subir hasta este. El problema surge luego, cuando Álvaro intenta subir, puesto que me cuesta mucho mantener la bicicleta en equilibrio.

-Será mejor que ajuste tu asiento.

Álvaro se ayuda de un pequeña palanca para ajustar mi sillín, de manera que mis pies llegan con facilidad a los pedales. Luego, vuelve a retomar su acción anterior, la cual esta vez resulta ser bastante exitosa.

-Cuando cuente tres pedaleamos a la misma vez, ¿vale?

El chico que está a mis espaldas se limita a asentir.

-1...2...3.

En ese instante ambos comenzamos a pedalear, así logramos alejarnos del puesto de bicicletas, bajo la penetrante mirada del señor de la pipa. No tardamos en incorporarnos al carril bici, señalado con una pintura verde en un extremo de la acera, esquivando a alguna que otra persona que no respeta las indicaciones y las insistentes advertencias del timbre de nuestra bicicleta tándem. A pesar de estos hechos sin importancia, resulta agradable el paseo, puesto que todo parece estar a nuestro favor; el sol reaparece cada pocos segundos, transmitiéndonos su calidez incondicional. Además, la brisa es fresca, así que nuestros rostros la agradece con creces. Por otro lado, las vistas son increíbles, no importa hacia donde mires, cada rincón te devuelve una bonita imagen, ya pueden ser niños dándole de comer a las palomas, ancianos caminando cogidos de la mano, parejas jurando amor eterno mediante un candado... aunque, bajo mi punto de vista, lo mejor de todo es poder disfrutar de una buena compañía.

-¿Te apetece darle de comer a las palomas?

Álvaro suelta una carcajada.

-Me encantaría.

Dejamos la bicicleta junto a un soporte y nos aseguramos de que esté bien sujeta con tal de evitar un posible robo. Más tarde, emprendemos una marcha en dirección a un pequeño parque de albero, en el cual se puede distinguir un puesto y varios bancos de acero. Lo primero que hacemos es comprar un par de bolsitas de comida para las palomas en el puesto, lugar en el que nos atiende una chica joven que, por extraño que parezca, no se queda embobada con Álvaro, es más, le trata como a un cliente cualquiera. Luego, siguiendo el ejemplo de los niños, nos colocamos en el centro del parque y comenzamos a esparcir un poco de aquella comida. Escasos segundos después tenemos a toda una bandada de palomas alrededor nuestra, picoteando el suelo, aunque muchas de ellas no tardan en emprender de nuevo el vuelo debido a las continuas insistencias de los niños por querer acercarse a ellas. Así que más que comida por el suelo, hay plumas de todos los colores. Y claro, con tanto revuelo pierdo de vista a Álvaro y no vuelvo a hallarle hasta unos segundos después. Está junto a una farola, con ambos brazos extendidos, y sobre ellos hay una gran cantidad de palomas, picoteando su chaqueta. En sus hombros también alcanzo a ver alguna que otra paloma, incluso encuentro a una agitando sus alas en su coronilla. Y, sin embargo, lo que más me sorprende de todo este espectáculo es su amplia y tentadora sonrisa.

Echo un puñado de comida en la palma de mi mano y con toda la fuerza que logro reunir lo lanzo por encima de mi cabeza y, a continuación, salgo corriendo en dirección a su persona con tal de evitar ser invadida por una lluvia de pequeñas bolitas. Mi inesperado acto llama la atención de las palomas que picotean sin cesar la chaqueta de Álvaro, las cuales salen volando hacia mi anterior posición, acto que aprovecho para apoderarme de una de sus manos y tirar de él, emprendiendo así una carrera sin fin por la acera.

Nos detenemos a los pies de una escalera perteneciente a una glorieta con tal de poder recuperarnos del esfuerzo empleado en la carrera. Estamos tan cansados que lo primero que hacemos nada más llegar es sentarnos en el tercer peldaño de la escaleras con el único propósito de normalizar nuestra respiración y frecuencia cardíaca.

-Creo que esas palomas llevaban sin comer una eternidad.

Le dedico una sonrisa a cambio. Luego, extiendo una de mis manos en dirección a su cabello y de él extraigo una pluma que se ha quedado atrapada entre sus alborotados mechones. A continuación sostengo la pluma a la altura de su rostro y la mantengo ahí durante unos segundos, los necesarios para que ambos observemos con detenimiento la forma y el diseño.

-Pide un deseo-le animo.

-¿Un deseo?

Asiento.

-Está bien.

Álvaro cierra los ojos y permanece inmóvil durante unos segundos. Mientras él se toma la libertad de buscar algo que ansía que se cumpla, me dedico a observar su rostro; sus párpados están cerrados, de modo que puedo contemplar la plenitud de sus pestañas, mantiene el ceño fruncido y los labios apretados, formando una fina línea. En sus comisuras asoman unos profundos hoyuelos que se manifiestan con mayor intensidad cada vez que sus labios se expanden.

-¿Lo tienes?-susurro en un tono de voz apenas audible.

Álvaro vuelve a abrir los ojos y al hacerlo me sorprendo a mí misma viéndome reflejada en sus oscuras pupilas.

-Sí.

Me incorporo y le pido que haga exactamente lo mismo. Extiendo el brazo y abro la mano, descubriendo así la pluma en la palma. Esperamos a que una brisa fresca pasee por la glorieta y decida llevarse con ella la pluma y entonces, esta se manifiesta y opta por arrebatármela de la mano con violencia y así es como esta comienza un largo viaje. Mientras la pluma forma espirales en un cielo nuevamente nuboso, nosotros permanecemos de pie, observando el inicio de su travesía.

Con la llegada de la brisa caen las primeras gotas de agua de lo que va de día, humedeciendo nuestros cabellos, que yacen alborotados por la violenta corriente de aire. Aunque las pequeñas gotas no consiguen alarmarnos desde un principio pero, a medida que transcurren los minutos, estas crecen y se multiplican por mil. Entonces, Álvaro se aferra a mi mano y me conduce hacia la cima de la escalera, justo debajo del techo de la glorieta. Desde allí se puede observar un paisaje grisáceo, borroso a causa de la lluvia, inanimado.

-Me encanta ver llover, ¿y a ti?

-También. Sobre todo me gusta cuando estoy durmiendo y alcanzo a escuchar las gotas de lluvia impactar contra el alféizar de la ventana-añado como dato interesante-.¿Sabes? Vamos a tener un serio problema si no escampa.

-Podríamos hacer algo para aprovechar el tiempo.

-¿Cómo qué?

-Como bailar.

Enarco una ceja y me echo a reír.

-¿Qué?

-No hay música.

Álvaro saca su teléfono móvil del bolsillo interior de su chaqueta y tras teclear varias veces en la pantalla, comienza a sonar una melodía.

-Se llama Pieces, es de Red.

Rodeo con ambos brazos su cuello y a continuación apoyo mi cabeza en su hombro. Álvaro desliza sus manos por mi cintura y las detiene justo en mi zona lumbar. Sus labios están a la altura de mi cuello de modo que cada vez que los entreabre, su aliento cálido y mentolado impacta contra la piel de mi cuello y me hace estremecer. Tras trazar varios giros alrededor nuestra, Álvaro se echa hacia atrás, obligándome a apartar la cabeza de su hombro, me toma de una mano y me hace girar sobre mí misma una sola vez. Luego, rodeo con una de mis manos su cuello, mientras que deposito la otra sobre la suya.

-Se puede decir que hemos mejorado.

-Bueno, tan sólo me has pisado un par de veces.

-Lo siento...

Aproximo mi rostro al suyo y cuando estoy lo suficientemente cerca de su oreja, le susurro;

-Era broma.

El cielo se torna de un tono purpúreo a medida que va transcurriendo la tarde. Una brisa gélida comienza a azotar la cima de la glorieta, sacudiéndonos al mismo tiempo. No sabemos a ciencia cierta el momento en el que ha escampado pues hemos puesto todo nuestro empeño en el baile que nos hemos marcado. Únicamente volvemos a la realidad en el instante en el que se entrelazan nuestras miradas.

-Ana, quiero comentarte una cosa.

Asiento un par de veces.

-¿De qué se trata?

-Me han comunicado recientemente que debo viajar a Madrid por motivos de trabajo y he pensado que podrías venir conmigo y de paso contemplamos la posibilidad de celebrar allí mi futura luna de miel.

-No sé si voy a poder. Andrés me necesita en la floristería.

-Ana, estamos hablando de ti, no pienses en los demás. Dime, ¿qué es lo que tú quieres?

Yo quiero ir. ¡Ah! Es una revelación, ni siquiera me he detenido a pensar en la respuesta. Lo cierto es que me encantaría conocer la ciudad de Madrid y pasear por ella. Sería algo así como hacer realidad un sueño de mi infancia.

-Está bien, iré.

Álvaro está tan emocionado que se toma la libertad de elevarme del suelo y girar conmigo en volandas.

-Eres la mejor.

Mis mejillas nos tardan en sonrojarse al oírle decir esas palabras. Álvaro piensa que soy la mejor, ¿cómo se supone que debo comerme eso ahora? Quizá las cosas estén cambiando para bien, o tal vez para llegar a ser excepcionales, qué sé yo, lo único que sé es que me voy a Madrid con el mismísimo Álvaro Márquez.

-¿Cuándo nos vamos?

-Mañana mismo. Nuestro avión sale a las once desde el aeropuerto de San Pablo de Sevilla. Si quieres, puedo enviar a un taxi para que vaya a recogerte a la puerta de tu casa.

-No te preocupes. Le pediré a Andrés que me lleve hasta allí.

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