Capítulo 15

La mañana se esfuma con la misma rapidez con la que nos quedamos dormidos, primero lentamente y luego de golpe. Me cuesta creer que sea así puesto que paso toda ella colocando adornos navideños por toda la casa, ayudando con la cena en la cocina y haciendo alguna que otra compra de última hora. Y, a pesar de todo, no consigo estar cansada sino que tengo la sensación de estar siendo inundada por una energía sobrenatural. Tal vez sea el espíritu de la navidad. Aunque, lo único significativo y real son los nervios que siento cada vez que pienso en mi quedada en la academia con Álvaro Márquez. Estos, en parte se deben a mi escasa experiencia con el baile, lo cual me preocupa puesto que quizá tenga que guiarle a él. La otra razón por la que estoy de los nervios la desconozco, aunque no tengo pensado comerme la cabeza con tal de averiguarlo porque sé que voy a ponerme mucho más nerviosa.

Tras despedirme de mis padres a través de la ventanilla del coche, me incorporo a la carretera con un giro de 180º. Tras efectuarlo me sorprendo a mí misma riendo como una posesa, risa que nace del recuerdo que tengo de Álvaro en el cual me confiesa que estoy como una cabra. Sí, lo más probable es que sea verdad pero qué más da. He nacido para ser diferente y no pienso seguir a unos gilipollas sin personalidad. Voy a ser la mejor versión de mí, independientemente de que agrade o desagrade.

La dirección de la academia no consigue otra cosa que desconcertarme, en parte porque no tengo ni idea de donde está, lo sé porque estoy girando a la derecha sin cesar, y en parte porque no entiendo muy bien la letra de Álvaro. Preciso de unos largos minutos para averiguar qué narices pone en el trozo de papel que tengo entre los dedos. Por fin doy con el significado y lo cierto es que me quedo igual. No tengo la menor idea de donde está, así que no tengo otro remedio que emplear el gps para llegar a mi destino. Y de nuevo, me pongo rumbo hacia la dichosa academia. La parte buena es que voy a llegar al lugar correcto, eso teniendo en cuenta que este chisme funcione bien, sin embargo hay un inconveniente y es que puede que llegue algo tarde.

Aparco el coche junto a una tienda de juguetes, de la que sale en este momento un niño de unos cinco años con un coche tele dirigido de color amarillo. Esa entrañable imagen me transporta a mi infancia, época en la que era inmensamente feliz y no era consciente de los problemas que me rodeaban. Cuánto extraño esa etapa. Aunque, ser joven no está nada mal, sales de fiesta con tus amigos, te emborrachas, tienes plena libertad para hacer lo que quieras, te recoges tardes, te independizas. Aunque, desearía no tener que lidiar con tantos problemas en mi día a día.

Estoy tan absorta en mis pensamientos que olvido completamente que mis piernas continúan avanzando hacia mi destino. Me basta con pestañear un par de veces para volver de nuevo a la realidad. Así descubro que me encuentro ante una puerta de madera que yace encajada, en cuya superficie se puede leer "Academia de baile". Ejerzo presión en ella y consigo abrirla por completo, no tardo en adentrarme en el interior y en cerrar la puerta a mis espaldas. Camino por un pasillo extenso, cuyo suelo es de madera y cruje bajo la suela de mis zapatos. Las paredes son de un color caoba y debido a la forma en la que están pintadas se entreven diseños semicirculares semejantes a las olas del mar. Continúo avanzando hacia el final del corredor, lugar en el que giro hacia la derecha y visualizo otro pasillo, este es más breve y mucho más luminoso, concretamente por una zona del centro, donde más tarde averiguo que hay una amplia puerta de cristal. Encajo mi mano en mi picaporte y tirando de él con fuerza consigo abrir la puerta.

Una amplia estancia se abre paso ante mis ojos, compuesta de paredes de color rosa palo, con un suelo blanco como la nieve. Al final de la habitación hay una gran ventana por la que se cuelan los escasos rayos de sol. En el centro del techo descansa una imponente lámpara de cristal que apuesto que debe iluminar gran parte de la sala. En un extremo avisto una radio de pie de color marrón que posee un soporte en el que se debe colocar el móvil del que se quiere elegir una canción. Aunque lo que más me sorprende es el gran espejo que cubre el techo. Por último, encuentro a Álvaro junto a la puerta por la que he entrado, observándome desde la distancia.

—Esta academia es increíble.

—Sí, lo es. Me enamoré de ella la primera vez que la vi y decidí comprarla.

—Tienes buen ojo.

Álvaro me dedica una sonrisa.

—Creo que será mejor que empecemos.

—¿Por dónde?

Espera, ¿acabo de decir por dónde? ¡Dios, cómo puedo ser tan torpe! Acabo de llegar a la academia y ya estoy siendo una bocazas.

—Por el principio.

—Sí, buena idea—mientras Álvaro se dispone a colocar su teléfono móvil en el soporte de la radio, me limito a maldecir una y otra vez mi torpeza.

Una melodía comienza a brotar de la radio, aunque no le doy mucha importancia.

—Aún no he conocido a la profesora de baile.

Álvaro camina hacia mi con pasos lentos e indecisos como si dudase en llevar a cabo una determinada acción. Debo admitir que su inseguridad me reconcome por dentro. Se supone que la insegura soy yo, no él. Se detiene a escasos centímetros de mí y se toma la libertad de observar mi rostro durante unos segundos. Una de sus manos abandona su posición y se aproxima a una de las mías con lentitud y en el momento en el que el cantante comienza a cantar su mano toma la mía con fuerza.

—Ana, quiero que seas mi profesora.

Enarco una ceja y luego comienzo a reír. No puede estar hablando en serio ¿no? Me gustaría creer que así es pero su rostro inexpresivo me demuestra que se trata de todo lo contrario.

—Ni siquiera sé bailar.

—Una vez oí a alguien que dijo que sólo tienes que dejarte llevar por tus sentimientos.

—¿Era un profesor de baile?

—No, era un mecánico enamorado.

—Eso me relaja.

Ambos nos reímos al mismo tiempo.

Bajo mi mirada hacia nuestras manos entrelazadas y por un momento me imagino cómo serían las cosas hoy si hubiese sido más que mi amor platónico. A continuación coloco mi mano libre en su hombro y le indico que pase su brazo por alrededor de mi cintura. El contacto de una parte de su cuerpo con el mío me hace estremecer y además me pone nerviosa. Los malditos nervios no tienen pensado marcharse. Álvaro ejerce presión en mi zona lumbar de forma que me veo obligada a permanecer más cerca de su torso, pudiendo captar la calidez que desprende su piel a través de esa elegante camisa blanca y ese olor dulce a perfume que desprende. Además, mi rostro se separa del suyo por escasos centímetros, de manera que nuestras barbillas están a una corta distancia. Con tal de evitar su mirada deposito mi cabeza en su hombro y continúo trazando círculos al mismo tiempo que Álvaro.

—Creo que ese mecánico no se equivocaba.

Vuelvo a sonreír pero esta vez con menor intensidad. Sé perfectamente el por qué mi sonrisa se va desvaneciendo poco a poco. De nuevo me estoy comiendo la cabeza con el pasado, concretamente con la secundaria. Es como si volviera a revivir todo aquello que soñaba una y otra vez durante mis años estudiantiles. Recuerdo que mi mayor preocupación era lograr llamar la atención de Álvaro. Bueno, mi escaso pecho también me preocupaba bastante pero parece que ese problema se ha solucionado con el tiempo. Pero con Álvaro es diferente. Él es un asunto que quedó sin tratar en algún lugar del pasado y tengo miedo de seguir enamorada de Álvaro. No. No puedo estar enamorada de él. Es más, me esforcé durante años por olvidarle, así que él forma parte del pasado. Su recuerdo está enterrado bajo tierra y dudo mucho que florezca de él algo más que una pequeña ramita.

La lámpara de cristal se enciende con la llegada del atardecer, dibujando grandes figuras de colores de copos de nieve en el suelo. Los destellos de las luces se proyectan sobre nuestras personas, resaltando los colores de nuestras prendas. Miro hacia el techo y descubro una combinación de varios tonos; blancos, azules, rosados, purpúreos. Lamentablemente, me veo en la obligación de dejar de mirar la luminosidad que transmiten pues me comienzan a llorar los ojos.

—Me encanta la canción.

—Es de Ed Sheeran.

—Lo sé, es mi cantante favorito.

Dejo de apoyar la cabeza en su hombro para enfrentarme a su mirada. Al hacerlo, no calculo con exactitud la distancia que nos separa de modo que cuando enfrento mi rostro al suyo, nuestros labios quedan separados por escasos milímetros. Mis ojos se deslizan desde su labios carnosos y carmesís hacia sus comisuras, y continúan ascendiendo hasta toparse con unos ojos verdes brillantes que me miran con ternura. Un suspiro escapa por entre mis labios e impacta con los suyos, los cuales parecen entreabrirse un poco. La superficie de mi labio superior y la de su labio inferior se rozan sin querer a consecuencia de nuestros movimientos circulares, produciéndose una leve y cálida caricia.

"No puedo hacerlo", pienso y me separo lentamente de él.

—Tengo que irme.

—Está bien.

Camino hacia la radio, lugar en el que le doy al pausa a la canción que está sonando, esta ya no es la de Perfect de Ed Sheeran puesto que ha transcurrido toda la tarde y las canciones se han ido sucediendo. La última melodía que está sonando hace referencia a la canción I hate you , I love you. Esta canción es probablemente la que mejor define mi estado de ánimo actual. La letra parece estar hecha a mi medida, es como si alguien se hubiese acordado de mí al escribirla.

En ese instante comienza a vibrar mi teléfono móvil, anunciándome una nueva notificación. Al encender la pantalla del móvil aparece un mensaje haciendo referencia al perfil de Twitter de Ed Sheeran, del cual soy seguidora.

—¡Oh, Dios mío!—grito con todas mis fuerzas.

Álvaro se apresura a aproximarse a mi posición para averiguar qué sucede. Se detiene justo detrás de mí pero no se manifiesta sino que espera a que le de una explicación. Me doy media vuelta inmediatamente y me enfrento a su mirada intimidante.

—¿Qué ocurre?

—Ed Sheeran va a dar un concierto en Madrid.

—Eso es genial.

—Sí, lo es—mi voz va perdiendo intensidad a medida que hablo.

—¿Cuál es el problema?

Bajo mi mirada hacia mis manos, las cuales están jugueteando con la parte inferior del jersey.

—No puedo permitirme ese gasto de dinero. Es una pena, me hubiera gustado mucho ir...

—Lo siento.

—No te preocupes, es una tontería.

Suspiro. Lo cierto es que no se trata de una tontería sino más bien de un sueño que tengo desde que era niña. Mis padres nunca han tenido mucho dinero así que no me podía permitir el lujo de ir a un concierto de Ed Sheeran. Y ahora, el dinero que gano en la floristería tampoco me lo permite así que no tengo más remedio que liquidar dicho sueño.

Me echo el bolso al hombro y permanezco inmóvil ante Álvaro unos segundos.

—Nos vemos mañana.

Le doy la espalda y comienzo a caminar en dirección a la puerta de cristal, dejando atrás a Álvaro y a todos los recuerdos vividos con él esta tarde. Me aferro con fuerza al picaporte metálico y tiro de él, abriendo la puerta al mismo tiempo. Me propongo salir por ella cuando escucho la voz de Álvaro proveniente del interior.

—Ana.

Retrocedo sobre mis pasos.

—Feliz Navidad.

—Feliz Navidad, Álvaro.

Salgo de la habitación cerrando la puerta detrás de mí pero no avanzo sino que me apoyo en una de las paredes de color caoba y me dejo llevar por los sentimientos, tal y como dijo Álvaro. Tal vez se trata de una realidad el hecho de que esté volviendo a sentir algo por él. No estoy segura de que sea cien por cien así pero algo en mi interior está volviendo a resurgir. Sin darme cuenta siquiera he estado regando diariamente la tierra bajo la que enterré el recuerdo de Álvaro y ahora está floreciendo un bonito y fuerte rosal de él.

Vuelvo a emprender mi marcha pero, esta vez, no me detengo para meditar acerca de mis sentimientos ni para mirar atrás. Y si lo hago es para coger impulso.

Me subo a mi Volkswagen Beetle rosa y tan pronto como enciendo el motor del coche, me incorporo a la carretera, con lágrimas en los ojos debido a mi inestabilidad emocional. Me pregunto por qué cuando todo va viento en popa ocurre algo que provoca un giro de 180º en nuestras vidas. No quiero volver a sufrir por un amor no correspondido, quiero ser feliz.

Aparco junto a floristería y me bajo corriendo del coche. Entro en el interior del local con la respiración agitada y el corazón en un puño. Una vez allí encuentro a Andrés tras el mostrador, colocando un jarrón en la superficie de este. Emprendo una nueva carrera pero esta vez con el objetivo de desaparecer bajo sus brazos.

—Ana, ¿qué ha pasado?

—¿Conoces esa sensación de no saber qué es realmente lo que quieres? Pues me siento así, incomprendida por mi misma.

—Oh, mi niña—aumenta la intensidad con la que me abraza—. Sé exactamente cómo te sientes y pienso ayudarte a descubrir tus propios sentimientos.

—Si es que todo me sale mal, Andrés. Cuando por fin consigo deshacerme de los recuerdos del pasado y ser feliz con Carlos, vuelve a aparecer Álvaro en mi vida. Y tengo mucho miedo de volver a sentir algo por él.

—Ana, David me ha dejado.

—¿Qué?, ¿cuándo?

—Esta mañana. Me ha dejado porque dice que no quiere cumplir mi deseo de mostrarme al público. David se limitaba a mantenerme en la sombra y ya sabes como soy yo, si me van a querer que me quieran por como soy.

—Será cabrón.

—Ya, eso pensé yo pero con el paso del día me he dado cuenta de que le echo de menos. Y lo peor de todo no es eso sino el hecho de preguntarme cuánto tiempo voy a tener que estar sin sexo a partir de ahora.

—Pues poco, cualquier tío estará deseando echarte un polvo. Es más, si yo fuese un tío te daría lo tuyo sin pensármelo siquiera.

—Anda, cállate que me vas a poner colorado. Por cierto, ¿qué vas a hacer esta noche?

—Voy a tener una cena aburrida en casa de mis padres. ¿Te apuntas?

No quiero que Andrés pase solo la noche buena. Además, me vendrá bien disfrutar de la compañía de mi mejor amigo, así evitaré comerme la cabeza más de lo necesario.

—Por supuesto que voy, tus padres son la leche.

Y así es como acabamos los dos en mi casa a las diez de la noche. Por fortuna, mis tíos no han podido venir porque mis primos están malos con fiebre. Así que va a ser una cena entre mis padres, Andrés y yo. En cierto modo, me alegro. No me gusta compartir una habitación con muchas personas, me agobia bastante el ruido. No soy claustrofóbica pero como si lo fuera.

Mis padres se alegran tanto de tener a Andrés entre nosotros esta noche que han olvidado completamente que estoy ahí. Tal vez tenga que enviar a mi mejor amigo a otra Fashion Week en Londres, así volvería a captar toda la atención.

—Andrés, ¿qué tal estás?

—Muy bien, gracias. ¿Y usted?

Mi padre se lleva ambas manos al cuello y simula un estrangulamiento y una falta de aire.

—Estoy muy agobiado—admite tras comprobar que su esposa no está cerca.

—La cena ya está servida.

Cada uno de nosotros acude al salón, lugar en el que se encuentra mi madre colocando los postres de última hora. Andrés toma asiento junto a mí mientras que mis padres se sientan juntos delante nuestra. Mi padre se limita a servirse una copa de vino mientras que mi madre se echa un poco de ensaladilla en su plato. Andrés, por el contrario, está mirando por debajo de la mesa el móvil, probablemente esperando un mensaje de su ex. Mientras que yo tengo los codos apoyados en la mesa, la barbilla depositada en una de mis manos y la cabeza en algún lugar lejano. Me pregunto cómo estará siendo la noche de Álvaro, quien me dijo que no iba a ser otro cosa que no fuese trabajar. Tal vez haya seguido mi consejo y se encuentre en compañía de su hermano.

—¡No puedo ocultarlo más!

—¿Qué no puedes ocultar más?—le pregunta perpleja mi madre.

—Ana tiene novio. Ea, ya lo he dicho.

—¡¿QUÉ!? Ana, ¿cuándo pensabas decírmelo?

Cambio el rumbo de mi mirada hacia la pantalla de mi teléfono.

—Os habéis enterado un poco tarde, ¿no?—aporta Andrés con cierto tono de burla.

—¿Por qué les incitas a querer saber más?—me quejo.

—Y le ha profanado el juju.

—¡Ana!, creo que tenemos una conversación pendiente—añade mi madre. —. ¿Estás usando protección? Puedo ir a comprarte preservativos, si quieres.

—¡No!

—¿Lo estás haciendo a pelo?—la boca de mi madre está tan abierta que comienzo a pensar que le va a llegar al suelo.

Me tapo la cara con ambas manos. La vergüenza se está apoderando de mí y no quiero que me vean roja como un tomate.

—Yo no soy aquí la única que guarda secretos. Mamá, ¿se puede saber que te pasa?

—Tu padre, que está muy raro últimamente. No hace más que preguntarme cosas acerca de las relaciones del mismo sexo.

—¡Papá!

—Un poco de cultura no viene mal.

—Yo le puedo informar un poco sobre el tema—propone Andrés.

—¡Andrés!

—¿Hay folletos para eso?

—¡Papá! No puedo creerme que estemos teniendo esta conversación.

—Tienes razón, hija, estamos pasando por alto muchos detalles. ¿Cómo se sabe quién es el que da o recibe?

—¿Postre?—mi madre eleva una bandeja que contiene una tarta de chocolate.

Las cosas parecen calmarse a medida que transcurre la noche o eso creo. El caso es que después de cenar decido salir al balcón para contemplar el cielo o más bien para comerme la cabeza con mis cosas. Por suerte, mi padre y Andrés deciden ir a ver el montón de películas antiguas que tiene mi padre en lo que él llama el cuarto de ocio. Por otro lado, mi madre opta por quedarse dentro comiéndose el postre o eso creía hasta que la veo aparecer a mi lado.

—Hola.

—Hola.

—¿Qué haces aquí fuera?

—Aclarar mis ideas, ¿y tú?

—Tomar un poco el aire. Últimamente estoy un poco alterada.

—Papá dice que es por la regla.

Mi madre se encoje de hombros y guarda silencio.

—Mamá, ¿pasa algo entre papá y tú?

—Cariño, he conocido a alguien y hemos congeniado.

—¿Qué? Pero, ¿papá lo sabe?

—Tu padre no se entera de nada. Aunque, tampoco creo que le afecte mucho, creo que él también está conociendo a alguien por internet.

—Pero y ahora, ¿qué va a pasar?, ¿os vais a separar?

—No lo sé. Pero si te digo la verdad, creo que va a ser lo mejor.

De repente todo me empieza a dar vueltas, tal es así que mi visión se vuelve tenue y borrosa y como consecuencia me empiezan a pitar los oídos. Dicen que sufrir algún tipo de daño en los oídos puede provocar la pérdida del equilibrio. No sé exactamente el por qué pero el caso es que me desplomo en el suelo antes de lo que se dice.

No sé cuánto tiempo permanecí inconsciente pero apuesto a que fue el suficiente para llevarme a un hospital. De lo contrario, mis cálculos no salen. Estoy recostada sobre una cama de ropajes blancos y verdes. A mi lado hay una silla, en la que está dormido mi padre. Al otro lado de la habitación se encuentra mi madre junto a una ventana, tomándose un café. Por último, a los pies de la cama se halla Andrés, con la cabeza recostada sobre mis miembros inferiores.

Emito un quejido con la garganta.

—Oh, cielo, estás despierta—mi madre abandona su posición para aproximarse a la cama en la que estoy acostada—.¿Qué tal estás?

—Confusa.

—Es normal debido a tu desmayo. El doctor dice que no debemos alarmarnos que es una bajada de tensión.

—Vale—me incorporo de inmediato, quedando sentada en el borde de la cama. Mi inesperado movimiento logra despertar a Andrés.

—Tengo que ir a trabajar. No pienso quedarme postrada en esta cama durante el resto del día.

—Ya, pero el doctor quiere seguir teniéndose vigilada unas horas de más.

—Me encuentro perfectamente y no necesito quedarme.

Al levantarme de la cama siento un ligero mareo pero aún así continúo con mi acción de ponerme mi ropa y deshacerme de la bata del hospital. Así que me coloco detrás de una cortina y comienzo a desvestirme para más tarde ponerme con la ropa de ayer.

En ese instante recibo un mensaje de Carlos en el que me pregunta cómo estoy. Al parecer, alguien se ha encargado de informarle a mi chico de mi hospitalización. Espero que ese alguien haya tenido la consideración de no informar a Álvaro.

—Andrés, ¿puedes acompañarme?

Este se coloca a mi vera y tras despedirse de mis padres sale de la habitación.

—Quizá deberías quedarte un poco más

—No, me encuentro perfectamente. Es más, no quiero formar parte de ese ambiente tenso.

—¿A qué te refieres?

—Mis padres se van a divorciar.

—¿Qué?, ¿por qué?

—Porque ambos han conocido a alguien y quieren rehacer sus vidas. No les juzgo pero me parece muy fuerte tirar a la basura veinte años de matrimonio.

—Ellos saboreando la felicidad y nosotros el dolor y la duda. Joder, suena tan deprimente.

La brisa gélida me azota el rostro y alborota mi cabello. Cierro los ojos y me concentro en el sonido del viento. Es tan relajante y entretenido descubrir las propiedades de todo cuanto nos rodea. Adoro el sonido del viento y el de las olas al romper y adoro el olor de la brisa marina.

—Ana—una mano gruesa y cálida se apodera de mi antebrazo.

—Álvaro.

—Tu padre me lo ha contado todo y quiero que sepas que puedes tomarte el tiempo que quieras.

—Qué considerado—añade Andrés.

—Tu salud y bienestar es lo primero.

Me quedo embobada con sus ojos verdes durante un buen rato.

—Yo... yo estoy bien.

—Me dejarías más tranquilo si te quedases hoy en casa.

—Álvaro, quiero trabajar. Me encuentro perfectamente.

—Si es lo que deseas.

—Es lo que quiero.

Nuestros ojos no tienen la intensión de apartarse del otro. Es como si estos fuesen imanes y nos estuviesen obligando a mantener el contacto visual. Los polos opuestos se atraen y Álvaro y yo no podemos ser más opuestos. Sus ojos verdes resultan tan hipnotizantes que pierdo por completo el hilo de la conversación y logro olvidarme de todos los problemas que me rodean. Tan sólo existen esos ojos que me miran.

—Tengo que irme. Nos vemos otro día, Ana.

Ambos continuamos inmóviles, es como si no nos hubiéramos percatado de la marcha de Andrés. Al fin, Álvaro aparta la mirada hacia mis manos, las cuales vuelven a jugar con la parte inferior del jersey que llevo puesto.

—Tenemos que hacer varias cosas.

—Tú dirás.

—Empezando por un buen desayuno. ¿Qué me dices?

—Me muero de hambre.

Para desplazarnos hasta la cafetería utilizamos el coche de Álvaro. Hay dos razones muy claras por las que hemos tomado esta decisión; la primera se debe a que mi Volkswagen Beetle rosa debe estar en el garaje de casa de mis padres, la segunda de ellas es porque aunque Álvaro no lo sepa sigo estando algo mareada. De todos modos, su porshe resulta ser de lo más atrayente, no sólo por el pastizal que cuesta sino por la sensación que me transmite de ser una señora en vez de la simple y desafortunada Ana. Además, dudo que haya algo más atrayente que tener como conductor a un chico que puede ser perfectamente un actor de películas porno.

Mi estómago ruge a causa del hambre y con tal de ocultar los quejidos de este comienzo a hablar de cualquier cosa.

—Qué día más gris, ¿no crees?

—Sí, el tiempo está muy inestable últimamente.

—¿Te gusta la lluvia?

—Sí, me gusta mucho la lluvia. Ana, puedes contarme lo que te pasa, si quieres.

¿Cómo diablos ha averiguado que me pasa algo?, ¿a caso se me nota en la mirada? O quizá haya hablado con algunos de mis familiares. Probablemente, se haya dado cuenta de que no estoy bien por hablar tanto.

—Debo parecerte una histérica pero te prometo que hay una explicación

—No me pareces una histérica.

—Mis padres van a separarse. Es por esta razón por la que me hospitalizaron. O sea, no es que fuese esa la razón exactamente sino que al oír la noticia sufrí una bajada de tensión que, bajo mi punto de vista, le habría pasado a cualquiera.

—Y, ¿cómo lo llevas?

—Mal.

Álvaro aparca el coche junto a una farola, se quita el cinturón y me pide que me acerque a él. Me deshago de la correa que traza mi pecho y me aproximo a la persona de Álvaro. Este me envuelve con sus enormes y fuertes brazos, atrayéndome hacia su pecho cálido y perfumado. Deslizo una de mis manos a lo largo de su camisa y la termino por depositar justo en su pecho izquierdo, lugar en el que descansa su corazón. Con la otra me aferro a la parte posterior de su camisa y tiro de ella con fuerza al mismo tiempo que derramo alguna que otra lágrima.

—Sé que estás pasando por un mal momento y me gustaría que contaras conmigo para superar este bache. Tal vez no sea el mejor consejero pero puedo encargarme de hacerte sonreír.

—Eres muy amable.

Vuelve a rugir mi estómago.

—Será mejor que metamos algo en ese estómago—palpa con una de sus manos mi barriga—.Parece ser algo exigente.

Caminamos por la acera durante un par de minutos, tras los cuales nos detenemos junto a una cafetería con la fachada de color azul. Al parecer, el interior no es semejante a otras cafeterías en las que he estado desayunando con Álvaro, esta es una cafetería cualquiera. En realidad, me alegra que estemos visitando un establecimiento que es de mi categoría.

—¿Qué vas a querer?

—Sorpréndeme.

Álvaro se marcha en dirección a la barra con una amplia sonrisa. Una vez allí conversa con un camarero acerca de un partido de fútbol que están televisando. Verle de pie junto a la barra charlando acerca del fútbol con un señor cualquiera me recuerda al Álvaro de la secundaria. Es como si volviera a ser ese chico popular que conversa de los partidos de fútbol con sus colegas y que es feliz con poco.

Álvaro vuelve a la mesa con dos tazas de chocolate y una ración de churros.

—Espero que te guste el desayuno.

—Tengo tanta hambre que me comería cualquier cosa.

—De haberlo sabido habría comprado un frito variado.

—Pensándolo mejor, no me comería cualquier cosa.

Ambos comenzamos a reírnos a carcajadas. Álvaro me ayuda a olvidarme de los problemas y eso es bastante bueno. Es como si no tuviera que preocuparme por nada. Con él todo es tan fácil, es como respirar. Lo cierto es que envidio a Claudia, tiene a un gran chico a su lado y sé que va a tener una vida muy dichosa.

—Aún no me has dicho qué son todas esas cosas que tenemos que hacer.

—Ahora que estamos desayunando, puedo decirte cuál es la siguiente. Tienes que venir conmigo a la boutique en la que me compré el esmoquin para la boda. Tengo que hacerme unos arreglos. Además, me gustaría que te comprases un vestido para el enlace matrimonial.

Mojo un churro en la taza de chocolate y me lo llevo a la boca.

—Será bastante divertido.

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