Capítulo 14
-¿Tienes hambre?
-Un poco.
Álvaro se pone en pie y desaparece por la puerta por la que habíamos entrado con anterioridad, la misma que conduce a la escalera que desciende hacia la planta inferior. Permanezco sentada en el sillón unos segundos de más, observando la dirección que está escrita con tinta negra en el pequeño trozo de papel. Lo doblo y lo introduzco en uno de los bolsillos de mi chaqueta. A continuación, me propongo seguir los pasos de Álvaro.
Desciendo lentamente cada peldaño de la escalera, aferrándome al pasamano con tal de evitar una posible caída. Con lo patosa que soy no me extrañaría nada que tropezase y más tarde rodase escalera abajo. El simple hecho de pensarlo me produce escalofríos y una sensación de dolor. Cuando por fin vuelvo a tener los pies en tierra firme, giro hacia la derecha, introduciéndome en un pasillo amplio y luminoso. A lo largo de este se alzan varias puertas, todas ellas están cerradas, así que no puedo ver más allá. Continúo caminando hasta llegar a una puerta de cristal, desde la cual se puede visualizar parte de la cocina; los muebles son de granito, tono que hace juego con el blanco del suelo. Las paredes también son de la misma pintura, hecho que le aporta una gran luminosidad a la estancia. Un reloj de color grisáceo está justo encima del microondas.
Me adentro en el interior sigilosamente y lo primero que hago es buscar con la mirada a mi acompañante, a quien encuentro junto a la vitrocerámica, asando algo en una sartén.
-¿Qué tienes pensado hacer mañana?
-Lo mismo que todos los años. Iré a casa de mis padres, lugar en el que se reunirá toda mi familia, me pasaré la mayor parte de la noche comiendo y cuando sea lo bastante tarde, me iré a dormir.
-Parece un buen plan.
-¿Cuál es el tuyo?
-Supongo que me quedaré en casa trabajando.
¿Acabo de oír bien?, ¿piensa quedarse trabajando en noche buena? Vale, creo que su vida es más deprimente que la mía. Al menos, él no tiene que convivir con el Karma constantemente.
-Deberías hacer algo.
-Soy todo oídos.
-No sé. Podrías quedar con unos amigos para irte de fiesta a un local, o tal vez podrías salir a dar una vuelta por el centro para ver el alumbrado. O podrías quedar con tu hermano Alonso. No hay nada como disfrutar de la familia.
-¿Cómo has dicho?
-Pues eso, que podrías quedar con Alonso y recuperar el tiempo perdido.
-Alonso, ¿ha vuelto a Sevilla?
-¿No... no lo sabías? Vale. Creo que acabo de meter la pata hasta el fondo. Es ahora cuando me gustaría poder tener poderes para borrar todas las estupideces que digo.
-No me ha llamado. Ni siquiera sabía que tenía pensado volver en breve. Además, desconozco el motivo por el que ha decidido regresar.
-¿No es obvio? Se habrá enterado de tu enlace matrimonial y habrá decidido volver para hacer las cosas bien. Álvaro, tu boda es un hecho importante, todo el mundo está enterado de ella.
Álvaro decide guardar silencio hasta que termina de hacer la cena. Al parecer, si mi vista y olfato no me engañan, está cocinando langosta. El sólo hecho de ver a ese pequeño crustáceo rojo con esas enormes pinzas en la sartén me produce arcadas bastante intensas.
-La cena ya está lista. Será mejor que nos demos prisa si no queremos que se enfríe.
Mientras Álvaro coloca los platos en la mesa y reparte la cena, me dedico a pasear por la cocina contemplando todo cuanto me rodea. Finalmente, abandono mi intento por encontrar algún indicio de imperfección y me apresuro a tomar asiento justo enfrente de Álvaro.
-Qué buena pinta-miento.
Álvaro se ayuda de un cuchillo y un tenedor para abrir el pequeño cuerpo del crustáceo, trazando profundos cortes en la superficie rojiza. Un leve chasquido se manifiesta en cuanto consigue abrir la langosta por la mitad.
Ana, no puedes rechazar a esta pobre langosta, no solo por el hecho de habérsele arrebatado la vida sin que se haya dado cuenta sino también porque Álvaro se ha esmerado en hacer esta cena. Además, estas langostas le deben de haber costado un ojo de la cara. No vas a fastidiarle. Ahora, vas a coger ese tenedor y ese cuchillo y vas a realizarle una autopsia a esa langosta.
Me hago con los cubiertos y comienzo a dividir en dos mi cena. Cuando lo consigo me ayudo del cuchillo para echar un poco en el tenedor, este último me lo llevo a la boca. Dudo unos segundos entre introducirlo o no pero, siguiendo mi razonamiento anterior, me propongo llevar a cabo mi cometido, aún sabiendo que me voy a arrepentir más tarde. En el momento en el que el contenido del tenedor roza con mi lengua, siento grandes arcadas que me invitan a vomitar. Aún así no permito que suceda. Es más, me limito a masticar y tragar, realizando pausas cada un par de segundos para tomar una bocanada de aire y fingir que estoy disfrutando de la cena.
Álvaro me sirve una copa con vino y yo, deseosa de hacer desaparecer aquel sabor tan desagradable de mi boca, no tardo en llevármela a los labios y en beber todo el contenido de una sola vez.
-Parece que tienes sed-añade al mismo tiempo que me rellena la copa de una sustancia roja. Lo cierto es que no estoy segura de si el vino ha contribuido a hacer desaparecer el sabor o ha aumentado mi sed.
-Mucha.
-Por cierto, no te he preguntado, ¿qué te ha parecido la cena?
Siéndote sincera, hubiese preferido un chuletón con patatas fritas y una buena coca cola. Incluso hubiese preferido cenar una lata de conserva.
-Me ha gustado mucho-vuelvo a llevarme a la boca el tenedor-. Creo que es la mejor cena que me han servido.
Mi madre siempre me dice que miento de pena, así que no es de extrañar que Álvaro se de cuenta de mi pequeña mentira. Si es que lo mío no es interpretar, ni organizar bodas, ni siquiera comer langosta en una pedazo de mansión junto con un chico que está más bueno que el pan. Yo siempre seré la chica que vende flores en una floristería del centro y sueña con vivir un cuento de hadas.
-No te ha gustado, ¿verdad?
Bajo la cabeza, me encojo de hombros y me limito a negar con la cabeza.
-No es tu culpa, es solo que yo soy una chica anti-marisco. Créeme que la cena es fantástica y que las langostas tienen una pinta de muerte. O sea, que se nota a la legua que tienen que estar muy buenas. Lo siento, no era mi intención hacerte cocinar en vano.
Álvaro extiende una de sus manos y la coloca sobre las mías, las cuales están entrelazadas la una con la otra. A continuación, me da suaves palmaditas sobre ellas.
-Ana, no pasa nada. Tengo la solución perfecta para este problema.
Nos subimos en mi coche, aunque esta vez, no soy yo quién está al volante sino él. Enciende el motor y a continuación realiza el cambio de marcha. Sale del aparcamiento y se incorpora a la carretera con una velocidad moderada.
-¿Sabes? Suelo incorporarme a la carretera efectuando un giro de 180º.
Ladea su cabeza hacia la izquierda y deja ver una sonrisa.
-Estás como una cabra. No me extraña que te hayas cargado mi coche.
-Aunque no lo creas, fue un accidente. Intentaba salir del aparcamiento y con las prisas pues le di un pequeño golpe a tu mercedes.
-¿Pequeño?
-Podría haber sido peor...
Suelta una risita.
-No sabía que tenía que sentirme orgulloso de que no haya sido peor.
-Pues sí, deberías estar bastante satisfecho. Estás hablando con alguien que se ha saltado unos cuantos semáforos en rojo, algún que otro paso de peatones y ha aparcado varias veces junto a señales que rezaban no aparcar.
-Apuesto a que tu historial debe ser muy interesante. A todo esto, ¿cuántas multas te han puesto ya?
Guardo silencio durante un par de segundos.
-Unas cuatro.
-Me alegro de ser yo quien conduzca esta noche.
-Sí, la verdad es que yo también me alegro. Más que nada porque tengo pasar la itv y hasta la semana que viene no tengo cita.
Álvaro deja ver una expresión de incredulidad.
-Dime que has pagado las multas al menos.
-Estoy en ello. Bueno, y tú, ¿no has recibido nunca una multa?
-No. Soy un buen conductor, respeto las señales, los pasos de peatones y los semáforos en rojo.
-¿No te lo permite tu imagen empresarial?-Álvaro permanece mudo, con la vista fija en la carretera solitaria-.¿Tienes miedo?
Mis palabras bastan para que mi acompañante pise el acelerador casi al máximo. Además, mueve a tal velocidad el volante que nos deslizamos con rapidez de un extremo a otro de la carretera. Mientras Álvaro se limita a sonreír como un poseso, me aseguro de que el cinturón está bien encajado en la ranura.
-Retiro lo dicho.
El coche sigue desplazándose por la carretera a gran velocidad, esquivando todas las señales y pasos de peatones que se le presentan. Aprovecho la rápida circulación para bajar el cristal de la ventana de mi derecha y sacar la cabeza por ella para gritar una y otra vez, eufórica. La brisa gélida impacta contra mi rostro con tal fiereza que logra enrojecer mi mejilla y secar mis labios.
Finalmente, Álvaro reduce la velocidad hasta conseguir detener mi Volkswagen Beetle rosa en uno de los aparcamientos libres de una de las calles que conducen al centro. Nos bajamos del coche al mismo tiempo, cerrando las puertas detrás de nosotros.
-¿Adónde vamos?
-A un puesto que hay por aquí cerca.
Continuamos con nuestra marcha hasta llegar a una calle cercana al centro, en la que se alzan varios puestos, cada uno de ellos con una especialidad; algodón de azúcar, frutos secos, chucherías, manzanas de chocolate. Mi atención la capta este último puesto y cómo para no hacerlo, el chocolate que resbala por la superficie de la manzana me hace la boca agua. Tal vez Álvaro y yo compartimos el mismo pensamiento o quizá tan sólo se trata de una mera casualidad, el caso es que nos detenemos frente a este puesto.
-Deme dos manzanas de chocolate.
-Son cuatro euros en total.
Álvaro le hace entrega de un billete de cinco euros y cuando el dueño del puesto va a hacerle entrega del cambio, él le pide que se lo quede.
-Espero que te gusten las manzanas de chocolate.
Me hace entrega del palo de madera en el que está clavada la manzana de chocolate. Además, me ofrece una servilleta.
-Creo que es uno de mis dulces favoritos.
-Eso es buena señal. A mí también me gustan mucho.
-Se nota bastante. Casi todos tus aparatos electrónicos son de la marca Apple.
Álvaro comienza a reír con ganas y yo me uno a él.
-Dime, ¿qué tal te va en la floristería?
-Ya sabes, hay rachas. Hay días en los que hay una invasión de clientes mientras que otros no entra ni un alma.
-¿Te gusta tu trabajo?
-Sí, me gusta mucho. Además, me entretengo bastante escuchando las historias de mis clientes, la razón por la que están comprando las flores. Te sorprenderían algunas historias.
-Cuéntame alguna de ellas.
Juro que si sigue mirándome con esos ojos voy a desconectar por completo de la conversación y eso no nos beneficia a ninguno de los dos. No sé qué es lo que tiene su mirada pero me pone nerviosa hasta tal punto de olvidar por completo el mundo que me rodea. Comienzo a pensar que sus ojos verdes brillantes tienen algún tipo de magia.
-Una vez vino a la floristería un señor que quería comprar varios ramos de flores. Lo primero que pensé fue que debía querer mucho a su mujer pero me equivoqué completamente. Resulta que tenía a más de una mujer y dio la casualidad de que todas ellas llegaron a conocerse, así que decidieron cortar con él. Por si fuese poco el marrón que se le venía encima, va y decide comprarle un ramo de flores a cada una de ellas para volvérselas a ganar.
-Debo admitir que tiene agallas.
-Me pregunto cómo habrá quedado la cosa. Espero que le hayan pateado el culo porque es lo que se merece. Si hay algo que no tolero es una infidelidad. A ver, se supone que si estás con una persona es porque la quieres y si supuestamente la aprecias, no le vas a hacer daño de esa manera. Tampoco me eches mucha cuenta, tan sólo he tenido dos relaciones y ambas duraron un máximo de tres meses.
-Tres meses es tiempo suficiente para crearte tu propia opinión.
Me limito a asentir.
La brisa gélida propia de una noche de invierno me acoge por completo, erizando mi piel e incluso calando mis huesos. Por si fuese poco, me he olvidado la chaqueta en casa así que no tengo más remedio que conformarme con pensar en cosas cálidas como el sol, la lava, el fuego... No es mucho pero algo ayuda. Al menos evita que mi piel se ponga de gallina pero, por otro lado, no consigue ocultar mis estremecimientos.
Álvaro, que es algo así como mi ángel caído del cielo, se desprende de su chaqueta color carbón y la coloca sobre mis hombros, con tal de hacerme entrar en calor. Le dedico una sonrisa a cambio, la cual me es devuelta.
-No me gustaría que cogieras un resfriado. Te necesito.
Sus palabras hacen mella en mi cabeza, como si se trataran de balas asesinas cuyo fin es destruir todo cuanto se cruce en su camino. Álvaro acaba de decir que me necesita y no sólo eso sino que además se preocupa por mi salud. Es como mi ángel de la guarda. Si es que es tan educado, atento, simpático, honesto, es tan perfecto en todos los sentidos... no me extraña que haya sido mi amor platónico durante la secundaria.
-Tengo una salud de hierro. Puedes contar conmigo.
Álvaro me deja en casa cerca de las diez de la noche. Nuestro paseo nocturno se alargó más de la cuenta y nos vimos en la obligación de decidir que ya era hora de marcharse. Volvimos a utilizar mi coche y una vez más condujo Álvaro. Durante el trayecto no intercambiamos apenas palabra pero no me importó en absoluto, lo único que quería era disfrutar de la calidez de la chaqueta, del olor a perfume que desprendía y de la compañía de Álvaro. Una vez aparcó mi Volkswagen en uno de los aparcamientos libres, me acompañó hasta la puerta de casa.
-Mañana nos vemos.
-¿Mañana?-pregunto confusa. Cómo he podido ser tan lela de olvidar nuestro compromiso con el baile-. Oh, sí, claro.
-Buenas noches, que descanses.
Álvaro se da media vuelta y camina en dirección a las escaleras. Justo cuando va a descender el segundo peldaño caigo en la cuenta de que tengo su chaqueta.
-Álvaro.
-¿Sí?-gira sobre sus talones y vuelve a subir los peldaños descendidos. Me quito la chaqueta y se la tiendo.
-Olvidas la chaqueta.
-Puedes quedártela.
Tras pronunciar estas palabras me da la espalda y se marcha escaleras abajo.
Cierro la puerta detrás de mí y permanezco apoyada en la superficie de esta durante un par de minutos, meditando acerca del día de hoy. Debo admitir que hoy el Karma se ha portado conmigo, no me ha fastidiado ni una sola vez. Aunque, es pronto para cantar victoria, todavía queda día por delante. Estoy segura de que está preparando la mayor venganza jamás conocida.
El dormitorio está a oscuras así que me cuesta bastante alcanzar la cama. Además, le tengo que hacer frente a una serie de objetos que están tirados por el suelo, los cuales amenazan con hacerme perder el equilibrio. Sin embargo, logro alcanzar el colchón sin ningún impedimento. Para mi sorpresa, Carlos está en ropa interior, ocupando un extremo de la cama.
-¿Qué hora es?-pregunta una débil voz a mi derecha.
-Las diez y media. Oye, Carlos, ¿hace mucho que estás aquí?
-Estuve esperándote para cenar pero no apareciste así que no tuve más remedio que cenar solo.
-Lo siento. He estado algo liada con el tema de la boda.
Me sabe mal haber dejado plantado a Carlos con su maravillosa cena. Tal vez no debería haberme marchado a cumplir con mi deber... No, tenía que ir si o sí. Además, podemos organizar cientos de cenas pero una boda como esta es completamente imposible. De todos modos, creo que le debo una explicación más detallada. Sí, eso es justo lo que haré.
Me enfrento a su cuerpo cálido y cuando estoy a punto de articular palabra me percato de los leves ronquidos de Carlos. Quizá la explicación deba posponerse por unas horas. Creo que va siendo hora de que yo también me deje caer en los brazos de Morfeo. Así que me coloco de lado, colocando una mano bajo la almohada y otra sobre ella. Y sin más dilación, cierro los ojos y sin saber muy bien la razón en mis párpados se suceden una serie de los recuerdos vividos con Álvaro esta noche.
Los rayos de sol no son los causantes de mi despertar sino una de mis canciones preferidas de Ed Sheeran, Perfect. Al parecer, alguien se ha empeñado en solicitar mi presencia desde bien temprano. Abro un ojo y observo la pantalla de mi teléfono, en la que puedo ver una llamada entrante de parte de mi padre. ¿Se puede saber qué quiere a las -observo el despertador de la mesita de noche- nueve de la mañana?
-¿Dígame?-pregunto al mismo tiempo que hago un esfuerzo por sentarme en el borde de la cama. Intento que se me va un poco de las manos, ya que mi cuerpo tiende a inclinarse hacia un lateral.
-Ana, ¿qué pasa?
-No sé, esperaba que tú me lo dijeras.
-Qué tonto, se me va la cabeza.
No hace falta que lo jures.
-¿Tienes algo que hacer por la mañana?
-Eh...
Por desgracia no tengo nada que hacer, lo cual significa que mi padre me va a pedir que vaya a hacerle una visita pero no para disfrutar de la familia sino para que le ayude con los preparativos de noche buena.
-Vale, perfecto, me gustaría que te pasases por casa.
-Está bien, sobre las diez estaré por allí.
Finalizo la llamada y lanzo el teléfono a un extremo de la cama. No puede comenzar mejor el día.
Una media después estoy vestida de diario, con el pelo cepillado y con unas ojeras que me llegan a los pies que luchan por hacerse notar bajo la capa de maquillaje. En mi antebrazo descansa un bolso de color blanco con diseño de lazos rosas. En una de mis manos sostengo las llaves de mi Volkswagen Beetle rosa mientras que en la otra agarro una tostada con mermelada, la cual me llevo a los labios cada pocos segundos.
-Buenos días.
Carlos deposita un beso en mi mejilla.
-Buenos días.
-¿Tienes que irte?
-Sí, mi padre me ha llamado para ir a casa a hacerles una visita.
-Y yo que tenía pensado secuestrarte durante todo el día-toma mi rostro entre sus manos y después deposita un beso casto en mis labios.
-Carlos, quería disculparme contigo por lo de anoche. Sé que te hacía ilusión cenar conmigo. Debí haber estado más pendiente del tiempo.
-Ana, está todo bien, no te preocupes. Además, si hay aquí algún culpable soy yo por pretender que fuese una cena sorpresa.
Suelto todo el aire que hay en mis pulmones.
-Oye, ¿por qué no te vienes a cenar a casa de mis padres?
-Me encantaría pero acordé ir a casa de los míos. Hace bastante que no me dejo ver.
-No pasa nada-le devuelvo el beso-. Tengo que irme. Llámame, ¿vale?
Me separo de él tras estrecharle entre mis brazos. Luego, le doy la espalda y comienzo a caminar hacia la puerta principal. Mi marcha continúa hasta encontrarme a escasos centímetros de un Volkswagen Beetle rosa que parece haber perdido todo esplendor como consecuencia de la escasa aparición del sol. Saco del interior de mi bolso las llaves y con un leve clic se iluminan las luces delanteras y traseras. Subo en el interior y deposito el bolso en el asiento de mi derecha, luego me abrocho el cinturón y pongo en marcha el motor del coche.
A medida que avanzo por la carretera, los árboles pasan a una gran velocidad, tal que me parecen una sucesión de colores sin sentido. El tiempo está inestable, las nubes abundan el cielo e impiden que el sol nos transmita su luz y calidez, a pesar de ello, este hace una breve aparición de vez en cuando. Es bastante probable que desaparezca en algún momento, dejando un ambiente húmedo y frío.
Aparco en el garaje de mis padres a pesar de que es algo poco común en mí. Pero, por esta vez, voy a dejar el coche a salvo, no quiero que la lluvia lo estropee. Ahora que lo pienso, puede que mi actitud sea algo egoísta.
-Ana, hija, ¡qué alegría tenerte aquí!-exclama mi padre en cuanto abre la puerta de casa, descubriendo mi figura-. Pasa, pasa, tu madre está colocando adornos navideños en el salón.
Sigo a mi padre hasta una sala grande, de paredes teñidas de un tono calabaza, repleta de muebles de madera de roble, ventanas rectangulares por las que se puede apreciar parte del jardín, cubiertas por cortinas de color marrón. El suelo está compuesto de lozas blancas y grises que transmiten una sensación de frío.
-¡Está aquí, mi niña!-mi madre me estrecha entre sus brazos con tanta fuerza que siento como mis pulmones de colapsan y piden a gritos una bocanada de aire. La ausencia de Clara tiene sus ventajas como ser el centro de atención de la familia-. Estás más delgada, ¿no comes bien? Y esas ojeras que traes, ¿cuánto estás durmiendo?
-Estoy bien.
-No me suena muy convincente pero por esta vez lo dejaré pasar.
-Estás agobiando a la niña.
-Es que hace tanto que no la veo que no puedo remediarlo...
Oh, no, no vayas a llorar ahora, por favor.
-Ven, vamos a la cocina, te enseñaré lo que estamos cocinando-mi padre me toma del antebrazo y tira de él hacia el interior de la cocina-. Creo que a tu madre le ha bajado la regla. Está últimamente muy sensible. Es más, me ha hecho limpiar un vaso más de cinco veces. Como siga así el que se va a volver loco voy a ser yo.
-Deberías hablar con ella.
-Si lo he intentado pero no hay manera. Bueno, dejemos de hablar de mí, dime, ¿qué tal te va con el tema de la boda?, ¿te están presionando mucho?
-No, Álvaro es genial.
Enarca una ceja y me observa extrañado.
-Eso quiere decir que todo va bien, ¿no?
-Sí, me estoy esforzando por hacer bien el trabajo que se me ha encomendado.
-Clara debe estar tan orgullosa de ti...¿has hablado con ella? Tu madre y yo lo estamos intentando pero parece que está muy ocupada con la Fachion wik.
-Papá, es Fashion Week.
-Lo que he dicho. Ana, estás muy rara, ¿qué te pasa?. ¿te ha bajado la regla a ti también?
-No, no me ha bajado.
Mi progenitor se lleva ambas manos a su escasa melena y comienza a tirar de ella.
-Ay, Dios, lo que nos faltaba. Te has quedado embarazada. Sabrás al menos quién es el padre, ¿no?
-Papá, yo no...
-¿No usaste condón? Ana, si necesitabas preservativos solo tenías que pedírmelo. ¿No se te quedó nada de la charla sobre el sexo que te dimos tu madre y yo a los once años?
-Papá, no estoy embarazada y créeme que mi chico usa el casco.
-¿Acabas de decir "mi chico"?-se lleva ambas manos a la boca con tal de reprimir un grito. Al parecer, mi madre no es la única que está llorando. -¿Cómo es?
-Es un buen chico, estoy segura de que te gustará.
-Me alegro tanto por ti, Ana.
Saca de su bolsillo un pañuelo blanco y se enjuga las lágrimas con él.
-Podrías invitarlo a cenar en casa.
-Lo hice pero me dijo que no podía, va a ir a casa de sus padres.
-Bueno, habrá más ocasiones.
Mi padre me envuelve con sus brazos durante un par de minutos y termina por depositar un beso en mi frente. Tal vez el sol no tenga pensado aparecer pero no me importa, la luminosidad que necesito la encuentro en los labios de mis padres.
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