Capítulo 13
El despertador comienza a sonar como un maldito poseso a la una de la mañana. Tal es el susto que me doy que consigo caerme de la cama e impactar contra el duro suelo. Joder. No puede empezar mejor un nuevo día. Vuelvo a incorporarme, aún con los ojos cerrados, y me coloco frente al despertador, dedicándole una mirada asesina. A continuación, le doy un manotazo en la parte superior y consigo que se desactive la alarma.
"No me puede creer que esté haciendo esto", pienso mientras busco desesperadamente aquel vestido que cogí prestado de Claudia. Está claro que hay que estar muy mal de la cabeza para estar vistiéndose elegante a la una de la mañana con tal de estar presente en la despedida de soltera de Claudia. Es indignante. De haber sabido que este trabajo conllevaría alterar mis horas de sueño, hubiera tomado otra decisión. Porque, que me agobien con los preparativos es una cosa y otra muy distinta es dejarme sin dormir. Eso no lo consiento. Más que nada porque estar cansada me pone de muy mala leche y no tengo ganas de estar enfadada con el mundo.
—¿Qué hora es?—pregunta una voz masculina desde un extremo de la cama. Giro sobre mis pies, quedando enfrentada a mi compañía nocturna.
—La una de la mañana. Duerme, es muy temprano.
Mientras Carlos se limita a enrollarse entre las sábanas, llevo a cabo la acción de ponerme unos pendientes de plata con forma de flor.
—Ese jefe que tienes te exige mucho.
—Primero, no es mi jefe y segundo, no voy a ir a trabajar, técnicamente voy a asistir a una despedida de solteras.
—Muy bien, que te diviertas.
A los pocos segundos vuelvo a percibir los ronquidos de Carlos.
Me observo en el espejo; un vestido escotado de color rojo intenso se ciñe a la perfección a mi cuerpo, resaltando mis estrechas caderas y mis escasos senos. Quizá no me quede tan bien como pensaba pero, está claro que no tengo nada mejor que ponerme, así que no tengo más remedio que resignarme a llevarlo puesto. Las piernas están cubiertas por unas medias marrones muy finas, que cubren hasta la punta de los pies. Estos últimos están encasquetados dentro de unos tacones negros brillantes.
Con respecto al maquillaje, únicamente utilizo rímel y un pintalabios rojo. Para darle color a mis mejillas, las pellizco levemente, hasta hacerlas enrojecer. Además, con ayuda de una pinza me quito algunos pelos sobresalientes de las cejas con tal de mejorar su aspecto.
Al adentrarme en mi Volkswagen Beetle rosa, me veo en la obligación de encender inmediatamente la calefacción ya que el interior está a la misma temperatura que el exterior, es decir, a diez grados. El invierno comienza a hacerse notar y es de esperar pues estamos a 22 de diciembre, quedan exactamente dos días para noche buena y nueve días para fin de año. Es increíble lo rápido que está transcurriendo el tiempo. Me pregunto que me deparará el próximo año, tal vez haya felicidad, tristeza, sorpresas... lo que sí es seguro es que habrá mucho Karma.
Las carreteras están solitarias, así que puedo avanzar por ella sin problemas de ningún tipo. Es más, me tomo la libertad de conducir con tacones ya que perdería mucho tiempo quitándomelos. He salido de casa muy justa de tiempo y aún tengo que llegar a casa de Claudia que, por si fuese poco, está bastante lejos.
Aparco junto a una casa enorme, con aspecto imponente y cuidado.
Para adentrarme en la propiedad tengo que empujar una puerta que está encajada y caminar por el enorme jardín que rodea la mansión, esquivando flores a cada paso que doy. A pesar de perder gran parte de mi tiempo evitando estropear el jardín, logro alcanzar la puerta principal, la cual también se encuentra encajada.
—¿Hola?—pregunto una vez me adentro en el salón. Inmediatamente unas manos me tapan la boca con tal de evitar que se produzca un estruendoso grito.
—Shh—Laura, quien tiene el dedo índice sobre sus labios, me pide guardar silencio—. Me ha parecido escuchar el coche de Claudia. Ven, será mejor que nos escondamos.
Tira de mí hacia la parte trasera de una mesa y me pide que me agache con tal de ocultar mi paradero. Obedezco sin rechistar, aunque, me muero de ganas de manifestar mi desacuerdo con todo este plan pero, visto lo que visto, mi opinión no cuenta mucho.
—Cuando Claudia entre en el salón y encienda las luces, salimos y gritamos ¡Sorpresa!, ¿ha quedado claro?—pregunta Verónica.
Nadie responde, únicamente se escucha el crujir de los muebles y unas llaves penetrando la cerradura de la puerta. A continuación, el sonido de unos tacones va desde distintas estancias de la casa, es como si estuviese despojándose de varias cosas en cada una de las habitaciones. Por un momento dejamos de oír pasos, así que Sara se toma la libertad de marcar el número fijo de la casa de Claudia con tal de que la dueña vaya a atenderlo. De nuevo, vuelven a oírse pasos, sólo que esta vez se asemejan con unos pies descalzos.
A pesar de la oscuridad, alcanzo a ver una figura abriéndose paso entre la oscuridad con tal de encontrar el interruptor de la luz. Escasos segundos la alejan de su objetivo. 4.3.2.1 y ¡Sorpresa! Gritamos todos a la vez, al mismo tiempo que salimos de nuestros escondites, cuando las luces se encienden. La pobre Claudia se lleva tal susto que deja caer el teléfono sobre la mesa, y se ve obligada a llevarse la mano a su pecho izquierdo.
—¿Qué es todo esto?—pregunta desconcertada.
—Tu fiesta de despedida de soltera—le responde Sara.
—No podíamos permitir que te fueses a Canadá sin tener tu despedida—añade Laura.
—¿Qué clase de amigas seríamos sino?—aportó la última de sus damas de honor.
Claudia se desplaza a lo largo del salón, deslizando sus dedos a lo largo de las telas que conforman un laberinto, al mismo tiempo caen del techo cientos de globos de todos los colores. De repente, todo se llena de color, de vida. La música comienza a sonar y las luces alternan distintos tonos y dibujan formar diversas en el suelo. Las damas de honor de Claudia le colocan a esta una diadema de conejita y le entregan una pancarta en la que se puede leer "Esta es mi noche". Sí, lo cierto es que ese mensaje tiene mucha razón. Esta es su noche y espero que la disfrute.
Abandono mi posición, al otro lado de la mesa, y me encamino hacia la barra que han colocado junto a la ventana, la cual tiene una serie de platos con diversos tipos de canapés, dejando atrás a la anfitriona y a sus damas de honor bailando en el centro de la pista. Me sitúo junto a unos canapés que tienen una pinta increíble y me hago con dos de ellos.
Tras terminar de zamparme dos platos de canapés, me propongo ir hacia una fuente de ponche y llenarme una copa con este contenido. Nunca me ha gustado mucho el alcohol pero supongo que por un día no pasa nada. Es más, lo necesito si quiero seguir estando despierta, de lo contrario voy a caer rendida en breve. Y claro, una copa se convierte en cuatro, y la cabeza no tarda en empezar a darme vueltas, provocando así mi pérdida de concentración y equilibrio.
—¡Me voy a casar! ¡Aún no me lo creo!—grita Claudia al mismo tiempo que gira sobre sí misma en el centro de la pista.
—¡Ahh!—aullan de felicidad las tres damas de honor al mismo tiempo que chocan sus copas.
En ese instante se escucha el timbre de la puerta y Claudia me pide que vaya a abrir la puerta si no me importa. Así que me veo caminando en dirección a la entrada, ayudándome de las paredes para no caer, midiendo cada paso que doy con tal de evitar tropezar. Consigo alcanzar la puerta tras varias insinuaciones de caídas.
Un chico de cabello castaño—el cual le llega hasta cerca de la barbilla — y de ojos verdes me observa desde el otro lado con una sonrisa tímida en los labios. Su vestimenta se basa en una camisa blanca y unos vaqueros azules oscuros. En una de sus manos trae un regalo, envuelto con una fina capa de papel con diseño de muñecos de nieve.
—¿Ana?
—¿Alonso?, ¿Eres tú?
—El mismo. Qué pasa, ¿qué te trae por aquí?
Alonso es el hermano de Álvaro. Lo sé porque ambos iban al mismo instituto y se diferencian por tan sólo un año. Alonso dejó la secundaria cuando tenía dieciséis años, argumentando que quería conocer mundo. Y eso mismo fue lo que hizo, se marchó de su casa con una mochila echada al hombro y se propuso ampliar sus horizontes. Al parecer, consiguió su sueño pues no le he visto desde entonces.
—Soy quién está al mando de esta despedida.
—Creía que tu sueño era abrir una floristería con un amigo, ¿cómo se llamaba?, ¿Andrés, puede ser?
—Sí, eso mismo hice. Abrí mi propia floristería con Andrés y las cosas me iban bien pero me he visto envuelta en una historia muy larga de explicar... Bueno, me dejo de rollos, pasa, están todos en el salón.
—Gracias.
Alonso se marcha en dirección hacia la estancia contigua mientras yo permanezco inmóvil, con la puerta abierta, apreciando el cielo nocturno cubierto de estrellas. Luego, cierro la puerta y acudo al encuentro de los invitados. Una vez en el salón me percato de que Sara está subida en una de las mesas simulando estar tocando una guitarra, mientras que Laura está sirviéndose un poco de tarta y Verónica está apoderándose de la pista de baile con sus sensuales movimientos. Junto a la fuente de ponche yacen Alonso y Claudia conversando animadamente y compartiendo sonrisas. El chico le hace entrega del regalo que trae y ella se limita a decirle que no hacía falta que le hubiese comprado nada. Aún así, abre el paquete, descubriendo así una caja de música de madera tallada a mano.
—Es muy bonita—le dice a mismo tiempo que la abre y deja ver una pareja de bailares girando sobre sí mismos—. Muchas gracias.
Claudia elimina la distancia que los separa y se propone abrazarle. Al principio, Alonso permanece inmóvil, sin saber muy bien cómo reaccionar. A los escasos segundos rodea con sus brazos la espalda de Claudia y la atrae con fuerza hacia su torso, como si quisiese retenerla ahí para siempre. Por desgracia para él, el abrazo finaliza y tienen que volver a mantener las distancias como anteriormente.
—Hacen tan buena pareja, ¿verdad?
Me sobresalto al oír aquella voz femenina proveniente de mi derecha. Giro sobre mis talones y me encuentro con el rostro sonrosado redondo de Laura.
—¿Cómo dices?
—Alonso y Claudia.
Vuelvo a fijar mi vista en aquel par de amigos que bromean y sonríen como si no hubiese un mañana. Lo cierto es que tengo la extraña sensación de que hay algo más, es como si hubiese quedado una cuestión sin zanjar entre ellos.
—Fueron parejas durante la adolescencia, aunque tuvieron inconvenientes para mantener el contacto ya que mientras él iba a un instituto, ella acudía a otro. No era nada fácil verse pero aún así lucharon por su amor.
—¿Y qué sucedió?
—Alonso era un aventurero, quería conocer mundo lo antes posible. Así que, antes de marcharse se lo comentó a Claudia, desde un principio se juraron amor eterno pero con el paso del tiempo ella comprendió que él nunca estaba. Y entonces, apareció Álvaro y la liberó de todas sus dudas.
—Pero, ¿regresó Alonso?
—Volvió cuatro años después y lo primero que hizo fue decir "hola" como si un simple saludo fuese a cambiar lo sucedido los últimos años. A pesar del tiempo que transcurrió, Alonso siguió estando enamorado de ella y tenía pensado pedirle que se casase con él pero cuando llegó y se encontró con aquella situación, no tuvo más remedio que huir de nuevo con tal de olvidar.
—¿Crees que sigue sintiendo lo mismo?
—Estoy segura de que sí.
La ex pareja se hace hueco entre la pista de baile y con la llegada de una nueva canción comienzan a bailar como si no hubiese nadie a su alrededor, como si estuviesen totalmente solos.
Dan las cinco de la mañana y la fiesta sigue en pie, aparentando estar más viva que nunca. Las cosas han cambiado poco; Laura esta vez está alternando los colores de las luces, mientras que Verónica está bebiendo ponche y Sara se encuentra boca abajo en uno de los sofás, probablemente durmiendo. Alonso está probando los canapés que le está ofreciendo Claudia. Yo, por otro lado, me he pasado toda la santísima noche bebiendo ponche y comiendo todo cuanto ofrecían, restando segundos a la hora que marcaba mi reloj.
Es una pérdida de tiempo seguir aquí, va siendo hora de marcharme si quiero descansar un poco, pues tengo la impresión de que voy a tener un día bastante duro. Así que, sin despedirme siquiera de los invitados me marcho de allí con sigilo, con tal de evitar que echen en falta mi presencia aunque, visto lo visto, dudo mucho de que se acuerden de mí. Una vez alcanzo mi Volkswagen Beetle rosa me percato de que no estoy en condiciones de conducir, así que me tomo la libertad de pedir un taxi para que me lleve a casa.
A las diez de la mañana consigo despertarme de mi profundo sueño, aún sin querer hacerlo. Al parecer, el despertador se ha propuesto recordarme que tengo cosas que hacer y que no puedo permitirme estar un día entero envuelta entre las sábanas. Extiendo mi brazo y con un manotazo apago la alarma del despertador. Luego, vuelvo a dejar caer mi cabeza en la almohada y me empeño en volver a quedarme dormida. Pero, la insistencia del reloj digital es mayor que mis deseos de permanecer acostada sin hacer nada. Por desgracia, termino cediendo y consigo ponerme en planta antes de lo previsto.
En mi intento de quitarme la parte superior del pijama me quedo atrapada. La camiseta no cede, de modo que mi cabeza queda aprisionada en el interior. Genial. Se me ha quedado pequeño este pijama y ni siquiera me he dado cuenta. En realidad, la culpa la tienen esos malditos canapés que me zampé ayer, me han hecho engordar y ahora me veo como una foca que intenta hacer uno de sus numerosos números. Por suerte, logro deshacerme de dicha prenda con ayuda de una tijera, haciendo un corte vertical. Con la parte inferior no tengo ese tipo de problema pero, por otro lado, me topo con otro peor, mis vaqueros azules no me cierran por más que lo intento. Pruebo recostarme como una tabla en la cama y tirar hacia arriba de la cinturilla, escogiendo a la misma vez la barriga. ¡No me lo puedo creer, quieres subir de una vez! ¡tengo prisa y no me lo estás poniendo nada fácil!, Por favor, ¡vuelve a ajustarte a mí!
Finalmente me decido por un jersey marrón con un diseño de flores negras, con el contorno dorado, y por unos vaqueros de color carbón.
Camino en dirección al salón descalza, con las vans en las manos, con tal de tomar asiento en una de las sillas de madera para ponérmelas. Retiro un poco la silla y me siento en ella, coloco las vans en el suelo y con ayuda de mis manos me las calzo, luego me ato los cordones, haciendo dos nudos, así me aseguro de que no se desaten. Me propongo ponerme en pie y marcharme cuando un delicioso olor acompañado de un sonido metálico proviene del interior de la cocina.
—Joder, qué susto me has dado.
Carlos está enfrentado a la vitrocerámica, sobre una de sus placas hay una sartén roja, cuyo mango sujeta una gruesa mano. La otra sostiene una espumadera, con la que le da media vuelta a la tortita.
Sobre la encimera descansa un plato blanco que contiene tortitas apiladas, una encima de la otra, formando una especie de montaña. En la copa hay un espeso líquido marrón, que por el olor sé que se trata de chocolate, y una pequeña concentración de nata.
—Yo también te deseo un buen día.
Me dedica una sonrisa.
—Hmm, veo que estás cocinando.
—Sí, he decidido darte una sorpresa y prepararte el desayuno.
Cuando estoy lo suficientemente cerca de él, me tomo la libertad de envolver su cuello con mis brazos y depositar un beso casto en sus labios.
—Creo que me gustan mucho más tus labios que estas tortitas.
—Aja.
Fundo de nuevo mi boca con la suya y esta vez, introduzco mi lengua con tal de darle un beso mucho más jugoso y travieso. Mi respiración se vuelve entrecortada debido a la intensidad de nuestro beso y siento como una corriente eléctrica me recorre el cuerpo en una milésima de segundo.
Carlos me eleva del suelo, colocando ambas manos justo debajo de mis glúteos, y me deposita sobre la encimera, se encarga de hacerse hueco entre mis caderas y con un ágil movimiento introduce sus manos en el interior de mi jersey.
—Tengo que irme a trabajar- enredo los dedos en su cabello y tirando de él hacia atrás logro que nuestros labios se separen—. Créeme que me quedaría pero tengo que irme, de verdad.
Deja de besarme y se aparta de la encimera para permitirme bajar de ella. Una vez tengo los pies en el suelo, me acerco a su persona y le abrazo con todas mis fuerzas.
—Que tengas un buen día—me susurra.
Me aparto de él, arrebato una tortita del plato y me propongo salir de la cocina cuando escucho su voz.
—Ana—me giro en torno a su persona. Ya no está enfrentado a la vitrocerámica sino que se encuentra apoyado en el marco de la puerta que conduce al interior de la cocina—.Te quiero.
—Y yo a ti.
Tras decir esas últimas palabras, me marcho de casa, dejando a Carlos en la cocina, a cargo de sus deliciosas y abundantes tortitas.
La floristería Malibú tiene las puertas abiertas de par en par debido a que un gran número de personas están haciendo cola en el exterior. A través de una de las ventanas alcanzo a ver la caja, tras la cual está mi socio, Andrés, atendiendo a una señora mayor. Cuando me adentro en el interior una brisa cálida me acoge de inmediato, aunque dudo que sea por la calefacción, más bien debe ser producto de la gran aglomeración de personas.
—¿Por qué hay tantos clientes?—le pregunto a Andrés una vez logro abrirme paso entre la multitud y situarme a su vera.
—El alcalde se ha empeñado en organizar un festival en el que se va a celebrar un concurso de jardinería. Se supone que todo aquel que quiera participar debe llevar una flor y la que a gusto de unos jueces sea la más bonita, será recompensada con un premio en metálico. Según rumorean será de unos quinientos euros.
—Ya me parecía a mí extraño tener tantos clientes.
—Bueno, y tú ¿qué tal? Hace una eternidad que no te veo.
—Sí... he estado algo ocupada.
Andrés le devuelve el cambio a uno de los clientes y a continuación sigue atendiendo a la gran multitud que se alza frente a la caja.
—¿Puedes traerme ese jarrón de rosas?—abandono mi posición para aproximarme a una de las estanterías que hay detrás de mí, en la que descansa un jarrón de cristal repleto de rosas frescas. —Muchas gracias— me agradece al mismo tiempo que suelto mis cosas bajo el mostrador.
—No nos va tan mal, ¿no?
—Cariño, si no te pones manos a la obra sí que nos irá mal.
Asiento y sin añadir nada más me incorporo al trabajo.
Las horas continúan transcurriendo; las doce, la una, las dos, las tres... y siguen con su cometido sin que nada importante suceda. A medida que el tiempo avanza, la fila de clientes va reduciéndose hasta el mínimo. Por extraño que parezca, la marcha de la multitud le devuelve al local su amplitud, esa que creí que había perdido. Andrés está tan agotado que más de una vez le pillo dando cabezadas mientras busca un tipo de flor concreto en el almacén. No le juzgo, todo este rollo de la boda me impide ayudarle en la floristería... lamento enormemente que tenga que encargarse él sólo de todo esto pero, ¿qué puedo hacer? No tengo más opción que hacerle este favor a Clara... ojalá pudiese dividirme por la mitad y asignar a cada una de mis mitades una tarea.
Me encuentro tan absorta sumida en mis pensamientos que olvido completamente que estoy en la floristería, sentada frente a mi mesa de trabajo, observando la lista de pedidos, entre los que destaca un nombre, Álvaro Márquez.
—Ana, ¿estás ahí?
Ladeo mi cabeza hacia su persona y me limito a asentir sin saber muy bien que acaba de decir.
—Perdona, ¿qué?
—¿Como que qué? Llevas sentada frente el escritorio sin dar señales de vida como una media hora. Supongo que estabas embobada con tus pensamientos para variar. Por cierto, tu teléfono no ha dejado de sonar, creo que deberías cogerlo.
—¿Por qué no me has avisado?
—Yo no tengo la culpa de que estés más sorda que una tapia. ¿Ana? Tenías el teléfono junto a tu mano, ¿qué querías que hiciera? Pensé que quizás no querías cogerlo.
Enarco una ceja.
—Vale. Olvídalo.
Sostengo el smartphone con ayuda de ambas manos y con unos clics consigo entrar en el registro de llamadas, lugar en el que localizo cuatro llamadas perdidas de Álvaro.
—¡No puede ser!—exclamo en voz alta— ¡Mierda, mierda!
—¿Qué pasa?
—¿Que qué pasa? Que me estoy ganando a pulso que me sustituyan por otra organizadora mucho más competente.
—Míralo por el lado bueno, así no tendrías que encargarte más de esa maldita boda y podrías echarme una mano en la tienda.
Le miro con cara de pocos amigos.
—Andrés, escúchame, sé que necesitas ayuda y te prometo que voy a entregarme completamente a la floristería en cuanto acabe lo que empecé. Tengo que hacerlo, se lo debo a Clara.
Antes de marcharme del local le doy un abrazo a Andrés, quien me acoge entre sus brazos con dulzura y termina por depositar un beso en mi frente. En cuanto salgo al exterior marco el número de teléfono de Álvaro. Me veo en la obligación de permanecer a la espera unos segundos, los cuales se me hacen eternos.
—¿Ana?
—La misma. Quiero decir, que acabo de ver tus llamadas y he decidido llamarte para saber si ha pasado algo o necesitas mi ayuda.
—¿Podrías pasarte por mi casa? Me gustaría tratar varios temas contigo, si no te importa.
¿A su casa?, ¿los dos solos? Pero, ¿qué querrá tratar conmigo allí?, ¿tal vez sobre trabajo? Oh, no, no, no puede ser, quiere citarme para despedirme. ¿Cómo no me he dado cuenta? Más claro agua. Se ha dado cuenta de que no soy lo suficiente competente y quiere sustituirme por una Barbie, de esas que miden un metro ochenta, con piernas largas y finas, con vestidos que moldean su figura perfectamente.
Durante mi trayecto desde la floristería hasta la casa, o más bien dicho mansión, no dejo de pensar en cómo será el momento. En sí me entregará directamente el dinero que me debe o si me invitará a un té junto a su chimenea de nueve mil euros Si me dará una reprimenda o se limitará a utilizar esas palabras de cortesía que suele emplear normalmente. El caso es que me va a despedir y me importa un bledo como sea. Lo único real es que no he hecho bien el trabajo que se me encomendó y por si fuese poco, voy a decepcionar a Clara...
Doy suaves golpecitos con mis nudillos en la puerta y esta se abre unos segundos después, descubriendo la figura de un chico de ojos verdes brillantes y mirada penetrante, de sonrisa impecable y cabello algo alborotado.
—Hola.
—Hola—respondo con un fino hilo de voz.
Mi mirada se pierde en el interior iluminado y colorido. Mi rápida examinación da para observar un cuadro que yace en el centro, el cual contiene una fotografía familiar. El color caoba de los bordes hace juego con el tono anaranjado de la pared.
—Adelante, por favor.
Asiento y me adentro bajo el marco de la puerta.
Álvaro me conduce hacia unas escaleras que desembocan en la parte superior de la vivienda. Mientras él prosigue con su marcha, yo me detengo a observar la majestuosidad del lugar. Cada habitación es más amplia que la anterior, y cada una de ellas contiene un mobiliario más lujoso que el anterior. Tengo la extraña sensación de encontrarme en un puñetero museo, cuyas obras de arte son los muebles. No se me haría raro que la comida también formase de él. Joder. Esta casa es tan grande que cabrían dentro de ella mi piso, la floristería y la casa de mis padres. Incluso me atrevería a decir que también podría caber la Torre Eiffel.
—Tienes una casa muy bonita.
—Tal vez demasiado grande para una sola persona.
Me detengo justo delante de un escritorio sobre el que descansan varios marcos de fotografías, entre los que llama mi atención uno de ellos. Un chico de cabello color carbón e hipnotizantes ojos verdes se alza sobre un escenario repleto de globos de todos los colores. Su aspecto es tan juvenil que me cuesta trabajo reconocerle. Aunque, sus ojos siempre me confirman que se trata de él. Alrededor de su torso hay una guitarra de color roja con líneas blancas, cuyas cuerdas están siendo presionadas por las yemas de los dedos del chico.
—¿Cuánto hace de esta fotografía?
—Unos nueve años aproximadamente.
—Dios, Álvaro, esta fotografía es de cuando cantabas en las ceremonias del instituto.
Álvaro se sitúa a mi vera y sostiene el marco entre sus manos.
—Sí, me encantaba todo lo que tuviese que ver con la música.
—¿Qué pasó? Siempre creí que terminarías formando tu propio grupo musical y que darías conciertos alrededor del mundo.
—Supongo que me di cuenta de que la música no iba a llevarme a ningún lado.
Permanecemos en silencio observando al chico radiante de felicidad de la fotografía, cuyo recuerdo parece tan real que mi cabeza echa a volar, rememorando aquella ceremonia a la que asistí cuando estaba en tercero. Le recuerdo sobre el escenario con esa sonrisa que roba más de un corazón al segundo, cantando una de las canciones de mi cantante favorito, al mismo tiempo que dotaba de sonido a su guitarra.
—Es una pena. Cantabas muy bien.
Sus labios se estiran, formando una sonrisa.
—Ven.
Álvaro me conduce hacia una habitación repleta de estanterías con cientos de libros, cuyas paredes apenas son visibles. Un escritorio se alza a lo lejos de la habitación, junto al cual hay dos sillones de piel de color azabache. En un extremo de la estancia descansan dos sofás blancos enfrentados, entre los que hay una mesa de cristal.
—Por favor, siéntate.
Tomo asiento en uno de los sillones y me limito a cruzar los dedos.
—No sé por dónde empezar...
—No hace falta que digas nada. Ya sé lo que tengo que hacer. Ataré los últimos cabos y me marcharé.
—¿A qué te refieres?
—Sé que me has citado para despedirme por ser una incompetente. No te culpo, ¿sabes?. Estaba claro que yo no era la persona más adecuada para organizar una boda. Además, una de esas Barbies se encargará de hacerlo mucho mejor que yo. Y por si fuese poco soy una bocazas y no puedo quedarme callada tan solo un segundo.
Hago una pausa para tomar una bocanada de aire.
—Sé que siempre la fastidio pero pensé que si me lo proponía podría hacer las cosas bien y mire, todo ha terminado convirtiéndose en un desastre.
—Ana, no iba a despedirte.
Suspiro aliviada.
—¿Por qué no lo ha dicho antes? He quedado como una completa idiota. Dios, que vergüenza...esta situación es muy embarazosa.
—No pienso que seas una incompetente. Por cierto, no hace falta que me trates de usted.
—A ver si lo he captado, no vas a despedirme porque crees que soy una persona competente y que puedo desempeñar esta tarea sin problema, ¿no es así?
Asiente.
—Entonces, ¿qué es lo que quería comentarme?
—Me gustaría que comenzáremos cuanto antes a buscar destinos turísticos para la celebración de la luna de miel.
—Si me deja un ordenador le podré ayudar.
Álvaro saca de uno de los maletines que hay sobre la mesa un portátil con la marca de Apple en la parte trasera de la pantalla. El portátil, de color grisáceo, parece ser más frágil que un vaso de cristal y además se encuentra en tan buen estado que juraría que acaba de comprarlo.
Tras teclear varias veces, google realiza la búsqueda, mostrándome a los pocos segundos cientos de enlaces en los que puedo encontrar lo que busco.
—¿Qué tal el Caribe? Las playas son muy bonitas y el clima es genial según lo que se describe aquí. Además, tiene pinta de ser un lugar al que resulta muy tentador escaparse para relajarse.
—No, terminaría cansándome.
—¿Qué me dice de Nueva York? Imagínate recorriendo las calles de la ciudad, al mismo tiempo que observas la multitud de edificios que te rodea. Y además, el sueño de toda chica es pasear por Nueva York con las manos repletas de bolsas.
—Dime, ¿adónde te gustaría viajar?
—A Noruega. Me gustaría ver las auroras boreales desde una montaña. Claro que lo tendría todo planificado. Aguardaría en una tienda de campaña hasta el anochecer, después saldría y me recostaría en el césped para contemplar el cielo.
—Sí, sería genial.
Mientras Álvaro apunta una dirección en un papel, me entretengo buscando nuevos destino turísticos adecuados para una luna de miel. Quizá las islas canarias sean de su agrado. Sí. Buscaré más información acerca de los lugares más destacados que se pueden visitar en cada una de ellas.
—Toma.
Me hace entrega el pequeño trozo de papel.
—¿Y esto?
—Mañana comenzamos con las clases de baile. La dirección corresponde a la academia a la que deberás ir.
—Pero Claudia no está aquí para aprender.
—Ella ha estado yendo a clases de baile desde hace unos meses, así que me temo que el problema lo tengo yo.
Niégate, Ana, no puedes permitirte otro día más sin ir a la floristería. Además, mañana es noche buena y debo estar en casa de mis padres sobre las ocho o nueve.
—No sé si voy a poder ir, tengo que trabajar en la floristería si no quiero que Andrés acabe conmigo un día de estos.
—Es comprensible.
Sin saber muy bien la razón, su expresión se vuelve sombría y triste. Oh, no. He hecho que su estado de ánimo cambie en cuestión de segundos. No puedo permitir que esté solo en navidad, sería una crueldad por mi parte pero... también tengo que cumplir con mis propias obligaciones. Así que he voy a decir que no y no me va a temblar la voz cuando se lo diga. Y entonces me mira con esos enormes ojos verdes y rompe todos mis esquemas.
—Estaré allí.
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