Capítulo 12

Álvaro aceptó con agrado aquel menú que le ofreció el restaurante que visitamos. Era, probablemente, una de las mejores decisiones que ha podido tomar a lo largo de su vida. Todo cuanto nos dieron a probar, sin exagerar, estaba exquisito. Su banquete va a ser el mejor de la historia. Además, dudo que algún invitado haga alguna crítica negativa con respecto a los platos que se les va a servir. De lo contrario, habrá perdido completamente la cabeza.

Tras terminar con dicha tarea, Álvaro se ofrece a llevarme a casa y yo, incapaz de negarme a esos enormes ojos verdes, acepto su proposición. Lo cierto es que, al ocupar un asiento en su mercedes, tengo la extraña sensación de ser una figura de alto prestigio. Tal vez me esté volviendo loca, qué se yo, pero no puedo evitar cotillear todo cuanto me rodea.

-Ponte el cinturón-me pide.

Agarro la correa del cinturón y la desliza por encima de mi pecho, luego, introduzco la pieza de metal dentro de la ranura y escucho un leve clic.

-Así que así es como te sientes cuando vas en este coche.

-Te terminas acostumbrando.

-Sí, supongo que sí.

Cambio el rumbo de mi mirada hacia la ventanilla de mi derecha.

-¿Reconoces el coche?

-¿Este?-indico con mi dedo índice la parte delantera. Álvaro se limita a asentir con una sonrisa- No puedo ser. Oh, Dios mío, ¿este es el mercedes que destrocé?

-Así es. Es increíble el gran trabajo que han hecho con él. Aún no puedo creérmelo, es como si no hubiese sucedido absolutamente nada.

-Imagino cuál es tu opinión acerca de mí. Pero, ¿sabes? Te equivocas, no soy una niñata irresponsable y mucho menos un peligro en la carretera. Es sólo que tuve un mal día.

-No creo que lo seas.

-Bien-dejo ver una expresión angelical y luego me limito a retomar el hilo de la conversación-. Eso es genial.

-Todos cometemos errores, unos más graves que otros pero lo importante es aprender admitirlos y, sobre todo, aprender de ellos.

No intercambiamos más palabras en lo que queda de trayecto. Y, por extraño e ilógico que parezca, el silencio no me es incómodo, al contrario, resulta agradable. Este momento de encuentro con uno mismo lo empleo para intentar descifrar cuál será el siguiente paso que debo dar y sobre todo, intento visualizar cómo transformará mi futuro las próximas semanas. Por otro lado, apuesto a que algo se cose en la pequeña cabeza de mi acompañante, tal vez se trate de trabajo o quizá de su enlace matrimonial.

El mercedes se detiene junto a la acera y el rugir del motor cesa. Aún así, ninguno de nosotros reacciona, es como si estuviésemos esperando a que sucediese algo, sin saber qué es.

-Hemos llegado.

-Sí-añado mirándole de soslayo-Bueno, tengo que irme. Nos vemos otro día.

Me bajo del coche y justo cuando estoy a punto de cerrar la puerta, una mano ejerce presión sobre ella, dificultando el cierre. Vuelvo a abrirla y asomo la cabeza en el interior.

-Gracias por haber aceptado a venir conmigo.

-Es mi trabajo.

Cierro la puerta y le doy la espalda, comienzo a caminar a paso ligero hacia la entrada del edificio con tal de huir de su mirada penetrante. Subo por las escaleras hasta el segundo piso y, al llegar, saco de uno de los bolsillos de mis vaqueros las llaves de casa, con las cuáles segundos después abro la puerta. Al entrar en el interior, vuelve a invadirme un sentimiento de soledad y añoranza. Jamás imaginé que estar sola en casa iba a traer más inconvenientes que ventajas.

Una vez en el dormitorio, me tiro sobre la cama y comienzo a fantasear con la cita de esta noche e intento imaginarme con ese vestido rosa que, al parecer, me ha regalado Carlos. No sé si estoy haciendo las cosas bien pero, Andrés tiene razón, tengo que disfrutar del momento y olvidar todas las desventajas que surjan. Además, vida sólo hay una y tenemos la obligación de vividla al máximo.

El timbre de la puerta hace uso de presencia y yo me sobresalto al oírlo. Reúno todas las fuerzas que me quedan y logro levantarme de la cama. Luego, me dirijo en dirección a la entrada principal, lugar en el que solicitan mi presencia.

-¿Claudia?, ¿ha sucedido algo?

-Oh, no, en absoluto. ¿Puedo pasar?

-Por favor.

Le cedo el paso a la chica con aspecto de Barbie. Tras cerrar la puerta a mis espaldas, me propongo reunirme con ella en el salón. Allí, la encuentro de pie junto a la ventana, lugar en el que descansa un jarrón de cristal con varias margaritas, apreciando el aroma de estas.

-¿Quieres té?

-Si no es molestia.

Me adentro en la cocina, dejándola a solas en el salón.

No tengo ni la menor idea de por qué está aquí. Tal vez quiera acordar ciertos detalles de la boda que no se tuvieron en cuenta o quizá quiera que le aconseje con respecto al maquillaje que debe utilizar para el gran día.

Preparo dos tazas con agua templada y le añado una bolsita de té. Luego, me hago con una bandeja de plata y las coloco sobre ella. Además, incluyo un plato con galletas de varios tipos, por si quiere acompañarlas con el té. Cuando vuelvo al salón, ella ya no está de pie, sino que ha tomado asiento en el sofá y está contemplando desde ahí el cielo azul que se visualiza a través del vidrio de la ventana. Me aproximo a su persona, deposito la bandeja sobre la mesa y tomo asiento junto a ella. Mientras Claudia se limita a observar el humo que escapa del interior de la taza, yo me dedico a devorar una galleta de chocolate.

-¿A qué se debe su visita?

-Me gustaría hablar contigo, Ana.

-Dispara-su gesto de contrae, formando una expresión de confusión-. Quiero decir, puedes contármelo ahora, si quieres.

Me dedica una media sonrisa, la cual no me es familiar.

-Como sabes, la boda es muy importante tanto para Álvaro como para mí, y me gustaría que todo saliese perfecto.

-Sí, yo misma me encargaré de que así sea.

-Bien. Pero ese no es el problema. Me gustaría ser yo misma la que estuviese al tanto de cada detalle de la boda pero, no va a poder ser así. Por eso, quiero pedirte un favor, quiero que te encargues de que todo salga según lo previsto.

-No entiendo a qué se refiere. ¿Quiere que trabaje más tiempo?

-Me voy de viaje a Canadá por motivos familiares.

-Pero, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?

Cambia el rumbo de su mirada hacia la taza de té que sostiene entre las manos.

-Hasta el 21 de febrero.

-Son dos días antes de la boda. Espere un momento, ¿intenta decir que me encargue yo sola de todo?

-No lo harás sola, Álvaro te ofrecerá su ayuda. Necesito que lo hagas por mi. Por los dos, por favor.

-¿Cuándo parte hacia Canadá?

-Mañana por la mañana. Ana, es muy importante para mí saber que puedo contar contigo para esto.

No voy a ser capaz de encargarme de todo. No tengo ni la menor idea de cómo avanzar en todo este asunto. No estoy preparada para asumir tanta responsabilidad, es más, este ni siquiera es mi trabajo, es como un regalo que me ha tocado en una tómbola.

Aunque, mirándolo de otro modo, no puedo decirle que no sin más, esta chica ha confiado en mi desde el primer momento y no es justo que la deje plantada un mes antes de la boda. Tengo que asumir mi responsabilidad y hacerme con el control de la situación.

-Lo haré-concluyo.

Claudia se marchó cerca de las tres de la tarde, después de haberme dictado uno a uno nuevos apartados que debo incluir en la libreta. Si la cosa sigue así, voy a tener que comprar otra, de lo contrario, voy a acabar escribiendo en la mesa. Tras la marcha de la prometida de Álvaro, recibí una llamada de parte de Laura, quien me pidió que nos encontrásemos urgentemente en casa de Claudia.

Me subo en mi Volkswagen Beetle rosa y enciendo el motor, el cual ruge durante unos segundos. Además, pongo el CD que contiene el álbum de música completo de mi cantante favorito, Ed Sheeran. Así, el trayecto hasta casa de Claudia será más agradable y lo disfrutaré mucho más. Para incorporarme a la carretera, vuelvo a efectuar un giro de 180 º, aunque esta vez, mido a la perfección la distancia que me separa de los coches, de las señales de tráfico y sobre todo, de las personas que me rodean. Una vez me incorporo a la carretera, piso el acelerador y el coche se desliza por el asfalto con rapidez.

Durante el trayecto, me pierdo un par de veces, lo sé porque he girado más de tres veces a la derecha. Así que, me decido a obtener ayuda del gps que está guardado en la guantera del coche. Para ello, aparco junto al arcén, saco ese chisme electrónico, lo pongo en funcionamiento y finalmente lo coloco junto a la radio. Una vocecita femenina me da instrucciones acerca de las direcciones que debo tomar con tal de llegar a mi destino. Aunque, no sé si es peor guiarme por mi misma o utilizar el gps, porque ninguna de las dos alternativas me ayuda a orientarme. Como último recurso empleo el teléfono móvil, con tal de pedirle a Laura que me guíe.

-Tienes que seguir todo recto, luego te toparás con tres salidas, tienes que coger la segunda y luego seguir todo recto hasta llegar a una rotonda, una vez ahí tienes que girar hacia la derecha. A los pocos metros te encontrarás con una casa blanca, rodeada de un amplio jardín. Ahí es donde vive Claudia, puedes aparcar junto enfrente.

Al menos, la explicación poco detallada de Laura me sirve para llegar a mi destino sin perderme ni una sola vez.

Una casa de aspecto imponente y robusto se alza frente a mi persona. Sus fachadas son de un blanco impoluto, mientras que sus ventanas son de un color carbón y el tejado, de este mismo tono. La puerta, también blanca, está entreabierta, lo sé por la pequeña apertura que hay entre el marco y esta. Una valla, de color verde oscuro, rodea el terreno en el que está construida la vivienda, dificultando las vistas del jardín.

Toco un pequeño interruptor que hay junto a la puerta y un pitido brota de esta. De repente, la puerta se abre y me cede el paso. Un amplio jardín se abre paso ante mí con flores de todos los colores y varios eucaliptos. El césped, recortado, húmedo y más vivo que nunca nace bajo las suelas de mis zapatos. Un camino, hecho a base de arcos de maderas, los cuales están cubiertos de enredaderas y flores blancas, conducen hacia las escaleras que descansan a los pies de la entrada al hogar. La puerta, se abre del todo y de ella sale una chica regordeta, con las mejillas sonrojadas y de cabello rubio.

-Por fin estás aquí.

-Me he perdido un par de veces. ¿Dónde está Claudia?

-Ven, Verónica y Sara están dentro esperándonos.

La chica me conduce hacia el interior de la casa, en concreto, hacia una sala repleta de estanterías que cubren las paredes y dificultan la entrada de luz solar a través de los cristales de las ventanas. Una chimenea, apagada y con escasa madera, se abre paso en una de las esquinas de la estancia. Junto a esta descansa un pequeño sofá de piel, de color marrón, cuyos asientos están ocupados por dos chicas, una morena y otra pelirroja.

La casa, aunque muy amplia para mi gusto, es agradable.

-Hola-saluda Sara.

-Bien, ya estamos todas-añade Verónica.

Me acerco tímidamente al sofá en el que están sentadas y tomo asiento en un extremo.

-Como sabrás, Claudia se marcha mañana a Canadá por motivos familiares...

-Sí, he estado hablando con ella.

-Y no vuelve hasta el día 21 de febrero, con lo cual, dispone de dos días para asegurarse de que todo está en su sitio antes de la boda. Pero, como todas sabéis, debe haber una despedida de soltera antes de contraer matrimonio y teniendo en cuenta las dificultades, hemos pensado que podríamos celebrarla esta noche.

-¿Esta noche?-pregunto alarmada.

-Sí-responde Sara.

-Pero, no podemos hacerla hoy. No tenemos tiempo de organizar nada.

-De eso me he encargado ya-anuncia Verónica-. He llamado a varios strippers, he comprado todo lo necesario para ambientar la fiesta y por supuesto, he llamado a una amiga mía para que nos descubra ciertos secretos.

A medida que transcurre la tarde, la casa de Claudia va cogiendo forma. Sus paredes han sido cubiertas por cintas luminiscentes, en las que se aprecian pequeñas figuras de gorros de fiesta. Además, hemos colado cortinas blancas por cada metro, con tal de contribuir a crear un ambiente siniestro, desconocido. Según Verónica, es una de las últimas tendencias en celebraciones. Pero, bajo mi punto de vista, es una completa chorrada.

A lo largo de una mesa descansa una gran montaña de regalados, cada uno de ellos con un distinto diseño y color. Las formas van desde rectangulares y cuadradas hasta esféricas y geométricas. Jamás he visto tal cantidad de regalos. Ni siquiera cuando era pequeña y era el día de reyes. Supongo que el número de amistades y el dinero juegan un papel importante en todo esto.

-¿Te importaría ayudarme a colocar las luces?

Sara me dedica media sonrisa a la misma vez que me ofrece un foco.

-Claro.

Sujeto aquel objeto entre ambas manos y me limito a seguir a aquella chica escaleras arriba, las cuales desembocan en la segunda planta, lugar donde hay cinco puertas blancas, cada cual asignada a una habitación distinta. Una de ellas está abierta de par en par, así que puedo contemplar parte del interior; una cama con colcha rojiza ocupa el centro de la estancia, junto a ella descansa una mesita de noche con un despertador y una lámpara. En un extremo de la habitación hay una puerta blanca entreabierta, desde la que se puede contemplar una amplia barra repleta de todo tipo de ropa. Bajo ella se visualiza una pequeña tabla, sobre la que hay cientos de pares de zapatos de tacón distintos.

-Estas luces van a quedar fenomenal, ¿no crees?-dice terminando de ajustar el color y la intensidad de los focos- Ana, ¿me estás escuchando?

Para entonces me hallo en el vestuario que ha llamado mi atención de tal forma que mi cerebro se vio en la obligación de poner en funcionamiento mis músculos para desplazarme hasta allí y averiguar qué maravillas esconde aquel lugar. A ambos lados de la estancia descansan unas estanterías enormes, en las que se abren paso cientos y cientos de modelos de ropa distintos y pares de zapatos. A lo lejos se alza un espejo vertical, de gran tamaño, y cubierto por unos bordes dorados. En él se ve reflejada una chica, con vaqueros azulados y una sudadera con una amplia gama de colores, similares a los del arco iris.

-Es fascinante, ¿verdad?

Gracias al espejo averiguo que Sara se encuentra detrás de mí.

-¿Utiliza toda esta ropa?

-Jamás le he visto repetir una misma prenda.

Tener un ropero así es un lujo pero, ahora que lo pienso, transmite la sensación de que la dueña de él tiene un serio problema. Sabía que Claudia tenía que tener algún defecto, sólo era cuestión de tiempo que lo descubriese. Es imposible que exista tanta perfección en una sola persona.

-¿A qué esperas para elegir uno?

-¿Qué?

-Claudia no va a volver a usar esos vestidos, es más, estoy segura de que los donará a la caridad tarde o temprano. Así que, puedes quedarte el que quiera.

Deslizo mis dedos por el escote de un vestido de color rojo intenso y continuo desplazando mis dedos hasta alcanzar la cinturilla. La textura es tan suave que juraría que la tela del vestido es más cara que este en sí. Descuelgo el vestido de la percha y me lo pongo por encima con tal de visualizarme con él puesto ante el espejo.

-Creo que estos zapatos te irán genial-volteo para ver aquel par y me topo con uno zapatos de tacón de color negros, abiertos, con una hebilla dorada a cada lado. El brillo que desprende la puntera me informa de que no han sido usados más de una vez. - Si quieres, puedes irte a casa a descansar. Esta noche tienes que estar en planta a las tres.

-Sí, será lo mejor. No quiero tener que llevarme una reprimenda por parte del señor Álvaro Márquez- bromeo.

Al parece, a Sara no le hace mucha gracia mi comentario ya que permanece en silencio, enarcando ambas cejas, como si estuviese meditando algo.

-Álvaro no va a venir a la despedida de soltera de Claudia.

-¿Él también tiene su despedida?

-No. Álvaro detesta las fiestas, es más, dudo que vaya a organizar su despedida de soltero. Es una pena porque va a comprometerse sin decirle adiós a otra etapa más de su vida.

Las palabras de Sara se graban a fuego en mi cabeza y permanecen vigentes en ella por mucho tiempo. "Es una pena porque va a comprometerse sin decirle adiós a otra etapa más de su vida". No. No puede permitir que eso suceda, debo buscar la manera de hacerle cambiar de opinión, ese es mi deber profesional.

Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo en ella durante unos segundos. Vuelvo a recordar la frase que dijo Sara con respecto a Álvaro y, sin saber muy bien el por qué comienzo a darle vueltas a la cabeza con tal de hallar la forma de hacerle cambiar de opinión. Casarse es dar un paso muy importante y para ello, primero debe cerrar como es debido una de las etapas de su vida. No sé cuál será su respuesta cuando le comente que debe celebrar una despedida. Tal vez me diga "Ana, no hace falta que trabajes en ello, no quiero una celebración" o quizá "Soy perfectamente capaz de cerrar una etapa de mi vida sin celebrar una despedida de soltero". Qué sé yo.

Camino en dirección a mi dormitorio, tomo asiento en el borde de la cama y coloco mi portátil sobre mis piernas. Pincho en google y se abre una ventanilla nueva, con una página en blanco, en el centro descansa la palabra Google a color y bajo ella, la barra para escribir. Tecleo varias veces y finalmente pincho en buscar. Se muestran cientos de enlaces azules relacionados con despedidas de solteros.

En una de las páginas aparecen varias fotos con textos bajo ellas, en los que se informa acerca de un plan que se puede llevar a cabo en una despedida. Me niego inmediatamente a permanecer en esa página al ver una foto haciendo referencia a un club de striptis. Vuelvo a entrar en una segunda página pero, en esta al parecer, sólo se da una explicación de por qué se celebra. Así que la cierro y pincho en un tercer enlace. En esta, las personas son quienes dan a conocer sus propias experiencias y te recomiendan hacer una u otra cosa. Concretamente, me llama la atención un usuario que corresponde a una chica de unos treinta años. Al parecer, en su despedida de solteras estuvo repleta de aventuras, entre las que destaca el tiro con arco, el puenting, canoas, vuelta en avioneta, etc. Aunque, lo malo es que hay reservar con antelación.

Sin saber muy bien por qué, reviso mis fondos bancarios disponibles y me percato de que aún no he utilizado la beca que me concedieron en el bachillerato, cifra que asciende a unos quinientos euros. Vale. Vas a hacer una locura, Ana. Pero, dicen que de locuras se vive, ¿no? Además, qué mejor manera de gastar el dinero que organizando una despedida de soltero bestial. Así que, sin más dilación, compro online dos entradas, gastándome en total cuatrocientos noventa y nueve euros. Va a tener razón mi abuela, cuando decía que el dinero me hacía más falta a mí que a ella. Este último pensamiento me hace acordarme de ella y de todos los recuerdos vividos a su lado. Lo cierto es que la echo muchísimo de menos y cada día me despierto con la esperanza de verla sentada en una silla, entretenida haciendo punto.

Hay tantas cosas que daría por revivir un sólo momento...

Sobre las nueve y media me encuentro vestida con aquel vestido rosa que me ha regalado Carlos, el cual me da aspecto de muñeca. Debo admitir que si de mí hubiese dependido comprarme algo elegante, no se me hubiese pasado por la cabeza siquiera comprarme este vestido. No es nada personal pero, es sólo que no va con mi estilo. Sí, quizá tenga unos gustos muy exóticos y sí, puede que me esté volviendo una histérica pero, ¿qué puedo hacer al respecto? Absolutamente nada. El porqué es bastante obvio, ¿no? La pereza, siempre será la pereza. Ahora entiendo por qué no persigo mis sueños, soy lo suficientemente vaga como para apartar de mi cabeza la idea de correr tras ellos.

Alcanzar mi Volkswagen Beetle rosa no es tarea fácil puesto que antes de llegar hasta él, tengo que enfrentarme a las escaleras. Sí. El ascensor está averiado y nadie se ha molestado en llamar a un técnico. Así que tengo que atentar contra mi propia vida bajando con tacones por esa maldita escalera. Por una vez, debo agradecerle al karma que no se haya portado mal conmigo en lo que va de día. Aunque no sé si debo contentarme demasiado, quizá esté preparando su venganza.

Abro la puerta del coche y tomo asiento.

Todo va perfecto hasta que...

-No. No. Joder...

¿Cómo he sido tan lela de ponerme tacones si tenía pensado conducir hasta cerca del Puente de Triana? Lo que me faltaba... no puedo subir a casa a cambiarme, me llevaría mucho tiempo, además, he quedado a las diez. Aunque, si no me cambio los zapatos, no podré conducir y tendré que pedir un taxi y teniendo en cuenta que estoy sin dinero y que los taxis tardan una eternidad en recogerte y dejarte en el destino... Ana, mente fría. Tienes que estar allí a las diez sin falta y debes tener en cuenta que con tacones no puedes conducir y que no puedes permitirte pedir un taxi. No tengo otra opción, es mi única alternativa.

Me descalzo rápidamente y coloco mis pies sobre el embrague y el acelerador. Piso este último y me incorporo a la carretera sin efectuar ningún tipo de giro. Sin ser apenas consciente, ejerzo mayor presión en el acelerador, de modo que la velocidad del coche se ve incrementada notablemente y yo, incapaz de controlar con perfección los pedales, me salto tres semáforos en rojo y supero el límite de velocidad establecido. Voy a ir de cabeza al infierno. Sólo espero que no sea tan malo como lo pintan.

Aparco en un parking cercano a mi destino final y me tomo la libertad de permanecer en mi asiento unos minutos de más, entreteniéndome observando mi rostro en el retrovisor. Tengo un aspecto tan angelical y a la vez maduro que resulta verdaderamente difícil incluirme en un lugar u otro. Así soy yo, tan extraña que ni siquiera puedo ser catalogada. Debo admitir que el ser un bicho raro me convierte en la persona más feliz del mundo, pues me demuestra que estoy en este mundo para dejarme llevar por mi propio criterio.

Saco un pintalabios de mi bolso y lo deslizo por mis labios, ayudándome del espejo rectangular para comprobar que no he sobrepasado los límites. Y finalmente, bajo del coche, cierro la puerta con un pequeño golpe de caderas y, cuando me alejo unos metros, elevo el mando del Volkswagen Beetle rosa que he dejado atrás y pulso uno de los botones. Se escucha un leve clic que me confirma que el coche se acaba de cerrar. Vuelvo a guardar el pequeño mando en mi bolso y esta vez me lo echo al hombro y emprendo una marcha en dirección al puente, efectuando varios giros sobre mi misma y tarareando canciones de mi cantante favorito al mismo tiempo que meneo la cabeza de un lado hacia otro.

No tardo en alcanzar el inmenso y majestuoso puente. Camino cerca de una de las vallas, desde las cuales se pueden observar las oscuras y calmadas aguas que descansan bajo el puente. A medida que avanzo voy descubriendo cientos de candados que se aferran con fuerza a las barras de las vallas, los cuáles parecer llevar ahí una eternidad. Siempre que veo estos pequeños trozos de metal, me da por imaginar el lugar y el momento en el que una pareja de enamorados se juraron amor eterno, lanzando más tarde la llave al río, prometiendo así que aquel sentimiento jamás terminaría.

El puente está tan solitario y apagado que resulta fácil percatarse de la presencia de alguien más pero, en este caso, soy la única alma que pasa por allí. No sé si Carlos ha decidido dejarme plantada en la primera cita o si por el contrario se ha retrasado por algún motivo. No tengo ni idea. Lo único que sé es que me encuentro sumida en una detenida examinación de aquellas aguas frías que viajan de un lugar a otro, sintiéndose intimidadas por el esplendor de la luna llena que se abre paso en lo alto del firmamento. Mi imaginación echa a volar hacia un lugar lejano, en el que únicamente existimos mis frustrados pensamientos y yo.

Unas manos se depositan en mis ojos, cegándome por completo. Me sobresalto ante el inesperado contacto físico y me apresuro a colocar mis manos sobre las suyas. Mi corazón está tan acelerado con motivo de la inesperada compañía que me concedo unos segundos de calma antes de girarme hacia ella.

-Me has dado un buen susto.

Esboza una sonrisa de oreja a oreja.

-Perdona, estaba ocupándome de un detalle de última hora-en el bolsillo de su chaqueta descansa una flor blanca, la cual desprende pureza y armonía-. Pensé que te gustaría.

Sostiene la flor entre sus dedos y la observa con detenimiento. Luego, disminuye la distancia que nos separa y se detiene justo a escasos centímetros de mí. Con ayuda de sus dedos, coloca un pequeño mechón de mi cabello en la parte trasera de mi oreja y, a continuación, añade la flor sobre este, con tal de dotar a mi cabello de belleza. Vaya. No me lo esperaba para nada. Lo cierto es que tengo la extraña sensación de estar volviendo a mi infancia, aquellos tiempos en los que era inmensamente feliz.

-Gracias, es muy bonita.

Sus ojos se pierden en mi silueta por varios segundos. Probablemente se esté preguntando seriamente si ha acertado con el conjunto que me ha comprado. Bajo mi punto de vista, está tan lejos de ser de mi gusto como de que llegue a ser presidenta del gobierno. Además de sentirme como una muñeca de porcelana, no puedo evitar compararme con una lechuga.

-Estás preciosa esta noche.

-¿Sólo esta noche?

Mi comentario le arrebata una sonrisa.

-Claro que no. Eres preciosa siempre, sólo que hoy te aseguro que brillas más que todas las estrellas del firmamento juntas.

-Creo que alguien está pelota hoy.

-No soy un pelota, sólo digo la verdad-Carlos me tiende una de sus manos, invitándome a entrelazarla con la mía y yo, incapaz de negarme a esa sonrisa, acepto sin pensármelo.

Caminamos a lo largo del puente de Triana al mismo tiempo que entablamos una conversación en la que hacemos alusión a todos aquellos recuerdos que tenemos en común desde que nos conocimos. Lo cierto es que han pasado tantas cosas desde entonces... quién iba a decirme que iba a perder la virginidad con un chico que acaba de cumplir los 22 años e iba a sentirme más feliz que una perdiz.

-Tienes que admitir que para ti fue una suerte conocerme.

-Ah, ¿si? ¿Por qué?

-Porque soy el chico que has estado esperando durante toda tu vida y sé que no te vas a arrepentir de haberme conocido.

-Eres un niñato creído.

-Y tú una borde insensible.

Le doy un golpe con el hombro y, sin saber muy bien la razón, me suelto de su mano y salgo corriendo gritando a la misma vez "el último que llegue a aquella farola tiene que pagar la cena". Mi velocidad es tal que me planto en mi destino justo antes de que Carlos termine de procesar la información que le acabo de dar. Me apoyo en la figura de metal, ocultando ambas manos en mi espalda, y colocando un pie delante del otro.

-Has hecho trampa-dice con la voz entrecortada a causa del inesperado esfuerzo que ha tenido que ejercer para alcanzarme-. Jamás pensé que una mujer pudiese correr con tacones.

-Soy diferente.

-De eso no tengo la menor duda.

En sus ojos aparece un brillo inusual que me hace estremecer. Por un momento, sus ojos me pertenecen únicamente a mí y por extraño que parezca, tengo la inexplicable sensación de que me ha entregado mucho más.

Carlos tira de mí y me introduce en unos de los restaurantes, me conduce a una mesa vacía y retira la silla para que tome asiento en ella. Luego, él toma siento justo enfrente de mí y se toma la libertad de sostener una de mis manos.

-¿Qué vas a querer de beber?

Me encojo de hombros.

-Una coca cola estaría bien.

-En ese caso, que sean dos. Voy a ir a pedirlas a la barra, puedes ir echándole un vistazo a los platos, si quieres.

Carlos se incorpora de inmediato y emprende una marcha en dirección a la barra, lugar en el que lleva a cabo su cometido. Mientras vuelve, me dedico a mirar los platos que me ofrece la carta, entre los cuáles hay nombres extremadamente raros y no me extraña, estamos en un restaurante italiano y nada de lo que leo me llama la atención. No quiero arriesgarme a pasar hambre, así que me decido por pedir una pizza barbacoa.

-¿Te has decidido?

-Eh...sí... hay aquí algo que me llama la atención.

-¿Y bien?

-Una pizza barbacoa. Lo siento, en serio, pero no me llama la atención nada de lo que he leído y no quiero arriesgarme a comerme un trozo de lechuga con queso parmesano.

Otra vez vuelve a asomar una sonrisa tímida en sus labios, esa que me transmite confianza y me derrite por dentro.

-Ana, me encanta la idea que has tenido.

-¿Sí?, ¿lo dices de verdad?, ¿no me estás mintiendo?

-Te estoy siendo totalmente sincero.

Carlos le pide a uno de los camareros que pasa por nuestro lado nuestra cena al mismo tiempo que toma asiento en la silla de madera.

-Bueno, cuéntame, ¿qué tal la semana?

-Ni me la recuerdes, ha sido un completo agobio.

-Oh, vamos, no puede haber sido tan mala.

-He tenido que acompañar a Claudia, la chica a la que le estoy organizando la boda, a comprarse su vestido de novia y por si fuese poco, con ella van de la mano sus damas de honor. Además, he tenido que probar el menú del banquete. Además, mi casa está totalmente sola desde que mi hermana se fue a Londres y no mola nada tener que abastecerme a base de latas de conserva.

-¿Latas de conserva? Debo suponer que comerte esta pizza hoy va a suponer probar un trocito de cielo.

-Sí, va a ser lo más parecido. Y tu semana, ¿qué tal ha ido?

-Pues me he pasado casi toda la semana trabajando desde por la mañana hasta las cinco de la tarde. No sé si te lo dije pero estoy haciendo prácticas en un veterinario y me están pagando por ello, así que se puede decir que estoy más feliz que una perdiz.

-No lo sabía. Es genial. Me alegro mucho por ti, de verdad.

-Sí, lo es. Disfruto mucho tratando con animales.

Apoyo mi barbilla en el puño de mi mano y sin preverlo, me quedo totalmente embobada mirándole, examinando cada facción de su rostro, ignorando por completo lo que me está diciendo. Quizá me esté narrando alguna de sus experiencias en el veterinario o tal vez me esté hablando de qué cenó la noche anterior.

-Ana.

Oh, no, no. Acaba de darse cuenta de que no le estoy prestando atención. Dios, me siento tan avergonzada... Tierra ¡Trágame! Por si fuese poco, la sangre comienza a invadir mi rostro con rapidez y mis mejillas se tiñen de un rojo intenso. Ahora mismo debo estar roja como un tomate. ¡No! No puedo permitir que mi enrojecimiento me descubra. Así pues, decido ponerme de pie lo más rápido que puedo. Al hacerlo, golpeo con las piernas la mesa y una de las coca cola se derrama y se precipita sobre mi vestido. Mierda. ¿Puedes irme peor las cosas? ¡lo dudo! En serio, ¿existe persona en este mundo que sea más desafortunada? No lo creo. ¿Por qué narices se empeña el Karma en hacerme la vida imposible una y otra vez? Vale, Karma, no sé que te he hecho para merecer esto pero, hazme un favor y ¡tómate unas vacaciones!

Una camarera acude a nuestra posición y comienza a limpiar todo aquel desastre. Carlos, por el contrario, se pone de pie y acude a mí para secarme con una servilleta. Y yo me encuentro inmóvil, cruzando los dedos al mismo tiempo que rezo una y otra vez para que se trate de un sueño, de esos que rara vez se cumplen.

-No te preocupes, sobrevivirá.

La sonrisa de Carlos me aporta calma, esa que hasta hace nada había perdido.

-Aquí tienen la pizza.

-¿Le importaría ponerla para llevar? Hemos cambiado de planes.

¿Cambio de planes?, ¿a qué narices se refiere con eso? Que yo recuerde, no hemos decidido conjuntamente nada. Aunque, teniendo en cuenta que no le he estado prestando atención... supongo que todo puede ser posible.

La camarera nos devuelve la pizza dentro de una caja de color blanca y Carlos le hace entrega de un billete de veinte euros. Después, salimos al exterior y comenzamos una marcha en dirección a unas escaleras que yacen junto al río. Carlos, se toma la libertad de tomarme de la mano y de tirar de mi hacia los peldaños. Una vez en ellos, él toma asiento en el segundo de ellos empezando por la parte superior y yo me siento a su lado.

-Así que este era tu cambio de planes-le echo una ojeada a mi alrededor. Todo cuanto me rodea parece lucir maravillosamente bien esta noche-. Me gusta.

-Vas a cambiar de opinión en cuánto pruebes la pizza-toma entre sus manos una porción y con lentitud la acerca a mi boca.

-Me encanta-añado una vez he degustado el trozo. -Dios, está buenísima.

Le arrebato la caja de pizza y la coloco sobre mis muslos. La calidez que desprende el cartón contribuye a hacer entrar en calor a mis muslos. Con las prisas olvidé ponerme medias, así que yo, y solamente yo voy a ser la culpable si pillo un resfriado.

-Ven, aquí, debes estar congelada-dejo la caja en el peldaño del escalón y luego me limito a acomodarme bajo el brazo fuerte y tensado de Carlos. No tardo en entrar en calor-. Creo que no ha sido una idea muy acertada pedirte que te pusieras ese vestido con el frío que hace.

-¿Por qué me lo compraste?

-Porque me gustas.

Una sonrisa se apodera de mis labios en cuanto le oigo decir eso.

-¿Por qué sonríes?

-Porque eres un imbécil.

En ese instante me pongo en pie y salgo corriendo en dirección al puente de Triana. Carlos, se incorpora de inmediato y emprende una carrera detrás de mí.

-¿Adónde vas? La cita no ha acabado todavía.

-Te propongo algo, si llegas antes que yo al coche, te concederé una segunda cita.

-¡Ana!, ¡prepárate para un sinfín de citas conmigo!

Acelero mi ritmo a pesar de llevar tacones. Quién me iba a decir a mí que iba a ponerme a correr en estas condiciones, corriendo el riesgo de sufrir una fractura de tobillo. Aún así no pienso detenerme, debo ganar la carrera con tal de ponerle las cosas difíciles a Carlos. Estoy a punto de alcanzar mi Volkswagen Beetle rosa cuando unas manos se aferran a mi cimtura con fuerza y me hacen girar en pleno vuelo. Permanezco unos segundos anonadada por su sonrisa, tras los cuales me encuentro liberada de sus extremidades.

-He ganado-me dice una vez me siento en el lugar del conductor. Carlos se encuentra a mi vera, observando el frasco de cristal con aroma de rosas que tengo colocado en las rendijas de los conductos del aire.

-Has hecho trampa.

-No podía permitirme perder esa carrera, lo siento.

-Bueno, dime, ¿qué es lo que pretendes?

-Hacerte feliz.

Nuestras miradas se cruzan y sin saber muy bien por qué tengo la extraña sensación de que algo se está apoderando de mi ser. Tal vez sean mariposas o quizá ese sentimiento que nos hace perder completamente la cabeza, el amor.

Logramos alcanzar la puerta de mi casa de una vez por todas. Los besos apasionados y las caricias no me han permitido actuar con normalidad. Me apoyo en la superficie de la puerta y vuelvo a fundir mis labios con los suyos, nutriéndome de toda aquella calidez que desprende su boca. Me aferro con ambas manos a su cabello y lo alboroto en mi intento de atraerle más hacia mí. Las manos de Carlos se deslizan por mis cintura.

-Déjame abrir la puerta- susurro con voz entrecortada. Me doy media vuelta e intento introducir la llave en la cerradura pero los besos depositados en mi cuello por parte de Carlos truncan mis actos-.Vale, ya está abierta.

-Mejor, no creo que hubiera aguantado mucho más tiempo.

Carlos coloca ambas manos justo debajo de mis glúteos y me eleva del suelo, me pone a la altura de sus caderas y se adentra conmigo en brazos en el interior, cerrando la puerta con unos de sus pies. La negrura se apodera de nosotros en breve, sumiéndonos en la más absoluta oscuridad, aunque ello no nos importa ahora mismo. Carlos sigue avanzando a duras penas por el pasillo, haciendo repetidas pausas para apoyarme en la pared y besarme con pasión al mismo tiempo que se desprende de mi ropa. Entre una cosa y otra, llegamos a la habitación en ropa interior, así que deshacernos de ella nos lleva escasos segundos.

Nuevamente me encuentro sobre la cama, desprotegida sobre las sábanas, ansiosa por volver a disfrutar de su compañía nocturna. Mientras me estremezco en la cama, observo como mi chico se encuentra de pie junto al espejo, colocándose un preservativo de la marca durex, dedicándome una sonrisa.

-Me vuelves loco, Ana-me dice una vez se coloca entre mis caderas-. No sé si lo nuestro va a ir más allá de echar un polvo pero te prometo que voy a disfrutar hasta el último momento.

Deslizo una de mis manos por su cuello y la termino por depositar justo detrás de su nuca. Con la otra palpo parte de su torso, sintiendo bajo mi palma sus músculos trabajados y la calidez que su piel desprende. Esta vez, elevo la vista y la clavo en sus carnosos labios, para luego terminar por besarlos, propiciándoles una leve mordida.

En ese instante, Carlos me embiste con fuerza y permanece dentro de mí unos segundos, los cuales los vivo jadeando. Sale de mí nuevamente y sin previo aviso vuelve a fundirse conmigo una vez más. Tras estas se sucede una serie de ellas, cada cual con mayor intensidad que la anterior, obligándome a gemir con fuerza y a poner los ojos en blanco. Sus caderas encajan tan bien entre mis piernas que llego a la conclusión de que deberíamos estar unidos siempre. Nunca antes he experimentado tal grado de placer, es como estar en el paraíso.

Las gotas de sudor no tardan en acomodarse en la frente de mi acompañante y en empapar los pelos que conforman su flequillo. El rostro de Carlos se pierde en la parte trasera de mi cuello, zona que tengo dolorida de tantas succiones de piel. Por suerte, no llegaré a tener marcas ya que sus succiones son leves.

Sus labios se encuentran con los míos en una milésima de segundo y volvemos a fundir nuestras bocas, encajándolas la una con la otra como si fuesen piezas de un puzzle. Su lengua viaja hacia el interior de mi boca. El flujo de saliva provoca que las comisuras de mis labios se humedezcan en breve. Tal es el placer que nos está produciendo que ambos gemimos al mismo tiempo, sólo que los gemidos son apenas audible debido a que nuestras bocas, fundidas, impiden que el sonido vaya más allá.

Siento como una explosión de sensaciones se produce en mi interior, alterando mi respiración y mi ritmo cardíaco a un ritmo de vértigo. Una sensación de satisfacción y felicidad me invade al instante

Al mismo tiempo que mis músculos pélvicos se relajan. Mis piernas están doloridas y tensas y tiemblan a causa del esfuerzo. Carlos también se deja llevar tras alcanzar el chimax, cayendo en el mismo estado en el que me encuentro sumida. Se deja caer en el extremo libre de la cama y abre uno de sus brazos con tal de ofrecerme cobijo entre ellos.

-Sí.

-¿Sí?

-Pues eso, que sí, que acepto tu proposición.

Carlos se vuelve hacia mí en ese instante y toma mi rostro entre sus manos.

-¿Estás segura? Ser mi novia puede traer muchas ventajas pero también inconvenientes como tener que verme las 24 h del día.

-Lo he estado pensando y sí, estoy segura. Aunque, me asusta tener que verte tan a menudo...

Carlos deposita un largo beso en mis labios, demostrándome con ello que esta se trata de la mejor noticia de lo que va de día. Y yo, me dejo llevar por su euforia, planteándome una y otra vez cómo van a cambiar las cosas de ahora en adelante.

Sin más dilación, nos volvemos a acurrucar y nos dejamos llevar por el cansancio.

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