Capítulo 4
Una corriente eléctrica me recorre cada parte del cuerpo y me despierto de un sobresalto, mi frente está inundada en sudor y puedo sentir mi corazón bombear en mi garganta. Una extraña sensación provoca que frunza el ceño, es el sentimiento más confuso que alguna vez he experimentado.
Es algo más fuerte que un impulso, es una naciente necesidad de hacer algo que no puedo describir, es como si mis piernas sintieran el deseo de cobrar vida propia. Me deslizo fuera de la cama, un presentimiento hace que abra las cortinas de mi habitación y cuando lo hago, mis ojos se fijan en la figura de Amor, que se encuentra mirando hacia mí.
Cuando nuestras orbes hacen conexión, el rubio arruga las cejas y me invita a bajar con un gesto. Algo se remueve en mi estómago y la desagradable sensación sigue creciendo con cada escalón que bajo. Hay una pizca de miedo entremezclado con la curiosidad que siento. No temo a Amor, por raro que suene. Temo a las locuras que salen por su boca.
Cuando abro la puerta de mi casa, una suave brisa veraniega me envuelve.
—¿Qué haces aquí? —El rubio se mete las manos en los bolsillos y mira a su alrededor.
Hay unas bolsas de color morado bajo sus ojos.
—No me he acostumbrado a... esa cosa que los humanos hacéis por las noches. Dormir. —Un escalofrío me recorre la columna vertebral cuando le oigo hablar como si él no fuera humano.
—Vete de aquí o voy a llamar a la policía. Esto es demasiado.
—Pretendo cerrarle en las narices pero su mano se apoya y observa mi rostro con detenimiento antes de hablar.
—Es como... es como una corriente eléctrica. Sabes que tienes que hacer algo pero no sabes el qué y sientes una presión en el pecho que no te deja en paz.
Amor describe perfectamente como me siento pero me trago las palabras que le dan la razón junto con el nudo en mi garganta.
—Largo. —Seguidamente cierro la puerta.
El reloj marca las siete de la mañana y me termino de subir un vestido amarillo justo cuando mi teléfono vibra.
Es un recordatorio de que hoy tengo turno doble ya que lo cambié para estar con Jerry.
Mi dedo impulsivo rebusca nuestra última conversación y las lágrimas acompañan la risa hueca que escapa por mi garganta. Jerry me preguntó tres veces si doblaría turno aquel día.
A veces las señales están justo delante de nosotros, gritándonos en rojo fuerte. Pero cerramos los ojos a la verdad porque sabemos que nos destruiría. Preferimos vivir en una burbuja tejida con mentiras justo antes de que la realidad la pinche y nos obligue a enfrentarnos a aquello que más nos asusta.
Con el extraño Amor a mi espalda, exclamando cosas que no logro entender, pongo mi vista fija en el camino al trabajo. Al atravesar la puerta de la perfumería, Jordan y Dalia discuten.
—La colección de verano tiene que estar en primera línea, Jordan. ¡Estamos en verano!
—Chasqueo la lengua.
—Hola chicas, buenos días.
—Ni la rubia ni la morena se percatan de que me encuentro allí.
—Lo sé, lo sé. Lo siento, ya lo arreglo. —Jordan suele estresarse con facilidad y los gritos de Dalia provocan que se lleve ambas manos al pelo.
—Tranquila, Jordan. Eres nueva, es normal que no lo entiendas todo. —Dejo mi bolso encima del mostrador y camino detrás de éste, donde normalmente estoy.
Pero la joven no me responde, ni siquiera da media vuelta para darme los buenos días o mirarme. Mi estómago se revuelve con la inevitable certeza de que algo va mal.
—Nara llega diez minutos tarde, ¿seguirá de resaca? —La novata bromea en mi presencia, habla como si no estuviera aquí.
—Chicas, si es una broma, yo... no es el mejor momento. —Les pido con la voz más entristecida de lo normal. Pero mis compañeras siguen sin verme.
Camino hasta pararme frente a Dalia, de brazos cruzados, la gerente revisa las secciones de la tienda. Con mi mano extendida, finjo tener la intención de golpearla para que la broma cese. Pero Dalia no se mueve, no reacciona. Su sistema nervioso no la protege, no parpadea ni se aparta.
—No te ven, Nara. —A mi espalda, Amor expresa en voz alta lo que yo tanto temo enfrentar. Mis compañeras no me ven, nadie me ve salvo el extraño ser que me encontré en mi jardín.
—¿Por qué...? —La voz no me sale, mis piernas me llevan fuera de la tienda y me apoyo en la pared.
—Por la misión. Para que podamos acceder a todos los lugares que necesitemos, nos volvemos temporalmente invisibles y nuestros cuerpos físicos pasan a ser energía.
Amor habla y habla, por su boca escapan cientos de palabras pero en mi cabeza, todo lo que se repite una y otra vez es la sucesión de hechos que me ha llevado hasta este momento y lugar. Mi novio me engañó, maldije a un ser inexistente -o eso creía yo- y ahora soy invisible.
—Esto es tan injusto... yo solo quería dejar de ser desdichada.
—Bramo. Oigo como el chico de ojos grises bufa.
—Yo debería estar enfadado, no tú. Tomaste una decisión y ahora tienes que pagar las consecuencias.
—Todo lo que hice fué salir a mi jardín, ¿es eso suficiente acaso? ¿Cómo puede una decisión tan pequeña provocar una reacción en cadena de este tamaño?
—Son las decisiones más pequeñas las que cambian nuestras vidas. Pero te niegas a verlo, Nara.
—¿Cómo engañar a tu novia, por ejemplo? —Me deslizo por la pared hasta que la tela de mi vestido se ve forzada a doblarse y me tapo con ambas manos.
—No, esa fue una decisión grande. La pequeña decisión de Jerry fue engañarte en vuestra casa, en vuestra cama. El día de su cumpleaños.
Una carcajada sale de mi garganta y cierro los ojos como si al hacerlo, alguien fuera a despertarme de esta pesadilla.
—¿Cuando volveré a ser normal? —Interrogo aún sin mirarle.
—Cada misión es diferente y cuando acabes una, serás visible hasta la próxima. Si es lo que preguntas.
Trago saliva y tomo una decisión, pero no una pequeña. Aunque Amor tenga razón y las decisiones más pequeñas lo cambien todo, sé que mi decisión también lo cambiará todo. Al menos para mí.
—Está bien, ser poco humano.
Juntemos dos corazones rotos con la esperanza de que se conviertan en uno.
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