Te dije que estaba rota... Y yo prometí nunca soltarte
—Estoy bien con lo que tengo puesto —aseguré con una sonrisa.
Había accedido a arreglarme en casa de mi amiga, solo tomaría un baño, me peinaría el cabello y me quedaría con mi misma ropa o eso fue lo que había pensado en un inicio; sin embargo, ni bien salí del baño, Isabela me había elegido un atuendo prestado de su misma ropa para usarla.
—No es cualquier cita. Es la primera cita y es oficial —dijo Isabela pronunciando más fuerte lo último.
—Lo estás disfrutando mucho ¿verdad?
—Me fastidiaba verlo en la zona de solo amigos. Fuiste muy cruel Kiara y por cierto... —miró su reloj de mano—Ahora te quedan solo diez minutos.
Le había dejado un mensaje a Shane diciéndole que le daría el encuentro en la parada de autobuses hace veinte minutos. Cuando creí que lo tenía todo controlado.
—¿Qué tal esto? —intervino una voz.
Ambas dirigimos nuestra vista hacia la señora Carmen quien tenía en sus brazos un vestido negro. Lo recordaba muy bien, lo utilicé una sola vez para el cumpleaños pasado de la señora Carmen.
El vestido era sencillo de tiras, llevaba botones en la zona de mi pecho hasta terminar en el centro de mi cintura, como todos los demás vestidos, esta también se ajustaba en mi cintura. Llevaba una tela encima bordada en rosas, además de que la falda de adentro, era más corta que la de encima. Acepté usar ese. Lo acompañé con unas zapatillas negras y amarré mi cabello en una cola.
—Hablaremos luego. Diviértete con Shane.
—Me cuentas qué tal te fue con Clear.
—Ojalá les atropelle un carro tanto a él como a Shane.
Le respondí con una sonrisa para luego despedirme de la señora Carmen y salir hacia la parada de autobuses.
Cuando llegué, visualicé el carro de Shane estacionado y muchas voces que murmuraban, intenté caminar hacia él, pero la puerta de dicho auto se abrió y mi corazón latió desfrenadamente al ver a la persona que salía.
Shane iba vestido con un pantalón negro y un polo blanco tapado por una camisa azul claro, junto a unas zapatillas negras. Ahí estaba yo, indefensa ante su mirada intensa.
Me quedé quieta esperando que él llegase a mí, pero lo siguiente que pasó, me hizo debilitarme por completo. Me tomó del cuello y no dudó en probar mis labios. Era nuestra primera vez haciéndolo en público.
—Estás más que hermosa.
Algo dentro de mí me hacía sentirme especial. No eran sus palabras porque faltaba mucho para creérmelo, pero me satisfacía que él me lo dijera. Estaba segura que poco a poco mis cinco sentidos irían captando su significado hasta creerme todo lo que él decía.
Nos adentramos en el auto y dimos rumbo hacia la primera sorpresa que iba dirigida para mí. No sabía hacia dónde me llevaba, pero me sentía muy cómoda y segura con él.
—¿Puedo preguntar a dónde vamos?
—Si te lo digo, no sería sorpresa.
—Entiendo.
Volteó a observarme por unos segundos y volvió su vista hacia el recorrido.
—Te sacaré de aquí, iremos a un sitio donde solo estemos los dos.
Sonaba bonito.
Un lugar donde solo podíamos compartir y guardar momentos los dos, uno donde él y yo podríamos vivir nuestro espacio por un corto tiempo.
Mis ojos estaban algo cansados y por algunos ratos se me cerraban, por lo que me tomé la libertad de descansar. Me enrosqué alzando mis piernas en el asiento y de esa manera me enrosqué para apoyarme en la ventana. Mi cuerpo delgado alcanzaba muy bien.
Habrían pasado horas, no estaba segura, pero un beso sobre mi coronilla, me despertó. Abrí mis ojos para visualizar la figura de Shane sonriéndome.
—Hemos llegado.
Bajé mis piernas y acomodándome en el asiento, identifiqué el mar al frente de nuestros ojos. Todo era hermoso, tal y como lo había dicho Shane, no había ni una sola alma andando por esas zonas.
Ambos bajamos y a lo lejos pude observar una casa grande, era una casa de playa.
—Vengo muy seguido aquí, cuando tengo que pensar o cuando necesito escapar por unas horas. Esta casa fue mi primer regalo de mi primer cumpleaños y no sabes cuánto deseaba venir contigo.
Dejé de observar el mar y vi a la persona que tenía a mi lado. El aire nos daba en la cara con fuerza y aun así una esencia cálida creció en mi interior.
—Eres increíble Shane.
Le tomó solo un minuto en estar observándome para luego coger mí rostro con delicadeza y dejar un beso en mis labios que yo correspondí gustosamente. Al cabo de otro minuto más nos separamos porque el tosido falso de alguien nos detuvo.
Alcé mi rostro y detecté a un hombre mayor.
—Oh Julián, discúlpame, me olvidé —se disculpó Shane.
Ambos nos separamos y de inmediato mis mejillas se encendieron.
—Solo venía a decirle que la comida que ordenó ya está lista, joven —habló el hombre.
—De acuerdo, enseguida vamos —con ello el hombre desapareció de nuestras vistas.
Volvimos a mirarnos y ambos compartimos una sonrisa de complicidad.
Cuando llegamos a la casa de playa me asombró ver lo inmensa que era. Había tres grandes muebles, un televisor grande y plano con una mesita de vidrio al centro. Las cortinas eran de color crema, en el techo colgaban seis lámparas blancas. Al costado estaba una mesa grande con seis asientos, todo era tan espacioso que era difícil acostumbrarse siendo solo unas cuatro personas. Al frente se veía una piscina grande. Yo estaba totalmente sorprendida.
En la casa nos acompañaban el señor Julián y la misma mujer que me arregló para la fiesta de bienvenida, quien era la que cocinaba y serviría los platos.
—Bienvenida señorita —habló la mujer con una sonrisa en el rostro.
—Gracias, Petunia ¿verdad?
—Ella misma —dejó los platos y cubiertos sobre la mesa —El señor Shane es un gran chico. Me alegra que usted lo haga feliz.
Abrí mis ojos exageradamente.
Ella soltó unas pequeñas risas.
—Lo sé todo. Llevo cuidando al joven desde el primer día en que piso la familia. He notado el gran cambio que tuvo desde ayer, desde que usted le dio el sí.
—No quiero equivocarme.
Petunia dejó el plato de comida servido en frente de mí. A simple vista tenía buena pinta y también olía muy bien. Solo quería comer como una chica normal por lo menos esa vez.
—He visto cómo usted lo observa —dejó también el plato de Shane en la mesa servido —Usted ama al joven.
Esas últimas palabras se repitieron una y otra vez en mi cabeza. ¿Era así? ¿Comenzaba a sentir cosas más fuertes por Shane? ¿Cosas que yo no podía entender en su totalidad?
—Listo. Ya podemos disfrutar de nuestra comida —habló él acercándose a la mesa.
Lo observé en silencio y solo pude sonreír. Cogió mi mano derecha para dejar un beso sobre él.
—Te prometo que sí puedes —dijo metiéndose un pedazo de pollo horneado a la boca.
De algo que estaba muy segura, era que amaba su compañía.
Por ello, me animé a comer sin pensar en el después. Disfruté del sabor como siempre me lo repetía la psicóloga.
Después de haber ingerido toda la comida, decidimos reposar en la sala. Me tomé la libertad de verificar bien la casa, solo había observado el primer piso y faltaba saber qué había en el segundo. Shane no tuvo problema y dijo que me acompañaría. Me había informado que solo había dos habitaciones.
Subimos y lo primero que hallé fue un cuarto con una cama de dos plazas, estaba bien tendida y se notaba que nadie la había usado por mucho tiempo. A su lado había un masetero con una planta y en la cabecera de la cama había un cuadro de ajedrez con todas sus piezas. El vidrio que conectaba el cuarto con el exterior, era precioso. Dejaba estar dentro y poder visualizar todo.
En la siguiente habitación había otro cuarto con dos camas dentro, uno tapado con sábanas negras y el otro eran sábanas de color crema. Le hacían compañía unos muebles pequeños de color naranja y una alfombra del mismo color. El vidrio conectaba hacia el exterior del mismo modo que el anterior cuarto.
—Te reto a meterte a la playa.
—No traje ropa de baño.
—No te pedí que entraras en ropa de baño.
Sabía a lo que se refería y no iba a dejar que viese mi cuerpo, no cuando aún no me sentía segura de él. Me faltaba mucho como para mostrar esa parte. No podía aún.
—No creo —me volteé para regresarme.
Di unos cuantos pasos cuando unos brazos me cargaron como un saco de papas. Shane me estaba cargando sobre sus hombros.
—¡Shane, no lo haré! —grité pataleando para que me soltara.
Caminó conmigo por toda la casa hasta salir de ella, estando afuera, empecé a desesperarme. Estaba marcada y no quería que me viera cuando me sentía así. Tenía miedo.
No quería que viese esas marcas en mi cuerpo.
—Por favor, Shane —pedí rogando con la voz rota.
Mi cuerpo empezó a temblar y eso hizo que me dejara en el suelo.
Enseguida me cubrí con mis brazos mi cuerpo y empezaron a salirme las lágrimas. Él entendió que no era una broma.
Se separó de mí y empezó a quitarse la camisa quedando con el polo que llevaba dentro. Creí que no lo haría, pero fallé, se quitó el polo dejándome ver su definido torso desnudo y, aun así, no se detuvo. Se empezó a desabrochar el pantalón y fue ahí cuando reaccioné.
—Para.
Yo sabía que él jamás me obligaría a desnudarme si es que yo no lo deseaba pero ya no podía tranquilizarme. Cuando el pánico y la ansiedad se apoderaban de mí no había forma de calmarme.
—No me estoy sintiendo bien. Quiero regresar.
Estaba rota y temía que Shane viera otra vez esa parte de mí. O peor aún que siguiera descubriendo cosas que aún le faltaba conocer de mi pasado.
—Te amo, Kiara. Déjame reparar cada parte rota de ti.
—No. Aléjate de mí —respondí, negando con mi cabeza.
—Sabes que no lo haré —intentó acercarse.
—¡No! ¡Vete, por favor! —me apresuré en regresarme para meterme a la casa.
Quería huir de ahí como sea, quería que el pánico se fuera y que Shane dejará de ver esa parte fea de mí. Pero no conseguí nada, solo sentí los brazos de Shane detenerme.
—Te dije que estaba mal, que yo no era normal —dije entre llanto.
—Y yo te dije que lo aceptaría y que haría lo imposible hasta conseguir que te mejores.
Caí en el suelo mientras que mi alma se rompía en mil pedazos. Shane, me sostenía en sus brazos, mientras que yo me refugiaba en su pecho.
Mis lágrimas no se detenían.
Estaba débil y lo peor era que la persona que más amaba me viera en esa situación desastrosa. Me rompía y me volvía inútil sin poder hacer nada para regresar a mi estado de tranquilidad.
Quería mostrarle lo mejor de mí, pero no a la Kiara que llevaba oculta.
Sentí sus pies caminar conmigo cargada y otra vez, esa desesperación de ahogo vino con fuerza.
—Me pediste que no te soltara y eso haré —dijo recordando mis palabras para luego lanzarse al mar conmigo en sus brazos.
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