Dejar que todo fluyera

Me encontraba afuera de la casa de Isabela, exactamente al frente de su puerta pensando en todo lo que había pasado. Tomé un respiro fuerte y me animé a tocar su timbre. Al segundo toque, una señora de casi unos cuarenta años, salió a recibirme. Era la madre de ella.

—Oh, Kiara —me dio un fuerte abrazo —No te quedes ahí, pasa.

La señora Carmen siempre había sido muy amable conmigo, ella era una señora algo ocupada con el trabajo, pero bien atenta con su hija. Sentía mucho respeto por ella porque era como una madre para mí, sabía entenderme aún con mis inseguridades y cada vez que me sentía mal se daba una que otra pasada por mi departamento para verificar como estaba mi estado. Ella era lo que quería de una madre.

—Preparé galletas —dejó una bandeja sobre la mesa —Come las que quieras.

Me metí una galleta a la boca y disculpándome, subí las escaleras para dirigirme hacia la habitación de mi amiga. Quise tocar, pero pude darme cuenta que la puerta estaba junta; así que, decidí empujar sin hacer tanto ruido y me adentré.

La luz estaba apagada e Isabela continuaba metida en su cama. La toqué por encima para despertarla, pero ella no tomaba iniciativa de despertarse, ni si quiera hizo algún movimiento. No me quedó otra opción más que quitarle toda la sábana, a lo que por fin pude escuchar algunas quejas de su parte, pero tampoco conseguí que se despertara. Fui hacia sus pies y empecé a movilizar mis manos encima de la palma. Así logré que se moviera y emitiera sonido. Sí, ella se estaba riendo.

—Detente, Kiara —pedía entre risas.

—No. Te levantarás, tomarás una ducha, te cepillarás los dientes y te cambiarás.

Era gracioso ver que habíamos cambiado de papeles.

Ella seguía esforzándose por ganar, mientras que mis manos no solo estuvieron ahí, subí hacia su abdomen y seguí con mis ataques.

—Vale, vale. Lo haré, quítate.

Me detuve y dejé que ella hiciera lo que le había dicho. Le tomó mucho tiempo, pero por fin pude hallarla en las mejores condiciones, en ese cuerpo que siempre mantenía limpio y aseado. En un buen estado.

—Bien. Estás mejor. 

Decidimos bajar para terminar de comer las galletas que la señora Carmen había preparado y efectivamente ella seguía sentada en donde la había visto por ultima vez.

—Hija. Me alegra que te hayas levantado. ¿Desayunarás cierto? —intervino su mamá.

—Sí, lo siento. Hoy desayunaremos juntas —respondió mi amiga sentándose en la mesa. 

—Me alegra —se levantó —Siéntate Kiara, te serviré también a ti —me pidió la madre de Isabela.

Dudé por un segundo si hacer caso o inventar una excusa para huir otra vez pero finalmente decidí caminar y sentarme al frente de Isabela. El desayuno era un licuado de yogurt con mango y papaya acompañado de unas tostadas. Isabela en todo momento observaba cada movimiento mío, habíamos regresado otra vez a yo ser vigilada y ella a tener el mando, pero pude conseguir comerme por lo menos una tostada y acabarme todo el batido. Con ello nos bastaba a todos. 

—Te ayudaremos lavando todo lo que se ensució —dijo Isabela tomando su vaso y el mío. 

Ella se encaminó directamente a ponerse a lavar todo lo que estaba sucio, mientras que yo limpiaba la mesa. Al finalizar decidimos regresarnos para el cuarto de mi amiga.

—Gracias por avisarle a Shane —agradecí mientras que me sentaba en su cama. 

Ella soltó un respiro profundo.

—Verás. Ese chico haría lo que sea por ti.

—Lo sé.

—Y no me digas que... —se calló de golpe —¿Qué fue lo qué dijiste? 

—Que lo sé.

Ella se quedó unos minutos callada analizando la situación. Cuando por fin entendió todo, se giró completamente hacia mí y me tomó por los brazos para encararme.

—Kiara Mendoza Saens, ¿qué pasó anoche? 

—Lo mismo puedo preguntar yo.

Ella volvió a quedarse callada, de poco en poco me soltó y regresó a sentarse mirando hacia el frente.

—Te lo dijo ¿no? 

Asentí con la cabeza.

—¿Qué fue lo que pasó?

Isabela por unos segundos dudó; sin embargo, confesó lo que tanto ocultaba. Mejor dicho, lo que tanto le dolía.

—Después de que nos pediste que te dejáramos, cada uno se fue por su camino. Vi como Clear, se subía a su carro con ella, eso me enfadó. Él mismo se ofreció a llevarme, pero fue tanto mi orgullo que no quise y preferí regresar a casa caminando. Durante todo el camino estuve pensando mucho y la verdad es que no lo aguantaba, me sentía mal porque actuaba como una tonta —soltó una sonrisa débil —Incluso le mandé un mensaje a Josué diciéndole que terminábamos con lo que sea que teníamos —agachó su cabeza por un momento —¿Cuándo fue que me volví tan romanticona?

Conocía ese sentimiento. Amar, no corresponder y tampoco no ser correspondida. 

A veces solía preguntarme qué pensaría Clear si supiera que Isabela andaba locamente enamorada de él. ¿Todo seguiría de la misma forma o algo cambiaría? 

—¿Recuerdas lo que me decías? Que es mejor vivir el presente que aferrarte al pasado —caminé hacia ella —Te felicito por terminar con Josué, pero qué te parece si también dejas tus sentimientos fluir y luego te despides de ellos —agregué tomando su rostro entre mis manos.

—¿Crees que me escuche?

Le mostré una sonrisa.

—Fuera de lo que él sienta, solo lo harás para quedar libre de ello. 

—¿Y si nos equivocamos?

—Me equivoqué todo este tiempo con Shane. No lo hagas también tú. 

Ella se quedó callada un corto tiempo y finalmente accedió asintiendo con su cabeza. Se levantó de un salto y se fue al baño a lavarse el rostro.

—¿Planeas ir ahorita?

—Sí. Cuanto más pronto, mejor —contestó saliendo del baño y dirigiéndose a su armario.

Sacó de él varias prendas y empezó a observarse en el espejo. Me asombraba la seguridad que Isabela tenía de sí misma para no continuar derrumbándose con tan solo unas palabras mías. Optó por un polo blanco a tiras y una falda corta de color negra con unos tacos bajos.

Del mismo modo, mi celular timbró en mis pantalones, de manera tan veloz lo saqué de ahí. Leí el nombre y antes de contestar, di un fuerte respiro.

¿Qué había pasado conmigo?

—Aló —contesté en un susurro

—¿Aló? —me respondió él al otro lado

—Te escucho, dime.

—Oh, pero yo no y créeme que deseo escucharte cuanto antes.

Extendí mis labios en una sonrisa y empecé a jugar con mi cabello.

—Apuesto a que estás sonriendo —siguió él.

—Al igual que tú.

—¿Por qué negarlo? ¿Estarás ocupada esta tarde?

Conocía esa pregunta.

—Debería estar descansando. Supuestamente me dieron descanso en el trabajo por salud, pero...

—¿Pero? Prometo que será inolvidable.

Con él nada era aburrido. Me imaginaba muchas cosas, entre caminar por la arena descalzos o treparnos a la cima de un árbol para ver todo desde la superficie. Definitivamente me llevaba recuerdos muy bellos del pasado. No lo dudaba, con él nada sería inolvidable.

—Acepto, pero no seré la única sorprendida. Yo también quiero llevarte a un lugar.

—Lo que tú desees. Paso por ti al medio día —seguía con mi sonrisa, hasta que recordé que faltaba solo una hora para las doce.

—¿Estás loco? Solo falta una hora.

—Exacto —admitió entre risas para luego colgarme.

Había sido cortada.

Me quedé observando mi celular y la hora. Ya no faltaba una hora, el reloj marcaba las once y cinco. Tenía cinco minutos menos y hasta que llegase a mi casa se me iba media hora, no me iba a dar tiempo ni para bañarme.

Regresé mi vista al frente y grande fue mi sorpresa al ver a Isabela ya vestida observándome.

¡Oh rayos!

—Son las once y siete, cariño. Creo que necesitarás mi ayuda —indicó mi amiga sonriendo.

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