Capítulo 10

Cuando no queda más que agradecer la felicidad de antaño y guardar las palabras para siempre es momento de que la tristeza busque una salida...
Charlotte Johnson.

Me sentía completamente motivada por lo que me esperaba a partir de ahora, un empleo donde podía ganar lo suficiente para apoyar a mi hijo con lo mejor.

    Serví el desayuno a mi hijo y comí rápido esperando que no se me hiciera tarde.

    La puerta sonó y mi hijo abrió para dar paso a Elinor que me miraba sorprendida.

—Pero si estás hermosa —dijo llevándose las manos a la boca—. He venido para llevarte y traerte esto.

    Mostró mis uniformes arreglados.

—Lo has hecho —dije a punto de soltarme a llorar.

—No llores —ordenó con su voz de mala que tanto me hacía reír—. Ve a cambiarte y después te llevaré.

—¿De verdad? —dije profundamente agradecida—. La verdad es que me queda poco dinero.

—No te preocupes —aseguró con gesto indiferente—. Estos días puedo llevarte hasta que cobres tu primer sueldo.

    Sonreí de emoción de imaginar que pronto tendría uno.

—Es hora de irnos —dijo mientras yo corría a lavarme los dientes, a cambiarme, retocarme  y por mi bolso.

     Di un beso a mi hijo que me deseo suerte y me apresuré a ir con mi amiga.

—Muchas gracias Elinor —dije una vez dentro del auto—. No sé que haría sin ti.

—No agradezcas —replicó—. Sé que tú harías lo mismo por mí, qdemás si te sientes mejor tómalo como un préstamo. Luego me lo pagas.

    Asentí de nuevo y respiré profundo antes de preguntar cómo me veía.

—Estás divina —dijo con un guiño—. Todos van a babear al verte.

—No quiero que babeen —dije entre risas—. Solo quiero vender mucho.

—Me daré una vuelta para comprarte y voy a recomendarte entre mis amistades —decretó con seguridad—. Ya verás que pronto serás la vendedora estrella.

   Continuamos el camino entre risas y chistecillos comunes, que en menos de lo que imaginé estaba frente a la oficina con los nervios atormentándome.

    Era la primera vez que iba a trabajar y tenía que hacerlo bien. Tenía que vender mucho y salir de esto.

—Todo estará bien. —Me animó—. Ahora sal de aquí y demuestra que eres la mejor vendedora del mundo.

   Me reí antes de abrazarla y darle un beso. Salí del auto y me despedí de ella una vez más, que me deseó toda la suerte del mundo.

    Entré a la empresa y tal vez fueran los nervios pero sentía que todo mundo me veía.

    Subí al ascensor y todo el camino me la pasé diciéndome a mí misma que podía lograrlo, que no me rendiría y que poco a poco las cosas mejorarían.

    La puerta se abrió y varias chicas platicaban en pequeños grupos.

    Todas eran bellísimas y sumamente sensuales, yo por el contrario era normal y no quedaba mas que aguantar. El trabajo lo tenía y era lo importante.

—Hola —dijo una chica—. ¿Eres nueva no es así?

—Lo soy —respondí mientras otras chicas se acercaban—. Estoy nerviosa, nunca había trabajado.

—No pasa nada —dijo una pelirroja—. Seguro que aprendes rápido. Por cierto soy Sally.

    Extendió su mano que tomé antes de presentarme.

—Yo soy Milly —dijo la primer chica que me había hablado—. Estamos para apoyarte, todas hemos sido nuevas alguna vez y nos hemos apoyado en todo.

    Agradecí las muestras de apoyo de todas antes de que las puertas el ascensor sonaran indicando la llegada de alguien.

—Buenos días —dijo el señor Baker mientras todas se acomodaban.

    El saludo a coro se escuchó.

    Creí que no me había visto pero entonces se detuvo y me miró de arriba a abajo.

—Buen día —dijo con una media sonrisa—. Bienvenida.

—Gracias —devolví con una sonrisa enorme.

—En cinco minutos en la sala de juntas —dijo para todas, escuchando nuevamente a coro nuestra aceptación.

—Lleva una pequeña libreta y un bolígrafo —dijo una de ellas dándome los materiales—. Presta mucha atención.

    Asentí y las seguí a la sala donde todas tomaron asiento y esperaron.

     Se escuchaba el murmullo de las pláticas y risillas de algunas hasta que el click de la puerta silenció a todas y las hizo acomodarse.

    Aiden Baker entraba con toda su imponente humanidad y abría su laptop frente a todas para comenzar.

—Buen día de nuevo —dijo quitándose la chaqueta—. Hoy tenemos a alguien nueva que espero puedan apoyar como siempre. Sé que puedo confiar en ustedes.

    Todas afirmaron antes de que él comenzara a hablar sobre algunos tips de belleza, índices de venta y cosas que no entendía.

—Recuerden que ustedes no venden cosméticos —dijo casi al finalizar—. Venden ideas y seguridad. Hagan que las mujeres de allá afuera se sientan hermosas. No olviden que a los hombres nos gusta ver a nuestra novia o esposa bella.

—Sí, o son reemplazadas por una más  joven y maquillada. —Me vi diciendo sin querer.

—¿Disculpe? —dijo con curiosidad —. Comparta con nosotros sus ideas.

—No, en realidad no es nada —dije avergonzada y arrepentida de haber sacado mi frustración en voz alta.

    Su mirada profunda hizo que terminara por rendirme.

—He dicho que a los hombres les gustan maquilladas y jóvenes —dije roja de la vergüenza—. Y si su esposa no cumple eso, simplemente es desplazada.

    Agaché la vista mientras un silencio estridentoso se formaba en la sala.

—La junta ha terminado —dijo con tono autoritario—. Vayan a hacer sus labores.

    Me puse de pie inmediatamente pero su voz me detuvo.

—Usted no —dijo y yo sabía que me hablaba a mí—. Regáleme unos minutos.

    Volví a sentarme mientras veía a todas abandonar la sala.

    El click de la puerta sonó indicando que estábamos solos.

    Un nuevo silencio se instaló y yo solo deseaba volver el tiempo y borrar mis palabras. Tal vez pensaba despedirme o peor aún, burlarse de mí.

—Señora Johnson —dijo con un tono indiferente.

—Maguire —interrumpí—. Charlotte Maguire. Es mi apellido de soltera. No soy más la señora Johnson.

     Hubo otro silencio en donde no supo qué decir para librarse de él.

—Bien señorita Maguire —dijo y levantó la mano para detenerme—. Antes de que diga algo, es la política.

    Asentí sin poder decir nada más.

—Vendo cosméticos —dijo e hizo una pausa—. Vendo seguridad a las mujeres, contra la estupidez masculina no tengo nada. Si un hombre cambia a su esposa solo por su aspecto entonces a parte de bruto es un completo desgraciado. Ellos no son hombres, al menos no de verdad.

    Mis ojos se llenaron de lágrimas de recordar mi situación.

—Al final no importa nada —dije levantando la vista y mirándolo—. Los hombres abandonan porque encuentran a una mujer que luce más bella y joven, porque es estilizada, porque no tiene arrugas, porque se rigen por el estándar de belleza impuesta por la sociedad y dejan a sus esposas por incultas, porque los años la han alcanzado, porque ya no tiene el cuerpo firme; porque simplemente ha dejado de ser útil.

    Agaché la vista presa de la furia y la incredulidad de estar diciendo eso.

    Me limpié las lágrimas y giré el rostro muerta de vergüenza y dolor.

—Para un hombre es muy importante el aspecto —continué—. A ustedes no les importa rompernos el corazón, echar a la basura el amor de años. Las esposas tenemos fecha de caducidad, tan simple como eso.

—Soy un hombre y puedo asegurarle que hay un alto porcentaje de nosotros que no se fija en eso. —Bufé incapaz de creer tal cosa—. El punto es que habemos muchos que preferimos a una mujer natural a una con máscara. Charlotte, si alguna vez un hombre le dice que usted no es lo suficientemente bella. —Hizo una pausa y levantó mi barbilla—. Solo sonríale y pase de largo. Usted es hermosa, el maquillaje no la hace bella, no es milagroso, al contrario solo sirve para cubrir inseguridades. Usted no necesita nada porque sin duda es la mujer más hermosa que he visto.

    Sin poder contenerme empecé a sollozar porque me dolía escuchar algo que no sentía, algo que yo sabía que no era así.

    Sentirme bonita era algo que ya no conocía. Mi valor como mujer había sido mandado a la basura. Ahora solo quedaba el miedo al futuro y el acecho de todas mis inseguridades y para más inri sabía que solo me lo decía porque intentaba hacerme sentir mejor después de haber develado yo sola mi penosa situación.

    Ahora todos sabían que yo era la esposa abandonada llena de resentimiento y con la autoestima por el suelo.

—No llore más por él —dijo con voz ronca—. Usted no ha perdido un esposo, es él quien ha perdido a la mujer más bella y seguramente a una esposa y madre ejemplar.

    Me puse de pie y me lancé sobre él para llorar sin poder parar.

    Intentaba contenerme pero los meses en los que había sido fuerte por Cody y en los que me era imposible sentir otra cosa más que preocupación por las penurias económicas me habían impedido sufrir y sacar mi dolor como debería.

    Nuevamente había olvidado como ser una mujer y mi papel protector se había activado con fuerza.

    Mi jefe terminó sobando mi espalda y susurrando palabras para calmarme y cuando al final pude hacerlo simplemente me separé de él. 

     Me miró, pero lo hacía de manera diferente.

—Lo lamento —dije sin saber cómo justificarme—. No debí decir todo eso, es solo que llevaba mucho tiempo guardándolo. De verdad lo lamento.

—No pasa nada —dijo acercándose a mí—. De verdad que no.

    Tomó nuevamente mi barbilla y me miró fijamente.

—Limpié sus lágrimas —añadió—. Retoque sus rostro, tómese unos minutos y después salga y demuestre que no lo necesita y que puede con esto y mucho más. De amor no se muere nadie y mucho menos una mujer que es mil veces más fuerte que un hombre.

     Sonreí y asentí conteniendo nuevamente las ganas de llorar pero me obligué a ya no hacerlo.

    Salió de la sala de juntas dejándome sola para que me recompusiera.

    Permanecí unos minutos parada en los que no hice nada más que pensar en lo que acababa de pasar.

    Salí algunos minutos después y fui al baño a retocarme al baño.

   Me miré al espejo. Esta era yo. La mujer de treinta y cuatro años, abandonada por su esposo que había preferido a una mujer de diecinueve, pero tal como dijo mi jefe, yo podía lograrlo. Era una mujer fuerte y no iba a dejar que el desamor me venciera.

    Salí del baño y me encontré con mis compañeras. Si habían escuchado algo o lo suponían, fueron lo suficientemente reservadas y respetuosas para no comentar nada y al contrario se acercaron a apoyarme para empezar a conocer el producto.

    Todas eran solícitas y muy buenas vendedoras y yo me la pasaba tomando nota para aprender todo lo necesario sobre el tema.

    Pasé toda la mañana tal como se me había pedido tomando nota y aprendiendo de todas y cuando llegó la hora de la comida tuve pena de ir con ellas porque no llevaba dinero para comer por ahí.

    Revisé mi bolso y mi cartera y apenas llevaba para el pasaje de vuelta y una que otra cosa barata.

    Fingí un compromiso y me despedí de ellas que tomaron el sentido opuesto.

    Me acerqué a un pequeño banquillo para pasar mis dos horas de comida y después volver a la oficina.

    Rebusqué en mi bolso y solo encontré una pequeña galleta que devoré en segundos.

    Un auto se detuvo frente a mi y sonó la bocina para que me acercara.

    Bajó la ventanilla.

    Mi jefe me miraba extrañado desde su auto por lo que sin opciones me acerqué.

—¿Qué hace ahí? —dijo frunciendo el ceño—. Hay mucho sol, además de que debería estar comiendo.

    Me daba pena decir que con las prisas no había llevado comida y que tampoco dinero por lo que dije lo primero que se me ocurrió.

—Esperaba a mi amiga pero supongo que ya no pudo venir —dije sin saber que más decir—. Voy a volver a la oficina.

—¿Y no comerá? —inquirió—. Debería hacerlo.

—Por supuesto —dije sonrojándome—. Lo haré.

—Suba —ordenó—. Voy a comer por acá cerca igual podemos hacerlo juntos.

    Mis latidos se dispararon de solo imaginar que me sentaría y después no tendría para pagar mi comida.

—No se preocupe. —Me excusé—. Puedo volver a la oficina y comprar algo por ahí.

—No lo dudo pero bueno ya estamos aquí —dijo insistente—. ¡Suba!

    Sonreí y no me quedó de otra que subir al auto y rogarle a Dios que le surgiera algún contratiempo.

—¿Cómo se ha sentido en su primer día? —preguntó desenfadado—. No es tan difícil.

—Pues bien —respondí con una sonrisa—. He aprendido de las chicas y espero mañana hacerlo bien.

—Estoy seguro que sí. —Su vista siguió al frente—. Estoy seguro de que hará un buen trabajo.

    Aparcó frente a un restaurante y yo quise echarme a llorar de solo mirarlo.

    Era un lugar bello y evidentemente caro, de esos a los que una persona como yo jamás había entrado y de solo imaginar los costos se me apretaba el estómago.

    Fuimos atendidos de inmediato y llevados a una mesa en el fondo donde nos fue entregada la carta.

    No habían precios pero de solo imaginar me daban ganas de echarme a llorar.

    Miré alrededor tratando de buscar una excusa para levantarme y salir cuanto antes de ahí.

    Pensé en que iba a decirle después, ¿no tengo para pagar mi parte? Me moriría de vergüenza de solo pensarlo. Con Colin siempre pagaba mi parte y debía llevar lo suficiente, siempre fue así, incluso de novios y lo entendía, estudiaba y trabajaba, lo que no dejaba suficiente para invitarte a salir y pagar todo, como fuera aquí no había excusa y yo no traía dinero.

    Volví a mirar la carta y después al mesero que me miraba incómodo, esperando que dijera algo.

    Estaba a punto de decir algo pero la voz de mi jefe me detuvo.

—Me da unos segundos —dijo al mesero que asintió con una sonrisa y se retiró.

    Observé a mi jefe.

—¿No te apetece nada de este lugar? —preguntó solícito—. Podemos ir a otro lugar.

—No, claro que no —dije guardando silencio.

    Me miró y finalmente apretó los labios.

—Ya —dijo removiéndose—. ¿Te parece si esta vez invito yo? Me deberás una comida.

    Sentí que moriría de vergüenza ahí mismo. Se había dado cuenta...

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