Capítulo 8

Al salir de la sala, mis ojos intentaron vanamente recuperarse del paso de oscuridad a la clara luz de los focos del centro. Notaba que aún seguían ligeramente hinchados por mi llanto.

Leo me cogió la mano.

— La película ha sido increíble. Vaya efectos especiales ¿Has visto la batalla? Quien me iba a decir que me iba a gustar una peli de niñitas. Y todo por ti, nena. — Dijo con cierto entusiasmo.

— Sí — Respondí. —Ha estado bien.

No pude decir más al respecto porque no había conseguido concentrarme en la película después del incidente de las palomitas, y había estado inmersa en mis pensamientos y en mi tristeza. Pero tenía que disimular. Leo no podía enterarse.

— Y Angelina... ¡Brad Pitt tiene una suerte increíble...!—Continuó.

— Sí... —Asentí.

No tenía ganas de escuchar ningún comentario más acerca de la película.

— Emily, ¿Estás ahí?

— Sí —Tenía que decir algo más que un monosílabo, o Leo empezaría a mosquearse — Te estoy escuchando.

— Estaba pensando en que te quedaras a pasar la noche en casa. Ya sabes, cenar algo, algunas cosquillas...Echo de menos esas noches. Hace mucho que no te veo con los labios rojos...

A Leo le encantaba cuando me pintaba los labios de rojo, y hacía tiempo que ya no lo hacía. Quizás parezca una tontería, pero los días que usaba carmín eran increíbles. Jugábamos a seducirnos, yo le guiñaba un ojo y le besuqueaba por todas partes para dejar mi rastro de color de fuego. Yo también lo echaba de menos.

No me apetecía otra cosa más en el mundo que una noche así con él, a pesar de todo. A pesar de su frase desafortunada o de su error de la otra tarde. Le amaba pasara lo que pasara.

Le miré fijamente. Vi sus ojos verdes chisporrotear mirándome. Me agarró fuerte y le besé. Creí que eso era la felicidad. Daba igual todo. Le tenía a él, ¿qué más podía pedir?

— Vámonos de aquí. —Le dije sonriendo con la boca cerrada.

La gente que salía del cine, se amontonó a la salida del centro. Atravesamos la multitud y noté cómo alguien tocó mi brazo por detrás.

Me giré en un intento de averiguar de quien se trataba o si había sido por accidente.

Entonces vi a aquel chico de los desayunos. Míster sonrisa estaba allí, entre toda esa gente. ¿Qué hacía allí? ¿Acaso no había más centros comerciales en la ciudad? ¿Me estaba acosando? Por su cara de sorpresa, deduje que no. Él tampoco esperaba encontrarme allí.

Se acercó a nosotros. No iba solo. Una chica de aspecto dulce y delicado sostenía su mano. Era rubia, de tez pálida y ojos azules. Parecía de porcelana, amenazaba con romperse en cualquier instante.

— ¡Hey, Emily! Qué casualidad encontrarnos aquí.

Subió los ojos, siguiendo mi brazo unido al de Leo y le miró. Ambos eran de una altura similar. La tensión de ese minúsculo momento podía cortarse con un cuchillo.

Entonces Adam, sacó la mano libre de su bolsillo y se la acercó a Leo, a modo de saludo. Ambos se dieron la mano.

— Hola, soy Adam. Encantado.

— Este es Leo. —Dije.

Leo comenzó a escanear a Adam. En ese momento supe, que después tendría que darle una larga explicación sobre quién era. Leo era extremadamente celoso y no soportaba que ningún chico se me acercara.

— Adam, es uno de mis compañeros de clase. —Expliqué, mirando directamente a Leo.

De pronto una vocecilla salió del interior de la muñeca de porcelana.

— ¿No nos presentas? —Dijo mirando a Adam.

— ¡Oh!... ¡Sí! Esta es Laura.

Le di la mano, sonriendo con la boca cerrada. Leo me siguió.

— Hemos venido a ver la película de Maléfica. Pero ya nos íbamos. —Dije.

— Nosotros la vimos la semana pasada, ¿verdad pequeño? —Dijo Laura, buscando la confirmación de Adam.

— Sí —Respondió él. Hoy pensábamos cenar por aquí.

Solo era una charla entre conocidos, como cualquier otra. Pero yo tenía ganas de que terminase. La voz de Laura me estaba poniendo enferma. Y Leo con sus ojos llenos de celos aún más. Deseé en mi fuero interno que todos desapareciesen.

Leo cambió el gesto repentinamente. Supuse que comprendió que no había ningún peligro. Y comenzó a recomendarle a Laura uno de los sitios donde nosotros solíamos ir a cenar.

Mientras hablaban tranquilamente vi a Adam mirar fijamente hacia la altura de mi cintura. Seguí su mirada. Estaba mirando mi mano derecha, que caía junto a mi cuerpo. ¿Por qué me miraba la mano? Eché un vistazo en busca de algo raro. Y entonces vi mis dos primeros nudillos. Estaban rojos, y llenos de marcas. Guardé deprisa mi mano en el bolsillo de mi enorme chaqueta.

Signo de Russell, pasó por mi cabeza. Lo habíamos estudiado en dermatología el año anterior. Adam era listo y me miró con cara de preocupación, directamente a los ojos. No dijo nada. Puede que leyese en mí las señales que intenté mandarle desde mi interior para que cerrase su perfecta boca.

— ¿Por qué no cenáis con nosotros? —Dijo Adam.

Debí poner los ojos en blanco pero antes de que pudiera abrir la boca, Leo ya había dicho que sí. ¿No decía que quería pasar una noche conmigo? ¿Qué hay de los labios rojos? Maldito Leo. Lo último que quería era estar con míster sonrisa y su perfecta novia cadáver.

Mientras caminábamos por el centro comercial en busca de la hamburguesería, Laura y Leo parecían haber congeniado bien. No pararon de contarse cosas. Tenían mucho en común, muy a mi pesar. Eso me dio tiempo para hablar con Adam unos pasos por detrás, sin que nos oyeran.

— No me habías contado que tenías novia. —Susurré.

— Bueno, no me habías preguntado. —Me respondió con su sonrisa pícara. — ¿Este es el tipo que te hizo aquél moratón? —Añadió.

— Ya te dije que me golpeé. No voy a decir nada más al respecto. Y espero que tú tampoco. —Hice el intento de sonar indignada por su atrevida afirmación, pero no pude. Tenía razón. Y aunque no quisiera darme cuenta, esa era la verdad.

— Me preocupas, Emily... —Dijo con tono fraternal.

— Estoy bien. —Dije fundiéndome en sus ojos de miel.

Sin darnos casi cuenta, estábamos sentados en la mesa, "cenando" los cuatro juntos. Todos habíamos pedido la hamburguesa especial de la casa. Leo prácticamente nos obligó a escogerla, porque era su favorita y dijo que no olvidaríamos nunca el sabor de la salsa de mostaza de esa, cito textualmente, "maravilla de la gastronomía".

¿Cómo podía venerar tanto a un simple trozo de carne? Me daba asco. Miraba el plato y lo único que veía era la aguja de mi báscula girar sin parar. Pero no podía dejarla ahí, con los ojos de Adam controlando cada uno de mis bocados. ¿Por qué no se preocupaba por su dulce novia y me dejaba en paz? Laura parecía no tener fin en ese pequeño cuerpecito. Engulló su hamburguesa sin ningún resentimiento. ¿Dónde lo echaba? Estaba perfectamente delgada. Por un momento la envidié.

Deshice toda la hamburguesa, tomé un pequeño trozo de carne y lo saboreé sintiendo cómo ardía en mi boca la culpa. Desmigué el pan, saqué y troceé las rodajas de tomate. Quité la salsa con el cuchillo. Arruiné esa montaña de grasa para simular que comía.

Leo y Laura ni lo habían notado. Seguían conversando sobre sus gustos cinéfilos sin notar nuestra presencia. Adam me miraba. Él sí había notado mi plato desordenado y lleno. Agradecí de nuevo que no dijera nada. Pude ver en sus ojos preocupación y rabia. Y lo odié. Odié que fuera él quien se diera cuenta y no Leo. Él también debió pensar eso porque miró a Leo con los ojos encendidos, como si tuviera ganas de gritarle que su novia, no estaba bien.

Entonces abrió los labios, y dijo:

— ¿Sabes, Leo?... Tienes una novia muy torpe. Deberías estar más pendiente de ella, para que no vuelva a tropezar, o acabará morada por todas partes.

No podía creer lo que oí. Ya le había dicho que dejase el tema. Era mi decisión no darle importancia. ¿Quién era él para dársela, entonces? Quería gritarle. Decirle que cerrase su maldita boca de una vez. Que se fuera y no se metiera en mi vida.

— Sí, le advertí a Em que comprase antideslizantes para su bañera, pero no me escuchó.

— ¡Oh! ¿Entonces fue en la bañera Emily? Creí recordar que dijiste que te habías tropezado en la cocina. —Dijo.

La cara de Leo se enrojeció y se llenó de furia.

— Sí, fue en la cocina. Cariño, lo de la bañera fue hace un mes. Últimamente me tropiezo mucho. Debo tener las piernas de papel. — Respondí intentando controlar la situación.

Adam cerró la boca, por fin, y la mantuvo así hasta el final de la cena. Leo pareció quedarse conforme.

Después, cuando míster boca cerrada y la novia cadáver ya se habían ido, Leo y yo montamos en el coche para ir a su casa. Cerró la puerta y algo se estremeció dentro de mí. Tenía un mal presentimiento.

— ¿Le has dicho a tu amiguito que yo te hice eso? —Dijo Leo.

— Por supuesto que no mi amor. La verdad es que resbalé en la cocina. —Dije. Era increíble como una mentira podía convertirse en verdad cuando se repetía mil veces. Y yo me la repetí millones en mi interior.

Entonces me miró. Su cara estaba llena de rabia. Sentí miedo. Vi su brazo acercarse a mí. Y entonces lo hizo de nuevo. Sentí el dolor de su codo sobre mi brazo. Me quedé paralizada. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por qué? Me grité en mi interior, pero de mi boca no salió nada.

— Yo nunca te haría daño, Emily. ¡Nunca! ¿Lo entiendes? Te amo.

Se abalanzó sobre mí e intentó besarme. Le dejé. Agarró mi cabeza y me apretó contra él. Y nos fundimos en un abrazo. Las lágrimas querían salir de mis ojos, pero no se lo permití. No.

Condujo hasta su casa. Y dormí con él. Porque para mí, él era lo único que daba sentido a mi vida. Y tenía que conservarlo, pasara lo que pasara. No podía permitirme el lujo de perderle. ¿Quién me iba a querer entonces? La soledad me daba miedo. Ya lo había experimentado antes en mi vida, y no quería que se repitiese. Me daba pavor pensarme sin él. En ese momento no me parecía mal trato 364 días de felicidad a cambio de 1 día malo. Al fin y al cabo, eso pasaba en todas las parejas ¿no es así?

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