Capítulo 4
Abrí los ojos y miré hacia el techo. Estaba tumbada en la cama, pero no eran mis sábanas ni mi edredón. Giré la cara hacia mi lado y vi su espalda desnuda. Era tan delgado que pude contar a la perfección cada una de sus vértebras. Le acaricié el brazo desde el codo hasta el hombro, de ahí pasé a su cuello y bajé hasta llegar a su cintura. Lo hice de forma tan ligera que ni se despertó.
Podía oír su respiración. Parecía tan frágil cuando estaba dormido que era impensable que pudiera llegar a hacer lo que hizo.
Me quedé observándole por un rato, intentando disculparle dentro de mí. Le amaba tanto que no necesité un motivo para hacerlo. Con solo tenerle a mi lado me bastaba. Era lo que yo merecía.
Me levanté sigilosamente y miré a través de la ventana. Estaba amaneciendo.
— ¡Mierda! — Mascullé bajito. — Debe ser tardísimo.
Fui en busca de mi móvil al salón y vi la hora. Efectivamente, llegaba tarde a clase.
Agarré mis pantalones de debajo del sofá. La camiseta gris y el cárdigan estaban sobre la mesa.
— ¿Dónde estará mi sujetador? — Me pregunté.
Volví al dormitorio y al entrar vi uno de los tirantes asomar bajo la cama. Lo cogí y me vestí. Aquel jueves fue uno de esos días en los que agradecí al cielo haber llevado uno de mis cepillos de dientes a casa de Leo.
Antes de marcharme a clase le escribí una nota en un post-it y se lo dejé junto a la almohada: "Te amo dormilón. Que tengas un buen día." Además cogí su móvil y le activé la alarma para que no llegase tarde a trabajar.
Al llegar al aula, me asomé por el pequeño cristal que tenía la puerta y vi que el Dr. Hook estaba dando la clase. Pude ver como Lucas estaba medio dormido sobre la mesa y a Mimi y a Rachel hablando, seguramente preguntándose dónde me había metido.
No sabía si entrar a mitad de la lección o quedarme fuera esperando. Si pasaba tendría que aguantar las miradas de todos y la típica frase chistosa del doctor diciendo: "Señorita Sutton, ¿qué le ha ocurrido hoy al conductor del autobús?". Siempre que alguien llegaba tarde hacía la misma broma, aunque supiese que venía en coche. Recuerdo como una vez, Jeffrey, que llegaba tarde prácticamente siempre, le respondió: "Dr. Hook, no se lo va a creer, pero le abdujo un extraterrestre, y claro...tuvimos que esperar a que viniese otro". Todos explotamos a carcajadas, incluso el médico.
Eché otro vistazo por la ventana y mi mirada se cruzó con la de Adam, que estaba en la última fila, la más cercana a la puerta. Me sonrió e hizo un gesto indicándome que pasara.
Abrí la puerta despacio, mientras el profesor estaba de espaldas a la clase, intentando que no se diera cuenta y me senté en la primera silla que vi, junto a Adam. No tenía especial interés en sentarme junto a aquel invasor, pero no podía ir a mi sitio habitual sin que el profesor se enterase. Nada más plantar mi trasero en el asiento, Adam me susurró:
— Señorita Sutton, ¿qué le ha ocurrido hoy al conductor del autobús?
No pude contener la risa. Escuché a alguien desde delante pidiendo silencio, pero el doctor ni se inmutó y siguió dibujando en la pizarra algo que parecía más una nube de algodón que un páncreas.
— Por poco. — Le dije.
Me sonrió de nuevo.
— ¿Qué te ha pasado hoy, señorita puntualidad? — Preguntó.
— Me he dormido. ¿No es obvio?
— Es verdad, vaya cara más fea tienes hoy. ¿Te levantas siempre así? — Dijo, conteniendo una risilla.
Le miré boquiabierta. ¿Me había llamado fea?
— Nunca sabrás cómo es mi cara al despertar. — Dije para contraatacar.
— Era una broma, señorita puntualidad. — Susurró — Las ojeras te sientan bien.
Lo había vuelto a hacer. ¡Pero cómo se atrevía! ¡Si sólo habíamos tomado un café y cruzado un par de frases!
— Me estás empezando a caer francamente mal. —Dije. —Y te aseguro que eso suele ser irreversible.
Entonces sacó de nuevo esa sonrisa perfecta a pasear. Su dentadura era cada día más blanca. ¿Cómo lo hacía?
— Entonces es que lo estoy haciendo bien. — Dijo regodeándose.
— Yo creo que no. — Respondí. — A no ser que tu objetivo sea desayunar solo.
Entonces alzó la mano y rozó mi pelo. Tomó un mechón de la parte de atrás antes de que pudiera apartarme y lo estiró, dándome un ligero tirón. Le miré y me guiñó un ojo.
Me sonrojé y sonreí. Y me enfadé conmigo misma por no haberlo evitado. Se comportaba como un niño; si le reía las gracias, seguiría haciéndolas.
El Dr. Hook continuó con la clase durante la siguiente hora. Me mantuve en silencio hasta el final intentando atender y coger buenos apuntes. Adam hizo lo mismo, aunque de vez en cuando soltaba el bolígrafo e intentaba llamar mi atención frustradamente.
A la salida de clase, Mimi, Rachel y yo nos dirigimos hacia las taquillas. Tenía muchas cosas que contarles, y otras muchas que omitir, por desgracia. Así que mientras cogíamos las cosas les di un adelanto de mi noche con Leo, y recordé a Mimi que me tenía que contar lo que había pasado con el Dr. Williams. El día anterior había sido tan intenso para mí que no me había preocupado de lo que más quería, mis amigas.
Ya con la bata puesta cada una nos dirigimos a nuestro Servicio.
El día transcurrió con normalidad, y la hora del descanso llegó enseguida. A diferencia de otros días, no estaba segura de si lo desearía tanto. Adam, estaba resultando ser algo descarado y a mi cabeza no le apetecía demasiado comenzar una guerra, pero algo dentro de mí me pedía a gritos encontrármelo.
Entré a la cafetería. Hoy no me apetecía tomar café. Así que lo único que hice fue tomar un gran vaso de agua de una de las jarras que había a la entrada y sentarme donde siempre. Saqué el iPhone y vi que tenía dos mensajes.
Uno de ellos era de mi hermano Fred, que me preguntaba cómo estaba. Llevaba sin verle un par de meses, desde la última vez que fui a visitarle a Londres, donde vivía con su guapísima novia Emma. Los dos habían decidido mudarse fuera del país en busca de trabajo y nuevas experiencias. Eran unos aventureros, siempre estaban viajando.
Le respondí al instante. Le echaba mucho de menos. Fred había sido siempre mi protector. Era sólo dos años mayor que yo, pero actuaba como un verdadero padre. Siempre nos defendía en el colegio, tanto a la pequeña Sarah como a mí. Y precisamente hoy me hacía falta uno de sus abrazos.
El otro mensaje era de Leo. Decía:
"He visto la nota. Gracias por ser tan comprensiva. Para compensarte he comprado dos entradas de cine para mañana. Te quiero."
"Para compensarte". No sabía si algo así podía compensarse, y menos con unas entradas de cine. Pero se le veía tan arrepentido, y le quería tanto que cualquier cosa que hubiera dicho me hubiera parecido bien. Estaba ciega.
Cuando intentaba responderle, una gran bandeja invadió todo mi espacio en la mesa, y casi vuelca el vaso de agua, con suerte medio vacío.
Obviamente era Adam. No se rendía. Suspiré.
Se había sentado frente a mí, con su cacao y sus tostadas como la mañana anterior. Esta vez la mermelada era de melocotón.
— Parece que con el paso de las horas tu cara mejora. —Dijo sin que nadie hubiera preguntado.
Tenía ganas de pegarle. Me ponía de los nervios.
— Si solo has venido para hacerme enfadar, ya lo has conseguido. Puedes marcharte. —Dije.
— No puedes haberte enfadado, señorita puntualidad. Creí que eras más dura.
— Uno, deja de llamarme eso, y dos, no me conoces, no sabes si soy dura o no.
Sonrió, como si hubiera ganado.
— Tienes razón, no lo sé. Pero quiero averiguarlo.
— ¿Y por qué tienes tanta curiosidad? — Pregunté.
— ¿Y por qué no?
— Eso no es una respuesta, míster sonrisa. — Dije.
¡Oh, Dios mío! ¿Míster sonrisa? ¿En serio Em? ¿En qué estabas pensando? Ahora tendría algo más con lo que darme la lata.
Entonces soltó una enorme carcajada y después clavó sus ojos de miel en mí. De repente su gesto cambió totalmente y sus ojos se tornaron de un marrón intenso, como preocupados.
— ¿Qué te ha pasado en el brazo? — Dijo serio.
— ¿Qué? —Pregunté extrañada.
Señaló mi brazo derecho. Bajé la vista. Tenía la bata remangada y se podía apreciar un gran hematoma en mi antebrazo. No me había dado ni cuenta hasta ahora. Bajé apurada la manga hasta la muñeca e improvisé una respuesta que cubriese sus ansias de información sin levantar sospechas.
— ¡Oh! Na-da. — Tartamudeé — Ya sabes. Resbalé y me golpeé. Se pasará en unos días.
A su mente intrépida no pareció convencerle la respuesta.
— ¿Te golpeaste? ¿Con qué?
— ¿Eso qué importa? Eres muy cotilla. — Respondí. — Me di con la encimera de la cocina. Ahora además de saber que soy impuntual, sabes que soy torpe. ¿Estás contento?
Rió, pero seguía sin estar convencido.
— Está bien, no preguntaré más. Pero si quieres contarme algo, puedes confiar en mí. — Dijo.
Adam no dejaba de sorprenderme. Además de gracia, parecía tener algo de corazón ahí dentro. Quizás no era sólo un chico guapo y vacío como había pensado, pero no me hacía gracia que quisiera saber tantas cosas de mí. Por lo general no me gustaba dar detalles de mi vida y mucho menos a un chico con el que había hablado dos veces. Aún no sabía muy bien cuáles eran sus intenciones, pero estaba dispuesta a averiguarlo y hundir sus planes fueran cuales fueran.
— Cuando tenga algo que contar lo haré. — Murmuré.
Comenzó entonces a tomarse las tostadas y el cacao.
— ¿Hoy tampoco comes nada? — Preguntó.
— ¿No habíamos terminado con las preguntas? — Refunfuñé.
Nos miramos fijamente. Entonces sacó algo de su bolsillo y lo escondió en su puño.
— Abre la mano. — Me ordenó.
Le hice caso, sin saber muy bien qué iba a hacer. Entonces dejó caer sobre la palma de mi mano, uno de esos bombones redondos envueltos en papel de oro.
— No puedes negarme un bombón. Es casi pecado.
— ¿Sabes cuántas calorías tiene esto? — Dije, sin realmente pensar. Si lo hubiera hecho hubiera cerrado mi boca. No me gustaba dejar ver que me preocupaba mi peso — Es una bomba de relojería envuelta en papel dorado.
— Estoy casi seguro de que no has comido nada hoy. Un bombón no te matará.
Era cierto. No había comido nada desde las mandarinas del almuerzo del día anterior – Leo pidió pizza para cenar cuando estábamos en su casa, pero yo no probé bocado.
— Está bien. — Acepté. Mi estómago me lo suplicó —Pero si muero será tu culpa. — Añadí entre risas.
Abrí el bombón. Era de chocolate y tenía trocitos de almendra esparcidos alrededor. Su delicioso olor me hizo recordar cuanto tiempo hacía que no probaba algo así. Siempre me había encantado el chocolate. Pero cuando tomé la decisión de cambiar, tuve que apartarlo por completo de mí, y ahora estaba fuera de mi protocolo.
Le pegué un pequeño mordisco, y sentí placer. Estaba delicioso. Pero no podía comérmelo entero. O tendría consecuencias. Lo envolví y lo guardé en mi bolsillo.
— El resto para después. — Dije, guiñándole un ojo.
Me levanté de la silla y me fui, la hora del descanso había terminado.
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