Capítulo 28
Leo
Cerré la puerta de golpe, esperando que Emily y su amiguito se marcharan de una vez. Estaba muy furioso. Fui al baño a lavarme la cara. La nariz me sangraba y tenía un par de rasguños más por culpa de ese imbécil.
Ese maldito inútil tenía bastante fuerza. El dolor de la derrota era más hiriente que el dolor de los golpes, y me invadió por completo. Pensé que necesitaba algo de ayuda para sobrellevarlo y cogí el sobre que le había quitado a Emily de las manos. Eché un poco del contenido sobre la mesa del salón y saqué mi cartera. Agarré una tarjeta de crédito y un billete de cinco. Me dispuse a hacer lo que tantas veces había hecho en los últimos meses, pero entonces un fuerte sentimiento se apoderó de mí, no pude contener las lágrimas.
No solía llorar.
Mi cabeza comenzó a llenarse de culpa, de recuerdos, de tristeza. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Cómo había caído tan bajo?
Había perdido a la persona más importante de mi vida, a Emily, y seguramente era algo definitivo. Estaba a punto de perder mi trabajo. Estaba perdiéndolo todo. Incluida la dignidad.
¿Cómo había podido ponerle un solo dedo encima a la chica que me dio las ganas de seguir viviendo tras lo que le ocurrió a mi hermano? Había sido un imbécil.
Cuando conocí a Emily, aún seguía destrozado. Mi vida había perdido todo el sentido tras la muerte de Tommy. Por el día me sumergía completamente en el trabajo, para no pensar en nada, y de noche iba de fiesta en fiesta. Conocía chicas, las utilizaba y no dejaba que ningún sentimiento surgiera en mi interior. Supongo que cuando estás tan roto no dejas que nada pueda volver a hacerte daño, y enamorarse suponía un gran riesgo.
Tener relaciones, aparte de placer, me hacía sentir algo más profundo, algo que conseguía momentáneamente descongelar mi alma. Cuando estaba en la cama con aquellas chicas, imaginaba una vida feliz, una vida que duraba sólo una noche. Por la mañana lo olvidaba todo para que no pudiera dolerme ni un solo ápice.
Aquella noche en la playa vi a esa chica morena, de grandes ojos negros, sentada en un portal y pensé que podría ser una más. Pero cuando hablé con ella supe que era distinta. Sentí que ella también tenía dolor en su interior, que sufría y quise protegerla.
Me obsesioné con Emily tanto que quise tenerla conmigo para siempre. Era dulce, inteligente y sabía sacarme de mis casillas de forma graciosa. Se hizo de rogar, pero al final conseguí que accediera a ser mi novia. Y fueron los mejores meses de mi vida. El dolor de la pérdida nunca se fue del todo, no podía olvidar a mi hermano, ni debía; pero el amor que Emily me daba ocupó un gran espacio en mi corazón y desbancó por completo la oscuridad.
Llegué a un punto en el que me volví posesivo. No soportaba no verla porque estuviera estudiando o porque yo estuviera fuera por trabajo.
El día de nuestro aniversario, acababa de llegar de viaje de Berlín. Llevaba varias semanas sin ver a Emily, e hice lo imposible para adelantar reuniones y papeleos para estar en casa aquel día. Sabía que salía del hospital a la hora de comer y estuve preparando algo de pasta y carne. Puse velas y compré un buen vino. Quería que fuese algo romántico, algo sencillo para que pudiéramos pasar tiempo el uno con el otro. Sabía que le encantaría.
Pero cuando vi que no venía, empecé a ponerme nervioso. Quizás le había pasado algo, o había surgido algún imprevisto en el hospital. La llamé varias veces pero tenía el teléfono apagado. Comencé a preocuparme, le escribí mensajes y no hubo respuesta.
Pero entonces cuando estaba a punto de coger las llaves para ir a buscarla el timbre de la puerta sonó. Era Mike. Vino a visitarme esa tarde. Le conté lo que había pasado. Acababa de romper con su novia y no paró de hacer comentarios negativos hacia las mujeres. Comencé incluso a cuestionarme si Emily habría apagado el móvil a propósito, si no querría verme, habíamos discutido antes de irme a Berlín y se me pasó por la cabeza la idea de que estuviera enfadada. Y me enfurecí.
Mike, además de su discurso misógino y demoledor trajo consigo "algo de diversión" como él lo llamó. Esa fue la primera vez que probé la cocaína. Me sentí eufórico y enérgico por primera vez en mucho tiempo y no me disgustó.
Comencé a tomarlo más frecuentemente. Aquella noche en Silvertown mientras Emily y sus amigas estuvieron en la exposición de arte nos pusimos en casa de Mike. Estaba desorbitado y frenético cuando fui a buscarla. Cuando vi que no estaba me volví loco. Estaba fuera de mí, descontrolado. Pegué a aquel tío como nunca había pegado a nadie.
La semana siguiente la pasé encerrado en casa, sin ir a trabajar y tirado en casa consumiendo a diario. Me sentía como un verdadero drogadicto pero me daba igual. Cuando me ponía, todo perdía importancia, era "feliz" y solo me preocupaba conseguir un poco más de esos polvos mágicos. Qué equivocado estaba.
Parecía que quedaba algo del antiguo Leo dentro de mí, porque aunque perdía el control y lo pagaba con Em, podía sentir mi alma lleno de culpa y arrepentimiento. Intenté cambiar, intenté dejarlo. No podía permitirme volver a tocar a mi princesa, ella no tenía la culpa de nada, ella era increíble. Pero la droga le ganó el pulso al amor, fue más fuerte.
Comencé a ser un engreído, cada vez necesitaba consumir más a menudo. Estaba enganchado, y cuando se me terminaba la mercancía, me ponía nervioso, agresivo, no podía contener mis impulsos.
Ese maldito síndrome de abstinencia, era lo que había sucedido ese día. Llevaba sin consumir desde hacía un par de días. Me había levantado bastante nervioso. Cuando mi jefe se puso a darme voces mi cabeza desconectó y la ira se apoderó de mí. Quise golpearle como a aquel chico en Silvertown, pero me contuve. Me dije a mi mismo que tenía que parar.
Al llegar a casa Mike, estaba esperando en la puerta con una de sus bolsitas. La guardé en el bolsillo pesaroso por no poder "pasarlo bien" en ese mismo instante. Había quedado con Emily para comer y no podía presentarme drogado, así que cuando fui al restaurante, solo deseaba que terminase pronto la velada para ir a casa y disfrutar. Pero todo se torció.
Y ahí estaba, en casa, pero sin Emily, con la nariz rota y a punto de drogarme de nuevo.
Tiré la mesa, con todo encima. Decidí parar. Grité. Grité aún más fuerte, hasta que la garganta me dolió. Destrocé el salón por completo. Había arruinado mi vida.
Cuando no pude más. Me tiré al suelo y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Entonces decidí hacer lo que debí hacer desde hacía ya mucho tiempo. Descolgué el teléfono y pedí ayuda.
— Mamá, ven a casa, te necesito...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top