Capítulo 19
Leo y yo estábamos abrazados en mi cama. Nos habíamos quedado dormidos después de la intensa charla que tuvimos unas horas antes. Hundí la cabeza en su pecho. Me encantaba oler su perfume y notar el calor de su cuerpo cuando dormía con él.
Miré el reloj que estaba encima de mi mesilla y vi que eran las siete en punto.
Se me ocurrió que cuando Leo despertase podría proponerle ir a dar un paseo por el centro. Tomar algo, cenar, ir al parque del lago... Eran cosas que solíamos hacer cuando empezamos a salir, y tenía ganas de retomar todo aquello. De volver a ser feliz como en esos días. De empezar de cero.
Entonces mi teléfono móvil sonó un instante y recordé que aún no lo había mirado desde que lo recuperé al salir del hospital. Después de cinco días sin mirarlo debía estar al borde del colapso.
Fui a por el iPhone al salón intentando no despertar a Leo. Agarré mi bolsa llena aún de pijamas y de las cosas que usé en el hospital. Tenía muchísimos mensajes de Rachel, Mimi y Lucas, entre otros. Unas cuantas llamadas del servicio de telefonía, de tía Margaret y de algún número que no conocía. Respondí a los mensajes de las chicas con un simple: "Estoy bien. Ya os contaré", antes de mirar el remitente del mensaje que acababa de hacer sonar el móvil.
Era de Adam.
— Estoy abajo. Ábreme. Tengo una sorpresa.
¿Cómo? ¡Adam no puede subir ahora!, me grité a mi misma en mi cabeza. Leo estaba en la cama, y si se despertaba se montaría un buen circo. Y no podía pasar eso. Otra vez no. Me apresuré a ponerme los zapatos que había dejado tirados por el salón y bajé las escaleras de casa rezando para que Leo no se despertase y viese que no estaba en casa.
Cuando abrí la puerta del portal, Adam estaba allí. Traía una cajita de cartón con un par de agujeros y un enorme lazo. Encima había unos bombones como los que me dio aquel día en la cafetería.
Le miré ojiplática, atónita. ¿Qué traería en la caja? Solo esperaba que no me hubiese comprado nada. Este chico no paraba de sorprenderme, pero no era el momento más indicado.
— Adam, ¿qué haces aquí? —Dije.
— ¿No me invitas a subir? —Dijo. —Traigo algo que te gustará.
— Pero, Adam, no es buen momento...
— ¿Por qué? ¿Tienes visita?
— Leo está arriba. Durmiendo.
El gesto de Adam cambió por completo. Suspiró.
— Está bien, me iré. Veo que las cosas no han cambiado...
— ¡Adam espera! Ha venido a pedirme perdón, ha cambiado, lo sé. Yo... —Intenté excusarme, sin ningún motivo.
En realidad, no tenía que darle explicaciones a Adam, de por qué mi novio estaba durmiendo en mi cama. Más bien tendría que darle a Leo explicaciones de por qué mi compañero de clase me traía regalos y bombones. Pero no pude evitarlo, sentí la necesidad de justificarme, con Adam me ocurría constantemente.
— Emily, no te justifiques. No tienes que hacerlo. Por mucho que te diga no vas a escucharme.
— Adam, yo...
Abrió su coche y dejó la caja y los bombones dentro.
— Te daré el regalo en otro momento, en el que no tengas metido en tu cama a un maltratador.
Subió a su coche y cerró la puerta de un portazo. Arrancó y se fue.
Vi cómo se marchaba. Y quise correr tras su coche. Gritarle que volviese. Quizás en mi fuero interno deseaba que fuera él el que estuviera en mi cama y no Leo. Pero eso era impensable.
Subí de nuevo a casa y al abrir la puerta me encontré a Leo andando en calzones por mi salón. Se había despertado.
— ¿Dónde estabas? –—Dijo bostezando.
— He bajado a preguntar al conserje si había llegado algo de correo para mí. Estoy esperando un paquete con zapatos que pedí el otro día por Internet. Ya sabes mi adicción por los zapatos. — Improvisé.
— Y no ha habido suerte por lo que veo.
— No. —Me encogí de hombros.
Se acercó a mí y me abrazó por la cintura.
— ¿Te apetece que vayamos al centro y te regalo aquellos zapatos que te encantaron la última vez que fuimos?
Solté una carcajada.
— La última vez que hicimos algo por el centro debió ser hace tres o cuatro meses. La tienda puede haberse ido a pique incluso.
— Da igual, seguro que te encuentras otros que te gusten.
Tocó mi nariz con su dedo índice cariñosamente.
Me quedé embobada mirándole. Era la primera vez que reconocí al verdadero Leo en mucho tiempo. Quizás había cambiado. ¿No se merece la gente una segunda oportunidad?
***
Pasé todo el fin de semana con Leo. El sábado por la noche fuimos al centro como habíamos quedado y me regaló unos preciosos botines de tacón. Después paseamos y cenamos en un chino.
Se quedó a dormir en mi casa y el domingo me acompañó a comer con mi familia. Hacía tiempo que no le llevaba a casa de mis padres. Mi madre le adoraba. No puedo decir lo mismo de mi padre, no le acababa de gustar, pero podía conversar con él durante una comida sin que le entrasen ganas de colgar por el cuello a su yerno.
En realidad, supongo que a ningún padre le cae bien el hombre que se lleva a su niña. El día que se lo presenté, le agarró de la pechera y le dijo:
— Espero que trates bien a mi niña, sino te las verás conmigo campeón.
Sonó muy convincente. Yo hubiera huido muy lejos por si acaso.
Después de la comida, pasé la tarde de domingo relajándome, pensando en todo lo que había pasado en una sola semana. Conseguí hablar con las chicas. Le dije a Mimi que había estado visitando a unos familiares durante la semana y que mi móvil estaba roto, tras una accidental caída al agua del váter. Las mentiras comenzaban a agolparse y eso no me gustaba nada, y menos si eran para Mimi, pero no podía contarles la verdad. Por suerte tenía buena memoria.
El lunes llegó enseguida.
La vuelta a clase levantó murmullos y especulaciones sobre mi desaparición desde el lunes. Pude oír perfectamente a Sabrina decirle a su amiguita mi nombre seguido de un: "dicen que se ha quedado embarazada". Suspiré. En realidad en ese lugar solo me preocupaba lo que pensaran mis chicas, Lucas y Adam.
Tenía muchas cosas que hacer y que pensar ese lunes como para darle importancia a Sabrina y sus chismes. Por un lado tenía que visitar al urólogo y justificarle mis faltas a la rotación por su servicio y por otro, teníamos que empezar a organizar las guardias que teníamos que hacer antes de Navidad.
Como el año anterior, debíamos escoger uno de los servicios y quedarnos una noche en las Urgencias pegados como lapas a un médico o en su defecto a un residente observando cómo salvaban vidas por la noche. ¡Como si no tuviéramos suficiente con verlo de día!
Por suerte, podíamos hacerlo por parejas, así que la larga noche se haría más amena.
Se me ocurrió pedirle a Adam que se quedase a una conmigo. Así podríamos hablar y arreglar nuestras últimas diferencias. Solo esperaba que no se hubiese dado por vencido conmigo, y no quisiera verme más. Además estaba intrigada por el contenido de la caja. Sé que Adam no me regalaría unos simples zapatos.
Cuando terminó la clase, corrí tras Adam y le agarré del brazo por el pasillo antes de que fuera a su taquilla.
— ¡Adam! —Cogí aire antes de seguir. —He pensado que podrías hacer una guardia conmigo. Si te apetece, claro.
Adam me miró, se giró y siguió andando. Le perseguí y le volví a agarrar del brazo.
— ¡Ey! Siento lo del sábado, pero no es para tanto.
Sin decir una palabra, me agarró los brazos y comenzó a inspeccionarlos, encogiendo las mangas.
— No me ha hecho nada Adam, si es lo que estás buscando. Ha cambiado. Te lo dije.
— Si haciendo una guardia contigo, evito que estés con ese tío una noche, lo haré. —Dijo repentinamente.
— Me gustaría que dijeras que lo haces porque te apetece estar conmigo, no por eso. Pero algo es algo, supongo. ¿Qué te parece mañana?
— De acuerdo. —Dijo serio.
— De acuerdo. —Dije imitándole y poniendo cara de seria.
Rió. Y me tiró de un mechón de pelo.
No volví a hablar con él hasta el mismo día de la guardia, el miércoles, cuando se acercó a mí al finalizar las clases.
— ¿Estás lista para la mejor guardia de tu vida? —Dijo sonriente. Parecía haber olvidado su "enfado" del lunes.
— ¡Lista! —Respondí.
— Deberíamos comer algo antes de ir a Urgencias —Dijo mirándome como esperando un rotundo "no" de mi parte.
— Perfecto. Tengo mucho hambre.
Sonrió de nuevo al oír mi inesperada respuesta.
— Es la primera vez que te oigo decir eso.
— Lo sé. —Mascullé.
— ¿Comemos en la cafetería de personal? Creo que es más barata y la comida tiene mejor aspecto.
— Vale.
Antes de ir a comer, fuimos al vestuario a ponernos los pijamas verdes de las guardias. Eran tan cómodos que podría vivir dentro de uno de ellos para siempre.
Había dos salas para cambiarnos, una para cada sexo, y eso me tranquilizaba. Adam no tendría que ver cómo me ponía el pijama. Ni Adam ni nadie, porque a esa hora solían estar desiertos ya que los cambios de turno no eran hasta dentro de un par de horas.
Cuando terminé de ponerme el pijama, salí a esperar a Adam. Entonces escuché su voz que me llamaba desde dentro de la sala de chicos.
— Emily, ¿puedes venir? He tenido un problemilla.
— ¿Estás bien? — Le dije desde fuera.
— Entra, no hay nadie. Necesito tu ayuda.
No me apetecía nada entrar al vestuario de chicos. Y menos con Adam. Si alguien pasaba podría pensar cualquier cosa.
— Sal tú. No puedo entrar al vestuario de chicos.
Entonces abrió la puerta y me arrastró hasta dentro agarrando mi brazo. Ese sitio olía a hombre sudado. Repugnante.
Miré a Adam para ver qué narices le pasaba y entonces no pude contener una carcajada.
— Tssss. No te rías. Esto es serio.
La cremallera de sus vaqueros se había atascado al bajar, enganchando sus calzones y no podía quitárselos.
— Ya es bastante vergonzoso pedirte ayuda con esto, Em. Créeme.
— No pasa nada.
— Llevo intentando arreglarla 5 minutos, y soy incapaz.
La situación era ridícula. Me vi agarrando a Adam de la bragueta de sus pantalones intentando desenganchar la cremallera de sus calzones blancos. Para cuando conseguí que bajase, Adam había igualado el color de un tomate en su cara.
— No te pongas así. Ha sido todo muy romántico. —Dije sin parar de reír.
— Ja, Ja, Ja. —Dijo sarcástico a la vez que alborotaba mi pelo a modo de venganza.
— Venga, déjame que lo haga otra vez. —Dije bromeando.
Adam se echó la mano a la cara y sonrió.
— Soy un desastre. —Masculló.
Fui hacia la puerta para salir y esperarle fuera mientras terminaba de vestirse. Entonces recordé que me había dejado el bolso sobre el banquito y me giré. Vi a Adam con su torso desnudo poniéndose la parte de arriba del pijama. Era increíble. Quería perderme en todos esos músculos perfectamente dibujados. Agarré el bolso y salí antes de que mi subconsciente me delatase.
Llegamos a la cafetería y comimos. Yo escogí una ensalada y una tortilla de verduras. Era sano y ligero. Adam se derretía mirando cómo me llevaba cada bocado a la boca. Y yo cada vez que me decía alguna de sus gracias.
Cuando estábamos terminando, vi al Dr. Williams al fondo de la cafetería. Recé para que no me hubiera visto. Desde el día de la exposición no me lo había cruzado por el hospital. Lo único que sabía de él es que había quedado un par de veces para tomar un café con Mimi después de eso y que su relación estaba fluyendo poco a poco.
Nos levantamos para dejar las bandejas con los platos en los carritos, cuando por desgracia noté a alguien detrás de mí. Me había visto. Mierda.
— Emily, ¿Qué tal estás? No te he vuelto a ver desde la exposición...
— Estoy bien Dr. Williams. —Corté antes de que siguiera relatando el horroroso sábado.
— Bruce me ha preguntado por ti un par de veces. Y no me llames Dr. Williams. Estoy quedando con tu amiga.
Adam observaba la escena desde fuera.
— ¡Oh! Bruce...Sí... ¿Qué tal está? Dile de mi parte que siento muchísimo todo lo que pasó. No era mi intención que saliera perjudicado.
— Ya... bueno, él esperaba una llamada tuya.
— Quizás debí llamarle para preguntar pero no tenía su número y bueno, no ha sido una buena semana Robert. Dale las gracias de mi parte y un abrazo.
— Está bien Em. Pero le gustaste mucho, estoy seguro de que si decides dejar a ese novio tuyo, Bruce estaría dispuesto a darte cariño.
¿A darme cariño? ¿Pero qué demonios estaba diciendo?
— No, gracias Robert. No necesito cariño. Estoy bien así. Me tengo que ir.
Me giré y miré a Adam, que se había quedado tan asombrado por la conversación como yo. Salimos de la cafetería.
— Está dispuesto a darme cariño —Dije atónita. — Increíble.
— Tienes pretendientes por todas partes. ¿Bruce es el chico al que pegó tu... —Hizo una pausa, pareció costarle decir la palabra. — novio?
— Sí. Era bastante majo la verdad, pero cuando fui a tomarme algo con él me preguntó que de qué color llevaba la ropa interior y lo estropeó todo.
Adam soltó una carcajada.
— ¿En serio?
— Sí.
— Qué genio. ¿Y de qué color era?
— ¡Adam! —Exclamé golpeándole suavemente el hombro.
— ¿Qué? El chico no se anduvo con rodeos. Es gracioso.
— No es gracioso. Le acababa de conocer. —Lo gracioso era que Adam no sabía que respondí a aquella pregunta a aquel desconocido. Reí en mi fuero interno.
Fuimos a Urgencias para hacer la guardia. Habíamos escogido el Servicio de Traumatología, porque a Adam le encantaba. La verdad que no era mi fuerte, me parecía bastante complicado y las cirugías eran más como un taller de carpintería, llenas de taladros, brocas y tornillos. Pero por Adam haría lo que fuese.
Además fue una noche genial. No podía evitar que se me cayera la baba viendo a Adam disfrutando como un niño con cada intervención, aunque muchas de las veces, yo prefiriera no mirar. Recuerdo una señora que vino con la muñeca rota, porque se había caído intentando cambiar una bombilla. Tenía una fractura de Colles. El traumatólogo pidió ayuda a Adam para estabilizar la fractura porque necesitaba alguien fuerte que tirase de las cuerdas anudadas a los dedos de la señora. Sus ojos centellearon de una forma que jamás había visto. Le encantaba. A mí me pareció bastante "gore" tirar de esa manera de los dedos sin ninguna anestesia.
Estuvo toda la noche pendiente de mí. En cada uno de los descansos sacaba uno de esos bombones de sus bolsillos y me lo daba. Me hacía carantoñas y me contaba cosas graciosas. ¿Por qué era tan genial? Su novia cadáver debía ser muy afortunada por tenerle. En algún momento de la noche llegué a desear que Leo se pareciera un poco a él. Y eso me preocupó.
¿Me estaría empezando a gustar míster sonrisa?
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