¡Sí creo!

"Lo siento, pero ya no puedo soportarlo. No es su culpa, es mi decisión."

Dejó la nota en el piso y se adentró en la tina con la ropa puesta y una botella de vino. Tomó las píldoras con la intención de cometer el error más grande de su vida, pero el teléfono de la sala interrumpió el silencio inminente que se acercaba.

Respiró profundo y siguió con lo suyo tratando de ignorar el molesto aparato. Iba por la segunda pastilla, pero se quedó con la mano suspendida y la boca abierta. No podía hacerlo. Y la necesidad de estar "en paz" para hacer aquello, la hizo sentir estúpida.

Dejó de lado todo y se restregó las manos por su rostro, frustrada. Caminó sin ganas para responder el bendito llamado.

—¿Hola? —Al otro lado del teléfono se oían pasos apresurados y una respiración agitada. Casandra estaba a punto de colgar cuando le pareció escuchar algo—. ¿Hay alguien ahí?

¿Santa es una chica?

Era la dulce voz de algún niño. Quedó paralizada y observaba el aparato como pidiéndole ayuda sobre lo qué responder.

¿Hola? —La insistencia del niño sobresaltó a Cassie.

—No..., soy la asistente de Santa.

Se preguntó por qué dijo eso.

Pero Santa es una chica, ¿sí o no?

—No, es... tú ya sabes cómo es.

Necesito saber para hacer mi carta. No quiero cometer errores como la vez que pedí por mi hermana o mi padre.

—¿Dónde están ellos? No es correcto que un niño hable con extraños al teléfono.

Se escuchó un gran suspiro del pequeño.

Tuvieron un accidente y no pudieron llegar para Navidad, pero esperé para los Reyes Magos y tampoco volvieron. Para mi cumpleaños, el de mi mamá...

—..., y tampoco volvieron —susurró Cassie. Su corazón estaba roto, pero sin saber cómo, se le rompió un poco más—. ¿Dónde está tu mamá, cariño? —Esta vez le hablaba con dulzura; como lo hacía con su hijo.

Trabajando, como siempre... 

—¿Dónde estás tú?

Bajo mi cama. No quiero que Santa me vea, o no cumplirá el deseo de regresarme a Lily y papá.

—...

Cassie no supo qué decir. Pero la tristeza pudo con sus fuerzas y se sentó en el suelo con el teléfono al oído. Por primera vez, luego de doce meses, había encontrado a alguien que compartía su dolor. No supo cuánto necesitaba sentirse acompañada, hasta entonces.

—¿Cómo te llamas, cielo?

Liam, y ¿tú?

—Un placer, Liam. Soy Cassie... más conocida como... la asistente de Santa.

De repente, se escuchó como si algo se arrastrara y algunos movimientos bruscos. No sabía lo que estaba haciendo, pero quería que el niño se sintiera mejor.

¡Sabía que tu número era el correcto!

—Hablando de eso, ¿Cómo lo conseguiste? —preguntó la chica casi con una imperceptible sonrisa.

Estaba en el hospital esperando por mamá, y me asustó la mujer llorando a gritos. Un niño se acercó a mí y me dijo que no temiera, que llamara a este número y encontraría lo que buscaba.

Para Casandra fue una sorpresa oír eso. No se le ocurría ningún niño conocido que entregara su número de esa manera.

—¿Por qué esperabas a tu mamá?

Porque extraña mucho a Lily y a mi papá, entonces quiere dormir para ir con ellos.

—¿Cuántas veces has esperado por tu mami, Liam? —Haber hecho esa pregunta le fue difícil, y temió por la respuesta.

Al otro lado del teléfono se escuchaba al pequeño contar en susurros. Cassie se sintió indispuesta de inmediato. ¿Con qué derecho se sintió para consolar a un niño del abandono que ella misma pensaba darle a su familia?

Sentía culpa, vergüenza, y por primera vez, fue consciente de lo que estuvo a punto de hacer. El arrepentimiento la agobió y terminó en llanto.

¿Cassie? —El niño se escuchaba preocupado—. ¿Estás llorando?

La chica se limpió rápidamente las lágrimas y plantó una sonrisa en su rostro para contestarle. Como si la pudiera ver...

—Es que yo también extraño a alguien, Liam...

Me puedes contar, no le diré a nadie...

A Cassie se le escapó una risita por la ternura de aquel desconocido niño.

—Te creo... —Pasó un tiempo antes de que volviera a hablar, y Liam en ningún momento insistió. Era como si supiera respetar su silencio—. Su nombre era... Jer... Jeremy; mi pequeño.

Rompió en llanto. No quería asustar al niño, pero tampoco podía evitarlo. Pronunciar su nombre, era el detalle más esperado al despertar. Después de lo ocurrido, se convirtió en una condena perpetua.

No sé qué dicen los adultos en esta situación...

Su corazón se llenó de amor por un momento, lo suficiente para reponerse de aquel temido llanto. Solía reprimir las lágrimas, porque una vez liberadas; temía no poder detenerse.

—¡Dios! Lo siento, cariño. No tienes que decirme nada; al contario. Debo decirte que eres un niño muy especial, ¿lo sabías?

Mi papá lo decía antes de dormir, me lo repetía cada noche para no olvidarlo.

—¿Cuántos años tienes, Liam? —Necesitaba recuperar el aliento y la compostura.

Una mano y un dedo de la otra —respondió dudoso.

—Seis... entonces, tienes seis —Las sonrisas que provocaban los comentarios del niño en Cassie, no eran habituales. Mucho menos en momentos como aquel. ¿Quién diría que un pequeño desconocido lograría todo eso que nadie más pudo? Con una llamada, y en ese preciso instante.

Si eres la asistente de Santa, ¿Cómo me ayudarás?

A Casandra le ganó el arrepentimiento por segunda vez en la noche. Lo que creyó como una mentira piadosa, podía convertirse en una gran decepción para Liam. Odiaría romperle el corazón de esa manera.

La chica miró todo a su alrededor. ¿Cómo pretendía ser "asistente de Santa", si ni siquiera creía en la Navidad?

No había adornos, luces, árbol decorado, y hacía frío aún con el hogar encendido.

—Depende de lo que necesites... —Se arriesgó a responder.

Liam pareció pensarse bien sus siguientes palabras.

Ahora mismo necesito... a mi mamá...

Un gran suspiro de alivio ensordeció los oídos del pequeño. Creyó que le pediría lo imposible y no tendría el valor para decirle que no podría devolverle a la familia que había esperado por tanto tiempo.

—Bien, dijiste que está trabajando. ¿Sabes dónde?

Es enfermera en el hospital Clinton. Pero, ¿qué harás?

—No puedo decírtelo, o Santa me regañará y no podremos hablar en la siguiente Navidad.

¡¿Estás en una misión para Santa?!

Esta vez, la que quedó sorda fue Cassie.

—En efecto; estoy en una misión, pero debes confiar en mí, ¿de acuerdo?

De acuerdo.

—Te daré mi número de móvil. Cortarás esta llamada y...

¡¿Pero si me equivoco?!

—No pasa nada, cariño. Vuelves a intentar hasta que te responda. Eres listo, lo harás bien. Marcarás como lo hiciste la primera vez y estaremos en contacto.

Cassie se cambió, tomó las llaves de su auto y salió disparada hacia el hospital. Pero su estado de depresión era tal, que vivía en una burbuja de dolor. No miraba más allá; mucho menos veía las noticias. Esa misma noche, se esperaba la peor tormenta de nieve en la temporada.

Hacía mucho que no conducía, así que reproducir la música sin saber lo que escucharía, fue un error.

Las canciones de la obra de teatro que grabaron ese día, empezaron a sonar. La dulce voz de Jeremy inundó sus oídos y la encegueció de dolor. Presionó los frenos automáticamente, justo cuando un número desconocido le llamaba. Iba a responder, pero un camión quitanieves la embistió de costado con fuerza. La angustia y la nieve no le permitieron ver que se detuvo en el medio de la calle y con semáforo en rojo.

Liam marcaba una y otra vez, pero la chica no respondía. Seguía intentando cuando su niñera tocó la puerta de su habitación, para ir en busca de su madre al hospital. Tendría que esperar por ella otra vez.

Cuando llegaron se sentó como de costumbre en la sala de espera. Pero el personal estaba más agitado de lo normal. La niñera se acercó con un médico y hablaron por un breve momento. La chica cubría su rostro con las manos, impactada.

Liam se daba cuenta de las miradas de todos sobre él, pero no sabía el motivo.

—¿Nancy? ¿Por qué mamá se tarda mucho?

Un silencio secundó su pregunta. Los empleados intercambiaban miradas entre sí; preguntándose quién le respondería.

No pudo ser otra que Nancy. Se acercó a él y se puso en cuclillas. Liam la miraba atento.

—Enano... ¿recuerdas que mami quería dormir para buscar a tu hermana y a tu papá? —el niño asintió—, esta noche lo logró. Le dolía el corazón, así que se tomó un medicamento y se durmió.

—¿Cuándo despertará?

Nancy ya no pudo soportar el nudo en la garganta.

—No lo hará, enano. No lo hará.

Liam no mostraba expresión alguna y volvió a la tarea de seguir llamando a Cassie; ella estaba en una misión relacionada con su madre. Le dijo que confiara y eso haría.

—¿A quién llamas, Liam? —preguntó Nancy algo desconcertada. Pues no era una reacción esperada.

—¡Paciente ingresando!

Ese grito obligó a todos a componerse y a actuar como los profesionales que eran.

Los paramédicos atravesaron la sala a toda prisa. Sin embargo, ante los ojos de Liam ocurrió a cámara lenta. Con el teléfono en su oído esperando que Cassie contestara, pudo ver cómo se iluminaba y sonaba el de la paciente en su mano. Cortó la llamada y el de la chica se detuvo.

Por instinto, llevó una mano al corazón. No entendía por qué, pero sintió una angustia repentina.

—¿Cassie? —preguntó en un susurro, sorprendido.

—¿La conoces? ..., ¿enano? —insistió Nancy al ver que no respondía.

—Ella era la mujer que gritaba...

—¿Quién?, ¿la chica que llegó?

Liam se levantó con la intención de seguir a los paramédicos, pero la niñera no se lo permitió.

—Niño, ¿dónde vas?

—Quiero saber qué le pasó.

—¿Por qué?, ¿es amiga de tu mami?

—No, pero mamá la conocía.

El médico que le dio la noticia a la niñera sobre la madre de Liam, escuchó toda la conversación y al parecer reconoció a Cassie también.

—Nancy, acompáñame. Te explicaré...

Liam se encontraba observando a través del cristal la operación de Cassie, lo acompañaba una amiga de su madre. Mientras en la oficina de archivos, el médico le contaba a Nancy sobre los curiosos encuentros de esas dos familias.

—Vaya coincidencia...

—Soy médico, pero cuando se trata de estas cosas..., soy el primero en admitir que pueden ser verdaderos milagros. El conocimiento no lo es todo; aún no he sido testigo de la fe moviendo montañas, pero sí que la he visto salvar vidas.

Liam se acercó al cristal y posó ambas manos sobre él.

Cassie despertaba adolorida y sin saber dónde estaba ni lo que había pasado.

—Tranquila, soy la enfermera. Llamaré al médico para que venga a verte.

Momentos después el doctor apareció.

—Soy el doctor Carter. Estás en el hospital Clinton porque tuviste un accidente. Ingresaste complicada, pero te intervenimos a tiempo. Estás fuera de peligro, aunque me gustaría mantenerte en observaciones durante las próximas cuarenta y ocho horas. Pasado ese período, si no presentas complicaciones, podrás irte a casa.

—No sé qué dijo, pero ese "podrás irte a casa" me interesa.

Las risas del médico lo mostraron aliviado.

—Estás de humor. Bien, es una buena señal. Además, hay alguien que quiere verte.

Una adolescente y un niño se asomaron por la puerta. Cassie los observó confundida, el médico lo notó.

—Tranquila. A Nancy no la conoces; es niñera de...

—Liam —respondió el pequeño por sí mismo.

—Liam... ¿Liam?... ¡¿Liam?!

Lo que comenzó en desconcierto para Cassie, se convirtió en algo inexplicable desde lo profundo de su ser.

Nancy se retiró para darle espacio a la chica con Liam y el doctor.

—¡¿Qué haces aquí, cariño?!

El doctor Carter le ayudó a sentarse sin lastimarse, para que pudiera abrazar a Liam.

El alivio que sintió al envolverlo entre sus brazos fue como una caricia en su dolor. Era raro; de esos alivios que se siente cuando se reencuentra con alguien después de mucho tiempo.

Eso la preocupó.

—¿Hace cuánto tiempo estoy aquí?

—Una semana después del accidente. Tranquila.

—¿Me escuchaste?

La voz de Liam desvió su atención.

—¿Cómo?

—No quería que te enfadaras conmigo, pero no sabía que eras tú la mujer de los gritos.

Cassie miró al doctor, sin haber entendido a Liam.

—Creo que tu salud está bien para sobrellevar esto.

—Doc, no me asuste. ¿Qué está pasando?

El niño se acomodó en la camilla, enfrentado a Cassie.

—Nada malo, tranquila. Pero mereces saber que el valiente corazón de Liam... —tomó la mano de Cassie y la puso sobre el pequeño órgano latiente—, alguna vez latió desenfrenado en el pecho... de Jeremy.

—¿Qué? —Su voz sonó tan bajo que no estaba segura de haberlo dicho o pensado.

—Tú eras la mujer que lloraba a gritos y el que me dijo tu número... fue Jeremy. Pero cuando hablamos por teléfono no lo sabía, perdón.

La mirada de Cassie estaba fija donde reposaba su mano. No podía creer que ese fuera el corazón de su niño.

—Olivia, la mamá de Liam, logró salvar tres vidas ese día. Gracias a Jeremy, él es uno de ellos. —El doctor guiñó un ojo al pequeño.

—Y mi mamá te salvó a ti también.

Finalmente, Cassie guio la mirada a los ojos de Liam.

—El día de tu accidente —comenzó el doctor—, Olivia decidió... ir en busca de su esposo e hija...

—¿Ella...?

El doctor asintió.

—Ocurrió minutos antes del aviso de los paramédicos que llegarían contigo malherida. Pudieron confirmar una hemorragia interna y ya habías perdido mucha sangre. La tormenta hacía imposible que recibiéramos sangre del banco, así que Olivia... fue tu donante.

—Ahora el corazón de Jeremy late aquí —Liam señaló su pecho—, y la sangre de mamá viaja por aquí —dibujó las venas en las manos de Cassie. Luego se acercó para darle un pausado beso en la frente.

El llanto de la chica era insostenible.

—Eso fue...

—Un beso de Jeremy para ti. Cuando me dio tu número dijo que volverías a creer en la Navidad. Porque sabrías que nunca se fue en realidad. Sigue aquí, Cassie.

—Dios. ¡Sí creo, sí creo, sí creo!

El médico se había marchado sin que lo notaran.

Ambos se fundieron en un abrazo, pero que pertenecía a dos madres... y dos hijos.

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