VB0654

Cuando le dieron el alta al hospital, su suplente le ofreció llevarlo con el sujeto que le había arruinado la vida, y habría dicho que no, pero la última vez que lo hizo todo fue una mierda para él. La verdad es que le tenía mucho miedo; ya le había enseñado una pizca del poder que tenía, y no era un poder como los de los superhéroes, sino un poder más bien "político" que lo reducía a ser un esclavo de sus órdenes.

Al otro sus papás le habían hecho una manchita con marcador permanente azul en el dorso de la mano con tal de no confundirlos, llevan ropa distinta pero solo así los dejaron irse a un parque cercano a la colonia, eso sí, sin arrancarles los ojos de encima un momento. Por una parte, le alegra que se preocupen tanto por su hijo pero, por otra, todavía no supera que a sus ojos él no sea quien es.

Por eso es que la impotencia lo hace preguntar–: ¿Por qué me haces esto? Los dos sabemos que no eres yo. ¿Qué quieres de mí?

– No quiero nada de tí –responde con fiereza–. Escucha, en el aeropuerto cambiaremos de puestos y no volverán a saber de mí, te digo la verdad. Xochiyoh solo quería ponerte en una situación complicada para que fueras con él, y yo lo ayudé, eso es todo.

– ¡No quiero ir con él! Es un violento. Ayudarme y una mierda, yo no le pedí que se metiera en mi vida.

– ¿Te hizo algo?

– Me estranguló contra la pared hasta que me desmayé –sus manos aferradas a su cuello y esos ojos de loco... todavía siente como si los tuviera encima, al grado que se le olvida respirar.

Había dicho algo como que a los animales hay que tratarselos así, por esa parte le recordó a su abuela, pero ese ahogamiento y el dolor sobre su piel, de verdad espera no volver a experimentarlo nunca.

– Él es de lo peor, y te estoy hablando muy en serio; no le hables si no es necesario, aunque igual es posible que no lo veas después de los primeros días. Solo ten mucho cuidado, ¿bien? –su voz, su cuerpo, todo eso le pertenece. Es difícil escucharlo y no pensar que está oyendo una grabación suya, y difícil verlo y no pensar que se está viendo en el espejo.

Todo está tan fuera de lugar que, si le presta mucha atención, olvida cómo llegó a todo esto. Es otro impostor de Juan que al ponerse en sus zapatos no entiende una mierda.

– Sí, gracias.

Al llegar a una banca se sientan y se les ocurre suspirar casi a la vez, eso a Juan le hace gracia como para dibujar una sonrisa, pero eso se acaba en cuanto ese tipo llega como un huracán y se hace un espacio entre ambos en base a empujones.

Es gracioso, su aspecto físico es el de alguien sofisticado, es delgado como para ser un modelo, los rasgos de su rostro son llamativos y caben dentro de la forma de una perfecta manzana mordida de ambos lados. Sin embargo, su lenguaje y esa sobrada confianza en sus maneras no cuadran para nada, y a parte, solo lo ha visto usando ropa de cholo: camisetas gigantes y pantalones rotos de las rodillas.

Al primer contacto entre su piel se pone de pie y de lo único que está seguro es de que no quiere estar en ese lugar, no con él.

– A ver, a ver, ¿quién es quién? No los reconozco ahora mismo –confiesa con esos ojos de chivo loco que le ponen los pelos de punta.

– ¿Puedes ir al punto? ¿Para qué me llamaste?

– Ah, eres tú. Pues, primero para avisarte que el vuelo es mañana, aquí te apunté la dirección y todos los detalles. También te conseguí dinero para el taxi, vas a quedarte a dormir allá.

Recibe un papelito con la fea de su caligrafía y unos doscientos pesos, si usa el camión sin duda le sobra para comer. Las letras son tan descuidadas que por poco no distingue el número del vuelo.

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– Bien... ¿eso es todo? –murmura retrocediendo unos dos pasos, realmente le encantaría irse corriendo.

– Bueno, también estoy aquí para aclarar tus dudas antes del viaje. Oh, soy Xochiyoh, por cierto, creo que no me había presentado.

– Sí, pero había olvidado tu nombre. Es náhuatl, ¿no? –Xochiyoh asiente, pero en verdad no conoce esa palabra. En realidad, no conoce muchas palabras, y si se las explican se le olvidan.

– Sí, significa... bueno, no importa. ¿Qué te gustaría preguntar?

La verdad, todo. Le queda claro lo básico, una maldición lo convirtió en gato o algo así pero... no sabe nada más.

– ¿Cómo piensas que vas ayudarme? ¿Me harás una limpia o algo? –para esas, mejor se iba con la tía de Pamela, pero está seguro de que no es así.

– No, yo no puedo hacer nada –dice así como si nada, pero enseguida agrega–: Mira, mi trabajo es buscar a los espíritus de la naturaleza. Las hadas son muy devotas a esos espíritus, y uno la trae contigo, por eso te castigaron así. Pero no es permanente, es más, si vas y obtienes su perdón volverás a la normalidad.

– Ya lo entiendo... –ese día es una nube borrosa que no quiere interpretar, pero con lo que le ha dicho ahora es más que suficiente para él–. ¿Y como cuánto vas a tardar en encontrarlo? –las clases se ven lejanas todavía pero más allá de eso tiene una vida y no le alcanza para andar jugando con tantos libros pendientes de leer.

– Unas semanas, los canijos se esconden muy bien, no les gusta que los molesten.

– Bueno, creo que es todo lo que necesito saber. Ya me voy.

– José, una cosa más.

Levanta la barbilla y le cede la palabra, Xochiyoh ya no tiene la buena cara de siempre, esa que lo hace creer que firma un pacto con el diablo.

– Es posible que ese espíritu no te perdone, entonces tendrás que aprender a vivir así y volverás a tu casa, pero aún así me deberás una cosa. No será dinero pero te voy a cobrar de algún modo, y si te niegas... te voy a quitar algo muy valioso. No es una amenaza cualquiera, voy en serio, la ley no puede tocarme.

– Bien, te pagaré lo que sea, tampoco es que me hayas dejado opción.

– Ey, que lo que hago no es nada convencional, si no arrastro a los clientes a mí nunca se enteran. Después de todo, no dejo de ser un humilde vendedor.

Así como una ilusión, su piel se confunde con el velo blanco de la tarde a medida que desaparece por la vereda del parque.

Finalmente, Juan se tapa la cara, agotado, superado por todo. Como un pedazo de plástico que vaga por el mar, su rumbo ya no depende de él, nunca dependerá de él. Ahora le pertenece al mar, a Xochiyoh, y va a estar bien jodido librarse de él.

Si levanta la cara es porque teme que en un momento sus padres se vayan y ese puto vampiro les chupe la sangre por gusto o una cosa así, no es que sepa que sea eso pero no le sorprendería así fuera.

– Oye, ¿quieres mandarle un audio ahotita? Preguntan por ti.

– ¿Ah? –echa un vistazo a la pantalla de su celular y alcanza a ver un pedacito de su conversación, no dejan de molestar a su otro yo.

– No creo que puedas despedirte de ellos apropiadamente, solo pensé... Bueno, es extraño para mí si les contesto.

Su doble, el suplente, es muy decente a comparación de Xochiyoh, casi podría decir que es una manifestación de su conciencia, pero bien sabe que solo es alguien más que tuvo que meterse en su vida de alguna forma. Le gustaría conocerlo mejor, pero las circunstancias no son las mejores.

– Eres muy amable, espérame tantito.

Recupera su teléfono y no tarda nada en que se le ocurra algo para decir, un los quiero mucho no está de más. Su respuesta lo pone muy contento, finalmente se están dirigiendo a él. No le conviene alargar más la conversación, quieren que vuelvan con ellos de inmediato.

Realmente, no le iba a decir nada en el camino, pero algo le llama la atención de sus manos.

– Oye, ¿te pintaste las uñas?

– Sí, le robé el esmalte a tu mamá, son como color pistache, mira.

Cloe pone una gran sonrisa solo lo menciona y agita los dedos como si tuvieran brillitos, pero Juan no comparte esa felicidad.

– ¿Y mi papá ya lo vió?

– No lo sé.

– Te va a matar cuando se entere.

– Pues son mis uñas, no suyas, puedo hacerles lo que quiera.

– Ya, pero él es un poco machito.

No hacía nada femenino antes para que lo tachara de homosexual, ahora que lo viera así era capaz de llamar a Pamela y jurarle que su hijo la estuvo utilizando todo el tiempo.

– Ese no es mi problema, le pinto las uñas a él también si lo que tiene es envidia.

Eso sí lo pone de buenas, es que si su papá se pintara las uñas podría morir en paz, después de todo ya nada iba a superar eso

– Por Dios, sí.

Ahí se separan, de ahí en más todo es lento, y una vez que termina se convierte en una mancha borrosa en su pasado. No olvida esos árboles de hojas amarillas y los locales de aspecto polvoriento que le hicieron compañía cuando no había otra cosa que ver, ni el aspecto apetitoso de esa orden de patatas fritas con sal que devoró en la cafetería del aeropuerto, pero lo que pasó después y el sueño que tuvo más tarde entraron en una batidora así que le es difícil decir si no fue ese beso de despedida aquel que tuvo con Pamela un sueño de un amante loco de tristeza o la mera realidad.

Lo que sí es que espantó a Morfeo después de una larga en siesta en una de las tantas bancas dentro de las instalaciones, con el resto de la noche por delante y las alegrías muertas. Nunca había pasado una sola noche fuera, solo y con hambre. Ve gente así todos los días, tirados en la banqueta, y nunca se le había ocurrido que un día podría estar en su lugar.

Mira al techo, no es como que tenga otra cosa que hacer, y se imagina todo tipo de anécdotas descabelladas que le arrancan una sonrisa a la mala. Él es el único que lo sabe todo sobre él, solo comparte un pedacito de eso con los demás, a Xochiyoh le pasa todo lo contrario. A veces tiene la impresión de que los demás, aquellos que se dicen cercanos, lo conocen mejor que él mismo. Si fuera José, o cualquiera de esta gente, se sabría la historia de su vida con detalle y no cometería los mismos errores tantas veces, eso es lo que cree.

– ¿Te importa si te hago compañía?

Juan se vuelve como si hubiera visto a un fantasma, debajo de la luz clara de las láminas su mirada está cargada de tantas cosas que no puede descifrar, nunca estarían en la misma sintonía...

– En realidad, sí. No quiero estar a solas contigo.

– ¿Por qué no?

– ¿De verdad tengo que explicártelo?

– Sí.

Carga con su mirada a penas dos segundos, es tan pesada que hasta le duele la espalda.

– Por favor vete.

– Está bien.

El aburrimiento lo vuelve loco, Juan vaga por el aeropuerto despierto hasta que las piernas se le cansan, entonces toma asiento y se entretiene mirando a la gente que va y viene hasta que recupera sus fuerzas, y así repite el ciclo unas cinco veces en lo que llega la mañana.

– Juan.

Encerrado en un cubículo del baño oír su voz es una bendición. Unas manos conocidas empiezan a pasarle cosas por debajo de la puerta, y él se empieza a desvestir rápidamente para que el otro no ande desnudo por ahí. Apenas se despiden a baja voz del otro lado de la pared, y en cosa de cinco minutos es arropado por los brazos cálidos de sus padres una vez más, solo para que la vida se los arrebate de nuevo. Es tan injusto, pero es lo que hay.

– Adiós, los voy a extrañar muchísimo, me llaman, ¿sí? Ya se me hace tarde.

– Pérate, mi niño, ¿no vas a esperar a Pamela? No debe tardar en llegar.

– ¡Claro! La espero entonces.

Toma su celular con tal de mandarle un mensaje, y descubre que Don Pendejo la bloqueó... Ella solo hizo una referencia a Harry Potter en un audio y luego le preguntó jugando qué le había hecho a su novio, como todo potterhead no podía preguntarle qué significa "quidditch" así como así. Su último mensaje: Me descubriste.

– Hola, amor, muy bonito bloqueándome ayer, ¿no?

– ¡Perdón! Te juro que no me había dado cuenta.

– Sí, cómo no –como siempre, lejos de reclamarle llega como un torbellino de buen humor y ganas de molestarlo. Su ritual de encuentro, Juan hincado y Pamela recibiendo su abrazo, iba a ser la última vez en mucho tiempo así que lo alargaron tanto como fue posible. Juan cree que Pamela no está enterada de nada y le promete explicaciones en una siguiente llamada, pero ella no las acepta.

– Está bien, fuí a verte a la recepción ayer, Cloe me lo contó todo.

– ¿Cloe quién? –susurra también para que no lo oigan sus padres.

– Así se llama tu clon y es bien linda. Soltó la sopa solo para que no la besara. Te juro que se me pasó por la cabeza que eras el tinieblo de mi hermano, ya se me hacía raro que estuvieras tan apenado.

– Cómo crees, antes me vuelvo provida.

– No más, me desenamoro –hace cara de fuchi y agita la mano dos veces, entonces les toca separarse y ambos sienten como arrugado el corazón, ya se la han vivido alejándose y encontrándose una y otra vez, así que están seguros de que van a manejarlo bien, pero siempre va a ser triste poner una barrera de distancia entre los dos. Hace años que ninguno lloraba por eso, siempre era Pamela la que se iba y sus visitas a Colombia no duraban más de dos semanas. Esta vez es algo indefinido, algo que escapa del control de cualquiera, algo siniestro que tiene que ver con la muerte de Micaela, obviamente saltan algunas lágrimas y soltarse de las manos es la cosa más difícil del mundo.

Ve a Xochiyoh a la distancia y va a encontrarse con él cuando le llega un olor fétido proveniente de la maleta humeda y pesada que cuelga por su hombro, y no necesita nada más, sabe que ella está ahí dentro y no tiene palabras, porque Micaela es la única de la que no pudo despedirse. El cuadro es espantoso, las moscas se los están comiendo vivos de inmediato, está muerta.

– ¿Es en serio que la trajiste así? ¡Es que eres un cínico y un inconsciente! ¡Cómo se te ocurre! –que todo el aeropuerto se entere, no le importa, haría una escena menos grande si hubiera llegado a escupirle en la cara, pero esto...

– Relájate, hombre –alega poniéndose sus gafas de sol, es que incluso se da el lujo de peinarse con su sola mano–. ¿Nos vamos?

– No, fíjate que no. ¿Cómo se te ocurre hacer esta pendejada? No te van a dejar entrar al avión así.

– Mira tú, esta maleta no me la quita nadie, es más, no le pude quitar el mal olor pero nadie sabrá de dónde proviene.

– Nadie puede soportar dos horas oliendo eso, nos meterás en problemas, tarado.

– Bueno, Cloe pudo haber puesto un perfumito en la maleta que llevas, échale tantito a ver si así no apesta tanto.

– Serás imbécil.

– Bueno, ya estuvo, párale de insultarme, ¿no? Yo sé lo que hago.

Agarra aire y aparte fuerzas para soportarlo, y hacen cola para presentar sus documentos e ingresar al avión, en eso que Juan les echa de su loción disimuladamente, la gente es cada vez más consciente de la peste y no quiere que lo detengan por nada del mundo, pero es sorprendente la habilidad que tiene Xochiyoh para escapar de los problemas, cómo pasa directamente al avión igual que un fantasma y nadie se atreve a decir una palabra.

¿Será que está muerto? Como en el plot twist de un thriller de culto, esa es la única explicación que se le ocurre. Quizá sea un ángel, un demonio, un vampiro o uno de esos seres longevos de la ficción. En fin, cualquiera es posible.

– ¿Qué eres tú? –le pregunta al oído, una vez que lo dejaron entrar al avión detrás de un buen de gente.

– ¿Que qué soy? –le devuelve la pregunta con una ceja para arriba.

– Sí, no eres humano, ¿o sí? ¿Hay más como tú?

Eso le saca una de sus sonrisas, se lleva la mano a la barbilla, su índice esconde sus labios y sus ojos rehúyen un segundo.

– La verdad es que no lo sé, sí hay más como yo pero ellos llegaron después de mí, y nunca pude explicarles eso que me estás diciendo. Tú tampoco sabes cómo llegaste, ni qué eres, ni tu propósito, simplemente hay tantos como tú que han estado antes de ti que te sientes tranquilo.

– ¿Entonces tienes hijos?

– Sí, ellos me ayudan muchísimo, son unos niños muy lindos. Creo que esto que tengo apuntado son sus nombres –le enseña su brazo desnudo, y en efecto, encuentra unos quince nombres escritos con pluma, con una letra muy diferente a la que había visto en su nota, seguro uno de ellos lo hizo por él.

– Dios, consíguete una libreta, tienes los brazos todos rayados de cosas –listas de tareas, listas de compras, definiciones... eso sí, la mayoría ya borradas por el sudor.

– Siempre tengo mi agenda conmigo, es un amigo que llevo en el bolsillo, pero como disque nunca le hago caso mejor me pone recordatorios a la vista.

– ¿Puedo verlo?

– Seguro.

Sus dedos larguchones abren un pequeño bolsillo en su maleta y una pluma sale como un cerrucho a rayarle un dedo, y sigue amenazando con picarlo hasta que el zipper cobra vida propia y se cierra. Quiere luchar con él pero el cierre está trabado, su amiguito ha de estar de malas.

– Bueno, ya te lo presento más tarde.

La voz del piloto hace manifiesto a través de los altavoces, despegan en unos minutos. El avión está lleno, unos padres llegan a ellos y le piden que le cuiden a su hija, seguramente sus asientos están todos sueltos.

Ahí Juan nota algo extraño, los dos señores miran a Xochiyoh, saben que hay alguien ahí pero no se dirigen a él en ningún momento, como si prefirieran no molestarlo por nada del mundo, y él luce tan tranquilo y serio, como un rey, ¿es esa el aura que le da al resto? La niña ni siquiera se atreve a tomar asiento, solo observa al muchacho en la ventana, nerviosa.

Finalmente, es la madre la que toma ese lugar, una que otra vez le comenta que huele a podrido pero lejos de eso no se dirigen la palabra más.

A pocos minutos de aterrizar Xochiyoh jura que están atravesando el mar, y cómo es él el que vive ahí le tiene que creer pero el mar que describen sus ojos es muy pequeño. El sol parece estar sumergido en el agua azul, bailando al vaivén del viento caliente que pasa por ahí.

– No sé si realmente es el mar, pero es hermoso.

Al bajar los reciben sus maletas, un calor de perros y el ruido de la carretera despierta. Un pájaro se le para a su guía en la cabeza, uno que nunca había visto antes: su pico y sus patas son largas, comparten color con sus ojos rojos, su plumaje es negro con blanco y como todas las aves le da un pavor inexplicable que lo hace alejarse unos pasos. Es extraño que reciba a Xochiyoh con tanta naturalidad, y más raro que acepte las caricias en el lomo.

– Ella es Marilú, nos estaba esperando. Avísale a los demás que vamos en camino.

Y Marilú parte vuelo, puesta y dispuesta a obedecerlo. Alrededor y más adelantito hay puro monte, no está seguro de cómo proceder. Entonces llegan unos tres tipos parecidos a Xochiyoh: blancos blancos y todos flacos. La cosa es que ellos, que deberían de ser sus hijos, se ven mayores a él: tienen sus arrugas y sus años encima, en cambio él le parece más un muchachito como de su edad.

No se dio cuenta en qué momento se fue el miedo, quizá fue en cuanto descubrió que él no es invencible, que ama también y que no es un maniático como lo demostró al conocerse.

– Hola pá, ¿cómo estás? –llega una y lo recibe con un beso–. Yo soy Marianita, soy tu hija –Xochiyoh frunce el ceño y se la quita de encima, no se le ve convencido.

– Claro que no, Marianita es a penas una niña, ¿Quiénes son ustedes?

– Somos tus hijos, Mariana, Jesusa y José –dice el señor con una cara de preocupación que comparte, es obvio que algo no está bien con su memoria y solo puede imaginarse lo horrible que es ver a un ser querido así. Con una cucharada de enojo y otra de pánico, Xochiyoh ya debe de estar ideando la forma de llegar a la casa sin ellos.

– ¿Dónde está Don Mario mi chófer?

– Mira, Mariecito se murió hace dos años, nosotros somos los que venimos a recogerte del aeropuerto –le dice la otra mujer retirándose las gafas de sol, con lo parecidos que son ya debería de entender que le dicen la verdad.

– No... ustedes me están diciendo mentiras, si yo lo ví el otro día –se lleva una mano al cachete como si estuviera sufriendo, su cabeza a veces es su enemiga y quiere ponerlo en contra de todos los que ama.

– Oye, Xochiyoh –interviene Juan, hastiado de estar en el sol–. Si tienen cómo llevarnos y saben dónde vives, ¿no es mejor ir con ellos? Al cabo que no nos van a cobrar, ¿verdad?

– Claro que no, faltaba más –dice Chuya alisándose el vestido, pero el otro no abandona la desconfianza.

– ¿Seguros?

– Sí, seguros –expectantes a su respuesta, se acercan a una carcacha que casi casi huele a carne achicharrada, su coche.

– Está bien –se le escapa un suspiro a media frase–, pero ustedes no pueden seguir ofreciéndose a llevarme, no me importa si son mis hijos o no, yo necesito un chófer.

– Yo puedo ser tu chófer, papá –ofrece ella y su sonrisa con labios rojos, pero él sabe cómo arrancarsela en un segundo.

– Y un demonio, no voy a poner mi vida en manos de una mujer, los hombres son los que deben conducir.

– Dios me libre –exclama Juan entre dientes, no oye comentarios de esos desde que vivía con su abuela.

– José, ¿crees que puedas ir al volante? –le pregunta la señorita a su hermano, él le afirma que sí y en un minuto ya están subiendo al auto, Chuya y Marianita que llevan vestidos de flores van encantadas de la vida, en cambio José se queja del horno al que se metió y no tarda en remangarse los pantalones.

El camino no es muy alentador, solo hay monte, uno que otro coche en la lejanía y alguna gasolinera adornando a la nada. El sol se cansó de mojarse y aterrizó en el capo de su coche para acompañarlos durante todo el trayecto. El sarpullido lo está matando, podría arrancarse la piel con las uñas en cualquier segundo.

– El clima está bien gacho pero por la casa hay muchos árboles, allá siempre está fresquito.

Los hijos de Xochiyoh son tan parlachines que, si se distrae un segundo, oye una granja llena de animales y no lo que dicen. Con esa calidez solo puede sentirse incluído, como parte de esa familia que aunque se cae a pedazos no abandona la alegría ni la fé.

– Sí, y también tenemos la Bahía de Ohuira, ¿si la vieron? También tenemos varias playas aquí cerca, se pueden meter a nadar sin problema. Nomás tengan cuidado con las orcas.

– Ay no, esas son bien tranquilas –le aclara a ambas mujeres–. Más bien, cuídense de los barcos.

– Me encanta el agua, un chapuzón no suena nada mal –por el rancho en el que vivía a la gente se le quedaban pegadas las chanclas en el asfalto, ir a nadar al río con su familia era de sus actividades preferidas, especialmente en la madrugada, cuando ninguno de sus vecinos se atrevía.

– Oye pá, ¿puedes abrir toda la ventana? Se hace girando la manija de ahí, sí, justo así.

Su cara lo dice todo: está hasta la madre. Es extraño, en Nuevo León se le veía tan libre, tranquilo y perverso, y ahora que han llegado a Sinaloa regresa a todos sus problemas; en la media hora que llevan ahí no ha hecho otra cosa que corajes.

– No me vuelvas a tratar como imbécil, tengo demencia, no retraso mental –cuando acerca la cara a la ventana puede percatarse a través de su reflejo de que está a poco de las lágrimas... El ruido que hace poco reinaba en el ambiente termina, está justo delante de él y no tiene palabras que darle.

– Perdóname, no era mi intención.

– Ya está –zanja el tema abanicando al aire, y de repente parece que vuelve a ser él, o aquel que finge ser cuando se siente intranquilo.

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