El Arca de Noé
Cuando Chuya advierte que están por llegar a su hogar, su mente se impregnó de memorias añejas. Topolobambo es un pueblo conocido por su bahía y su delfín "el pechocho", cuyo recorrido en lancha se ha vuelto una atracción turística. El único problema es que hay poco terreno firme cuando construyes en medio de varias colinas, por lo que abundan las calles onduladas, las escaleras y las vistas bellas.
Las casas coloridas pintando las faldas de los montes le dan un toque de alegría muy especial; se venden mariscos y agua de coco en casi cualquier calle y las icónicas letras de colores resplandecen delante del agua azulada.
Cómo en todo pueblito costero hace mucho viento, y no es raro ver pedazos de lanchas viejas regados en algunos puntos. Es común ver turistas comprando pulseras y llaveros costosos, y comiendo en sus más famosos restaurantes; ellos solo tienen ojos para la parte linda de Topolobambo, pero no saben lo que aguarda más allá, en la parte más alta de una colina que extrañamente no está adornada por más que una enorme casa residencial y una choza; ahí es su destino, pues se detiene en un gran prisma de bambú alejado de todo lo demás, su techo es de palmas y le recuerda a un kiosko. Es muy alta, seguramente es de dos pisos, nunca había visto algo igual.
- Wow, su casa es muy bonita.
- No es una casa como tal, le decimos El Arca de Noé, aquí dejamos a los animales. Puedes tomarte tu tiempo.
Como está de malas, Xochiyoh le avienta la maleta. Quizás esté enfermo pero no puede haber olvidado que hay un animal adentro. No le da un tortazo porque tiene a su familia en frente pero ganas no le faltan.
Sube el tramo inclinado que lo separa de la puerta y por las marcas en el lodo deduce que no será sencillo abrirla. Lo peor es que al arrastrarla un poco una bola de pelos de elote que la rebaza en tamaño le impide el paso. Enseguida se le ocurre aplastarla con las manos, y eso le permite ver qué adentro todo está igual; es un nido gigante de greñas que casi parecen cabello de verdad. Abre la mochila para sacar a la Micha, y cuando lo hace su pelaje blancucho y café se asoma junto a un olor espantoso que le parte el alma.
Trata de ponerla encima de esa masa amorfa de hilos que lo recibió en la entrada cuando percibe la cola de una serpiente detrás y prefiere no molestarla. Entonces va a ponerla más abajo, está caliente y pesada así que por un instante piensa que todavía está con vida, y ahí ve clarito una pata enorme y amarilla, como la de un león, enterrada en los matorrales de hebras negras y doradas, y se queda tieso.
Hay un puto león ahí dentro. Con el terror que le tiene a los leones. Puta madre. Si no se ha hecho encima es de puro milagro. Claramente puede ver como sus dedos peludos se mueven a penas unos milímetros, ha de estar dormido pero no lo quiere averiguar, y menos dejar a su gata ahí para que se la coman. Ni que estuviera pendejo.
Baja corriendo, ya ni pudo cerrar la puerta, y se acerca al tipo al volante con una cara de espanto que ni se imagina.
- ¿No me la puedo llevar?
- ¿Por qué?
- Es que no quiero que el león se la coma.
Mariana se ríe de él como si fuera un niño chiquito, pero en su cabeza no cabe la idea de que el león sea inofensivo así que lejos de tranquilizarlo su humor le da rabia.
- No va a hacer eso, él es como tú, una persona a la que maldijeron y, bueno, nunca va a despertar porque ahorita está en su cuerpo humano allá en la casa. No te preocupes.
Después de eso, no le queda de otra que volver y dejarla ahí ya más tranquilo, entonces se monta en el carro y llegan a su destino, es como el edificio de una plaza comercial y solo puede creer que vive mucha gente ahí, de otro modo no se explica cómo pueden pagar la renta.
Hay música y gritos, así que o es un zumba o están de fiesta. Mariana abre las rejas y ahí Juan es consciente de que va a convivir con todos los extraños repartidos en el patio por meses, y son un chingo, la mayoría personas de la tercera edad... Realmente parece un asilo.
- Vamos a llevar tus cosas a tu habitación y luego te presentamos con todos.
Pero no pasan por la multitud desapercibidos, no puede llevar sus maletas adentro porque una manada de dones y doñas se lo roban para platicar con él.
- ¿De dónde eres? ¿De dónde eres? -uno de ellos lo toma por los hombros y lo sacude con vehemencia.
- ¿Eres de Michoacán? -una señora lo interroga con ojos de loca, está tan cerca que le huele el aliento, es más, ya no sabe si es de la boca de ella o de quién, hay viejitos por todas partes suyas.
- No, de Nuevo León.
- ¡Me lleva la chingada! -unos dos de ellos celebran y le empiezan a cobrar a los demás, y ya entiende un poco por dónde va la cosa...
- Ya, llévatelo -dice una de ellas con un desprecio que le causa risa, y la otra que tiene las manos llenas de monedas le propina un besote en el cachete y en seguida le da otro al cielo, agradecida.
- ¡Ahí estás! -un ángel llega y lo arrastra a la superficie, lejos del contacto humano-. No me despeluquen al niño, ¿no ven que acaba de llegar?
- Ese pinche huerquito nos hizo perder cincuenta pesos a todos, nomás estos dos langaros se llenaron los bolsillos de varo.
- Pues ya ven, ya ven, a ver si a la otra le piensan antes de andar apostando.
- ¡Ñeh! -replica el mismo haciendo el brazo, de verdad que parecen niños chiflados, si hasta les faltan varios dientes.
El primer piso los recibe y es más triste que nada, para empezar no tiene muebles ni focos, solamente varias mesas pegadas y un par de sillas, porque todas las demás están afuera. Las escaleras son de otro mundo, van creciendo por la pared como peldaños pequeños que se salta de dos en dos; si se llegará a caer, eventualmente chocaría contra una pared o con una de las varas del barandal.
- Estos borrachos nomás no les alcanza para las chelas así que se la pasan jugando a las cartas a ver cuánto ganan.
- ¿Por qué hay tantos mayores de edad con la maldición? ¿Han hecho algo malo?
- Todos son gente de rancho que vivía honradamente -le corrige con un deje de tristeza en la cara-. Hay tanta gente haciendo cosas horribles allá afuera y yo no los veo parar acá. Aquí entre nos, no creo que hayan hecho nada para merecerlo, todo lo contrario, casi todos son viejitas muy amables que sufrieron de mucha violencia por parte de sus maridos, ¿sabes? No sé lo que les pase por la cabeza a esos espíritus, es solo que siempre he tenido la teoría de que ellos solo tratan de salvarlos.
- Tú sabes más de esto que yo pero, la verdad no estoy de acuerdo -la primera mitad de lo que había vivido se le hace para película de terror-. La marca que te dejan en los ojos, o de lo que sea que se trate, es muy fea. Sentí muchisimo miedo cuando la ví. Tienen que ser macabros, no se me hace natural.
Llegan a una habitación enorme, plagada de camas a penas separadas por unos centímetros de distancia. A los pies de cada una hay un baúl, o alguna maleta, pero Chuya llega a quitar uno con el pie e indicarle que ponga la suya.
- Esta era de Don Iván, se fue hace ya varios años.
- ¿Falleció? -pregunta en seguida, ya dispuesto a dar su pésame.
- Qué va, le gustó ser una orca y se fue a vivir pegado al mar. Lo raro es que a él le ha dado la maldición dos veces.
- No me jodas -casi tira su cachucha y se pone a saltarle encima, como Don Ramón. ¿Cómo que le puede dar dos veces? ¡Mierda y mil veces mierda! Cuando volviera a la normalidad quemaría el puto cuadro de su bisabuela y no pisaría un centímetro cuadrado de tierra de nuevo.
Después de una merecida siesta, a cuarenta grados y sin la santa gracia de un soplo de brisa, llega la hora de comer, y saliendo al patio se le llena la nariz del aroma de las salchichas y el bistec asado que está servido en la mesa. ¿Para qué negarlo? Se le hace agua la boca, pero entonces ve una pila de cebollas partidas a la mitad y se roba una. Más de uno se queda viendo cómo le da un mordisco tal que hasta se creen que le sabe a manzana de caramelo.
- ¿Te gustan las cebollas, hijo? También estoy haciendo unos chiles jalapeños bien ricos -dice la señora con los ojos de acero que está a cargo de la parrilla.
- Bastante, ahorita agarro de eso también.
Para cuando se pasa la comida los ojos le arden bien canijo, al lado de la puerta hay una fila para servirse agua de jamaica, hay un chavo delante de él así que no tarda en hacerle plática.
- Hola, soy el nuevo, me llamo Juan. Creí que no iba a ver gente de mi edad por aquí.
- Es verdad, ¿qué edad tienes? -se voltea un chavo de gafas polarizadas y el pelo verde, sus cejas delatan su asombro.
- Diecinueve, ¿y tú?
– Veinticinco, pero, no puede ser, a penas dejaste de ser un niño, ¿desde cuándo tienes la maldición? –pregunta con tal angustia que Juan queda intrigado.
– Desde hace pocos días, de hecho. Todavía no me acostumbro a todo esto pero Xochiyoh prometió que a lo mucho me quedaría aquí un par de semanas.
– No puede ser, tú no deberías de estar aquí, eres un chico. ¿Xochiyoh no te ha hecho algo? Puedes decírselo a cualquiera, en serio.
A diferencia de todos en ese lugar, que desprenden una vibra fiestera o calmada, este tipo parece no haberse relajado un segundo desde que pisó este lugar, y de eso ya debe llevar un buen tiempo. Es como si los mayores le hubieran chupado la juventud.
– Bueno, ¿podrías ser más específico? De todas formas, no sé de qué sirva compartirlo con alguien; si tengo claro algo es que ese tipo es intocable.
– ¡Claro que no, sí que ayuda y ese imbécil no es intocable! –exclama con una rabia que una parte de su ser comparte–. Estoy hablando de violencia pero más hacia el acoso sexual, es un pervertido de mierda. No sé qué te hayan dicho pero lo cierto es que si somos los dos únicos jóvenes aquí es porque su verga no está tranquila cuando está cerca de uno. Es repulsivo.
– Dios, no me ha enseñado esa parte de él todavía pero mantendré mi distancia de ahora en adelante. ¿Se ha sobrepasado contigo?
– Con decirte que ni vivo aquí, sólo vengo por las comidas, siempre me clava la mirada en la nuca y como que pone su mano en su muslo, ¿sabes? Como si quisiera pajearse ya mismo. Me aterra que pueda hacerme algo en la noche, ya violó a una chica una vez y ahora sus hijos la mantienen económicamente; así de horrible fue.
– Ese tipo está de verdad enfermo. ¡No entiendo cómo es que sus hijos lo dejan hacer todo lo que le pega en gana! –por una persona todos están en grave peligro, por una. Nunca deseó mal a nadie antes, ni siquiera a su presidente, pero ahora mismo realmente siente ganas de que ese tipo se muera, que le pase algo fatal y que su corazón deje de latir por siempre. La sola idea de verlo desfallecido en el piso le trae mucha paz; esa sería una dulce conclusión, quizás la única conclusión dulce posible.
– Bueno, él suele autolesionarse de una manera brutal cuando está totalmente solo y con sus habilidades tampoco es que sea fácil retenerlo. Por eso prefieren dejar al chivo suelto y recoger su mierda. Su vida tampoco es fácil, su padre los trata de la mierda y ellos nomás agachan la cabeza.
Suspira con desgano, tratando de aligerar la carga que lleva encima, y luego Juan se desploma como una hoja de papel.
– Ey, ey, ey, ¿estás bien?
Asiente por mero reflejo y siente que le están palpitando las ronchas, la cabeza le empieza a doler también, a penas puede coger aire.
– ¿Sabes dónde tienen pastillas? No me estoy sintiendo muy bien –al buscarle el pulso a penas puede sentirlo, entonces el otro entiende todo enseguida.
– Okey, mira, tú no necesitas pastillas, estás por mudarte al cuerpo del animal que hayas traído así que ve a tomar asiento y tranquilízate.
- ¿Ahora?
– Sí, ahora. Oigan, ayúdenme trayendo una silla -avisa por sobre la cumbia que se oye, una mujer delgaducha acude rápidamente con su sillita y lo tumban ahí. Juan se va, pero no quiere irse, se le cae la cabeza y el patio se hondea y se retuerce como un torbellino y él es arrastrado vilmente hasta que acaba en la oscuridad.
Repentinamente todo está callado y caliente, su pecho se mueve al compás de su respiración acelerada, todo se ve extraño y gris pero extrañamente distingue todo perfecto. No es La Micha, pero está en su cuerpo y la tiene más presente que nunca.
La montaña de pelos en la que anda tirado lo asfixia, por eso busca la puerta y una manera de escaparse. Mira su oportunidad, una repisa de madera cerca del techo, y prepara sus patas de atrás para saltar hasta ella. "Puedo hacerlo", se dice con fuerza, pero a penas hace un brinquito que lo lleva a conocer el piso.
Se le ocurren un montón de groserías pero todo lo que sale de su boca son lamentos guturales y maullidos. Oye cómo algo estremece las mechas de elote y enseguida ve la cara tímida de una boa. No le tiene miedo, es más, por sus ojos amarillos grandototes y las escamas que se asemejan a dientes diría que lucía chistoso, parecía un cocodrilo en miniatura.
"Las películas de Disney son una basura, no puedo hablar con los otros animales", se lamenta cuando esta le hace una y varias señas con su cabeza, y él le maúlla como si esperara que así sepa lo que está pensando.
Xochiyoh tiene que ser el que les abre la puerta, tan contento que estaba desde que no lo veía... Y ahora verlo le aterra y le asquea tanto. Los dos salen nomás ven un rayito de sol, y ahí se plantea un gran problema. Juan trae un hambre de perros, pero también es un vegano de espíritu en la forma de un carnívoro.
Ya había librado esa batalla una vez, y con todas las de perder, pero ahora es distinto, ¿verdad? De cualquier modo, no se trata de sucumbir ante el hambre a pesar de su voluntad, es más bien tener que resistir ante un pavor terrible que le recorre todo el cuerpo cuando se imagina que está en ese chiquero otra vez, obligado a llevar el cuchillo en la matanza del cerdo para hacerse hombre.
Fue fuerte esa vez: con el sol, el hambre, la sed y los ojos rojos de una bruja encima no le dió de machetazos ni salió del mentado chiquero en ningún momento, jamás había desafiado a esa mujer antes y la mera impotencia que había arrastrado por tantos años le daba el vigor para seguir en su necedad. No iba a obedecerle de nuevo, era más joven que nunca, invencible.
Y luego ya no.
No puede hacerlo, cada que hay carne también está ahí el animal hecho de gritos y rojo al que vio a los ojos cuando la vida se le iba por la boca.
No es cuestión de principios, es sólo miedo. De ese miedo que no te deja dormir y te tiene comiendo miserias dos años si así no tienes que enfrentarlo. Se sometió a eso y se perdonó, pero no lo haría si es Micaela la que va a quedar en los huesos... Sería su egoísmo ganándole al cariño que le tiene a ella.
¿Qué debería hacer? Es esa la pregunta que lo tiene despierto en la noche y mudo de día, cree no haber tomado una decisión pero eso ya lo hizo al proponerse no hacer nada hasta haberlo meditado. Es deprimente ver a la gargola impavida en la que se ha convertido vigilar el firmamento desde el tejado eternamente.
Los viejitos llevan un rato viéndolo, está haciendo un buen de viento y no entienden cómo no se ha caído de ahí.
- ¿Deberíamos invitarlo a jugar con nosotros? Parece muy solo.
- No va a querer, no ha bajado de ahí desde ayer, tampoco ha tocado su comida -se quedan callados cuando ven un papalote anaranjado ir a hacerle compañía al tal Juan, hace años un chamaquito lo dejó en el monte y desde entonces el viento lo levanta cada que va a llover-. Me preocupa que se muera de tristeza, acuérdense que así le pasó a Doña Amanda.
- Está muy jovencito, de lo que se debería de morir es por borracho. ¿Qué son esos sentimentalismos pendejos?
- Pues extraña a la novia, a sus colegas. ¿A poco tu no andas chille y chille porque ya quieres conocer a tus nietos? -lo molesta un viejo bigotón.
- ¡Pos' sí! Pero esos son mis pedos -golpea la mesa con su botella, y así malabarea con sus cartas con una mano-, ahorita de quién estamos hablando es de él.
- ¡Ey, suelte esa escoba, niña! -le grita uno a Chuya, que llegó a querer mandonear a Juan.
- ¡Primero que venga a comerse sus croquetas! Ya se asoleó todo el día de ayer, le va a hacer daño.
Sus voces son un zumbido insoportable y la escoba ha estado cerca de rozarle las orejas en dos ocasiones. En la primaria los niños le aventaban piedras, era gordito y vivía mejor que los otros niños; no es nada en lo que piense a menudo pero cuando se siente amenazado su instinto lo obliga a salir corriendo. Tiene un dejà vú mientras es golpeado por la hierba húmeda y el reflejo de los rayos, se desconecta por unos minutos pero el miedo lo frena antes de alejarse demasiado. Está oscuro, hace frío y no conoce ese lugar, será mejor que regrese por donde vino.
- ¡Juan! -el primer grito con su nombre lo avienta para allá, ya empieza a llover y los truenos no le permiten escuchar con claridad.
No hace más de dos minutos que se fue, reconoce la voz, es de una de las hijas de Xochiyoh. Sus piernas blancas se asoman entre el zacate lodoso, va descalza, seguro sus tacones quedaron enterrados en el lodo. Sus manos chocan contra sus rodillas, invitándolo a acercarse, la oye decir su nombre de nuevo, está a poco de llegar a ella cuando alguien más lo extiende por el aire. Al sobrepasar el césped descubre que su pecho y su cabeza no están. Voltea, Chuya lo carga y Mariana tiene una metralleta, la lleva a su hombro como una profesional y dispara a la cosa que lo llamaba. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... las balas salen tan rápido que por poco pierde la cuenta, eso sí, el ruido es suficiente para añararale todo el pecho a su hermana, nunca había oído algo tan recio en toda su vida. Ni siquiera se atreve a voltear, tiembla con solo pensarlo, nunca había visto un cuerpo incompleto, podría ser un demonio, e iba a llevarselo... ¿Cómo iba a saberlo? Por suerte, su destino ha sido morir rápidamente en el pastizal.
- Esa era una bruja -dice mientras se cuelga el arma debajo de la axila-, pueden aparentar la apariencia de una persona, lo bueno es que no toda. Hay muchas por esta zona, así que ten cuidado.
Para asegurarse, Juan le busca las piernas a ambas, y ahí están, no son la otra mitad de alguien ni nada. Sólo así, Juan termina durmiéndose por fin y, con los ojos cerrados, logra tentar el edredón de su cama; sin embargo, teme que si separa sus párpados volverá a ser un animal, así que permanece echado ahí incluso varias horas después de haber perdido el sueño.
Hace seis años, su familia fue echada a patadas de su pueblo, esta vez él fue jalado de las greñas para el campo. Pareciera que es algo que él añoraba hace mucho, pero acaba de darse cuenta de que nunca lo fue.
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Sí, hay brujas. Dudé mucho en si incluirlas o no ya que en un principio quería que fueran cuervos, pero considero que ya han muerto muchos animales en la vida real por culpa de esos mitos, así que estoy contenta con esta interpretación.
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