Ancas de rana
Ciertamente el pueblo es mucho más rico de lo que pensó en un principio: podrá verse descuidado y viejo, pero está hecho para quedarse un día, tomar fotos y marcharse; los hoteles son demasiado lujosos y la comida no es gran cosa y la dan bien cara igual.
Aquel pedazo de pavimento que no es tocado por la sombra de las hojas de las palmeras y árboles que abundan las calles le derrite las suelas de los zapatos hasta el punto en que despiden una sustancia cafecita y apestosa; nunca había padecido de tanto calor en toda su vida hasta esa fecha. Ni siquiera cuando acompañaba a sus tíos al mercado en pleno sol del mediodía, o cuando tendía la ropa en el rancho que estaba en lo más alto de la sierra; nunca había probado el infierno antes de pisar Sinaloa.
Estaba despidiendo casi tanto sudor como agua en la Bahía de Ohuira, que ya lleva rato seduciéndolo con su manto de brillo blanco para que se meta a nadar, pero no será ese día; está desfalleciendo de hambre y es la segunda vez que devuelve un mísero plato de arroz porque no pueden seguir sus instrucciones: arroz sin nada. Esas personas están obsesionadas con agregarle pedazos de almeja o caldo de pescado a todo, y si no le entregan su plato de arroz con mariscos, entonces tiene mantequilla.
En fin, eso le pasa por entrar a una fonda que claramente tiene la ilustración de un camarón bigotón. Anda haciendo corajes por el hambre cuando su teléfono empieza a sonar, lo desbloquea desconociendo el número del que se trata y enseguida descubre de quién es.
– ¡Cloe, no sabes el hambre que tengo ahora mismo! Sólo déjame comerme un platito de arroz y llego corriendo, ¿sí? Ahorita estoy en el pueblo –le explica retorciéndose en su lugar en cuanto el mesero le lleva el dichoso plato de arroz a la mesa. Un plato de arroz blanco y esponjosito–. Bye!
Cloe cuelga el teléfono de la casa bajo la mirada exhaustiva de las muchas personas mayores que viven con Xochiyoh. Con explicarles que es la hermana gemela de Juan pudieron dejar de molestarla por un rato pero a penas termina la llamada otro grupo de viejitos fastidiosos parecen querer atacarla nuevamente y es evidente por qué.
Claramente tiene los mismos rasgos de Juan, unos muy masculinos como la forma de la cara, la piernas y la manzana de Adán; sin embargo, no esta vestida acorde a su idea de un hombre que tienen esas personas. Está usando una bolsa de mano, pantalones apretados y una blusa de tirantes, una razón estúpida y sin embargo válida para condenar a un hombre por allí, y aunque ni siquiera se identifica como uno eso no es excusa suficiente para que no la sermoneen.
– ¿Por qué estás vestido así? –dice un viejito encorvado con un dedo sentenciador.
– Porque se me da la gana. ¿Por qué? ¿Le gusta? Puedo decirle dónde compro mi ropa –se lleva una ambos a la cintura con una sonrisa descarada.
– Oye, no seas grosero, ¿no ves que es una persona mayor? –asevera su amigo, igual de canoso y metiche que él.
– ¿Y ustedes no ven que no me interesa escuchar lo que tienen que decirme? Háganme el favor de dejarme tranquila, ¿sí? –se dirige a las escaleras con un séquito de vejestorios detrás de ella.
– Sólo queremos ayudarte. ¿Tu te consideras una persona cercana a Dios?
– No, soy atea –responde con el tono de hastío más evidente que puede y les hace mala cara pero nada los hace entender que se vayan.
– ¿Alguna vez has leído la Biblia?
– No, y tampoco quiero hacerlo, ustedes no pueden obligarme a creer, y yo no puedo obligarlos a que me vean como una chica. ¿Podemos dejarlo hasta aquí? –se detiene en la puerta de una de las habitaciones y mira a los ojos a cada uno, la miran con una lástima que le da asco; están lejos de saber que ellos son los responsables de cualquier mal en ella.
– Como siervos de Dios es nuestro deber ayudar al prójimo, y tú querido te estás haciendo mucho daño. No eres una chica, debes saber que Dios no comete errores y finalmente aceptarte como lo que eres.
– ¿Aceptarme? –dice en apenas un susurro–. ¿Aceptarme? Ya me acepto y sinceramente creo que soy la única que lo hace, pero con eso me basta. No necesito que traten de "ayudarme", solo que dejen de hostigarme por un segundo. ¡No puede ser tan difícil! –grita justo después de perder los estribos ante semejantes palabras. Ellos son los que le piden a todos que respeten a lo que es correcto para ellos, sin tolerar que alguien sea feliz incumpliendo sus normas así no haga daño a nadie. "Obedece", "acéptate", "acóplate", dicen, pero jamás podrían hacer lo mismo por nadie nunca.
Regresa a las rejas de la mansión, ya harta de pelear a cada hora, cada día. Entre suplentes las cosas son muy sencillas, todos lucen exactamente iguales así que es mucho más interesante para ellos escabullirse a los pueblos a observar cómo se desenvuelven los demás. Básicamente eligen el cuerpo que quieren replicar en base a lo que les gusta; nadie se los da ni cuestiona su elección. Claro que hay algo en lo que no está de acuerdo con ellos, y es en no sólo tomar su cuerpo sino también su identidad; encontrar un cuerpo de su agrado, una personalidad similar, una economía media o alta, un ambiente familiar sano... La de los suplentes es una decisión casi imposible en la que se debe de renunciar a ciertas aspiraciones para empezar a vivir.
Sin embargo, su caso fue uno desesperado; Xochiyoh arrancó a un puñado de su gente de su hogar para utilizarlos a su propia conveniencia y de paso como su entretenimiento, hizo lo que quiso con ellos por años y un día la tomó a ella entre un montón de renacuajos idénticos y le ofreció la oportunidad de escapar. Cuando supo que sería el cuerpo de un chico intuyó que la tendría difícil pero no pensó que tanto. No tomó su lugar sino que tomó su propio camino así que el mundo era muy hostil con ella y no tenía apoyo emocional pero las disociaciones eran lo que más la bajoneaba; al verse al espejo la silueta de Juan la tapaba a ella, impidiéndole verse o seguir su vida con normalidad.
Lamentablemente, una vez que un suplente replica un cuerpo ya no hay marcha atrás. Claro que después de algunas semanas muy duras tomó otra decisión importante: no dejaría que ningún suplente pasara por lo que ella; les enseñaría a hacerse una vida sin cobrar otra, los liberaría del sufrimiento al que los sometía Xochiyoh y les brindaría su experiencia. En el estanque ella habría dado lo que fuera porque apareciera alguien así y no las mismas ranas, almas viejas sin salvación cuya existencia era desesperanzadora y deprimente.
Logra distinguir la silueta de Juan a la distancia, pero no se atreve a apartarse del tronco de ese árbol y la única sombra a kilómetros. Juan queda muy sorprendido de verse, o mejor dicho, de verla tan cambiada. Tiene el pelo corto, tenis y pantalones de mezclilla pero los hace lucir de una manera muy diferente a la que él lo haría; es decir, no se esfuerza mucho por hacerlo evidente pero aún así transmite el mensaje de que no es un chico sin decir una palabra.
– Hola –no se atreven a abrazarse, todavía no son tan cercanos, pero sí chocan los cinco, lo que es más extraño que eso.
– Te ves muy bien, si tengo permitido decirlo.
– Idiota –sentencia tras un par de risas.
– ¿Te trataron mal allá? He visto lo intensos que se ponen algunos mayores con ciertos temas –la homosexualidad de Mariana, las apuestas y los trabajos de brujería hacia Xochiyoh eran solo algunas de las conversaciones más recurrentes entre el club cristiano que se tenían en el patio trasero, dónde solo ponían los coros de la Iglesia y las estaciones de radio referentes a la religión. Él también es cristiano, pero lo de ellos ya es un fanatismo insano, y Cloe no está haciendo nada malo para que ellos vayan y le laven el cerebro con tal de hacerle creer lo contrario.
– Algo, pero no se puede evitar –dice con una resignación que le parte el alma. Él siempre ha sido más bien reservado, de esos que agachan la cabeza y se guardan lo que piensan cuando algo no les gusta, o así era antes, y no puede soportar ver a alguien más hacer lo mismo. Con silencio no se hace ningún cambio, el silencio sólo otorga.
– No les hagas caso, yo hablo con ellos; estoy buscando un lugar al que mudarme así que no tendrás que soportarlos mucho tiempo, ni a ellos ni a Xochiyoh. Ah, y tendrás que tener mucho cuidado con él porque es un pervertido asqueroso.
– ¿Te ha hecho algo?
– Casi se la jala enfrente de mi, mirándome a los ojos. Me da asco pensar cuántas veces no pudo haberlo hecho antes, sin que yo me diera cuenta.
Cloe suelta un sonoro suspiro y dibuja una línea con sus labios, sus ojos indican que está pensando en lo siguiente que le va a decir.
– Sé de antemano que a Xochiyoh le gusta sentirse superior, disfruta de observar el miedo en los demás así que siempre ataca de frente –como sus prisioneros, sus hermanos suplentes y ella eran sometidos a todo tipo de torturas: agua sucia, ayunos, largas conversaciones acerca de lo miserables que eran a comparación de la gente de afuera, asesinatos al azar y frente a sus ojos... Y esa expresión de satisfacción que ponía, hay algo muy perverso dentro de él–. No creo que lo haya hecho antes porque no se delató, y entonces eso no es atractivo para él. Te recomiendo que la siguiente vez que suceda no demuestres miedo, pero tampoco lo enfrentes; simplemente ignóralo y vete tranquilamente. Después de eso, tratará de superarse, pero si interpretas bien tu papel se cansará de tí. Créeme, ya lo he puesto en práctica.
Juan se queda callado, logrando notar que hay una parte que no quiere enseñar pero está claramente a la vista. Una marca imborrable y punzante que en ocasiones habla por ella.
– Te agradezco por contarmelo, y si te llega a hacer algo él o cualquiera no dudes en decírmelo también.
– Claro, gracias –sin nada que añadir, se quedan de pie guardando luto total, el aire no es más ruidoso que ellos, parece que el calor del radiante sol ha logrado agotarlo también.
Cloe desvía su atención al monte y se despide de Juan agitando su brazo, promete volver pronto pero la verdad es que ni siquiera lo sabe. Volver y desafiar a su captor la tiene aterrada, bien sabe lo que es capaz de hacer pero aún así dió la media vuelta para enfrentarlo, y está decidida a que su esfuerzo no sea en vano.
Corre hacia el campo abierto, donde el cielo y el pasto se funden en el mismo amarillo uniforme, y rodea la colina hasta hallar su hogar, el pequeño estanque encerrado. Se propone a subir tan rápido como puede y luego voltea atrás, tan solo para ver a una distancia segura a la silueta lejana de Xochiyoh quien realmente se trata de nada menos que dos brujas apiladas entre ellas; sabe que no se trata de él porque las brujas no pueden pisar las tierras de Xochiyoh, y Xochiyoh jamás se alejaría de ellas como para arriesgarse a ser atacado por ellas.
Las brujas no le dan tanto miedo como Xochiyoh; ellas son suplentes que en su desesperación por replicar a alguien cometieron canibalismo y están condenadas a una sed de sangre permanente, en cambio Xochiyoh lo tuvo todo alguna vez pero lo perdió por una atrocidad que cometió él mismo y en vez de afrontar las consecuencias continuó arrastrando a los demás hacia su propio declive.
Incluso en esas criaturas desalmadas que la observan a la distancia puede ver un poco de ella y sentir pena, pero de Xochiyoh sólo cree que sería mejor si muriera.
A cada paso que da quiebra los delgados palillos de lo que era el césped y finalmente contempla su reflejo y la silueta borrosa de sus compañeros. Su sombra logra atraerlos hacia la orilla, no son capaces de decir una palabra pero puede entender que están interesados en su presencia.
– Soy una suplente como ustedes y vengo de este mismo estanque. Volví para decirles que no están solos y que prometo liberarlos uno por uno empezando desde hoy –saca un pequeño frasco de su bolsillo y pasa al otro lado de la cerca con la facilidad de levantar sus piernas.
Sin embargo, cuando se propone acercar el frasquito al agua los renacuajos se agitan con turbulencia alrededor de la orilla, haciéndola ver el círculo de hierbas alrededor del estanque. Al acercar el frasco de plástico hacia ellas el solo contacto logra hacerlo reventar, generando un sonido estruendoso que la obliga a retroceder.
– ¡Mierda! –debió suponerlo, así como puede mantener a raya a las brujas puede hacer lo mismo con los suplentes o humanos, su habilidad de imitar a la perfección el cuerpo de otra persona es demasiado rara y útil como para que se atreva a dejarlos sin protección.
Las ranas están saltando despavoridas por el alboroto, y ella se propone a huir antes de que la atrapen, no sin antes prometerles que no se dará por vencida.
Al llegar a la casona divisa a través de las rejas a la figura de Juan conversando con algunas viejitas, es obvio por qué que es muy amado por los mayores: es heterosexual, obediente, bien parecido y viste sencillo, algo así como el nieto preferido. Al entrar trata de ignorar toda la atención que cae encima de ella y llevarse a Juan adentro pero cuando se propone a jalarlo él la agarra de la muñeca y le sostiene la mirada por segundos a todos los presentes.
– Ella es mi hermana gemela, Cloe, y ella se conoce mejor que nadie en el mundo así que no deberían de cuestionar ni debatir su género. Ella es una chica y si no lo aceptan y lo hacen evidente entonces tendrán serios problemas conmigo, ¿entendido?
Algunos parecen que quieren reclamarle pero se contienen, y ella, ella a penas les presta atención, está demasiado avergonzada para ello y es que nadie le había demostrado que le importaba de esa manera, después de todo no tiene familia y a penas un par de amigos.
No se da cuenta de en qué momento han subido las escaleras, pero no puede perder la oportunidad de agradecerle.
– Muchas gracias por lo que dijiste, se ve que estas personas te escuchan.
– Sí, sólo necesitan a alguien que los oiga de vez en cuando; no son malos pero les cuesta más el cambio, aún así no tienes que tolerarlos –se apura a decir volteando a verla con un tono de sentencia, ella no puede evitar reír un poco.
– Lo sé, yo también sé defenderme pero a veces me cuestiono si vale la pena...
– Desgastarte por ellos no lo vale, quizás un simple comentario y marcharte sea lo mejor; si no te dicen nada, puedes convivir, les encanta platicar –en respuesta la joven agacha la mirada como imaginándose en ese escenario tan bizarro: hablar con una persona mayor a la que no le importe que contradiga aquello en lo que cree y hasta tenga el humor para reír con ella.
– Lo intentaré.
Al llegar a la habitación observa la maleta de Cloe encima de la cama y no puede evitar arrugar las cejas cuando reconoce uno de los shorts de su novia. Ella no lo engañaría, la conoce, pero que estén saliendo no la hace ciega y ella ha admitido que Cloe le parece muy hermosa y que su parecido con él le genera cosas, así que le es por demás inquietante los pensamientos estarían pasando por la cabeza de Pamela cuando vió a Cloe con esos shorts que seguramente le quedan un poco grandes y que huelen a ella.
Juan hace una mueca al enterarse de sus propios celos pero es que solo hablar con Pamela ya no le es suficiente, ahora que conoce sus gesticulaciones, sus apapachos y sus habilidades en la cama la extraña incluso mientras están en llamada.
– Oye Juan, me quiero bañar, ¿sabes dónde está el baño?
– Ah, sí, es esa puerta –cada habitación tiene como unas diez camas y también un baño, aunque ese sólo lo usan en la noche ya que por el batallar que tienen los mayores para subir semejantes escaleras Xochiyoh construyó un sanitario comunitario justo detrás de la casona.
A Juan por poco le da algo cuando Cloe saca su toalla, una blanca con rayas que reconoce como la toalla de Pamela. Obviamente debió haberla lavado antes de dársela pero la idea de que le entregara algo tan íntimo le provoca ñañaras pero también se le hace como uno de esos juegos de provocación extraños que le gustan.
– ¿Cloe sabe de tu perverso plan para hacerme enojar?
– Claro, ella necesitaba algunas cosas básicas y yo quería un poco de acción, era ganar ganar pero la toalla sí la compré; la mía ha visto demasiadas cosas como para regalarla –su risita perversa lo hace tragar saliva y, decididamente, encontrar la habitación vacía más remota posible.
Cuando todo rastro de luz en el cielo es arrebatado llega Mariana borracha como una cuba, pero no puede abandonar el vehículo de su novia en medio de una acalorada discusión.
– ¡Pues perdóname por no tener una familia perfecta como tú! ¡Perdón! –alarga la última sílaba mientras se retuerce en lo que Samantha llamaría un verdadero berrinche.
Ahora mismo se siente fuera de su papel, como si acabara de despertar de un sueño que resume toda su vida. En circunstancias ordinarias gastaría su tiempo en razonar con lo poco de conciencia que queda de Mariana cuando toma de más, y después de verla arrepentida y hecha un mar de lágrimas la perdonaría, pero está cansada de eso y no sabe cómo detenerlo.
– Esta no era otra de las tantas citas en la que me has dejado plantada, íbamos a hablarle a mis padres sobre nuestro matrimonio; era más importante que todo –le explica con la última pizca de fortaleza que le impide quebrarse, pero ella parece no verlo.
– Alguien salió lastimado por culpa de mi papá y yo soy la única que se hace responsable de él –no, Samantha sabe que esa es la mentira que se cuenta a ella misma y su obsesión por tener el control.
– Eres la única que abandona todo y va corriendo cuando hay problemas, pero tus hermanos también están pendientes de él, y en vez de llamarlos prefieres quedarme mal sin pensar en mis sentimientos –se detiene en seco cuando se le quiebra la voz, entonces la aludida parece cobrar un poco de lucidez y salirse del mismo discurso que le da cada semana.
– Bebé, cuánto lo siento. No es que no me importes, me duele mucho dejarte pero es que tengo tanto miedo de que pase algo que no se pueda revertir –acaricia su mejilla con una cortina de lágrimas sobre las suyas–. Te juro que hablaremos con tus padres en cuanto solucione esto, se que te he pedido demasiado pero sólo dame un poco de tiempo.
– No, no hablaremos con ellos después de esto porque ya no estoy segura de querer casarme contigo –tarda unos segundos en darse cuenta de lo que ha dicho, pero no se detiene a rectificarse–. Tienes otras prioridades ahora y yo no soy una para tí. No puedo seguir esperándote eternamente.
El perfecto rostro de Mariana se deforma en una mueca de dolor. Primero cierra los ojos y se encoge en sí misma, como si agonizara; a penas puede decir algo que no sean quejidos. En otras circunstancias, verla caerse a pedazos le rompería el alma, pero ahora que ya está hecha añicos solo puede sentir un poco de pena y voltear hacia otro lado.
En cuanto deja de verla, ella le sostiene la muñeca con fuerza y la espalda inclinada como si fuera a pedir plegarias a Dios.
– ¡Por favor, no me dejes! ¡Te juro que voy a cambiar, Sam! ¡Por favor, por favor, eres mi vida! –se desgarra la garganta en medio de lloriqueos estruendosos, por mucho tiempo ella ha sido la única persona en su vida así que sabe lo cruel que sería dejarla así nada más y no tiene el corazón para hacer eso. Acaricia su cabello hasta que sus uñas dejan de lastimarla y toma su cabeza entre sus manos para apoyarla en su pecho.
– Mi amor, tú vida es tu padre y me lo has demostrado un millón de veces. No sé en qué momento pasé de ser tu novia a tu paño de lágrimas, pero aún te amo, así que te daré un ultimátum –Mariana se sorbe la nariz con una calada de aire y mira atentamente la expresión dulce de Samantha–. Quiero que tengas un día fijo para ver a tu padre, siempre te he dicho que eso es lo más sano para tí; de ese modo podrías empezar a enfocarte en tí misma y no agobiarte de problemas que no te corresponden.
– ¿Y qué hay del matrimonio? –murmura con un deje de tristeza.
– Eso queda pendiente hasta que tú te conviertas en tu mayor prioridad –Samantha retira la sortija de plata de su dedo anular y se lo coloca en la palma de la mano–. Demuéstrame que puedes permitirte ser feliz y seré tuya –Mariana mira el anillo por unos largos segundos, inmóvil; algunas lágrimas siguen cayendo por sus cachetes pero ella no se molesta en apartarlas.
Piensa en los últimos meses y no puede sino coincidir en que se la ha vivido mortificada por los tratos de su padre. Su rutina se resume en dormir, llorar, alcoholizarse, desahogarse con Samantha y ser una adulta funcional que está vacía por dentro. Su novia no ha estado tratando sino con un muerto viviente y eso no es justo.
Después de meditarlo por un momento que pareció eterno, Mariana se seca las lágrimas y se guarda el artilugio mientras asiente repetidas veces.
– Tienes razón, ya has tolerado demasiado y estarías en todo tu derecho de terminarme ahora pero te agradezco que no lo hayas hecho. Te prometo que voy a cambiar, ¿sí?
– No lo hagas por mí, Mari, tú te mereces ser feliz.
Ambas se observan con un mar de emociones inexplicables y finalmente se sumen en el abrazo que sellaría su promesa.
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