911
La mañana no podría haberlos recibido con peor noticia.
Como un buen marido que espera a su esposa antes de ir a la cama, se fue a preparar una gorda jarra de café en lo que le echaba un vistazo a la programación por cable. Se decantó por una de esas películas viejitas con las que creció, y dio por hecho que no iba a abandonar el sofá en un rato cuando vio a la guapísima de María Félix con sus labios pintados y un sombrero ranchero.
No despegaba un ojo de la pantalla ni para darle un sorbo a su café, y si no era porque tenía consideración por el sueño de su hijo que el volumen de la tele no alcanzó a tapar ese silbido extraño que lo estaba molestando.
Se esperó hasta el siguiente corte comercial para echar un vistazo al cuarto adyacente, y nada más distinguió la piel cubierta de sarpullido entró a despertarlo, pero no lo despertó. Se habría desmayado en algún punto de la noche, y su piel colorada ya le venía diciendo su temperatura desde antes de que el termómetro indicara algo.
Pareciera un diagnóstico apresurado, pero con la temporada de dengue en su máximo auge y los síntomas que tenía, era clarísimo para él. Llamó a su esposa, luego al hospital y corrió a despertar a cualquier vecino que lo ayudara a cargarlo escaleras abajo hasta el estacionamiento.
Nunca le respondieron a la puerta, todo el mundo estaba dormido, pero cuando le contó la situación a una estudiante de veterinaria que madrugaba para recuperar las materias perdidas ella alegó ir con el tiempo sobrado y lo ayudó sin rebuznar. Ella y su muchacho no eran amigos ni nada parecido, así que el gesto se lo debía a la sola humanidad de la joven, y a Dios, que en todo está y no iba a desamparar a su familia mientras su fe fuera suficiente.
"911"
Marca el número de emergencias en la recepción desolada del edificio, a partir de ahí nada estuvo en sus manos. La ambulancia llegó en doce minutos, exactamente y solo sintió que había hecho todo lo correcto, pues ni un taxi se asomó antes por la avenida que siempre veía tan concurrida en esos días de verano.
Dejó a su hijo en las manos expertas pero no le perdió la pista en ningún momento, y cargando en su mirada la angustia que solo el padre y la madre pueden cargar no se percató de esa silueta blanca que se asomaba por el rabillo del ojo, y ni bien reparó en su presencia fue muy tarde, fue el último en darse cuenta de que los estaba acompañando, sentado bien cómodo a su lado.
Un ángel, eso fue lo primero que se vino a la cabeza con esos rasgos regios y pequeños. Iba blanco hasta por las cejas y llevaba ropa de lo más sencilla, pero era inquietante a la vista, especialmente por la cortina de pestañas grises que señalaban hacia abajo como rejas que estorban a la vista y le pican las mejillas. No podía distinguir sus pupilas así, por un momento se le ocurrió que no llevaba ningunas, que no era humano eso que había hallado la manera de colarse en el cupo ajustado de la ambulancia.
Nadie se atrevió a preguntarle nada hasta que se llegaron a su destino y ese chiquillo hizo de su sombra hasta la sala de espera. Eso hasta que su esposa llega con ellos para conocer el estado de Juan.
- Los enfermeros me tomaron la palabra, le dio el dengue. Le pusieron un suero por vía intravenosa, lo están revisando ahorita y yo nada más ando esperando a que se despierte.
- Ay, Dios mío. Hay que decirle a Pamela también, estuvo con él antier, no vaya a ser que le picó a los dos.
El extraño abre la boca como para decir algo, pero mejor no lo hace y se cruza de brazos con una tranquilidad espeluznante para estar en un hospital.
En lo que el tono de llamada le zumba en el oído, la señora le pregunta por el chavo flacucho con un par de gestos que no pasan inadvertidos por nadie, todo el que lo ve se queda con una intriga arrebatadora.
Seguramente acostumbrado a ser el centro de atención, sabe cómo ignorarlos a todos y con una sonrisita nomás pasa de ser el elefante en la habitación a una pared.
- ¡Pamela, hija, hola, perdóname por despertarte tan temprano! Fíjate que Juan amaneció bien malo, parece que le dio dengue en la salida que tuvieron, deberías checarte tú también. ¿No te ha dado la calentura ni nada?
No se sienta desde que llegó así que don Reinaldo la toma por la muñeca para indicarle que ocupe la silla a su lado, y luego le acaricia el brazo en lo que se comunica con la novia de su hijo. El pendiente lo tiene al borde del precipicio pero al menos su conciencia está liviana. Su abuela pereció por el zika hace ya treinta años, sola en su casa en la sierra; le dijo a sus hijos que no la llevaran a ningún lado, que quería morirse así y que si iban a despedirla llorando mejor que ni se asomaran. Doña Eleonora fue una india tarahuamara con un gran corazón a la que sus convicciones no la dejaron seguir viviendo, odiaba la medicina moderna y la televisión a hueso colorado, pero su muerte le dejó un bonito mensaje: ser fiel a sí mismo.
Juan siempre lo compara con su propia madre, pero si ellos dos pensaran tan parecido como cree, estarían afuera de una tienda naturista en lo que abren. No ama a su mamá la mitad de lo que ama a su hijo, y no le importa desobedecer sus reglas si eso significa que la familia que ha construido estará bien.
Lamentablemente, locos hay por dondequiera.
- ¡Hey, hey, qué chingados le estás haciendo! -la rabia la toma por un momento y la lleva a desgreñar al fenómeno que sin ser doctor o un conocido se metió al cuarto del enfermo a hacerle beber quién sabe qué. El pequeño frasquito que le había puesto en la barbilla se quiebra al chocar con el suelo y un pedacito le rasguña la pierna, pero con el calor del momento ni se entera.
- No me toques -dice entredientes en lo que se pelea con ella para que lo suelte del pelo.
- ¡Ah, ahora sí hablas, cabrón! -le propina unos tres cocazos a puño limpio y lo avienta al pasillo. Se retuerce en el piso como una cuchara para arrastrarse sin gracia e irse corriendo, la señora Mariela va y lo persigue pero ese demonio se mete a una sala de operaciones, casi casi se le sube encima al paciente con el estómago abierto y brinca a la rama de un árbol a través de la ventana. La hazaña lo pone como un verdadero vándalo a ojos de todos, pero como ninguno se atreve a saltar también se ha salido con la suya: cruza la carretera sin miramientos y un camión le roza la nuca antes de llegar al otro lado.
El ruido de los carros todavía sigue presente en sus oídos cuando vuelve con su marido, así como la vívida imagen de ese vago jovenzuelo escabuyendose ena oscuridad. En lo que se cuelan a la habitación para cerciorarse de lo que le hizo al chamaco se ponen a discutir sobre el aspecto de ese tipo, pero no logran ponerse de acuerdo.
- Traía una cicatriz que le atravesaba la ceja.
- No inventes, no traía nada de eso.
- A que sí, y estaba bien trompón.
- ¡Pero si tenía la boca bien chiquita!
- ¿El tipo ese que se metió? Creímos que iba con ustedes y lo dejamos pasar, la verdad ni le presté mucha atención.
De repente, la cara de ese tipo se va deformando entre más gente se la va describiendo, y no tarda mucho en notar que cada característica que aluden al muchacho es propia de la misma persona. Reinaldo trae una rayita en la frente y una boca prominente, la enfermera reboza de granos y trae los labios pintados, ella tiene una boca pequeña y las mejillas hundidas. Enseguida duda de su propia vista, y de la del resto, pero a medida que esa cara se va perdiendo en la memoria colectiva entiende que quedará impune ante cualquier maldad que haya cometido en contra de Juan, y eso no puede ser más aterrador.
El sueño le cobra factura y Reinaldo se queda dormido a las horas, pero por más tentadora que se le haga la idea de acompañarlo Mariela se queda despierta a la espera de una buena noticia. Pensando y pensando su mirada llega a sus zapatos, y al mosaico a cuadros que le olía a su niñez. Había cierta tendencia entre las mujeres de su familia de escoger a los hombres golpeadores que no creían en la igualdad de género; su mamá fue la primera en pedirle el divorcio al borracho mantenido que se consiguió de marido, y su trabajo como enfermera la llevó a ella a pasar la mitad de su vida en la recepción de un hospital parecido, que si jugando a las muñecas en una esquina o haciendo su tarea con la libreta contra las rodillas.
La pone contenta pensar en su esposo y su hijo y no encontrar parecido con el resto de imbéciles que conforman a su familia. Pamela ha sido muy inteligente al salir con Juan, con ese carácter que tiene seguro ha barrido el piso con muchos papanatas, ya debe tener bien claro el perfil del chico bueno al que quiere en su vida.
- ¿Mamá? -alcanza a oír su voz desde afuera, es un susurro que le hace cosquillas al oído, y se le hace magnífico haberlo reconocido. Entra a la habitación contigua como Pedro por su casa, la luz que se cuela por las persianas se confunde con la que convive en esa habitación. Por mero reflejo, presta atención a la gran mancha azul que le estorba por el rabillo del ojo, y pega el grito al cielo cuando le encuentra la forma de su hijo.
Con la espalda contra el piso y sus manos sobre su regazo, le echa una mirada cualquiera, está dormido. Le parece como salido de otro mundo, o no tan lejos, de la película de Avatar. En cosa de segundos se acerca gritando cualquier cosa y le tenta la cara, para ver si lo que trae sobre la piel no es más que pintura, pero sus manos no quedan manchadas ante su contacto ni su expresión le dice nada. Al pecho de ella lo martilla el corazón, pero entonces algo la asalta por el hombro y oye un siseo, como si alguien le pidiera guardar silencio. Es Juan, ni más ni menos, con la preocupación en toda la cara y el tono canela con el que lo vió el mundo.
- ¡Juan, Juan! ¡Dios mío, Juan! ¡¿Qué es esto?! ¡Me voy a volver loca!
- Tranquila, mamá, te lo contaré todo pero no quiero que te dé algo así que... respira, ¿sí? -hay dos como él, uno lleno de ronchas que está tumbado la silla, y el otro pintado de pitufo utilizando la cama.
Toma las manos conocidas y le acaricia el domo con los pulgares a medida que regula su respiración, verle la cara la tranquiliza de alguna manera, aunque no deja de mirar al otro y preguntarse de qué se trata todo esto.
Por fin, Mariela recibe una respuesta.
- Él es un suplente, o bueno, mi suplente. Es un ente que toma la apariencia de una persona, y su vida. Todavía no se parece a mí, pero cuando lo haga, no vas a poder reconocerme con certeza.
- No lo entiendo... Tú eres mi hijo, la sangre de mi sangre, ¿cómo no te voy a reconocer? -le pone las manos ahora en las mejillas y le rodea la sensación de que hace años no percibe una calidez igual.
- Actúan muy bien, ni siquiera me vas a extrañar.
- Nada de extrañarte, nadie te va a separar de mi lado, Juan.
- No, tengo que irme a Sinaloa. Este tema del suplente va muy aparte, el chico que entró a mi cuarto hace unas horas me lo dió, y me dijo lo que tengo. No me picó el dengue, fue otra cosa, y hasta que no lo resuelva tengo que estar fuera.
- Estoy muy confundida, dime qué tienes, no necesitas irte a ningún lado, ¿Quién es ese tipo? ¿De qué se trata todo esto?
Recibe un suspiro por su parte, le parte el corazón verlo tan abatido, pero por más que lo intenta, no puede entrar a su mundo. Todo es tan extraordinario que teme creer que está en un sueño, y perder a su hijo para siempre.
- Se suponía que no iba a decirte nada, que me iba a ir así como así y que él iba a tomar mi lugar; ya sabes, para no preocuparlos. Pero me daba miedo que, si volvía, ya no me iban a creer después. Los suplentes son muy astutos, mamá, te estoy diciendo esto ahora pero seguro el día de mañana él irá a casa diciendo que me arrepiento, que no tenía nada y que me voy a quedar, pero no seré yo, te lo juro que no. Le preguntes lo que le preguntes contestará acertadamente, pero no seré yo. Por favor, por favor, no le creas. No quiero que nadie tome mi vida, solo quiero volver a ser normal -agacha la cabeza cuando se le escapan unas lágrimas, el miedo lo pone a temblar como una hoja y a esconderse en los brazos de la madre.
De repente, su vida le pertenece de nuevo. La vida es hermosa otra vez. Empieza a acoplarse a la normalidad.
- Mamá, tengo que salir a hablar con el otro tipo, él va a ayudarme. No te preocupes, es confiable, pero no querrá verte después de que lo corrieras así.
- Está bien -le propina un buen beso e intercepta a una enfermera en la puerta, en lo que él se escabulle por el pasillo, a espaldas de la mujer.
Para ese entonces, Juan a penas recobra los sentidos, su color original y esos granos molestos en el cuerpo. Eso sí, la boca no deja de saberle mal, sea lo que sea que le hayan hecho beber, era fuerte. Su madre y una enfermera entran al cuarto, pero su mamá no tiene ninguna sonrisa de gusto, más bien la nota distante, asomándose al pasillo de tanto en tanto, quizá atenta a su padre, o quizá... Quizá el muchacho blanquillo halló el modo de poner a todos en su contra, justo como dijo que lo haría.
- ¿Puedo salir un minuto? -no, qué tonto. Estaban suministrándole suero vía intravenosa y hasta hace poco se había vomitado encima.
- Me temo que no, a menos de que el doctor te dé de baja. El baño está al lado, solo ten cuidado con el suero.
- Sí, le agradezco.
Llega a la puerta arrinconada, blanca como todo en esa habitación, y al hallarse en absoluta soledad, más no en silencio, pues el canto de los pájaros y el bullicio afuera lo torturan, solo siente rabia y se pregunta qué tiene entre manos el güero ese.
- Ya está hecho, ahora no te debo nada así que no me busques.
Con el aplauso de las hojas de unos árboles aledaños y el manto azulado de la noche acompañándolos, dos verdaderos diablillos terminan de cerrar un trato.
El tipo blancuzco se checa el brazo, lleno de rayones con pluma negra, y luego atrae su atención con el no redondo que hace al mover la cabeza.
- Espera, todavía tienes que sacarle los boletos y las cosas del niño. Después, habré terminado contigo de una vez por todas.
- Genial, no veo la hora de olvidarme de tu cara.
- Ja, ya quiero verte sobreviviendo en este mundo de larvas sin documentos ni un solo peso. Por eso los suplentes hacen lo que hacen, Cloe. En adelante, solo te quedará sentar cabeza o morir de hambre.
- ¡Pero yo no quiero ser la sustituta de nadie! Empezar de cero siempre es difícil, pero es el camino correcto para mí, y ahora que tengo la oportunidad de vivir como yo misma sin mancharme las manos no la voy a perder.
No es porque luzcan exactamente iguales, pero en ese brillo de determinación es que se parece tanto a Juan. Solo tuvo el gusto de hablar con él unos minutos, pero lo vió aferrarse a los cimientos que había construido de su vida a pesar de todo lo que le decía y entendió que a una mula como él se le tiene que tratar ya no por palabras, sino a fuerzas. Ambos tienen una relación más bien desproporcionada, si bien se conocen de hace años, y Cloe siempre ha sido alguien que destaca de entre los demás por su fortaleza, y ahora tendría que recibir una cucharadita de realidad para entender que eso que tanto quiere no es posible.
- Allá tú. Tienes hasta mañana en la tarde para traerme lo que te pedí; de lo contrario, te devolveré a ese lago nejo al que perteneces.
- No será necesario, lo haré.
Todo lo que había anhelado está ahí, a sus pies, y siendo cobijada una vez más por una extraña, a la que solo iba a ver unos días, ya no siente más que tiene al mundo en su contra. Finalmente, será dueña de su propia vida. No sabe cómo, ni a qué rincón del mundo tendrá que irse para que no lo sepan nunca, y eso le asusta, pero al menos será feliz sabiendo que solo tuvo que fingir una vez, solo por esta vez.
- Reinaldo tiene que verlos a los dos para creer o me va a tomar por una loca -le explica a medio reír, a Cloe no le hace ni puta gracia, ya se imagina el teatro que se va a montar el Juan de verdad cuando la vea.
- Estoy preocupado. No creo que papá lo entienda.
Y cuando el padre de Juan los ve a los dos vagar por el pasillo, se para como si hubiera una fogata justo debajo de su asiento y entra a la habitación en seguida, donde está su hijo, jugando con su celular para entretenerse. Mariela los apachurra a los dos adentro de la habitación, Juan no hace más que mirar a su copia como si fuera una alucinación.
- Ese no es nuestro hijo, él sí, y tiene algo para decirnos.
- Tengo que ir a Sinaloa, mi enfermedad no es nada convencional, no me van a curar aquí ni en ningún otro hospital.
- No es verdad, yo soy su hijo, él es falso.
De repente, siente que tiene el mundo encima. Esa mirada de desconfianza lo dice todo, no será su hijo de nuevo.
- Reinaldo, él era azul hasta hace poco, no le creas.
Pero Reinaldo no dice nada, solo tiene una cara de asustado que no se la quita nadie. Ese es su único rayo de esperanza.
- Preguntenme lo que sea, por Dios, voy a saberlo. Yo soy tú hijo, mamá, soy yo, soy yo.
La incertidumbre le inunda el pecho y se le desborda por los ojos en un sendero de lágrimas. Pero los suplentes son listos, Cloe se puso abusada antes, es difícil que la señora se eche para atrás.
- Juan, si te pregunto lo que sea, ¿vas a contestar bien?
Se dirige a ella, a Cloe. El juego puede dar un giro total si se descuida, tiene que evitar una confrontación a toda costa.
- Claro que sí, igual que él. Los suplentes pueden leer la mente, si nos pones a prueba, él contestará antes que yo.
- Eso no me lo habías dicho.
- Te dije que contestaría bien cualquier pregunta que le hicieras.
Casi le tiembla la voz, la verdad es que los suplentes no pueden leer la mente, pero ninguno en esa habitación lo sabe, solo ella. Puede sacar provecho de eso y salir victoriosa.
- Si pudiera leer la mente sabría justo qué decir para poner a papá de mi lado, pero como solo soy su hijo no me queda más que defenderme. Si no quieren ponerme a prueba a mí, pruebenlo a él.
- ¿No crees que si fuera el suplente, como tú dices, leería tu mente y contestaría bien a todo? Ambos resultados llevan a lo mismo. Mamá, no lo escuches, quiere confundirlos. Vámonos, ya probaste que hay dos de nosotros con papá.
- Necesito tomar aire... -es lo único que dice su padre.
- Siempre dijimos que si Micha moría la íbamos a enterrar en un bosque muy bonito -así llama la atención de los tres en ese cuarto, y con la rabia que siente de tener a esa replica suya en frente, continúa-. La maldición, de lo que me enfermé, me hace consciente de mi cuerpo y el de un animal, eso matará a Micaela pero hará que me mueva a gusto a través de su cuerpo. El tipo que entró hace rato quería llevarme con otros como yo, a Sinaloa, yo me negué pero ahora que no me creen no voy a tener otra opción mas que ir. Nos tiene justo donde quiere, va a separarnos, no podemos permitirselo.
- ¿Por qué te quedarías aquí cuando pueden quitarte la maldición allá? Solo quieres tomar mi vida, eres repugnante.
- ¡Porque no quiero estar lejos de mi familia, no me importa si tengo que vivir así! Me adaptaré y lidiaré con esto.
- ¡Tú no sabes nada! Soy un monstruo, no puedo vivir así, por eso me voy, necesito encontrar la manera de volver a ser normal.
- ¡Ya basta! -los gritos pueden atraer al personal médico, así que Mariela decide intervenir-. Yo... no veo otra explicación, tú eres mi hijo, ¿verdad?
- No... -murmura Juan, y se come los labios, obligado a ver tal escena de falsa ternura.
- Claro que sí, mamá. No debí dudar de tí, el amor de una madre es tan grande como dicen -busca su cuerpo en forma de un medio abrazo y ella lo envuelve en su seno también.
- Vamos a hacer tus maletas. Rei, quédate afuera, hablaremos más tarde.
Y así, sin oportunidad de replicar, lo pierde todo. Hasta su celular, el que dejó con tanta confianza en la mesita, de repente estaba en manos del impostor.
Si el otro tipo estaba moviendo los hilos detrás, seguramente todos sus bienes materiales volverían a él, pero, ¿cómo iba a ganarse la confianza de su familia otra vez? Cuando lo vieran a los ojos, recordarían que podía ser el falso, y le voltearían la cara.
- Debí decirles que los quería por última vez -se lamenta, y solo puede cerrar los ojos y rogar que el futuro fuera bondadoso con él.
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