15:06


Abre la puerta y su rechino la acompaña hasta que el picaporte choca con la pared. La cortina negra que es la noche atrofia su vista, y es aliada de los ojos verdes que con descontento le reclaman su retraso antes que su propia madre. Un espectro moteado se ha hecho dueño de sus sábanas, un deje de soberbia entresale de sus acciones; está sentada en medio de la cama siendo que tiene su propio cojín por la cabecera pero no pierde la oportunidad de remarcar su autoridad de alguna forma.

Enciende el ventilador, el aire se rompe y es su sonido el que mata ese silencio que lo perturba en las noches más heladas. Las aspas no espantan el calor por completo y eso lo motiva a mantener su cobija bien doblada, se quita las prendas más importantes que llevó puestas ese día y así se avienta al lado del felino, que gruñe por sus malos tratos. A merced de sus sentidos entorpecidos alcanza a poner sus anteojos en el taburete vecino y mima el pelaje de su amiga antes de cargarla hasta su almohada, la que está adelante de su cabeza; suele moverse mucho cuando duerme y lo último que desea es saber que la ha aplastado con su cuerpo sin quererlo. El diablo saldría corriendo en cuanto lo viera ahí, exponiendo sus piernas a muertos, espíritus y demonios a partir de las pantorillas, es demasiado alto y el espacio que exige su niña tampoco ayuda.

Desde que tuvo esa visión extraña en el callejón, no la aparta de su lado, antes ya eran cercanos pero ahora es como si fueran uno todo el tiempo. Debe admitirlo, la ha consentido especialmente estos últimos días, y le sienta mal pasársela pensando que su muerte está cerca, pero no puede apartar la idea de su cabeza.

Cierra los ojos y cree que eso basta para caer dormido pero ello no es posible, suda hasta por el cabello y se queda ahí, parpadeando con el velo de la oscuridad sobre él y sus pensamientos lo mantienen ocupado hilando conversaciones imaginarias. El camión con el pan y su icónica canción le recuerda que ahora vive en la ciudad, con todas las comodidades que eso conlleva; el bochorno nunca fue una excusa para caer en el insomnio, el miedo sí, pero esos miedos solo evolucionan con los años.

De chiquito era mucho más práctico; no temía a la soledad o el rechazo, en realidad se cagaba en los calzoncillos por los leones: había varios por la zona y uno se acercó lo suficiente una vez como para oír sus pasos hasta la madrugada, ahí si que no pegó el ojo un minuto. Ahora esos animales viven en reservas naturales y zoológicos, la ley también trabaja por sacarlos de los circos así que está fuera de peligro, pero ha crecido lo suficiente para entender que no es solo un adulto, sino también un estudiante, un amigo, un novio, un hijo, un nieto, un bisnieto, un sobrino, un primo... Ha dejado de ser amado incondicionalmente y la incertidumbre lo abruma, que él ame no es una garantía para que sea amado, los lazos sanguíneos tampoco, ni los años de conocerse.

Ya soportó la pérdida de bastante gente en su vida, pero ninguna fue su padre. Ya no es un cachorro del que hacerse cargo, puede detestar la persona en la que se ha convertido e ignorarlo, hacerle daño. La opinión de un extraño no podría importarle menos, pero qué de aquellos seres a los que amó tanto y lo rechazan porque no fue lo suficiente. Quedarse solo por la mierda que hay en él.

En escenarios similares, inquieto y acalorado, cuenta los segundos esperando a dormirse, pero eso solo alimenta el remolino de nervios que quiere hacerse de su alma, por eso rompe el circulo vicioso en el que ha estado por años y espanta las malas memorias tomando su celular, escribe para los que no ve hace mucho, otros noctámbulos desesperados, y no espera una respuesta inmediata, ni una charla muy productiva. Seguramente comentarán tarugada y media, le arderán los ojos por el brillo de la pantalla, reirá un poco y eso ayudará a erradicar el pozo que siente en el pecho, justo donde va el corazón. Respirar le duele, hace vibrar las paredes de ese agujero que consume su cuerpo, fórmula adjetivos crueles para sí mismo y en el futuro no ve a un nutriólogo exitoso, sino un iluso que fracasó. Malos augurios le nublan la razón, son lágrimas que aún no alcanzan a sus ojos y una desagradable pelota de saliva esa que se le atora en la garganta. Recarga la espalda en la pared, sus rodillas están a la altura de su estómago y no es tan valiente como para revisar su teléfono de nuevo.

El mar lo reclama y lo arrastra a las entrañas de La Tierra, cree que nadie podrá salvarlo pero se equivoca, un amigo al que por poco olvida salta del bote y nada contra la corriente, jalándolo y alentándolo a que luche por su vida, y él conoce las fuerzas que le faltaban para ser libre y saborear el viento otra vez. Cuando no se tenía ni a sí mismo, rescató un viejo libro del almacén de sus tíos y enseguida le devolvió el favor, porque no era solo una pila de páginas deshilachadas y un lomo grasiento, sino un boleto a una vida diferente. Al tomar a Harry Potter y la piedra filosofal ya no es Juan, no puede creer que lo haya olvidado y se permite hacer un viaje a otro mundo. Recitando hechizos sobre una escoba no ve volar el tiempo, y la luz chillona que le da en las narices le dice que es el chico más perezoso de la historia, y la hora lo confirma.

"15:06"

– Wow, he batido un récord personal, Micha, es la primera vez que desayuno tan tarde.

El edredón que cubre la cama es un tapete arrugado y sobre él la imagen añeja de un hechicero de anteojos como los suyos. Poniendo en orden su cuarto es que el sonido de sus pasos a pie descalzo es todo lo que oye, lo que le recuerda una de las icónicas frases de su tío Lupe, la garrapata de cualquier bailongo, que grita a viva voz y con su acento ranchero:

– ¡No te oyes, María! ¿Traes tenis o te cortaste las uñas?

Esos eventos siempre fueron sus preferidos, sus primas lo sacaban a bailar, repetía plato hasta reventar y lo dejaban tomar un vasito con cerveza y jugo de tomate y almejas. Eso le recuerda a unos amigos aficionados con la bebida, los Caguameros Despechados, ha pasado un buen rato desde la última vez que se ven para tomar y el chat grupal está cogiendo telarañas, su mensaje no ha sido tomado en cuenta por nadie.

Ya vestido con su piyamo holgado y la playera del América que se compró de puro mame, cruza el umbral de la puerta y encuentra una aparición, es su papá que come Froot Loops, y su oportunidad para hablar con él.

– Pa... ¿Qué tal? –traga una buena bola de saliva, nunca ha sido chaparro pero se cree más pequeño que una hormiga, y más insignificante. De repente, está seguro de que todo lo que salga de su boca va a ser una estupidez, y quiere echarse para atrás sin haber dado un paso.

– Bien, bien. Comiendo –el cereal cruje bien ruidoso, se concentra en el color del piso y recuerda por qué necesita tanto esta confrontación: llevan dos semanas en la Guerra Fría, su padre lo provoca sin decir palabra y al guardar silencio solo está siendo un cobarde él también, y la última vez que fue un cobarde casi se mata de hambre. Las palabras atoradas en la garganta se convierten en parásitos que se lo comen vivo, pero son medicina si se regalan con cariño.

– Escucha, creo que... que existe una situación que ya he ignorado suficiente, y está relacionada contigo –no añade nada y su tranquilidad corrompe a la suya, se apresura a la alacena y le enseña una lata–. A lo que quiero llegar es que no estás respetando las decisiones que tomo sobre mí, y actúas como si estuvieras perfecto con lo que hago pero esto te contradice. Por favor, deja de imponerme a hacer cosas que no quiero.

– No estoy de acuerdo con lo que haces pero tampoco te he metido una chuleta a la boca –hasta el impacto de la cuchara contra la madera de la mesa lo espanta, mas no lo abstiene de abrirse paso a una larga discusión.

– Pero es obvio que la mitad de los víveres se van a echar a perder sin que mamá y tú los hayan tocado, la semana pasada fueron charolas con molida y esta atúnes. Deja de cometer estupideces y si tienes algo que decirme hazlo a la cara, no gastando tu sueldo en un chistecito tonto.

– Tú estás despreciando lo que nos da Dios, hijo, la comida que es sagrada y los animales, que están ahí para comérselos. Que tú te hayas encariñado con un marrano o dos no te da el derecho a faltarle el respeto al Señor de esa manera –le dice el mismo discurso que ya oyó un millón de veces, tantas que ya ninguno de los dos cree en él–. Lo que traigo a la casa no se va a tirar a la basura si nos lo acabamos entre los tres, pero eso depende de ti, así que o le dejas de jugar al vergas o condenas a tu alma al infierno.

– Lo que no quiero es promover a un mercado que es tan cruel con los animales, y no se trata solo de la dieta. Si a Dios le parece bien o mal lo que hago, eso no puedes saberlo ni me interesa que lo hagas, se trata de mis ideales y no son absolutos pero no van a cambiar porque tú me lo pidas –está hablando con una grabadora, sabe perfectamente lo que le dirá después y desea tanto que su rostro le transmita algo, cualquier cosa, pero está buscando un elefante en el mar y su cabeza le retumba horrible. Su voz y su cuerpo son tan parecidos, pero no, se niega a creer que es su padre. Es un impostor, una muralla de concreto para quien podría quebrarse con el solo roce del viento.

– ¿Y entre esos ideales tuyos también está darle la espalda a tu familia, ser un maricón, ignorar a Dios? 

– Por favor, deja de hablar como ella, quiero charlar con mi papá un minuto.

– ¿Como quién? –lo reta, como un remolino furioso que está por llevárselo de calle.

– ¡Como Martina! ¿O vas a decirme que en serio crees que soy un poco hombre porque asumo mis sentimientos? Porque en ese caso creo que tú y yo no estamos en el mismo canal. Según yo un poco hombre es aquel que huye de las adversidades, evade un debate importante y no se permite escuchar lo que pasa por su cabeza antes de vocalizar. Tu no querías asumir las cosas directamente porque ni siquiera tienes una opinión propia al respecto, y es que ella te educó así, para que su criterio fuera el tuyo también. Para tener un padre que no puede pensar por su cuenta mejor no tener ninguno ¿sabes? Porque ni puta idea de dónde has estado cuando te he necesitado... ¡Yo solo tuve que enfrentarme a la bruja de tu mamá mientras tú te estabas escondido como un verdadero maricón!

La silla chirría al ser arrastrada y un chasquido sumerge al departamento en un ambiente tenso. Suelta un suspiro entrecortado, sus gafas han ido a parar al piso y su cachete arde. Su padre no es un hombre agresivo en general pero ya había sido abofeteado en sus sueños, y le decepciona que se hayan hecho realidad. A penas puede volver sus labios una línea al recibir los lentes por su parte, es un gesto considerado para todo lo que  acaba de pasar pero sólo hace cosquillas al fuego que arde en su interior. Presta atención a los ojos de marrón y sus rasgos morenos, tan iguales a los suyos, pero no le devuelve el gesto ni su boca le regala disculpas.

– Golpeas a tu hijo, desconfías de él, lo ignoras... ¿Eso no es lo que le reprochabas a ella? Y dices que yo le he dado la espalda a la familia.

Respira pesado y su nariz empieza a gotear, se niega a abandonar la cocina porque no quiere dejar las cosas así, la cara dura que siempre trae su papá encima no le dice mucho pero él sabe que de algún modo a gritos no fue la mejor manera de hacerle entender las cosas.

– Tienes más cosas que contarme, ¿verdad?

– Muchísimas pero siempre es lo mismo, creo que la pelea que acabamos de tener demuestra que aún no estamos listos para razonar mutuamente, y no sé si algún día vamos a estarlo, ¿sabes?

– Lo lamento, por todo lo que te dije –porque no le dijo lo que realmente sentía, sino lo que se suponía que debía de sentir y... no le gustó, le hizo daño a su hijo y eso le duele de una forma que no conoce.

– Yo no.

– Tampoco debí golpearte.

– No creo que seas la marioneta de la abuela –no puede quedarse callado, lo intercepta cuando ya se iba al trabajo, pero le cuesta sacar las palabras por completo–. Tú sí eres capaz de reconocer tus errores y... tú sí me quieres.

Sus labios comienzan a temblar sin pedirle permiso y lo único que se le ocurre es abrazar a su padre, arruga su camiseta sin clemencia, sus dedos se aferran a la tela sudada encima de su espalda con mucha fuerza y sus lágrimas terminan de arruinarla. Su llanto vuelve a aclararle que hay bastante información que ha omitido para él, seguramente los maltratos y abusos que su abuela jamás reconoció, y le es mejor esperarlo, esperar a que vuelva a confiar en él y se anime a acercarse y abrirle ese pedazo de su vida que como padre le concierne.

Ya le hablé a mi tía de ti –dice Pamela a través de la línea, Juan deja la cocina en lo que la escucha–. Ahora no puede verte, está en Colombia, pero dice que deberías empezar a llevar ojo de venado contigo.

Claro, ese era de los remedios más eficaces contra la brujería, lo que se le hacía increíble era que no hubiera conseguido uno a la fecha, porque habrá muchas cosas en las que no se entienda con su familia, pero si hay algo que no les haya discutido ya es la magia negra.

En la sierra estuvo muy cerca de gente que le oraba a Satanás, a veces veía unas luces bien amarillas que como que se confundían con el cielo al medio día volar sobre los tejados, los animales aparecían rajados en el monte y muchas veces se encontró vestigios de sus rituales durante sus expediciones en el río, velas y muñecos de madera principalmente.

– NO TE SEPARES DE MÍ –Doña Martina en carne y hueso, ella que poco lo había querido, y nunca dado un abrazo, lo pegó celosamente a su pecho mientras esas manchas en el firmamento descendían en picada a los corrales como aves furiosas. Los bramidos de los borregos se alcanzaban a oír hasta el otro rancho, esas figuras misteriosas prendieron el pelaje de algunos animales, que solo sabían correr y envestir al que se le atravesara, el pasto y los cultivos también se vieron afectados, a una tía también se le quemó el pelo. Todo amaneció negro y apestado a veneno. La tierra dejó de servir, el ganado enflacó hasta la muerte sin explicación, a Elena no le volvió a salir un mechón de cabello, los del mercado se cargaron a sus primos y en seguida terminaron sin manera de quedarse.

– Debería de tener uno pero será mejor que lo compre.

No, funciona mejor si te lo regalan, deja que te le compre, codito.

– No se lo vayas a decir pero yo le pagaría lo que me diga por que me quite lo que traigo, el dinero es lo de menos cuando yo bien podría amanecer muerto mañana.

¡No te eches la sal, cabrón! Seguro ni traes nada, eso que viste podría significar cualquier cosa, luego hace daño sugestionarse tanto.

– Yo no le voy a creer si le saca que tengo otra cosa que no sea brujería.

Pamela siempre estuvo mucho más alejada de esas supersticiones que tienen los más grandes, pero sí que vio cosas inexplicables también, de esas que uno no puede poner bajo la lupa del escepticismo. Esos eventos fantásticos estaban más cerca de su tía que de nadie, y por eso creció creyendo cada palabra, y aunque hoy algunas de sus historias le parezcan tan absurdas, nunca estaría en la posición de dar por falso todo en lo que creía, y ciertamente le dolería la cabeza si Juan pusiera sus creencias sobre las de ella. 

Es posible que mi tía y tú piensen diferente sobre las mismas cosas, yo intento tener la mente abierta por ambos y me gustaría que trataras de hacer lo mismo. Si no te gusta puedes irte con otra santera después, pero yo la conozco y no es de esos vendedores que se cuelgan de la magia blanca y las hierbas para hacer dinero fácil.

No halla con qué palabras contestarle, ciertamente no esperaba esa respuesta, tampoco quiso decir que su tía era una mentirosa pero como cualquier consulta médica, a veces sale el diagnóstico equivocado, y él ya está tan dentro de ese mundo que sería muy difícil meterse a otro y olvidarse de todo lo que aprendió. ¿Así sería para su padre asumir esas nuevas costumbres a las que su hijo se está imponiendo? De repente, empieza a entender tantito mejor a su padre, y todo ese terror de saltar a otro barco, al barco incorrecto, al barco que podría hundirse y llevarlo a las profundidades inconocidas del mar.

– Tienes razón, ya sé que estábamos hablando de otra cosa pero me ayudaste a aclarar mi mente sobre un aspecto distinto, voy a comer algo.

Bueno, mi papá anda haciendo carnita asada–su misma risa no deja espacio a una respuesta–, y dice que si quieres venir para acá –ya se la imagina, meciéndose en su silla en lo que se desternilla a posta de él. Todavía su suegro está preguntándole por lo que dijo de fondo, tan sacado de la pena que a Pamela solo le hace más gracia, y a él también le cae bien el chiste pero le queda mucho mejor el papel de víctima en este cuento.

– Qué mala onda que son, la verdad.

En cuestión de horas, la luna destierra a su hermano sol de los cielos y reina por sobre sus hijas las estrellas, abre los ojos con todo en contra. Le retumba la cabeza, le duelen los huesos, su piel suda al rojo vivo que le daría unas horas de trabajo manual bajo el sol. El aire del abanico se siente parecido a una amenaza, no lo soporta, pero se cree incapaz de detenerlo. Como buscando ayuda, su vista da un paseo por la habitación hasta que un cuadro muy hermoso captura su atención, la pared se veía muy triste con los tres pósters de su banda preferida adheridos con cinta transparente, y ahora que sabe de la existencia de las hadas esa obra cobra un valor mucho mayor para él. Lo poco que no comprende en realidad son las decisiones artísticas del autor... Lo que retrata en su obra, las casas de ladrillos voladoras y las damas desnudas con alas de mariposa no son ni por asomo lo que vio en aquel callejón. Se le ocurren mil y un cosas absurdas y deja a su imaginación cobrar alas de insecto y volar lejos del torbellino de malestares que de repente lo atan a la cama, al menos hasta que su conciencia se vea derrotada frente a ellos.
______

Ojo de venado: también conocido como grano de terciopelo, es un tubérculo al que se le han atribuido grandes poderes de protección desde la época prehispánica.

Codo: tacaño, avaro, se usa principalmente en Nuevo León, o bien, de ahí se origina la expresión.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top