006

- Pamela, te vas a caer -su piel de leche ya está repleta de razones por las que es una mala idea dejarla al mando de su propia silla, pero tiene que ser un bache que la sacude peor que uno de esos muñecos cabezones el que la empuje a frenar sus llantas, y su necedad la que la hace acelerar con más vigor que antes.

Los partidos políticos a cargo de esas madres no podrían haber escogido un material menos corriente: una correteada y los alambres del paraguas ya se desprenden de su sitio, y uno alcanza a desgarrar la tela de blanco. Ni de adorno sirvió llevárselo, pero por respeto a la vía pública que no lo suelta en plena calle, y sigue jugando a las carreritas con la niña más grande que conoce.

Los números de las casas van descendiendo conforme ellos avanzan, una cuenta regresiva que da cuerda a su pecho para que vibre en su propia emoción. Una parvada de palomas es víctima de su regocijo, y debe parar de pelear por una sola hogaza de pan si no quiere ser arrollada; las alas grises llegan a golpearlos en lo que emprenden vuelo, y su gorjeo se esconde detrás de las risas y comentarios de esos dos. Llegan a Nogales 008, una tienda de abarrotes, lo que sigue es un lote baldío.

Cortinas y cortinas de maleza les impiden el acceso, uno que otro girasol se impone a lo más alto y desde su posición adivinan que es seguro que se hallen algún animal bien peligroso: orugas peludas, culebras, ratas, ¡el chupacabras! Las paredes y sus grafitis obscenos ni se distinguen con tanta hierba, pero Pamela toma una rama y aparta las greñas secas que tienen en frente, hallándose la cifra que buscan escrita a lápiz, pero difuminada por la edad.

"006"

Ya bastante satisfecho con eso, Juan quiere dar media vuelta y retomar su velada. Es Pamela la que ya anda asomándose por cualquier hueco para darle nombre a la mancha rojiza que saluda desde su recoveco.

- ¿Qué haces?

Su sombra flacucha oscurece la fauna muerta, que se arruga y encoje sobre sí misma, como haciéndose un hilo marrón que cae sobre su propio peso.

- Creo que hay algo tirado, es como un hormiguero, o un jarrón.

- Y seguramente vamos a aventurarnos ahí dentro para averiguarlo ¿verdad? -se hace del descansabrazos derecho y retroceden; de ninguna manera le permitiría exponerse a ese nido de males gratis-. No, gracias, ya nos vamos.

- ¿No? ¿Y para qué hicimos este viaje entonces? Ya déjate de cosas, yo paso primero.

Está usando la dona en su muñeca para recogerse el cabello, y si le insisten sobre el fuego de la decisión en sus ojos, no es por necedad sino de un deseo suicida. Por cinco minutos, su aguante es puesto a prueba debajo de la tiranía del rey sol con negativas, argumentos en contra, berrinches y sabe que se ha salido con la suya cuando oye un bufido sin ganas, y el cabello se le va para atrás a la par de su cabeza, exhibiendo su derrota.

- Eres una verdadera mula cuando quieres. Toma -empieza a desabrocharse su camisa y en un segundo la cubre con ella, Pamela se burla de que está toda sudada pero su dueño le contesta que de otro modo acabará llena de piquetes.

- ¿Me la puedo quedar? -no hace su pregunta hasta que corrobora que la prenda le queda holgada, conoce perfectamente su respuesta y aún con los años no se abstiene de hacerla.

- Claro que sí.

Las llantas de negro aplastan el pastizal con la menor dificultad, Juan se siente como si llevara una podadora, pero el olor a heces y perro muerto le corta la inspiración, y si alguna vez podó en el rancho no lo supo. Con el otro brazo de cubrebocas, le señalan un sector olvidado en la esquina del todo, pero Juan duda en acercarse. Ya no piensa en las alimañas que podrían esconderse ahí, las hojas que le rasguñan la piel sin compasión o los deseos del sol por que sean olvidados por el tiempo y acompañen al zacate y la tierra sedienta que sepulta sus últimos intentos. Así como el río en el que jugó por tanto tiempo esconde lo más sagrado para él, aquello que echa en falta pero no recuerda, le pesa preguntarse si lo que están buscando es el tesoro perdido de otro, uno por el que va a volver algún día. El césped seco ya no cruje debajo de sus pies y se acercan a lo que definirían como una pelota hecha de tierra y piedra caliza. Se detienen. Las manos rojizas de la quemazón recogen aquello, adentro tiene ramitas y una que otra flor que reconoce, son de esas chiquitas que crecen al costo que sea y se asemejan a palomitas diminutas. Deducen que alguien debió arrancarlas hace poco pues no han marchitado y, al lado, un pétalo de verde y morado vuelve a salir de los paradigmas que establece ese baldío: el calor no la tuesta todavía.

Salen de entre los matorrales mientras comparten sus teorías al respecto. Ambos opinan que puede ser una colmena de algún insecto bien raro, no tiene una función aparente que les haga pensar que fue hecha por una persona. Juan se adelanta para tirar su imitación barata de sombrilla a un tambo azul, y de paso se frota las manos por los pantalones, que quedan embarrados de rastros de esa arena de marrón y amarilla que da la impresión de que no la ha tocado una gota de agua, lo que es bien particular si tomaba en cuenta que llovió esa misma noche. Regresa sobre sus pasos al ver el coco de tierra en el regazo de su pareja, que duda en si tirarlo ahí o llevarlo.

- Tengo una idea. Podemos dejarlo aquí, escondido, al finalizar la tarde volvemos por él y lo llevas a casa. Tú lo hallaste -toma en cuenta la garantía de que no harán competencias bobas por determinar quién se lo queda. De otro modo se veía atragantándose con el sushi por acabarse todo lo de su plato antes que Pamela. Además, con Michi en la ecuación no duraría una semana, y en tanto Pamela lidia con un hermano mayor que teme entrar en su recámara e interrumpir una escena de adultos. Es obvio en qué manos va a estar más seguro.

- Está bien, vámonos.

Dicho y hecho, acatan sus instrucciones y se retiran entre quejas del mal clima y los zancudos, nada más falta que les salga humo de la cabeza, que ya parecen comales antes de otra cosa. Música agradable y el bendito fresco del aire acondicionado los acompaña a lo largo y ancho del centro comercial cercano al que se deciden por ir y pasar su tiempo. Empachados de tanto arroz y bolas de pollo con salsa agridulce, mantienen una charla sobre un tema mucho más serio: el futuro. Juan tiene claro que va a pedir un lugar en los hospitales de la zona y será nutriólogo en alguna de ellas durante unos años, luego buscará tener su propio consultorio que a la vez va a ser su casa. Cree que seguirá con ella en ese entonces, y en secreto ya está buscando las mejores opciones para que puedan compartir un hogar a pesar de su discapacidad. Pamela, en tanto, se la ha vivido bien segura de que hay poco trabajo como ingeniero ambiental en el país, pero tiene un plan: si no encuentra un empleo competente uno o dos años después de obtener la licenciatura, se irá a buscar uno en el extranjero.

- Bueno, ya tienes tu propio canal de Youtube, te repito que tu contenido me parece super completo; podría jugarte a favor a la hora de buscar un empleo.

- También estoy satisfecha con mis videos pero no he alcanzado tanta audiencia, no me tomarían en cuenta, no con los números que tengo ahora. Lo más importante es que me inscriba a un par de prácticas y participe en proyectos de ese estilo.

- ¿Qué hay de las fundaciones de las campañas en las que participaste? ¿No te tomarían en cuenta?

- Si no truenan para el día que los busque...

En efecto, las oportunidades de trabajo para ambos están en dos planos opuestos. La salud de las personas puede no competerles de buenas a primeras, pero eventualmente estarán tan jodidos que acudirán por ayuda a rastras, es un derecho primordial para los seres humanos que preocupa a la mayoría como debería. El cuidado del medio ambiente, en cambio, tiene sin cuidado a todos, La Tierra se ha convertido en una parrilla y la gente se la pone difícil a los pocos que realmente están verdaderamente comprometidos por hacer algo al respecto, especialmente en los países del tercer mundo.

Su peor pesadilla es esa en la que regresa al pueblo encantado en el que creció y solo halla un monte de basura y olor fétido, sin flores ni pasto que no hayan perecido enfermas y aguas negras encharcándolo todo, pero reconoce que es una realidad. Eventualmente va a pasar y por más que llore en Twitter por ello no va arreglar nada y tampoco le interesa fingir que sí mientras regaña a los demás por no hacer un cambio que debería empezar con él.

Un azul turquesa mancha los cielos y una brisa deliciosa se lleva el aire caliente que les hizo sudar a media tarde. Como seres que valoran su propia vida, comprenden que ir a un área remota a en la noche es suicidio, por lo que aprovechan que el sol no se ha escondido por completo para correr a por su reliquia de barro y tomar el metrobus lo antes posible. Los faroles próximos no alcanzan a iluminar la avenida adecuadamente, a lo que Juan le pide a Pamela quedarse por una casa con música en altavoz, mesas y un buen gentío, y él se funde en la oscuridad que alcanza a arroparlo y espabila a los arbustos secos por los que cree pusieron aquello que busca.

Sin pedirlo, su pecho galopa de miedo y distingue un murmullo a lo bajo que interrumpe el silencio. El susto no le dura mucho, más que un sonido humano moscas y grillos atraviesan su mente, bastantes chillidos agudos que bailan entre las sombras. Uno de ellos se le pega al brazo, se sacude ante la sensación que no se va, la mano le tiembla y se atreve a arrojarlo lejos, pero sus amigos y el ruido que emiten lo acompañan hasta la luz, y es ahí que comprende que lo que oye no son ningún bichejo que haya visto antes. Son palos verdes, sus extremidades alargadas y bien flacas, distingue ciertos rasgos humanos en su figura, tienen granos de sal enredados en los pistilos que nacen en su cabeza y caen por su espalda, unos tienen una barriga prominente y pétalos que simulan una falda pero forman parte de su cuerpo. Hadas, no tienen otro nombre.

Sus mejillas hormiguean y cree que su sola respiración podría ahuyentarlas, a lo que se queda congelado en su sitio, pero su corazón está corriendo tan recio que es posible que sea escuchado. Sus brazos tiemblan, sus sueños más alocados han cobrado vida y vuelan a su alrededor, de cerca son más ruidosas que las chicharras. Imita bien a un tronco y aguanta la comezón, una de ellas se ha posado en su dorso y por instinto desea sacudirla y restregarse la piel contra la tela de sus jeans, asimismo, surge una necesidad por gritar a Pamela y que ella también forme parte de esto, pero estarse quieto en plena acera es suficiente para que vaya a averiguar lo que sucede. Unas empiezan a curiosear por su cara, sus ojos, y su miopía lo engaña, dándole una mancha de verde que esconde los detalles de sus cuerpos. Un gritito alborota a todas, que no pierden tiempo en hacerse bolita en su colmena, la que ellos dos tenían en mente llevarse. No repara en explicaciones, con un vistazo se han dicho todo. Camina con cautela, se hace un sitio por los palos dorados que lo apachurran con desdén y regresa lo que ha tomado sin permiso. Se queda un rato de pie, grabando cada detalle de ese momento en su cabeza, su mano acaba por inercia en la pantalla de su teléfono y algo dentro de él le dicta que no quiere olvidar ese día, que ha hallado un tesoro a mitad de un vertedero. Un rayo de blanco baña a los habitantes de un sucio pedacito del mundo, tiene la foto pero ni así quiere irse, ¿cómo lo haría si quería gritar? Evocar a todo el mundo a apachurrarse en ese paraje pestilente y mágico.

Guarda su celular en el bolsillo y empieza a jugar con sus labios, voltea a su izquierda y es ahí que conoce a una nueva amiga, es un hada azul, de pétalos ostentosos cubriendo sus piernas y ningún cabello que mostrarle. Al girar su cabeza la personita retrocede, pero en seguida se retracta y revolotea hacia su oreja, por poco encoge la cabeza en su hombro y se retuerce pero su autocontrol es suficiente. Abre la boca, mudo ante las sílabas que le traduce el viento.

- ¡Juan! ¡Juan! -no se cansa de repetir su nombre, la tierra se acordó de que estaba mojada y que se le embarran de lodo las llantas.

Cuando, por fin, el hombrecito se digna a dar la cara, parece que se fue a dar un chapuzón a las piscinas comunitarias, la cara colorada no esconde el llanto reciente, y la emoción se le baja como el alcohol después de un susto.

- Juan, ¿qué te pasó? -da un sentón en su lugar hasta que se desatasca del lodazal, y sigue su curso con la vista hasta que la pasa de largo y se voltea con ella. Sus ojos brillan por el agua en ellos y el reflejo de una farola anaranjada, pero la miran como si se tratara de la última vez que volvieran a hacerlo, y Pamela ruega por equivocarse.

Juan gesticula como queriendo platicarle, sus ademanes también lo demuestran, pero no sabe ni por dónde pensar y de su boca salen puros titubeos, palabras salteadas a las que interrumpe con sus mismos sollozos.

- ¿Qué dices? Cuéntame en dónde diablos te metiste.

- Es que no lo sé. No, es decir, ah -su cuello se perturba por el ejercicio de su manzana de adán, que camina al compás de su respiración acelerada. Entiende confusión en la cara de su novia, y la lleva por las manivelas a sus espaldas. Quiere hablar pero si no le pone orden a sus ideas va a seguir balbuceando cualquier cosa, así que se toma su tiempo para meditarlo y sorber el moco que se confunde con el agua que resbala por cada centímetro de su cuerpo.

- Estás helado -alcanza a arropar su mano con la propia al alcanzar el respaldo de su silla, alza la cabeza para echarle un vistazo y él se encorva como queriendo darle un beso, pero en vez de eso le plática a ratos lo que pasó, cuando la gente de la calle ya les quitó la vista de encima, y cada vez que se detiene para el semáforo. No es la primera vez que se comparten secretos, pero todavía se siente las chispas de la adrenalina picarle en los dedos cuando le huele el pelo mientras le susurra sus intimidades más grandes.

- Bueno, voy a hacer lo posible por que me entiendas, pero créeme, que no me estoy muriendo de frío para que vengas y me digas que te miento.

- No lo haré, si esto fuera una broma ya me habría dado cuenta.

- ¿Cómo? Yo nunca te he dicho una mentira.

- Pero te he visto darlas y eres un sínico.

- Solo miento cuando es necesario, a ti no tengo que esconderte nada -respira recio por última vez-. Una de esas hadas trató de mantener comunicación conmigo, aunque, más bien parecía que recitaba un trabalenguas bien difícil. Te juro que no sé lo que me dijo, pero se puso a llover ahí, en el baldío y solamente.

El manto azul de la noche era perforado por las gotas de lluvia, que brillaban con la luz que salía de entre nubes antes de unirse al caudal que trataba de jalarlo por los pies. Tenía la sensación de que se había quedado dormido en pie y solo el grito de los rayos lo desespabila, tiempo después, en una tormenta.

- Había un huracán ahí, truenos y granizo incluidos, pero si volteabas a la calle, te encontrabas todo bien tranquilo. El agua se me subió hasta los talones y con ayuda de los puros relámpagos alcancé a ver clarito mi reflejo. Pamela, traía algo feísimo en los ojos, no eran mis ojos, era algo con rojo y azul muy feo, como remolinos o, una cosa, pero me pegó tan fuerte que las piernas ya se me iban a doblar.

La tierra pintaba de amarillo el agua y su sombra le estorbaba la vista, pero claramente distinguió algo macabro a la altura de su rostro, como si una bestia abominable usara el cuero de su piel como disfraz, y se asomara al exterior a través de las cuencas de su cráneo.

El asco lo invade de nuevo, la chispa de la vida no existe en los ojos que se encontró en su reflejo, el ruido del cielo lo hizo pequeño a la bestia que habita en su cuerpo. Hace cinco minutos estaba tan abrumado que tomó una rama que arrastraba la corriente y por un momento se le atravesó el pensamiento de perforarle la mirada con ella.

- No sabía ni a dónde voltear y me fui a la calle para ver si te hallaba, pero me encontré todo inundado, y el ventorral peor. Y luego, ví a un gato muerto en medio, se parecía mucho a la Micha y estaba toda sucia, me dió mucha tristeza pero, al final no me quedó de otra más que devolverme al callejón, y entonces el clima ya se había aplacado... Reitero, no sé qué mierda ocurrió ahí pero no quiero volver, y tú tampoco te vayas a andar asomando allá porque te vas a arrepentir.

- Fue un error haber ido... Perdóname por haberte empujado cuando estabas dudando.

- No había manera de que lo supieras, no eres responsable de nada. Además, la primera mitad de la experiencia fue muy buena, y me alegra que siempre me alientes cuando me acobardo. Pienso que tienes más huevos que yo que soy hombre -bromea con la libertad de pellizcarle un cachete.

- Puedo conseguirte una cita con mi tía Carmela, si eso te hace sentir tranquilo. Tu sabes lo buena que es con los temas de brujería, si tienes algo raro encima ella te lo saca.

- Sinceramente, no me agrada del todo, siempre que nos vemos salgo mal librado, pero es la santera más confiable que podría conseguir.

- Yo también estaría enojada con ella si me hubiera tallado un chile en la cara, bebé.

Sonríe tenso, Pamela es la que se ríe con el recuerdo.

- Me ardieron un chingo los ojos, muy difícilmente se lo voy a perdonar.

- Ya lo creo que sí -dejan ir los malos pensamientos a risas, risas que vuelan lejos y, de repente, ya no lleva una silla de ruedas sino una carreola, y el bebé adentro extiende sus manos hacia él, reclamándole un beso. ¿Y cómo decirle que no si lo pedía con un brillo especial en sus ojitos de muñeca? De inmediato se detienen y se inclina momentáneamente, hasta pegarse su calor en los labios. Luego lo besa muchas otras y veces y a la distancia, las locaciones pintadas de un tono ajeno al crema brillan como los focos artificiales que sustituyen a la luna y ahuyentan a las estrellas, celosas de que ellas brillen tanto más que ellas como para que la distancia no se los impida. Haciendo fila en las taquillas de boletos Juan repasa su encuentro, lo bueno de ello, y es dueño de una emoción más grande de la que podría haber vivido de niño. Pasa sus dedos por las hebras azabaches del pelo de Pamela, su cabeza cedió hacia el lado derecho y sus fuerzas a un reino lejano, su nariz colorada apenas se inmuta ante el ritmo de su respiración y sus pestañas ya no abanican más sobre sus ojos verdes. Sus párpados arden y pesan, invitándolo a dormir también y un bostezo le advierte que podría quedarse dormido así venga parado a mitad del vagón si no hace algo al respecto, por eso espanta el sueño dándose palmaditas en los pómulos y, por un segundo, uno solamente, la silueta de una mujer con los brazos extendidos se manifiesta al pie de una cascada, la espuma le ha dado forma y el agua corre por todo su cuerpo, dotándola de ese aspecto misterioso que le acaricia el alma sin permiso.

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