Capítulo 42
||Capítulos finales||
—¿Lo ha anotado todo, señorita Gallway? —No le miro, le respondo con un simple "sí".
—¿Puede repetírmelo? —De nuevo, mi contestación es la misma.
—Tiene usted dos reuniones mañana. Una con la señora Díaz y otra con el señor Arsett, donde también estará el señor Doya.
—Digo, refiriéndome a Seth. Hago una pausa.
—Mañana por la tarde tiene una comida con el grupo Mardoon y después, tiene que completar varios informes.
Para hoy tiene la agenda limpia, por completo en blanco.
—Finalizo. Subo mi mirada, sus ojos negros han estado sobre mí todo el tiempo.
—¿Necesita algo más, jefe?
—Su bolígrafo está golpeando la mesa repetidas veces mientras me mira. Entonces me da un "sí" con un movimiento de cabeza.
—Traigame un café, por favor.
—Salgo de su oficina y tomo aire, dándome cuenta de que he estado manteniendo el oxígeno fuera de mi pecho.
Bajo hasta la máquina de café, pido uno solo, como le gusta a Asli.
Antes de él, nunca había conocido a nadie a quien le gustara así.
Pero supongo que el mundo está lleno de personas así, después de todo.
Agarro el café entre mis manos, quema tanto que no soporto tenerlo más de diez segundos en una.
Y quema lo suficiente para que le duela al pasar por su boca.
Podría cambiarlo, coger otro un poco más frío.
Pero creo que se lo merece.
Así que si logro llegar arriba sin verterlo, se lo daré así.
Llego hasta su despacho, está hablando por teléfono.
—Sí, señor Robers... sí.
Tengo que dejarle, mi jefe ha llegado y tengo que atenderle. Gracias, adiós. —Cuelga.
Alzo una ceja.
—El señor Doya no esta aquí.
—Mantiene su expresión neutra, alza el bolígrafo en el aire y lo mueve antes de decir: —Lo sé pero no quería seguir hablando con él.
No es asunto mío así que no pregunto nada más.
Tan sólo pongo su café sobre la mesa y me dispongo a irme.
—Aún no, señorita Gallway.
No hemos terminado.
—Maldita sea, Asli.
Dejame en paz.
Cuando el café pasa por su boca, su rostro se vuelve completamente rojo y escupe en lugar de tragar.
—¡Dios santo! —Tal vez me he pasado... bueno, no.
Sigue mereciéndolo.
—¿Está bien, jefe? —Mi voz es una mezcla entre inocente y culpable.
Pero no hay diversión alguna, a pesar de todo, nunca me alegra que algo malo le ocurra.
—Estoy bien, señorita Gallway.
Pero hágame un favor ¿quiere? Quítese los guantes para trabajar, no controla la temperatura bien con ellos.
—Delante de sus narices, me los quito y los guardo en el bolsillo de los vaqueros que llevo hoy.
—Hecho, jefe Mersin. ¿Necesita algo más?
—Sí, lo necesito. Vaya al fichero y busque los informes más importantes de estos últimos dos años. —¿Qué?
—Pero el fichero ya no existe.
—Le recuerdo.
—Lo sé. Coja su tablet y tome asiento, tiene mucho que hacer. —Señala la silla frente a él.
—¿No puedo hacerlo en mi despacho? —Que se encuentra en la otra punta del pasillo, lejos de aquí, cabe matizar.
—Quiero asegurarme de que no se distraiga, adelante por favor. —Y supongo que no tengo más opción que hacerle caso.
En realidad también podría despedirme pero no pienso hacerlo.
Por varias razones, además.
No puedo hacerle eso a Seth y rendirme ahora significaría aceptar que Asli sigue teniendo algún tipo de poder sobre mí.
Y eso es algo que no puedo permitirme si lo que quiero es seguir con mi vida como solía hacerlo años atrás.
Mi día por fin acaba, de ocho horas en la oficina, puedo decir que he pasado más de seis en el despacho de Asli.
Que, casualmente, hoy no tenía nada pendiente.
Pero al menos mañana no tendré que verle en casi todo el día, lo cual será un gran descanso.
Quito mis tacones, mi ropa ajustada e incómoda y el maquillaje y lo cambio todo por mi cómodo pijama.
Pero parece que mi día no ha terminado. El timbre de mi casa suena.
No miro antes de abrir la puerta y cuando lo hago, contengo la respiración.
—No sé como debería llamarte aquí. Si Sierra o señorita Gallway. —Ríe con amargura.
—No deberías llamarme de ninguna manera porque no deberías estar aquí.
Y si mi jefe, el señor Mersin, necesita algo, entonces puede pedirmelo mañana en la oficina. —No me deja cerrar la puerta, pone su brazo en medio para evitarlo.
—Tengo algo que darte. —Una de sus manos ha permanecido en su espalda durante este tiempo pero yo no lo había tomado en cuenta hasta este instante.
—No quiero nada de ti. —Mira hacia un lado, una sonrisa gris se hace presente en su boca.
—No es mío, es tuyo.
No voy a dártelo si no a devolvértelo. —Rectifica.
—De todas formas no lo quiero, puedes quedarte lo que sea.
—Pero de su espalda mueve su mano, en ésta se encuentra un frasco de perfume.
Mi frasco de perfume, el que dejé en su casa un día antes de nuestra boda.
—Lo dejé en tu casa... —Pienso en voz alta y cuando lo tomo en mis manos, noto que no pesa nada. Por la luz del pasillo me fijo en que está vacío.
Estaba casi lleno cuando yo lo dejé.
—Está vacío. —Aprieta los labios.
—Me lo llevé conmigo cuando me marché. —No digo nada, le dejo seguir hablando.
—...Lo utilicé. Mucho, como puedes ver.
—¿Por qué? —Ni siquiera sé porqué pregunto.
—No soportaba dormir en una cama que no oliera como tú.
—Muerdo mi labio inferior, no voy a llorar. No puedo llorar.
—¿Para que me lo traes? Tíralo o haz lo que quieras con él, no lo quiero. —Se lo entrego de vuelta, chocando el frasco contra su pecho.
—Sé que no lo quieres pero necesitaba una razón para verte. —Sus palabras duelen en lo más profundo de mi ser.
—Vas a verme mañana, me viste hace apenas tres horas. —Suelta una carcajada.
—¿Tres horas? estuve dos años sin ti, Sierra.
Pero no me acostumbré a vivir sin ti. —Pongo mis manos en su cuerpo, alejándolo del mío.
—Nuestro "amor" duró un año, Asli. No hables como si hubiéramos estado juntos toda la vida. —Mis comillas en la palabra "amor" parecen molestarle.
—No, Sierra. Dime lo que quieras. Di que fuí un imbécil, que lo nuestro es complicado, que merezco lo peor.
Pero no digas que nuestro amor es falso porque no es cierto.
No actúes como si estos meses no hubieran sucedido.
Como si no hubiéramos descubierto que estábamos conectados mucho antes de conocernos.
No lo digas, Sierra. —La distancia entre nosotros se ha acortado sin que yo sea consciente de ello.
Doy varios pasos atrás, entrando en casa.
—Fué, Asli. Nuestro amor, fuera lo que fuera, fué. No hables en presente. Vete de mi casa.
—Alza el perfume entre sus manos y le sonríe al frasco.
—He guardado este perfume durante novecientos cuarenta días y recorrí medio mundo para recuperarlo porque su olor me hacía sentirte cerca.
Nuestro amor, Sierra Gallway, es. Siempre es. Y será.
—Adiós, Asli. —De un portazo finiquito la conversación.
Mi cuerpo se apoya en la puerta y las lágrimas no tardan en llegar.
Asli no se ha ido y lo sé porque le oigo al otro lado, sollozando contra la madera.
¿Y este es el amor que clamas, Asli?
Al final del día, siempre acabamos destruidos.
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