Capítulo 37 (Parte II)
La lluvia cae sobre mí, no puedo dejar de temblar y no puedo respirar.
Entonces vislumbro su sombra, vestida de verde, como siempre.
Sus brazos, algo más grandes que lo míos, se aferran a mi pequeño cuerpo.
—¡Nunca vuelvas a irte! —Mi hermana grita en mi oído.
Abro los ojos, otra vez todo vuelve a estar borroso.
Por los ventanales veo el atardecer, han debido pasar varias horas más desde que estoy durmiendo de nuevo.
Pero ahora ya no tengo más fuerzas para un nuevo plan.
Sólo me queda esperar.
—El rescate lo pagarán esta noche a las doce en punto.
Te aseguro que lo harán, todo va a salir bien.
—¿Y luego? Yo no quiero matarla, vamos a abandonarla por ahí. Ni siquiera nos ha visto la cara. —El hombre intercede por mí y se lo agradezco internamente.
Pero no oigo la respuesta del otro, sigo sin estar despierta del todo y mi cabeza no deja de desvaríar.
—¿Seguro que vas a estar bien? Si te arrepientes, puedes volver cuando quieras.
No te olvides, Sierra. —Sonrío y la aprieto más contra mi pecho.
—Tranquila, mamá. Voy a estar bien.
—Pero si no lo estás, no olvides las palabras de tu madre, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papá. —El hombre toca mi hombro y veo que una lágrima se desliza por uno de sus ojos.
El tiempo parece haberse detenido en ese lugar, oigo como mi estómago ruge por el hambre y de nuevo tengo la garganta seca y dolorida.
Pero si abro los ojos, me dormirán de nuevo y no quiero hacerlo.
Quiero estar despierta tanto como pueda.
—...Y por último, aquí está mi oficina. Si necesita algo, puede pedírmelo. —Muerdo mi labio inferior, no sé como realizar la siguiente pregunta.
—¿Podría decirme dónde está el baño? —Su risa llega a mis oídos.
—Claro que sí, señorita...
—Gallway. —Completo por él.
Entonces estira su mano en mi dirección.
—Seth Doya. —Y nuestras manos se estrechan tras su presentación.
Golpes, golpes muy fuertes.
Incluso creo que algo líquido ha manchado mi pierna.
Pero no me han golpeado a mí.
Abro uno de mis párpados, veo sangre en mi rodilla izquierda y frente a mi cuerpo amarrado a la silla, los dos hombres pelean.
—¡Nunca vuelvas a contra decirme! ¡nunca! —Otro puñetazo, la nariz del hombre calvo está rota y sangra en demasía.
—Está bien, la mataremos.
Si es ella o yo, ya sabes lo que escojo. —Y así lo hace, firma mi sentencia de muerte sin inmutarse.
De mis ojos brotan las lágrimas pero de mis labios no escapan sollozos.
Aunque ya no me importa, van a matarme igualmente.
Pero por lo menos, desearía estar en completa consciencia.
No puedo dejar de mirarle, es como si mis ojos se hubieran quedado pegados a él.
Su pelo está algo alborotado esta mañana y parece cansado mientras discute al teléfono.
No estoy disimulando, frente a su despacho le miro.
Pero él no me ve, nunca lo hace.
—¿Sierra? —Shasha se para junto a mí.
—¡Sierra! —Por su culpa, tengo que aterrizar.
—¿Quién es él, Shasha?
—Anonadada, sigo sin apartar mi mirada.
—¿No lo sabes? Es el señor Mersin, uno de nuestros jefes.
No sé cuanto más puedo llorar sin que se den cuenta pero no lo hacen y si lo hacen, me ignoran.
Mi sufrimiento no parece importarles lo más mínimo y no entiendo que es lo que he hecho para merecer esto.
Por mi cabeza pasan imágenes de mi vida, momentos que están gravados a fuego dentro de mi corazón.
—¿Quién es ella, Rubí? —Mi hermana enrojece y parece temerosa, sus ojos se llenan de lágrimas. Frunzo el ceño.
—¿Rubí? —Repito.
—Ella...mm... ella es mi novia Darcy. Yo... -
No la dejo terminar antes de que mis brazos se cierren sobre su cuerpo y le susurre:
—Gracias por contármelo.
Ella parece respirar profundo de nuevo, me abraza más fuerte.
—Sierra hija, sé que tu hermana Rubí y tú no sois grandes amigas pero quiero que sepas que tu padre y yo os queremos de la misma manera.
—Así es, hija. —Confirma mi progenitor.
Entonces miro detrás de mí, la ojiverde me mira de reojo y se aguanta las ganas de reír.
—Nah. No me cae tan mal...
—Le guiño un ojo. Ahora guardamos un secreto.
—¿Asli? Deja de hablar y duerme, tienes mucha fiebre y no sabes lo que dices.
—Dile al señor Master que tengo su informe en mi oficina. —Río.
—Vale mi amor, ahora se lo digo. —Toco su frente, la picadura le ha dado mucha fiebre.
—¿Tú eres Sierra? —Me pregunta, mojo mis labios y asiento.
—Ven, acercate. —Lo hago.
—En el bolsillo de mi chaqueta hay un anillo pero no se lo cuentes a Sierra, ¿vale?
Espero que diga que sí. —Noto como el corazón me da un vuelco y mis ojos dejan de verle con claridad.
—¿Q-qué acabas de decir?
—Sierra se suponía que tenías que hacer una reserva para este martes, no para el próximo. —No puede contener su risa. Ruedo los ojos.
—¡Lo siento! pero no específicaste que día tenía que pedirla. —Mi prometido está rojo por las carcajadas, idiota.
—¿Me quieres explicar donde vamos a cenar el día de acción de gracias a esta hora?
—Chasqueo la lengua.
—McDonalds está abierto.
—Sugiero, vuelve a reír pero después, se pone serio de repente.
¿Se ha enfadado?
—¿Sierra?
—¿Qué?
—Te quiero.
Ese último recuerdo se me clava en el pecho cual puñal.
Pero entre mis memorias, la voz de Asli se cuela no sé como.
No es recuerdo, no es algo que haya vivido.
No sé que es.
—¿Sierra? ¿puedes oírme?
Estoy pensando muy fuerte en ti, tanto que voy a volverme loco si no te encuentro.
Pero voy a hacerlo, Sierra.
Voy a encontrarte así que aguanta, resiste por mí.
Esta vez seré yo quien te salve.
Abro los ojos y noto un impulso en mi pecho que me hace gritar.
De mi garganta sale algo parecido a un gruñido que hace que los hombres me miren.
—¡Está despierta! —Corren en mi dirección.
Pero entonces, a través de los ventanales veo luces azules y las sirenas lo siguen después.
Los secuestradores corren de nuevo pero ésta vez, hacia la salida.
—¡No se muevan, policía!
Y yo cierro los ojos, dejando que el cansancio me gane.
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