Capítulo 13
Paso el labial por mis labios una vez más, lo cierro y lo coloco de nuevo en su sitio.
Cojo mis llave, dinero y un bolso y salgo de casa.
El aire hace que algunos cabellos se me peguen a la cara, los retiro de mi boca y hago una mueca de asco.
Por el rabillo del ojo miro las calles a mi alrededor para asegurarme de que voy en la dirección correcta.
La casa de mi hermana está a varias manzanas de la mía pero se ha mudado cuatro veces en siete meses y me cuesta memorizar tantos lugares.
Me distraigo con mi teléfono pero en un punto de la calle, noto algo dentro de mí.
Algo parecido a un presentimiento que me obliga levantar la cabeza del aparato y mirar lo que me rodea.
Y entonces le veo.
Su pelo moreno también está siendo maltratado por el viento, sus ojos se detienen en mí y también lo hace el resto de su cuerpo.
Al otro lado de la carretera, Asli me mira. Parece dudar de si debería cruzar o no pues se fija en si pasan coches.
Pero corto su intención levantando mi mano en su dirección, a modo de saludo.
Él me imita y agradezco al cielo que no se acerque.
Porque estoy segura de que si lo hiciera, podría notar los latidos de mi corazón alocado.
Sin embargo, no quiero seguir caminando.
Podría permanecer horas mirándole y no me cansaría.
Es como si la calle se hubiera quedado vacía por completo de repente.
Pero eso tampoco importa demasiado porque incluso si estuviera llena, yo sólo le vería a él.
No sé si es cosa de la suerte, de la desgracia, de ambas o de ninguna pero Seth llega detrás de él y le da un suave empujón que le insta a seguir caminando, el rubio continúa su viaje sin percatarse de mi presencia.
El moreno me sigue mirando hasta que yo aparto mis ojos.
Pero no dejo de sentirle hasta que dobla la esquina
y desaparece de nuevo.
Suspiro y cojo mi teléfono para marcar a la ojiverde.
—Te estoy viendo por la ventana. El primer piso, sube. —Así lo hago y cuando llego, su puerta ya está abierta.
Lo primero con lo que me encuentro nada más entrar es un par de cajas apiladas.
—¿Te mudas otra vez? —Es mi saludo.
—¿Yo? no, Darcy es quien se va. Hemos roto. —Mi mandíbula se abre con exageración.
¡No puedo creerlo!
—¿Rompes con tu novia de cuatro años y me lo dices cuando ya se está mudando? ¡Rubí! ¿por qué no me lo habías contado?
—Ella mueve sus manos en el aire, le resta importancia.
—Un ex prometido amnésico ya es bastante ¿no crees?
iba a contártelo en algún momento, cuando estuvieras menos ocupada. —Asegura.
—¿Cómo estás? —Respira hondo y asiente.
—Estoy bien, por increíble que parezca. Darcy y yo ya no nos queríamos y... una de las dos tenia que dar el paso antes o después. —Chasqueo la lengua y me acomodo en su sofá.
Ella hace lo mismo.
—Si necesitas estar acompañada, en mi casa hay una habitación libre... ahora está libre. —Agacho la cabeza, mirando al suelo.
—Lo pensaré. ¿Qué hay de ti, estás bien? —Me esfuerzo por sonreír.
—Claro que sí, ¿por qué no lo estaría? ahora estoy más liberada, no tengo a nadie a quien cuidar. —Alza una ceja.
—La versión de propaganda está muy bien pero ahora la verdad, vamos. —Pongo los ojos en blanco.
—Estoy bien, Rubí... es sólo que... me resulta extraño.
La casa está vacía, su perfume ha desaparecido del aire y en su habitación ya no queda nada de él.
Es como si... —
—...Como si te faltara algo.
—Completa por mí. —Alzo las comisuras de mis labios con amargura.
—¡Oye! —Me golpea el hombro con el suyo. —¿me ayudas a pintar? desde que me mudé no lo he hecho y es lo único que me queda pendiente.
—Voy a utilizar la clásica excusa de "llevo el pelo suelto" pero antes de que lo haga, me muestra en la palma de su mano abierta una goma para el pelo.
Chica lista.
La agarro y me lo ato lo mejor que puedo.
Luego miro a mi ropa, un mono vaquero y una camiseta azul interior.
Fué bonito mientras duraron porque ahora van a cambiar de color.
—Está bien, vamos allá.
Mi mano con un par de manchas azules abre la cerradura, entro en casa y dejo mi bolso encima la mesa de la entrada.
La mejilla me pica y cuando me rasco, encuentro otra mancha.
Maldita sea Rubí.
Voy hasta el baño y me lavo la cara lo mejor que puedo, eliminando los restos de suciedad.
Luego regreso hasta el salón y oigo de fondo como gotas de lluvia comienzan a caer.
Me miro en el espejo, toda mi ropa manchada, frunzo el ceño y me agacho para quitarme las zapatillas -blancas, o al menos lo eran-.
Las dejo metidas en la lavadora y voy a quitarme la parte superior del mono pero antes de que pueda hacerlo, el timbre de mi casa suena.
Le doy un vistazo rápido a la ventana tras de mí, ya es muy de noche y la lluvia cae cada vez más fuerte.
¿Quién vendrá a esta hora?
Abro la puerta, dispuesta a decir alguna palabra pero no tengo tiempo.
Su cuerpo tiembla como el de un cachorro asustado y bajo su capucha humedecida por la lluvia, sus ojos me miran un instante antes de dar un paso y abrazarme. Me susurra al oído.
—Sierra.
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