Prophecy of Ragnarok


LA LARGA HISTORIA DE 7.000.000 DE AÑOS DE LA HUMANIDAD ESTÁ LLEGANDO A SU FIN.

¿La causa fue una guerra nuclear? ¿O la colisión de un asteroide? O a lo mejor una invasión alienígena? 

¡NO!

Dos figuras recorrían los pasillos del Valhalla, caminando sin detenerse hacia la brillante puerta que se alzaba al final del corredor.

Las dos figuras se detuvieron frente a las puertas, observándola atentamente.

Geir:—Está a punto de empezar, hermana—dijo Geir, la menor de las hermanas valquirias.

Se veía en extremo nerviosa, sus ojos verdosos brillaban de preocupación.

Su hermana miraba fríamente la arena, sin mostrar algún atisbo de emoción en su mirada, esta era Brunhilde, la mayor de las valquirias.

Sus ojos verdes relucían con determinación.

EN ESTE MOMENTO, LA HUMANIDAD QUIERE SER LLEVADA A SU TOTAL DESTRUCCIÓN POR NADIE MÁS QUE LA VOLUNTAD DE SUS CREADORES, LOS DIOSES.

El consejo del Valhalla era un espectáculo tan grandioso como aterrador. Dividido en cientos de escalones que se elevaban en una espiral infinita, cada peldaño albergaba a dioses provenientes de todas las culturas y cosmos conocidos. 

Allí estaban los inmortales de todos los panteones: Asgardianos, egipcios, mesoamericanos, hindúes, e incluso entidades cuyo origen se había perdido en los pliegues del tiempo. Sus ojos, brillantes y llenos de poder, estaban fijos en el centro de la sala, donde el eco de un silencio solemne reinaba.

El aire se tensó cuando un sonido profundo retumbó por el recinto: un rugido bajo, como el suspiro de un titán durmiente. Era el aliento del dragón que yacía detrás del trono central, inmenso y colosal, con escamas tan antiguas que parecían haber sido forjadas en las primeras llamas del cosmos.

Finalmente, una figura emergió de las sombras, caminando despacio hacia el trono.

El anciano parecía pequeño y frágil, apenas un mortal insignificante entre tanta divinidad. Su cuerpo estaba encorvado, su caminar lento, y sus ojos hundidos parecían observar algo más allá del alcance de los demás. Pero había algo innegable en su presencia. El aire mismo se inclinaba ante él. Su simple figura eclipsaba a los dioses guerreros más imponentes y a las entidades más vastas.

Llevaba una vestimenta griega clásica, su túnica blanca ceñida a la cintura con una faja sencilla. Una barba blanca y puntiaguda adornaba su rostro, y un mechón rebelde de pelo gris se alzaba sobre su cabeza como la llama de una vela. Sin decir una palabra, avanzó hasta el centro de la arena, donde lo aguardaba un trono tallado en obsidiana y oro, adornado con relámpagos petrificados.

???:—Ven aquí lindo Al sentarse, el dragón detrás de él emitió un gruñido bajo, como si reconociera a su amo. La sala entera contuvo el aliento.

Entonces, alzó su mano derecha, y con ese simple gesto, silenciaba a millones de dioses presentes. Tomando un pequeño mazo de madera el dios golpeo llamando la atencion de todos 

???:—Bueno, entonces, escúchenme todos.—Han pasado mil años desde que nos reunimos todos aquí—dijo el viejo—. Empecemos la conferencia.

Este anciano decrépito no era otro que Zeus, el presidente del consejo del Valhalla y rey de los dioses del Olimpo en Grecia.

¡¡¡PRESIDENTE DEL CONSEJO DEL VALHALLA/DIOS GRIEGO SUPREMO: ZEUS!!!

El Consejo del Valhalla mantenía su solemnidad, pero esta vez la tensión era diferente. No se discutía el destino de los dioses ni de los cosmos, sino el destino de los mortales. En el centro de la vasta sala, Zeus permanecía sentado en su trono de obsidiana, el dragón a sus espaldas emitiendo un leve gruñido de inquietud, como si percibiera la gravedad de la decisión que estaba por tomarse.

Y es que una vez cada mil años, los dioses de cada reino se reúnen para organizar una conferencia.

LA CONFERENCIA DE LA SUPERVIVENCIA DE LA HUMANIDAD.

Frente a cada dios, sobre sus pedestales, se encontraban dos paletas de madera: una marcada con una O roja, brillante como la sangre fresca, y otra con una X azul, helada como el acero en invierno. La O simbolizaba la supervivencia de la humanidad, un indulto para los mortales. La X, por el contrario, decretaba su exterminio.

Zeus, con el rayo aún descansando en su mano, observó a la multitud con sus ojos hundidos, su voz reverberando en cada rincón de la sala cuando habló:

Zeus:—Hoy, dioses de todos los rincones del universo, decidiremos el destino de aquellos que alguna vez moldeamos a nuestra imagen. La humanidad, esos frágiles seres que danzan entre la luz y la oscuridad, ha llegado a un punto de inflexión.

Geir:—¡Wow! ¡Todos los dioses están reunidos aquí!—dijo a su hermana—. ¡Qué increíble espectáculo! ¿Verdad hermana Hilde?

La mayor de las valquirias permaneció en silencio mientras observaba a los dioses.

Zeus:—Ahora, déjenme preguntarles—continuó Zeus desde su lugar—, acerca de la supervivencia de la humanidad para los próximos mil años. ¿Deberíamos perdonarlos? O... ¿Deberíamos acabar con ellos?

Los murmullos llenaban el Consejo del Valhalla, como olas chocando entre sí en un océano de dudas y opiniones encontradas. Los dioses discutían, algunos levantaban las paletas sin convicción, mientras otros permanecían en silencio, meditando. Pero en medio de ese caos, una figura imponente se levantó lentamente desde un rincón oscuro, captando de inmediato la atención de todos los presentes.

Este se alzó, extendiendo no una, sino dos paletas de madera con las X azules, declarando sin titubeos su juicio. Su piel índigo brillaba bajo la luz del consejo, y sus tatuajes azules parecían emitir un leve resplandor.

???:—¡Sí! ¡Aquí tienes!—dijo una voz—. Causemos el Apocalipsis, ¿les parece bien?

Tres de sus cinco ojos dorados estaban abiertos, observando con una intensidad abrumadora. Sus cuatro brazos se cruzaban con solemnidad, y su cabello negro caía como una cascada sobre sus hombros mientras su pañuelo dorado brillaba como un fuego sagrado. Recostado sobre una almohada azul adornada con bordados de su tierra, habló con una voz grave, llena de autoridad y resignación.

???:—Por lo que he visto durante estos últimos mil años, parece que la humanidad no tiene intención de arrepentirse

Este ser era Shiva el dios hindú de la destrucción y el renacimiento.

Shiva:—Los humanos no son más que una plaga sobre la tierra—dijo Shiva, moviendo lentamente una de sus manos para señalar a la audiencia—. Usan los dones que les dimos para matarse entre ellos, para cumplir sus deseos más codiciosos. Han perdido su propósito, han olvidado el equilibrio, y en su olvido solo han traído sufrimiento. Mi voto es claro: deben ser destruidos.

Geir:—No puede ser, cómo podrían...Geir veía con miedo y tristeza la reunión.

El silencio que siguió fue tan profundo que incluso el dragón detrás de Zeus se quedó inmóvil, como si el aire mismo temiera perturbar aquel momento.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que otro dios se levantara desde un escalón alto, irradiando un brillo solar tan intenso que muchos dioses tuvieron que apartar la mirada.

???:—La humanidad ha contaminado la tierra que juramos proteger—dijo Ra, el dios egipcio del sol, habló desde su trono dorado.

Su piel morena brillaba con la luz que parecía emanar de su propio ser, y sus pequeños ojos amarillos observaban a los presentes con severidad. Su amplia figura musculosa, adornada con un collar dorado, brazaletes y grebas, parecía hecha para inspirar temor y respeto. Se inclinó ligeramente hacia adelante, sus grebas doradas brillando como un sol al amanecer.

Ra:—Los mares están envenenados, los bosques, arrasados. El aire mismo está enfermo por su codicia. Los humanos han demostrado que no son dignos de la creación que les otorgamos. Es nuestro deber, como dioses.

Ra:—poner fin a su existencia antes de que destruyan todo lo que queda.

Una vez más, la sala se llenó de murmullos. Algunos dioses comenzaron a levantar sus paletas marcadas con la X azul, mientras otros miraban al suelo, inseguros. 

Pero antes de que el debate pudiera continuar, una tercera figura se levantó, robando la atención de todos los presentes con una belleza que parecía desafiar la lógica misma.

???:—Oh, mis queridos colegas—dijo Afrodita, la diosa griega del amor, la belleza y la pasión con un suspiro dramático mientras sus labios esbozaban una ligera sonrisa.

La diosa avanzó desde su lugar, rodeada por golems que servían como sus sillas y portadores. Su figura era deslumbrante, su cabello rubio decorado con flores y sus ojos azules brillando como el océano bajo la luna. Su vestimenta apenas cubría su cuerpo, y sus múltiples joyas de oro tintineaban con cada movimiento.

Sentándose con elegancia en un trono improvisado hecho de sus golems, habló con una voz dulce y peligrosa, como miel envenenada.

Afrodita:—¿Acaso no ven que los humanos han fallado? porque llevan en sus corazones lo peor de nosotros mismos.

Afrodita:—El asesinato, la lujuria, la avaricia, la envidia... todos esos pecados no son más que reflejos de nuestras propias flaquezas. Pero, ¿no creen que sería mejor empezar de cero? Crear una nueva raza, una más pura, más digna. Mi voto también es por su exterminio.

Los murmullos se transformaron en gritos de discusión. Algunos dioses estaban de acuerdo con Shiva, Ra y Afrodita, mientras que otros defendían la humanidad, argumentando que todavía había esperanza para los mortales. Zeus, que había permanecido en silencio todo ese tiempo, levantó una mano para calmar la tormenta de voces.

La emoción se extendió por toda la sala con velocidad, llenando el corazón de cada dios con deseos de destrucción y exterminio.

—¡Acabemos con ellos!

—¡Estoy de acuerdo!

—¡Acabémoslos!

—¡Sí, acabémoslos!

Geir miraba horrorizada el espectáculo y el caos de los gritos de los dioses.

Geir:—"Esto es justo lo que dijo antes la hermana Hilde..." pensó con terror. —"La voluntad de los dioses es acabarlos"

El anciano dios se levantó lentamente de su trono, su figura aparentemente frágil pero cargada de una autoridad inquebrantable. Su mirada recorrió a los millones de dioses presentes, evaluando cada uno de sus corazones antes de hablar.

Zeus:—La decisión ha sido tomada—declaró finalmente, su voz resonando como el trueno—. Que cada dios levante su paleta y exprese su juicio.

Uno a uno, los dioses levantaron sus paletas. Las X azules comenzaron a superar a las O rojas, el símbolo de la destrucción aplastando al de la esperanza. Zeus observó con calma, aunque un brillo de peligro atravesó sus ojos hundidos.

Finalmente, el último voto fue emitido. La humanidad sería destruida.

Zeus se volvió hacia su dragón, que ahora estaba completamente despierto, con sus ojos ardientes como soles. El anciano dios levantó su rayo y lo sostuvo hacia el cielo del Valhalla, donde una tormenta de relámpagos comenzó a formarse.

Zeus:—Que el juicio de los dioses sea cumplido—dijo Zeus, y en ese momento, el destino de la humanidad quedó sellado.

"La humanidad... SERÁ INEVITABLEMENTE DESTRUIDA EN UNA COMPLETA Y TOTAL ANIQUILACIÓN"

Justo cuando el relámpago de Zeus estaba a punto de caer, iluminando el juicio que marcaría el destino de la humanidad, un sonido interrumpió la quietud de la sala. No fue el rugido del dragón ni el murmullo de los dioses. Fue una voz, serena pero llena de poder, que atravesó el aire con la misma fuerza que el viento antes de una tormenta.

???:—¡POR FAVOR, ESPEREN UN MOMENTO!

De la multitud de dioses, apareció una figura imponente. Su presencia era digna, casi majestuosa, y su atuendo, aunque simple, no dejaba de reflejar la autoridad que llevaba consigo.

Zeus:—¡¿Qué?! dijo confundido por la interrupción.

Brunhilde, la mayor de las valquirias, avanzó por el pasillo, sus pasos resonando como un eco de siglos de historia. Su largo cabello negro caía con gracia por su espalda, adornado con una horquilla en forma de ala que brillaba con un resplandor plateado. Sus ojos, de un verde esmeralda tan intenso como las praderas más fértiles, destellaban con determinación. El vestido blanco con bordes azules parecía fluir con la calma de las olas del mar, y sus botas, que se extendían hasta las rodillas, marcaban la firmeza de su carácter.

Pero detrás de ella, con un gesto tímido y vacilante, seguía Geir, la hermana menor. A diferencia de la imponente figura de Brunhilde, Geir se veía frágil y vulnerable. Su cabello corto de color lila caía desordenado alrededor de su rostro, y su respiración era agitada. Aunque vestía como una humana joven, el brillo divino de su linaje se asomaba en los detalles: una camisa/vestido que terminaba en una pequeña falda, pantalones cortos, una malla en la pierna izquierda y zapatillas casuales que no podían esconder la gracia natural de una valquiria. Geir abrazaba con fuerza el vestido de su hermana mayor, buscando consuelo en la presencia de la figura protectora que siempre había sido para ella.

Los ojos de todos los dioses se posaron sobre ellas mientras Brunhilde se detenía en el centro del salón, con una elegancia digna de su linaje. La sala cayó en un silencio sepulcral. Zeus, aún de pie con el rayo en su mano, la miró con calma. Otros dioses, ya listos para llevar a cabo el juicio, se quedaron expectantes.

—¿Una valquiria?

—¿Es una valquiria verdad?

—Hey, hey. ¿Qué le pasa?

—¡Hey! ¡¿Adónde vas?!

Brunhilde levantó la vista, y con una calma que sorprendió incluso a los más poderosos, habló:

Brunhilde:—No somos los jueces de la vida ni de la muerte.—Su voz resonó, clara como el cristal y fuerte como la misma tierra. Todos los dioses se quedaron en silencio. La presencia de la valquiria era imponente. No era solo la mayor de las valquirias, sino la que representaba la voluntad del equilibrio eterno entre la vida y la muerte.

Geir, apretando aún más el vestido de su hermana, no pudo evitar mirar al suelo, temerosa de la fuerza de la decisión que se estaba tomando. Sin embargo, su hermana menor, a pesar de su timidez, sentía la necesidad de alzar la vista y enfrentar lo que venía.

Brunhilde continuó, su tono inquebrantable:

Brunhilde:—La humanidad no es nuestra propiedad para destruir. Nosotros, las valquirias, servimos a un propósito divino: guiamos a los caídos, pero no decidimos su fin. Los mortales tienen un papel en este vasto universo que aún no comprendemos completamente. Si decidimos su exterminio, nos convertimos en lo que ellos ya son: una raza condenada por sus propios errores. ¿Quiénes somos para juzgar tan tajantemente?

Shiva, Ra y Afrodita, que ya habían expresado su juicio con firmeza, intercambiaron miradas. Zeus, sin embargo, no apartó la mirada de Brunhilde, quien parecía ser la única que se atrevía a desafiar la voluntad del consejo divino.

Brunhilde:—Es cierto que los humanos han fallado en muchas formas, pero también han demostrado algo que pocos pueden negar: su capacidad de aprender, de cambiar, de redimir sus errores. Hay algo en su naturaleza, en su alma mortal, que les hace constantemente aspirar al bien, a pesar de sus defectos. No debemos ser tan rápidos en condenarlos. ¿Qué nos queda, si no damos a los mortales la oportunidad de alcanzar la redención?

El silencio en la sala fue absoluto. Geir miró a su hermana, sus ojos verdes reflejando una mezcla de preocupación y esperanza. La joven valquiria, aunque temerosa, sentía la fuerza en las palabras de Brunhilde.

Zeus, su rayo aún levantado, cerró los ojos por un momento. Luego, su voz resonó, grave como el trueno, pero llena de una profunda reflexión.

Zeus:—Es cierto que los mortales son frágiles, y su capacidad para el bien y el mal nos desafía a todos. Pero también es cierto que la decisión no es sencilla. Lo que propones, Brunhilde, es un camino lleno de incertidumbre.**

Brunhilde asintió lentamente, sabiendo que el futuro de la humanidad, y de los dioses mismos, estaba en una cuerda floja. La balanza entre la destrucción y la salvación pendía ahora de un hilo, y solo el juicio colectivo de los dioses podía decidir el destino final.

Pero en su corazón, Brunhilde sabía algo que muchos ignoraban: La verdadera sabiduría no está en destruir, sino en dar a los caídos la oportunidad de levantarse.

Y con esa esperanza en el corazón, la voz de la mayor de las valquirias resonó una vez más:

Brunhilde:—Es verdad que la humanidad es increíblemente vulgar y violenta—dijo la valquiria—. Pero tienen el potencial de cambiar, mejorar y llevar este mundo a una nueva época dorada, mejor que cualquiera que haya habido antes.

Los dioses callaron. El tiempo parecía haberse detenido. Solo el rugir lejano del dragón detrás de Zeus rompía el silencio.

En el fondo de la sala, Geir respiraba profundamente. La decisión estaba en sus manos también, en las manos de todos los dioses. Y, mientras Brunhilde sostenía su mirada desafiante hacia Zeus, la última palabra estaba por llegar.

La sala del Valhalla, impregnada con la atmósfera de siglos de poder divino, se sacudió de repente con el sonido de graznidos agudos, como si un presagio de oscuridad se hubiera apoderado del aire. Dos cuervos, uno de plumaje negro azabache y el otro blanco como la nieve, volaron hasta posarse sobre los hombros de un hombre imponente que había entrado sin hacer ruido.

—¡¡Cuida tus modales, Brunhilde!! dijeron 2 aves en el hombro de un hombre.

El hombre era Odín, el antiguo dios de la sabiduría, la guerra y la muerte, y la simple mención de su nombre hacía que incluso los dioses más poderosos se inclinaran ante su presencia. Su largo cabello y barba negra caían en ondas pesadas sobre su pecho, y el parche que cubría su ojo izquierdo le otorgaba una apariencia aún más majestuosa y temible. Vestía ropas oscuras, adornadas con runas que brillaban débilmente bajo la luz del consejo, y su capa fluía a su alrededor como un manto de oscuridad. 

—¡Estúpida semidiosa! ¡¿Cómo te atreves a abrir tu sucia boca en esta conferencia de dioses?!

Los cuervos, Huggin y Munnin, graznaban enérgicamente, como si fueran heraldos de la fatalidad que se aproximaba. Cuando Odín levantó su mirada fría y severa, su único ojo resplandeció con una intensidad gélida. La atmósfera se volvió tensa, y cada dios en la sala sintió el peso de su presencia.

Sin embargo, a pesar de la dureza de su mirada, Brunhilde no retrocedió. Con una calma inquebrantable, dio un paso al frente. Su capa ondeó mientras sacaba un gran libro antiguo, cuyo cuero envejecido parecía vibrar con un poder oculto.

Brunhilde:—Entonces si en verdad la humanidad es increíblemente vulgar y violenta, pero destruirla de esa forma... ¿No es un poco aburrido?—sus palabras parecieron llamar la atención de los dioses, quienes guardaron silencio para escucharle más atentamente—. Independientemente de si la supervivencia de la humanidad tenga algún valor o no, ¿por qué no los ponemos a prueba con el poder y misericordia de los dioses?

Cuervos:—¿Ponerlos a prueba?—repitieron entonces Hugin y Munin—. ¿Cómo? ¿Quieres inundar la Tierra? ¿O quizás mandarles una era glaciar?

Brunhilde:—No, pero tengo la forma más efectiva de poderlos a prueba.

Los dioses se removieron inquietos empezando a hablar:

—¿Oh?

—¿De qué se trata?

—¡¿Qué planeas hacer, estúpida?!

—¡¡Dilo ahora!!

Brunhilde:—Los dioses contra la pelea final de la humanidad: Ragnarök—dijo, citando con firmeza mientras sus ojos verdes esmeralda brillaban intensamente. Los murmullos cesaron inmediatamente.

Geir:—¿Ra... Ragnarök? dijo con la voz temblando!

Brunhilde, con una voz clara, continuó leyendo en voz alta, como si la sola invocación de esas palabras pudiera cambiar el destino del cosmos.

Brunhilde:—Constitución del Valhalla, artículo sesenta y dos, explicado en el párrafo quince de la cláusula súper-especial—.

Los dioses se miraron entre sí, desconcertados por la citación legal. Los ojos de Ra, Shiva, y Afrodita se entrecerraron, sorprendidos por el giro que estaba tomando el juicio.

Brunhilde, con una sonrisa desafiante, levantó la mirada hacia los dioses y dijo:

Brunhilde:—Enfrentamientos uno contra uno entre dioses y humanos. 15 combatientes en cada lado, el primer lado que consiga siete victorias gana. Obviamente, en el momento en que la humanidad pierda 8 veces, su destino será decidido. En el improbable caso de que la humanidad gane, se les permitirá vivir mil años más.

Aunque esta regla jamás ha sido aplicada desde la creación de la humanidad, y eso es porque es imposible para los humanos ganar en contra de los dioses.

La sala estalló en una ola de risas. Los dioses, especialmente aquellos que ya habían decidido el exterminio de la humanidad, se burlaban de la idea. ¿Qué chance tendrían los mortales contra los mismos dioses que los habían creado, que dominaban los elementos, las mentes y el tiempo?

ESTA CLÁUSULA SÚPER-ESPECIAL FUE CONSIDERADA UNA BROMA.

Cuervos:—¡Ha!—se burlaron los cuervos de Odín—. No sé en qué estás pensando, pero parece que tú, valquiria, no entiendes nada. ¡¡La humanidad no es rival para los dioses!! Tu propuesta es absurda.

Luego de lo dicho por ambas aves el resto de deidades prosiguió aun entre risas:

—¡Es verdad!

—Sería demasiado fácil.

—¿Por qué deberíamos molestarnos en luchar contra ellos? Es ridículo.

—Ni recordaba que teníamos una ley tan antigua.

Las carcajadas resonaron por todo el Valhalla, pero Brunhilde, imperturbable, no vaciló. Su mano se alzó hacia el aire, y de inmediato, una esfera de cristal apareció ante ella, flotando suavemente como una joya iluminada por luces invisibles. En su interior, imágenes comenzaron a moverse, mostrando distintos mundos, dimensiones paralelas, y realidades alternas.

La esfera se expandió, y dentro de ella se desplegaron paisajes y escenas de seres humanos enfrentándose a dioses, algunos con poderes incomprensibles, otros armados con artefactos sagrados que desafiaban las leyes mismas de la física y el tiempo. Un sinfín de posibilidades comenzaron a mostrarse ante los dioses:

Humanos que podían controlar el fuego, que empuñaban espadas forjadas con energía cósmica, o que poseían artefactos capaces de aniquilar deidades. La imagen de un humano levantando un martillo gigante, similar al de Thor, o un mortal con alas de fuego, hizo que algunos dioses vacilaran.

Brunhilde:—Así que, la voluntad de los dioses es destruir a la humanidad... y también evitar una confrontación directa con ella, ¿cierto?

Brunhilde exhaló un suspiro.

Brunhilde:—"Queremos destruir a la humanidad sin luchar contra ellos"—se burló la valquiria, con tono inocente pero cargado de intención—. "No queremos ser puestos en el mismo ring que ellos". Hmm... no me digan que... ¿Están asustados?

La voz de la valquiria hizo eco a través del parlamento divino, repitiendo aquellas dos condenadas palabras una y otra vez: "¿Están asustados?"

Brunhilde:—En tal caso, hice algo incensario, lo siento sigan con ello. No me escuchen. Olvidémonos de todo lo relacionado al Ragnarök.

Su hermana menor se lanzo agarrando con fuerza su vestido mientras lloraba esta empezó a rogarle a su hermana mayor.

Geir:—¡Por favor detente! decía mas que desesperada mientras agitaba el vestido. —¡Olvídate de la humanidad, antes de eso serás ejecutada! ¡Discúlpate hermana!

Y entonces un extrañó sonido comenzó a llenar el recinto, al principio leve, pero haciéndose de más y más fuerza a cada segundo que pasaba. Primero un leve y divertido asentimiento, que prontamente se tornó en una ruidosa carcajada colectiva.

Las risas que resonaban por todo el parlamento, eran como las de un padre irritado por las travesuras de su hijo. Era una débil risa de los dioses, pero aún así, Brunhilde estaba confiada.

Geir:—¿Eh? ¡¿No está enojados?!

La menor se encontraba confundida pero luego algo empezó a sonar:

Rocas siendo demolidas.

Uñas despedazando la madera.

Y Dientes Rechinando en muecas de odio.

Geir:—¿Qu-qué es ese sonido?

Menospreciando el orgullo y la dignidad de los poderosos dioses, el comentario que los provocó no fue otro que...

"¿ESTÁN ASUSTADOS?"

Si alguien sospechara que los dioses temen a la humanidad, será la mayor de las humillaciones para ellos.

—¿Cómo te atreves?

—¡Desgraciada?

—¡¿Tienes idea de lo que acabas de decir, maldita mestiza?!

—¡¿Te estás burlando de nosotros, bastarda?!

—¡¡Conoce tu sitio!!

Geir empezó a asustarse mientras lagrimas caían de su rostro viendo la furia de los dioses del parlamento:

Geir:—"¡Era obvio que los dioses se enojarían!" ella con mucho terror se escondió detrás del vestido de su hermana. —"¡¿En qué demonios estas pensando, hermana?!"

Brunhilde sonrio con confianza a pesar de recibir insultos y maldiciones por doquier.

Brunhilde:—"¡Lo sabía!" celebraba internamente mientras una gota de sudor nerviosa bajaba por su rostro. —"Comparados con los humanos, los dioses son más fáciles de provocar"

Zeus, quien hasta ese momento había permanecido callado, se levantó de su trono. En sus ojos brillaba una furia que era difícil de contener.

Zeus:—Ya veo... Ragnarök, eh... qué propuesta más interesante

En un arrebato de locura, el dios del trueno se acercó al dragón que descansaba detrás de él, el dragón de los mil ojos, cuyas escamas eran más duras que el acero. Sin previo aviso, Zeus tomó el hocico del dragón con ambas manos y, con un esfuerzo descomunal, rompió su mandíbula con un sonido ensordecedor, dejando al monstruo en un estado atónito.

Zeus:—¡Que así sea!—exclamó Zeus, su voz retumbando como un trueno. —Si estos mortales quieren un combate, que lo tengan. Que empiece la lucha entre los dioses y aquellos de otras dimensiones. Que la guerra del Ragnarök se desate.

El silencio llenó la sala mientras todos los dioses observaban a Zeus, asombrados por su irracionalidad, pero también con un miedo palpable en el aire. Los murmullos se hicieron eco en cada rincón del Valhalla. La decisión de Zeus parecía ser irreversible.

Brunhilde, sin embargo, seguía serena. Su mirada desafiante nunca dejó de enfrentarse a la multitud de dioses. La esfera de cristal brillaba con luz propia, mostrando un espectáculo increíble. Cada enfrentamiento entre dioses y mortales sería una prueba de resistencia, astucia, y habilidad, donde incluso los dioses tendrían que enfrentar sus propios miedos y limitaciones.

Geir, la hermana menor de Brunhilde, observó con ojos grandes y asustados. Pero en su pecho latía un profundo sentimiento: la humanidad podría no ser tan débil como los dioses pensaban. Aún quedaba esperanza.

Los dioses del Valhalla se preparaban para lo que sin duda sería la batalla más épica que el cosmos jamás habría presenciado. El destino de la humanidad ahora estaba entrelazado con el de los dioses, y la guerra por la supervivencia comenzaba en ese mismo instante.

AQUÍ, LA BATALLA ENTRE LOS DIOSES Y LA HUMANIDAD, RAGNARÖK...

¡¡HA SIDO DECLARADA!!

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Los vastos pasillos del Valhalla se extendían como un laberinto eterno, sus columnas de mármol tallado reluciendo bajo una luz etérea que parecía no tener origen. Brunhilde caminaba con un paso firme y decidido, sus botas resonando con un eco constante que marcaba su determinación. A su lado, Geir, aún nerviosa, tropezaba ligeramente con su propio miedo, abrazándose a sí misma mientras lanzaba miradas inquietas hacia los salones oscuros y llenos de runas ancestrales.

Finalmente, incapaz de contener la tormenta de emociones en su pecho, Geir alzó la voz:

Geir:—No puedo aguantar más—dijo, su voz temblorosa mientras sus pasos se volvían más lentos—. Hermana... ¿por qué hiciste eso? ¿Por qué te opusiste a la voluntad de los dioses y los hiciste enojar? ¡¡Estás pidiendo que te maten!!


Brunhilde, sin detenerse, lanzó una breve mirada hacia su hermana menor. Sus ojos verdes esmeralda brillaban con una mezcla de compasión y una resolución implacable. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, una que transmitía confianza y, al mismo tiempo, una profunda tristeza.

Brunhilde:—Geir—comenzó con una calma que parecía inconcebible ante las circunstancias—. Eres una aprendiz de valquiria, así que aún no puedes entender esto.

Geir bajó la mirada, avergonzada, pero su hermana continuó.

Brunhilde:—El lazo entre los humanos y nosotras, las valquirias, es más profundo que el que tenemos con los dioses. Ellos pueden ser nuestros creadores, pero los humanos... los humanos son nuestra misión. Somos sus guías, sus protectoras. No importa cuán bajo caigan, no importa cuán débiles sean, es imposible que pueda abandonarlos.

Esas palabras resonaron profundamente en el corazón de Geir. Por un instante, las sombras de su miedo se disiparon, reemplazadas por un destello de admiración. Observó a su hermana, a su porte majestuoso y a la determinación inscrita en cada uno de sus pasos.

Geir:—Se está arriesgando por el bien de la humanidad—pensó Geir, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y devoción—. Brunhilde, la valquiria de la tragedia que hace mucho tiempo fue degradada al mismo nivel que los humanos. Qué valquiria más increíble... Sólo la hermana Brunhilde podría hacer algo así. Es increíble cómo está protegiendo a la humanidad hasta tal extremo.

A pesar de su creciente admiración, el miedo aún anidaba en el corazón de Geir. La posibilidad de que los humanos perdieran, de que todo lo que Brunhilde estaba arriesgando fuera en vano, la atormentaba. Con una voz más suave, casi un susurro, preguntó:

Geir:—Hermana... incluso si esos mortales tienen poderes o armas... ¿Cómo sabes que pueden ganar?

Brunhilde, esta vez, se detuvo. Se volvió hacia Geir, y una sonrisa serena pero llena de confianza se dibujó en sus labios.

Brunhilde:—Porque no estarán solos—respondió con una firmeza que hizo eco en las paredes del Valhalla—. Nosotras estaremos con ellos.

Geir la miró, sorprendida.

Geir:—¿Nosotras...?

Brunhilde asintió.

Brunhilde:—No seremos meras espectadoras. Los humanos son valientes, pero incluso los más valientes necesitan guía, apoyo, y a veces... un recordatorio de lo que son capaces. Nosotras, las valquirias, siempre hemos sido ese puente. Y lo seremos de nuevo.

Geir sintió que su corazón se aceleraba. Su miedo comenzó a disiparse, reemplazado por una chispa de algo nuevo: esperanza.

Geir:—Entonces... tú planeas ayudarles...

Brunhilde:—No solo yo, Geir—dijo Brunhilde, colocando suavemente una mano en el hombro de su hermana menor—. Tú también. Este será tu primer paso como una verdadera valquiria. Aprende de ellos, protégelos, y verás que incluso en sus momentos más oscuros, los humanos tienen una luz que los dioses nunca entenderán.

Geir, al principio, se sintió abrumada. Pero luego, mirando la determinación inquebrantable de su hermana, sintió que algo dentro de ella cambiaba.

Geir:—Haré mi parte, hermana. Te lo prometo.

Brunhilde sonrió, satisfecha.

Brunhilde:—Eso quería escuchar.

Ambas continuaron caminando, dejando atrás los pasillos oscuros del Valhalla, pero llevando consigo una luz que ahora compartían. El desafío que tenían delante era monumental, pero juntas, estaban listas para enfrentarlo.

Porque no importa cuán poderosa sea la tormenta, mientras una valquiria esté de pie, la humanidad siempre tendrá una oportunidad.

Mientras las valquirias caminaban por los interminables pasillos del Valhalla, Geir, con curiosidad e inquietud, rompió el silencio:

Geir:—Hermana... ¿Quiénes crees que serán los representantes de los dioses?

Brunhilde estaba a punto de responder, cuando una voz burlona resonó desde la penumbra del corredor:

???:—Hey, Brunhilde.

Ambas hermanas se detuvieron y se giraron hacia la fuente de la interrupción. Desde las sombras surgió una figura que parecía fuera de lugar en el sagrado Valhalla. Era un demonio, un Incubus, con alas pequeñas y negras que no lograban esconder la lascivia en su aura. Una sonrisa arrogante se dibujaba en su rostro, y su mirada, llena de burla y deseo, se clavó en la mayor de las valquirias.

Incubus:—Lo que hiciste en la conferencia fue algo diferente a lo usual, ¿eh?—comentó con una voz cargada de sarcasmo, inclinando su cabeza mientras guiñaba un ojo—. No sé qué planeas, pero será mejor que tengas cuidado. Los dioses son crueles y despiadados... solo un grupo de estúpidos ególatras.

Antes de que ninguna de las hermanas pudiera responder, el demonio avanzó con un movimiento fluido y rápido, cerrando la distancia entre ellos. Con un tirón, atrajo a Brunhilde hacia él, colocando su mano bajo la barbilla de la valquiria para obligarla a mirarlo directamente a los ojos.

Incubus:—Pero si ocurre algo malo, me aseguraré de protegerte, ¿vale?—murmuró, su voz rebosante de una falsa ternura que se deslizaba como veneno.

Entonces, sacando su larga lengua, pasó lentamente por el delicado rostro de Brunhilde, dejando un rastro húmedo en su piel mientras reía con una satisfacción perversa.

Incubus:—Pero eso depende de tu actitud—añadió, mientras sus ojos brillaban con una lujuria incontrolable.

Para sorpresa del demonio, Brunhilde no reaccionó con enojo ni resistencia. La valquiria se dejó caer de rodillas frente a él, su expresión completamente neutral, casi vacía.

El demonio, al ver esto, soltó una carcajada triunfal, su rostro distorsionándose con una mezcla de placer y arrogancia.

Incubus:—Qué buena actitud tienes—dijo, mientras comenzaba a desabrocharse el cinturón con dedos temblorosos de anticipación—. Ya hace tiempo que estoy interesado en ti, sabes. Me pregunto qué tipo de voz saldrá de la orgullosa y poderosa Brunhilde.

Pero antes de que pudiera continuar, Brunhilde, con su voz fría y carente de emoción, habló:

Brunhilde:—No me arrodillé por ti.

Incubus:—¿Eh?

En ese instante, un trueno ensordecedor resonó por el pasillo, haciendo temblar las paredes del Valhalla. En un abrir y cerrar de ojos, el cuerpo del demonio estalló en un espectáculo de sangre y entrañas, salpicando el suelo sagrado y manchando la figura inquebrantable de la valquiria.

Brunhilde:—Ha pasado mucho tiempo, Thor-sama.

Cuando la neblina carmesí se disipó, una figura titánica se alzó ante Brunhilde. Era Thor, el dios del trueno, el guerrero más temido del panteón nórdico. Su inmensa figura, cubierta de músculos y una capa blanca se erguía como una montaña inamovible. En su mano, sostenía su legendario martillo, Mjolnir, que parecía vibrar con la energía de una tormenta contenida.

Los ojos negros como el carbón de Thor se clavaron en Brunhilde, estudiándola con una mezcla de desdén y curiosidad.

Thor:—¿Qué tramas, Brunhilde?—preguntó con voz grave, como un trueno distante que amenaza con estallar.

Geir, paralizada por el miedo, apenas podía respirar. Pero Brunhilde, manchada de sangre y rodeada por el aura opresiva de Thor, permanecía completamente calmada.

Geir:—"¡¿Thor?! ¡¿El dios del trueno, Lord Thor?!"—se sorprendió Göll—. "¡¿Qué hace aquí?! ¡Tengo que arrodillarme! Sino seré..."

Thor avanzó un paso más, su martillo brillando con relámpagos mientras lo levantaba ligeramente.

Brunhilde:—Siento decirle que no sé de qué me habla.

La mayor de las valquirias mantuvo la mirada gacha, dejando escapar una diminuta sonrisa.

Thor:—Si esto es lo que planeas, más vale que me traigas a un oponente digno para esta guerra.—Su voz se volvió más amenazante, cargada de un peligro palpable—. De lo contrario, yo mismo me encargaré de ti.

El pasillo quedó en silencio, salvo por el eco de las palabras de Thor. Brunhilde, lejos de inmutarse, se levantó lentamente, su mirada fija en el poderoso dios. Con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos, respondió:

Brunhilde:—No tendrás que preocuparte, Thor. Cuando el combate comience, tendrás oponentes que incluso tú considerarás dignos.

Thor entrecerró los ojos, analizando cada palabra de la valquiria, buscando cualquier señal de debilidad o mentira. Finalmente, con un gruñido, giró sobre sus talones y comenzó a alejarse, su capa ondeando detrás de él como una tormenta en movimiento.

Thor:—Más vale que así sea, Brunhilde—dijo sin volverse, mientras desaparecía en la distancia.

Geir finalmente respiró, sus piernas temblando mientras miraba a su hermana con asombro.

Geir:—Hermana... él iba a matarte. ¿Cómo puedes ser tan calmada?

Brunhilde, limpiándose la sangre del rostro con el dorso de su mano, miró a Geir con una seriedad que cortaba como una hoja.

Brunhilde:—Porque sé lo que está en juego. Si los humanos deben enfrentar a los dioses, necesitan algo más que fuerza. Necesitan que incluso el más temible de los dioses sienta que tiene algo que perder.

Con esas palabras, Brunhilde comenzó a caminar nuevamente, su figura irradiando una determinación que parecía indomable. Geir la siguió, todavía impresionada por lo que acababa de presenciar.

El destino de la humanidad estaba en marcha, y Brunhilde, la valquiria de la tragedia, se aseguraría de que no enfrentaran su destino solos.

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-ARENA DEL VALHALLA-

El rugido ensordecedor de la multitud llenaba el colosal coliseo del Valhalla, un estruendo de gritos y aplausos que parecía capaz de sacudir los mismos cimientos del cosmos. Más de quinientas mil gradas se extendían en círculos concéntricos alrededor de la inmensa arena, divididas en niveles cuidadosamente organizados. Los dioses, en su arrogancia, se encontraban en las gradas inferiores, ocupando los mejores asientos, sus miradas altivas observando cada rincón del gigantesco campo de batalla. Los mortales, en cambio, estaban relegados a lo más alto, donde apenas podían distinguir las figuras en el suelo de la arena, tan lejanas como si fueran hormigas.

A pesar de esta injusticia, los humanos no se dejaron intimidar. Hombro con hombro, olvidaron sus diferencias, uniendo sus voces en un clamor que resonaba como un desafío a sus creadores. Bárbaros germanos, hoplitas griegos, samuráis japoneses, gladiadores romanos, aztecas armados con obsidiana, y caballeros medievales con sus armaduras relucientes se mezclaban entre ellos, representando las épocas más heroicas de la humanidad. Junto a ellos, hombres y mujeres de tiempos modernos, vestidos con ropas de los siglos XIX, XX y XXI, se mantenían expectantes, temerosos pero fascinados, conscientes de que estaban presenciando el espectáculo más grande jamás concebido por la existencia misma.

Los dioses, desde sus asientos privilegiados, miraban con desdén a la multitud humana. Sus voces, cargadas de arrogancia, superaban los alaridos de los mortales mientras compartían risas y apuestas sobre quién caería primero en la arena. Dragones colosales surcaban los cielos, dejando rastros de fuego que iluminaban el inmenso coliseo. Sus rugidos se unían al clamor de los dioses, marcando el inicio del evento que decidiría el destino de los mortales.

En medio de este caos emocionante, ángeles hermosos con alas radiantes descendieron al escenario principal. Portaban trompetas y arpas celestiales que comenzaron a tocar una melodía imponente, una oda al apocalipsis que impregnaba el aire de una mezcla de euforia y temor. Era una señal clara: el fin de los tiempos había llegado.

La Arena del Valhalla, más grande que cinco estadios de fútbol juntos, estaba iluminada por una luz etérea que parecía emanar de los mismos cielos. Las runas en sus paredes brillaban con poder antiguo, mientras columnas de fuego se elevaban desde los bordes de la arena, marcando el campo de batalla con un aura de inminente destrucción.

En el centro del escenario, destacándose bajo los reflectores, apareció una figura pequeña pero imponente. Heimdall, el vigilante del Apocalipsis, el guardián del Bifröst, avanzó lentamente hacia el centro de la arena. Su cuerpo, envuelto en una armadura negra que parecía fundirse con las sombras, brillaba bajo la luz con un destello metálico. Sus ojos, que parecían contener el conocimiento del fin de los tiempos, recorrieron la multitud, tanto divina como mortal.

Levantando Gjallarhorn, su legendaria trompeta dorada, Heimdall dio un paso adelante. Su voz, amplificada por la magia de los cielos, resonó en todo el coliseo con una intensidad que hizo callar incluso a los dioses más bulliciosos.

Heindall:—¡ESTE ES EL MOMENTO QUE HE ESTADO ESPERANDO DURENTE MUCHO TIEMPO! ¡¡EL MOMENTO DE SOPLAR EL GJALLARHORN!! ¡¡EL MOMENTO DE LEVANTAR EL TELÓN DEL RAGNARÖK SE ACERCA!! ¡¿ESTÁN LISTOS PARA ESO?!

El público estalló en vítores, el estruendo mezclándose con el rugido de los dragones y las trompetas celestiales. Heimdall esperó a que el ruido se calmara antes de continuar, su voz manteniendo el control absoluto del ambiente.

Heindall:—Hoy presenciarán el evento que decidirá el destino del cosmos. Quince dioses, elegidos entre los más poderosos de todos los panteones, se enfrentarán a quince humanos, los mejores guerreros que la humanidad ha producido en todas sus eras.

Los reflectores giraron, iluminando dos puertas gigantescas en extremos opuestos de la arena. Las puertas divinas, talladas en oro y adornadas con runas, se abrieron lentamente, revelando las imponentes siluetas de los dioses guerreros que habían sido seleccionados para este combate. Cada uno de ellos, una representación de poder y majestad, avanzó hacia la arena bajo una lluvia de aplausos divinos.

En el lado opuesto, las puertas humanas, hechas de acero forjado y adornadas con símbolos de resistencia, se abrieron. Los guerreros humanos, vestidos con sus armaduras y armados con artefactos de eras pasadas y modernas, salieron al campo. Aunque algunos temblaban, sus ojos ardían con una determinación que desafiaría incluso a los dioses.

Heimdall alzó el Gjallarhorn una vez más.

Heindall:—¡Que los combatientes se preparen! El destino será decidido aquí y ahora. ¡Que comience el combate del Ragnarök!

La multitud rugió, el aire cargado de tensión y energía pura. El destino del cosmos colgaba de un hilo, y la batalla más épica de la existencia estaba a punto de comenzar. El fin de los tiempos había llegado, y con él, la oportunidad de la humanidad de demostrar su valía o enfrentarse a la aniquilación absoluta.

El coliseo del Valhalla estaba en silencio absoluto. Las miles de voces que antes rugían como un océano tormentoso ahora se habían apagado, reemplazadas por una tensión palpable. Heimdall, con el Gjallarhorn en su mano, se posicionó en el centro de la arena, su presencia magnética atrayendo todas las miradas.

Heindall:—¡EL PRIMER COMBATE! ¡PRESENTANDO AL LUCHADOR DE LOS DIOSES! ¡ESTE HOMBRE!

https://youtu.be/C2aUjqueKc0

El rugido de la multitud fue instantáneo, especialmente desde las gradas de los dioses. Una gigantesca puerta dorada se abrió lentamente en un extremo de la arena. La puerta, decorada con runas antiguas que brillaban como fuego líquido, revelaba un largo pasillo oscuro. Dentro de ese túnel, una figura se dibujaba en la distancia, sentada en un trono de piedra esculpido con relámpagos petrificados.

Heindall:—TODO EL MUNDO CONOCE A ESTE DIOS. ¡TODO EL MUNDO QUIERE VER SU MÁXIMO PODER! ¡¡SU MJÖLNIR PUEDE INCLUSO PULVERIZAR LOS MARES Y LA TIERRA!!

El mas temido y venerado de los dioses nórdicos, estaba allí, inmóvil. Sus ojos estaban cerrados, su respiración profunda, como si estuviera meditando en un estado de calma inquebrantable. A sus pies descansaba Mjolnir, el martillo legendario que podía controlar las tormentas y devastar montañas con un solo golpe.

El silencio en la arena se prolongó hasta que un sonido sutil, un susurro eléctrico, comenzó a llenar el aire. Los ojos de Thor se abrieron de golpe, revelando iris amarillos que brillaban con una intensidad sobrehumana. La electricidad celeste danzaba dentro de sus pupilas, iluminando su rostro con una luz divina.

Heindall:—SI ÉL NO LUCHA, ¿QUIÉN LO HARÁ? VIVIR LUCHANDO, MORIR LUCHANDO. ¡EL NÓRDICO MÁS PODEROSO! ¡¡EL BERSERKER DEL TRUENO!!

Cuando Thor se levantó, tomó a Mjolnir con una mano y lo colocó sobre su hombro, como si fuera un simple juguete en lugar de un arma capaz de destruir mundos. Con cada paso que daba por el oscuro pasillo, sus botas metálicas resonaban como truenos, haciendo que los ecos se extendieran por toda la arena. Cada sonido era un recordatorio de su inmenso poder.

La multitud contenía la respiración mientras la figura de Thor se hacía cada vez más visible, iluminada por los relámpagos que comenzaron a surcar el cielo sobre la arena. Cuando finalmente llegó al centro del coliseo, se detuvo. Lentamente, se quitó la larga túnica blanca que cubría su cuerpo, dejándola caer al suelo.

Su musculoso torso quedó al descubierto, cada fibra de su cuerpo parecía esculpida por los mismos dioses. Su piel estaba adornada con cicatrices de incontables batallas, pero eso solo añadía más a su imponente presencia. Su cabello largo y rubio, brillante como el oro, caía en cascadas por su espalda, y su barba espesa enmarcaba un rostro severo y decidido.

Relámpagos zigzagueaban en el cielo, iluminando su figura con un brillo casi sobrenatural. Cada trueno que resonaba parecía sincronizado con el ritmo de su respiración. Thor, con una sonrisa de confianza, alzó a Mjolnir y lo señaló hacia los cielos, provocando un rugido ensordecedor de relámpagos que estremeció las mismas gradas del Valhalla.

Heindall:—¡¡EL DIOS THOR!!

¡¡¡¡PRIMER LUCHADOR DE LOS DIOSES: THOR (NORDICO!!!!)

Los dioses lo vitoreaban, gritando su nombre con fervor. Los humanos, desde las gradas más altas, lo observaban con una mezcla de terror y asombro. Para muchos, este era el verdadero poder divino, una fuerza que parecía insuperable.

Heindall:—¡Damas y caballeros, deidades y mortales!—anunció con una voz que resonaba como el eco de las montañas—. La primera ronda del Ragnarök está a punto de comenzar. Presentaré primero al luchador de los dioses, un guerrero cuyo nombre hace temblar incluso a los cielos. El señor del trueno, el destructor de gigantes, el martillo de la justicia divina... ¡Thor, el dios del trueno!

Thor miró alrededor de la arena, su único ojo mostrando un brillo peligroso. Entonces, sin dirigirse a nadie en particular, habló con una voz grave que se alzó por encima del ruido de la tormenta.

Thor:—Espero que el primer guerrero humano sea digno de esto. Si no, su destino será igual que el de las moscas bajo mi martillo.

La multitud se estremeció ante sus palabras. Heimdall, con una sonrisa tensa, volvió a levantar su voz, esta vez dirigiéndose hacia el lado opuesto de la arena.

Entre cientos de deidades que vitoreaban sonoramente, que aplaudían y celebraban, que gritaban y se deleitaban, Odín, el padre de todos, mantuvo su críptica mirada sobre el cuerpo del primer guerrero, hablando sólo entonces en voz potente y firme:

Odin:—Aplástalos y aniquílalos.

Heindall:—¡Y ahora, el representante de la humanidad!—anunció.

La multitud en las gradas humanas estalló en vítores nerviosos, mientras las puertas del otro extremo comenzaban a abrirse. Las sombras danzaron en el aire cuando una figura emergió, lista para enfrentarse al poder titánico del dios del trueno.

El destino del Ragnarök estaba por comenzar.

Heindall:—¡¡Y AHORA SU OPONENTE!!—prosiguió Heimdall—. ¡¡EL LUCHADOR DEL LADO DE LOS HUMANOS ES ESTE HOMBRE!!

https://youtu.be/GrtipI7dP2Y

El rugido ensordecedor de la multitud se detuvo de golpe cuando las puertas del bando humano comenzaron a abrirse lentamente, rechinando como si el mismo destino las empujara. Desde la oscuridad de esa entrada emergió algo que nadie en el Valhalla esperaba: un inmenso barco pirata, arrastrado hacia la arena por fuerzas invisibles.

Heindall:—¡¿ESTO ACABARÁ AQUÍ?! ¡LOS SIETE MILLONES DE AÑOS DE EXISTENCIA! ¡¿SERÁN OLVIDADOS AQUÍ?! ¡¡LOS SIETE MILLONES DE AÑOS DE ORGULLO!!

El colosal navío avanzaba majestuoso, con su proa adornada con la figura de una ballena gigantesca. Las múltiples velas, decoradas con un Jolly Roger imponente, ondeaban con fuerza bajo los vientos que soplaban desde las alturas del Valhalla. La madera del barco crujía con cada movimiento, sus mástiles se alzaban como torres, y el espectáculo era tan surrealista que incluso los dioses, sentados en sus gradas privilegiadas, miraban con asombro.

Heindall:—¡¡ESTE HOMBRE ESTÁ CANALIZANDO LA VOLUNTAD DE LA HUMANIDAD!! ¡¡UNO DE LOS CUATRO EMPERADORES DEL MAR!! ¡¡LOGRÓ ENFRENTARSE A EL REY DE LOS PIRATAS, GOL D. ROGER, EN UNA BATALLA QUE DURÓ TRES DÍAS Y TRES NOCHES!! ¡¡FUE CONOCIDO COMO EL HOMBRE MÁS CERCANO AL ONE PIECE!!

Desde la cima de la proa, en la cabeza de la ballena, una figura titánica dominaba la escena. Era un hombre de tamaño anormal, al menos cinco veces el de un humano adulto promedio. Su presencia imponía tanto como la de cualquier dios. Llevaba sobre los hombros una pesada chaqueta de capitán blanca, adornada con el símbolo de su tripulación en la espalda, el Jolly Roger, que parecía arder bajo la luz etérea de la arena. A pesar de su chaqueta, su torso estaba desnudo, dejando al descubierto un mapa de cicatrices, marcas de incontables batallas en los mares.

Su cabeza estaba cubierta por un pañuelo, y sobre este descansaba un tricornio típico de los piratas, también decorado con el símbolo de su tripulación. Aunque sus años de juventud habían quedado atrás, y su cabello rubio había desaparecido, reemplazado por una calvicie brillante, lo que más destacaba de su rostro era el gran bigote blanco en forma de media luna, un rasgo que le daba su famoso epíteto: barba blanca.

Heimdall: —¡¡AÚN A SU ANCIANA EDAD, ESTE HOMBRE ES MÁS FUERTE QUE UN GIGANTE Y SU ALTURA CASI LO HACE VER COMO UNO!! ¡¡UN LEGENDARIO PIRATA CUYO MAYOR SUEÑO FUE TENER UNA FAMILIA, LA CUAL FUE SU TRIPULACIÓN ANTES DE MORIR EN LA GRAN GUERRA DE MARINEFORD!!

El más grande pirata que los mares jamás habían conocido, el hombre que dominaba los océanos, se encontraba ahora en la arena del Valhalla. Su tripulación, compuesta por hombres y mujeres de apariencia feroz y decidida, levantó sus armas y vitoreó su nombre, llenando el aire con un canto que resonaba como una marcha de guerra.

Heindall:—¡¡EL PIRATA MÁS FUERTE DEL MUNDO!!¿ACASO HAY ALGUNA OBJECION?

Piratas:—¡NO! ¡¡NO!! ¡¡¡NO!!!

Cuando el barco finalmente se detuvo, barba blanca flexionó sus inmensas piernas. Con un solo movimiento, el pirata saltó desde la proa del barco, dejando que el viento ondeara su capa y revelara la magnitud de su cuerpo. Cayó con un impacto ensordecedor, generando una onda de polvo y viento que barrió la arena, aterrizando a pocos metros de su oponente: Thor, el dios del trueno.

Heindall: —¡¡¡SIN DUDA SU FUERZA HACE TEMBLAR LOS SUELOS JUNTO AH SU ARMA, UN PIRATA QUE TRATABA AH SU TRIPULACIÓN COMO FAMILIA Y EL JAMAS HUYO DE UNA BATALLA NI SE RETIRO INCLUSO MUERTO NUNCA TUBO UNA HERIDA EN SU ESPALDA!!!

barba blanca alzó la vista, sus ojos fijos en el dios. Su mirada no mostraba temor, sino una confianza inquebrantable, el tipo de determinación que solo los hombres que han enfrentado la muerte innumerables veces pueden poseer. En su mano, sostenía su enorme Naginata, una lanza gigantesca que parecía forjada en los mismos abismos del océano.

Sin apartar la vista de Thor, barba blanca comenzó a girar su lanza. Los movimientos del arma generaron poderosas ráfagas de viento, tan intensas que parecían imitar una tormenta en alta mar. El aire a su alrededor comenzó a distorsionarse, y los dioses en las gradas superiores sintieron por primera vez algo que no esperaban de un humano: respeto mezclado con una pizca de inquietud.

Heindall:—¡¡¡EL PRIMER REPRESENTANTE DE LA HUMANIDAD EL ES EDWARD NEWGATE TAMBIEN CONOCIDO COMO SHIROIGE BARBA BLANCA!!!

¡¡¡¡PRIMER LUCHADOR DE LOS HUMANOS: EDWARD NEWGATE BARBA BLANCA!!!!

Universo: One Piece

De repente, barba blanca dejó de girar la Naginata. Con un solo movimiento, lanzó un corte brutal hacia adelante, un ataque tan poderoso que las ráfagas de viento se disiparon instantáneamente, cortadas por la fuerza del golpe. La arena bajo sus pies se partió, dejando grietas que se extendieron como las olas de un tsunami.

Thor, que había estado observando en silencio, sonrió. Por primera vez en mucho tiempo, parecía genuinamente interesado. Su risa, grave y poderosa, resonó en toda la arena.

Thor:—Interesante... Muy interesante—dijo Thor, levantando a Mjolnir sobre su hombro—. Tal vez los mortales no sean tan insignificantes como pensaba. Espero que puedas sobrevivir a mi tormenta, viejo pirata.

barba blanca no respondió con palabras. En su lugar, clavó su Naginata en el suelo, cruzando los brazos sobre su pecho mientras su bigote se alzaba con una sonrisa confiada.

Edward:—Los mares no temen a las tormentas, muchacho—respondió finalmente, su voz profunda como el rugido de un oleaje gigante—. Yo soy la tormenta.

La multitud estalló en gritos y vítores, tanto dioses como humanos, mientras el choque entre estos dos titanes prometía ser la batalla que marcaría el inicio del Ragnarök. Heimdall, en el centro de la arena, levantó su trompeta dorada y, con una sonrisa emocionada, anunció:

Heindall:—¡Del lado de los dioses el Berserker del trueno Thor y del lado Humano Edward Newgate o Tambien conocido como Barba blanca Que comience el combate!

Los relámpagos comenzaron a caer desde los cielos, y el suelo mismo pareció estremecerse en anticipación. Thor y barba blanca avanzaron el uno hacia el otro, dos fuerzas de la naturaleza listas para desatar todo su poder. El destino del cosmos empezaba aquí, con el primer enfrentamiento del Ragnarök.


Fin que les parecio el prologo?

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