Capítulo 97: Deseo incumplido
« Yo… Yo nunca quise estar aquí… Nunca lo pedí… Yo solo quiero… Estar de vuelta en casa…
» El señor San Miguel… Me lo había prometido… »
Eso fue lo que habían acordado después de la victoria de Orleans, cuando en la noche tras ser atendida por los médicos y después de su cena con el delfín Carlos VII, fue visitada por el arcángel Miguel…
– ¿Vio eso, señor San Miguel! ¡Fue impresionante!
– Si, claro que lo vi todo. Fue espectacular.
Jeanne sonrió de oreja a oreja ante la presencia de San Miguel, aquel ser divino de luz que no entendía su existencia… Pero a ella no le importaba: a ella solo le interesaba estar con él.
– Has dominado muy bien los dones que te otorgue; me alegro mucho por ti.
– … No, no fue la gran cosa… – Jeanne desvió su mirada hacia el suelo, para después sujetar su hombro donde, en su cuerpo físico, había sido herida – Recibí una flecha que pude haber evitado.
– No te preocupes por esos detalles; son mínimos. Lo que importa es que lo estás empezando a dominar… Una vez que lo controles, serás capaz de eludir esos pequeños ataques con más facilidad.
– … ¿Usted cree eso?
– Estoy seguro de que lo lograrás.
– … Es porque… ¿Usted ya vio que eso pasará?
– … Aún si lo hubiera visto, hablo con sinceridad y con el corazón: sé que serás capaz de lograr cosas muy grandes…
Aquello volvió a levantar los ánimos de Jeanne, lo mismo que la mano de San Miguel que se posó en la cabeza de la jovencita.
– Muchas gracias, señor San Miguel…
» Por cierto, ¿Cuánto me falta?
– ¿A qué te refieres?
– Usted… Usted me dijo que… podría volver con mi familia y… a mi vida normal. Me preguntaba cuánto--
– No seas impaciente, Jeannette. Apenas vas por el primer paso, que ha sido Orleans… Todavía te falta mucho para llegar a ese punto.
– … Entiendo… Pero me gustaría saber… ¿Cuánto tiempo?
– … Todavía no he visto esos momentos… Quiero guardar la sorpresa.
– ¿La sorpresa? ¿A qué se refiere?
– Quiero esperar para de repente encontrar el momento en que pueda ver cuando regreses a tu casa, con tu familia, y puedas ser… De nuevo, aquella niña risueña que eras en tu hogar.
» Quiero esperar, para avisarte en el momento menos esperado… Eso tal vez te dibuje una sonrisa en el rostro.
– ¿En serio?
– Claro que si… Mientras esperamos, debes repetir esto todos los días hasta que te lo creas: "Salvaré a Francia y volveré a casa con mi familia".
En el campo de batalla, Atenea soltó un profundo respiro por el gran esfuerzo que había realizado con ese ataque; cayó de espaldas contra el suelo para sentarse al tiempo que clavaba la punta de Palaidos en el pasto.
« Eso fue… demasiado… Incluso para mi… »
La diosa respiró hondo repetidas veces para recuperar el aliento, mientras sus ojos se dirigían a Palaidos a quien no pudo evitar dedicarle una sonrisa.
« Pero fue tan… ¡Emocionante! Por primera vez siento esta emoción por una pelea, aunque sea de muerte…Mi cuerpo me duele, siento dolor en los dedos de los pies, y mi cabeza no para de dar vueltas, ¡Qué bien se siente esto…!
» Aunque sea la más fuerte, sigo siendo débil… Quién diría que se siente muy bien. Muchas gracias… Arachne, Medusa, Pallas… Gracias por estar conmigo el día de hoy. »
Atenea apretó su mano en la lanza Palaidos, para después dirigirla a su pecho y acariciar la tela que usaba de decoración, el último regalo de Arachne, y por último rozó el borde de la Égida, donde tenía replicado el poder ocultar de Medusa.
En el estadio, los dioses gritaron con emoción y furor al ver el avance de Atenea, lo mismo que Pandora y Erictonio junto con Hefesto; en el palco especial de Zeus, los olímpicos suspiraron con toque de victoria.
– ¡Qué bien! – Démeter apretó los puños con una amplia sonrisa – ¡Esa niña lo ha hecho muy bien!
– Bastante a decir verdad… – admitió Hestia, para después soltar un bostezo – Aunque le está tomando demasiado tiempo. Ya debió terminar.
– Para usar un poder que está fuera de la lógica… – Asteria se ajustó los lentes con cuidado – Parece que realmente fue obligada a llegar a este punto. No entiendo cómo fue posible, pero… Así sucedió.
– Es porque está muy confiada. – negó Syf con los brazos cruzados – Eso le costará muy caro.
– ¿¡Qué estás diciendo!? – Artemisa comenzó una pelea con Syf.
– Yo tampoco entiendo cómo Atenea tiene ese poder… Pero creo que es lo que menos importa ahora. – asintió Perséfone con una amplia sonrisa – Con ese poder en manos, la pelea está asegurada.
– Eso es cierto. Mi hija ya ha ganado… – Zeus suspiró de forma tranquila.
Sin embargo, Ares y Hermes eran los únicos que no compartían sonrisas sino toque de preocupación. En especial, el hermano mayor y dios de la guerra...
« Hermana… Termina rápido con esto. Antes que… algo malo te pase. »
Atenea fue llena de nostalgia mientras veía su propio cuerpo… así también de un rugido estomacal de hambre así como de una terrible jaqueca.
« Ugh, estoy por llegar a mi límite… Necesito reponer mis fuerzas. »
La mujer acudió a su Égida, la cual en su carátula inferior tenía pegada una caja, que estando sentada en los Campos Elíseos abrió con cuidado y emoción: una caja de dulces variados. Con tan solo comer unos pocos de ellos el brillo de su rostro volvió como si volviera a la vida.
« ¡Pero qué ricos…! ¡Cómo me encantan los dulces especiales de Dionisio onii-chan! »
En el palco griego Dionisio sonrió emocionado, mientras que los demás se llevaron una mano a la cara en señal de pena.
– … ¿En serio? – Syf abrió los ojos como platos – ¿¡En serio!?
– Atenea necesita azúcar para recomponer sus fuerzas, aunque… – Hestia se llevó una mano a la barbilla – No esperaba que hiciera eso.
– … No. Eso es algo que ella haría. – Ares y Hermes admitieron al mismo tiempo con la misma expresión en sus rostros.
Después de comerse todos los dulces, la diosa tiró la caja vacía al suelo, se levantó de golpe y volvió a tomar sus armas.
– ¡Estoy de vuelta en el juego…! ¡Oh! – la diosa abrió los ojos con sorpresa al ver el camino que había creado con su estocada – Creo que envié a Jeanne muy lejos… ¡Qué pena! Bueno, en realidad se lo merece por provocarme…
» En fin… ¡Allá voy! – con una sonrisa y dando brincos, la diosa comenzó su camino hacia el templo – ¡Jeannette, ven aquí, tengo algo lindo que darte a ti~!
Por su parte, los espectadores humanos estaban anonadados y estupefactos de lo que acababan de ver; o mejor dicho, lo que ellos creían haber visto. Un reflejo como la velocidad de la luz, golpeando a Jeanne y mandándola a volar por los aires…
Pero, entre todos los humanos que estaban desalentados y con los ánimos bajos esperando su cuarta derrota, un único grupo estaba expectante a lo que sucedería a continuación: la familia de Jeanne. Jacquemin, Jean y Pierre estaban llorando pero no apartaron la vista de las pantallas, mientras que Jacques abrazaba a su esposa Isabelle, quien no separaba las manos mientras seguía rezando.
– Por favor, salva a Jeanne, una vez más… Mon bel ange…
En el templo dónde había sido arrojado Jeanne, el único sonido era la lluvia que golpeaba el techo que quedaba del palacio, así como los escombros que había generado el impacto de Jeanne: de entre los escombros había un camino de sangre y pedazos de metal arrabio, que terminaban en una derrumbada columna de mármol divino…
Ahí es donde se encontraba Jeanne, oculta en ese pequeño escondite tras haber recibido el impacto directo de la lanza de Atenea, y con las terribles heridas en su cuerpo al mismo tiempo que la atrofiada armadura intentaba adaptarse al daño que había sufrido.
En medio de ese ambiente oscuro, la jovencita francesa solo pudo tener un pensamiento.
« Por favor, no… No puede terminar así de nuevo. Yo no… No quiero volver a morir… »
Palacio de Reims, Francia
17 de julio de 1429, 24 años antes del fin de la Guerra de los Cien Años
Después de su noche de insomnio, y siendo que ya estaba recuperada de la mayoría de sus heridas, Jeanne podría tener otra conversación con San Miguel para calmar sus propias emociones; se acomodó en la cama, tapando su cuerpo lo mejor posible para no sentir frío y poniendo un paño a su costado para cuando empezara a escupir sangre.
Se relajó, cerró sus ojos, y comenzó a ralentizar su respiración así como los latidos de su corazón…
« Si, es lo que debo hacer. La presencia de San Miguel es muy hermosa… Solo debo hablar con él, me escuchará y me dará consuelo. Y así podré seguir con… con mi propósito… »
Después de unos segundos, el corazón de Jeanne se detuvo por completo, su cuerpo soltó su último aliento guardado, para dar comienzo a sus 5 minutos de conversación divina…
Sin embargo, al llegar al sitio habitual, Jeanne se encontró sola.
– ¿Señor San Miguel? ¿Está aquí…?
La jovencita francesa deambuló un tanto, de arriba a abajo, y alzando la voz cada vez más para poder hacerse escuchar. Pero no recibió respuesta alguna; estaba sola.
– … Ya veo… Hoy tampoco vino.
Así sucedía a veces: algunas veces hablaban muy poco puesto que San Miguel se iba repentinamente, o a veces no se aparecía por varios días. Sin embargo, desde la victoria en Orleans se volvieron menos comunes sus pláticas con San Miguel.
La pequeña joven francesa se desanimó un poco… Solo un poco. Tras respirar profundo, levantó el rostro una vez más con una sonrisa, aunque parte de ella era fingida.
– El señor San Miguel… seguro está muy ocupado. Los ángeles están ocupados todo el tiempo; no debería enojarme ni entristecerme si él está haciendo otra cosa…
» No importa. Mañana volveré a intentarlo y hablaré con él… Mañana me responderá. Por ahora, creo que… Lo mejor sería prepararme para lo que sucederá mañana.
Siempre que Jeanne no lograba contactar con San Miguel, acudía a la segunda opción: visualizar el futuro próximo y lejano.
Concentrándose lo suficiente, el espacio mental que usaba para comunicarse con el ángel se convertía en una galería de información ya escrita por el Shakti, que se traducía y convertía en imágenes del futuro a su disposición.
Gracias a su experiencia en las últimas campañas, podía encontrar con facilidad las imágenes que se referían a un futuro cercano, de los próximos días y semanas; así lograba prepararse para las próximas campañas y también cuando se encontraba en combate.
Y a veces, cuando la curiosidad le ganaba, visualizaba un poco más allá; eso fue lo que hizo para saber que su familia asistiría a Reims para la coronación de Carlos.
– Que bien que mi familia pudo venir… ¡Ya tenía muchas ganas de verlos! – su rostro sonrió lleno de felicidad; sin importar cuánto futuro ella supiera, siempre se emocionaba cuando las cosas sucedían – Puede que mañana los pueda ver un poco más…
» Las cosas fueron muy bien con la coronación en Reims. El camino está abierto para nosotros… Así que seguro que las cosas irán mucho mejor. Pero, veamos un poco más… ¡Tal vez también pueda ver el futuro de la guerra!
» Sé que el señor San Miguel me dijo que esperaba que fuera sorpresa, pero… Je n'y peux rien*! ¡Tengo que verlo por mi propia cuenta!
[ *N/T: No puedo evitarlo. ]
La jovencita francesa dejó que el Shakti fluyera con mayor fuerza, lo que se convirtió en imágenes futuras más lejanas; el futuro de lo que sucedería en los meses siguientes, los años siguientes… Lo que le esperaba al futuro de la doncella de Orleans más allá del día de mañana.
Imágenes… Muy distintas a las que ya había presenciado antes… Al contrario…
Imágenes desconcertantes y… aterradoras.
[ – ¿Quiere decir que ya no seguiremos en la campaña?
– Por ahora… Puede tomar un descanso en estos días, señorita D'Arc. Descanse… Se lo tiene muy bien merecido. ]
[ – Ya cállate… ¡Maldita perra, cállate!
– S-Señor San Miguel…
– ¡Maldita y sucia mortal…! ¡¿Cómo te atreves a entrar al territorio de los dioses como si fuera tu casa!? Y lo que es peor de todo… ¡Tratas a los dioses como si fueran tus iguales! ¡Muestra un poco más de respeto!
– ¿Q-Qué dice?
– Espero que esto te quede en claro, de ahora en adelante, sucia mortal… ¡Tu lugar es bajo la mano de los dioses! ¡Conoce tu sitio y no vuelvas a entrometerte en nuestros asuntos! ]
[ – ¡Ni siquiera tú me detendrás… Carlos!
– ¡No me hables con ese tono, Jeanne! ¡Yo soy tu rey!
– ¡Y yo te puse en ese trono, o seguirías siendo un príncipe sin corona!
– ¡Y si no fuera por mi decisión, tú seguirías siendo una sucia campesina…! ]
[ – Yo estoy aquí… No porque quiera sino que es lo que tengo qué hacer… Voy a cumplir mi propósito, no importa lo que digas o pienses… ¡Eso voy a hacer!
– ¿¡Así vas a pagarme lo que intenté hacer por ti!? ¡Bien, cómo quieras, pero solo para que sepas…! ¡Si te atreves a salir de esa puerta, no moveré ni un solo dedo para ayudarte ni salvarte! ¿¡Me escuchas, Jeanne D'Arc!? ]
[ – ¡Suéltenme…! Acaso… ¿¡No saben quién soy!?
– Claro que lo sabemos, pequeña mocosa… ¡Eres la encarnación del diablo! ]
[ – Jeanne D'Arc, esta corte la ha encontrado culpable de los siguientes crímenes: herejía, insubordinación, vestirse como hombre a pesar de tenerlo prohibido, blasfemia, ser cómplice del diablo y dejar que su cuerpo sea manipulado por el demonio… ¿Cómo se declara? ]
[ – ¡No, por favor…! ¡No me dejes…! ¡Todos menos tú…! Vuelve… vuelve… ]
Los ojos de Jeanne se abrieron de golpe, tosió con mucha fuerza inclinándose en su cama hasta caer de golpe contra el suelo, impactando en su cabeza, y soltando un a considerable cantidad de sangre de entre sus labios y la nariz, de tal forma que algunos momentos después un par de soldados entraron a la habitación para ver por qué el ruido.
Entre todos los líquidos que Jeanne detectó, también se halló el agua salada que formaba parte de sus ojos: lágrimas. Producto de un terrible y misterioso sentimiento de tristeza y soledad que se apoderó de su cuerpo al recibir aquella revelación divina.
Jeanne estaba atónita ante lo que acababa de ver, sin ser capaz de entenderlo.
– Qué… Qu'est-ce que c'était que ça*?
[ *N/T: ¿Qué rayos fue eso? ]
Esa noche la joven francesa fue incapaz de dormir, aunque esa falta de sueño no le impidió cumplir sus deberes a partir de la mañana del día siguiente: salir de la habitación, tomar una ducha con ayuda de las sirvientas que Carlos había puesto a su disposición, vestirse con su armadura de batalla, y presentarse al palacio en Reims donde Carlos estaría gobernando provisionalmente hasta… la toma de París.
París era y sigue siendo la capital de Francia; en aquella época era la residencia de las familias reales y los reyes, por lo que este es el segundo paso para que Carlos pudiera ser rey de forma oficial: la coronación y bendición en Reims, y su residencia en París. El problema es que la ciudad estaba bajo el dominio de los ingleses y rodeada de ciudades borgoñesas, o sea la boca del lobo en su máximo esplendor; la misión más difícil, sino imposible, que tendrían que llevar a cabo Jeanne y Carlos para la liberación de Francia y el fin de la Guerra de los 100 años.
Justamente para eso Jeanne estaba en camino para ver a Carlos y discutir de ese tema: un saludo matutino a los guardias que cuidaban las puertas, quienes la reconocieron de inmediato y la dejaron pasar además de hacerle reverencias, muchos pasos silenciosos y nerviosos entre los pasillos hasta la sala del trono, donde pudo oír una especie de discusión desde la puerta de afuera.
Eso le intrigó bastante, de tal modo que acercó su mano a la puerta con intención de abrirla sin pedir permiso ni avisar de su llegada…
– ¡Señorita D'Arc!
– ¡Ah…! – Jeanne pegó un salto del susto tras la repentina aparición de Gilles de Rais a sus espaldas – Monseiur Gilles… Bounjour.
– Bounjour… Señorita, no vaya a entrar a la sala de su Majestad.
– … ¿Eh? – Jeanne rápidamente quitó su mano de la puerta y volteó a Gilles con desconcierto – ¿Por qué no?
– Desde muy temprano, su Majestad se encerró con los sacerdotes y clérigos de la iglesia de Reims para discutir de algo importante a solas; me encargó que nadie, ni siquiera usted, debe entrar antes que las puertas se vuelvan a abrir.
– … Pero… ¿Sabe si ya van a terminar? Me gustaría discutir con su Majestad los asuntos respecto asunto la campaña militar de París.
– No estoy seguro. Han estado ahí dentro desde que amaneció.
– ¡Oh si! Ya es bastante tarde… – Jeanne bostezó un poco debido al sueño que no pudo conciliar – Así que llevan mucho tiempo…
– Y no creo que terminen pronto. A veces sueltan gritos como si estuvieran peleando, y luego escucho que hablan con tranquilidad… Parece que se tomará todo el día. Sin embargo, en cuanto su Majestad esté libre, me encargaré de avisarle.
– Merci, monseiur Gilles, pero entonces, si no puedo hablar con su Majestad para decidir lo que haremos…
» ¿Quiere decir que ya no seguiremos en la campaña?
– Por ahora…
Gilles sonrió un poco ante la pregunta cuidadosa e inocente de la pequeña Jeanne; puso una mano sobre su peinado y le dio un par de golpecitos a manera de confortarla.
– Puede tomar un descanso en estos días, señorita D'Arc. Descanse… Se lo tiene muy bien merecido.
– … Supongo que lo haré. Estos días han estado agitados.
– Claro que lo ha estado. No se preocupe; yo le informaré de inmediato para que pueda hablar con su Majestad.
La jovencita francesa asintió con la cabeza, olvidando la decepción que había sentido pero tranquila de saber que podría tener un poco de normalidad en ese día.
Suspiró por lo bajo y se dio media vuelta, para volver a la sala de armas en dónde se quitaría la armadura y se pondría de nuevo su ropa de civil…
En medio del camino fue que se detuvo en seco y sintió un escalofrío que le recorrió la espalda y la nuca.
« Esas… Esas palabras ya… Las había oído. »
La doncella de Orleans sintió sudar frío, pero a los pocos segundos agitó la cabeza de lado a lado con indecisión.
« ¡No, no…! Estoy pensando demasiado las cosas. Necesito… despejar la mente. »
La jovencita francesa se despojó de la armadura y, una vez que estaba usando su vestido favorito que había logrado mantener casi intacto durante el tiempo que llevaba en el ejército francés; sus pies se apresuraron para ir de nuevo a su habitación, esperando tener la conversación que tanto esperaba con San Miguel…
– Sœur aînée!!
Una pequeña voz masculina le llamó la atención, así como un triple golpe que la tumbó al suelo y la dejó enterrada en cuerpos humanos.
Cuerpos humanos que empezaron a jugar con ella de forma cariñosa, y que ella conocía muy bien: Jacquemin, Jean, sus hermanos mayores, y Pierre, su pequeño hermano que se aferró a sus piernas para evitar que la jovencita escapase.
– El día de ayer escapaste, sœur aînée, ¡Pero ya no hay nada que nos detenga!
– ¡Eso, eso! – Jacquemin y Jean atacaron a la pequeña Jeanne con su mayor debilidad: las cosquillas.
Tocando sus axilas y en sus costillas, el par de hermanos logró provocar un ataque de carcajadas incontrolable de parte de Jeanne, quien intentó liberarse pero sus hermanos la tenían bien asegurada.
– S'il vous plaît, arrêtez…! Je ne vais plus le supporter! Arrête, arrête…*!
[ *N/T: ¡Por favor, paren…! ¡No me voy a aguantar más! ¡Paren, paren…! ]
– ¡Hijos, no sean groseros con su hermana!
Ante el grito de Jacques, el trío de hermanos se separó de Jeanne de inmediato, lo que le dejó a ella respirar un poco para recuperar el aliento; lo cual no sirvió de mucho puesto que su padre se abalanzó a la jovencita para abrazarla.
– Ma fille*, ¡Te he extrañado mucho! ¡¿Alguna vez te he dicho lo hermosa y bonita que eres, mon bel ange!?
[ *N/T: Hija mía. ]
– Papá… Pero ayer nos vimos. Y si… Me has dicho mucho lo linda que soy.
– ¡Qué bien! ¡No dejes que nadie, absolutamente nadie, te diga lo contrario, mon bel ange!
– Oui.
Por último se le acercó Isabelle, quien la abrazó en cuanto Jeanne se levantó del suelo.
– Mon bel ange… ¡Mi niña!
– Hola mamá… – Jeanne correspondió al abrazo acogedor de su madre – Me gusta mucho estar así contigo.
– A mi también, mon bel ange. Ya extrañaba tenerte de vuelta en mis brazos.
– Yo también… Por cierto, ¿Por qué no se fueron en las carretas que fueron a Domrémy hoy en la mañana? ¿Por qué se quedaron aquí?
– ¡Fue idea de Pierre! – Jacquemin y Jean apuntaron al pequeño niño de casi 13 años.
– Es que… – el pequeño Pierre se sintió un poco nervioso de tener que explicar sus sentimientos – Sœur aînée… Pensé que… Volveríamos a verte después de mucho tiempo, así que…
» Pensé en… Quedarnos aquí algunos días… Para estar contigo…
Jeanne sonrió ante la inocente propuesta de su hermano menor, lo que le caía al dedo justamente en esos momentos.
– Me parece una… Une idée géniale*!!
[ *N/T: Una brillante idea. ]
– ¿Lo dices en serio, sœur aînée?
– Claro que sí. Su Majestad decidió que tenga un poco más de descanso después de todo lo que pasamos, así que… Hoy podemos estar juntos, sin planes ni nada qué hacer.
– ¡Esas son buenas noticias, mon bel ange! – el primero en abalanzarse en Jeanne fue su padre para abrazarla de nuevo.
– ¡Qué bien! – Isabelle sonrió con alegría – En ese caso, deberíamos buscar una posada para pasar el día, ¿Qué les parece?
– No es necesario… ¡Vamos al palacio de Reims!
– ¿Qué dices? – Jacquemin y Jean se asustaron un poco por la propuesta de Jeanne – No creo que sea correcto… Que campesinos como nosotros…
– Claro que está bien. Después de todo… Ustedes no son campesinos cualquier. Son mi familia…
Después de la insistencia de parte de Jeanne, aceptaron su invitación para ir al palacio donde tenían todas las comodidades que su vida cotidiana no contaba:
Habitaciones gigantes para personas individuales, las cuales se repartían los hermanos visitando de puerta en puerta a pesar de los sirvientes que intentaban detenerlos.
El par de padres también tomó una habitación, que estaba junto con la de Jeanne para estar más cerca de su hija en esos días de visita.
El día pasó volando con la familia D'Arc: un paseo por las calles de Reims en dónde Jeanne fue recibida y adorada por los habitantes de la ciudad; la habitual visita a la iglesia para los rezos en los horarios acordados; una visita a los Campos que rodean Reims para tener una tarde de campo…
Compartiendo alimentos, jugando en los pastizales y entre los campos de cultivo, recostarse en medio de sus padres para sentir la calidez de su presencia.
Una día más dónde Jeanne pudo recordar el sabor de aquella vida que tanto amaba: la vida de una persona normal…
Al finalizar el día, tras la hora de la cena, la familia fue a sus propias habitaciones para dormir, no sin antes recibir la bendición de parte de Isabelle: Jeanne en su cuarto se acomodó para de nuevo invocar su estado angelical, esperando que la respuesta de San Miguel fuera distinta…
Lo cual no fue así; de nuevo San Miguel no respondió a su llamado. Pero, haber tenido ese día alegre con su familia fue más que suficiente para no sentirse decepcionada ni desamparada…
– Pude estar con mi familia, una vez más… – tras volver a la normalidad y limpiarse la boca, la jovencita se preparó para dormir – Mañana será otro día--
– ¡Señorita D'Arc!
La puerta fue golpeada de improviso, lo que provocó un salto de susto en Jeanne: la jovencita se levantó de la cama y fue a abrir la puerta, llevándose la sorpresa que se trataba de Gilles de Rais.
– Monsieur Gilles… Buenas noches.
– Buenas noches, señorita D'Arc. Espero que no la haya molestado.
– Non, non. Todavía estaba despierta… ¿Sucede algo?
– Quise venir a informarle que la junta de su Majestad terminó hace poco. Le informé que usted deseaba hablar con él, y me pidió informarle.
– ¿Ah si? – Jeanne se cubrió el cuerpo un poco avergonzada – Pero… No me encuentro vestida adecuadamente.
– Si cree que no es momento propicio, le informaré de inmediato.
– … Non, está bien. Me… Me vestiré…
Jeanne cerró la puerta, buscó un abrigo lo suficientemente grande para cubrir su vestimenta nocturna, y en pocos momentos salió del cuarto.
– Y-Ya estoy lista… Podemos ir.
– Mon bel ange? ¿Qué pasa?
El ruido despertó a los padres de Jeanne, quienes salieron de su habitación para ver lo que pasaba; Gilles de Rais hizo una reverencia de respeto a ambos padres.
– Señores D'Arc… Lamento mucho haberlos despertado.
– Mamá, papá… Él es el monsieur Gilles de Rais; es el general del ejército, que está… Bajo mi mando… – decir eso en voz alta le provocó un sonrojo en las mejillas – Vino para informarme que… Su Majestad desea hablar conmigo.
– ¿En serio? ¿¡Su Majestad, el rey!? – Jacques se sorprendió bastante – ¿¡Irás a hablar con el rey, cara a cara!?
– ¿A estas horas, mon bel ange? – Isabelle mostró un poco de preocupación – ¿No sería mejor esperar hasta mañana?
– No se preocupen… No tardaré mucho. Solo es… Una pequeña charla sobre la… la campaña.
– …Está bien. – Isabelle no pudo decir más – Por favor, no te descuides mucho.
– Espera, mon bel ange – Jacques abrió los ojos con pesar – ¿Eso significa que ya no te veremos en estos días?
– … No estoy segura. Veré qué puedo hacer… Pero, supongo que pueden quedarse aquí el tiempo que quieran.
– Claro que sí – asintió Gilles de Rais incorporándose – Me aseguraré que ustedes tengan la mejor estancia posible aquí hasta que cambiemos de locación.
– Merci beaucoup, monsieur Gilles. – Isabelle y Jacques bajaron las cabezas en agradecimiento, a lo que Gilles respondió con el mismo gesto.
– Vayamos de una vez con Su Majestad, monsieur Gilles.
– ¡Oh, si, si!
Ambos partieron hasta la sala del trono en donde se encontraba Carlos VII; para la sorpresa de Jeanne que estuviera todavía despierto, lo que indicaba lo importante que había sido aquella reunión.
Entraron en la sala, en la cual había una mesa con el mapa de Francia, varios muñecos que indicaban las posiciones y formaciones de los ejércitos aliados y enemigos, algunas sillas y todas desocupadas, y hasta el extremo opuesto de la mesa Carlos VII, discutiendo con un par de clérigos.
Cuando Gilles y Jeanne entraron, la discusión entre ambas partes dio por terminado y los clérigos salieron a toda prisa de la sala, dejando el espacio para que la jovencita pudiera hablar con seguridad.
Sin embargo, el espacio se sentía bastante pesado, como si hubiera habido una discusión muy fuerte y grave.
– Majestad… ¿Todo se encuentra bien?
– … Si, está bien Jeannette… – Carlos aspiró aire para relajarse un poco – ¿De qué querías habla conmigo, Jeannette? Gilles me informó que me buscaste.
– Ah, si… Sobre la… la campaña de París. Quería… ver si podemos comenzar la campaña.
– Ya veo… No te preocupes por eso, Jeannette. Por el momento no pelearemos.
– Comme?
– Debo arreglar algunos asuntos políticos con los sacerdotes de Reims; al parecer tu fama llegó hasta la Iglesia en Roma, y quieren… – Carlos se pensó un poco antes de decir lo que estaba en la punta de sus labios – Por ahora no importa.
» Debo atender esos problemas, y después comenzaremos la campaña. Por ahora… descansa.
– … Está bien… Majestad, mi familia está aquí y ya… Ya tienen habitaciones para dormir… ¿Pueden quedarse algunos días?
– … ¿En serio me preguntas eso? – las palabras de Jeanne le provocaron un poco de risa, que le quitó el rostro malhumorado que tenía – Si ya están aquí, no puedo hacer nada.
» Pueden quedarse unos días. Cuando termine estos asuntos, nos prepararemos para partir a la siguiente locación… Y tendrán que irse.
– Oui! – Jeanne agachó la cabeza – Merci beaucoup, Majestad.
– Ya puedes retirarte a dormir… Por lo que veo, fue un mal momento.
– ¿Eh? – Jeanne se sonrojó bastante al darse cuenta que a pesar de su abrigo, el rey pudo saber que estaba vestida para dormir – Je suis désolé*
[ *N/T: Lo lamento. ]
– No te preocupes, Jeannette… Vete a dormir y quédate con tu familia en estos días.
– Oui. Merci beaucoup…
Jeanne se retiró de la presencia del rey, mientras que Gilles se quedó para acompañar al rey a su propia alcoba personal y dormir.
Era mejor aprovechar la calma para descansar, antes de continuar con la tormenta… La tormenta que no tendría final.
Fueron 7 días los que pasaron después de estos eventos, en los cuales Jeanne disfrutó más de su familia y de la vida de una joven chica normal. Tras ello, se levantó el campamento de Reims y el ejército avanzó hacia París de una vez.
Pero, la doncella de Orleans presentía que algo andaba mal; después de ese día en la reunión con Carlos, él se había vuelto muy distante y frío con la jovencita, negándose a todo intento de tener una reunión para discutir los planes de la campaña de París.
Jeanne presentía que algo estaba ocultando el rey de Francia; por más ganas que tenía de entrar a su estado angelical para encontrar la respuesta, su corazón no se lo permitía. Ahora entendía muy bien a lo que se refería San Miguel con "la sorpresa"…
Sorpresa de la que se enteró a inicios de agosto de 1429.
– ¿Está todo bien Majestad?
A mitad de una reunión estratégica con los comandantes y generales, Jeanne que estaba en su asiento de honor junto a Carlos notó los bajos ánimos del rey.
– ¿De qué hablas, Jeannette? No sucede nada. – Carlos suspiró y volvió a levantar la mirada con una sonrisa – ¿Qué tenemos qué hacer?
– Verá, Majestad… – Gilles de Rais se acercó a la mesa para explicar la situación, pero la mano levantada de Jeanne le detuvo.
– Monsieur Gilles… Y a todos ustedes, hombres nobles… ¿Por favor podrían darme un momento a solas con el rey?
Todos quedaron un poco sorprendidos por las palabras serias de Jeanne, pero nadie replicó nada sino que asintieron y salieron uno a uno, siendo Gilles el último y quien cerró las puertas para darles privacidad.
Así ambos quedaron completamente a solas, provocando una risa sarcástica de parte de Carlos.
– No puedo creer que usaras tu influencia para sacarlos de aquí… A veces se me olvida que eres más popular que yo.
– Majestad, usted… Ha cambiado mucho.
– ¿De qué hablas?
– Después que usted fue coronado, cuando tuvo esa reunión a puerta cerrada en dónde yo no estuve presente… Usted ha cambiado.
» No me ha dicho lo que pasó ese día, y ha estado muy distante y poco enfocado en la campaña de París. Cómo si… Ya no le importara liberar Francia de la mano de los ingleses.
» No, Majestad… Eso no está bien. Por favor, dígame lo que está pasando… Porque… Mi mente tiene mucha imaginación y no quiero pensar que está haciendo tratos sucios a nuestras espaldas…
» Todo tiene que ver con esa reunión donde nadie estuvo presente. Por favor, dígame todo lo que pasó, y hable con la verdad.
El rey suspiró largamente con un toque de rendición, para después levantarse de su asiento, dar una media vuelta en la habitación, y volver la mirada a Jeanne.
– … Hice un pacto de tregua con la casa de Borgoña de 15 días para que ellos me cedieran París. Pero… ese idiota de Felipe violó el pacto y aprovechó la ocasión para fortificar la ciudad en nuestra contra… Estamos en un punto muerto.
» Pero estoy haciendo todo lo posible para lograr una alianza sólida con los borgoñones para que… Ya no sea necesaria tu participación.
– … Majestad…
Jeanne no sabía qué responder a ello; aunque se había preparado para cualquier tipo de noticia que le dijera, esa en específico no la esperaba.
– … No lo entiendo… ¿Por qué me ocultó esa información? Pero más aún… ¿Por qué dice que ya no me necesita?
– No quiero que pienses mal de mi: has sido la carta de triunfo de nuestra encomienda. Sin ti, no habríamos llegado hasta aquí, y sin ti no tendría esta corona; estoy plenamente agradecido contigo por todo tu trabajo y tu sacrificio…
» Pero… A fin de cuentas eres… Eres una niña. El frente del ejército no es el lugar en dónde deberías estar, sino… con tu familia. Me di cuenta de eso después de que hablamos esa noche, y después de verte todos esos días con ellos…
» Así que, estoy haciendo todo lo posible para que puedas volver a tu casa. Solo que… Las cosas no han ido nada bien para que pueda lograrlo.
La jovencita sonrió con un toque de sinceridad, levantándose de su asiento para ir hasta donde Carlos, dejándole caer una de sus pequeñas y delicadas manos en las muñecas del rey, tomándolo por sorpresa.
– Hé!?
– Gracias… Muchas gracias por preocuparse por mi Majestad, pero… No es necesario que haga esos planes; después de todo… Yo soy muy fuerte.
Una oleada de orgullo y confianza en sí misma le recorrió desde la espalda hasta la nuca, provocándole un ligero escalofrío; aquello le hizo darse cuenta de la cercanía que tenía ahora mismo con el rey, que le provocó un enorme sonrojo en su rostro.
– ¡¡M-Majestad…!!
– Jeannette… Si quieres hacer esas cosas, primero avísame…
– Je suis désolé!! – Jeanne se separó de inmediato del rey y agitó la cabeza con pánico – Je suis désolé! Je ne voulais pas faire ça! Ne pensez pas du mal de moi*!
[* N/T: ¡Lo siento! ¡No quería hacer eso! ¡No piense mal de mi! ]
– … Pero no lo entiendes. Es… Es necesario que ya no estés aquí.
– ¿Por qué dice eso, Majestad? – Jeanne se preocupó por las palabras del hombre aunque ahora mantuvo su distancia de él – Dice que está agradecido conmigo por todo lo que he hecho, pero… No me explica por qué ya no quiere que esté aquí.
– Ya te lo dije; cuando logre la paz con Borgoña, nos uniremos para echar a los ingleses de aquí--
– ¡Majestad, deje de hablar de eso! ¡Dígame qué es lo que pasa!
Jeanne no pudo soportar más las vueltas que estaba dando Carlos y azotó su mano en la mesa, provocando que esta crujiera un poco; ambos, más la propia Jeanne que Carlos, se asustaron con el golpe.
– Je suis désolé! Lo siento Majestad, no quería hacer eso… Pero, es que…
» Está hablando cosas que no tienen sentido. No importa si puede o no puede hacer la paz con Borgoña, lo que importa es aquí y ahora: usted no quiere que esté. Exijo… No, perdón…
» Quiero saber por qué no me quiere aquí.
– … No serías capaz de entenderlo. Y no quiero abrumarte con una mala noticia que pueda decaer tus buenos ánimos…
– Dígamelo, por favor, Majestad.
Carlos volvió a suspirar largamente antes de hablar con la verdad que se estuvo ocultado todo ese tiempo:
– Sigues aquí… Y si no te vas, seguirás aquí… Toda la vida… Por culpa de la Iglesia de Roma.
» Ha habido mucha agitación en Roma, pero desde que tú entraste a la guerra y lograste la victoria de Orleans y mi coronación en Reims… El papa Martín V ha fijado sus ojos en Francia.
» Quieren convertirte en un símbolo nacional o algo así, pero lo que más temo es que… En cuanto tomemos París y expulsemos por completo a los ingleses… Ellos te mandarán a Roma para que seas su amuleto de la suerte.
» Yo no puedo permitir que te conviertan en eso. Eres solo una niña que está aquí por tu propia voluntad, no para que seas usada por esos estúpidos burócratas.
» Sin embargo… Si logro sacarte de la batalla, y si logro entablar una alianza con Borgoña para tener París sin tener que recurrir a ti… Solo de esa forma los clérigos pensarán que solo fue suerte y te dejarán en paz--
– ¡Majestad!
Jeanne no pudo evitarlo más y se lanzó a Carlos para abrazarlo, de forma que este detuviera sus movimientos frenéticos y acelerados de pánico.
La jovencita francesa respiró hondo y decidió de forma voluntaria dejar de hacer latir su corazón, de forma que pudiera transmitir un aura de Shakti para calmar a Carlos.
Por primera vez Carlos veía y sentía el estado angelical de Jeanne, lo que le asustó bastante.
– ¡¿Jeannette!?
– No se preocupe, Majestad… Todo estará bien.
Después de unos pocos segundos, Carlos se calmó y Jeanne le dejó ir; al desactivar su estado angelical, la humana dejó caer un poco de sangre en su nariz y sintió un mareo ligero que pudo controlar.
– Así que… De verdad…
– ¿P-Pensaba que no era cierto? Qué mal… – Jeanne se limpió la nariz con la mano – Sobre lo que dice…
» Le agradezco mucho su preocupación y por pensar tanto en mi. De verdad… De verdad se lo agradezco mucho. Pero yo… Yo no creo que sea así.
– … No lo estás entendiendo, Jeannette. Claro que es así: por eso discutí con los clérigos en Reims después de la coronación. Ellos informaron al papa de toda esta situación y en un santiamén dio su respuesta.
» Estuve moviendo cielo y tierra para sacarte de ahí, y eso fue lo que conseguí: una alianza con Borgoña que nos dé las herramientas para ganar París sin necesidad de ti… ¡Tienes que entenderlo!
– Majestad… Gracias por su preocupación, pero… Si es el propósito que tiene mi vida, entonces debo aceptarlo.
– ¿Cómo puedes decir eso con tanta simpleza? ¿¡De verdad quieres ser un juguete, después de todo lo que has hecho!? ¡¿Ser manipulada para cumplir los caprichos de alguien más!?
» ¿¡Acaso no tienes deseos que cumplir!?
Palabras que golpearon en la cabeza de Jeanne como un eco en un pasillo sin fin: deseo, o propósito… El deseo de su vida, o el propósito de su vida… ¿Cuál de las 2 opciones era la correcta?
Lo que acababa de decir solo fue una respuesta involuntaria, dado todo lo que estuvo pasando desde Domrémy siempre había recibido esa respuesta: "Es el propósito de tu vida". Pero, al final… ¿Qué era lo que decía su corazón?
– … Majestad, yo--
– ¡Majestad!
A mitad de la reunión entró corriendo Gilles de Rais, sorprendiendo a ambos que estaban un poco juntos; de inmediato ambos jóvenes se separaron uno del otro, con un ligero sonrojo en sus mejillas.
– ¡Monsieur…! ¡Creo que debería informar antes de entrar!
– Lo siento, su Majestad… ¡Pero estamos por ser atacados! ¡Un ejército inglés se dirige hacia nuestra posición!
– ¿¡Qué dices!?
– ¡Debemos mover las tropas de inmediato…! – Gilles fue directamente a Jeanne, para inclinarse a sus pies – ¡Señorita D'Arc, los generales y yo esperamos por sus órdenes!
Jeanne se asustó bastante, pero la presión del momento solo le permitió dar una respuesta:
– Oui… ¡Voy para allá de inmediato!
Jeanne salió de prisa de la sala, dejando en soledad a Carlos y sus pensamientos respecto a la jovencita que estaba intentando proteger por todos los medios posibles. Algo que, con esta guerra que parecía no tener final, se veía imposible…
En ese 15 de agosto, en un intento de deshacerse de Carlos antes de la toma de París, el duque de Bedford encabezó una numerosa fuerza inglesa hacia el campamento francés. Aquello provocó la poco conocida batalla de Montépilloy entre ingleses y franceses, que terminó con los enemigos resguardados en una fortaleza tras ser derrotados por la doncella de Orleans.
Pero, esa batalla no es conocida por esa derrota, sino… Por lo que ocurrió con Jeanne D'Arc poco después.
A la mañana del día siguiente, sin que los franceses se dieran cuenta, el duque de Bedford junto con sus hombres se retiraron de Montépilloy, lo que concluyó con la victoria de Carlos.
– ¡Hurra, hurra! ¡Viva la doncella de Orleans!
Los hombres cargaron a Jeanne en sus hombros para trasladarla de vuelta hacia el campamento, quien se sonrojó bastante por esa respuesta animada.
– M-Merci…! Merci beaucoup!
– ¡Es lo menos que merece la mejor comandante de nuestro ejército! – sonrió Gilles en cuanto Jeanne pasó a estar sobre sus hombros.
– Oui… Merci--
Pero, algo pasó: su corazón se detuvo de repente, lo que provocó que su estado angelical volviera a aparecer.
« ¿Qué…? ¿¡Qué está pasando!? ¿¡Por qué mi cuerpo está activando…!? Eso… »
Esta vez su cuerpo no respondió sino que se dejó llevar por la esencia angelical; sus fuerzas se perdieron y terminó cayendo de golpe contra el suelo a pesar de estar siendo cargada por Gilles de Rais.
– ¿¡Señorita!? ¡¿Qué le pasa!? – todos los soldados se congregaron alrededor suyo para ver lo qué le estaba pasando a la jovencita…
Por su parte, Jeanne se vio envuelta de nuevo en el ambiente mental donde solía buscar el futuro, y también dónde hablaba con él…
– ¿Qué está pasando? Esto no había sucedido desde que estaba en Domrémy… Pero, entonces…
Jeanne recordó lo que significaba; las últimas veces que había sucedido eran porque San Miguel necesitaba hablar con ella en persona aun si era contra su voluntad. Y al parecer ese era el caso…
A sus espaldas sintió la poderosa presencia de un ente: al darse la vuelta para verlo, encontró su presencia y figura que eran…
Muy iguales a las de San Miguel. Su rostro, sus ropajes, su aura divina… Era demasiado parecido, pero algo dentro de ella le decía que no era él.
– Tú… ¡¿Quién eres!? ¿¡Por qué me has traído aquí!? ¿¡D-Dónde está--!?
– Ya cállate… ¡Maldita perra, cállate!
El ente levantó su mano con lo que golpeó la mejilla de Jeanne, mandándola directamente al suelo; lo que más le preocupó fue escuchar la voz de ese ente. Era…
Era igual a la de San Miguel.
– S-Señor San Miguel…
– ¡Maldita y sucia mortal…! ¡¿Cómo te atreves a entrar al territorio de los dioses como si fuera tu casa!? Y lo que es peor de todo… ¡Tratas a los dioses como si fueran tus iguales! ¡Muestra un poco más de respeto!
– ¿Q-Qué dice?
– Espero que esto te quede en claro, de ahora en adelante, sucia mortal… ¡Tu lugar es bajo la mano de los dioses! ¡Conoce tu sitio y no vuelvas a entrometerte en nuestros asuntos!
» ¡Espero que aprendas de esto y lo obedezcas con la cabeza abajo, maldita mortal! ¡No quiero volver a saber de tu existencia, nunca más…!
El ente divino desapareció de golpe y con ello se terminó el estado angelical de golpe, lo que llevó a Jeanne de vuelta a la realidad:
Rodeada por los soldados franceses que estaban atendiéndola, con el rey Carlos poniendo sus manos bajo su cabeza, y un doctor midiendo sus signos vitales.
Jeanne tosió sangre en abundancia, manchando la ropa de Carlos un tanto y haciendo que los doctores y soldados se movieran a toda prisa para atender a la jovencita.
– ¡¿Qué ha pasado!?
– ¡General D'Arc, ¿Se encuentra bien?!
– ¡Jeannette…! – Carlos volteó a verla con rostro pálido del susto – ¿Qué pasó? ¿Te encuentras bien?
Pero Jeanne no tuvo palabras para describir lo que había sentido en esos momentos, en su conversación… con San Miguel. Si, no había forma de que fuera alguien más… Solo podía haber sido él…
– … Nada… No pasa nada…
Esa fue la última vez que Jeanne usó su estado angelical en el campo de batalla.
Más que nada, debido al pensamiento que arremetió en su cabeza tras esos sucesos:
« El señor San Miguel ya… Ya no quiere hablar conmigo. En ese caso…
» Ya no debo usar los dones que me ha dado… Pero, ¿Por qué? ¿Qué… qué fue lo que hice mal? ¿Algo le desagradó de mi? ¿Hice algo que estuvo mal? ¿O acaso fue por…? »
La única cosa que se le vino a la mente fue la conversación que había tenido con Carlos, sobre su futuro y su destino…
¿Acaso ese fue el problema? ¿Haber cuestionado las órdenes y la encomienda que le había impuesto San Miguel hace poco más de 4 años atrás? ¿Acaso… eso fue lo que enojó a San Miguel: no haber confiado en él? ¿Intentar volver a casa por sus propios medios cuando él ya le había dicho que le informaría de esa situación? ¿Todo eso fue lo que provocó ese enojo?
Habían muchas preguntas y casi nada de respuestas para la doncella de Orleans… Quien sintió mucho miedo de volver a usar el estado angelical, ¿Y si eso volvía a enojar a San Miguel? ¿Desobedecer su nueva orden le provocaría más problemas? ¿Y si eso… rompía de forma definitiva su lazo con San Miguel? En medio de la guerra, esa conexión personal era la cosa más preciada que tenía para sobrellevar sus terribles cargas…
Pero, ahora parecía que todo había cambiado. En medio de tantos pensamientos y tanta confusión, solo pudo llegar a una conclusión poco emotiva para ella: seguir en la guerra.
« Ese fue… El propósito que me impuso el señor San Miguel. Así que… Debo seguir… Debo seguir peleando, como él me dijo…
» Y esperaré… Esperaré pacientemente a que él… Me diga cuando puedo volver a casa… »
Tras el incidente de ese día, la campaña de París continuó: los armagnacs prosiguieron su avance hasta llegar a las inmediaciones de París, para que el 8 de septiembre fuera el asalto del ejército de Carlos en un intento de tomar la ciudad…
Un asalto que resultó en un gran fracaso:
En el momento más álgido Jeanne D'Arc resultó gravemente herida por una ballesta que perforó su pierna izquierda, por lo que tuvo que retirarse; los armagnacs perdieron a más de 1,500 hombres en el enfrentamiento que duró hasta la mañana siguiente, cuando se ordenó la retirada inmediata de París. Gran parte del ejército fue disuelto y muchos comandantes del ejército fueron quitados de sus posiciones por órdenes de Carlos…
¿A quién se le puede echar la culpa de este terrible fracaso? Los historiadores dicen que pudo haber sido la corte dividida de Carlos, quienes también provocaron el aplazo en el tratado de paz con Borgoña; otros hablan de las malas decisiones que fueron tomadas por el gran chambelán de Francia, puesto designado a la mano derecha del rey…
Pero, todos esos relatos, historias y escritos omitieron a la pieza clave: Jeanne D'Arc. Si la doncella de Orleans hubiera usado sus dones divinos, habría previsto la gran mayoría de los sucesos acontecidos en aquella batalla, habría evadido el disparo de ballesta que la dejó fuera de combate, habría previsto los movimientos y posiciones de los ingleses… Y habrían ganado.
– Je suis désolé.
Fueron las palabras de disculpa que Jeanne dejó salir de sus labios en la enfermería, en su estancia para curar su pierna algunos días después de la derrota en París; Carlos que había estado al pendiente de su progreso y sentado en una silla, acudió a ella al escuchar sus palabras.
– ¿Cómo dices, Jeannette?
– Lo siento… Fue mi culpa que… Que hayamos perdido París.
– … Jeannette, no te culpes de ello--
– ¡Claro que es mi culpa! Yo… Yo no usé los dones que usted vio ese día… Es gracias a eso que hemos podido ganar todas las peleas en donde he estado, pero… ¡Pero no lo usé en París! ¡Fue por mi culpa que hemos perdido!
– ¡Tranquila! Tranquila, Jeannette…
Carlos se acercó hasta la jovencita para abrazarla, logrando calmar sus emociones dispersas; irónicamente del mismo modo que Jeanne lo había logrado con él hace unas semanas atrás.
– M-Majestad…
– No te preocupes por eso, Jeanne. A pesar de todo lo que pasó, dentro de mi estoy contento de que hayamos perdido.
– Comme!?
– Después de todo, la Iglesia Católica también se quejó de ello, y al parecer perdieron interés en ti. Así que… Ya no estás bajo la mira de esos idiotas, por ahora.
– .… ¿Qué? ¿En serio?
– Pero no te lo voy a negar… Esta derrota si fue muy grave para nosotros: perdimos gran parte del ejército, no solo en el campo de batalla sino también hombres han retirado su apoyo. Solo tenemos 2 opciones--
– Reforzarnos o esperar una tregua.
Ambos jóvenes se asustaron bastante con la voz del tercero que apareció justo detrás del rey Carlos: Gilles de Rais.
El hombre tenía fija su mirada en ambos desde hace un rato atrás, en especial cuando el rey se levantó para abrazar a la joven y calmar sus emociones.
– Monsieur Gilles… Por favor, avise antes de aparecer.
– Lo siento Majestad… – por su presencia Carlos se separó de Jeanne y volvió a tomar asiento – Como le decía Su Majestad, señorita Jeanne…
» Solo tenemos 2 opciones de ahora en adelante: reforzar nuestro frente para volver a intentar el asalto a París… O avanzar en la tregua que Su Majestad intentó pactar con Borgoña… Y tal vez también con los ingleses.
– ¿Tregua con los ingleses?
– Si… – Carlos se rascó la nuca – Lo discutí con los nobles hace unas horas, antes de venir a verte… Puedo extender la tregua que hice con la casa de Borgoña para también aplicarla a los ingleses. Eso nos dará algo de tiempo para reponer fuerzas en caso de necesitarlas… O también discutir términos de rendición.
– … ¿Rendición?
– Del mismo modo que nosotros necesitamos la tregua para reponer fuerzas… Probablemente ellos lo hagan también; en ese caso, otro asalto a París podría resultar en un nuevo fracaso que nos costaría más caro. Así que… Nuestra mejor opción es pensar en ceder algo que los ingleses quieran para que nos devuelvan París sin recurrir a más perdidas…
– No importa… – Gilles tomó una de las manos de Jeanne – Con su presencia, señorita D'Arc, estoy seguro que si atacamos de nuevo París, ganaremos. Con usted de nuestro lado, todo es posible.
– … Solo si quieres seguir aquí, Jeannette.
Gilles se volteó al rey con sorpresa y confusión en su rostro.
– ¿De qué habla, Majestad?
– ¿Recuerdas lo que hablamos, Jeannette? Dime, ¿Esto es lo que--?
– Si. Esto es lo que debo hacer. – respondió de inmediato Jeanne, sorprendiendo a ambos hombres – Debo… Debo seguir peleando, hasta que consigamos París y la liberación de Francia.
– Pero, Jeannette--
– Entiendo sus preocupaciones, Majestad… Pero esto fue lo que San Miguel me ordenó: debo seguir aquí hasta que haya cumplido el propósito de mi vida. Esas fueron sus palabras y órdenes…
» Y es lo que debo hacer.
Con ello, Jeanne dio por terminado aquel asunto que no volvería a discutir hasta después: a pesar de que deseaba mucho volver a su casa y terminar con todo ello de una vez, no podía librarse de las palabras que San Miguel le gritó en esa ocasión así como de las conclusiones que su mente concibió tras ese día.
Simplemente… se rindió a vivir así hasta que San Miguel le dijera que era hora.
Después de ello, la campaña contra París se retrasó de forma indefinida; Jeanne volvió al campo de batalla pero en otras locaciones que les provocaron pequeñas victorias al ejército de los armagnacs, durante octubre hasta finales de diciembre.
El 29 de diciembre, Jeanne D'Arc dejó el campo de batalla y volvió a la corte de Carlos por culpa de una carta que le informó de una noticia importante:
Ella y su familia habían sido ennoblecidos* por orden de Carlos, lo que le permitió estar más cerca de su familia en los próximos meses, donde se concretaron por completo la tregua que había formado el rey con los ingleses.
Entonces comenzó el pequeño periodo de paz en el primer trimestre de 1430; en aquellos meses Jeanne se pudo centrar en otros asuntos, como estar de nuevo con su familia y hacer acto de presencia en muchas de las ciudades que habían ganado para animar a la gente que veía en ella a la salvadora de Francia…
Pero todo eso, ¿A dónde la estaba llevando? A cumplir el destino que se había escrito para ella… Pero a costa de lo que realmente deseaba.
Recostada en su cama, durante el mes de marzo, pensaba y pensaba mucho en aquello; esa aparente paz terminaría con la derrota de Francia a cambio de que los ingleses por fin se retirasen del país y de la liberación de París. De cualquier forma, parecía que la guerra estaba por terminar…
Pero, para Jeanne, eso le pareció que no cumpliría el propósito que se la había encomendado.
« San Miguel me dijo que… Tenía que librar a Francia de los ingleses. Echarlos de aquí… Pero no lo estoy haciendo. Al contrario, estoy… Estoy esperando a que eso suceda…
» Simplemente sucederá… Sin que yo haya hecho nada más. Sucederá sin mi ayuda… Sucederá sin que yo deba estar aquí… Así que, al final…
» Yo ya no soy necesaria aquí, tal como dijo Su Majestad… Pero, estaría entonces… Faltando a las órdenes del señor San Miguel… »
El recuerdo de la forma en que fue tratada por el arcángel aquel día le provocó nervios y temblor en sus manos, más porque al recordar que no había intentado entablar comunicación con él desde aquel incidente.
De forma inconsciente se acomodó en la cama, cerrando sus ojos y empezando a ralentizar su respiración; tal vez podría tener una conversación más con él, para pedir disculpas y para arreglar la relación; tal vez eso podría devolverle los ánimos por volver a pelear… Tal vez, tal vez, tal vez…
« ¡Espero que aprendas de esto y lo obedezcas con la cabeza abajo, maldita mortal! ¡No quiero volver a saber de tu existencia, nunca más…! »
Esas palabras volvieron a golpearle la cabeza justo antes que sus latidos se detuvieron: abrió los ojos de golpe, muy asustada y con un temblor en su cuerpo que no pudo controlar.
Eso solo le indicó un único camino a seguir:
– Esto no puede ser así… Estoy equivocada… ¡Debo volver a pelear!
Ese día era 23 de marzo de 1430:
De inmediato mandó a llamar a eruditos de la corte de Carlos para que le ayudasen a redactar cartas, dado que ella no sabía ni leer ni escribir; sus pensamientos fluyeron sin control y la tinta salió disparada a las hojas que redactaron los hombres para impregnar las palabras de la doncella de Orleans. Ni bien terminó de redactar, las cartas fueron cerradas y enviadas a sus destinatarios correspondientes…
¿De qué se trataban esas cartas? Eran amenazas de la mano de Jeanne: amenazas contra la casa de Borgoña y el rey de Inglaterra, exigiendo su rendición y partida inmediata de Francia o ella respondería con la fuerza de su ejército.
A los pocos días, ambos bandos respondieron a las cartas de Jeanne, con burla y repudio hacia ella y hacia el rey Carlos, pero al parecer ofendidos por las palabras que usó Jeanne…
Eso provocó la ruptura de la tregua, para estar de vuelta en la guerra; una situación que disgustó demasiado a Carlos.
– Puedo saber… ¿¡Por qué rayos hiciste eso!?
La discusión más importante entre Carlos y Jeanne tuvo lugar en la sala de reuniones; la jovencita estaba con los brazos en la espalda y actitud un tanto pesada.
– Si esos hombres no se van de aquí por las buenas, será por las malas. No importa cómo, deben irse.
– Claro que importa cómo; ahora estamos de nuevo en guerra… ¡No tenemos suficientes refuerzos para contraatacar! ¡Ahora mismo, la casa de Borgoña volvió a juntar fuerzas con los ingleses; si decidieran aparecer en este instante, estaremos perdidos y muertos!
» ¡¿Qué carajos tenías en la cabeza cuando decidiste hacer semejante tontería!?
– Estaba pensando obviamente en el bienestar de este país, de su gente… De usted, y de todos los hombres que están aquí… ¡Estaba pensando en lo que debemos--!
– ¡Si realmente hubieras pensado en todos, no habrías enviado esas malditas cartas! ¡Ahora todos estamos condenados!
– ¡Condenados serán esos enemigos nuestros cuando acabemos con ellos!
Carlos se pasó ambas manos a la cara con un profundo suspiro de molestia.
– ¿Qué rayos pasa contigo? ¿¡Qué pasó con lo que me contaste ese día!? ¡¿No me expresaste que tenías deseos que cumplir que no eran estar aquí!?
– Eso… Eso no importa.
– ¡Claro que importa, maldita sea! ¡Y puedo apostar que lo que dices es mentira…! ¡No enviaste esas cartas por nosotros, sino por ti misma!
– … Eso no es cierto, ¡No es cierto!
– ¡No me mientras, Jeanne D'Arc!
La jovencita se enfureció bastante por el acaloramiento de la discusión, que terminó expulsando y mostrando de sus verdaderos sentimientos.
– Si, si lo hice porque quise… ¡Porque se supone que esto es lo que debo hacer! ¡Este es el propósito de mi… mi tonta y patética vida! ¡Sigo aquí porque es para lo que existo y sigo viva…!
– … No me digas que… ¡Que todo esto es por culpa de lo que intenté hacer por ti!
– ¡Claro que si! Solo buscaste sacarme de aquí por tu cuenta… ¡Sin consultar primero! ¡Gracias a eso… San Miguel se enojó conmigo!
– No quieras responsabilizar a ese tipo por lo que estás haciendo… ¡San Miguel no envió esas cartas, sino que fuiste tú! ¿¡O ahora resulta que ese tal San Miguel puede poseerte para hacer semejantes tonterías!?
– ¡Claro que…! ¡No podrías entenderme!
– Lo único que entiendo es que… ¡Eres la persona más tonta que he conocido! ¡¿Quién carajos provoca una guerra que no está dispuesta a pelear!? ¿¡O quieres estar aquí…!? ¡Dime, ¿Qué carajos quieres?!
– ¿Qué quiero…? ¿¡Qué quiero!? ¡¿Qué rayos quiero…!?
» ¡Yo solo quiero estar en casa y ser de nuevo esa tonta campesina que fui alguna vez!
– ¡Entonces vete de aquí, de una vez por todas! ¡Si tanto odias estar aquí, vete de una vez!
– ¿¡Crees que es tan fácil solo para decirlo!? ¡Claro que no! ¡Debo… Debo estar aquí, contra lo que me digan ustedes! ¡Ni siquiera tú me detendrás… Carlos!
– ¡No me hables con ese tono, Jeanne! ¡Yo soy tu rey!
– ¡Y yo te puse en ese trono, o seguirías siendo un príncipe sin corona!
– ¡Y si no fuera por mi decisión, tú seguirías siendo una sucia campesina…!
– ¡Carajo!
En un arrebato de ira Jeanne lanzó una silla de madera contra una de las paredes de la sala, haciéndola pedazos de inmediato y provocando un susto en Carlos al darse cuenta de nuevo de la capacidad física de la doncella de Orleans.
– Yo estoy aquí… No porque quiera sino que es lo que tengo qué hacer…
» Voy a cumplir mi propósito, no importa lo que digas o pienses… ¡Eso voy a hacer!
Jeanne se dio la media vuelta para salir de la sala, provocando de nuevo el enojo de parte de Carlos.
– ¿¡Así vas a pagarme lo que intenté hacer por ti!? ¡Bien, cómo quieras, pero solo para que sepas…!
» ¡Si te atreves a salir de esa puerta, no moveré ni un solo dedo para ayudarte ni salvarte! ¿¡Me escuchas, Jeanne D'Arc!?
La joven francesa se quedó helada en el marco de la puerta al oír esas palabras; exactamente las mismas que había tenido en su última visión hace medio año atrás. Apretó sus manos con impotencia y rabia, así como un toque de miedo inexplicable que crecía en su interior, y algo de tristeza y nostalgia que se mezclaban entre sí. Un cóctel emocional que nunca antes había sentido…
Pero su orgullo ya estaba demasiado herido para que le importase, por lo que salió de la habitación dando un golpe en la puerta; esta fue la última vez que Jeanne D'Arc y Carlos VII se vieron cara a cara.
A los pocos días de esa discusión, Borgoña retomó su campaña en contra de Carlos VII: en este caso fue reclamar los pueblos, ciudades y tierras que los armagnacs les habían arrebatado en los meses anteriores, entre los que se encontraban la ciudad de Compiègne: una fortaleza amurallada con un puente levadizo, que suponía un punto estratégico para el enemigo en caso que lo recuperasen.
El objetivo que Jeanne se propuso cumplir: la liberación de Compiègne. Y también, desde entonces decidió no volver a pensar en su estado angelical; si pelearía y libraría a Francia sería por el poder de su propia mano.
Partiendo con un pequeño puñado de voluntarios acudió a defender Compiègne aunque a su paso se le unieron muchos otros voluntarios, provocando que su ejército fuera tan grande que era casi imposible seguir avanzando, por lo cual tuvo que tomar una decisión:
– ¿Dividir nuestras fuerzas? ¿Está segura, mi señora D'Arc?
– Es la mejor opción que tenemos.
En la sala de reuniones del campamento de Jeanne, a principios de mayo de 1430, se llevó a cabo la reunión de estrategia para levantar el asedio de la ciudad, el cual discutió ella con sus comandantes, entre ellos Gilles de Rais.
– Mi plan es avanzar al campamento borgoñón solo nosotros, y en caso de que las cosas se compliquen usaremos el segundo ejército.
– Pero, mi señora, el segundo ejército estará muy alejado si no cruzan el puente también.
– Creo que sería mejor si todos los hombres están en la ciudad.
– Pero son demasiados… El enemigo se dará cuenta de nuestros movimientos y se retirarán.
– ¡Al contrario…! ¡Sería mucho mejor si los asustamos!
– ¡No! – el grito de Jeanne calló a todos los presentes – No haremos nada de eso. Este es el plan que llevaremos a cabo para eliminar a esos… enemigos.
– … Si usted insiste, mi señora. – ante la afirmación de Gilles, los demás comandantes asintieron también – Solo me gustaría pedirle, mi señora, que me deje acompañarla--
– No, solo iré yo y 400 soldados de infantería.
– No puedo permitir eso, mi señora. Yo juré que la protegería, incluso si es con mi propia vida.
– Lo sé y lo entiendo… Pero necesito a alguien que esté a cargo de los hombres del segundo ejército en caso que lo necesitemos.
– … Si usted lo ordena. – a pesar de que Gilles no estaba de acuerdo con ello, no objetó más sino que aceptó con la cabeza agachada.
– Es un buen plan, mi señora… ¿Cuándo lo llevaremos a cabo?
– Necesitamos el elemento sorpresa para lograr eliminarlos antes que puedan contraatacar o escapar… Así que lo haremos esta noche.
– ¡Qué así sea!
Así se preparó al pequeño grupo de hombres que, en esa misma noche, avanzaron hacia el campamento borgoñón en Margny, al norte de Compiègne, para enfrentarlos y eliminarlos…
Pero, la misión fue un fracaso: si tan solo Jeanne hubiera sabido de antemano que estarían 6000 enemigos esperándola para tenderle una emboscada.
Los borgoñones atacaron con ferocidad a Jeanne y a sus hombres, provocando una gran masacre que acabó con prácticamente todos los voluntarios, por lo que se vieron obligados a retirarse; cruzando el puente levadizo de Compiègne recurrirían a los refuerzos para continuar la batalla…
Pero la mala suerte golpeó a Jeanne D'Arc con toda su fuerza: estando ella en la retaguardia del escape, una flecha dañó a su montura, así como su hombro izquierdo, y fue tirada al suelo antes que hubiera podido cruzar el puente.
Y antes que el ejército de Jeanne pudiera llevar a cabo su contraataque: los borgoñones ya habían preparado explosivos para destruir el puente de Compiègne, lo que dejó a los hombres franceses incomunicados con la ciudad…
Pero la peor noticia era que Jeanne D'Arc estaba en jaque mate, encerrada en territorio enemigo y rodeada por enemigos.
– ¡Es nuestra! – un par de soldados tomaron a la malherida Jeanne con toda su fuerza y le ataron brazos y piernas con sogas.
– ¿¡Qué hacen!? ¡Suéltenme…! – el dolor de su herida no le permitió a la jovencita defenderse de forma adecuada.
– ¡Muévanse, hay que llevarla con el señor Felipe!
– ¡Hay que irnos antes que esos tipos quieran cruzar el río!
– ¡Abran fuego! ¡No permitan que esos malditos toquen a la señora Jeanne!
Al otro lado del puente, los hombres de Gilles empuñaron arcos y comenzaron disparos aleatorios por el campo de batalla, en un intento desesperado de eliminar a todos los borgoñones restantes antes que pudieran hacerle algo a Jeanne…
Pero fue un intento inútil: los borgoñones lograron montar a Jeanne en un carruaje que partió de inmediato, perdiéndose en el paisaje francés.
De esta forma, el 23 de mayo de 1430, Jeanne D'Arc fue capturada por los borgoñones y llevada a territorio inglés… para decidir su final.
– ¡Malditos! ¡Malditos…! – Gilles cayó de su caballo debido a su furia incontenible, y comenzó a lanzar insultos al aire mientras destrozaba los nudillos con golpes en el suelo – ¡Esos hijos de perra…! ¡Malditos cabrones, los haré pagar!
– Mi señor – los demás comandantes se acercaron a Gilles – Tenemos que… volver al campamento. El plan ha fracasado y necesitamos reagruparnos…
– ¡Claro que no! ¡Crucen el río y recuperen a Jeanne!
– El cruce es peligroso para nuestros hombres y caballos. No podemos rescatarla en estos momentos.
– ¡Maldita sea! – Gilles echaba rabia y furia incontenibles con cada palabra que salía de su boca – No descansaré hasta que la salve… ¡No importa lo bajo que tenga que caer, voy a salvarla!
Mucho se cuenta sobre lo que sufrió Francia con la captura de Jeanne D'Arc: la confianza de los soldados volvió a caer en picada, la obsesión de Gilles de Rais se convirtió en locura que lo convirtió la figura más detestable de la historia de la humanidad, la guerra que continuaría por 2 décadas más…
Y también de lo que pasó con la pequeña jovencita francesa que ahora estaba amarrada como un costal a los pies de sus enemigos.
– Suéltenme… ¡Malditos, déjenme ir!
– ¡Cállate, maldita niña! – uno de los borgoñones puso su pie sobre la cabeza de Jeanne – ¡Haces mucho ruido… blasfema!
– ¡Suéltenme…! Acaso… ¿¡No saben quién soy!?
– Claro que lo sabemos, pequeña mocosa… – el soldado sonrió de oreja a oreja en contraste con sus palabras – ¡Eres la encarnación del diablo!
– ¡Ahora que por fin la hemos capturado, vamos a celebrar!
Jeanne fue cautiva en tierra de Borgoña hasta el invierno de 1430; a pesar de sus varios intentos de escape y de muchos intentos de asalto de parte de voluntarios armagnacs, la jovencita siguió en prisión hasta el acuerdo que se llevó a cabo entre Felipe de Borgoña y los ingleses: el pago de 10 000 libras de Turena para la entrega de la doncella.
En cuanto esta transacción se llevó a cabo, los ingleses se llevaron a Jeanne a su base de operaciones en el castillo de Ruan, en donde de nueva cuenta los armagnacs intentaron rescatarla en vano; allí fue contenida la jovencita los siguientes meses de 1431.
El estado de Jeanne pasó a decaer de poco en poco: físicamente por sus heridas que fueron tratadas lo mínimo para mantenerla con suficiente vida, además que la comida y agua que se le daba era muy poca; psicológicamente maltratada, insultada y amenazada por los ingleses, siendo que algunos la acusaban de blasfema y otros quisieron aprovecharse de la situación con fines íntimos poco éticos…
Emocionalmente, destrozada y derrotada. Sin esperanza de ayuda, sin compañía de nadie, sin ninguna otra nueva posibilidad de escape y sin posibilidad de recibir ayuda…
Lo único que le quedaba de luz era la pequeña ventana que a través de los barrotes dejaba entrar la luz del sol y la luna por su cuarto de prisión, donde se ponía a rezar con las pocas fuerzas que le quedaban…
– Quiero… quiero volver a casa… Por favor…
Fue durante una noche en que estaba rezando que, acomodada de su forma habitual de rodillas y con la cabeza agachada, que su cuerpo llegó a su límite físico: el mal estado de sus heridas y el poco alimento en su estómago la llevaron a perder las fuerzas, cayendo de golpe contra el suelo.
« ¿Qué…? ¿Por fin voy a… morir…? »
La pequeña jovencita respiró un poco más antes que su pecho dejara de moverse, lo mismo que su corazón, como si por fin su vida estuviera llegando a su final mediante el eterno sueño…
Pero no se trataba de ello: sino un simple sueño agradable… Uno que hace mucho tiempo no había tenido.
– ¿Eh? Estoy… estoy aquí otra vez…
Un poco de tiempo le costó a su debilitado cuerpo acostumbrarse de nuevo a ese estado que había dejado de usar; la luz era más intensa de lo que recordaba aunque la tranquilidad que sentía era la misma, o tal vez mayor…
Dándose vuelta a sus espaldas, pudo verlo de nuevo: su figura de inmenso tamaño, la ropa blanca y divina de luz que le decoraba, su rostro firme y brillante junto con esos ojos como de fuego y serenos.
– … Eres… eres… ¡Señor San Miguel, has vuelto…!
En esos momentos de debilidad y soledad, a Jeanne se le olvidó por completo los temores que había tenido los últimos meses, y sin dudarlo se lanzó al cuerpo de San Miguel para abrazarlo; un gesto que correspondió el ángel al imponer su mano en la cabeza de la jovencita.
– … Jeannette…
– Has vuelto… Después de mucho tiempo has vuelto… ¡Me siento tan alegre que poder estar contigo ahora mismo!
– Jeannette… Tenemos que hablar…
– Supongo que es por mi culpa… Estoy muy débil que mi cuerpo despertó la esencia… ¿No es así?
– … Si, tienes razón. Estás muy débil… Por la cárcel en donde te han confinado.
– … Así que sabes en dónde estoy y lo que ha pasado… ¿Verdad?
– … Si… Estoy al tanto.
Jeanne desvió su mirada al suelo con un poco de triste nostalgia.
– … Esto es mi culpa, ¿No es así? Si yo hubiera… Si yo hubiera usado los dones que me diste… No habría pasado…
» Pero tú… ¡Tú dijiste que ya no querías que los usara, ni que hablara contigo…! ¿¡Por qué me dijiste eso!? ¿¡Por qué me trataste de esa forma…!?
San Miguel no respondió sino que desvió su mirada para no hacer contacto con Jeanne; eso volvió a entristecer a la jovencita francesa, pero decidió no darle más importancia a ello.
– … No importa… ¡No importa! Porque ahora que estás aquí… Todo saldrá bien, ¿No es así? Si pudieras… Si pudieras ayudarme a salir de aquí. Es un pedido muy egoísta después de todo lo que hice, pero… ¿Puedo pedirte eso?
– Jeanne, eso no sucederá.
– … ¿Eh? ¿De qué hablas?
– He visto el futuro que te depara, y vi… Una mancha de oscuridad después de tu estancia aquí. Lo que significa que… Tu vida se termina aquí. No hay nada que pueda hacer al respecto…
» Vine de nuevo para despedirme, ya que no me encontrarás en el más allá. Eso sería todo de mi parte.
Jeanne se separó de San Miguel con el rostro pálido del terror por haber oído aquello; se cayó de espaldas y el aliento se le escapó de la boca, mientras que San Miguel se daba la media vuelta…
Y comenzaba a retirarse.
– … Es por lo que hice, ¿Verdad? Si, por eso te enojaste conmigo… Te pido perdón… Juro que no lo volveré a hacer y haré todo lo que quieras de ahora en adelante… Pero por favor…¡Por favor no me dejes!
Su cuerpo se levantó con pocas fuerzas para intentar alcanzar a San Miguel.
– Eres un… ¡Mentiroso! ¡Dijiste que lo harías…! ¡Que me sacarías de aquí para volver con mi familia! ¡Lo prometiste, así que… libérame!
» ¡Hice todo lo que querías aunque yo no quería! ¡Lo hice todo bien…! ¡Por favor, te lo ruego!
La espalda de San Miguel fue lo último que observó antes que el estado angelical se perdiera por completo, para volver a la oscuridad y frío ambiente de su celda.
Su cuerpo sufrió algunos espasmos junto con el terrible dolor en su pecho y estómago que le hizo vomitar sangre. Una sensación que ya había olvidado, lo que le hizo sufrir todavía más a lo que estaba sufriendo.
« También él me dejó… Todos me han abandonado… Todo por culpa de haber… Haber nacido con esta maldición.
» Mamá estaba equivocada. Esto no es el deseo ni el propósito de mi vida… De hecho, no debí nacer. »
Aquello ocurrió en los primeros días de enero de 1431, de forma que el día 9 de ese mes comenzaron los juicios e interrogatorios hacia Jeanne D'Arc:
Juicios que se llevaron a cabo bajo fundamentos y cargos elesiásticos, a pesar de las motivaciones políticas y militares que se ocultaban detrás de las palabras de los clérigos y sacerdotes. Se cuenta en los registros históricos que Jeanne respondió a todas las acusaciones de forma inteligente y sabia para su corta edad, lo que pudo haber evitado su muerte de no ser por el cargo de trasvestirse como hombre a pesar de ser una mujer…
Pero, esos escritos se pasaron de mano en mano después del final de la Guerra de los 100 Años, por lo que las traducciones sufrieron modificaciones para redactar una historia distinta a la que realmente sucedió:
Jeanne D'Arc no respondió a ninguna de las acusaciones que le arrojaron, sino que estuvo todo el tiempo con la cabeza abajo recibiendo insultos, bofetadas, golpes, abucheos y gritos, escuchando e ignorando a los testigos, fueran falsos o verdaderos, y las acusaciones…
Su mente destrozada no tenía cabida para pensar si lo que ellos decían era verdad o mentira, sino que solo tenía pensamiento para culparse a sí misma de haber llegado hasta ese punto. Tal vez por culpa de su carácter que se volvió muy agresivo y egoísta… O tal vez culpa de esos dones que elevaron su orgullo en sí misma.
Una situación que terminó en el juicio que se llevó en mayo, unos 4 meses después:
– Jeanne D'Arc, esta corte la ha encontrado culpable de los siguientes crímenes: herejía, insubordinación, vestirse como hombre a pesar de tenerlo prohibido, blasfemia, ser cómplice del diablo y dejar que su cuerpo sea manipulado por el demonio…
» ¿Cómo se declara?
Ni bien terminó el obispo de dar su acusación final que los espectadores, un cóctel entre borgoñones e ingleses, comenzaron a gritar y vociferar en su contra:
– ¡Culpable…! ¡Culpable, culpable, culpable!
– ¡Échenla en la hoguera!
– ¡Quítenle los ojos!
– ¡Qué muera esa perra de Satanás!
– ¡Orden en la sala! – el juez exclamó golpeando con su pequeño martillo intentando silenciar aquel escándalo de parte de los presentes.
Jeanne seguía con la cabeza baja y respirando muy despacio, hasta que por fin tomó la iniciativa levantando una de sus manos encadenadas. Aquello provocó un pánico en todos los presentes, quienes de inmediato cerraron sus bocas y prestaron atención a la primera vez que la doncella de Orleans hablaría.
– ¿La acusada desea hablar…? Entonces, ¿Cómo se declara?
– … No… No importa lo que diga… O lo que haga… Estos son mis últimos días… Lo sé porque ya lo he visto… San Miguel y los ángeles me lo dijeron, así que… Estas son mis últimas palabras…
» Soy culpable… Culpable de haber nacido con… Una maldición que me ha traído hasta aquí. Culpable de no haber cumplido el propósito que San Miguel me encomendó… y culpable de haber creído que él me salvaría.
» Yo… Solo tengo una última petición: si este es mi final, que así sea.
Palabras más que suficientes para que la sesión del juicio diera por terminado, los guardias tomasen a Jeanne de los hombros, y de inmediato toda la asamblea reunida saliera de la catedral junto acompañando a la acusada.
Pasaron un par de días para terminar los preparativos: escoger la plaza del Vieux-Marché* de Ruan, construir el asta con madera y yeso, cumplir las últimas peticiones de Jeanne que fue una última visita a la catedral de Ruan…
[ *N/T: Mercado Viejo. ]
Así, el 30 de mayo de 1431, Jeanne D'Arc fue quemada en la hoguera.
Una muerte que daría fin a su existencia maldita… O eso se suponía.
– No crean que Jeanne D'Arc tuvo una mala muerte… ¡Al contrario, todo lo que sucedió después fue gracias a su vida!
» Los hombres de Francia no perdieron el espíritu de Jeanne, sino que siguieron la guerra por más de 20 años; los ingleses fueron incapaces de continuar el ritmo y sus líderes perdieron poder en nuestra tierra. El rey Carlos VII logró expulsar a los ingleses en 1453, gracias a las tácticas militares que había empleado Jeanne D'Arc…
» Se cuenta que su madre logró que el mismísimo papa de la Iglesia católica volviera a hacer un juicio sobre los actos de Jeanne, que llevó a descubrir las corrupciones e irregularidades de ese juicio: se anularon las acusaciones que los ingleses habían hecho, se erigió una cruz en el sitio donde ella había sido quemada, y fue convertida en santa de la Iglesia…
» ¡De hecho, yo mismo puedo exclamar con gran orgullo que la convertí en el símbolo nacional de mi amada Francia! ¡Gracias a ella, Francia existe hasta el día de hoy!
Napoleón Bonaparte fue incapaz de cerrar su boca para contar a los demás espectadores humanos la historia que conocía de Jeanne D'Arc, la jovencita que le había inspirado para llevar a cabo su carrera militar aunque hubiera sido un fracaso. Alejandro Magno suspiró por lo bajo al ver en entusiasmo de su compañero.
– Si que te emociona esa jovencita.
– ¡Claro que sí! ¡Es la única mujer a la que admiro de esta forma… y por eso mismo sé que un simple golpe de esa diosa griega, aunque no haya podido ver absolutamente nada, no será capaz de derrotarla!
– Es cierto… – Aníbal Barca se pasó la mano por su pequeña barba – Ese golpe fue algo que nadie pudo ver, y que logró destruir la defensa de Jeanne D'Arc.
– ¡Cómo me encantaría pelear contra eso! – exclamó Gengis Khan con una gran sonrisa en su rostro mientras comía una gran pieza de carne.
– ¿Y tú qué opinas al respecto? – Julio César volteó a Magno con curiosidad – Desde tu punto de vista, ¿Hay una salida a esta situación?
Alejandro Mango suspiró en voz baja y se cruzó de brazos para analizar la situación.
– Un ataque que avanzó como a la velocidad de la luz, imposible de esquivar y capaz de destruir cualquier defensa… Debo admirar la inteligencia de Atenea para guardarse ese movimiento hasta este momento.
» Viendo la manera en que Jeanne D'Arc estuvo evolucionando en la batalla, ese movimiento habría sido neutralizado si lo usaba al comienzo de la batalla. Por el contrario, ahora que Jeanne D'Arc alcanzó sus límites humanos, ese golpe es una muerte segura…
» O eso me gustaría concluir. – Magno sonrió de lado, dejando que la emoción de Bonaparte lo contagiara – Sería egoísta de mi parte terminar mis palabras hasta aquí.
» La verdad es que Jeanne D'Arc ha mostrado un poder humano sin igual: la capacidad de evolucionar y aprender contra algo que supera la lógica humana, y ponerse al tú por tú contra una diosa guerrera tan fuerte… Hasta el punto de hacerla usar su movimiento más letal.
» Sería una lástima que Jeanne D'Arc hubiera muerto con ese golpe. Al contrario… Si sigue viva, es porque tiene todavía mucho por mostrar.
– Entonces, ¿Crees que la pelea está lejos de terminar?
– … Depende de Jeanne D'Arc. La pelea puede terminar ahora mismo o puede tomar más tiempo...
» Todo depende que Jeanne sepa… No, eso ya lo debe saber. Mejor dicho: depende que Jeanne acepta qué es lo que debe hacer.
– ¿A qué te refieres con exactitud?
– Ya lo sabes… Atenea lo sabe… Ella misma lo sabe pero no lo acepta.
La doncella revisó sus heridas en el cuerpo, llevándose una grata sorpresa: las placas de la armadura divina, con la orden de adaptación todavía vigente tras recibir el golpe letal de Atenea, se estaban moviendo para cerrar sus cortes y rellenar los espacios que habían quedado destrozados por Palaidos.
De esta forma su brazo quedó "reparado" y para su sorpresa todavía podía usarlo aunque con mucho dolor; lo mismo con la zona ocular izquierda, dónde había perdido su ojo.
« Así que… La armadura también puede hacer esto. Es… bueno saberlo… »
Pero, a pesar de esa buena noticia, Jeanne no estaba de buen humor.
– … Esto es mi culpa… Estoy así por mi… mi culpa…
» Tenía razón esa diosa… Fue muy arrogante pensar que… podría ganar solo siendo yo…
– Jeannette… ¡Ven aquí, que tengo algo lindo que darte a ti!
Después de algunos momentos la diosa se hizo presente, dando algunos saltos que resonaron en las losetas de mármol del templo, lo mismo que la punta de Palaidos que estaba creando una grieta a su paso, mientras paseaba con fingida inocencia entre las manchas de sangre, los pedazos de arrabio, y los escombros que había creado con su golpe.
– Vamos, querida Jeannette, sal de ahí… Puedo ver los pedazos de tu virgen arrogancia en el suelo… ¡Tengo muchas ganas de hacerte queso después de todas tus groserías! Entre más pronto salgas, menos te dolerá~
Jeanne respiró un poco agitada al sentir su presencia a algunos metros, dándose cuenta de las limitadas alternativas que le quedaban.
« No puedo… No puedo simplemente darme… Darme por vencida. Sería una ofensa para todos los que están viendo la pelea… Para el señor Okita y para el señor Sasaki… Y para la señorita Geir que me trajo hasta aquí…
» Tampoco quiero morir. No quiero pasar por eso otra vez… Pero yo… Todavía tengo esa promesa pendiente… De volver a casa, una vez más… Aunque el señor San Miguel ya no quiera ayudarme, yo… Yo todavía quiero cumplir esas palabras…
» No tengo… No tengo más opción. »
Por fin la humana actuó; estiró su brazo derecho para tomar a Catalina en su forma de espada mandoble, la cual estaba cerca de sus pies, y con mucho esfuerzo se levantó del suelo, usando la columna a sus espaldas como principal soporte para sostenerse. Aquello fue visto a través de las pantallas hasta el coliseo de los Campos Elíseos.
– ¡Se ha levantado…! ¡Jeanne D'Arc no solo sigue con vida a pesar de ese ataque…! ¡A pesar de estar al borde de la muerte, decide levantarse una vez más!
Jeanne respiró profundo varias veces para intentar recuperar el aliento, mientras que su cuerpo temblaba un poco por el dolor que se había ganado al recibir aquel impacto destructivo; Atenea abrió ambos ojos con emoción al verla de nuevo.
– ¡Ahí estás, Jeannette! Mira nada más, te dejé hecha polvo… ¡Te ves mucho más adorable que hace un momento~!
El único ojo de Jeanne se fijo en Atenea, de pies a cabeza, y mediante su evolucionado Senjuu Musou Avenir, le dio un vistazo más certero a lo que podría pasar en los momentos siguientes... Llevándose la sorpresa que no era nada bueno para ella.
Con esa nueva lanza en manos y usando el poder y fuerza de su padre, Atenea se volvía una pequeña bomba; comparada con ella, respirando dolorosamente como si se tratase de un bebé, no tenía ninguna posibilidad de continuar la pelea como lo había estado haciendo hasta ese momento. De hecho… Le sería imposible volver a tocarla…
A menos que… Usara "eso".
« No… No tengo alternativa. Si no lo hago, moriré… Y si lo hago sin medirme, será lo mismo. Es todo lo que me queda… Y también es parte de lo que soy, aunque quiera negarlo…
» La única cosa buena que podría salir de esto es que… Podría volver a verlo a él… No, claro que no. No debería pensar en eso… San Miguel ya no me necesita junto a él, y ya no me quiere cerca de él…
» Solo quedo yo… Solo yo. Yo debo… Cumplir las palabras que prometimos ese día. »
– … No porque quiera hacerlo… Pero… Para seguir peleando hasta que pueda… Pueda cumplir con mi promesa de volver… Es la única opción que tengo para enfrentarte.
– ¿Oh? Acaso…
La doncella llevó su mano amputada al pecho; comenzó a respirar hondo y con lentitud para ralentizar el movimiento de sus pulmones, así como los latidos de su corazón.
Poco a poco, sus sentidos se nublaron para apagarse, el dolor de sus recientes heridas se desvaneció, y aquella fuerza divina especial comenzó a tomar forma alrededor de su cuerpo…
Al cabo de unos segundos, Jeanne estaba lista: su corazón se detuvo por completo y su ojo brilló con sus cruz de luz blanca para dirigirlo a Atenea, al tiempo que su cuerpo y armadura se rodeaba del aura divina angelical.
– Jeannette, querida… ¡Te ves tan divina y preciosa! – Atenea no pudo evitar sonrojarse de felicidad al tiempo que sonreía de oreja a oreja – ¡Tan linda, linda, linda…! ¡Deja de seducirme con tu existencia!
Jeanne sin responder acudió a tomar el mango de su espada mandoble con ambas manos; Atenea sacudió su cabeza para quitarse la emoción que sintió.
– Ahora puedo entender un poco más tu necedad, gracias a estos lindos ojitos… – Atenea apuntó a su vista, siendo que había usado su Conciencia de Guerra para analizar a la humana. – Puedo verlo mejor...
» Apagas tus signos vitales, lo cual permite la entrada de esa esencia divina especial… Eso explica por qué te vuelves invisible a mi radar, pero que lo sepa no cambia el hecho de que sigas siendo invisible. Aunque ahora que lo entiendo mejor, puedo lidiar con eso…
» Y también supongo que, si usas eso demasiado tiempo, te morirás o quedarás como lechuga… No esperaba que fueras tan aferrada a la vida, ¡Qué mona!
» Como agradecimiento por cumplir mis caprichos, te contaré una cosita: si sigo usando mi hermosa Palaidos, podría nunca entrar a un campo de batalla de nuevo, y si me excedo demasiado también moriría… Pero yo solo quiero que este pequeño momento sea el más especial en mi vida, sin importar el costo…
» Así que haré una cosa: seguiré usando Palaidos y me excederé todo lo que quiera, sin importar hasta dónde llegue… Así me aseguraré que tú también seas ese lindo angelito que logre matarme… ¿O yo te mataré? ¡Qué emoción! Así que, mi linda Juanita…
Fecha de publicación: 14/11/24
Autor: ASFD
Editor: Darklord331
Nota de autor: Muy buenas mis queridos Ragnabrothers.
Felicitaciones especiales a Dharma1421 siendo hoy el día de su cumpleaños, ¡Muchas felicidades, mi querido best brother! ¡Espero que este regalo de capítulo LR sea de tu agrado! :3
Hemos terminado por fin el pequeño arco de trasfondos y eventos canónicos del pasado de Atenea y Juanita, para entrar a los eventos canónicos del presente…
¿Podrá Juanita borrar su gran miedo de no cumplir su promesa de volver a casa? ¿Podrá Atenea seguir brillando como la mejor diosa en honor a sus pollitos caídos? ¿Será que San Miguel hizo lo correcto al dejar a Juanita sufrir o deberá tomar asiento con Bamapana como reverendo hijo de…? ¿Será que pronto Líf aparecerá en la séptima ronda para darle una manita a Juanita? ¿Será que pronto saldrán a la venta los doujin secretos de LR?
Todo esto y más en un momento cuando se estrene el siguiente capítulo. Así que, sin más que decir…
¡Los leo en el siguiente capítulo!
***
Nuevos términos
* Ennoblecimiento – Acto formal de promoción de una persona por voluntad de un soberano, provocando un cambio de estado social al conferirle condición de noble.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top