Capítulo 4. La deshonra materna

Aquiles puso una mirada seria, combinada con cierto toque de diversión reflejado en una leve sonrisa, y observó detenidamente a Huitzilopochtli, esperando los movimientos que pudiera realizar. Pero, las gradas se emocionaban más y más ante los ataques entre ambos contrincantes.

- ¡Increíble! ¡Aquiles ha desafiado a Huitzilopochtli para ir con todo! ¡Mientras que el sigue dando su mejor esfuerzo para seguir de pie!

Afrodita, sentada en su cama dentro de su palco personal, miraba con especial atención y curiosidad al héroe griego que había enfrentado a sus troyanos hace muchos años.

- Así que no sólo es un guerrero bastante lindo y fortachón - habló con sensualidad e interés - También tiene un espíritu muy codiciable...

Geir seguía con la vista directamente sobre la arena, admirando los movimientos entre ambos contrincantes. Tenía muchas cosas en la cabeza por lo que aunque sus ojos estuvieran presentes su mente no lo estaba del todo. Uno de los temas que más le preocupaban era el estado de sus hermanas valkirias dentro de las murallas del Valhalla.

- Ya ha pasado unos minutos desde que comenzó esta contienda... Ellas deben estar, en su totalidad, despiertas... - al momento de susurrar aquello, un momento probable fugaz cruzó su mente que le robó una sonrisa.

» Seguramente Hlökk está enojada, bastante, porque Líf y Lífthrasir no se levantan de sus camas... seguramente Mist, Hrist y las demás la están convenciendo para que no golpee a ese lindo par de panecillos... - habló con dulzura y nostalgia.

» Apenas vamos en la primera ronda y siento que ya ha pasado una completa eternidad aquí... Pero... - nuevamente se puso firme - Debo seguir con esto para salvar a la humanidad y protegerlas a todas...

El panteón Mexica lanzaba porras y aplausos con gran fervor, llenando completamente el lado de los Dioses espectadores del combate.

- ¡Ese es nuestro representante!

- ¡El gran Huitzilopochtli! ¡El colibrí del sur!

- ¡El terror de Mesoamérica aplastará a ese humano en un santiamén!

- ¡¡Tiemblen, humanos!! ¡¡El Dios de la guerra ha de bañar este campo de batalla con la sangre de ese humano!!

Pero, mientras todos festejaban y apoyaban apoyo la deidad con devoción y fervor, Coatlicue permanecía con las rodillas pegadas al suelo, prestando toda la atención que pudiera en el campo de batalla.

- Madre, no tienes que preocuparte por mi hermano - habló de forma calmada Cuahuitlícac hacia la Diosa - Ha vencido muchos obstáculos, ganado en innumerables peleas contra otros Dioses para defender el pueblo que se reverenciaba a él... ¡Es el colibrí del sur!

- Desde que entró en esa arena, corre peligro de morir... - habló levemente Coatlicue, mientras lloraba - Me preocupó mucho el hecho de que caiga muerto en la arena...

- ¡El no caerá! ¡Si fue él mismo quien te defendió a puño y espada de tus demás hijos cuando quisieron matarte!

- ... - dirigió su mirada otra vez a su hijo, de quien derramaba su pecho bastante sangre por sus 2 heridas - Por favor, vence hijo mío...

- ¿"Dichoso Dios de la guerra", dices? - Huitzilopochtli sonrió ampliamente, mientras apuntaba sus armas a Aquiles - Dime, muchacho. Parece que te has informado lo suficiente, pero... ¿Realmente has escuchado de mi?

- ... - Aquiles permaneció en silencio, tratando de apretar con su cuerpo la herida en su abdomen.

- Yo soy un Dios bastante temido en mi panteón y por muchos otros Dioses y demonios... "El colibrí del sur", "Dios de la guerra" y mucho otros títulos... aunque, hay uno único que siempre me ha llamado la atención por sobre los demás...

- ...

- ... El demonio de la sangre...

...

Una nueva mañana se alzaba sobre la tierra de Aztlan, aquel templo sagrado donde vivían los Dioses del panteón mexica de manera pacífica y tranquila. En aquel entonces, al ser conocida como la Diosa más fuerte y poderosa en dicho panteón mientras que los Dioses Mayores realizaban otras misiones, Coyolxauhqui era la reina de dicha ciudad de Dioses.

En dicha mañana, la Diosa, quien contaba con bastante altura física y vistiendo con ropas peludas y exhibicionistas, de las cuales se podía admirar el cuerpo formado y disciplinado de la divinidad, mandó a llamar a todos sus hermanos; 400 varones en total.

En aquellos días, los 400 hermanos de Coyolxauhqui se encargaban de realizar un estricto y rígido entrenamiento con el cual, al final, serían capaces de volverse en los primeros Centzon Huitznahua, las estrellas que protegen y cuidan de Aztlan con sus vidas para evitar el ataque de monstruos hasta el regreso de los Dioses Mayores.

- ¡Hermanos míos! - hablaba Coyolxauhqui con bastante elegancia y mucha delicadeza a pesar de su apariencia dominante - He visto y seguido de cerca sus entrenamientos individuales y grupales, y después de realizar una larga meditación, he llegado a una conclusión: declaro que el día de hoy todos ustedes han terminado sus días de entrenamiento... ¡A partir de ahora, todos ustedes son declarados oficialmente Centzon Huitznahua!

Todos ellos de inmediato entraron en festejos y alegrías.

- ¡Finalmente!

- ¡Pensaba que esos siglos de entrenamiento nunca terminarían!

- ¡Ahora haremos cosas de verdad! ¡Cosas de hombres!

- Muy bien, hermanos míos... - sonrió la Diosa con orgullo - Ahora, cumplan su labor... ¡Cuiden de Aztlan ahora mismo!

La celebración de los Dioses se vio interrumpida por las palabras de Coyolxauhqui.

- ¿Eh? ¿Eso será todo hermana? - preguntó con curiosidad un joven Cuahuitlícac - ¿No habrá celebraciones ni nada?

- Debemos estar activos todo el tiempo, para evitar ser atacados repentinamente. La seguridad de Aztlan es más importante que cualquier celebración.

- Con permiso Dioses...

Apareció de entre las sombras otro Dios del panteón mexica. A pesar de su realmente pequeña estatura, vestía de manera muy elegante para los demás, usando en todo su cuerpo un traje de plumas, y un pequeño casco de piedras preciosas. Los Dioses lo miraron con cierto descaro.

- Oh...

- Eres tu, Yacatecuhtli...

- ¡No deberían tratarme con esa falta de respeto! - exigió el pequeño Dios en cuanto apareció - Yo soy el mensajero de los Dioses. Siempre vigilo todo lo qur ocurre en Aztlan desde que ustedes comenzaron su entrenamiento... ¡Deben respetarme!

- ¡Si! Lo que digas... - todos los Dioses le ignoraron y comenzaron a hablar entre ellos. Coyolxauhqui, quien cuando era más joven también tenía dicha mañas, trato de aguantarse la risa. Viendo que era difícil, se tragó su risa y recobró la compostura.

- Chicos, Yacatecuhtli es un Dios tan importante como todos nosotros, por lo que también merece respeto.

Los Dioses se miraron entre sí, para finalmente asentir con respeto a su hermana mayor.

- Continuando con lo que les dije, bola de mocosos - bromeó Coyolxauhqui para calmarlos - El día de hoy, completamente, se encargarán de cuidar de Aztlan. Pero, cuando llegue la noche... - la Diosa sonrió - Todo será distinto. Después de hacer la larga ceremonia de coronación y eso... ¡Les daremos una fiesta de celebración!

- ¡Oh si!

Todos los Dioses exclamaron con alegría y comenzaron a celebrar fervientemente, y tras largos minutos de permanecer de ese modo, finalmente todos ellos con la frente en alto se dirigieron a realizar sus deberes con individuales o en grupo como les haya hizo designado durante su entrenamiento. Coyolxauhqui se quedó solo con Yacatecuhtli y habló con él.

- ¿Y bien? ¿Cuál es tu motivo para haber venido?

- Majestad, hablando de Dioses y eso... Un mensajero viajó de muy lejos para entregarme una carta, la cual a su vez quiere que usted la reciba - habló pacíficamente el Dios mensajero, extendiendo un pequeño sobre de papel a la Diosa - Su nombre era Hermes, por si le interesa saberlo.

- Gracias... - tomó el sobre la Diosa, mirándolo con duda; en especial la parte donde venía escrito "De: Zeus, padre del Cosmos. Para: gobernante de Aztlan".

- Ya investigue minuciosamente el papel sin abrir el sobre. Es 100% seguro para usted.

La Diosa asintió mientras seguía enfocada en ese nombre que tenía escrito. La palabra "Zeus" le causaba mucha intriga mental, pero al final decidió omitir aquello para abrir la carta y coemenzar a leer su contenido cuidadosamente.

- Veamos... - habló entre dientes mientras leía - "Dioses del Olimpo"... "Cronos derrotado"... supongo que es a quien se refería Quetzalcóatl-sama... ¿? ¿Qué es esto? ¿"Una conferencia de Dioses"? ¿A qué se refiere este título?

- Probablemente una conferencia para hacer las cosas que yo he hecho en este reino - hablo Yacatecuhtli con seriedad - Informar a los demás Reinos de Dioses sobre los incidentes unos con otros para cuidarse mutuamente. Además, podría tratarse de un método de poner orden con otros Dioses.

- Hmmm... tienes razón, tal vez sea eso...

La Diosa continuó leyendo dicha carta, formando un prolongado silencio entre ambos. Coyolxauhqui al finalizar asintió con respeto y cerró la carta.

- Parece una buena idea... más aun viendo que tiene un mapa esta cosa... - habló mientras la abría nuevamente para ver dicho mapa. Entonces, se dirigió a Yacatecuhtli - Por favor, prepara mis cosas. El viaje parece ser largo, además que ofrece una estancia antes y después de la reunión.

- Cómo usted ordene.

- Y cuando termines, regresa a revisar la mensajería para ver si alguna otra carta llega de ese tal Zeus...

El Dios desapareció de la vista de la Diosa, y ella quedó lo que parecía estar completamente sola. Pero la tercera voz desconfirmo aquello.

- ¿No crees que eres seca y fría con Yacatecuhtli? Él ha servido como mensajero privado de Aztlan desde antes que tu tomarás ese trono.

- ... No soy tan cruel con él. Aun sigue sirviendo con nosotros, ¿O me equivoco, mamá?

De un pasillo que conectaba con el palco especial del trono, apareció Coatlicue, presentándose como una mujer bastante hermosa y mucho más joven; de hecho, su belleza contrastaba demasiado con el hecho de que tenía más de 400 hijos. Coatlicue sonrió a su hija primogénita.

- Solo digo. Puedes ser un poco más carismática con todos aquí.

- ¡Claro que soy carismática mamá!

- Solo conmigo, jovencita... - la Diosa con vestimenta de serpiente camino hasta su hija, y con un movimiento de amor y cariño le revolvió los cabellos de su melena castaña - Deberías sonreír más de vez en cuando. Tal vez así también consigas algún novio...

- ¡Mamá!

- Solo digo, solo digo... - sonrio burlona - Tal vez estar soltera mucho tiempo te vuelve así de fría.

- ¡Mamá! Deja de decir tantas cosas falsas de mi... ¡No necesito de ningún hombre para ser feliz! - habló con orgullo y firmeza - Te tengo a ti, la madre quien me ha cuidado y criado para ser la reina de Aztlan que soy el día de hoy.

- Tampoco me des todo el crédito a mi. Tú demostraste tu lugar en este reino, y así fue como conseguiste tras todo este esfuerzo convertirte en esta reina.

- Bueno... ¡Como tu digas querida madre! - con sus fuerzas, Coyolxauhqui abrazó muy cálidamente a su madre - Gracias por todo lo que has hecho, y lo que me has entregado...

- No tienes que agradecerme nada. Ese... es el deber de una madre... - sostuvo el abrazo un largo rato, mientras revolvía los cabellos de su hija.

Pero, los sonidos de cascabel detrás de ambas las tomó por sorpresa. Las 2 se separaron y vieron al responsable de aquel sonido: una serpiente muy grande y con aspecto temible. Mientras que Coyolxauhqui lanzó un grito y saltó hacia atrás, Coatlicue se acercó a ella y le acarició las escamas.

- ¡Mi otra linda hija! - exclamó con alegría, mientras la tomaba de la cabeza y la depositaba sobre sus hombros con cariño y usando movimientos ligeros - Mi linda Xiauhcóatl... ¿No quieres acariciarla, Coyolxauhqui?

- No, gracias madre... - respondió la Diosa con un sentimiento repulsivo - Nunca me han caído bien tus mascotas, en especial Xiauhcóatl...

- Cómo digas. Y ahora, a lo que vine: a pasear a esta belleza. - la serpiente se enredó de manera amistosa en el cuerpo de la Diosa, de modo que ella podía andar libremente por Aztlan.

...

- ¡Que comience nuestra fiesta!

Coyolxauhqui preparó una gran fogata en el patio principal del Templo de Aztlan, donde los 400 hijos de Coatlicue se reunieron después de la larga ceremonia de coronación.

Todos comenzaron a festejar, ya sea realizando danzas muy movidas, comiendo del banquete que habían preparado los sirvientes de su hermana mayor, bebiendo del pulque que tenían preparado, exclamando a grandes voces su éxito y contando anécdotas que habían vivido durante sus años de entrenamiento.

- ¡Si que fue un infierno todo el entrenamiento! - exclamó uno de los hermanos - Nunca volveré a hacer eso, aunque me ofrecieran tel puesto del mismísimo Quetzalcóatl-sama ¡Ni el Mictlán me convencería!

- ¡A ninguno! - exclamó otro de ellos - Recuerdo cuando tuvimos que hacer el viaje allí mismo por unos huesos. Fue realmente estar en el infierno...

- ¡Esa fue la peor parte! - habló un tercero - ¡Tener que descender 9 pisos!

- O cuando teníamos que hacer llorar la estatua de Tlaloc-sama para obtener un no sé qué... ¡Y siempre nos dejaba en el suelo! ¡cuando era una simple estatua!

- Pero, nada se compara a Coyolxauhqui... - se acercó a ellos Cuahuitlícac - Y sus terribles pruebas...

- ¡Es cierto! Caminar sobre obsidiana cortada y al rojo vivo... Lograr tirar una estrella del cielo con tus manos... ¡Vencerla en un mano a mano!

- ¡Si que sus pruebas eran de las más locas! Y terribles...

- Pero, gracias a esas locas pruebas, bola de mocosos, es que ahora pueden defender Aztlan con excelencia.

Los hermanos reunidos se asustaron bastante con la aparición repentina de Coyolxauhqui detrás de todos ellos.

- ¡Coyolxauhqui!

- No olviden agregar "sama". Ustedes, más que mis hermanos menores, se han vuelto en la guardia personal de Aztlan y de su reina.

- ¡Como diga, Coyolxauhqui-sama! - bromeó uno de los hermanos, provocando la risa de los reunidos. Al poco tiempo, se les unió la hermana mayor en la risa.

- Si que los amo, hermanitos míos... - los abrazó a todos los reunidos, logrando hacerlo por su tamaño físico - Me alegra tanto saber que de ahora en adelante serán las estrellas de Aztlan.

- ¡Y nosotros nos entristecemos porque necesitas un novio! - habló alegremente Cuahuitlícac.

- ¿¡Qué rayos dices, idiota!? - Coyolxauhqui se sonrojó levemente - ¡No necesito nada de esas cosas!

- Vamos hermana, tienes que admitirlo... - insistió otro de ellos - Necesitas a un hombre grande y fuerte, para hacer par en el trono de Aztlan, ademas de que calme tu temperamento agresivo.

- ¡Te enseñare a calmar mi temperamento, pequeño idiota!

- Pero, bueno, no forzosamente tiene que ser alguna de las bellezas que tenemos en este humilde reino... podría ser también algún Dios del Olimpo...

- ¿¡!? ¿Olimpo? ¿Cómo saben ese nombre?

- Oh bueno... escuchamos hace poco, por medio de un pajarito mensajero, algunas cosas interesantes... como Olimpo, Zeus, Dioses de otros Reinos... - habló con curiosidad uno de los hermanos.

- ¡! - Coyolxauhqui inmediatamente supo de quien se trataba, y la sangre hirvió en su interior al tiempo que susurraba con enojo - Maldita sea Yacatecuhtli... hablaste más de la cuenta...

- Y pensamos... - continuo otro de sus hermanos - Que puede que te encuentres por ahí algún rubio con cara linda con quien te puedas casar. O algún Dios parecido...

- ¿Qué tonterías dicen? Yo soy reina de Aztlan - trató trató de defender su punto de vista con orgullo y dignidad - Tener algo así como una pareja disminuiría mi nivel de realeza, y probablemente terminaría dejando este trono y esta tierra para ser... sierva de alguien más...

- O podrias encontrar a algún chico lindo que le guste estar subyugado. Algo así como un masoquista... - habló con palabras pícaras otro de los hermanos - En esa reunión de Dioses debe haber un candidato perfecto para Onee-sama...

- ¿Cómo saben eso? - antes de que contestaran, la respuesta golpeó en su cabeza.

- Un pajarito mensajero...

- ¡Vamos hermana! Deja de ser tan amargada, y consíguete algún chico lindo del Olimpo. Puede que ese tal Zeus sea una buena opción, o tal vez su mensajero Hermes...

- O tal vez... quieres uno fuera de esos rangos... ¡Las posibilidades son infinitas!

- ¿¡!? ¿¡De qué diablos hablan todos ustedes!? - pensar tanto en ello hizo que su cabeza diera vueltas.

- ¡Solo tonterías! - todos los hermanos rieron en una voz, mientras que Coyolxauhqui se quedaba sonrojada de la pena y con un tanto de enojo.

...

Mientras en las afueras del palacio de Aztlan se llevaba a cabo la fiesta de celebración, Coatlicue caminaba apresuradamente entre los pasillos oscuros de aquel palacio; seguida de su serpiente Xiauhcóatl que lograba seguirle el paso, miraba a todos lados con angustia y preocupación, buscando de alguna forma pasar desapercibida e invisible en medinde todo ese laberinto.

Después de estar varios minutos entre las sombras levemente iluminadas por antorchas, finalmente llegó hasta su destino: una habitación por aparte de todas las demás y que se encontraba totalmente solitaria.

En la misma, había otro Dios quien por sus movimientos y gestos, parecía estar esperándola. Vistiendo su cuerpo había un traje de jaguar bastante imponente con un plumaje que decoraba de manera ceremoniosa su espalda y cabeza. En cuanto vio a Coatlicue, soltó una sonrisa.

- Llegaste... creí que no nos veríamos hoy.

- ¡Por supuesto que no! - exclamó Coatlicue, con cierto sonrojo en sus mejillas - Vine hasta aquí solo por ti, cariño.

- Lo sé... - el Dios abrazó de la cintura a Coatlicue.

Ambos se unieron en un beso amoroso largo y prolongado. Sus labios chocaron de forma apasionada, mientras que los corazones de ambos se agitaban de forma placentera. Sus ojos involuntariamente se cerraron, mientras que el momento crecía en tiempo y placer. Las manos de Mixcóatl comenzaron a descender, logrando que Coatlicue saliera de su trance romántico.

- No. Aquí no... es el templo de mi hija, y afuera están mis hijos en su celebración por ser los Centzon Huitznahua. Deberíamos salir a mi|

- Ya estamos aquí... - le susurró Mixcóatl de forma tierna, mientras comenzaba a besar las mejillas del rostro de la Diosa - Y estamos muy lejos del patio. Nadie nos va a oír...

- Pero... este templo...

- Este lugar será testigo de nuestra unión... - habló delicadamente Mixcóatl, tomando la mano de Coatlicue - Si no somos dignos, entonces seremos castigados por el mismo Quetzalcóatl-sama cuando regrese. Pero, nuestro amor es completamente puro y desinteresado. Yo... realmente te amo. Y quiero... que seamos uno...

- ... - Coatlicue estaba confundida entre sus sentimientos de amor, y la preocupación que le generaba haber mantenido esa relación a secretas durante muchos milenios.

Pero, dejando de lado los pensamientos y el razonamiento que daba vueltas infinitas veces en su cabeza, el corazón dictó la sentencia y terminó cediendo. Con una de sus manos le quitó delicadamente el casco de guerrero a su amante y la deposito en una pequeña mesa que estaba situada junto a la puerta de la habitación.

- De acuerdo... Lo haremos...

Xiauhcóatl leyó la situación con una mirada indiferencia e inexpresiva, pero como parte del complot amoroso en el que había tomado partido durante todo ese tiempo sabía cual era su tarea.

Mientras los besos y las caricias de placer llenaban la habitación y provocaban que el ambiente se volviera más romántico, la serpiente comenzó a arrastrarse en el suelo con seriedad. Sacó todo su cuerpo de la habitación, y una vez que estuvo fuera cerró la puerta con la punta de su cola.

Finalmente, para conseguir más "seguridad", la serpiente se enrollo cómodamente frente a la puerta y comenzó a dormir. De esa forma, con la serpiente favorita de Coatlicue dirmiendo frente una fuerte de forma tan tranquila era poco probable que alguien quisiera acercarse a la habitación.

El trabajo de Xiauhcóatl cuidando a su ama había terminado, aunque la noche de pasión y amor desbordantes que estaban experimentando Coatlicue y Mixcóatl apenas comenzaba...

...

Una mañana muy temprano, aproximadamente 3 meses después del ascenso de los 400 Dioses a Centzon Huitznahua, Coatlicue se encontraba limpiando el templo de Aztlan; más específicamente, la Diosa madre de tantos Dioses estaba barriendo el palco principal donde reposaba el trono de Coyolxauhqui. Esto lo hacia diariamente como costumbre desde que su hija había ascendido al trono, lo cual le traía recuerdos gratos cada vez que hacia dicha actividad.


Mientras tanto, en otra habitación, Coyolxauhqui se despertaba con pereza en su habitación. Se levantó con flojera y lo primero que hizo fue verse en el espejo.

- Bueno, Coyolxauhqui... - habló con firmeza - Hora de comenzar un nuevo día.

Con un cepillo que tenía acomodado de formae elegante, la Diosa solamente se dio un par de pasadas por su cabellera y de inmediato salió de su cuarto, sin siquiera cambiarse de ropa.

- Nadie está despierto a estas horas, a excepción de mis hermanos que se hayan encargado de hacer guardia nocturna - murmuró para si misma - Más tarde me cambiaré de ropa.

Caminando con lentitud por la flojera que sentía, tras un largo paseo por los pasillos llegó hasta el patio del Templo, en donde alcanzó a observar a su madre haciendo aquellos quehaceres diarios. Aquello fue más que suficiente para despertarlo completamente a la Diosa.

- ¡Madre! ¡Carajo! - exclamó Coyolxauhqui, mientras dirigía sus pasos hacia ella - Te he dicho miles de veces que no hagas estos quehaceres; tengo sirvientes que se encargan de ello.

- Primero que nada, buenos días. - le corrigio rápidamente, mientras seguía barriendo. Concluyó una sección Y dejó la escoba bajo su hombro y volteó a mirar a su hija - Segundo. Si no barro la entrada, ¿Entonces qué me dejarás a mi? - preguntó con un tono de sarcasmo - Todos los días estoy sentada en mi cuarto, sin hacer nada. Deja que al menos pueda barrer esta entrada, para que no me tengas aburrida todo el día.

- Podría buscarte que hagas otra actividad. No lo sé; tejer tal vez...

- ¿Tejer? ¿Acaso me crees abuela? - río levemente la Diosa, pero su expresión cambió casi de inmediato.

Un repentino dolor en el vientre hizo que Coatlicue cayera de rodillas al suelo y se sujetara el estómago. Coyolxauhqui salio de su cabeza y se asustó demasiado al verla actuar así.

- ¿Madre? ¿¡Madre!?

- Nada... - alcanzó a mascullar Coatlicue, interrumpiendo las palabras de Coyolxauhqui y tratando de disimular ese dolor - No es nada... un simple retortijón...

- No lo creo. Tu cara dice lo contrario... - la Diosa se acercó para abrazar a su madre de forma protectora, mientras tocaba su frente - No tienes fiebre... ¿Entonces...? - observó a su alrededor, alcanzado a ver a su hermano Cuahuitlícac que regresaba de la guardia nocturna. - ¡Cuahuitlícac!

- ¿? ¿Que ocurre Coyolxauhqui-sama? - se acercó el Dios mencionado, sorprendiéndose al principio por el estilo madrugador de su hermana mayor, pero en cuanto vio a su madre con el rostro pálido y a su hermana sosteniéndola se acercó con más fervor - ¿¡Madre!? ¿Qué pasó?

- No tengo idea. Estaba con ella y de repente cayó al suelo.

- No es nada hijos... - habló en susurros Coatlicue - No es nada...

- Eso no es nada bueno. Por favor, llévala a la enfermería y cuida de ella hasta que vuelva.

- ¿"Hasta que vuelva"? ¿Tú qué harás?

- Tengo que quitarme esta ropa y ponerme otra cosa. Puede que tenga que salir con ella después de que la revisen...

- De acuerdo, hermana. Iré con ella de inmediato.

- Y yo te alcanzaré tan pronto como termine.

Cuahuitlícac tomó del hombro y de la mano a su madre, de modo que pudo ayudarla a caminar hasta la enfermería del Templo. Después de entrar en la larga habitación, el médico que estaba sentado junto a la entrada se sorprendió bastante al ver el estado en que estaba Coatlicue.

- ¿¡Que es esto!? ¿¡Qué ocurrió, joven Cuahuitlícac!?

- No lo sé. Por favor, ayúdeme. - trató de explicar el Dios - Estaba con ella, y de repente cayó al suelo...

- Deja a tu madre en esa camilla.

Cuahuitlícac obedeció de inmediato y depositó a su madre con sumo cuidado en la camilla que le indicó. Entonces el médico comenzó a hacer una revisión general y rápida en todo el cuerpo de la Diosa.

- ¿Qué le duele?

- Mi... vientre... - habló con pesadez Coatlicue, mientras se acariciaba con cuidado aquella zona - Me duele mucho...

- Déjeme revisar... - estaba a punto de comenzar su labor, hasta que se dio cuenta que se encontraba ahí Cuahuitlícac aun - Por favor, algo de espacio personal.

- ¡Oh si! ¡Lo siento doctor! - Cuahuitlícac salió de la enfermería, y cerró la puerta de madera

Después de haber escuchado un conjunto de sonidos, entre los cuales habia quejidos de molestia, náuseas con vomito, y finalmente un silencio completamente aterrador y absorto, la espera se volvió menos solitaria en cuanto Coyolxauhqui, usando una bata de plumas muy casual, apareció corriendo hacia la entrada del edificio, acompañada de un puñado de sus hermanos.

- ¿? - Cuahuitlícac se quedó quieto - Ya volviste.

- Si; ¿Y qué le pasa a mi madre? - preguntó con un tono muy serio.

- Yo tampoco lo sé. El doctor comenzó a revisarla desde hace unos minutos, pero no me ha dicho nada.

- ¡Déjame pasar entonces!

Coyolxauhqui se abrió paso y tocó la puerta con impaciencia.

- ¿Quién?

- ¡Yo!

- ¡Coyolxauhqui-sama!

El medio abrió la puerta y dejó pasar a la Diosa, pero a los demás hermanos no, quienes se quedaron afuera esperando muy impacientes y temerosos.

El silencio que transmitía el lugar, aunque en realidad solamente eran simples y sencillos segundos, se volvió en una tenebrosa y aterradora espera en la que todos comenzaron a asustarse.

- ¿Qué está pasando?

- Coyolxauhqui nos pidió ir con ella, pero...

- No entiendo nada.

- ¡Cuahuitlícac! Explícanos.

- Yo tampoco se que paso. Estaba regresando de mi guardia nocturna, y vi a Coyolxauhqui con nuestra madre. Ella estaba pálida, y me pidió llevarla hasta aquí. Yo sé lo mismo que ustedes.

Todos estaban a punto de seguir interrogando al Dios en cuanto escucharon que Coatlicue estaba involucrada, pero en ese momento salió Coyolxauhqui de la habitación. Pero, su semblante indicaba algo realmente malo: tenía los ojos vacíos y habia salido con una mirada perdida.

- ¡Hermana! ¿¡Qué ha ocurrido!?

- ... - Coyolxauhqui solo se quedó en total silencio, abriéndose paso entre sus hermanos para caminar por el patio.

- ¿? ¿Hermana?

- ¿Qué pasa?

- ¡Dinos!

- ¡Hermana! - Cuahuitlícac le detuvo en su andar - ¡Dinos, por favor! ¿¡Qué le ha ocurrido a nuestra| !?

- Hablaremos más tarde de eso... - dictó firmemente Coyolxauhqui, aún con su mirada vacía pero complementada con un par de lágrimas que corrieron por sus mejillas demostrando que su expresión era de dolor e impacto - No puedo... digerir esto...

- ¿De qué hablas? ¿¡Acaso nuestra madre está muerta!? ¿¡Va a morir!?

- Peor aún... Peor aún... - Coyolxauhqui se volvió a abrir paso, para dirigirse a su palco privado - Nuestra madre... ha sido deshonrada y nos ha deshonrado.

- ¿¡De qué hablas!?

Las últimas palabras que habló la Diosa dejó a todos los hermanos presentes con un pésimo sentimiento dentro de sus corazones.

- Ella... está embarazada...

Dicho esto, Coyolxauhqui siguió caminando, arrastrando los pies con pesadez. Todos los hermanos quedaron impactados y se miraron unos a otros.

- ¿Qué?

- ¿Qué dijo?

- ¿E-Eso es...?

- ¡! - Cuahuitlícac logró salir de su sentimiento y dirigió sus pasos hacia la enfermería, aún sin entender nada que lo que pasaba.

Entrando, el doctor estaba sentado en una silla, con un par de muestras en su mesa de trabajo. Volteó Cuahuitlícac hacia la camilla donde había dejado a Coatlicue, y acostada en la cama encontró a su madre con un semblante mucho más distinto al que había visto hace muy pocos minutos.

Su madre, a quien siempre había visto con una sonrisa en su rostro mientras realizaba quehaceres en su casa o cuidaba a alguno de sus hermanos, ahora podía verse completamente destrozada, emocionalmente e incluso físicamente.

Sus bellos ojos de color esmeralda que transmitían su amor de madre ahora estaban inundados de lágrimas de dolor, su rostro que comunicaba sus sentimientos no podía cumplir dicha tarea por las manos que le cubrían tratando de ocultar el gran color rojo de sus mejillas y nariz.

Con sus piernas pegadas a su pecho, su cuerpo convertido en un pequeño feto y repleto de leves y visibles temblores, su cabello un tanto alborotado y los sollozos que expulsaba en su llanto, la Diosa que había cuidado a 400 Dioses, participado en la construcción de Aztlan y durante algun tiempo fue temida por su poder destructor, ahora parecía una sencilla jovencita que lamentaba el peor error en su vida.

Cuahuitlícac terminó conmovido viendo dicha escena y sin pensarlo más de una vez abrazó su madre. Ella sintió el abrazo de su hijo, y su llanto solo pudo ser mayor.

- Hijo... ¡Lo lamento! ¡Lo lamento muchísimo! ¡He cometido un acto muy atroz!

- Madre... por favor tranquila. Respira madre... - se aferró a ella con calidez, logrando que ella separara sus manos de su rostro para tomar del brazo de su hijo.

- Yo... yo...

- No sé qué ha ocurrido ni qué está pasando - habló con firmeza y sinceridad - Pero estoy aquí para ti madre.

- Hijo... ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias! - siguió derramando su llanto, pero ahora el motivo del mismo expresaba el agradecimiento de sus palabras. - Yo... yo...

- Tranquila. Ya habrá más tiempo para saber qué pasó...

...

- Este es mi veredicto final.

Coyolxauhqui, sentada en su trono con un sentimiento de grandeza inusual en ella, llevaba a cabo el juicio por el embarazo de su madre Coatlicue.

Tras haber estado investigando arduamente por los siguientes 5 meses, finalmente los hermanos sabían que había ocurrido: la noche de la celebración por el fin del entrenamiento de los Centzon Huitznahua, los hijos de Coatlicue, ella se había unido de manera ilícita, es decir fuera de matrimonio, con el Dios Mixcóatl, unión que culminó con el futuro nacimiento de un Dios bastardo dentro de las siguientes semanas. Y ahora mismo impartía un castigo hacia nadie mas que Coatlicue.

- P-Pero... hija...

- ¿Hija? ¿Te atreves a ponerme ese título, después de lo que has hecho? - Coyolxauhqui estaba creciendo en enojo irracional con cada palabra que hablaba - ¿Cómo te atreves a llamarme tu hija, después de esta deshonra? Tuviste relaciones sexuales ilícitas dentro de MI palacio.

» Mientras mis hermanos y yo festejábamos sus logros, tú te revolcabas en secreto con ese Dios para satisfacer tus necesidades de placer... ¿¡Y quieres llamarme "hija"!?

- Por favor... ¡No digas esas cosas! Yo solo... solo...

- ¿Solo? ¿Solo qué? ¿Querías sentir amor por un hombre, después de que nuestro padre falleció? - levemente perceptible, Coyolxauhqui también derramaba dolor en sus movimientos y palabras - ¿Querías quitarte tu sentimiento de soledad? ¿Acaso... Acaso tus hijos te fallamos en algo para que te vieras orillada a... este acto vergonzoso?

- ... Perdóname... - Coatlicue estaba tan destrozada que ni siquiera sabía cómo responder a aquellas palabras - ¡Por favor, perdóname, Coyolxauhqui!

- ... No, no lo haré. La ley de nuestro pueblo no ofrece ningún perdón, sino un castigo. Y tu castigo ha sido impuesto: has sido exiliada de Aztlan.

- No... por favor...

- De ahora en adelante, de acuerdo a las clausulas principales, eres una completa extranjera para este reino.

- Por favor, no hagas esto... - Coatlicue temblaba de miedo con tan solo oír la palabras de su hija.

- Solamente el decreto del próximo rey de Aztlan será suficiente para quitar este castigo. No habrá ni una sola condición para que esto cambie mientras yo ocupe el trono. Todo de acuerdo con nuestra ley.

- Por favor... hija...

- ¡¡Cállate!! ¡¡TÚ NO ERES MI MADRE, Y YO NO SOY TU HIJA!!

Coyolxauhqui explotó en gritos, asustando así se todos los presentes. PerPero, a pesar de dicho sonido pesado, Coatlicue pudo escuchar perfectamente el crujido de su corazón, mientras observaba como su primogénita, aquella niña que había criado con firmeza, entereza de carácter, y tanto amor y cariño desviaba su mirada de ella con un gran sentimiento de desprecio; como la niña que tanto amaba y apreciaba por sobre todos sus hermanos y las demás cosas en aquel mundo ahora le daba la espalda llena de rencor y odio.

Sus piernas perdieron fuerzas y cayó en el suelo, completamente impactada y sumida en un sentimiento amargo que subía de nivel. Comenzó como lágrimas únicas y lentas, y terminó con ríos de dolor que desgarraba completamente su alma.

- Lo lamento tanto... - alcanzó a mascullar levemente, entre tantas lágrimas - Yo no quería esto... No quería... provocarles esto a ustedes, mis retoños... en especial a ti, Coyolxauhqui...

La Diosa reina de Aztlan miró levemente a su madre, pero casi de inmediato la apartó.

- Hermanos, por favor saquen de inmediato a esta Diosa exiliada de mi palacio. Su castigo comienza a partir de ahora mismo.

Un par de hermanos asintieron firmemente.

Después de haber hecho la investigación, todos los hermanos se habian enterado de lo que habia hecho su madre Coatlicue, por lo qur todos habian quedado em deshonra. Y, sin saber a quien seguir en lugar de su madre, todos declararon su obediencia total y sin reproche para su hermana mayor.

Ambos hermanos tomaron a Coatlicue de los brazos, y con cuidado debido al embarazo de la Diosa la levantaron del suelo y comenzaron a caminar a la salida. El problema llegó por el hecho de que su madre no ponía fuerzas en favor ni en contra del movimiento; sus pies se arrastraron en el suelo, sus brazos colgaron y su cabeza colgó de su cuello como si estuvieran cargando un cadáver.

- Yo no quería... provocarles esto a mis retoños... - seguía hablando de forma vacía la Diosa - Yo... quería tener... a alguien de mi lado... alguien con... alguien... alguien...

Los 2 hermanos terminaron su caminata hasta llegar a la entrada de Aztlan, compuesta por un par de portones gigantescos hechos de metales preciosos. Ambos con cuidado dejaron a su madre en el suelo, justo fuera de la puerta.

- ... - Cuahuitlícac, uno de los 2 hermanos, se quitó el abrigo de plumas que llevaba en su cuerpo y se lo colocó en los hombros a su madre. Ella sintió las plumas rozar su cuerpo, y se aferró al artículo, pero sin salir de su trance depresivo.

- Yo quería... tener un compañero... con quien ser... yo... - después de un largo rato tirada en el suelo, finalmente se levantó y comenzó a caminar hacia las afueras del reino de Aztlan.

Alrededor de una hora más tarde, Coatlicue había desaparecido de la vista de los hermanos, por lo que regresaron al palacio de su hermana.

Despues de aquello, los 400 hermanos se reunieron frente a Coyolxauhqui, en quien había desaparecido su sentimiento de enojo e ira y ahora quedaba un vacío emocional.

- Ustedes... vayan a fuerzas cumplir sus labores como lo han estado haciendo... no dejen de cuidar de Aztlan...

- De acuerdo, Coyolxauhqui-sama...

- ¡Tú! - Después de que los hermanos se fueran, alcanzó a observar que Cuahuitlícac no traía su abrigo que lo identificaba como guardia de Aztlan - ¿Y tu vestimenta?

- Se la deje a nuestra madre para que|

- ¿Madre? Creo que te confundiste. Nosotros no tenemos ninguna madre. - la seriedad y rapidez con que respondió asustó al Dios.

- ¿Qué? Coyolxauhqui-sama|

- ¿Y tu vestimenta?

Estando a punto de responder con molestia, el Dios soltó un suspiro cansado y decidió dar otra respuesta.

- Lo perdí.

- De acuerdo. Puedes ir por otro al almacén real, pero no lo vuelvas a hacer.

- Está bien...

...

Coatlicue caminaba lentamente entre el bosque, siguiendo con su largo y triste lamento de desesperación y tristeza.

Caminaba con dificultad, debido a todas las heridas que se había ocasionado en los pies descalzos, sus ojos inundados en lágrimas apenas eran capaces de distinguir lo que tenía frente suyo, su cabello desordenado había capturado muchas cosas de la naturaleza en la que estaba, como ramas, hojas secas y rocío de los árboles; pero sobre sus hombros la capa de plumas le abrigaban muy bien para la noche que se aproximaba.

Continuó hasta llegar a la cima de una pequeña colina, en la cual pudo observar varias serpientes hacer sus nidos cerca de donde estaban. Ella sonrió levemente al verlas.

- Serpientes en este cerro... serpientes cubriendo todo mi cuerpo... parece ser este un Coatepec donde he de vivir...

Coatlicue no estaba pensando mucho lo que decía y pensaba, por lo que solamente hablaba por hablar. Siguió subiendo por el cerro, hasta llegar a una piedra en la cual se sentó. Se sujetó el vientre al sentir movimientos por parte de su bebé.

- Agh... parece que vas a nacer fuera de casa... - susurró Coatlicue, mientras acariciaba con delicadeza su vientre. Los movimientos de alegría que emitió su hijo le trajo consuelo a la Diosa - Parece que no te importa donde nacerás, sino con quién...

« Así es mamá... »

- ¡¡Ahhh!! - Coatlicue se asustó bastante al escuchar aquella voz resonar dentro de su cabeza. Tanto así que estuvo a punto de caerse de la roca.

« ¿Madre? ¿Por qué te asustas? »

- ¿? ¿Tu... - habló en voz alta, a pesar de que no le traía un buen presagio - ¿Tú quién eres?

« ¿No me reconoces? Soy tu hijo... soy quien está moviéndose de felicidad en tu vientre... »

- ... ¿Tú?... - habló con sorpresa, mientras se frotaba con delicadeza el vientre - ¿Eres tu, hijo mío?

« Así es... soy tu hijo, Huitzilopochtli »

- ¿? ¿Cómo sabes ese nombre?

« Te escuché decir ese nombre cuando te sentí triste y sola... »

- Oh si... - comentó levemente Coatlicue; rápidamente se había acostumbrado a aquella voz - Estaba encerrada en mi habitación, cuando vi un lindo colibrí en una de las ventanas, que dirigía su vuelo hacia el sur... Entonces, se me ocurrió ese nombre para dártelo a ti... - un par de lágrimas corrieron por sus ojos.

« ¿Qué pasa madre? Dime... ¿Por qué lloras? »

- Oh... fue por algo que cometí... - habló delicadamente - Cometí un delito, y terminé fuera de casa. Por eso nacerás sin un hogar...

« ¿Sin un hogar? ¿A qué te refieres? Donde estés tu, madre mía, será mi hogar sin duda alguna... Dónde tu habites, yo estaré contigo. Y nunca me separaré de tu lado... »

- ... - Coatlicue entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo: había cometido un delito frente a sus hijos, estaba pagando su castigo y probablemente viviría una vida de infelicidad.

Pero, a pesar de todo, aquel acto que era una deshonra estaba trayendo un hermoso fruto al mundo de los Dioses: un nuevo hijo. Coatlicue volvió a llorar levemente al darse cuenta de dicha verdad y con amor abrazó su vientre.

- Muchas gracias, hijo...

...

Habían pasado muchos años desde el destierro de Coatlicue. Para ser más específicos, habían pasado alrededor de 600 reuniones con los Dioses de otros Reinos. Mucho tiempo para los mortales, pero poco para los Dioses, aunque para el Reino de Aztlan esos milenios por primera vez en su historia se sentían eternos.

Aztlan ahora se había convertido en un territorio baldío, oscuro, recóndito y tenebroso. Pero, lamentablemente la razón de aquel estado deplorable no era la ausencia de Coatlicue; el verdadero motivo por el que Aztlan se acababa de convertir en una tierra de desolación era por el hecho de que Coyolxauhqui había terminado en una locura irracional.

Sin su madre a su lado, aquella mujer que le daba consejos, consuelos, y alegrías, ahora lado Diosa desataba todas sus decisiones de manera deliberada y muchas veces con gran violencia. Junto con el apoyo de sus 400 hermanos que le habían jurado lealtad incondicional, Coyolxauhqui a este punto se había convertido en una verdadera tirana gobernante.

El primero de sus actos más crueles, el acto que ningún Dios en Aztlan podría olvidar, era el terrible asesinato de Mixcóatl después de descubrir que el fue el responsable del embarazo de Coatlicue.

La Diosa había comenzado un juicio de dicho Dios después del destierro de su madre; la ira que sentía ella hacia este Dios, además de la sinceridad con que el mismo se declaraba culpable de amar a Coatlicue provocó una gran cólera en Coyolxauhqui, por lo cual ella terminó declarando como castigo la muerte, para lo cual cada uno de los 400 hermanos le daría un golpe al Dios con sus armas; cada golpe iría conforme a la deshonra que les había provocado Mixcóatl, por lo que tan sólo requirieron 30 golpes para matar al Dios. Los otros 370 ataques terminaron haciendo una especie de mas del cuerpo de Mixcóatl, y la Diosa aun en su trance de ira había decidido colgar los huesos y carne de Mixcóatl en la entrada de Aztlan, de forma que todos los Dioses del reino serían advertidos permanentemente; aunque el propósito era recuperar el honor de la familia, aquel mensaje terminó transmitiendo en los Dioses de Aztlan un miedo hacia Coyolxauhqui y su locura, que tampoco terminó con la muerte del Dios.

Pero, unas pocas semanas después de aquello ocurrido, la Diosa entró en una depresión inentendible, en la cual se mezclaban la soledad y la ira. Por eñlo, Coyolxauhqui se encerró en su habitación, sin comer ni beber ningún alimento con el proposito de tratar de buscar alguna respuesta a aquellos sentimientos que la atormentaban sin cesar; él único motivo por el que salía era para asistir a la junta de los Dioses y evitar que algún Dios ajeno metiera sus nerices en Aztlan. Los 400 hermanos habían logrado milagrosamente organizarse entre ellos para cuidar de Aztlan y seguir con su deber mientras su reina estaba "incapacitada".

Incapacidad que ha durado aproximadamente 600 milenios; el motivo por el que Aztlan ahora era un reino de oscuridad. Los Dioses no hablaban mucho entre ellos, los hermanos realizaban día y noche sus tareas en silencio, y el palacio olía a sangre y soplaba vientos fríos, los cuales nunca se habían sentido en esas paredes.

Cuahuitlícac estaba muy preocupado por la situación de su madre; sabía que o bien estaba viviendo en el bosque, a merced de la naturaleza con su hijo bastardo, o bien ya estaría muerta en algún lugar; muerta y sola. La preocupación le mantenía en vela continuamente, y ese tema hacia que todas sus labores como estrella de Aztlan fueran incompletas y fallidas, pero gracias a que Coyolxauhqui ya no prestaba atención en su reino podía estar distraído.

Cuahuitlícac caminó por el palco personal de la reina, observando con nostalgia el trono desolado que había dejado su hermana mayor. Llegó a su cabeza los eventos de hace 600 milenios atrás, y se dio cuenta de que las cosas se habían salido muy de control.

- No... No debimos habernos hecho todo esto... - susurró con arrepentimiento - Creo que... si, nuestra madre nos deshonró...

» Pero ella... Ella seguramente no quería provocarnos esto... Y al vez ella solo estaba buscando compañía como la de papá y, aunque sus métodos nunca fueron correctos, sus intenciones no serían malas... Además, el castigo no fue... ¿Acaso no fue demasiado pesado?... - se removió sus cabellos con desesperación - Estoy demasiado confundido.

- ¿Cuahuitlícac? ¿Que haces aquí? - apareció uno de sus hermanos mientras hacia su guardia.

- ¿Eh? Oh, lo siento... Estaba deambulando en mis pensamientos - miró a su alrededor - Ni siquiera me di cuenta de que termine aquí.

- Cuahuitlícac, has estado actuando demasiado extraño estos días... ¿Te encuentras bien?

- Si, es solo que... - pensó en todo una segunda vez - ¿No crees que el castigo que le dimos a nuestra... - sabía perfectamente que sus hermanos ya no reconocían a Coatlicue como su madre, por lo que cambió sus palabras - a Coatlicue... fue demasiado severo?

- No, para nada... - la tranquilidad con que habló su hermano asustó a Cuahuitlícac - Ella hizo algo deshonroso, y merecía perfectamente aquel castigo. Ella se lo buscó...

- ¡Pero...! ¿No has pensado que hemos cometido algo muy cruel? O sea... ¿Desterrarla a su merced, poco antes de que dé a luz? ¿Y lo que le hicimos a Mixcóatl no fue también algo muy sangriento?

- Por supuesto que no. Nuestra ley demanda que se paguen los pecados con un castigo proporcional de manera inmediata. Nuestra hermana cumplió con su deber para cuidar de esta tierra.

- Pero... ¿Nuestra ley aprobaría esto? ¿Desterrar a una mujer embarazada sin escuchar su testimonio? ¿Realizar estos castigos con sentimientos involucrados?

- ... ¿Qué tratas de decirme? ¿Estás en contra de las decisiones de tu reina y hermana mayor, Coyolxauhqui-sama?

- ¿? ¡No! ¡Nunca dije eso! Solo digo que|

- Reúnan a todos.

La voz apagada de Coyolxauhqui asustó a los 2 hermanos, quienes voltearon a verla. Sus vestidos eran negros y oscuros, su mirada fría y apagada, su andar muy leve acompañado de movimientos lentos. El aura que emitía era mucho peor a lo que habían sentido los Dioses en milenios anteriores, y ambos hermanos lo sintieron con gran sorpresa.

- Coyolxauhqui-sama - el Dios se inclinó ante ella con reverencia, pero Cuahuitlícac se le acercó con cautela.

- Hermana mayor... yo...

- Ya me escucharon - habló firme con aquella voz fría y con un toque inusualmente cruel. Caminó hasta su trono, y con decisión volvió a tomar asiento en el metal frío y seco - Reúnan a los Centzon Huitznahua.

Así, ambos hermanos, Cuahuitlícac con decidia y duda y su hermano con firmeza y obediencia, salieron del palco de la reina y se encaminaron a cumplir aquella tarea.

Coyolxauhqui, por su parte, se restregó la mano en su frente y sus cabellos, tratando de liberarse de todos aquellos pensamientos que la consumían desde hace 600 milenios. Los recuerdos golpeaban en su cabeza, las ideas eran demasiado fugaces para atraparlas, y su mente daba tantas vueltas que la Diosa no estaba consciente de la realidad ni de la fantasía.

Cerró sus ojos un momento, para tratar de descansar su vista que segundo a segundo se hacía más borrosa, y cuando la volvió a abrir, vio perfecta y claramente la figura de Coatlicue. Parada frente a ella, con sus manos y entrelazadas al frente, mirando con una cálida sonrisa a la Diosa Coyolxauhqui. Ella se sorprendió mucho por esa imagen.

- ... Coatlicue... - alcanzó a mascullar levemente la Diosa. Pero, inmediatamente su semblante se volvió serio y frío - Otra vez tu...

- No puedo creer que aún me tengas rencor tras 600 milenios. - la imagen de Coatlicue soltó una sonrisa de inocencia - Después de todo, sigo siendo tu madre.

- ... No... - al recordar los últimos eventos, los ojos de Coyolxauhqui se llenaron con lágrimas de enojo - No eres mi madre...

- Así es - habló de forma confortante la imagen de Coatlicue - No soy tu madre; creo que más bien soy una simple imagen que vive dentro de tu cabeza gracias a tu imaginación, pero tampoco lo soy... Soy una Diosa que no ha cumplido su parte del trato...

- Tu parte... Del trato... - Coyolxauhqui se extrañó - ¿De qué diablos hablas?

- Te había prometido mi felicidad y amor hacia ti y tus hermanos. Y lo rompí porque encontré con Mixcóatl lo que no encontré contigo. - el semblante de aquella imagen rápidamente se corrompió y convirtió en una imagen muy distinta de Coatlicue; un ángulo que Coyolxauhqui jamás había visto en ella: sus ojos se oscurecieron, su sonrisa se hizo macabra, y sus palabras parecían las de una serpiente - Verdadera felicidad...

- ... ¿Qué?

- Así es. Solo él me pudo ofrecer ese amor que tanto necesitaba... - volvió a sonreír con malicia - Respondiendo a tu pregunta, de... "¿Acaso te hemos fallado en algo?". Si me han fallado en algo, todos ustedes mis hijos: ustedes, ni uno solo, es el amor de mi vida...

- Maldita sea. Solo querías revolcarte con alguien para saciar tu maldito apetito.

- ¿Saciar mi apetito con ese Dios? No, para nada... estaba más ansiosa por romper las reglas y... reemplazar a tu padre...

- ... - Coyolxauhqui se enojó bastante - Cállate.

- Tu padre nunca pudo darme lo que Mixcóatl me dio: amor confiable, compañía eterna, seguridad en mi propia casa, y en especial mucho sexo.

- ¡Que te calles! ¡Y no te atrevas a hablar así de papá! ¡No se te ocurra!

- Jaja... parece ser que Mixcóatl si servía para llenar mi apetito, mejor que tu padre... Y en especial con lo que pasó esa noche - sonrió con más malicia y codicia, mientras se removía los cabellos juguetonamente - Cuando me uní a Mixcóatl en cuerpo y alma, en tu querido templo. Fue idea mía; siempre lo fue. Fue el momento más placentero en toda mi vida, y ahí me di cuenta de que no los necesitaba a ninguno de ustedes, mis hijos...

- ¡Maldita perra! ¡Cállate! - Coyolxauhqui comenzó a llorar de desesperación. En especial por escuchar esas mismas palabras que nacían desde hace 600 milenios: la misma imagen de Coatlicue, diciendo esas cosas, y destrozando el poco amor y arrepentimiento que apenas alcanzaba a sentir Coyolxauhqui.

- Es cierto... Hubiera sido mejor no tenerlos a ninguno de ustedes...

- ¡¡MALDITA SEA, CÁLLATE!!

- Pero bueno... esa soy yo. Coatlicue, la Diosa que no te desea en lo absoluto... Quien prefirió tener un amante antes que estar con sus hijos... Quien prefiere un bastardo en vez de 400 engendros... Quien solo podrá traerte la suficiente locura para que dejes ese trono y se lo des a alguien que realmente lo merece y este cuerdo más que tu... Un verdadero rey, como mi hijo...

- ¡¡Maldita sea!! - tanto enojo se estaba originando desde el corazón de Coyolxauhqui, que de inmediato saltó hacia su madre y comenzó a asfixiarla - ¡¡LÁRGATE, PUTA!! ¡¡NUNCA MÁS SERÁS BIENVENIDA AQUÍ!! ¡¡Y YO MISMA ME ENCARGARÉ DE ELLO!! ¡¡¡MALDITA RAMERA!!! ¡¡¡MALDITA PUTA!!! ¡¡MALDITA!! ¡¡MALDITA!!

- ¿Coyolxauhqui-sama?

La voz de uno de sus hermanos hizo que levantará la vista. De inmediato, la imagen de Coatlicue en sus manos se esfumó igual que en un sueño, como había ocurrido cuando ella estaba sola en su habitación y rompía algo sin querer.

Se dio cuenta de que aún seguía sentada en su trono, con su mano enredada entre sus cabellos, y que frente suyo, tal como lo pidió, estaban sus 400 hermanos reunidos. Se restregó nuevamente el cabello con confusión por todo lo que acababa de ver.

- ¿Hermana? ¿Estás bien? - le preguntó Cuahuitlícac desde el frente de los Dioses.

- No... para nada... - levantó la vista con dificultad, la cual estaba vacía. Ni siquiera sabía que decir; había olvidado completamente la razón por la que había reunido a sus hermanos.

Trata de recordar, cundo inevitablemente vio nuevamente su discusión mental con la Coatlicue falsa. Estaba a punto de levantarse e irse nuevamente cuando un par de oraciones sacudieron su mente.

« Un verdadero rey, como mi hijo... »

La idea se infiltró en su cabeza y en cuestión de segundos obtuvo una deducción simple. Y, aun con sorpresa por haber llegado a esa conclusión, habló a sus hermanos.

- Hay que matarla... Mataremos a Coatlicue...

- ¿Eh?

- Ella nos ha hecho mucho daño - comenzó a hablar - Rompió nuestras leyes, tuvo relaciones ilícitas y concibió un bebé fuera de la ley... un bastardo que... planea matarme...

- ¿Qué? ¿Qué diablos dices hermana?

- Si... - miró con determinación a sus hermanos - Pude verlo. Una visión del futuro. Coatlicue tuvo a su hijo bastardo, y durante estos 6o00 milenios lo educó para quitarme el Reino de Aztlan.

- ... - Cuahuitlícac de inmediato pensó que todo era una completa locura, pero el aura oscura de Coyolxauhqui le obligaba a permanecer en silencio.

- Hay que matar a ese bastardo. Ese maldito intento de Dios quiere venir hasta aqui, para matarnos y quitarnos nuestro reino. Pero no lo permitiré: ese bastardo no tiene sobre nuestras tierras desde que fue engendrado por Coatlicue...

» Y también debemos matar a Coatlicue. Ella no sólo dio a luz a un hijo que quiere destruir nuestro sistema, sino que también, mientras sigamos con vida, esa ramera será el recordatorio de nuestra vergüenza. Solamente hasta que ambos estén muertos, nuestro linaje se liberará de este terrible pecado y su plan maldito, y solo así seremos capaces de gobernar Aztlan. Solo así seremos la pureza que merece esta tierra...

Una oleada terrible de recuerdos interrumpió de inmediato todo el monólogo que había formado.

[ - ¿No crees que eres seca y fría con Yacatecuhtli? Él ha servido como mensajero privado de Aztlan desde antes que tu tomarás ese trono.

...

- Solo digo. Puedes ser un poco más carismática con todos aquí.

...

- Solo conmigo, jovencita... Deberías sonreír más de vez en cuando. Al vez así también consigas algún novio...

...

- ¡Mamá! Deja de decir tantas cosas falsas de mi... ¡No necesito de ningún hombre para ser feliz! Te tengo a ti, la madre que me cuido y me crió para ser la reina de Aztlan que soy el día de hoy.

- Tampoco me des todo el crédito a mi. Tú demostraste tu lugar en este reino, y así fue como conseguiste tras todo este esfuerzo convertirte en esta reina.

- Bueno... ¡Como tu digas querida madre! - con sus fuerzas, Coyolxauhqui abrazo muy cálidamente a su madre - Gracias por todoo lo que has hecho, y lo que me has entregado...

- No tienes que agradecerme nada. Ese... es el deber de una madre... ]

Coyolxauhqui fijo su mirada hacia un punto indeterminado, en donde vio nuevamente la figura de Coatlicue, pero esta vez lucia su hermoso semblante de alegría y además traía un bulto envuelto en tela entre brazos. Parpadeó un par de veces y la imagen desapareció de sus ojos.

- Hay que... matarla... Matar a esa maldita puta que nos ha deshonrado... y matar al maldito Dios que quiere matar a la legítima reina de Aztlan...

ASFD

...

Recordatorio: La publicación de capítulos es cada 21 días.

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