Capítulo 15: Representante

- ... Hace mucho frío...

Sentada sobre una caja de madera, Himiko estaba fuera de su casa y apoyada en la pared junto a la puerta. El frío de la noche se coló nuevamente en su cuerpo, a pesar de los abrigos que tenía puestos, por lo que se abrazó a si misma para entrar en calor.

- ... Tal vez deba entrar en casa... y esperarlo allí...

La chica pensó en eso, pero rápidamente se negó.

- No. Debo estar lista para cuando llegue Nakahiko.

¿Nakahiko? ¿Quién es él?

Para saber su identidad y el contexto debemos remontar la historia al año 191 d.C, 3 años antes de este momento.

...

La relación entre Ameno Hibiko y Okinaga Himiko seguía avanzando con la misma tranquilidad que llevaba por 2 años. Himiko se hacía la difícil, mientras que Hibiko no se rendía.

En ese tiempo, la chica descubrió algo muy interesante. Las piedras que su madre le había regalado, aquellas que habían sido "bendecidas" por el Dios de la fortuna, realmente tenían poder, magia, o algo dentro de ellas.

Comenzó a usar el collar para su cabello durante sus entrenamientos. Y en todas las sesiones podía sentir en su cuerpo el fluir de una extraña energía, amable y empática, que le permitía manejar su espada con mayor delicadeza, agilidad y fuerza.

Por otro lado, un día en su casa, la espada de entrenamiento que usaba emitió un brillo púrpura después de que ella se enojara por una simple tontería, y antes de darse cuenta ya había cortado un adorno en 2 partes con solo el movimiento de ese brillo púrpura.

- No... ¡Debe ser esto una coincidencia! Estoy siendo demasiado supersticiosa...

Se repetía lo mismo día y día, pensando que su mente la engañaba para creer en la magia de un par de piedras de río. Pero, ese tema sería el menor de sus preocupaciones.

Tiempo después de que recibiera ese regalo de su madre, Himiko estuvo a punto de ser secuestrada.

Ella se encontraba en el campo del arroz de sus padres, cuidando los sembrados mientras ellos estaban en el pueblo para vender su producto; los bandidos aparecieron de entre las cosechas vecinas y trataron de raptarla.

Ese día no traía su collar, por lo que fácilmente Himiko estaba ya atada de manos, piernas y con la boca tapada, siendo llevada por unos 3 hombres que la cargaban de los extremos. Y por más que ella se retorcía y trataba de gritar, no había forma de librarse de esos hombres.

Hasta que...

- ¡Hey! ¡Qué hacen, malditos!

- ¿Huh? ¿Y tú quién eres?

- ¡Suelten a esa mujer!

- ¡Ven por ella!

Un muchacho que transitaba por el lugar se dio cuenta de la situación y sin pensarlo corrió a su auxilio. Himiko estaba muy atónita al ver cómo aquel hombre se arriesgaba tanto por una mujer que nunca antes había visto.

Después de una pelea largo y casi eterno, se deshizo de todos los bandidos él solo. Y entonces Himiko pudo conocer la identidad de su héroe.

Tarashi Nakahiko. Un hombre que pasaba por esos campos mientras buscaba algún terreno que comprar para también invertir en un negocio de arroz.

Aunque en esos momentos la chica estaba muy asustada y paralizada por su intento de rapto, Nakahiko no perdió la oportunidad de visitarla regularmente y hablar más con ella.

Gracias a todo eso, desde el primer instante en que se conocieron, el corazón de la joven Okinaga Himiko sintió por primera vez esa clase especial de amor; el sentimiento que le indicaba por primera vez cuál era su tipo de chico, mientras que Nakahiko sufrió de un severo caso de amor a primera vista. Ambos rápidamente se rindieron enamorados el uno del otro.

Nosukune y Hime conocieron a Nakahiko y aceptaron de buena gana la amistad entre él y su hija después de su heroísmo, aunque había mucha tensión por el poco discreto amor entre ambos; Hime estaba algo confundida aunque lo aceptaba y trataba de asimilarlo, mientras que Nosukune seguía decidido a emparejar a su hija con el príncipe de Silla. De hecho, gracias a él Ameno Hibiko aún era recibido en casa para llevar a Himiko a esas complicadas citas que elaborada.

Y fue en una de ellas que Himiko supo la verdad: los bandidos eran empleados de Ameno Hibiko, contratados para llevar a Himiko ante él.

Su plan original era llevarla a su palacio y mantenerla allí cautiva, sana y salva en todos los aspectos, hasta que Himiko aceptará casarse con él; un plan bastante infantil. Aunque, el método que usaría era engañarla con una de sus típicas invitaciones pero los empleados optaron por violar a Himiko antes de llevarla a él.

La chica quedó destrozada al enterarse de la verdad. Aunque Ameno no era un hombre de su agrado, Himiko había llegado a considerarlo un amigo muy cercano. Escuchar dicha verdad de sus labios la dejó con sus sentimientos muy heridos.

Mientras Himiko se la pasaba día y noche mojando su habitación con sus lágrimas, Ameno Hibiko buscó la forma de reconciliarse con ella, pero la chica ni siquiera volvió a ver su rostro.

Nosukune se sentía estafado y decepcionado por terminar con las manos vacías, pero sentir a su hija llorar en su hombro o regazo hasta que se quedara dormida le dio oportunidad de reflexionar su comportamiento como padre. Hime trataba de consolar y animar a la joven todos los días, sin mucho éxito.

En ese contexto, Nakahiko se volvió otra vez asunto que atender. Debido a problemas familiares, el chico había estado ausente desde antes que Himiko supiera la verdad, y después de escuchar que durante amada vivía en depresión diaria regresó por ella.

Ocurrieron varios acontecimientos en ese periodo. Desconfianza, insistencia, fidelidad de los padres, discusiones personales y muchas demás cosas. Pero, un acto de amor fue suficiente para apaciguar las dudas y los momentos de oscuridad: el primer beso de la pareja, que había robado Nakahiko, y primer beso de Himiko.

Gracias a ese beso, todo lo que creía Himiko desapareció y volvió a ella la joven que se había enamorado locamente del caballero que la salvó.

El castigo por ese acto que ocurrió frente a los mismísimos padres fue el confinamiento de Himiko por todo un mes en su casa, pero a ella ya no le importaba; solo tenía en su cabeza el nombre de Tarashi Nakahiko.

Por 2 años, Nakahiko y Himiko mantuvieron un romance prohibido. Parecía una vida de comedia, comparado con lo que había ocurrido anteriormente, pero ese era el descanso que necesitaba la chica para superar esos traumas.

Ambos estaban muy enamorados; Nosukune en general era el obstáculo entre ambos, mientras que Hime apoyaba las decisiones de su hija. Sin embargo, el misterioso pasado de Nakahiko era una mancha negra de la cual dudar demasiado.

Meses antes, los jóvenes idearon un plan: escapar juntos para casarse y vivir su vida plena. Mas que por necesidad, a ambos muchachos les parecía una extraña aventura de amor la cual estaban ansiosos por recorrer. Así que sin mas, en los pequeños tiempos donde los padres le permitían a Himiko salir de casa, la pareja hizo todo el plan.

...

Y llegó la noche esperada. Himiko seguía sentada esperando en medio del frío a su amado, con sus pertenencias de mayor valor envueltas en una sábana junto con algo de comida para el viaje, depositados a un lado de la caja sobre la que estaba sentada.

Aprovechaba que sus padres tardaban demasiado de regresar del pueblo, posiblemente por el frío que se desataba, o tal vez porque los pueblerinos aceptaban que el arroz de los Okinaga era un manjar que probar.

Los pasos en medio de la oscuridad alegraron su corazón durante un momento, pero de inmediato intimidaron a su mente tras los recuerdos de su vida con Ameno Hibiko.

Usando una lámpara de aceite que ya estaba casi apagada la levantó y dirigió hacia los pasos para tratar de iluminarse, pero la que traía el visitante era más luminosa.

Se trataba de Nakahiko, montado en una vaca, y mejor iluminado que la chica. Himiko al verlo sonrió y corrió a su encuentro, y en cuanto Nakahiko bajó del animal, la chica se abalanzó a sus brazos.

- ¡Cariño! - Himiko le dio muchos besos coquetos en el cuello y rostro - ¡Si llegaste! ¡Si llegaste!

- ¡Por supuesto! Nunca te dejaría abandonada.

Ambos se dieron un beso en los labios y tras unos segundos se separaron.

- ¿Lista para irnos?

- Si, pero... - Himiko tuvo un momento de silencio para pensar su decisión - ¿Estás seguro de que... mis padres no se enteren?

- ¡No habrá problema! - sonrió Nakahiko - Solo nos ausentaremos hasta casarnos, y así tu padre no nos podrá matar.

La chica siguió con sus dudas, mirando de un lado a otro.

- Es que... si hablamos con ambos, estoy segura de que... no se opondrán...

Nakahiko sonrió con calma y la tomó de la barbilla con delicadeza.

- ¿Quieres que lo cancelemos? Si decides que no lo hagamos, yo daré media vuelta y nada de esto pasó.

Himiko lo pensó un par de veces, con varias dudas que surgían de su mente y la bombardeaban. Después de un largo rato, negó con la cabeza de manera tímida.

- N-No, no lo cancelemos. Estoy... decidida. - tomó una mano del chico y la entrelazó con la suya - Quiero casarme contigo, Nakahiko.

- Y yo contigo, Himiko - sonrió el chico con felicidad - Porque te amo.

- Yo también te amo.

Ambos volvieron a darse un beso en los labios. Después de eso, se dispusieron a partir, pero la chica lo detuvo.

- Solo quiero dejar algo. Espérame un momento.

La chica entró en la casa, tomó un pedazo de papel que estaba tirado y con un poco de tinta escribió un mensaje de despedida; nada formal, sino un simple "Me fui, y regresaré en un par de años. Los quiero".

Después, salió y tomó sus cosas, y junto al chico partieron de esa casa donde había vivido por unos 25 años. Durante el viaje, Himiko de vez en cuando volteaba y veía como poco a poco desaparecía su hogar en la oscuridad, pero la sensación de abrazar a su futuro esposo era más que suficiente para saber que esa alocada decisión era lo que realmente quería.

...

Año 195 d.C

Unos meses después de su casamiento, la pareja vida feliz en un terreno que compraron. Su casa apenas construida estaba muy lejos de ser cómoda, pero era amigable para que la pareja viviera en paz y tranquilidad.

Unos días atrás, Nakahiko había puesto una puerta para tener más seguridad en su hogar, que fue estrenada por un hombre que comenzó a tocarla varias veces, un día muy por la mañana.

- ¡Señor Tarashi! ¡Tengo un mensaje importante para usted!

Nakahiko, quien era de sueño muy ligero, se vio molestado por el ruido incesante del desconocido, por lo que se levantó de la cama y fue hacia la puerta. Sin embargo, un par de brazos femeninos y delicados rodearon su costado y ejerciendo ligera fuerza le impidieron continuar.

- ¡Nooo~! - Himiko, medio dormida y con una sonrisa en sus labios - Quédate un rato más~... Me dará frío~

- No te preocupes cariño - le sonrió Nakahiko - Solo atenderé a la puerta.

- Ahhh~ Deja que toquen. No es nada a importante.

- No lo sabremos hasta que salga.

- Okey~ - después de eso Himiko bostezó y volvió a quedarse dormida.

Nakahiko continuó con su camino, tomó una camisa para vestirse y abrió la puerta, encontrándose a un mensajero montado en caballo y vestido como un guerrero, seguido de un pequeño grupo de soldados montados a caballo. La cara de Nakahiko se frunció en una expresión de enojo.

- ¿Qué quieres?

- Su tío ha fallecido, y no tuvo descendencia. Usted es el pariente más cercano hacia-

- ¡No puede ser! Justo cuando ya estoy casado, se tuvo que morir.

- ¿Oh? ¿Está casado, mi señor?

- ... Diablos. No debí decir eso...

Nakahiko se restregó la cara con molestia, soltando suspiros de queja constantemente.

- Supongo que no puedo rechazarlo.

- Usted sabe lo que pasará si lo rechaza.

- Y... supongo que me seguirán jodiendo.

- Si lo quiere considerar de esa forma, entonces si.

Nakahiko suspiró con fastidio.

- Quédense aquí. Hablaré con mi esposa.

- Lo esperaremos, mi señor.

Nakahiko cerró la puerta tras de sí, y se dirigió nuevamente a donde dormía Himiko. Se sentó sentó a la orilla de la cama y pudo admirar con un momento a su amada esposa.

Okinaga Himiko, quien respiraba con tendencias a ronquidos, un diminuto hilo de baba apenas visible, cabello hecho un desastre y dueña de todas las sábanas. A pesar de eso, aquel hombre estaba locamente enamorado de Himiko.

Con delicadeza, Nakahiko sacudió los hombros de Himiko hasta despertarla, cosa difícil puesta que ella era de sueño pesado.

- ¿Eh? ¿Cariño?

- Buenas días, linda.

- ¿Días? ¿Ya salió el sol?

- Si, así es.

Himiko, aún presa del sueño, bostezaba y sus ojos permanecían medio cerrados. Sonrió medio dormida y se lanzó al cuello de sus esposo.

- ¡No importa que sea de día! Vuelve a la cama conmigo.

- Tenemos que hablar de algo muy importante antes.

- ¿Eh~? ¡Nooo~! - la mujer negó con la cabeza de manera coqueta - Siempre que son temas importantes, es fuera de la cama. Y hashe musho frío~

- Pero, en serio tenemos que hablar.

- ¿No podemos dejarlo para después~? - Himiko abrazó el cuello de Nakahiko, y lentamente volvió a quedarse dormida - Más tarde, cuando esté más... más...

Otra vez se durmió, cosa que Nakahiko supo de inmediato. Por eso le soltó la noticia importante al aire libre.

- Voy a ascender al trono imperial de Japón.

Aquello fue lo suficientemente sorprendente para que Himiko despertara en su totalidad y dirigiera su mirada para coincidirla con la de Nakahiko.

- ¿Qué?

...

Himiko supo la verdad.

El verdadero y tan misterioso pasado de su esposo, Tarashi Nakahiko, es que él es parte de la realeza japonesa; para ser más exactos, uno de los príncipes.

Su tío, el emperador de Japón, falleció unos días antes de que el mensajero llegará hasta el terreno de la pareja; el motivo por el cual Nakahiko fue buscado era que el emperador no tuvo descendencia, y Nakahiko era el mayor de los demás príncipes candidatos.

Aunque era demasiado sorprendente para creerla, para Himiko fue más fácil de digerir que la verdad de Ameno.

Y aquel día, pocas horas después, la pareja se mudo de su terreno a los palacios imperiales. Nakahiko fue coronado por emperador de Japón, cambiando su nombre a emperador Chuai, mientras que Himiko se convirtió de un día al otro en la emperatriz consorte Himiko, aunque la comenzaron aún conocer más como reina Himiko.

La vida de la joven había cambiado tan drásticamente que ni siquiera ella sabía cómo vivir esa nueva vida; muchas veces se dejó llevar por sus caprichos y deseos que comenzaban a volar, y muchas veces su fanatismo la hizo tomar decisiones cuestionables.

En medio de su emoción por aquella nueva vida, Himiko trajo a sus padres para vivir en el palacio, mientras que ella conoció a los familiares y padres de su esposo.

Pero, no todo era tanta diversión.

El tío de Nakahiko había dejado muchos temas pendientes que resolver, entre ellos las relaciones políticas y comerciales con el reino de Silla, el cual también había recibido un cambio de rey. Nakahiko tuvo que resolver todo en cuanto ascendió, por lo que sus momentos con Himiko prácticamente desaparecieron.

Una tarde fría de otoño, Nakahiko había terminado muchas labores y reuniones con la mesa directiva a tiempo. Por lo cual, subió y entró en la alcoba real de Himiko.

La mujer, de 28 años en aquel entonces, escuchó los pasos en su habitación y volteó para ver de quien se trataba. En cuanto supo que era Nakahiko, sonrió emocionada.

- ¡Cariño!

Sin dudarlo, avanzó a toda velocidad, considerando las grandes vestimentas que ahora se posaban sobre ella, y abrazó al emperador de Japón.

- ¡Ha pasado mucho tiempo, cariño!

- Lo sé, linda - Nakahiko besó la frente de Himiko - Ya extrañaba tenerte de nuevo en mis brazos.

- Yo también - Himiko restregó su cabeza en el pecho de Nakahiko.

- Mi hermosa... "emperatriz Jingū"...

- ¿De dónde sacaste ese apodo?

- Simplemente... soñé que con ese nombre. Y decidí dártelo a ti...

- ¡Jeje, eres muy lindo, cariño!

Himiko se quedó en silencio ejemplo aquella postura, hasta que se le ocurrió comentar sobre un cierto tema.

- Deberías tomarte todo esto más a la ligera. Eres el emperador; podrías dejar que todos esos consejeros hagan tu trabajo, mientras tu atiendes a tu linda esposa.

- ¡Cuanto me gustaría poder hacerlo! - suspiró Nakahiko - Pero, no puedo.

- ¿Por qué no?

- Hay muchos asuntos de los cuales debo cerciorarme que se hagan de manera correcta. Como los asuntos diplomáticos con el reino de Silla.

- ¡! - para Himiko, escuchar ese nombre era un retumbar dentro de su espíritu.

Los 2 estuvieron así, en silencio, acompañados por el sonido del viento y de sus respiraciones, permaneciendo abrazados como tanto lo amaban.

Después de dicho tiempo, Himiko preguntó.

- ¿Te gusta tu vida como emperador?

- ¿Eh? ¿A qué viene tu pregunta?

- Solo... quiero saber... - suspiró ella - A veces, en las pocas veces que te veo, te siento muy cansado, agotado y fastidiado. Y... me preguntaba si te gusta ser emperador.

Nakahiko se quedó en silencio, hasta que volvió a hablar.

- Digamos que... la vida de un rey nunca ha sido mi favorita. Vivir entre lujos y riquezas siempre me pareció exagerado. Por eso me fui del palacio y tuve una vida de campo antes de conocerte.

- ¿Entonces... por qué aceptaste ser emperador? ¿O, mejor dicho... podías rechazar ser emperador?
No
- Si, si podía rechazarlo. Tras un largo infierno de textos y testigos, uno de mis primos hubiera sido el siguiente, o tal vez alguno de los consejeros.

Himiko se separó de Nakahiko para mirarlo a los ojos.

- Entonces... ¿Por qué lo aceptaste? ¿Por qué aceptaste ser emperador

Nakahiko sonrió ante esa pregunta.

- ¿Acaso no es obvio? Todo esto es por ti.

- ¿Eh? ¿Por mi?

- Si. Tu eres la mujer de quien estoy locamente enamorado; solo eso me basta para incluso entregar todo mi reino a ti.

Ante eso, Nakahiko selló sus palabras con un beso en los labios de su esposa, quien le correspondió.

Ella se sentía muy emocionada y orgullosa por escuchar eso, pero un antiguo pensamiento invadió su mente, dejándola con una extraña culpabilidad.

Himiko separó el beso y miró de frente a Nakahiko.

- Pero, cariño... Eso significa que no eres... feliz...

- ¿Hm?

- Nakahiko... - la mujer tomó sus manos con un apretón cariñoso - Estás renunciando a tu felicidad por mi.

- Himiko, no estoy interesado en mi felicidad. - Nakahiko separó una de sus manos para acariciar la mejilla de Himiko - Me interesa la tuya, y siempre que pueda conseguirla, haré lo que sea.

La mujer se sintió mimada con la mano en su mejilla, por lo que se inclinó a ella. Pero la culpabilidad le invadió nuevamente, por lo cual negó con la cabeza y volvió a mirarlo de frente.

- No. Mañana volveremos a nuestra casa en el campo.

- ¿Eh? ¿Qué dices?

- No viviré con esto, Nakahiko. - Himiko se separó de Nakahiko y de un momento a otro se puso molesta - No puedo ser feliz a costa tuya. Allá en nuestra casa ambos éramos felices. Así que mañana de inmediato volveremos allá.

- ¡Himiko, no tomes ninguna decisión apresurada! Esto es lo que escogí para ti.

- ¡Pero, yo no puedo aceptarlo! ¡No puedo-!

La puerta fue tocada varias veces, interrumpiendo el momento. Himiko respiró con dificultad, mientras que, Nakahiko fue con molestia.

- ¿Emperador?

- Si, ¿Qué pasa?

- Los embajadores de los 3 Reinos acaban de llegar.

Nakahiko agachó la mirada con enojo, mientras resoplaba. Después de unos segundos, se dio la vuelta para salir de la alcoba.

- Voy enseguida - antes de salir, volvió la mirada para ver a Himiko - Hablaremos de esto más tarde, ¿Okey?

Himiko solo aceptó con el movimiento de su cabeza.

En cuanto Nakahiko salió y abandonó la habitación, Himiko terminó por romper en llanto leve y susurrante.

« No pude hacer que mi padre estuviera orgulloso de mi, aún cuando entrene la espada que a él le gusta. Y ahora, he derrochado los lujos de este palacio a costa de la felicidad de mi marido... ¿No... no puedo hacer nada bien...? ¿Por qué?... »

...

Año 205 d.C

Himiko observaba en atención y silencio desde el balcón de su alcoba a un grupo de soldados que entrenaban en el patio del palacio; se trataba de la siguiente generación de samurai que se encargarían de la protección del palacio.

Esto por orden de Nakahiko, puesto que las relaciones entre Japón y Silla se habían vuelto tensas en aquellos momentos. Y, gracias a esto, Himiko pasaba más tiempo sola.

En ese momento, la mujer recibió una oleada de recuerdos, y sonrió de forma involuntaria.

« Que tiempos aquellos... Hace muchos años que no he tomado una espada. »

- Majestad, su te del mediodía.

- ¡Oh! Muchas gracias Homutawake.

Entre todos los siervos del palacio a disposición de la reina Himiko, estaba el joven Homutawake de 15 años. Un chico que lamentablemente había perdido a sus padres poco tiempo atrás, por lo cual tuvo que venderse como esclavo al palacio real para tener techo y comida. Nakahiko encargó al joven personalmente para cuidar a Himiko mientras se ausentaba, y desde que fue asignado, ambos se habían conocido mucho, al grado de que Himiko le tomó mucho cariño y confianza.

- ¿Y bien? - Himiko caminó en la sala hasta llegar al sofá principal - ¿Qué pasó con esa chica?

- ¡!

Homutawake se asomó por toda la habitación, asegurándose que no hubiera nadie más, y una vez confirmado corrió a sentarse en el otro sofá de la sala.

- ¡Me ha ido maravilloso, Majestad! Al principio creí que no le gustaba, pero ayer que hablé con ella... ¡Supe que también le gusto!

- ¡Muy bien Homutawake! - sonrió ella con orgullo y satisfacción - ¿Usaste mis consejos, verdad?

- Por supuesto que si Majestad. Me ayudaron mucho.

- Entonces parte de tu éxito es mío - bufó con soberbia juguetona - ¿Y? ¿Cual es tu siguiente paso?

- Pues... quería invitarla a cenar, pero... su Majestad y esposo me ordenó que en todo momento debo cuidar de usted.

- No te preocupes por mi Homutawake - sonrió Himiko con seguridad - Tú puedes ir con ella, si es que de verdad es la indicada.

- ¿Está segura? No me gustaría que estuviera en peligro|

- No te preocupes - volvió a sonreír - Estaré bien.

- De acuerdo Majestad. Muchas gracias. Y... debo decir que usted es una persona maravillosa.

- Muchas gracias. - sonrió con timidez Himiko - Pero no es para tanto...

- Por supuesto que es mucho. Me ha ayudado y hasta ha cuidado de mi cuando yo debo cuidar de usted. Es una mujer magnífica.

- Gracias, Homutawake. - se sonrojó levemente Himiko.

- Si no es mucha molestia. - preguntó el chico con mucha discreción - ¿Por qué no ha tenido hijos? Veo que tiene todo lo que se necesita para cuidar de un hijo.

- Oh eso... - suspiró Himiko - Pues, como bien sabes.. nunca tengo tiempo para estar con mi esposo, así que... tener un hijo ha sido imposible para nosotros.

- ¡Oh, es cierto! - se lamento Homutawake - ¡Disculpe mi curiosidad!

- No tienes que preocuparte. Hemos estado casados un largo tiempo y es normal que la gente pregunte esa clase de cosas. - sonrió la mujer.

- Bueno, Majestad... - Homutawake se levantó - Muchas gracias por sus consejos, y si no le molesta me gustaría... invitar a cenar a esa chica para esta noche, antes de que pase algún imprevisto.

- ¡Eso es algo bueno! - le felicitó Himiko - Puedes retirarte.

Homutawake se dio la vuelta pero entonces Himiko recordó algo.

- ¡No, espera!

- ¿? - Homutawake se detuvo en medio de su salida.

- Antes de retirarte... hay algo que realmente me gustaría hacer, y que me ayudes.

- ¿? ¿A qué se refiere, Majestad?

- Sobre... eso... - se levantó y caminó con delicadeza hasta el palco, para señalar a los samurai entrenaban en el patio.

Homutawake se asomó en el palco junto con ella.

- ¿Oh? ¿El arte de las espadas de los samurai?

- Si. Me gustaría... seguir aprendiéndolo.

- ¿Eh? - Homutawake se sorprendió bastante - ¿Ya lo practicaba?

- Antes de ser emperatriz, asistí a un dojo por 16 años. Pero, después de casarme, dejé eso de lado. Me gustaría retomarlo.

- ¡Ya veo! Y... ¿Tiene alguna motivación en particular, para volver a retomarlo? ¡Digo! Solo es mi curiosidad.

- Pues... - comenzó a explicar la mujer - Creo que... aprender bien a usar un arma sería algo bueno para situaciones como esta noche que estaré sola por tu cita.

- ¡Oh, Majestad! - se lamenro Homutawake e hizo una reverencia - En ese caso, retiraré mis planes y-

- ¡No, para nada! - le detuvo Himiko - No te detengas por mi. Tu... haz tus planes. Pero, me refiero más a situaciones como... cuando estemos de viaje mi esposo y yo; para poder defendernos de bandidos y esas cosas. Creo que sería algo bueno.

- Entiendo Majestad. - respondió Homutawake.

- Además... - « Mi esposo esta muy disgustado con vivir en todo esto, y sé que debo hacer algo por él. No sé si funcione, pero... tal vez si le muestro mi arte en la espada podré hacerle olvidar sus disgustos... ¡Realmente quiero hacerlo feliz! »

- ¿Además?...

- No, nada. Algo... más personal... - sonrió Himiko con inocencia - Entonces... ¿Puedes ayudarme Homutawake?

- Eh... - el chico pensó un poco - Creo que si podría, Majestad. Pero... - señaló a los estrenadores - Podría acercarse con ellos y pedirles ayuda... ¡N-No es que quiera estar fuera de sus asuntos, para nada! ¡Pero creo que ellos están más capacitados en esas cuestiones que yo!

- No, Homutawake, no - sonrió Himiko - No quiero ayuda en eso.

- ¿Entonces, Majestad?

- Quiero contratar a mi antiguo maestro. Además, también me gustaría comprar una espada, o preguntarle a mi padre sobre la que tenía en sus tiempos de espadachín. Y me gustaría que me acompañaras para recolectar todo esto.

- ¡Oh, entiendo Majestad! Y por cierto... ¿Quiere que le informe a su esposo?

- No, para nada - respondió Himiko casi de inmediato - Si él se entera... No sé si pueda molestarse, pero lo más seguro es que me prohíba hacerlo.

- ¿Por qué?

- Digamos que es un poco sobre protector - sonrió Himiko - Diría algo así como "una belleza como tu no necesita eso", y me gustaría evitar una discusión más con él. Ya tiene muchas cosas con las cuales manejar para que su linda esposa le meta en problemas.

Homutawake se emocionó ante eso.

- ¡Usted si que es maravillosa!

Himiko se sonrojó un poco, con un sentimiento de vergüenza, antes de continuar.

- Entonces... ¿Podrías ayudarme a encontrar a mi maestro y una espada?

- ¡Por supuesto Majestad! - afirmó Homutawake - ¡Haré todo lo que me pida!

- ¡Gracias Homutawake! - Himiko sin evitarlo abrazó al muchacho - Sabía que podría contar contigo.

- Gracias a usted Majestad, por confiarme esta misión importante.

- Entonces, ¿Empezamos de una vez?

- ¿Tan pronto, Majestad?

- ¡Entre más pronto, mejor! ¡Al ataque!

Unas horas después, Himiko y Homutawake enlistaron los caballos, y junto a un grupo de soldados con la recusa de ser ese un viaje de paseo salieron en la búsqueda de las peticiones de Himiko.

La espada fue fácil, y hablar con su maestro no fue tan complicado, excepto por unos pocos golpes en la cabeza debido a la desaparición repentina de Himiko. Pero, antes de que la noche terminara, ella tenía todo en sus manos.

Y así comenzó su segundo entrenamiento con la espada.

...

Año 209 d.C.

Durante esos 4 años, la mujer entrenó y pulió su arte con la espada de forma inagotable y frenética, con el objetivo de alcanzar la perfección según sus propios estándares para complacer a su marido aún ausente. Pero, el camino que recorrió no fue nada fácil.

En los primeros días, después de retomar la espada luego de años sin tocarla, hubo mucho descuido, floreros que cayeron al suelo rotos; cortinas, sábanas y prendas de vestir desgarradas, e incluso una que otra persona herida.

A pesar de eso, Himiko seguía esforzándose y practicando todos los días, incrementado semana tras semana sus horas de entrenamiento; e incluso muchas veces decidió experimentar movimientos y enseñanzas más allá de las que le daba su maestro.

Y asi, Himiko fue creciendo como una onna bugeisha inigualable.

Una mediatarde, mientras el emperador Chuai estaba fuera del país debido a un enésimo viaje diplomático con el reino de Silla, Himiko estaba en su patio privado, sosteniendo la espada que le habían regalado de cumpleaños y respirando con calma, mientras el agua de una fuente frente suya corría a cántaros.

Su maestro le acompañaba, para verificar el último avance de Himiko y aprobar la prueba que le impuso, mientras que Homutawake estaba allí para cuidar del patio ante cualquier daño colateral.

Himiko volvió a respirar, calmando su mente y sus emociones para conseguir el movimiento ideal. Y de repente, fijando su fuerza en sus brazos, abrió sus ojos y miró un chorro del agua de la fuente.

Dio un pequeño salto y con un movimiento de la espada movió la hoja que emitió un destello púrpura hacia el agua, con el objetivo de cortar el flujo.

Y por más imposible que sonaba la prueba, lo consiguió: en 2 partes casi iguales, el agua dividió sus camino en 2 ramificaciones, dejando pasar por en medio la hoja de la espada. Y como daño colateral ocurrió un segundo logro: la fuente de piedra se cortó en limpio por la mitad, la cual cayó al suelo y emitió un sonido grave y estruendoso mientras se hacía pedazos con el impacto.

Himiko sin evitarlo soltó un grito de susto, al tiempo que Homutawake y su maestro acudían a ella rápidamente para alejarla del peligro.

- ¡Majestad! ¿Está bien?

- ¡Okinaga! ¡Ten cuidado!

- Y-Yo... - Himiko estaba muy sorprendida; tras unos segundos de procesarlo, sonrió de orgullo - Lo hice. C-Corté el agua

Todos seguían sorprendidos, más por la fuente rota, y se quedaron en silencio. Pero Himiko no calló.

- ¡Corte el agua! ¡L-Lo hice...!

- ¡Claro que si, Okinaga! - sonrió muy orgulloso su maestro - ¡Ha conseguido algo imposible e impensable!

- ¡Felicidades Majestad! ¡Lo hizo!

- ¡Si, si, si, si! - Himiko abrazó a Homutawake con alegría - ¡Lo conseguí!

- ¡Así es, Majestad!

Después se separó la mujer y abrazó a su ahora anciano maestro sin dudar. El por su parte quedó algo sorprendido.

- Dijo que dejara el abrazo para cuando pasara la prueba... ¡Y ya pude pasarla! - sonrió la mujer con felicidad.

- Así es Okinaga. Ha pasado mi... última prueba...

Himiko sonrió de emoción y se separó para hablar con ambos.

- Finalmente... ¡Puedo mostrarle esto a mi esposo! ¡Mi cariño quedará complacido al ver mi avance!

- ¡Estoy muy seguro! - afirmó Homutawake. Pero, por su parte, el maestro no estaba muy a gusto con la motivación principal de su alumna.

- ¡Y no habrá que esperar mucho! - sonrió Himiko - ¡Mi esposo llegará esta tarde!

- ¡Es cierto! Los mensajeros me informaron que la embajada llegaría el día de hoy.

- Si... ¡Podré recibirlo con un hermoso regalo!

El día siguió transcurriendo, pero gracias a la gran emoción de Himiko el tiempo voló como una paloma a toda velocidad, y antes de que se diera cuenta, el anochecer comenzó a pintar el cielo.

Homutawake y su maestro estaban sentados en los escalones de la escalera principal del palacio, mientras Himiko permanecía de pie con su espada en mano y mirando la entrada del palacio, esperando con mucha paciencia.

Después de un tiempo, Homutawake se le acercó por enésima ocasión.

- Majestad, ¿Segura que no quiere sentarse?

- Muy segura - afirmó Himiko - Lo espere en medio del frío para casarnos. Puedo esperarla de pie en una situación como esta.

- ... Como usted decida, Majestad.

La espera siguió y siguió avanzando, hasta que...

Varios minutos después, los portones del palacio se abrieron. Himiko se sonrojó de la emoción y de un salto emprendió su viaje hasta la entrada. A sus espaldas, Homutawake y su maestro apenas se levantaban de los escalones para andar.

- ¡M-Majestad! ¡Espere!

Pero Himiko no los oyó. Ella solo tenía una cosa en mente, que se volvió incluso más importante que mostrar sus habilidades:

Volver a ver a su amado Nakahiko.

- ¡Cariño! - exclamó con una sonrisa Himiko, mientras llegaba al portón que se abría más - ¡Te extrañe demasiado-!

- ¡Abran paso por favor!

Pero la mujer se encontró con una escena muy diferente: varios servidores en el palacio entraban apresurados, cargando una camilla en la que se podía ver a un hombre herido.

Himiko, sorprendida y confundida, de inmediato se hizo a un lado para dejar pasar a los hombres, y detrás de ellos entraron por lo menos 10 grupos exactamente iguales que ese.

- ¿Eh?

- ¿Majestad? - Homutawake y su maestro hasta entonces llegaron a ella - ¿Qué ocurre?

- N-No lo sé.

Hasta el final del último grupo, entraban un grupo de rezagados que tenían heridas menores que cargaban vestimentas más lujosas que las de los demás. Himiko supo que se trataban de los consejeros que acompañaron al emperador Chuai.

Homutawake se acercó a ellos para informarse.

- ¿Mis señores? ¿Qué ocurre? ¿Qué es todo este alboroto?

- ¡Malas noticias, chico! - gritó uno de ellos - Nuestro grupo de embajada fue atacado.

- ¿Eh?

Himiko quería escuchar, por lo que se acercó al grupo con lentitud.

- ¿De qué hablan?

- Un grupo de piratas nos atacaron mientras regresábamos en el barco.

- Por las banderas, pudimos saber que se tratan de insurgentes que se oponen al rey de Silla.

- Apenas logramos salir con vida.

- Mandamos mensaje a los demás consejeros para discutir esta situación. - expresó uno de ellos con enojo - ¡Nadie más sabía de nuestra presencia en los mares de Silla! ¡Es más que obvio que ese "rey" envío el ataque!

- No podemos sacar conclusiones rápido, ¡Además que es una acusación seria!

Himiko comenzaba a marearse con gran rapidez tras captar y procesar toda la información que soltaban los consejeros. Pero, ente toda ella, solo había una pregunta que realmente le importaba hacer.

- ¿Qué le... pasó a mi... esposo...?

Todo se quedaron en silencio unos momentos, pero uno de los consejeros dio la terrible noticia si intenciones de ser sensible.

- Majestad... El emperador Chuai murió.

Himiko se quedó totalmente impactada por esas palabras, a tal grado que soltó la espada a sus pies.

- ¡Majestad!

- No... - los ojos de Himiko comenzaron a lagrimear - Dime que no es cierto... Esto es... una mentira...

- Si, Majestad. Lo sentimos, pero... El emperador está muerto.

- El ataque fue muy frenético, especialmente a barco donde estaba su Majestad.

- En cuanto el barco donde estaba fue destruido, los piratas se retiraron.

- ¡Por eso les digo que esto es un ataque directo del rey de Silla! ¡Ha declarado la guerra contra Japón!

Los gritos seguían, pero Himiko tenía sus oídos nublados y sus ojos llorosos. Y con palabras de dolor pudo expresar sus sentimientos.

- No... Nakahiko... mi amor... ¡¡NOOOO!!

...

- ¿Majestad, puedo pasar?

Sin esperar respuesta, Homutawake entró en la alcoba real. Trayendo consigo el te del mediodía, caminó hasta llegar a la mesa de centro en donde dejó la bebida.

Inmediatamente después anduvo hacia la cama de la alcoba, en donde estaba Himiko, envuelta en su ropa de dormir y entretejida con las cobijas. Homutawake se sentó en un costado de la cama, y con movimientos tiernos movió los hombros de la mujer.

- Majestad, ya es mediodía. Por favor despierte.

Tras largos intentos, Himiko soltó un resoplido antes de despertar. Abrió los ojos, y tuvo una imagen borrosa de su alrededor por lo que se los limpió. Entonces, pudo ver que era Homutawake quien estaba ahí, así que sonrió con un sentimiento maternal.

- Homutawake... buenos días~ - habló con lentitud y sueño, típicos de ella.

Giró en su cama para encontrarse que la otra mitad estaba vacía, por lo que volvió la mirada a Homutawake.

- ¿Dónde está mi esposo? Parece que no llegó en la noche... ¿Lo has visto?

- Majestad - le interrumpió el chico, con mucho pesar en sus palabras - Han pasado 2 meses desde que el emperador Chuai falleció.

- ...

Himiko se quedó callada, y antes de que Homutawake pudiera decir algo más, sus lágrimas corrieron con mucha rapidez mientras el sueño de la mujer desaparecía por completo.

- No... No es un sueño... ¡No!

Himiko golpeó su cabeza en la almohada que tenía, al tiempo que gritaba y sollozaba con mucha amargura.

- ¡Por favor, quiero despertar de esta maldita pesadilla! ¡Qué alguien me despierte!

- Majestad...

Tras un largo rato de esos movimientos frenéticos, Himiko se calmó y abrazó a su almohada, mientras lloraba y derramaba todas sus lágrimas en ella. Homutawake, acostumbrado a cómo transcurría la situación durante esos 2 meses, acarició los cabellos de Himiko con lentitud y suavidad para tratar de consolarla.

- Majestad. - habló Homutawake con lentitud - Sus padres vinieron a visitarla de nuevo.

Himiko no dijo nada en lo absoluto, sino que siguió llorando. Sin esperar más, el chico levantó su mano, indicándole a Hime y Nosukune que podían entrar; ambos, ya demasiado ancianos, caminaron en la habitación hasta la cama de la emperatriz.

- Muchas gracias, Homutawake - sonrió Hime con sinceridad.

- Si nos disculpas, muchacho. Quisiéramos hablar a solas con nuestra hija.

- Si, señores. Con su permiso.

Homutawake salió de la habitación en silencio, y Hime pasó a estar junto a su hija para acariciar su melena.

Esa no era la primera visita que hacían sus padres; todos los días alguien del palacio la visitaba para tratar de animarla. Ya fueran sus padres, Homutawake, su maestro, los consejeros, etcétera. Y, obviamente, todas esas visitas fracasaban, pero persistían.

- Hija... - habló con suspiros Hime, decaída más aún al ver el estado de Himiko.

- No quiero sonar pesado - repuso firmemente Nosukune - Pero, Himiko, debes superar esto.

Himiko dejó de llorar y levantó la vista, para encontrarse con sus padres. Se levantó y los abrazó a ambos, como si fuera una pequeña niña asustada.

- Papá... mamá... - se aferró a ellos mientras seguía llorando - Ya quiero despertar de esta pesadilla.

- A nosotros también nos gustaría que solo fuera un mal sueño - habló Hime con empatía - Pero no es así.

- No... - se negó Himiko con movimientos de su cabeza - No quiero esto.

- Himiko, hija mía. Tienes que superar esto. - afirmó Nosukune nuevamente - Sé que es doloroso, pero tienes un deber por delante que atender antes que-

- ¡Nosukune! - le regañó Hime - No es momento de discutir esas-

- Padre... - le interrumpió Himiko con lágrimas corriendo por sus ojos, las cuales trataba de limpiar tan pronto como salían - ¿C-Cómo quieres que lo supere? Nakahiko era el amor de mi vida. Era... una parte de mi alma.

- ... - Nosukune se quedó en silencio.

- Recuerdo que él me dijo... que odiaba esta vida de emperador. Lo fatigada y cansaba demasiado, y... esa vida fue lo que lo mató - volvió a llorar con fuerza ante su siguiente declaración - ¡Ni siquiera pude estar a su lado en ese momento! ¡Yo, que tanto me amaba como para soportar todo esto por mi, estaba lejos de él en sus últimos momentos!

- Himiko...

- Y por si fuera poco... Gaste años de mi vida en la espada, por él... - con enojo tomó una almohada y la arrojó lejos de ella - ¡Ser una espadachín no era mi sueño! ¡Gaste años para enorgullecerlo, y al final ni siquiera lo sabía!

Himiko volvió a su cama, donde lloró con más fuerza que antes.

- ¡No quiero superar esto! ¡No quiero dejarlo ir!

Ambos padre se quedaron callados. Aunque, Nosukune volvió a hablar, tratando de ser discreto.

- Himiko, no estamos en... una situación muy buena. La guerra contra Silla estalló después del ataque. Toda una nación... depende de ti...

Himiko gruñó con enfado y tomó otra almohada, que arrojó con todas sus emociones hacia su padre.

- ¡No quiero esto! - se negó rotundamente mientras una aura púrpura surgía de sus movimientos con las almohadas - ¡No quiero esta vida! Este palacio, estas joyas, todo este imperio... ¡No lo quiero! ¡No lo quiero!

- ¡Himiko! - sus padres se asustaron mucho.

- ¡No lo quiero! ¡Prefiero estar en el infierno toda la eternidad que estar en este... maldito palacio! ¡No quiero nada de esto! - Himiko siguió molesta con gran frenesí, lanzando objetos en la habitación, rompiendo jarros y destruyendo su propia cama.

Tras un largo rato, el propio cansancio de Himiko por no haber comido nada la calmó. Se quedó sentada en su cama, donde pronunció sus palabras vacías.

- Nakahiko estaba aquí solo por mi... No tiene ningún sentido estar aquí... ¿De qué me sirve esta vida vacía?

Tomó el collar de piedras, que ahora estaban en su ropa de dormir, y las miró con detenimiento. Después, sonrió burlona y con sarcasmo.

- Malditos Dioses... tanta fortuna tenía un costo, y nunca me lo dijeron. Ahora espero que hagan bien su trabajo... y me quiten la vida de una vez por todas.

De repente la puerta se abrió, dejando entrar un mensajero muy cansado y agobiado que llamó la atención de todos. Detrás de él, entró Homutawake para detenerlo.

- ¡Hey, tu! ¡No puedes estar ahí!

- ¡Majestad! - gritó el mensajero, mientras tomaba un rollo de papel - ¡Los soldados tienen un mensaje importante para la capital imperial!

- ¿Ah? ¿Acaso esos tontos siervos no entienden lo que es la privacidad? - Nosukune se levantó con movimiento muy lento se dirigió hacia el mensajero.

- ¡No puedes estar aquí! - Homutawake tomó al mensajero y se dispuso a salir.

- ¡Pero es importante! ¡Debo decírselo a la reina Himiko!

- ¡No digas ese nombre! - exclamó Nosukune - ¡Yo lo escogí, y solo quien yo quiera puede usarlo!

- ¡Pero...! - arrastrado por la fuerza de Homutawake y Nosukune, el mensajero comenzó a leer su informe con gran dificultad. - ¡"Las bajas son muchas, el ejército está diezmado. Se informa que el rey Ameno ha invadido gran parte de-"!

- ¡¡Alto!!

El grito de Himiko llamó a todos por sorpresa, asustándolos completamente incluido el mensajero. Ella, por su parte, levantó su cabeza con sorpresa y confusión,

- ¿Qué... fue lo que dijiste?

- ¿Eh?

- ¡Homutawake, padre! ¡Suelten a ese hombre! ¡Y tu: vuelve a leer tu mensaje!

Todos estaban confundidos en gran manera; era la primera vez en 2 meses que Himiko mostraba algo más que tristeza y soledad. Pero, sin esperar ni un segundo, obedecieron las ordenes de Himiko.

El mensajero se puso de pie en la habitación, y aclarando su voz, comenzó a leer desde el comienzo el mensaje.

- "Las bajas son muchas, el ejército está diezmado. Se informa que el rey Ameno ha invadido gran parte de Japón. Muchas ciudades fueron consumidas bajo su ejército, y se estima que sus fuerzas llegarán al palacio real en los próximos días. Informen a la reina Himiko de inmediato para llevar a cabo la evacuación de la capital."... - el mensajero volvió la vista hacia la parte superior del papel - Este mensaje se escribió hace 2 días. El ejército de Silla debe estar a un par de días de aquí.

Todos se quedaron en silencio ante el mensaje, sin poder proncunciar ninguna palabra. Pero, Himiko solo tenía 2 palabras en su cabeza, que golpearon en ella para sacar los peores recuerdos que tenía.

- ¿Cual fue... El nombre que dijiste? - habló Himiko, con una voz amenazante que nunca antes había tenido.

El mensajero se asustó bastante y soltó toda la información que sabía.

- S-Su nombre es Ameno Hibiko, actual rey de Silla. Estuve enterado que fue coronado al mismo tiempo que... El emperador Chuai. Y al parecer... Las diferencias de pensamiento y diplomacia entre su... su esposo y el rey Ameno fue lo que provocó tantas fricciones entre los países... por estos 14 años...

Himiko y sus padres se sorprendieron bastante al oír dicho nombre. Sin embargo, la edad avanzada de ambos padres les hizo una mala jugada.

- Ameno... Hibiko...

- Su nombre... me suena familiar...

Himiko de inmediato se movió de su sitio hasta levantarse de su cama, por primera vez en esos 2 meses. Homutawake se asustó mucho al ver que la emperatriz hacia eso tan de repente.

- ¿Qué? ¿Majestad?

- Todos fuera de mi cuarto.

Los presentes se asustaron mucho por la seriedad y frialdad con que hablaba Himiko, por lo cual sin titubear todos salieron del cuarto, dejando a Himiko sola.

Ella, por su parte, se quedó en silencio de pie, mirando hacia una de las ventanas de su alcoba. Puede que sus padres lo olvidaran, pero... Himiko definitivamente nunca había olvidado ese nombre, ese hombre, y sus acciones.

- Ameno... Primero quisiste oobligarme a casarme hasta el grado de secuestrarme, y ahora... tu... - la impotencia surgió en su cuerpo - Mataste al amor de mi vida, y... ahora destruyes mi nación...

Sollozó en voz baja al recordar de golpe todo lo que había vivido con Ameno Hibiko, especialmente su intento de secuestro y a Ameno confesando toda la verdad.

Pero, pensar en la muerte de su esposo, provocó que sus dientes rechinaran sacando el gran enojo que se apoderaba de ella. Su mirada se volvió muy agresiva, y sus ojos llorosos de tristeza pasaron a ser ojos iracundos con sed de venganza.

- Ameno Hibiko... ¡No te lo permitiré!

La mujer de inmediato fue hacia su vestidor, y en un santiamén dejó sus ropas de luto para vestirse de forma ligera y más sofisticada que antes. Fue hacia su cama, y tomó el collar de piedras que le regaló su madre, el cual después de mirarlo por un momento lo depositó en su cuello; fue al otro costado de su cama, en donde estaba la espada dentro de su funda, y tomó ambas antes de salir de su alcoba.

Afuera, sus padres, Homutawake, y el mensajero estaban esperando. Todos quedaron sorprendidos con el rápido cambio de vestuario y emociones en Himiko.

- ¿Majestad?

- Homutawake, manda a mis padres a un refugio seguro de inmediato.

- ¿Hija? - sus padres se preocuparon un tanto.

- No se preocupen. Homutawake los cuidará. - les aseguró la mujer, con seriedad y seguridad que antes no había mostrado - Homutawake, llévalos ahora.

- ¡Enseguida!

- Tú - habló hacia el mensajero que llegó - Llama a los capitanes del ejército para reunir a todos los soldados que tenemos en el palacio. Y si alguien no quiere hacerte caso, diles que es una orden directa de la reina Himiko.

- ¡De inmediato, Majestad!

El mensajero salió corriendo de inmediato, mientras Himiko caminaba hacia su sala de armas personal. Mas bien, esa sala de armas era de Nakahiko y los emperadores que estuvieron antes que él.

Sabía donde se encontraba, por lo que rápidamente llegó hasta ella. Entró, y busco entre las habitaciones y divisiones del almacén hasta llegar a lo que buscaba específicamente. Una armadura samurai, que habían construido para Nakahiko pero que nunca usó.

Por un momento la admiró, pero sin perder más tiempo bajó sola la armadura y como pudo la puso en su cuerpo, sin que faltará una sola pieza. Estando ahí sola, sintió una nueva oleada de dolor, por lo que lloró en voz baja con la cabeza gacha.

- No voy a dejarte ir, cariño... - susurró para si misma, con sollozo - No voy a dejarte ir... Todo lo contrario, espero que me acompañes en esta armadura...

Después de limpiar sus lágrimas, salió del cuarto de armas y se reunió con los capitanes del ejército. Dividió tareas y grupos encargados para la evacuación, y ella con un grupo seleccionado fueron a realizar una misión casi imposible: detener el avance del ejército de Silla.

Pero, con esa nueva reina Himiko al mando, el encargo fue cumplido sin ninguna baja. La victoria fue grande, pero la guerra no estaba ganada. De hecho, el objetivo de Himiko no estaba cumplido aún.

...

Año 212 d.C.

La campaña militar de la reina Himiko había sido mucho más exitosa de lo que pensó en un comienzo.

Después de un largo y feroz combate contra el ejército de Silla que marchaba contra la capital real, Himiko salió victoriosa con un número de bajas nulo. Desde esa hazaña inolvidable y grandiosa donde demostró su gran habilidad aprendida con la espada y sus bendiciones divinas, comenzó la venganza de la reina Himiko.

Tras ello, la reina mandó cartas a todas las provincias y ciudades de su imperio para reunir al ejército. Ya fueran soldados que pelearán en otros flancos, hombres con edad y capacidad física para pelear, entre otros.

Y tras mucha guerra y enfrentamiento que lideró la mismísima Himiko, el imperio del Sol opuso resistencia en su guerra contra Silla.

Pasaban los meses, y las fuerzas enemigos en Japón disminuían hasta el grado de tener que retirarse. Pero, para Himiko no fue suficiente, sino que encabezó barcos de ataque para ir a Silla y conquistar la tierra, como pago de la misma moneda.

La guerra contra Silla era intensa y sangrienta. Pero el avance de Himiko nunca se detuvo.

No importaba cuantos soldados, ejércitos, diestros de la espada se opusieran a Himiko; todos ellos eran aplastados bajo el conocimiento, práctica y bendiciones de la reina.

Casi un año de campaña en aquella región costeña, llamada Mimana, fueron suficientes para que Himiko la tomara por completo. Y habría avanzado contra toda la tierra de Silla de no ser porque Ameno Hibiko dirigía las tropas en persona allí mismo.

La reina Himiko luchaba contra los guardias de la guarnición principal. A pesar de la fuerza de esos hombres, la violencia con que atacaba Himiko junto con el resplandor púrpura de sus movimientos fue suficiente para matarlos con cortes limpios.

Himiko mató a ambos hombres, y corrió a la guarnición con violencia, abriendo las puertas de par en par.

Allí dentro se encontraban varios consejeros, uno que otro soldado, y hasta el fondo lo que tanto anhelo no volver a ver: Ameno Hibiko, esta vez vestido como un rey, junto con uno de sus consejeros que al parecer le ayudaba a escapar.

- ¡Ahhh! ¡Uno de ellos ha entrado! - gritó el hombre que hablaba con Ameno en cuanto vio a Himiko - ¡Tenemos que largarnos de aquí, Majestad!

- ¡Sácame entonces-!

- ¡Tú! ¡Ameno-sama!

- ¿Eh?

Ameno se detuvo y volteó a ver a Himiko, quien en ese momento se vio interrumpida por 2 soldados que estaban en la guarnición. El rey de Silla fue testigo de como Himiko golpeó con su espada a ambos hombres y en cuestión de 5 cortes mató a ambos con violencia.

Los demás soldados atacaron, pero el resultado fue el mismo; lo único que cambió fue el tiempo que le otorgaron a Ameno para escapar.

Himiko corrió tras ambos hombres, y tras una persecución de unos cuantos metros los interceptó. De una sola patada logró mandar a volar al consejero que acompañaba a Ameno, mientras que este cayó demás espaldas ante Himiko.

- ¡Tu debes ser una guerrera formidable del ejército imperial! - comenzó a balbucear - ¿Cuanto te pagan ellos? ¡P-Puedo triplicar tu salario!

- ¿Ya no me recuerdas, "Ameno-sama"?

- ... - Ameno se quedó confundido, pero tras volver antes ver a Himiko detrás de la sangre que cubría su armadura y cara pudo reconocerla - ¡No puede ser...! ¡Himo-chan!

- Tú... ¡Tu...!

Ameno comenzó a arrastrarse había atrás al notar el gran ardor de ira de Himiko.

- ¡Himo-chan! ¡Así que... no era broma cuando me dijiste que eras espadachín! ¡Al parecer... te volviste una soldado del imperio!

- ¿¡Acaso no lo entiendes, idiota!? - gritó enojada Himiko - ¡Yo soy quien se opuso a tu invasión! ¡Yo soy la reina Himiko!

- ¡L-La reina Himiko...! ¡¡Eres la emperatriz!! - sonrió asustado - ¡Jaja, claro que si! ¡Es obvio, ¿no?!

- ¿Por qué?... - Himiko, empuñando su espada, comenzó a seguir a Ameno - ¿¡Por qué me hiciste todo esto!?

- ¿Eh? ¿De qué hablas, Himo-chan?

- ¡¡Estuviste por 14 años causándole muchas discusiones estúpidas con el emperador Chuai!! ¡¡Gracias a eso él casi nunca estuvo conmigo!!

- ... - Ameno pensó un poco más cosas y su mirada se llenó de más miedo - Carajo.

- Después... no sé si fueron rebeldes, o si fuiste tu, pero... ¡¡Alguien mató a mi esposo cuando regresaba de su último viaje de Silla!! - el odio que sentía comenzaba a combinarse con sus demás emociones y recuerdos, que le provocó muchas lágrimas - Y para el colmo de males... ¡¡Comenzaste a invadir mi tierra!! ¡¡Así que dime por qué lo hiciste!!

- ¡¡Yo... lo siento Himo-chan!! - trató de disculparse Ameno - Las discusiones que tuve con tu esposo fueron... divisiones de tierra entre nuestros antepasados. La verdad nunca estuve a gusto con tierras pequeñas, ¿Tú lo sabes, no? Y... quise más tierras pero... tu esposo se opuso y... por eso... estuve fastidiándolo por 14 años para que me entregara esas tierras...

Himiko tuvo una mirada sombría mientras caminaba hacia Ameno con su espada en mano, lo cual le provocó un grito de miedo a Ameno.

- ¡Pero su muerte...! ¡¡Yo no tuve nada que ver, lo juro!! - levantó sus manos, mientras el miedo recorría dentro de él - ¡Nunca quise matar a tu esposo! ¡De hecho, ni siquiera sabía que era tu esposo! ¡¡P-Pero si fue culpa de esos rebeldes!! ¡¡En mi mesa directiva había espías muy extremistas que querían guerra contra tu nación!! ¡¡Supe de ellos hace unos días, y ya están ejecutados, te lo puedo jurar!!

Himiko levantó su katana con cierto temblor en sus movimientos, y Ameno comenzó a llorar de impotencia.

- ¡Por favor, Himo-chan! ¡Te juro que no fui yo! ¡No me mates!

- ¿¡Por qué...!?

Ameno cerró los ojos y volteó la mirada con miedo.

Pero lo que ocurrió a continuación fue distinto a lo que esperaba. Escuchó el sonido del metal golpear la tierra y un cuerpo caer al suelo, por lo que intrigado abrió sus ojos para ver de qué se trataba.

Pudo ver a Himiko, de rodillas frente a él, llorando desconsoladamente con la cabeza dirigida al suelo y sus ojos cerrados. La espada, manchada de sangre y con algunos pedazos de ropa, estaba caída junto a ella.

Ameno se sorprendió bastante de aquella postura de Himiko.

- ¿Por qué... le hiciste eso a él?... - sollozó Himiko, con su mirada baja y soltando todas sus lágrimas en el suelo - Él no quería ser emperador, y gracias a tu fastidio... lo mataron... - movió su cabeza hasta que su frente tocó el suelo - ¿Por qué le hiciste eso? Yo lo amaba demasiado y... nunca pude demostrárselo como quería... ¿Por qué...?

Ameno se sintió muy conmovido, por lo cual se irguió hasta quedar sentado en el suelo, frente a Himiko, y con lentitud y discreción, el rey acarició la melena de Himiko para tratar de consolarla.

- Yo... lo siento, Himo-chan... - se disculpo seriamente el rey - Yo no sabía nada de eso. Discúlpame...

Ese día fue el final de la guerra entre Silla y Japón, que trajo grandes cambios.

Uno de esos cambios fue el nombre de Himiko. Para comenzar la nueva vida que le esperaba, que hacía comenzado gracias a su esposo Nakahiko, Himiko decidió tomar el apodo que tanto le gustaba usar: "emperatriz Jingū". Y así, su nombre se volvió Jingū Kougou.

Jingū se fue de Silla, con Mimana que había conquistado como parte adicional de sus territorios. Los demás reinos escucharon sobre la guerra contra Silla, y entonces el nombre de Jingū Kougou como la emperatriz que conquistó Silla, más tarde conocida como Corea, se volvió famosa.

Después de eso, su reinado tuvo paz. Bueno, no tanta paz como se esperaría, pues surgieron guerras y conflictos internos, muchos provocados por accidente por la misma Jingū. Pero... nada que un par de piedras del río no pudieran solucionar.

Jingū Kougou nunca más volvió a casarse, y de su matrimonio con Nakahiko ella nunca dio a luz hijos. Entonces, ¿Quién fue su sucesor?

La respuesta es: Homutawake.

Aquel chico que le había ayudado en toda su vida y fue un ayudado poyo donde sostenerse era visto para Jingū como un auténtico hijo, por lo que no dudó en adoptarlo como suyo. Algunas polémicas surgieron, pero a ella no le importó en lo más mínimo.

Y, en el año 269 d.C, Himiko falleció.

Fue sepultada en la misma casa que ella junto con Nakahiko habian comprado; en el pueblo de Nara.

Los cronistas de Japón alteraron muchas veces la historia de Jingū, gracias a las fantasías de Homutawake, quien ascendió y fue conocido en la historia como emperador Oujin, por lo cual su verdadera historia quedó como una leyenda más.

...

- ... Yo no debería estar aquí... Yo no soy la gran emperatriz que todos han visto... solo soy... una chica de campo...

Jingū suspiró con miedo, separando sus manos de su rostro para mirar el suelo nuevamente. Sobek, sentado y paciente, seguía esperando el gran "discurso" de Jingū. También en la sagradas la atención total era para Jingū.

- ... - Ella pudo ver en un parpadeo toda su vida pasar, y sintió un gran malestar en sus entrañas - Solo... cometí muchos errores y estuve en los momentos ideales...

- ¿A qué se refiere, Majestad? - preguntó cuidadosamente Sobek.

Ella rió con un toque de burla, mientras metía la mano en su ropa y hallaba, milagrosamente intacto, el collar que le dio su madre. Tomó las piedras y miró ambas, con detenimiento y silencio.

- ... Nunca nací en la realeza... - sintió pesadez mientras hablaba - Me casé por causalidad con el heredero al trono... En unos días me volví emperatriz... ¡Ni siquiera moví un solo dedo para alcanzar ese título! ¡Soy una completa farsa de la realeza!

Las lágrimas corrieron por sus ojos con rapidez, nublando su vista.

- Y cuando estuve en la realeza... ¿Qué hice?... Permití que mis caprichos de... niña me controlaran. Disfrute de los placeres de la realeza mientras... mi esposo era quien llevaba a cabo sus responsabilidades...

Sintió una oleada de dolor emocional que sobrepasó todo su dolor físico, y lloró con gran intensidad.

- Mi esposo... fue asesinado por cumplir un deber que no quería... mientras yo estaba en casa... Le di la espalda a mi país cuando más me necesito y casi fue destruido por invasores... y casi destruí otra nación en un deseo de venganza... Mis maños están bañadas de sangre por todos lados... Pude haber evitado tanto dolor y sufrimiento... si tan solo hubiera hecho lo correcto, y no lo que quería... - negó con la cabeza repetidas veces - ¡No quiero vivir con esto! ¡Yo... No debería estar aquí! ¡No tengo nada para representar a la humanidad!

Sobek se quedó en silencio, quieto y con respiración calmada.

- ¡Tan solo mírame! - exclamó Jingu, levantando su llorosa mirada hacia el Dios, y apuntándose a si misma - ¡Solo soy una mujer...! ¿Qué es lo que hace una mujer peleando por toda la humanidad? ¿Acaso no hay gente más digna que yo?

Todos en las gradas de la humanidad se sintieron mal cuando dijo esas palabras. Jingū volvió a hablar, esta vez con esperanza en su mirada.

- Los antiguos peleadores... ¡Ellos si fueron grandes representantes! ¡Lu Bu, el primero en enfrentar a un Dios! ¡Adán, que peleó por nosotros, sus hijos! ¡Sasaki-dono, que me enseñó sobre la gran primera victoria de la humanidad! ¡Jack, quien pudiendo conseguir lo que quería, prefirió dar su vida! ¡Hércules que murió para darnos la victoria! ¡Raiden, que dio la cara ante la destrucción misma! ¡Y Aquiles, que dio apertura a este segundo Ragnarok para 12 de nosotros! ¡Ellos si que pelearon por la humanidad! Pero yo... - Jingū bajó su semblante hacia las piedras de su collar - Ni siquiera sé por qué estoy peleando... Supongo que... no quiero ser asesinada por un Dios...

Suspiró con cansancio y tristeza, mientras mantenía el collar en sus manos.

- Lo mejor que pude hacer fue... adoptar a mi hijo... y usar estas piedras que me regalaron todo sin hacer nada... - Jingū volvió a empapar sus ojos en lágrimas - ¿Alguien como yo que... no hizo nada... debería ser llamada "la emperatriz de Japón" y "representante de la humanidad"? No...

Se quitó el collar y lo tiró en el agua.

- No... yo no soy digna de eso.

Todos se quedaron en gran silencio ante sus palabras. Geir se llevó las manos a la boca, mientras lloraba. En la humanidad, muchas personas que conocieron a Jingū se sintieron conmovidos.

- M-Mamá... - lloró también Oujin ante ello.

También se encontraban su maestro del dojo, que bajó la mirada; Hime y Nosukune, sus padres, que se abrazaron y lloraron en lamento; Ameno Hibiko que por vergüenza no alzó los ojos.

Cerca de Sasaki Kojiro, estaba de pie Tarashi Nakahiko, llorando con sus manos en su rostro.

- Amor... tu... - Apenas pudo respirar por su llanto - Mi esposa... yo...

- Jingū - Sasaki también estaba bastante sorprendido, y solo pudo permanecer en silencio.

En las antecámaras de la humanidad, todos estaban en silencio impactados por las palabras de su compañera de viaje. Mist, Simo y Jeanne, junto con Hlökk que se había quedado con ellos, miraban callados la gran pantalla frente a ellos.

En otra antecámara, Cleopatra estaba recostada cómodamente sobre un gran sofá, en el cual comía uvas mientras sus siervos le abanicaban. Sonrió con malicia mientras veía el combate.

- Sabía que debía haber ido yo...

Sobek volvió a respirar en silencio, mirando como Jingū volvía a cubrir su rostro para llorar en voz baja.

De repente, el cocodrilo golpeó el suelo con sus 2 manos y su cola para levantarse del suelo en un instante. Estiró su mano para desenterrar el tridente, y volvió a dirigirse a la mujer.

- De pie, Majestad.

- ¡! - Jingu se sorprendió por sus palabras, especialmente por el tono frío con que habló, pero ni siquiera quiso levantar la mirada - Pero yo... yo no puedo|

- No fue una sugerencia. Fue una orden - habló firmemente Sobek, mostrando una mirada seria y autoritaria, peor que las miradas de Poseidón - De pie. Ahora.

ASFD

...

Recordatorio: La publicación de capítulos es cada 21 días.

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