Capítulo 3: Hua Mulán
1
Mulán nació bajo la dinastía Tang en el siglo VI, en un pequeño pueblo al oeste de china, era la única Hija de Hua Zhou y Hua Li, durante toda su infancia fue educada para ser una buena esposa, no solo para dar honor a su familia sino para también ayudarla económicamente hablando, necesitaba casarse con un hombre adinerado. Pero para eso tenía que pasar diversas pruebas y era necesario que adquiriera diversas habilidades, como servir el té, recitar poesía, etcétera.
Su preparación empezó a los 12 años, y culminó a los 17, que era la fecha para presentar las pruebas ante la casamentera del pueblo.
La noche antes de ver a la casamentera, Mulán se sentía preocupada y su padre lo notó durante la cena, después de esta, Mulán salió al patio y se sentó debajo del árbol de cerezo -que su familia poseía- a mirar las estrellas. Su padre fue con ella y se sentó a su lado con esfuerzo.
- ¿Qué sucede hija?
- Tengo miedo padre -contestó mirando al suelo.
- ¿Por qué?
- ¿Qué tal si no paso la prueba? -sollozó Mulán- ¿Cómo le daré honor a la familia si fracaso?
- Hija mía... -su padre la abrazó- no tienes por qué preocuparte por eso, estoy totalmente seguro que te irá bien mañana. La apartó y le secó las lágrimas dándole una sonrisa, Mulán se la devolvió.
Mulán recuperó su confianza y estaba decidida a no fallar.
- Gracias padre, -Mulán se levantó- será mejor que vaya a dormir para estar bien descansada mañana.
Su padre sonrió de nuevo.
- Está bien hija, pero... -se rio- ¿Ayudarías a un viejo a levantarse?
Mulán igualmente rio y lo ayudó a levantarse. Mulán se adentró a la casa, Hua Zhou le miraba y recordaba la época cuando su hija era una niña. Después de un rato él también entró a la casa.
2
Al día siguiente Mulán despertó temprano, desayunó arroz y té. Se vistió y antes de salir de casa le preparó té a su padre, quien le deseó la buena fortuna, dándole un grillo enjaulado.
Mulán debía encontrarse con su madre en el centro del pueblo para poder arreglarse adecuadamente para visitar a la casamentera. Su casa estaba a veinte minutos del pueblo. Mulán llegó sin ningún contratiempo.
Su madre ya la esperaba.
- ¿Estás lista? -le preguntó Hua Li a su hija.
Mulán asintió y ambas entraron a una de las casas donde Mulán tomó un baño, la peinaron su madre y otras dos mujeres, la vistieron y maquillaron, durante todo es te proceso Mulán recitaba la poesía que se le encomendó aprender.
Cuando terminaron, su madre se acercó a ella con un collar de jade.
- Ten hija, para alejar a los malos espíritus, un pendiente para el equilibrio-dijo poniéndole el collar y dándole el pendiente con la forma del Ying y el Yang además le dio a comer una manzana- Para la serenidad.
- Gracias -contestó haciendo una pequeña reverencia- ¿Nos vamos?
- Sí.
Ambas salieron y se dirigieron a la casa de la casamentera que estaba a 15 minutos de donde se encontraban, la casa estaba casi a las afueras del pueblo, Mulán iba a tiempo justo. La cita era al medio día y era el sonar de las campanas del pueblo lo que indicaba esa hora. Mulán sería la cuarta joven que visitaría a la casamentera ese día, esto preocupó a su madre ya que el cuatro era indicador de mala suerte, justo en eso estaba pensando cuando a lo lejos vio cómo una anciana estaba por cruzar la calle, la anciana no se dio cuenta que una carreta estaba por pasar también. Li estaba por gritarle a la anciana, pero Mulán ya estaba corriendo hacia ella.
La mujer ya había puesto un pie en el camino que iba a cruzar la carreta; quien la dirigía se dio cuenta muy tarde y detuvo al caballo con hostilidad, el caballo se paró sobre dos patas y una de ellas estaba por golpear a la anciana, Mulán la auxilió justo a tiempo y la jaló hacia atrás. Ambas cayeron al suelo.
- ¡Fíjese vieja decrépita! -exclamó con furia el pueblerino.
Mulán y la señora la ignoraron.
- ¿Se encuentra bien señora? -preguntó Mulán ayudando a la anciana a levantarse.
- Sí... Muchas gracias jovencita -contestó poniéndole una mano en el rostro haciendo que se ensuciara de polvo. La vieja siguió su camino.
- ¡Ay por todos los cielos! ¿Mulán, estás bien? -preguntó preocupada su madre. Mulán estaba por decir que así era, pero su madre no la dejó hablar- Quedaste toda despeinada y sucia... -hizo una pausa, se inundó de preocupación y recordó el número cuatro- ¿No te dio tu padre un grillo para la buena suerte?
- Sí, aquí lo traigo... -Mulán se esculcó la cintura que era donde había colgado la jaula con una cuerda. La condenada jaula no estaba, en ese momento Mulán sintió una gran vergüenza y decepción de sí misma- No... Está... No la traigo...
Las dos se quedaron en silencio sin saber qué hacer, el silencio culminó con el sonido de las campanas que indicaban el medio día. Ambas echaron a correr, tardaron 5 minutos en llegar a la casa de la casamentera.
Mulán no midió su fuerza al llamar a la puerta, casi casi azotó la puerta por lo que hizo enfurecer a la casamentera.
- ¡¿Qué?! -abrió la casamentera.
Mulán estaba jadeando, su sudor había hecho que se le corriera el maquillaje.
- Me llamo... Hua Mulán... Vine... -recuperó aire- Vine para la visita que tengo programada...
- Llegas tarde y... Mírate, estás hecha un desastre.
- Por favor deme una oportunidad... -imploró Mulán ya recuperada- Tuve un pequeño incidente.
La casamentera suspiró y la dejó pasar.
3
Mulán aún estaba agitada, seguía sudando y se moría de calor. Tomó asiento frente a la mesa. La casamentera aclaró la garganta bruscamente, Mulán la volteó a ver: La mujer de complexión robusta estaba de pie a lado de un pequeño agujero en la pared donde se hervía el agua, dentro había una rejilla de metal puesta sobre fuego y encima estaba una olla. Mulán se paró de inmediato y sacó la olla con delicadeza usando un par de pinzas metálicas, sin embargo, estaba tan nerviosa que sin darse cuenta movió la rejilla de metal y provocó que un pequeño pedazo de carbón al rojo vivo cayera al suelo de madera. Sirvió el agua en una tetera de cerámica y le agregó las hojas de hierba buena, la casamentera estaba esperándola sentada a la mesa con un pequeño vaso para el té.
- Para complacer a tus suegros -dijo la casamentera dándole a Mulán el vaso- debes demostrar que eres capaz de no solo servir el té, debes ser refinada, equilibrada...
Mulán la escuchaba, pero estaba más concentrada en servir el té, ya que por sus nervios no podía dejar de temblar, algunas gotas se derramaron. Mulán le devolvió el vaso, desvió la mirada por un segundo y vio como se producía una pequeña flama en el piso de la casamentera.
La casamentera terminó de hablar y estaba lista para tomar su té cuando Mulán habló.
- Discul-
- ¡También debes ser cayada! -interrumpió gritando la mujer.
Mulán no dejaba de ver la flama que lentamente iba creciendo. Y al ver que la casamentera no se daba cuenta decidió actuar. Se levantó de golpe moviendo la mesa provocando que además de que la casamentera se quemara la boca por un gran sorbo, le cayó el agua hervida en el pecho. Mulán al levantarse tomó la tetera, se quemó la mano, pero alcanzó a lanzar el agua sobre el fuego al mismo tiempo que la casamentera gritaba de dolor. La mujer nunca se dio cuenta del fuego y cuando se recuperó un poco del dolor le gritó a Mulán.
- ¡LÁRGATE DE MI CASA! -la tomó del brazo y la corrió con un empujón- ¡NO VOY A PERMITIR QUE TE CASES Y NO LE TRAIRÁS HONOR A TU FAMILIA NUNCA!
Li estuvo a punto de reprocharle del por qué empujó y le gritó a su hija, pero al ver que Mulán se fue corriendo a casa llorando decidió ir tras ella.
4
Mulán era más rápida como era de esperarse, llegó antes a su casa y se dirigió a su habitación, se recostó en su cama hasta quedarse dormida.
Mulán despertó a la mañana siguiente por el ruido de un tambor. Se levantó enseguida y fue a la puerta de su casa. Desde lo lejos pudo oír.
- ¡Este es un mensaje urgente del emperador! ¡Los hunos han invadido china! ¡El Emperador ha ordenado que un hombre por familia se registre en el ejército para estar al frente de batalla!
Mulán se detuvo en seco. A lo lejos pudo ver cómo su padre se dirigía a recoger el rollo que contenía el registro. Mulán salió corriendo.
- ¡Esperen por favor! -Mulán se puso frente a su padre y el soldado- ¡Mi padre ya no está en edad para combatir, él ya ha servido en el ejército antes!
- Mulán, cállate porque me avergüenzas -dijo con dureza Zhou.
Al oír esto Mulán retrocedió con tristeza. Hua Zhou recibió el pergamino.
- La cita es mañana a primera hora, la dirección está escrita adentro.
Hua Zhou asintió y se adentró a su casa. Mulán lo miró aún decepcionada.
- Si tanto te interesa tu padre, deberías ir al ejército en su lugar -dijo descaradamente el soldado con sarcasmo.
Hua Li se acercó a Mulán.
- Ven hija -la tomó de la mano- hay que entrar.
Durante ese día Hua Zhou se dedicó única y exclusivamente a practicar con su antigua espada. Mulán lo fue a buscar para poder hablar con él una última vez, observó cómo practicaba y recordó que cuando era niña lo había visto muchas veces. Llegó a memorizar sus posturas y después ella las imitaba con una rama. <<Cómo quisiera que esa época volviera>> pensó.
Cuando su padre intentó hacer una postura sobre un pie, perdió el equilibrio y cayó, Mulán fue a auxiliarlo enseguida.
Zhou se levantó con mucho esfuerzo solo, Mulán quiso hablar, pero él le dio la espalda y fue a su habitación.
Las palabras que le dijo el soldado a Mulán resonaban en su cabeza: "Si tanto te interesa tu padre, deberías ir al ejército en su lugar". Reflexionó en ello hasta que cayó la noche, planificó cómo hacerlo y se puso en marcha.
Tanto como su madre y su padre tomaron una siesta antes de que Zhou se fuera por la madrugada y Li le pudiera preparar y ayudar con un desayuno; el pergamino de reclutamiento estaba a un lado de su cama y Mulán lo tomó sigilosamente.
Mulán se dirigió al cuarto donde se encontraba la vieja armadura que alguna vez usó su padre junto con su espada. Mulán se puso la armadura. Los bordes dorados de esta resplandecían con la luz de la luna, le era pesada pero afortunadamente le quedó a la medida la armadura, tomó la espada y salió de la habitación, se dirigió al patio, se sentó debajo del árbol de cerezo y se cortó el cabello con la espada, quedándole el cabello a la altura de su cuello, su cabello se fue volando con el viento. Mulán se ató la espada a la cintura, se puso el casco y se fue a pie al campamento donde empezaría su entrenamiento.
5
Esa misma noche Hua Zhou se levantó listo para irse, al mismo tiempo Hua Li despertó, amarró su cabello y fue directo a la cocina, Zhou se dirigió a la sala donde guardaba su armadura y espada, pero no encontró nada. Confundido regresó a su habitación y descubrió que tampoco estaba el pergamino de reclutamiento, no lo podía creer: Mulán había ido en su lugar. Deprisa fue a la habitación de Mulán esperando que solo habían desaparecido sus cosas por obra de espíritus y no que su hija se haya ido de casa.
- ¡¿Mulán?! -entró desesperado en la habitación, pero no había nadie.
El alboroto que causó Zhou alertó a Li.
- ¿Qué pasa?
- ¡Mulán se ha ido!
Li se horrorizó. Zhou pasó por un lado de ella y salió de la casa.
- ¡MULÁN! ¡MULÁN! -gritaba esperando que Mulán estuviese cerca y lo escuchara, intentó correr, pero cayó de bruces en el piso.
Era tarde, Mulán ya había dejado la casa hace horas.
Hua Zhou lamentó haber tratado con dureza a Mulán ese día y sobre todo lamentó no haber podido hablar con su hija cuando esta se sentía ten decaída. Amaba a su hija con todo su corazón y lloró porque tuvo miedo de que su hija nunca volviera y no pudiese decírselo frente a frente.
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