Epístola final

190 a. C. - 63 a. C.

Había trabajado tanto para alzarse con grandeza sobre otros, una gloria efímera, tan pronto como se puso en la cima del poder como sus semejantes su declive se hacía más prominente, caería estrepitosamente hasta dejar de ser lo que alguna vez fue.

Disfruto de un renombre, vivió a costa de la imagen de su padre, tuvo grandes victorias e inolvidables derrotas.

Muchos han albergado rencor en sus corazones, muchos la odian, otros ni siquiera soportan tenerla frente a sus ojos y escasamente algunos persisten bajo sus pies alabando una grandeza que se desvanece y elogiando una actitud déspota y egoísta. Quien la viera ahora dudaría que este en sus cinco sentidos. En comparación con su imagen de hace una par de décadas atrás hay un drástico cambio. Su belleza puede estar intacta pero aquello que se oculta tras una mirada indiferente haría a más de uno pensar dos veces antes de siquiera cruzar palabra con ella. Estaba enloqueciendo lentamente, corrompida por los pensamientos egoístas de quienes están sobre ella y que manejan su existencia a su placer. Ya no es libre, dejó de serlo lentamente conforme pusieron una "corona" sobre su cabeza cuando se alzó como emperatriz.

Guerras pérdidas de manera consecutiva, siendo expectante de tan denigrante escenario ha pasado noches en vela debido a sueños extraños y visitas peligrosas. Quería alzarse sobre Grecia, conseguir más territorio que demostrará su gran poderío a los demás, no contaba con que alguien estaría también interesado en aquellas tierras que prometían mantenerla en la cima. El poder pasa de una persona a otra como si fuese un juguete que se presta a la persona menos apta para cuidarlo, sentía cada vez su final más cerca.

Había un nuevo hombre a la cabeza, alguien que era mucho más estúpido y egoísta de lo que creía. Una guerra contra su hermano, no pudo oponerse y siquiera intentarlo...ya no tenía voz ni votó cuando aquel declaró la guerra contra quien permanecía neutral contra ella. Roma, aquel hombre aguerrido y despiadado en la guerra, era la piedra con la cual tropezaba constantemente en el intento de expandir su poderío sobre los otros. Aquel hombre fue la causa de sus derrotas, aquel por el cual cometió uno de sus más grandes errores de los que se arrepiente cada vez que cae la noche y la Luna desaparece en el lienzo oscuro de la noche.

Antes de sufrir la peor caida observo atenta su vida desde una perspectiva diferente, se dio cuenta de que no había vivido una vida honrada, vivir entre lujos y poder corrompieron cada parte de su ser hasta dejarla un despojo que no puede dormir a causa de sus alucinaciones. Un rostro que se veía radiante y arrogante se ve opacado por las ojeras y la conspiración. Había escuchado rumores, rumores de una revuelta que la dejarían a escasos pasos de su tráfico final. Rumores que no fueron más que presagios de algo que se acercaba y se alimentaba del miedo que crecia en su interior.

Partía se alzaba en una nueva revolución y en conjunto con ella Judea. Alguien que no está en sus cinco sentidos o bien alguien que ni siquiera esta en todas sus capacidades mentales para gobernar no era apto para luchar, sus estrategias eran absurdas y mundanas, carecían de sentido y eran muy deficientes para sofocar aquellas revoluciones. Ella ya no era quien solía ser, ya no era nadie. Perdió y con ello su gran Imperio perdía poder, perdió su título, perdió el anhelo de seguir viviendo, perdió la cordura.

Ahora no era más que otro Reino que sería sometido por otros Imperios codiciosos.

Partía se expandía gozando de libertad, libertad que ya no poseia. Despojada de su cargo y viviendo a expensas del nuevo rey fue despojada de sus títulos de nobleza, de sus riquezas y de su libertad. No era apta para estar en el poder pero no podían deshacerse de ella dado que podría ser un buen Az en la manga para futuras guerras y negociaciones. Aun era util, conseguir un matrimonio arreglado con otro Imperio era lo más importante pero nadie estaba interesado en alguien cuya cabeza este hecha un completo caos, nadie quería estar con una loca. Los rumores son las primeras noticias que llegan, son muy rápidas y muy destructivas. Su amante le dio la espalda, manifestó que solo era el error de una noche lujuriosa y erótica que no volvería a cometer. Estaba loca, una mujer cuya cabeza no estaba en el presente ni en el futuro esperaba con ansias la llegada de una compañia, una nacida en la desgracia.

Vivió como una esclava tal cual alguna vez lo fue Partía, era expectante de su final, expectante del fin de su gran Imperio convertido en Reino. Sentía muy cerca el final, un trágico final.

Por el año 83 a. C. Él se presentó frente al hombre sobre su cabeza y quien la había convertido en quien es ahora. Hubo un mar de sangre, vio los pasillos manchados de sangre y cubiertos de cuerpos con espadas clavadas en sus espaldas y abdomen. Tuvo que huir antes de ser capturada, puede que este loca y haya perdido el sentido de la supervivencia pero tenía algo importante que proteger, al menos cumplir con un propósito antes de marcharse para siempre.

Corrió por aquellos amplios pasillos, con el corazón latiendo a mil y las manos aferradas a un sucio pedazo de tela que lleva impregnado un olor familiar, el recuerdo de su bien más preciado y que ahora dejaría a merced del destino. Un sutil toque sobre aquello que cubría su rostro la deja perpleja, un aroma peculiar mezclado con la sangre y el polvo. Este era su final.

Sometida y puesta de rodillas confronta con una mirada prepotente a quien osó darle la espalda, aquel que negó haberla conocido, aquel que se rehusó admitir que era su amante. Reino de Armenia estaba frente a sus ojos blandiendo su espada y manteniendola firme sobre su cuello y deslizándose firmemente hasta su pecho. Un comentario despectivo, uno de burla antes de comenzar con el acto final.

Cuando aquella fría y brillante hoja de mental atravesó su pecho y sintió como la vida se le escapaba de las manos, su mirada permanecía sobre la imagen de su cruel amante quien mostraba una inmensa satisfacción. Un rostro cubierto de manchas de sangre y polvo, heridas profundas que se convirtieron en cicatrices que dejan como marca permanente el nombre de quien las hizo. Un pequeño momento de reflexión en silencio, incapaz de soltar maldiciones y palabras de consuelo o bien simples despedidas quedo tendida como un cadáver más que decoraba aquel amplio Palacio.

Cuando aquel Reino tomó aquel pedazo de tela en sus manos observo un pequeño pergamino, escrito en el idioma paterno de la que yace muerta bajo sus pies, lee con atención cada párrafo del mismo. No hay remordimiento con respecto al acto cometido, era el precio de la guerra, estaba acostumbrado a ello. Solo tendría que apresurarse a encontrar aquello que escondió de sus ojos y que manifestó como propósito primordial en una carta poco convencional.

Pasaron largos años, años en los que Roma, cansada de la intromisión de otros en sus objetivos decidio por fin ponerle un punto final al Estado que fue sometido por Armenia en su momento. Para el año 63 a. C. El Imperio seléucida capituló con la toma de sus ciudades más importantes como lo era Siria y Anatolia.

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...Armenia, he esperado eternas madrugadas por tu llegada, ansiando con profundo sentir un anhelado sueño por cumplir. La sangre de tu ser recorrer mis manos como si fuese las cristalinas aguas de un manantial; incapaz de perdonar tu osadía me tomo el atrevimiento de quitarte aquello que más aprecias, incapaz de reconocer aquello que lleva tu sangre serás castigado por la eternidad sin saber de quien te estoy hablando.

Si bien el destino de esta Epístola son tus manos, el destino se impondrá para que la misma llegue en el momento oportuno. Tal vez mi final este cerca, tan cerca que incluso puede que mañana no nos veamos más. Aun así espero que tu espada sea la causa de mi muerte y que mi muerte sea el profundo pesar de tu existencia.

No sabrás quien es, jamás te lo diré, toma esto como el presagio de un final inminente. Es tarde para lamentarse por el desperdicio de una vida. Mi sangre envenenara la tuya hasta el punto en que no exista pizca alguna de que fuimos uno alguna vez. ¡Arde en el Infierno maldita escoria!.

Jamás sabrás la verdad tras tu descendencia, ¡jamas!.

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Así, quien alguna vez se alzó como emperatriz semejante a otras figuras caía bajo la espada de un enemigo, un trágico final compartido que sigue como una feroz sombra a su nueva víctima. Una bruma aterradora que consumiria hasta la última gota la esencia de su nueva víctima.

Fin.

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