El surgir de un Imperio, la gran Emperatriz.

223 a 191 a. C.

El amanecer de un nuevo día era el sabor agridulce de su día a día. Su ejército ha sufrido derrotas, puede ser buena planificando con los patos mandos estrategias para el combate pero se le es imposible participar. Ellos no asumirían el mandato de una mujer en la guerra, guardan su orgullo con el hecho de que sea gobernante, una reina en lugar de un rey, lo soportan pero no soportarian verla en la guerra, ella no estaba hecha para ello.

Delicada y educada, a veces temperamental y aún así era venerada por ellos. Quizá su delicado cuerpo cubierto de finas telas en conjunto con joyas que vienen del Occidente podrían ser aspectos que le restan como comandante. Puede saber mucho de Estrategia, la teoría es muy diferente a la práctica. Ellos bien lo saben.

Aun así ese aspecto débil es un punto a favor para conseguir alianzas pese a su arrogante comportamiento habria uno que otro dispuesto a soportarlo.

—Espero que su corta estancia en mi Palacio haya sido de su agrado, espero contar con su ayuda en el futuro.—intento ser amable aún cuando su arrogancia es lo que más resalta.

—No tengas dudas de ello, te apoyaré de manera imparcial ante esta guerra, querida, admiro tu determinación y arrogancia, no tan distinta a mi.—dijo con gentileza, sus manos toman las ajenas en un sutil agarre que demuestra cercanía, una cercanía cortada por disputas "infantiles".

—Gracias por todo, tenga un buen viaje de regreso.—deseo con falsa sinceridad.

Una vez que aquel detestable hombre desapareció tras la gran puerta tomó la copa de vino que había dejado en una pequeña mesa y la lanzo al suelo. Recobrando la compostura hizo como si nada hubiese pasado, un simple accidente que los sirvientes limpiarian. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse.

La ascensión al trono de un nuevo "subordinado" era inminente, pese a tener derrotas tras suyo prometía la redención ante tales errores. Le prometió algo que ansiaba desde que fue humillada, ellos regresarían a ella de rodillas suplicando benevolencia y perdón.

Han pasado diez años desde que escucho aquella promesa y esperaba con ansias que la misma se vea cumplida, diez años en los que anhelo ver a aquellos ingratos arrastrándose ante su imagen.

Buenas noticias llegaban a sus manos después de tanta espera, un pliegue de papel redactaba las proezas de la guerra y los resultados que tanto había ansiado.

Ordenó a sus sirvientes vestirla con las mejores prendas, las mejores joyas y los mejores perfumes. Ordenó un gran banquete en nombre de la victoria, fragancias nunca antes sentidas decoraban cada esquina del Palacio como si fuese el jardín de una ciudad pérdida.

Al atardecer de aquel día ellos llegaban. Atadas de las manos y vistiendo trajes nobles pero sucios y desgarrados se atrevían a mirarla con desprecio y arrogancia, indiferentes de su situación actual eran capaces de sentirse superiores a ella. No eran libres pero aún así no tenían por sus vidas, creían que ella era una mujer que hablaba mucho y hacia poco, una gran equivocación.

Ella se acercó con prepotencia y arrogancia, sus delicadas y limpias manos sostienen delgadas cadenas sucias y manchadas de sangre, los rostros de aquellas damas reflejan un claro odio hacia su persona, comprensible hasta cierto punto. En un movimiento fugaz su mano yace sobre el mentón de Partia quien se niega a mirarla, sus uñas se incrustan en aquella sucia piel traidora provocando un gesto de dolor de la parte afectada, un gesto que le causa gracia.

—¡Qué ironía del destino! Habeis hecho mucho para nada, se atrevieron a levantarse en mi contra y volvieron nuevamente a mi.—emitió una risa burlona antes de tomar otra actitud.—nunca me equivoque cuando dije que regresarían a mi de una u otra forma, ¡malditas ratas!.—una bofetada a cada una, una que resuena y acalla la voz de los expectantes del declive de aquellos que se apartaron del Reino.

Ninguna de ellas se atreve a decir nada, soportaron tal humillación con un fin desconocido. Tan sólo se quedaron a observar la sonrisa de satisfacción de alguien bastante detestable.

—Es momento de recordarles cual es su posición de ahora en adelante.—ante ello basto un simple ademán para que guardias las tomaran de los hombros con rudeza y obligarán a elevar su rostro para confrontarla.

Tomo su preciada daga, el regalo de su padre, miro detenidamente aquella brillante hoja, era una lástima usarla en una piel inmunda.

Aquella filosa y brillante hoja de metal era el toque frío de la muerte en manos de una desquiciada, aquellos ojos que alguna vez la miraron con desprecio la miraban con terror, se retorcian para evitar que dicha hoja tocará sus rostros con la peor de las intenciones. Una leve presión evita que se sigan moviendo, una sutil y delicada caricia circunda lugares donde un corte puede llegar a la discapacidad. Un par de gritos, manchas de sangre y aplausos descarados adornan la gran sala.

—llevalas al establo, si viven servirán de esclavas, si mueren serán alimento de las alimañas.—ordenó autoritaria con las manos manchadas de sangre.

Una sonrisa siniestra se formó en su rostro conforme miraba aquella daga, la punta carmesí despertaba a un demonio sediento de sangre y lleno de codicia. Los presentes observan en silencio sin atreverse a decir algo que pued perturbar la tranquilidad de la gran reina.

Pasarían largos años antes de suscitarse un encuentro que resultaba inevitable.

205 a. C.

Era la quinta guerra Siria en el frente opuesto, recluida en el Palacio no hacia más que pequeñas torturas a una de las esclavas victimas de la victoria de hace varios años. Un enfrentamiento indirecto entre parientes era algo que no esperaba sucediera tan pronto, un hermano pequeño con el que convivió ahora era uno de sus tantos enemigos que amenazaba su grandeza en el Oriente.

Gracias a la ayuda de su padre conseguía sumar una victoria en su camino a la grandeza, tomó a Judea como su prisionero y esperaba ansiosa que aquel hombre empezará a persuadirla para dejar a aquel pequeño pueblo libre, habían rumores que alegaban una cercanía extraña entre ambos, quizá hasta el grado de ser amantes secretos, aquel pequeño pueblo era su Az bajo la manga, lo era hasta que aprecio un tercero que le complicaba la tarea de conquista.

En 198 a. C. tuvo una pequeña charla con Roma con respecto a la situación actual de su hermano, más que interceder por asuntos personales lo hizo por comercio y en nombre de su propio beneficio. Una amenaza que se había cernido ante su ignorancia. Un grande que surgía para devorar a otros insignificantes, ella no sería sometida, debía actuar rápido y con cautela. Una situación tensa que terminó con una amarga derrota en las Termópilas en 191 a. C.

Nuevamente humillada fue obligada a aceptar los términos y condiciones que el ganador imponía sobre su cabeza. Pronto sería llamada para firmar un papel que certificará su derrota y que aceptaba tales términos y condiciones en nombre de la paz.

Había erigido una gran Imperio, su gran tarea era mantenerlo a flote. Una tarea difícil para alguien que ni siquiera a pisado los campos de guerra o bien hayan sostenido una espada entre sus manos y la halla usado para matar a varios con el miedo constante de morir en cualquier momento.

Más temprano que tarde todo aquello que construyó se le iria de las manos, los cimientos levantados cederian hasta quedar en simples escombros de algo que en su momento fue magnífico.

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